Capitulo 6

 

Genevieve no podía recuperar el aliento. A pesar de que el suelo estaba enmoquetado, el impacto había sido tan fuerte que la había dejado sin aire, y la rodilla que le oprimía el pecho le impedía respirar con normalidad. Jadeó con fuerza hasta que el oxígeno volvió a entrar en sus pulmones, y con él toda su ira.

Se retorció con rapidez y le agarró el tobillo para intentar doblarlo, pero él era mucho más fuerte y resistente que los hombres con los que había practicado. Y aquello no era un entrenamiento.

El se inclinó para apartarle las manos, y la puso en pie de un tirón. Era más alto que ella, estando sin tacones, pero no dudó un solo instante y levantó la rodilla con todas sus fuerzas. No llegó a golpearlo, pues él ya le había dado la vuelta y la tenía de cara contra la pared con los brazos a la espalda.

—Sabes defenderte —le murmuré al oído—. Pero tus intensos son patéticos. Nunca intentes golpear a alguien en los testículos si no tienes posibilidad de escapar. No hay nada que enloquezca más a un hombre.

Ella no dijo nada, pensando frenéticamente dónde podía intentarlo a continuación. Las rodillas siempre eran un punto vulnerable, y había varios golpes que podían ser letales.  El se apartó, aunque sin soltarle las muñecas, y ella se preguntó si podría volver a dar una patada hacia atrás.

—Yo de usted no lo intentaría —le advirtió él en voz baja—. Es demasiado fácil anticiparse a sus movimientos. Y le advierto que deje de apuntar a mis testículos. Me saca de quicio.

De algún modo había conseguido darle la vuelta, y ahora la tenía de frente, sujetándole las muñecas con una mano. Genevieve ni siquiera se había dado cuenta de que se las había soltado por un momento. Había estado intentado protegerse después de ser la alumna aventajada del maestro Tenchi.

—He conseguido derribar a su amigo —dijo en tono desafiante.

—Sí, pero Renaud es un idiota y la subestimó. Me temo que es el tipo de persona a la que le gusta guardar rencor. No tengo intención de permitirle que se tome la revancha, pero tal vez cambie de idea si me sigue incordiando.

Ella quiso decir algo cortante, pero en el fondo prefería a Peter Jensen antes que enfrentarse a Renaud. Jensen ni siquiera respiraba con dificultad. Los ojos que le habían parecido incoloros eran ahora sorprendentemente azules, lo que le recordó que...

— ¿Tiene líquido para las lentillas?

El la miró, perplejo. Si no podía vencerlo con sus técnicas de defensa personal, tal vez pudiera desconcertarlo con palabras.

— ¿Cómo dice?

—Antes debía de llevar lentes de contacto, lo que significa que debe de tener solución líquida en alguna parte del yate. Lo necesito urgentemente. Llevo cuarenta y ocho horas con las lentillas puestas y me están matando. Tendría que habérmelas quitado cuando aún tenía mi bolso, pero estaba más preocupada en salir de aquí.

—Sea sincera, señorita Spenser. Lo que le interesa son sus pastillas. Y no se moleste en buscar un arma. No hay nada que pueda usar. Y la ventana es demasiado pequeña para que pueda salir por ella.

— ¿Es otra indirecta sobre mi peso?

El esbozó una sonrisa irónica.

—Es una portilla, señorita Spenser. Nadie podría salir por ahí. ¿Por qué las mujeres son tan susceptibles con su peso? Cinco o siete kilos de más no suponen ninguna diferencia, salvo cuando tengo que cargar con usted al hombro.

Si no le estuviera agarrando las muñecas, Genevieve le habría dado una bofetada.

—Ya sabe cuál es la respuesta, ¿verdad? —dijo con falsa dulzura—. No haga que pierda el conocimiento y no tendrá que cargar conmigo.

— Entonces compórtese.

La soltó, y por un largo rato los dos permanecieron inmóviles. El estaba esperando seguramente si próximo movimiento, pero como le había dejad muy claro que se anticiparía a ella, Genevieve decidió no intentar nada. Por ahora.

