Capitulo 16
Peter Jensen levantó a Genevieve con brusquedad e impaciencia. Estaba muy pálida y demacrada, y había perdido peso.
—Tiene un aspecto horrible —dijo, cortándole la cuerda de las muñecas—. ¿Se puede saber qué le has hecho? ¿No tenías que protegerla de Van Dorn?
—Harry no la ha tocado. Por si no te has dado cuenta, es una mujer muy testaruda. No se le da muy bien captar indirectas.
—Desde luego que no —corroboró Peter, mirándola—. ¿Por qué la has amordazado? —preguntó. Se dispuso a quitarle la mordaza, pero las palabras de Takashi lo detuvieron.
—Me dijiste que era una bocazas. Pensé que todo sería más sencillo si no la oía quejarse.
Peter dudó. Genevieve lo miraba furiosa por encima de la mordaza, y él intentó ignorar la sensación de alivio al ver el primer síntoma de vitalidad.
— Tienes razón. Será mejor que se la deje puesta.
Ella se apartó e intentó quitarse la mordaza, pero los nudos de Takashi eran demasiado difíciles para una simple abogada de Nueva York.
—Baja las manos o te cortaré un dedo —le advirtió, cortando los lazos de seda. Miró significativamente a Takashi... Aquellas prendas debían de haber salido de los armarios de Harry. La seda era suave, pero muy fuerte, y era imposible romper sus nudos. La sangre, el sudor y las lágrimas sólo servían para hacerla más resistente.
La mordaza cayó al suelo, y Genevieve Spenser empezó a despotricar.
— ¡Hijo de perra, maldito...!
— Sí, yo también me alegro de que estés viva — la interrumpió él—. Y ahora cállate y déjame que te saque de aquí.
— La dejo en tus manos — murmuró Takashi.
— ¿Te has ocupado de no dejar rastro? Qué pregunta tan estúpida... Claro que sí. Gracias por esto.
—Si por «esto» te refieres a mí... —empezó Genevieve.
—Cállate —le ordenó Peter—. Si quieres salir viva de esto sin fastidiamos a mí o a Takashi, será mejor que mantengas la boca cerrada.
—Me da igual lo que pueda pasarte —espetó ella con toda la arrogancia posible, estando en el fondo de una cueva con un pijama negro de seda que le quedaba enorme—. El señor O´Brien, en cambio, se merece toda mi gratitud.
— ¡No, por Dios! —exclamó Takashi con una expresión de puro horror—. Sólo le he hecho un favor a un amigo.
—Vas a conseguir que nos vuelen la cabeza —le dijo Peter a Genevieve—. Pero si puedes guardar silencio y hacer lo que digo, tal vez tengamos una mínima posibilidad de sobrevivir.
Cualquier espía era experto en ocultar sus reacciones, y Takashi O’Brien era uno de los mejores. Pero a Peter no se le pasó por alto el destello de regocijo en sus ojos oscuros.
— ¿Quién lo habría pensado? —murmuró, más para sí mismo.
— ¿Quién habría pensado qué? —le preguntó Peter, pero Takashi ya se había alejado por donde había venido, dejándolo a solas con la irascible señorita Spenser. Peter no se sentía muy complacido con la situación.
— ¿Vas a callarte y venir conmigo, o tendré que dejarte aquí abajo para que te encuentren los esbirros de Harry?
—No estoy segura de qué sería lo mejor.
—Sí no lo sabes, es que no eres tan inteligente como creía —dijo él—. Yo me voy. Sígueme si quieres.
Ella lo siguió, naturalmente. Peter no lo había dudado ni por un momento, pero Genevieve era demasiado orgullosa como para no ofrecer resistencia. El descenso por la escalera de piedra ya había sido bastante duro para él, por lo que a Genevieve le costaría un esfuerzo terrible subir los escalones después de tantos días inactiva. Pero no podía aminorar la marcha. La única manera de sacarla viva de allí era moverse con rapidez, y por alguna razón estupida había decidido rescatarla. Debía de haber perdido la cabeza.
A Genevieve no le quedaban fuerzas para discutir con él, pero no había perdido su espíritu combativo, aunque el cansancio lo hubiera silenciado. Su furia y su rechazo a dejarse intimidar era uno de los rasgos que más la atraían de ella. Corrección. Era uno de los rasgos que menos lo irritaban de ella.
Era un favor a un amigo. Takashi O’Brien podía hacer lo que fuera necesario, pero nadie merecía cargar con el destino de Genevieve Spenser, salvo el idiota que había jorobado la misión.
Sí, él se lo merecía, pensó mientras aminoraba casi imperceptiblemente la marcha. Estaba pagando el precio por su fracaso. Después de veinte años sabía que no podía distraerse ni por un momento hasta que la misión no se hubiera completado.
