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El primer miembro en morir del equipo de producción será el editor. Aún no se encuentra mal y ya no está en la zona del rodaje. Solo estuvo una vez, antes de empezar a grabar el programa, para ver el bosque y estrechar la mano de los hombres a cuyo metraje daría forma; transmisión asintomática. Regresó hace ya más de una semana y está solo en el estudio de montaje; se siente de maravilla. En su camiseta pone: ENTRA CAFÉ, SALE GENIALIDAD. Pulsa una tecla y las imágenes empiezan a pasar por la pantalla de treinta y dos pulgadas que domina su abarrotado cubículo de trabajo.

Los títulos de crédito. Una imagen fugaz de hojas de roble y arce, seguidas de inmediato por una mujer que en su solicitud describía su tez como «moca», y con acierto. Tiene los ojos oscuros y los pechos grandes, contenidos a duras penas por un top deportivo naranja. Su melena es una catarata de rizos morenos, todos ellos colocados a la perfección.

A continuación, panorámica de las montañas, una de las glorias nororientales de la nación, verdes y radiantes en pleno verano. Después, un conejo a punto de salir disparado y, cruzando un campo con paso renqueante, un joven blanco cuyo pelo rapado refleja el sol como la mica. Un primer plano de ese mismo hombre, con sus vivaces ojos azules, que le dan un aspecto serio y juvenil. A continuación, una mujer menuda de ascendencia coreana que lleva una falda azul a cuadros y tiene una rodilla hincada en el suelo.

Observa el terreno con un cuchillo en la mano. Tras ella, un tipo alto y calvo con la piel oscura como la de una pantera y barba de una semana. La cámara se acerca: la mujer está desollando un conejo. Lo sigue otro fotograma del hombre de tez oscura, pero esta vez bien afeitado. Sus ojos entre marrones y negros miran a cámara con tranquilidad y confianza, una expresión que dice: «Voy a ganar».

Un río. Un barranco gris salpicado de liquen... y otro hombre blanco, en este caso pelirrojo y despeinado. Trepa por el precipicio. El enfoque del plano está manipulado para que la cuerda que lo sostiene se confunda con la roca, como una mancha vertical color salmón.

El siguiente fotograma muestra a una mujer de piel y melena claras, cuyos ojos verdes brillan a través de unas gafas de montura marrón cuadrada. El editor se detiene en esa imagen. La sonrisa de la mujer y su manera de mirar hacia un lado de la cámara tienen algo que le gusta. Parece más auténtica que los demás.

Quizá sea solo que sabe fingir mejor pero, aun así, eso le gusta, le gusta ella en general, porque él también sabe fingir. El equipo de producción lleva diez días de rodaje y esta mujer es la que él ve como

«favorita de los fans». La rubia amante de los animales, la estudiante voluntariosa que aprende enseguida y tiene la risa fácil. Tantos enfoques entre los que elegir... si la decisión dependiera solo de él.

Se abre la puerta del estudio y entra un hombre blanco y alto. El editor se pone tieso en la silla mientras el productor se acerca para mirar por encima de su hombro.

—¿Dónde tienes a Zoo? —pregunta el productor.

—Después de Rastreador —responde el editor—. Antes de Ranchero.

El productor asiente con aire meditabundo y da un paso atrás. Lleva una camisa azul impecable, una

corbata amarilla de lunares y vaqueros. El editor tiene la piel tan clara como él, pero al sol se pondría moreno. Su estirpe es complicada. De pequeño nunca sabía qué casilla de etnia marcar; en el último censo escogió «Blanco».

—¿Qué hay de Fuerza Aérea? ¿Has añadido la bandera? —pregunta el productor.

El editor se gira con la silla. Iluminado desde atrás por el monitor, su pelo oscuro brilla como una aureola irregular.

—¿Lo decías en serio?

—Completamente —responde el productor—. ¿Y a quién tienes el último?

—Todavía es Nena Carpintera, pero...

—Ahora no puedes dejarla al final.

«... pero ahora mismo estaba trabajando en eso», es lo que el editor intentaba decir. Lleva desde ayer postergando la reordenación de la cabecera y aún tiene que terminar el episodio final de la semana. Le espera una larga jornada. Y una noche larga. Molesto, se vuelve otra vez hacia la pantalla.

—Dudaba entre Banquero y Médico Negro —dice.

—Banquero —afirma el productor—. Confía en mí. —Hace una pausa y luego pregunta—: ¿Has visto

los vídeos de ayer?

Tres episodios por semana, prácticamente sin margen de tiempo. Es casi como emitir en directo. Es insostenible, piensa el editor.

—Solo la primera media hora.