— ¿Le importa apartarse? — le preguntó—. ¿O voy a tener que pasar a través de usted?

El se retiró lo bastante para dejarle paso, pero lo bastante cerca para agarrarla de nuevo. Era una sensación insoportablemente incómoda, estar atrapada con alguien que podía adivinar todos sus movimientos. Pasó a su lado y cerró la puerta del baño tras ella.

Jensen tenía razón. No había nada que pudiera usar como arma. Se lavó la cara con agua fría y le sacó la lengua a su imagen en el espejo. Tenía el pelo revuelto y enredado y se hizo una trenza con hilo dental, antes de quitarse las lentillas. No tenía ni idea de dónde estaba su bolso, y entonces fue consciente del dolor de cabeza y del temblor de manos.

Abrió la puerta del baño y asomó la cabeza. Jensen volvía a estar sentado y leyendo, como si acabar el libro fuera lo único que importara.

—Eh —lo llamó—. ¿Dónde está mi bolso? Necesito mis gafas y mis pastillas.

—Nada de pastillas —dijo él—. Pero le diré a Hans que busque sus gafas. Mientras tanto, hay un montón de ropa en la mesa. Busque algo que le siente bien. Los diseños de Armani no están hechos para una rehén en el mar.

Aquel bastardo sabía que vestía Armani, así como su talla y su peso. Agarró las ropas y volvió al cuarto de baño, donde reprimió un gruñido mientras se quitaba el traje hecho jirones. Ni siquiera quería pensar en cuánto le había costado. Tenía cosas más importantes en la cabeza que la pérdida de su vestuario.

Se puso unos pantalones holgados color caqui y una camiseta blanca. Los pantalones le colgaban alrededor de las caderas, y a pesar de la longitud de sus piernas, las perneras le arrastraban por el suelo, por lo que tuvo que doblarse el bajo varias veces. No se molestó en mirarse al espejo... apenas podía enfocar sin las lentillas, y su imagen tampoco importaba mucho en la situación actual. Abrió la puerta y a punto estuvo de tropezar con el dobladillo de los pantalones.

El levantó la mirada, pero ella no pudo descifrar la expresión de su rostro, y no sólo por la carencia de gafas. Aquel hombre era un maestro ocultando sus reacciones,

—Los pantalones le están demasiado largos —- observó.

—Ultimas noticias... No soy tan alta como Harry —replicó ella, dejándose caer en el sofá. Aún no había descartado la idea de intentar neutralizarlo y huir, pero no podía hacerlo si no veía.

—Toma —dijo él, arrojándole algo—. Córtalos.

Ella agarró el objeto y se quedó sorprendida a ver que se trataba de la navaja del Ejército Suizo. Miró a Peter, pero éste le dedicó una sonrisa.

—Si consigue herirme con eso, lo tendré merecido.

—Desde luego que lo merece —murmuró eH inclinándose para cortar la tela en los tobillos.

—Yo de usted los cortaría más arriba, así podria dar patadas más fácilmente y correr más rápido.

Tenía sentido, aunque era un misterio por que sugería algo así. Introdujo la hoja corta de la navaja a través de la tela a la mitad del muslo y cortó la pernera. Acto seguido hizo lo mismo con la otra. El corte era desigual, y cortó dos centímetros más primera. Al levantar la mirada, vio que Peter la observaba con gran interés. Esperó a que hiciera algún comentario ofensivo, pero él se limitó a asentir y volvió a su libro.

Genevieve plegó la navaja y se la metió en el bolsillo. Quería comprobar si él se acordaba de pedírsela.

— Quiero mis tranquilizantes — dijo.

—Me temo que en eso no puedo ayudarla. No hay droga que no le guste a Hans. Ya se los ha tomado todos.

— ¿Todos? ¡Lo matarán!

—A Hans no. En cualquier caso, esas píldoras son una birria. Sólo sirven para calmar un poco a las mujeres nerviosas.

—Yo no soy nerviosa —protestó ella—. Pero hasta usted tiene que admitir que un secuestro es razón suficiente para poner nervioso a cualquiera. El apartó la vista del libro para mirarla.

— Sobrevivirá.

