Capítulo 25
La comedía tenía que ser perfecta y ya estaba todo preparado cuando Hassan me despertó. Me di una ducha mientras él hacía mi maleta y cuando terminé, le pregunté cómo tendría que irme.
—¿Hay taxi en este pueblo?
—No se preocupe señor, yo mismo le llevaré a la base. Siento mucho que se vaya.
—No te preocupes Hassan, no es culpa tuya. Tengo que volver con los míos.
Antes de tomar el camino de Green Hill, Hassan se desvió, parando enfrente de la última casa del pueblo.
—¿A dónde vamos, Hassan?
—El sheikh me dio instrucciones para que le llevase al fotógrafo. Me dijo que tenía que hacerse unas fotografías para algún tipo de documento.
—¡Ah! Ya recuerdo. Tengo que renovar mi pasaporte.
Por poco lo olvidé, sin las fotografías poco se podía hacer para tener un pasaporte, aunque fuera falso, así que entré y en un instante se las entregué a Hassan para que volviera con ellas.
El camino se me hizo eterno hasta la base; no sabía cómo reaccionarían cuando me vieran aparecer por Green Hill. El soldado que custodiaba la puerta le dio indicaciones precisas a Hassan para que se acercara hasta la residencia de oficiales. Una vez allí, bajé mi equipaje y me despedí de él. En aquel momento salió a recibirme el teniente Maro.
—Señor Montorfano… Nos alegramos de verle de vuelta. ¿Cómo se encuentra?
—Bien, bien, gracias. ¿Sabe por qué he vuelto?
—Esta misma mañana nos ha llamado el sheikh. La verdad es que no ha sido excesivamente claro, tan solo nos dijo que usted no se encontraba a gusto y que prefería regresar aquí para pasar su convalecencia. Para nosotros es un verdadero placer tenerle de nuevo entre nosotros.
—¿No ha dicho nada más?
—No, pero no hemos querido importunarle pidiéndole explicaciones embarazosas. Entendemos que no hayan congeniado; para nosotros también es complicado convivir con gente que nos siente como extraños.
—Lo intenté, pero no podía vivir con gente que no me entendía. Cuando me recupere pienso irme a Beirut. Tengo muchas cosas que hacer allí.
—Puede quedarse todo el tiempo que desee.
Para mí, regresar a la base no era ningún triunfo. Me parecía un tanto aburrida la milicia, en comparación con la vida entre chiitas, donde acababa de descubrir un mundo nuevo con matices interesantes. Todavía no podía tocar el piano y me iba a aburrir como una ostra hablando con los oficiales de temas intrascendentes. Así que, en cuanto dejé mi equipaje, me dirigí a Casa Italia para tomar un trago.
Me fui dando un pequeño paseo, viendo el trasiego de los soldados. Cuando llegué al bar me sorprendió ver lo animado que estaba. No tenía prisa hasta la hora de comer, así que me aposenté en una mesa debajo de la imponente palmera que presidía el jardín. En aquel momento recibí una llamada inesperada.
—Hola Stefano, soy Samir… ¿Estás bien? Espero que te hayan acogido con los brazos abiertos.
—No ha habido ningún problema. Gracias por todo.
—No hay de qué… Escucha bien, esta será la última vez que hablemos. Cuando vuelvas a recibir más llamadas, serán de tu contacto, él te dará las instrucciones a seguir. Después de colgar, borra todo rastro de mi llamada. Solo quiero que sepas que te voy a echar de menos y que espero que puedas regresar sano y salvo a tu casa.
—Yo también te echaré de menos.
—En un bolsillo de la maleta he dejado dinero para ti, supongo que será suficiente hasta que llegues a Beirut. Si necesitas más, solo tienes que pedírselo a tu contacto. Ya he hecho los trámites para lo de tu pasaporte; creo que solo tardará una semana. Me han dicho que esa gente es rápida y eficiente. Suerte.
Cuando colgué, sabía que había culminado una etapa de mi vida y que, a pesar de la distancia, en la otra punta del mundo había una persona que me comprendía y a la que yo podía entender, más allá de las atrocidades que cada uno pudiéramos cometer. Me quedé tan pensativo y absorto que no me di cuenta del resto del mundo. En aquel momento, apareció el médico de la base y se sentó a mi lado, sacándome de golpe de mis reflexiones.
