Capitulo 24

 

Genevieve no podía decidir si le gustaba Bastien Toussaint o no. Le recordaba a Peter en todos sus defectos, además de esa actitud francesa tan desdeñosa que resultaba especialmente irritante.

Pero le había salvado la vida a Peter, así que podría perdonarle lo que fuera. Si ella no hubiera salido a la terraza, desesperada por salvar a Peter, no lo habría distraído y no habría sido acribillado a balazos. Ella lo sabía, igual que Bastien, y tendría que vivir el resto de su vida con aquel peso sobre su conciencia. Al menos, Peter también viviría.

La última vez que lo había visto fue en una camilla, inconsciente, mientras lo alejaban de su vida. Sólo tenía la palabra de Bastien para confiar en su recuperación, lenta, pero segura. Madame Lambert también se había marchado, por lo que Genevieve estaba agradecida. No quería tener nada que ver con nadie del maldito Comité. Al menos Bastien lo había dejado. Le gusto la esposa embarazada de Bastien, Chloe. No supo cómo había acabado en Carolina del Norte, viviendo con ellos. Seguramente había sido una de las despóticas decisiones de Madame Lambert, pero Genevieve había estado demasiado afectada para discutir.

Y era muy relajante estar en el campo, en la casa que Bastien estaba construyendo para su mujer. A Chloe no le había hecho mucha gracia la repentina desaparición de su marido, y como represalia no le habló durante los tres días siguiente a su regreso, acompañado de Genevieve. Luego se puso de parto y empezó a soltar imprecaciones en unos idiomas incomprensibles para Genevieve, y no paró hasta que la pequeña Sylvia llegó al mundo y relevó a su madre con sus llantos.

Parecía un buen momento para marcharse, pero Chloe no quiso ni oír hablar de ello, y además, Genevieve siempre había tenido debilidad por los bebés. «Espera hasta que sepamos que Peter está bien». «Espera hasta que Sylvia deje de llorar todo el día». «Espera hasta que Bastien nos diga lo que está pasando».

Cuando finalmente anunció que regresaba a Nueva York, sin más retrasos, Bastien le dijo que habían vendido su apartamento por orden de Madame Lambert. Sus posesiones habían sido almacenadas y lo único que le mandaron a Carolina del Norte fue su pasaporte.

Así de simple.

 

Probablemente tuviera que caminar para siempre con una ligera cojera, aunque ya no necesitaba un bastón y sólo habían pasado tres meses desde que Harry van Dorn lo cosiera a balazos. Había evolucionado mucho en muy poco tiempo, pero los nervios del muslo habían sufrido graves daños, y ni toda la terapia del mundo podría remediarlo.

De modo que no podría volver a trabajar en su campo de acción. Desde ahora en adelante estaría sentado tras un escritorio, recopilando información. El Hombre de Hielo dejaría de existir para siempre, y el mejor espía del Comité se retiraba del servicio activo después de que su última misión acabara en un estrepitoso fracaso por su parte.

Pero por alguna razón, aquello no lo inquietaba. Había pagado el precio por sus errores, y Genevieve estaba sana y salva. Esperaba que hubiese vuelto al trabajo, después de codearse con el terror y la muerte, y también esperaba que se hubiera recuperado rápidamente de su enamoramiento. Seguro que sí. En cuanto volviera a sus trajes de Armani y sus zapatos Blahniks.

El había pasado tres meses en Londres. Uno en el hospital, otro en rehabilitación y otro en su frío y triste apartamento, hasta que finalmente obtuvo el permiso para salir de la ciudad. Lo había pospuesto demasiado tiempo; tenía que vender la casa de Wiltshire. Formaba parte de un mundo en el que él jamás viviría. Fuego en la chimenea, bebés en la alfombra, jardines en flor. Nada de eso era para él. Se había convertido en otro Thomason, frío y eficiente, pero tan despiadado. Madame Lambert no sería siempre la directora, aunque parecía mucho más joven de lo que debía de ser. Siempre habría posibilidad para ascender en el maldito Comité.