Pero todos los años de experiencia y entrenamiento no le habían servido para tratar con alguien como Genevieve, la mujer más peligrosa que había conocido en su vida, incluso sin armas automáticas. Al menos para él. Takashi se compadecía de ella, y Bastien la habría ignorado, pero en su caso estaba perdido.
Genevieve resbaló en los escalones, y él la agarró antes de que pudiera caer por la larga y traicionera escalera. En la tenebrosa oscuridad sólo podía ver sus ojos, mirándolo llenos de pánico y confusión. Y de furia. Fue eso último lo que lo tranquilizó. Mientras Genevieve pudiera luchar, podría sobrevivir. Con o sin él. Llegaron a lo alto de la escalera, y tiró de ella hasta el pequeño rellano.
—Tendrás que agachar la cabeza, no levantar la voz y prestar atención a mi señal. En caso contrario, harás que nos maten a los dos. Este lugar está bien camuflado, pero hay demasiada gente por los alrededores.
— ¿Quieres que me ponga una burka y un velo? ¿O deberías amordazarme otra vez por si acaso? — le preguntó con sarcasmo.
—Confío en ti.
Aquello la dejó atónita durante unos segundos, pero enseguida volvió a la carga.
—Bueno, pues yo no confío en ti ni en tus amigos. Quiero que me subas a un avión para Nueva York y que salgas de mi vida para siempre.
No había nada gracioso en ello, pero Peter se echó a reír de todos modos.
—Nada me gustaría más que salir de tu vida, pero no haces más que estropearlo todo. Y de momento no vas a volver a tu apartamento. Takashi es uno de los mejores, pero Harry no confía en nadie, y si no recibe tu cabeza en una bandeja empezará a sospechar. Sería imposible encubrir tu regreso a Nueva York.
—Me ocultaría en mi apartamento y no saldría para nada —dijo ella con una nota suplicante en la voz—. Pediré que me lleven la comida, y nadie sabrá que estoy allí.
—Nadie, salvo el conserje, el repartidor de comida a domicilio y cualquiera que esté vigilando edificio. Y, créeme, alguien lo estará vigilando hasta que Harry se convenza de que estás muerta.
Voy a llevarte a un sitio seguro, y cuanto menos discutas, más sencillo será todo.
— ¿Más sencillo para quién?
— ¿Para quién? —repitió él, reprimiendo una carcajada. La abogada que había en ella tenía que hablar con precisión incluso en las situaciones más dramáticas—. Para ti, naturalmente. Si te callas, no me veré obligado a silenciarte por la fuerza.
—Llevas amenazándome de muerte desde que nos conocimos —dijo ella—. Empieza a ser un poco aburrido.
— Cuando te conocí era un fantasma gris, como tú me llamaste. Y no te amenacé con matarte. Simplemente, tenía que hacerlo.
— Sácame de aquí. Si me llevas a un lugar seguro y me dejas en paz, no diré ni una palabra.
—Cuánto me cuesta creer eso —murmuró él—. Mantén la boca cerrada y sígueme, ¿entendido?
—Sí, mi señor y maestro.
Era una espina en el trasero, pensó Peter mientras abría con cuidado la pesada puerta reforzada. Al otro lado, la caverna estaba a oscuras y en silencio. No era probable que nadie hubiese entrado mientras él bajaba a rescatar a Genevieve, pero tenía que asegurarse antes de dirigirse hacia el coche.
—Agáchate y no te muevas mientras examino los alrededores para asegurarme de que no hay sorpresas desagradables.
Ella no discutió y se apoyó contra la pared. El se agachó a su lado, con el rostro muy cerca del suyo, y Genevieve apartó la cabeza para no tener que mirarlo. Pero él le tomó la barbilla con la mano y la obligó a hacerlo.
—Voy a dejar la puerta abierta. Si ocurre algo, si alguien dispara, cierra sin pensarlo. Costará mucho abrirla, y así tendrás una oportunidad para luchar. Vuelve con cuidado por el camino que has venido, Si conozco bien a Takashi, se asegurará de que todo salga según lo planeado y vendrá con una alternativa si a mí me ocurre algo.
— ¿Si a ti te ocurre algo? —repitió ella en voz baja—. ¿A qué te refieres con eso?
—Lo sabes muy bien. Tu mayor deseo. Y ahora no hagas ningún ruido.
Le soltó la barbilla y se alejó. Ella seguramente había pensado que quería besarla. Pobre ingenua. Por supuesto que quería besarla. Y era lo último que haría.