—Señor Montorfano. Tiene muy buen aspecto, pero pensaba que no volveríamos a gozar de su presencia… ¿Tiene algo que hacer ahora?
—La verdad es que no, solo estaba haciendo tiempo hasta la hora de comer.
—¿Qué tal si me acompaña a la clínica? Hoy no hemos tenido ningún paciente, así le podré hacer una exploración exhaustiva.
Dejé la cerveza y me marché con el doctor. El cirujano era un pelirrojo de casi dos metros y su complexión delgada le hacía parecer mucho más alto, de modo que tenía que mirarlo levantando la cabeza. Tenía unas manos huesudas y largos dedos que hubieran valido tanto para el piano como para el bisturí. Siempre iba con aquella enorme bata blanca, que le caía como un abrigo y debajo una simple camiseta blanca con unos vaqueros y zapatillas de tenis. Fuimos hablando de la vida en el cuartel y de los casos más graves que se había encontrado mientras estuvo trabajando allí. A lo sumo solo tenía que tratar heridas comunes, como las que se producen en cualquier lugar de trabajo o las típicas gripes que caían como una plaga.
A lo que nos dimos cuenta ya estábamos en la clínica. Me tendí sobre la camilla, mientras él se colocaba unos guantes de látex para hacer una minuciosa exploración. El brazo soldaba bien y eso significaba que podría quitarme la incómoda escayola, sustituyéndola por algo mucho más cómodo. El examen había sido satisfactorio y, salvo paciencia, poco más había que añadir.
Cerré la puerta tras de mí y salí al exterior dando un fuerte respiro. Ya era la hora de comer y me dirigí a la cantina para reunirme con la plana mayor de la oficialidad. En la cola me encontré con el general Brunetta, portando su bandeja como los demás. Llevaba el típico uniforme de camuflaje, que le tiraba un poco donde empezaba a crecer su incipiente barriga. Se notaba que era buen comedor y que no haría los mismos remilgos que yo con la comida.
—¡Montorfano! ¡Qué alegría volver a verle!... ¿Qué? ¿Está bien instalado?
—Tengo la misma habitación del primer día, aunque espero poder marcharme pronto. El médico me ha dicho que mañana me cambiará la escayola por algo más ligero.
—Me alegro, eso es buena señal. Espero que pronto esté preparado para volver a tocar su piano. Por cierto, se puso en contacto con nosotros monsieur Katurshian, su representante.
Me quedé lívido, no sabía qué decir. No estaba preparado para algo así.
—¿Y qué le dijo? —pregunté con curiosidad.
—Llamó cuando se enteró del atentado, pero usted ya se había marchado con el sheikh. Le dijimos lo que había sucedido y nos hicimos eco de su heroicidad al salvar la vida de Mugniyah… Por cierto, ¿qué le ha sucedido para volver tan pronto? Ha sido todo tan repentino.
—Discúlpeme pero, por respeto a mi anfitrión, no me gustaría decir nada malo de él. Digamos que no estuve a la altura de lo que se esperaba de mí.
—Puedo hacerme una idea. Es un tipo difícil, a pesar de su cultura. Eso lo hace más peligroso.
—Me siento un poco mal por haber vuelto, después de haber aceptado la hospitalidad del sheikh.
—Tonterías. Puede quedarse con nosotros el tiempo que quiera.
—Muchas gracias, general, pero antes me gustaría que me facilitara el teléfono de Katurshian. Tenía muchos contratos firmados para actuar en Beirut y me imagino que los habrá tenido que cancelar.
—Hable usted con el teniente Maro, él le dará toda la información de que disponemos. Ahora, disfrute de su comida que, por cierto, es un poco frugal, supongo que por razones médicas, ¿no es así? Lo siento, es uno de los pocos placeres que podemos disfrutar aquí.
Cuando se marchó el general, yo también di por terminada la comida. Tenía que hacerme con el teniente Maro y averiguar cuanto antes cuál sería mi futuro. Era preciso ponerse en contacto con ese cerdo de Katurshian para reconducir la situación y me acerqué hasta el puesto de mando de la base. Me senté paciente en una silla, hasta que salió Maro con su habitual sonrisa.
—Señor Montorfano, acompáñeme si es tan amable.
Me hizo pasar a su despacho y, sentado frente a él, me habló sin muchos rodeos.