— ¿Ah, sí? ¿Sobreviviré? —preguntó con soma.

El dudó con el ceño fruncido.

—No me gustan los daños colaterales. Son inevitables cuando no se hace bien el trabajo, lo cual no es mi intención.

— ¿Está diciendo que si es tan bueno como dice, no tendré que morir? —preguntó ella alegremente.

El no respondió, lo que no resultaba muy alentador. El silencio se alargó durante un largo e incómodo rato, hasta que finalmente volvió a levantar la mirada.

—Será mejor que nadie sepa que tiene una navaja—dijo tranquilamente, disipando las dudas de Genevieve —. No creo que pueda hacer mucho daño con ella, pero nunca conviene subestimar el elemento sorpresa. Si no me hubiera dejado tan claro que tenía intención de luchar, tal vez habría tenido una posibilidad contra mí.

— ¿Quiere decir que podría haber escapado? preguntó ella.

—No, quiero decir que para mí no habría sido tan insultantemente fácil detenerte. La próxima vez no ataque el blanco más obvio. Mejor aún, mire aquel punto que no vaya a tocar. Si piensa atacar sus ojos, fije la mirada en su ingle. Si piensa golpearlo en la garganta, actúe como si fuera a darle una patada. Es uno de los golpes más efectivos, por cierto. Si lo ejecutas correctamente, puedes reventarle la laringe a tu rival y hacer que se ahogue en su propia sangre.

—Eso es repugnante —dijo ella automáticamente.

La sonrisa de Peter estaba totalmente desprovista de humor.

—La muerte suele ser repugnante, señorita Spenser. No son trucos de Hollywood. Es un negocio sucio y maloliente.

— ¿Lo es? ¿Es un negocio?

—A veces.

— ¿Para usted?

—A veces.

No estaba siendo muy tranquilizador. Aunque ella tampoco esperaba que lo fuera.

— ¿Qué más?

— ¿Cómo dice?

— ¿Qué más debo hacer para defenderme, además de reventar la laringe? Tal vez sólo quiera inmovilizar a alguien, no hacer que se ahogue en su propia sangre. Algunas personas somos más escrupulosas que otras.

—No se moleste en intentar barreno con su pierna. Es un truco demasiado común, y no es lo bastante rápida para llevarlo a cabo. Si tiene un objeto punzante, como una navaja de bolsillo, un bolígrafo o incluso un juego de llaves, cláveselo en los ojos. Y no diga otra vez que es repugnante. Si su enemigo no puede ver, no podrá atraparla.

Genevieve no se molestó en señalar que las probabilidades de contar con unas llaves no eran muchas si las cosas seguían como estaban.

—Está bien —dijo—. Seguiré buscando algo para detenerlos, no para incapacitarlos de por vida.

El dejó el libro y la miró en silencio durante unos momentos.

—Levántese —le ordenó, poniéndose en pie—. Vamos.

Genevieve dudó. No le gustaba que se irguiera sobre ella, pero tampoco quería levantarse y estar cerca de él. No debería haber sacado el tema...  Pero si no se levantaba, él tiraría de ella para ponerla de pie, de modo que obedeció. Peter estaba muy cerca, demasiado cerca.

—Dése la vuelta.

Era lo último que ella quería hacer.

—No tengo intención de darle la espalda si puedo evitarlo.

—No tiene elección —dijo él. Le puso las manos en los hombros y la hizo girarse hasta encarar la pared. Vio el cuerpo de Harry en la cama, drogado e inmóvil, y se preguntó si ya estaría muerto. ¿Qué habría hecho aquel pobre hombre para merecer el asesinato?

Un momento después estaba tendida bocabajo en el suelo, con Peter apoyando una rodilla en mitad de su espalda.

— ¿Podría quitarse de encima? —preguntó, con la voz ahogada por la moqueta.

El se apartó, y ella rodó de costado para poner distancia entre ambos. Peter estaba sentado en cuclillas, muy tranquilo.

—No puede permitirse una distracción ni preocuparse por cosas que escapan a su control, como Harry van Dorn en la cama. Así no tendrá ninguna posibilidad contra Renaud, Hans o cualquiera de los otros.