El productor se ríe. A la luz del monitor, su dentadura perfecta adquiere un brillo amarillo.

—Hemos encontrado un filón —dice—. Camarera, Zoo y esto... —Chasquea los dedos tratando de hacer memoria—. Ranchero. No acaban a tiempo y Camarera se pone como una loca cuando ven el

«cuerpo». —Entrecomilla esa última palabra con los dedos—. Se echa a llorar, hiperventila... y Zoo estalla.

El editor cambia de postura en el asiento, nervioso.

—¿Ha abandonado? —pregunta. Se le acalora el rostro de desesperación. Tenía ganas de montar la victoria de la chica o, lo más probable, su digna derrota en el desenlace. Porque no sabe cómo va a ser capaz de superar a Rastreador. Fuerza Aérea tiene en su contra el esguince de tobillo, pero Rastreador es tan estable, sabe tanto y es tan fuerte que parece destinado a ganar. Es trabajo del editor conseguir que su victoria parezca un tanto menos inevitable y su plan era utilizar a Zoo como herramienta principal para conseguirlo. Le entusiasmaba la idea de presentarlos a los dos juntos, de hacer arte a partir del contraste.

—No, no lo ha dejado —responde el productor dando una palmada en el hombro al editor—. Pero sacó la mala leche.

El editor observa la imagen de Zoo, la bondad de esos ojos verdes. No le gusta ese giro de los acontecimientos. No encaja en absoluto.

—Se pone a gritar a Camarera —explica el productor—, le dice que han perdido por su culpa; en ese

plan. Es fantástico. A ver, se disculpa como un minuto más tarde, pero da igual. Ya lo verás.

Hasta el mejor puede venirse abajo, piensa el editor. Esa es la idea que subyace tras el programa, a fin de cuentas: doblegar a los concursantes. Aunque a los doce que superaron la selección les contaron que iba de supervivencia, que era una carrera. Todo eso es cierto, pero... Hasta el título que les dijeron era un engaño. «Susceptible de cambiar», aclaraba la letra pequeña. En la casilla del título no pone El bosque sino A oscuras.

—En fin, que necesitamos la cabecera actualizada al mediodía —concluye el productor.

—Lo sé —dice el editor.

—Muy bien. Solo quería asegurarme. —El productor pone los dedos como si fueran una pistola y dispara al editor, luego se da la vuelta y se dispone a salir. Se detiene y señala el monitor con la cabeza.

El brillo de la pantalla se ha atenuado al pasar al modo de ahorro de energía, pero el rostro de Zoo sigue resultando visible, aunque menos—. Mírala, sonriendo —dice—. La pobre no tenía ni idea de lo que le

esperaba. —Se ríe, un sonido suave que expresa algo a medio camino entre la pena y el recochineo, y sale al pasillo.

El editor se vuelve hacia el ordenador, mueve el ratón para iluminar la cara de Zoo y retoma el trabajo. Para cuando termine la cabecera, el aletargamiento empezará a adueñarse de sus huesos. El primer acceso de tos llegará cuando acabe el último programa de la semana, mañana a primera hora. Para cuando anochezca, se convertirá en uno de los primeros puntos de los informativos, un caso destacado antes de la gran explosión. Los especialistas se esforzarán por entenderlo, pero no llegarán a tiempo. Sea lo que sea aquello, permanece latente antes de golpear. Va de pasajero hasta que, de repente, se lanza a por el volante y acelera hacia un barranco. Muchos de los especialistas ya se han contagiado.

También morirá el productor, dentro de cinco días. Estará solo en su casa de trescientos ochenta metros cuadrados, débil y abandonado, cuando suceda. En sus últimos instantes de vida lamerá de forma inconsciente la sangre que le saldrá de la nariz, de tan seca que tendrá la lengua. Para entonces, se habrán emitido los tres primeros episodios correspondientes a la semana del estreno; el último, un paréntesis deliciosamente absurdo para que la gente se quite de la cabeza las últimas noticias. Sin embargo, ellos siguen rodando, aislados en la región golpeada en primer lugar y con más fuerza. El equipo de producción trata de evacuar a todo el mundo, pero están en Desafíos Individuales y se han dispersado.

Había planes de emergencia diseñados, pero no preveían aquello. Es una espiral como la de ese juguete infantil: un bolígrafo y una plantilla de plástico para dibujar sobre el papel. Un patrón, hasta que algo patina y... la locura. Chocan la incompetencia y el pánico. Las buenas intenciones dejan paso al instinto de supervivencia. Nadie sabe a ciencia cierta lo que pasó, a pequeña o gran escala. Nadie sabe con exactitud qué salió mal. Pero antes de morir, el productor sabrá una cosa: «Algo ha salido mal».