Eso fue todo
Eso fue todo.
Taparon el rostro de Seguí con un saco. Momentos después, a un sindicalista que pasaba por allí, llamado José Gardeñas, le resultó familiar la indumentaria del muerto. Se acercó y levantó el saco. Reconoció al Noi del Sucre y se fue calle adelante repitiendo el nombre de la víctima a gritos.
La noticia corrió rápidamente. María Espés, la mujer de Ángel Pestaña, que vivía cerca, acudió con una sábana para cubrir dignamente el cuerpo de Seguí. Muy poco después apareció el juez y se llevaron el cadáver, al hospital Clínico. Los médicos que practicaron la autopsia, los doctores Liñana y Luanco, certificaron que tenía una única herida producida por arma de fuego, en la cabeza, con orificio de entrada en la región occipital, pero sin salida. La bala quedó alojada en la región frontal. La herida tenía una trayectoria de abajo hacia arriba. Seguí era bastante más alto que Feced.
Perones fue conducido desde la carnicería en la que se refugió al dispensario de la calle Marqués de Barberà. Por el camino, semiinconsciente, repetía una y otra vez, «¡Pobre Noi!». Minutos después que él, llegan al dispensario varios compañeros. El médico de guardia lo tiene tumbado en una camilla, fuma un cigarrillo, habla con calma y dice que no puede hacer nada por salvarle la vida. Simó Piera, que es uno de los que acaba de llegar, saca una pistola y se la pone en la cara al médico, lo conmina a actuar. El médico, lívido, dice que allí no hay medios para intervenir y ordena que lleven al herido inmediatamente al hospital de la Santa Cruz. Lo ingresan en la sala de Santo Tomás, cama 15. Perones había recibido tres impactos. Dos en la pierna izquierda y otro en el lado derecho del tórax, con orificio de salida por la zona izquierda, que había afectado al pulmón derecho y al hígado. El estado es de máxima gravedad.
En la calle Valencia, Teresita Muntaner ha terminado de poner la cena a los niños cuando por el patio oye a un vecino comentar algo con la portera. Hablan muy bajo, Teresa escucha, dicen que ha habido un atentado en la calle de la Cadena, pero no puede entenderlo todo. A pesar de ello «el corazón me iba muy deprisa». Casi inmediatamente hay un revuelo en la escalera. Suben varias personas, llaman a la puerta. Teresa tiene ante sí a Josep Viadiu y a Joaquín Maurín. Antes de que le digan nada, pregunta, ¿Han matado a Seguí? Le responden que no, pero ella insiste, Sí, sí, sí, lo han matado. Los niños, sentados a la mesa, miran asustados bajo la lámpara en forma de barco.
Con la noche, alrededor del hospital Clínico se va reuniendo un grupo cada vez más numeroso de trabajadores y sindicalistas. Quieren ver el cadáver del Noi del Sucre. La policía acordona la entrada. Se reclama una actuación rápida de la justicia. Se lanzan amenazas. Se convoca una huelga.
Al amanecer hay cientos de personas en las inmediaciones del hospital. Barcelona entera está levantada. Las autoridades toman la decisión de sacar de allí el cuerpo del Noi a escondidas. Se decide que el entierro se celebre clandestinamente. La conmoción es máxima, mucho mayor que la prevista por quienes han organizado el asesinato. Y así se hace.
El lunes 12, a las cuatro de la tarde, entierran al Noi del Sucre en un nicho de Montjuich de forma anónima. Sin que nadie supiera nada ni asistiese ningún miembro de su familia ni ningún compañero del sindicato. Un grupo de policías escolta el féretro. Únicamente permiten que, como representantes legales, estén presentes Lluís Companys y Agustí Castellà, el joven amigo de la familia.
Companys, que años después, con los pies desnudos para poder pisar tierra catalana, será fusilado cerca de aquel lugar, despide así al Noi del Sucre, el miembro más vital del triángulo inseparable que habían formado Layret, Seguí y él mismo.
El día siguiente muere Perones. La CNT se moviliza. Se convoca una multitudinaria manifestación en la plaza de Cataluña y desde allí se dirigen hasta la sede del gobierno civil, donde unos representantes del sindicato y de la familia de Francesc Comas, Perones, se entrevistan con el gobernador y pactan que el entierro no sea como el de Seguí. Salvador Raventós, el gobernador, íntimamente avergonzado por todo lo que ha sucedido con el Noi del Sucre, accede a que el de Perones sea público.
Doscientas mil personas se congregan en los alrededores del hospital de la Santa Cruz. Desde allí, el ataúd de Francesc Comas es llevado a hombros hasta el cementerio de Hospitalet. La conmoción es enorme. El funeral de Perones se convierte en el de él mismo y en el de su amigo Salvador Seguí. El Noi del Sucre y él son homenajeados, vitoreados, llorados y ensalzados. Joan Peiró, amigo de ambos y secretario general de la CNT, pronuncia unas emotivas palabras al pie de la tumba de Perones. Recuerda a los dos hermanos caídos juntos y promete justicia.
No la habrá. La policía inicia una tímida investigación. Dos días después del asesinato del Noi del Sucre es detenido un tal Luis Adset, cuya cartera se había encontrado a escasos metros del lugar en el que Seguí había caído muerto. Es interrogado una y otra vez, quizás como maniobra de distracción. El hombre declara no saber cómo perdió la cartera. Se trata, simplemente, de un curioso que se acercó a ver lo ocurrido una vez que habían acabado los disparos. Confiesa que se agachó a ver de cerca el cadáver de Seguí y piensa que fue en ese momento cuando la cartera cayó de su bolsillo.
Desde algunos medios oficiales y patronales insinúan, o declaran abiertamente, que Seguí ha sido asesinado por elementos radicales de la propia CNT. Los anarquistas lo odiaban, se oye decir en más de un círculo. Nadie inquieta a Homs ni tampoco a Feced. Feced presumirá de ser él quien mató al Noi del Sucre. Nadie hace nada. Poco después la huelga cesa. La gente vuelve al trabajo.