—Supongo que ya le habrá explicado el general que monsieur Katurshian nos llamó interesándose por usted. Lógicamente, siendo su representante, al enterarse del atentado se puso en contacto con nosotros. Le explicamos que era el invitado del sheikh de Naqoura, lo cual le extrañó bastante y nos dejó encargados de que le hiciéramos llegar su número de teléfono y el mensaje de que se pusiera en contacto con él lo más pronto posible, pero usted se nos adelantó al venir hasta aquí de una manera un tanto… precipitada.
—Sí. Le agradezco sus gestiones y tan pronto como el doctor me dé el alta, podré marcharme.
—Solo hay un pequeño problema… Imagino que, con la explosión, debió perder todas sus pertenencias, incluida la documentación. Habría que solicitar un nuevo pasaporte para usted y...
—Oh, no se preocupe. Mugniyah se está ocupando de eso.
—¿Mugniyah?... Pero, ¿no se habían peleado?
—A pesar de nuestras divergencias, me debía el favor. Tiene amigos influyentes en Beirut y cuando llegue allí solo tendré que pasar por la embajada italiana para recogerlo. De momento, me ha hecho una especie de salvoconducto para que pueda desplazarme por territorio libanés sin tener ningún problema.
La verdad es que como embustero no tenía precio. Por la cara que puso Maro, el teniente hizo profesión de fe para tragarse aquel cuento.
—Está bien, señor Montorfano… Solo me queda darle el teléfono de monsieur Katurshian —dijo Maro mientras me alargaba un papel con su número.
—Muchas gracias, teniente… Ahora me gustaría retirarme.
—Por supuesto… ¿Le veré en la cena?
—Claro. Hasta la cena entonces.
Salí deprisa de la comandancia; quería estar solo y me encerré en mi habitación. Tuve el teléfono en mi mano unos cuantos minutos, intentando retrasar el momento inevitable pero, a pesar del asco que me daba, sabía que tarde o temprano tendría que llamarle. Marqué impulsivamente, pero la primera llamada fue infructuosa. Encendí otro cigarrillo para calmar mis nervios y volví a marcar. Por fin sonaron unos tonos y al tercero alguien descolgó.
—¿Aló?
—¿Monsieur Katurshian?
—Sí. ¿Quién es?
—Stefano Baldi…
—¡Monsieur Baldi! ¡Qué alegría! ¿Cómo se encuentra?
—Bien, bien. Me dijeron que había llamado interesándose por mí.
—Siento por lo que ha tenido que pasar. Son contratiempos que suelen ocurrir en este tipo de negocios.
—Yo también lamento que no saliera como se había planeado.
—Oh, no se preocupe. Veo que no nos equivocamos de hombre. Ha resuelto la situación de una forma magistral, ganándose el favor del sheikh. Eso no nos deja en mala posición después de todo.
—Monsieur Katurshian… ¿Cuál será mi siguiente misión?
—Tranquilo, amigo mío. Ya hablaremos de ello cuando llegue a Beirut, por cierto, ¿cuándo podremos gozar de su presencia?
—No lo sé. Todavía tienen que darme el alta definitiva… Y luego está el tema del pasaporte.
—¿Qué le ha sucedido?
—Lo perdí todo cuando estalló el barco. El sheikh me está facilitando las cosas y en breve tendré la nueva documentación a nombre de Luca Montorfano.
—Es una suerte tener amigos tan importantes —me dijo—. Estaremos en contacto. Cuando se encuentre con fuerzas para venir a Beirut, llámeme. Nos haremos cargo de usted de inmediato. Se alojará en mi casa hasta que esté en condiciones de realizar su última misión.
—¿En serio será la última?
—No se preocupe. Ya le he dicho que hablaremos de todo esto cuando llegue a Beirut… Ahora, recupérese. Au revoire, monsieur Baldi.
Al colgar me di cuenta de que mi futuro seguía siendo incierto, que tal vez jamás lograra librarme de aquella pesadilla, pero no podía hacer otra cosa que seguir adelante. En algún recodo del camino se hallaría la posibilidad de zafarse de aquellos chantajistas que me tenían cogido por los huevos.
Estaba mentalmente agotado y, cuando me tumbé sobre la cama, me quedé tan profundamente dormido que no sentí ni la llamada del hambre para levantarme a cenar. Al despertarme en mitad de la noche, simplemente me quité la ropa y me metí entre las sábanas para intentar dormir.