Capítulo 10

Al día siguiente tuve que hacer malabarismos para poder coger mi reloj y comprobar estupefacto que faltaban pocos minutos para las once de la mañana. Había muchas cosas que hacer y ningunas ganas de levantarme de la cama. Mario dormía a pierna suelta tendido boca abajo y me quedé observándole. Tenía un culo perfecto y me sentí tentado de acariciarlo. Por primera vez en mi vida me pertenecía un cuerpo como aquel, podía disfrutarlo cuando me apeteciera y me dejé llevar por el entusiasmo. Comencé a tocarlo, provocando que se despertara plácidamente.

—Qué gusto… Esto sí que es una buena forma de despertarse. Puedes seguir y luego continúas por el resto.

—¡De eso nada! ¡Levántate, holgazán! Es muy tarde y tengo que hacer el equipaje.

—Tranquilízate. A ver si te vas a llevar la casa también. Imagino que tendrás que llevarte el piano, y tantas cosas no van a caber en mi apartamento de Pozzuoli.

—¡Dios mío! Me había olvidado por completo de él. Tengo que hablar con Assunta para organizarlo todo…

—¿Assunta? ¿Quién es esa?

—Mi vecina. Ella se encargaba de mantener la casa limpia; vive aquí al lado. Tengo que decirle que vendrán los del piano. ¡Uf! Habrá que desmontarlo, llevarlo a Pozzuoli, volverlo a montar, afinarlo y todavía no he llamado a la compañía que se encarga de eso.

—¿Quieres que te acompañe?

—Mejor no, prefiero que vayas duchándote. Cuando llegue, tienes que ayudarme a hacer el equipaje.

Assunta, cuando me vio, tuvo tanta alegría que casi me come a besos. Me hizo pasar a su casa para preguntarme qué tal me había ido durante aquella semana de vacaciones.

—¿Pero en serio te vas a ir a vivir a Nápoles? —me dijo al explicarle mis planes.

—Sí, Assunta. Me han ofrecido trabajo como pianista en un hotel de Capri. Hoy mismo me iré cuando termine de hacer el equipaje y quisiera pedirte un favor.

—Dime, ¿qué necesitas?

—Tengo que llamar a una empresa para que me traigan el piano. Vendrán a desmontarlo para poder llevárselo. Solo quiero que les abras y que estés pendiente. Ya te avisaré cuando vayan a venir.

—Por eso no te preocupes, pero esta casa se quedará muy vacía sin tu padre y ahora sin ti. Te echaré de menos, pero comprendo que el trabajo es lo más importante. ¿Quién sabe si no te harás famoso?... En Capri vive gente muy importante.

—No tan importante como tú.

—¡Venga, adulador! Y lo del piano, déjalo de mi cuenta.

Assunta se quedó en el quicio de la puerta mientras nos despedíamos con un beso. La anciana se llevó el pañuelo a los ojos, enrojecidos por la emoción y me saludó con la mano.

Cuando entré en casa, oí ruidos que bajaban del ático. Seguramente Mario estaría peleándose con alguna maleta que intentaba bajar del altillo. Subí de dos en dos los escalones y lo encontré subido a una silla, intentando hacerse con un par de bolsas de viaje para poder meter la ropa que ya había sacado del armario y que se amontonaba sobre la cama.

—¿Dónde vas con todo eso? Ya te dije que esperaras a cuando volviera.

—Solo quería adelantarte el trabajo, pensaba que ibas a tardar más… Pues ya que estás aquí, vamos empaquetando. Coge lo imprescindible.

—¡Qué estúpido soy! —dije cuando me acordé de algo importante—. Todavía no he confirmado lo del trabajo… ¿Te importaría llamar a Letto para decirle que acepto su oferta?

—Tranquilo, ya me he encargado de todo. Espero que no te enfades, pero acabo de llamarlo… Por cierto, empiezas este mismo jueves. Trabajarás de jueves a domingo, tarde y noche. Luego, dependiendo de cómo vayan las reservas, solo los fines de semana.

—¿Has hablado de lo que me van a pagar?

—Me ha dicho que en principio serían unos quinientos euros a la semana, propinas aparte. El hotel dispone de habitaciones para empleados dentro del complejo, pero no tendrás que pagar nada por ella y podrás comer en la cocina del hotel.

Más tranquilo por haber atado los últimos cabos que me quedaba y cuando aquel terrible sol de julio comenzó a caer, terminamos de cargar el último paquete en el maletero. Íbamos hasta las trancas de bultos, como los inmigrantes que atravesaban la península para embarcarse hacia los puertos de Túnez. Ya quedaba menos para llegar a casa, mi casa. Qué extraño sonaba eso pero, a partir de ahora, aquel ático de Pozzuoli sería mi nuevo hogar.