No podía conducir su coche pues le resulta casi imposible pisar el embrague. De modo que alquiló un coche automático y se dirigió al campo en un espléndido día de verano.

Se detuvo a comer en el camino. Por alguna razón, quería retrasar lo más posible la llegada a Wiltshire. Al llegar, tendría que llamar a la agencia inmobiliaria, revisar la casa de arriba abajo para ver qué reformas eran necesarias y buscar a alguien que se ocupara del jardín. Su intención había sido hacerlo en primavera, pero las cosas habían sufrido un extraño giro. Afortunadamente, la vida volvía a la normalidad, había recuperado su gélido autocontrol y podía seguir como antes.

Metió el coche en el camino de entrada y frunció el ceño. Las malas hierbas habían sido arrancadas del pavimento, y los bordes del césped estaban pulcramente recortados. ¿Había contratado un servicio de jardinería y lo había olvidado?

La puerta trasera no estaba cerrada con llave. Otro extraño descubrimiento. No lo asustaban las sorpresas desagradables y ya no era el objetivo de nadie. Podría vivir el resto de su vida como quisiera.

Se detuvo bruscamente en el vestíbulo. La casa estaba en un estado impecable. El sol entraba a raudales por las ventanas y había flores frescas en la mesa. También las llaves de un coche, pero Peter no había visto ningún otro vehículo. Aunque no había mirado en el garaje.

Santo Dios, ¿Madame Lambert había vendido la casa a sus espaldas? No lo sorprendería que lo hubiera hecho. Ella ya le había dicho que aquél no era su lugar. La mesa le resultaba familiar, pero podía pertenecer a cualquiera. Entró en el estudio y vio que el inmenso escritorio de su abuelo seguía allí. Con una máquina de coser encima.

Giró a la izquierda y bajó los dos escalones de la cocina. Había una vajilla nueva en los armarios y alguien había instalado un lavaplatos. Se quedó perplejo, y miró hacia los jardines a través de la puerta de la cocina.

Estaban preciosos. Las flores de múltiples colores se mecían por la suave brisa veraniega, y el aire estaba impregnado por la fragancia de las rosas. ¿Desde cuándo había rosas en el jardín?

Dobló la esquina y vio el rosal recién plantado, que milagrosamente estaba floreciendo… y a la mujer arrodillada de espaldas a él. Un sombrero de paja la protegía del sol.

Peter no se movió ni dijo nada, pero ella debió de sentir su presencia, porque se dio la vuelta y se quitó el sombrero, revelando una melena rubia que le cayó sobre los hombros. Al verlo, se ruborizó.

—Oh —dijo Genevieve—. No sabía que estabas aquí —se levantó rápidamente, se quitó los guantes y se sacudió la tierra del vestido con estampados florales—. Ya sé que tengo un aspecto ridículo, pero no sabía lo que las mujeres inglesas se ponen para trabajar en el jardín, y Laura Ashley me pareció lo más apropiado. Aunque creo haber arruinado tres vestidos diferentes... — su nervioso parloteo se apagó.

Peter avanzó un par de pasos para que ella pudiera ver su cojera, y se detuvo.

Genevieve no sabía qué decir. Por primera vez desde que él recordaba, se había quedado sin palabras. Intentó no sonreír, y se quedó observándola, esperando.

—Bueno —dijo ella finalmente—. Me alegro de que por fin hayas decidido venir a casa. No sé si habrá bastante para cenar, pero puedo ir a comprar. ¿Qué te apetece comer?

El no respondió, porque su respuesta la hubiera dejado pasmada.

— ¿No vas a decir nada? —le preguntó ella, acercándose —. ¿No vas a preguntarme por qué estoy aquí o decirme que me vaya?

—No —respondió él.

— ¿Por qué no?

—Porque éste es el lugar al que perteneces —le dijo, y extendió los brazos para que ella se fundiera con su corazón y con su vida. Para siempre.

FIN

Esta novela ha sido escaneada por  Naconxa  y corregida por Pily.