— ¿Hay otros? —preguntó ella, ignorando el resentimiento por la facilidad con que Peter podía leerle la mente.

—Pues claro que hay otros. Una operación de este calibre no es un asunto cualquiera.

—Deben de contar con una subvención muy generosa.

—Cierto. Pero no voy a contarle los detalles. Sólo estoy intentando enseñarle algunas técnicas que pueden resultarle útiles si Hans o Renaud deciden divertirse un poco a su costa. Si se enfrenta a uno de los otros, no tendrá tanta suerte.

—No se puede decir que haya tenido mucha suerte últimamente — dijo ella.

—Aún sigue viva, ¿no? Eso ya es tener un golpe de suerte. Y no creo que tenga que preocuparse mucho por Hans. No le gustan especialmente las mujeres.

— ¿Y eso no lo convierte en un sujeto más proclive a acabar conmigo?

El alargó una mano, y ella no tuvo más remedio que aceptarla para ponerse en pie.

—Dudo que se tome tantas molestias. Usted no significa gran cosa en su escala de valores.

— ¿Y qué me dice de usted? —le preguntó. Aún seguía agarrándola del brazo, el mismo que le había retorcido a la espalda, y con el pulgar le acariciaba distraídamente la zona dolorida. Genevieve se preguntó si sabía lo que estaba haciendo y retiró el brazo, fulminándolo con la mirada.

—Va a tener un cardenal —dijo él.

— ¿Qué pretende hacer, besarlo para que desaparezca?

El silencio cayó entre los dos. Parecía que hubiese otra presencia en la habitación, aparte del cuerpo inerte de Harry, y por un momento Genevieve temió mirarlo a los ojos. Lo hizo de todos modos, aunque no pudo descifrar su expresión.

Era como haber abierto la caja de Pandora... No había vuelta atrás. Y sería una pérdida de tiempo fingir otra cosa. Peter parecía tener una malvada habilidad para saber lo que estaba pensando.

—Anoche me besó —dijo bruscamente.

No hubo cambio alguno en su expresión, pero Genevieve estuvo segura de que encontraba divertida la acusación.

—Sí —admitió él—. ¿Lo hice?

— ¿Por qué?

— Porque era el modo más fácil de hacerle perder la conciencia. ¿Quiere que se lo demuestre?

— ¡No! — gritó ella, intentando retroceder.

El esbozó una sonrisa.

—No me refiero al beso. Me refiero a esto — antes de que ella supiera lo que estaba haciendo, le había puesto la mano en el cuello.

Sin duda sentiría su pulso acelerado, pero no había modo de ocultarlo. Y seguramente estaba acostumbrado a percibir esas reacciones.

— No se mueva —le dijo cuando ella intentó soltarse. Sus largos dedos le acariciaban la nuca mientras con el pulgar le recorría la garganta.

— Suélteme.

—Presione su pulgar en este punto —dijo él. Apretó ligeramente y ella empezó a sentir que se desmayaba—. Así no tendrá que preocuparse por ahogar a nadie en su propia sangre. Pero tiene que hacerlo bien. Por eso la besé. Era el modo ideal de conseguir que se quedara quieta el tiempo suficiente.

— ¿Y si estuviera intentando dejar inconsciente a otro hombre? —le preguntó ella con sarcasmo.

—Entonces lo beso —respondió él con una tranquilidad absoluta—. Y ahora inténtelo.

—Creo que no...

—No me refiero al beso, sino a la técnica — explicó él, agarrándole la mano y llevándosela a su propio cuello—. No sea tan remilgada. Busque a ver si puede encontrar el punto exacto.

Ella no quería tocarlo. Sentía su piel fría y sedosa bajo la mano, y su pulso sosegado contrastaba con sus latidos desbocados. Presionó duramente con el pulgar, pero él negó con la cabeza y tiró de ella.