Harry siempre había tenido debilidad por la ciencia ficción, y le gustaba pensar en su ruta secreta de escape como en la Baticueva. Peter estaba de acuerdo. Takashi le había dado el código que habría la puerta oculta en el garaje y había metido el coche en la caverna, aparcándolo junto al Porsche de Harry. Se había encontrado con un guardia, naturalmente, pero no le había costado dejarlo fuera de combate y ocultar el cuerpo en el asiento trasero del Porsche. No había necesitado la ayuda de Takashi para sortear el sistema de seguridad y encontrar el camino hasta la irritante señorita Spenser. Ahora sólo tenía que cerciorarse de que todo estaba despejado antes de subirla al Ford y sacarla de allí.
El pijama negro había sido una sabia elección... de esa manera conseguía fundirse con las sombras, salvo por sus cabellos, que se había recogido convenientemente. Pensó que algunos hombres la encontrarían atractiva, pero él no era uno de ellos. No, la imagen de Genny Spenser con un pijama negro de seda lo dejaba absolutamente frío...
Un arma abrió fuego en la oscuridad. Peter sintió una punzada en el hombro y se arrojó velozmente al suelo, pistola en mano, para rodar entre los coches. Había matado al primer guardia, pero debía de haber otro. U otros.
Se tocó el hombro y maldijo en silencio. Estaba sangrando, por lo quesería más fácil seguirle el rastro. Su atacante no sabía si lo había herido o matado, pero no dijo nada y atravesó la caverna sin molestarse en no hacer ruido. Peter estaba demasiado bien entrenado. Rodó de costado, medio ocultándose bajo el Ford y contuvo la respiración. Oyó cómo se cerraba la puerta de la escalera y soltó un suspiro de alivio. Al menos Genevieve estaba fuera de peligro. Con un poco de suerte, el guardia pensaría que él era el único que había huido por las escaleras, y Peter podría atacarlo por sorpresa.
Desde el suelo podía ver la puerta, y aún la vio mejor cuando el guardia encendió su linterna e iluminó la cueva. Peter se arrastró un poco más bajo el coche, pero había dejado una mancha de sangre en el suelo de granito, y ni siquiera a un aficionado le pasaría desapercibida. Aún tenía la pistola en la mano, y una frialdad muy familiar se extendía por su interior. Tendría que levantarse y disparar, confiando en su buena puntería. Nunca había fallado un disparo, pero tampoco había fracasado en una misión hasta esa última. Si había llegado su hora, que así fuera. Al menos Genevieve conseguiría escapar, y Takashi cuidaría de ella.
La linterna se apagó, y Peter oyó movimiento en la cueva. Había dos hombres. ¿Por qué no se había dado cuenta antes? Dos hombres que lo estaban buscando. Salió de debajo del coche y se sentó sin hacer el menor ruido. Tenía una excelente visión nocturna y estaba convencido de que podría eliminar al menos a uno de ellos. Un segundo enemigo era más problemático, pero él era uno de los mejores tiradores del mundo, y la suerte jugaba a su favor. Subió las rodillas y esperó con calma y frialdad. Esperó y esperó...
Todo sucedió a la vez. El destello de la linterna lo iluminó de lleno, y más allá pudo ver el cañón de una pistola. Y entonces una figura se lanzó hacia él.
— ¡No! — gritó ella, y en una milésima de segundo Peter se dio cuenta de quién era la segunda persona. Genevieve no se había escondido, pensando que podía salvarlo.
De no haber estado tan irritado tal vez se hubiese conmovido por su ingenuidad, pero en esos momentos se limitó a apartarla y a meterle una bala en la cabeza al hombre de la linterna antes de que él disparase primero. El hombre cayó, la linterna se estrelló en el suelo y rodó a un lado. Peter se arrojó hacia el guardia, pero ya sabía que estaba muerto. A pesar de estar cegado por la linterna, había conseguido alcanzarlo entre las cejas.
Sintió cómo Genevieve se acercaba por detrás, y apenas pudo contener su cólera. Se apartó para agarrar la linterna e iluminó el rostro del cadáver. No estaba seguro de por qué lo hizo... tal vez para castigarla, pero la reacción de Genevieve se limitó a un gemido ahogado de horror.
— Buen disparo — dijo ella, intentando parecer despreocupada—. ¿Por qué los asesinos de elite siempre disparáis entre los ojos?
El se volvió hacia ella y vio que estaba muy lejos de sentir la calma que aparentaba. Tenía el rostro completamente pálido y Peter se preguntó si iba a desmayarse.
—Porque un disparo limpio y certero es lo que mejor se puede hacer con un arma de pequeño calibre Con un arma mayor le habría volado la cabeza y todo se habría puesto perdido de sangre y de sesos. ¿Vas a desmayarte otra vez?
—Yo no me desmayo —protestó ella.
