Apéndice
Segundo acto, escena segunda
Un bosque. De noche.
Entra Proctor; al cabo de unos momentos se detiene y alza el farol que lleva en la mano. Aparece Abigail, con un chal sobre el camisón y el pelo suelto. Unos momentos de silencio expectante.
PROCTOR (inquisitivo): He de hablar contigo, Abigail. (Abigail no se mueve, mirándolo fijamente). ¿Quieres sentarte?
ABIGAIL: ¿Con qué intención vienes?
PROCTOR: Vengo como amigo.
ABIGAIL (mirando a su alrededor): No me gustan los bosques de noche. Ven junto a mí, por favor. (Proctor se acerca). Sabía que eras tú. Cuando oí las piedrecitas contra la ventana, supe que eras tú antes de abrir los ojos. (Se sienta sobre un tronco). Estaba convencida de que vendrías antes.
PROCTOR: He pensado hacerlo muchas veces.
ABIGAIL: ¿Por qué no te decidiste? Ahora estoy muy sola en el mundo.
PROCTOR (constatando un hecho, sin amargura): ¿Sola? He oído decir que en estos últimos tiempos la gente recorre más de cien kilómetros para verte la cara.
ABIGAIL: Sí, vienen a verme la cara. ¿Me la ves tú?
PROCTOR (alzando el farol hasta la cara de Abigail): Entonces, ¿estás preocupada?
ABIGAIL: ¿Has venido a burlarte de mí?
PROCTOR (deposita el farol en el suelo y se sienta junto a Abigail): No, no; pero he oído que vas todas las noches a la taberna, que juegas al tejo con el vicegobernador y que te sirven sidra.
ABIGAIL: He jugado una o dos veces al tejo. Pero no me divierte nada.
PROCTOR: Me sorprendes, Abby. Pensaba que te encontraría más alegre. Me cuentan que un grupo de muchachos te sigue dondequiera que vas.
ABIGAIL: Sí, eso hacen. Pero siempre me miran con ojos libidinosos.
PROCTOR: ¿Y no te gusta?
ABIGAIL: Ya no soporto las miradas lascivas. He cambiado, John. Tendrían que mirarme con respeto cuando sufro por ellos como lo hago.
PROCTOR: ¡Ah! ¿Qué sufrimientos son esos, Abby?
ABIGAIL (alzándose la falda del camisón): Mírame la pierna. Estoy llena de agujeros a causa de sus malditas agujas y alfileres. (Tocándose el estómago). El pinchazo de tu mujer no se me ha curado todavía, para que te enteres.
PROCTOR (haciéndose cargo ya de la gravedad de su locura): ¿Todavía no?
ABIGAIL: Creo que a veces viene a abrirme la herida cuando estoy durmiendo.
PROCTOR: ¿Sí?
ABIGAIL (subiéndose una manga): Y George Jacobs se ha presentado esta semana todas las noches a golpearme con el bastón, siempre en el mismo sitio. Mira el bulto que tengo.
PROCTOR: Abby, George Jacobs lleva todo el mes en la cárcel.
ABIGAIL: ¡Y yo doy gracias a Dios de que esté en la cárcel! ¡Bendito será el día en que lo ahorquen y me deje dormir en paz! ¡John, John, el mundo está tan lleno de hipócritas! (Asombrada, indignada). ¡Rezan en la cárcel! ¡Me cuentan que todos rezan en la cárcel!
PROCTOR: ¿No deberían rezar?
ABIGAIL: ¿Y torturarme a mí en la cama mientras salen de sus bocas palabras sagradas? ¡Va a hacer falta que venga Dios en persona a limpiar de verdad este pueblo!
PROCTOR: Abby, ¿tienes intención de seguir denunciando a otras personas?
ABIGAIL: Si vivo, si no me asesinan, puedes estar seguro de que lo haré, ¡hasta acabar con todos esos hipócritas!
PROCTOR: Entonces, ¿no hay nadie bueno?
ABIGAIL: Sí, hay una buena persona: tú eres bueno.
PROCTOR: ¡Yo! ¿Cómo es que yo soy bueno?
ABIGAIL: Tú me enseñaste la bondad, luego eres bueno. Me quemaste con un fuego que abrasó toda mi ignorancia. Fue fuego, John, nos acostamos sobre fuego. Y desde aquella noche ninguna mujer se atreve a llamarme mala porque sé cómo responder. Antes lloraba por mis pecados cuando el viento me levantaba las faldas; y enrojecía de vergüenza cuando alguna vieja como Rebecca me llamaba disoluta. Pero luego llegaste tú y quemaste mi ignorancia. Los vi a todos tan desnudos como los árboles en diciembre: ¡yendo a la iglesia como si fueran santos, corriendo a cuidar de los enfermos, pero hipócritas en el fondo de su corazón! Dios me ha dado la fuerza para llamarles mentirosos, ha hecho que los hombres me escuchen, y ¡juro ante Dios que por amor a Él restregaré el mundo hasta dejarlo limpio! ¡Ah, John! ¡Seré una esposa tan buena cuando el mundo haya recobrado su blancura! (Le besa la mano). Te asombrará verme todos los días en tu casa, convertida en una luz del cielo, una… (Proctor se pone en pie y retrocede, asombrado). ¿Acaso tienes frío?