—Tiene que deslizar la mano sobre la nuca, como si fuera mi amante — le dijo en tono suave y seductor. Le cubrió la mano con la suya, como una caricia, y le movió el pulgar hacia un punto en el lateral del cuello—. Presione aquí, pero tiene que hacerlo con fuerza y firmeza. Por eso funciona mejor si estás besando a alguien. De ese modo están distraídos y no se dan cuenta de tus intenciones hasta que es demasiado tarde.

—No voy a besarlo —dijo ella con voz cortante—. Es lo último que quiero.

—Eso no es cierto — susurró él—. Pero si es feliz creyéndolo, no seré yo quien le demuestre lo contrario — su mano seguía cubriéndole la suya, acariciándole los dedos. Pero de repente se apartó y Genevieve se sintió débil y perdida—. Dése la vuelta.

—No —negó ella—. Ya sabemos que me puede tirar al suelo en cuestión de segundos.

— Sí, puedo hacerlo. Pero tiene que aprender a impedir que Renaud o Hans hagan lo mismo. Porque no es probable que le permitan volver a levantarse, y seguramente intenten atacarla por detrás. Ninguno de los dos tiene un comportamiento muy deportivo.

— ¡Esto no es un deporte! —protestó ella.

—Tal vez para usted no lo sea. Pero sí lo es para ellos. Ahora dése la vuelta y no piense en el pobre Harry. Piense sólo en lo que la rodea, lo que suponga una amenaza. Intente sentir cómo me acerco...

Su voz se apagó bruscamente cuando ella le dio un codazo en el estómago con todas sus fuerzas. Tenía unos abdominales de acero... Seguramente ella sufriría una tendinitis por el golpe. En caso de que viviera lo suficiente. Se giró para mirarlo, preguntándose si le devolvería el golpe, pero Peter parecía complacido.

—Eso está mejor —dijo.

—Eso es porque estaba distraído —dijo ella—. Vamos a intentarlo otra vez...

De nuevo se vio en el suelo, esta vez tendida de espaldas y con él sentado a horcajadas sobre ella.

—No se jacte de haber dado un golpe. Sólo conseguirá que su rival se ponga más alerta.

Ella lo miró. Le costaba respirar, pero esa vez no se debía a la fuerza del impacto. Se dijo a sí misma que era por el pánico, por la desagradable sensación de estar atrapada por alguien más grande y fuerte que ella. Era lógico, pero no del todo cierto.

—Apártese de mí, o la próxima vez que tenga un bolígrafo o unas llaves a mano va a quedarse más ciego que un murciélago.

— ¿En serio? —preguntó él con una lenta sonrisa. Se inclinó de tal modo que su pelo negro, que tan pulcramente llevaba peinado hacia atrás cuando hacía el papel de fantasma, le cayó alrededor del rostro, oscureciendo su expresión—. Tenía la impresión de que le gustaba esto. Sólo un poco.

— No me gusta — declaró ella, pero su voz sonó débil y jadeante cuando él se acercó. Quizá fuera a besarla otra vez, y quizá esa vez pudiera aprovecharse y lanzar un ataque. O quizá se limitara a quedarse tumbada y permitir que la besara.

La boca de Peter se detuvo a escasos centímetros de la suya.

— ¿Qué está pensando? —susurró.

—Creía que podía leerme el pensamiento.

—No cuando se trata de algo importante —dijo, y dejó que su boca le acariciara los labios por un breve segundo. Entonces se apartó bruscamente, se levantó sin dedicarle una sola mirada y la dejó tira da en el suelo para dirigirse hacia la puerta—. ¿Que quieres, Renaud? —preguntó, sin abrir.

Genevieve ni siquiera había oído los golpes en la puerta. Se sentía como una estúpida.

—La lancha está lista. ¿Qué pasa con la chica? ¿Nos la llevamos con nosotros o nos deshacemos de ella ahora?

Peter se volvió para mirarla con una expresión inescrutable.

—Nos la llevamos —dijo.

—Es más sensato acabar con ella aquí. Dame sólo diez minutos con ella y yo me ocuparé de todo.

—Sé lo poco que te gustan las prisas —repuso Peter—. Déjamela a mí. Haré lo que sea necesario cuando llegue el momento.

—Lo que tú digas, jefe —aceptó Renaud, aunque no parecía muy complacido, y Genevieve sintió un escalofrío al recordar sus ojos pequeños y crueles.