—Como tampoco desobedeces las órdenes. ¿Qué demonios creías que estabas haciendo?
Ella no respondió, pero Peter tampoco se espera una respuesta.
—Sube al coche —dijo con voz cansada. El hielo se había derretido en sus venas, dejándolo vacío y exhausto.
— ¿En cuál?
—En el Porsche desde luego que no, nena —dijo él con una débil carcajada—. Es de Harry, y llamaría demasiado la atención. Además, hay un cadáver en el asiento trasero.
Ella estaba a punto de traspasar su límite, igual que él, pero no dijo nada. Rodeó el sedán de aspecto anodino y se sentó junto al volante. Cuando Peter se sentó a su lado y la vio con el cinturón de seguridad abrochado, sintió ganas de echarse a reír.
—Si vuelves a desobedecerme, te mataré yo mismo — dijo mientras arrancaba el motor.
Ella no dijo ni una palabra. Giró la cabeza y se quedó mirando por la ventanilla, mientras Peter salía del garaje subterráneo que ahora contenía un Porsche y dos cadáveres.
«Si vuelves a desobedecerme, te mataré yo mismo», le había dicho, y ella no había respondido. Tantas amenazas y tantas muertes la habían dejado aturdida, agotada y sin el menor deseo de luchar. Los faros alumbraban la caverna mientras el coche seguía subiendo, y Genevieve tuvo la ridícula sensación de que la estaba sacando del infierno. Pero Peter era la viva encarnación del diablo, y a cualquier lugar al que la llevara estaría lleno de muerte.
— Quiero volver a Estados Unidos — dijo, reencontrándose con su voz, pero sin mirarlo. No miraría las manos que la habían tocado y que habían matado por ella. Peter soltó una carcajada desdeñosa que no ayudó a tranquilizarla.
— ¿Ah, sí?
—Me da igual que este agujero del Tercer Mundo sea seguro. Quiero irme a casa. Si no es a Nueva York, a cualquier lugar de Norteamérica.
Lo miró de reojo, y vio cómo sacaba un dispositivo BlackBerry del bolsillo y pulsaba unos cuantos botones. Un momento después, la pared rocosa se abrió frente a ellos.
— ¿Qué te parece California? —le preguntó mientras la puerta se cerraba tras ellos.
Genevieve se quedó un momento en silencio. Se sentía desorientada y ridícula.
— ¿Dónde estamos?
—Cerca de Santa Bárbara. ¿Dónde te creías que estábamos? ¿En un agujero del Tercer Mundo? Aunque... ¿no era a un sitio así adonde pensabas ir para tus vacaciones? Dentro de una semana puedo mandarte para allá y así podrás revolcarte en tus sentimientos.
— ¿Por qué dentro de una semana? —preguntó ella.
— A finales de abril, Harry van Dorn estará muerto, y tú no tendrás que verme nunca más.
—Promesas, promesas — murmuró ella, apoyando la cabeza en el asiento. Se giró para mirarlo por primera vez, y a punto estuvo de reír. Peter parecía un estadounidense cualquiera de clase media, conduciendo su Ford por las autopistas de California. Salvo que ese estadounidense normal de clase media había matado a dos hombres. Y su hombro izquierdo estaba manchado de sangre.
Isobel Lambert iba a tener que pedir ayuda, y no le gustaba nada. Creía firmemente que había que mantener la palabra, y una vez que alguien abandonaba el Comité era libre, siempre que mostrara la discreción habitual.
Pero aquella situación distaba mucho de ser habitual. Todo su personal estaba trabajando en desbaratar la Regla de Siete, y el tiempo se les acababa. Dos piezas más habían encajado gracias a su duro y meticuloso trabajo. Harry van Dorn tenía a unos neonazis preparando un atentado en el monumento de Auschwitz, y pensaba que podría volar la Casa del Parlamento a pesar de los servicios de seguridad británicos. No había sistemas de seguridad infalibles, pero Harry aún no se había dado cuenta de que el Comité estaba especializado en lo imposible. Habían detenido a los suicidas elegidos por Harry en una redada habitual, y el personal de transporte público había decidido convocar una huelga para el diecinueve y veinte de abril, por lo que nadie podría ir a trabajar. Problema resuelto. Pero aun quedaba Peter Jensen, atrapado en mitad del país con una fastidiosa compañía y sin posibilidad de usar los recursos de la agencia para salvarse.
Sólo había una persona a la que Isobel podía recurrir. Esa persona tal vez no lo hiciera por ella, pero sí lo haría por Peter. Posiblemente se negaría a ayudarla, pero Isobel sabía que acabaría haciendo lo correcto, como siempre. Se habían salvado la vida mutuamente en incontables ocasiones. Era el momento de que Bastien Toussaint volviera a hacerlo.