PROCTOR: Mañana por la mañana llevan a mi mujer a juicio, Abigail.
ABIGAIL (con frialdad): ¿Tu mujer?
PROCTOR: ¡No me digas que no estás enterada!
ABIGAIL: Sí, ahora lo recuerdo. ¿Cómo…, se encuentra bien?
PROCTOR: Todo lo bien que puede encontrarse después de treinta y seis días en ese lugar.
ABIGAIL: Has dicho que venías como amigo.
PROCTOR: No la condenarán, Abby.
ABIGAIL: ¿Me has sacado de la cama para hablar de ella?
PROCTOR: He venido para decirte lo que haré mañana en el tribunal. No quiero que estés desprevenida, sino que dispongas de todo el tiempo necesario para pensar en lo que vas a decir para salvarte.
ABIGAIL: ¿Para salvarme?
PROCTOR: Si mañana no dejas libre a mi mujer, estoy decidido a desacreditarte, Abby.
ABIGAIL (en voz muy baja, muy asombrada): ¿Desacreditarme? ¿Cómo?
PROCTOR: Tengo pruebas incontrovertibles de que sabías que aquella muñeca no era de mi mujer; y de que tú misma le pediste a Mary Warren que le clavara la aguja.
ABIGAIL (la furia la domina; nos hallamos ante una niña indeciblemente frustrada, una niña a quien se le niega su antojo, pero que sigue tratando de mantener clara la cabeza): ¿Yo le pedí a Mary Warren…?
PROCTOR: ¡Sabes perfectamente lo que has hecho! ¡No estás tan loca como todo eso!
ABIGAIL: ¡Ah, hipócritas, también lo habéis ganado para vuestra causa! John, ¿por qué has permitido que te envíen?
PROCTOR: ¡Estás advertida, Abby!
ABIGAIL: ¡Te han enviado ellos! ¡Te han robado la honradez y…!
PROCTOR: ¡Ahora es cuando la he encontrado!
ABIGAIL: No; ¡esto son las súplicas de tu mujer, de esa mujer tuya, llorona y envidiosa! Es la voz de Rebecca, la voz de Martha Corey. ¡Tú no eras un hipócrita!
PROCTOR: ¡Demostraré que todo lo que has contado no son más que mentiras!
ABIGAIL: Y si te preguntan qué razón puede tener Abigail para perpetrar un acto tan criminal, ¿qué les dirás?
PROCTOR: Les diré el porqué.
ABIGAIL: ¿Qué les dirás? ¿Confesarás que fornicaste? ¿Lo confesarás ante el tribunal?
PROCTOR: ¡Si te empeñas, se lo diré! (Abigail lanza una carcajada de incredulidad). ¡Te digo que lo haré! (Abigail ríe con más fuerza, aún más segura de que John nunca será capaz de hacerlo. Proctor la zarandea con violencia). Si todavía eres capaz de oír, ¡escucha esto! (Abigail está temblando, y lo mira como si creyera que ha perdido la razón). ¡Dirás a los jueces que ahora estás ciega a los espíritus, que ya no los ves y que nunca volverás a denunciar a nadie por brujería, o te haré famosa gritando a los cuatro vientos todo lo puta que eres!
ABIGAIL (agarrándole): ¡No lo harás nunca! Te conozco, John. ¡Sé que en este momento te alegras en secreto de que mañana ahorquen a tu mujer!
PROCTOR (arrojándola contra el suelo): ¡Estás loca, asesina hija de perra!
ABIGAIL: Ah, ¡qué duro es que caigan las máscaras! ¡Pero caen, ya lo creo que caen! (Se envuelve en el chal como para marcharse). Has cumplido con tu deber por lo que a ella se refiere. Espero que sea tu última hipocresía. Te ruego que cuando vuelvas lo hagas con noticias más agradables para mí. Sé que lo harás… ahora que ya has cumplido con tu deber. Buenas noches, John. (Retrocede, alzando una mano para despedirse). Nada temas. Te salvaré mañana. (Mientras se vuelve para marcharse). Te salvaré de ti mismo. (Desaparece).
(Proctor se queda solo, dividido entre el asombro y el terror. Luego recoge el farol y sale lentamente).
(Cae el telón).