Se puso en pie mientras Peter se apartaba de la puerta.

— ¿La lancha? —preguntó—. ¿Adónde vamos?

—Hemos llegado a nuestro destino —dijo él—. ¿No se ha dado cuenta que el barco se ha detenido?

Aquello explicaba que no hubiera sentido la sensación de angustia y claustrofobia al despertarse.

—Estaba distraída —dijo—. ¿Dónde estamos?

—En la isla de Little Fox. El refugio privado de Harry. Un lugar tan bueno como cualquier otro.

— ¿Tan bueno como cualquier otro para qué?

—Para que Harry van Dorn muera, señorita Spenser. Me temo que al pobre le ha llegado su hora.

— ¿Y a mí? ¿También me ha llegado la hora?  Él no respondió. Lo cual era la peor respuesta posible.

No podía moverse. Habían debido de suministrarle algo muy fuerte; estaba tan aturdido que ni siquiera podía abrir los ojos. Sólo podía permanecer en  su cama, escuchando. No estaba mal para pasar el tiempo, pensó. Su apetito por las drogas era insaciable y estaba disfrutando de los efectos duraderos. Tarde o temprano tendría que hacer un esfuerzo para buscar ayuda, pero de momento podía quedarse allí tumbado, escuchando al bastardo de Jensen con «su» novia.

Le gustaba aquel término. Siempre pensaba en todas sus compañías sexuales como «novias», ya fueran hombres, mujeres, niños o adultos. Genevieve Spenser tendría que ser más disciplinada. Estaba encerrada en una habitación con él y sólo tenía ojos para Jensen. Debería haberse preocupado más en suplicar por su vida que en luchar con su enemigo. Pero ya habría tiempo para ocuparse de eso cuando encontrase a un aliado. Sus captores tramaban un plan oculto... Podía intuirlo, aunque estaba tan drogado que no le importaba. Había una razón por la que aún no lo habían matado, pero, fuera cual fuera esa razón, él sabía la verdad.

No iba a morir. Era demasiado poderoso. La Regla de Siete estaba a punto de darse a conocer, y ninguna fuerza en el mundo podría detenerla. Todo era tan simple y hermoso... Siete desastres, uno detrás de otro, que sumirían al mundo en un caos económico. La clase de caos del que sólo un hombre como él podría beneficiarse. Y todo estaba tan bien planeado que ni siquiera sus secuestradores debían de sospechar la magnitud de su genio, pues se había preocupado de mantener por separado los distintos aspectos del plan. Podia comprar la mejor ayuda, a los más despiadados, y tenía a siete de ellos supervisando sus proyectos. Si uno quedaba fuera, aún estaban los otros seis.

Ninguno de ellos se movería hasta que él diera la orden. Dudaba que alguno de ellos supiera que había elegido el veinte de abril como la fecha adecuada... El cumpleaños de Adolf Hitler y aniversario de las mayores matanzas en Estados Unidos, como Columbine, Waco y Oklahoma. Eran buenos soldados, pero carecían de imaginación.

Por otro lado, Peter Jensen lo había engañado, algo imperdonable para Harry van Dorn. No sólo eso, sino que su ayudante había elegido el veinte de abril como su supuesto cumpleaños. Lo que significaba que sus enemigos conocían su agenda. Bueno, siempre le habían gustado los desafíos, e incluso en su situación actual, drogado e incapaz de moverse en su propia cama, podía intuir su triunfo. No había otra alternativa.

Iba a matar lentamente a Jensen y ver cómo se desangraba hasta la muerte. Tal vez haría que su abogada también mirase, ya que parecía distraerse mucho con él. Y luego tendría tiempo de disfrutar con ella. Tal vez la retuviera durante un tiempo... Era muy fácil conseguir que una mujer se volviera sumisa.

Tendría que haber sabido que un hombre nacido el mismo día que Hitler iba a ser problemático. La coincidencia era demasiado tentadora, pero había sido su único error. Un error que podía ser fácilmente enmendado. En cuanto encontrase a alguien a quien sobornar.