XVII
No presencié el victorioso regreso de la nave capitana de Lothar. Ni presencié el triunfal desfile cuando Maxil y Harlan volvieron al palacio. Tampoco vi la presentación pública de Fara como dama de Maxil desde el balcón. El público quizá no hubiera apreciado mi presencia. No vi a Harlan y eso me preocupaba. Debía haberle ofrecido la correcta acogida del soldado. Pero yo estaba muerta para el mundo, igual que Ferrill y Jokan. Monsorlit amenazó a los criados con horrendas venganzas si trataban de despertarnos.
Lo que por fin me despertó fue, como siempre, el hambre. Lo que me desveló fue la extrañeza del ambiente. La oscura habitación era un lugar totalmente desconocido para mis sentidos, que estaban embotados por el sueño. En primer lugar, el balcón se hallaba a la izquierda de la cama y no a la derecha. Por otro lado, las cortinas de la ventana eran de intenso color carmesí. Los muebles, los pesados sillones y los cofres tenían extraña forma y había enormes escudos en las paredes, con unos dibujos metálicos que reflejaban la escasa luz. Una suave respiración me obligó a incorporarme de repente y a buscar el interruptor de la luz en la cabecera de la cama. El suave fulgor cayó sobre la dormida cara de Harlan y me apresuré a apagar la luz. El agotamiento estaba profundamente grabado en el rostro del Regente. Se había dejado caer en la cama, todavía vestido con el arrugado y destrozado traje espacial. Su brazo derecho colgaba hasta el suelo y la pierna del mismo lado sobresalía enteramente de la cama.
Confié en que Harlan me hubiera visto antes de quedar inconsciente, que al menos se hubiera enterado de que yo estaba allí, donde debía estar. ¿No habría pensado que yo le había desatendido al no formar parte de la bienvenida que ciertamente se merecía?
Mis ojos se adaptaron a la penumbra y los dirigí al fatigado guerrero. Cuántas veces lo había visto dormido en el asilo, cuántas veces me había preguntado cuál sería su auténtica personalidad. Yo había gozado en exceso de su inconsciente compañía, eso era indudable. ¡Deseaba saber tantas cosas de aquel hombre! Un día ambos tendríamos que sacar tiempo de donde fuera para estar juntos y despiertos, en la misma habitación.
Mi hambre no admitía más negativas. Salí de la cama con sumo cuidado, una precaución innecesaria dado que Harlan se hallaba en lo más hondo del profundo sueño producido por el agotamiento. No tardaría en despertar, incómodo en aquella difícil postura, decidí. Tras ponerle el brazo caído encima del pecho, le di la vuelta para que todo su cuerpo estuviera sostenido por la cama. Le quité las botas, desabroché el traje espacial y lo tapé.
Encontré el cuarto de baño y descubrí que mi ropa me había acompañado una vez más mientras yo jugaba a la pata coja en el ala del palacio. Me vestí con rapidez y salí a la habitación contigua.
Era un estudio, muy descuidado pero al parecer muy usado por Harlan a juzgar por los montones de pizarras y cajas de películas. Al llegar a la puerta de la pared opuesta oí el apagado murmullo de voces.
—Recibí las órdenes del mismo Harlan —estaba diciendo un airado hombre vestido con el uniforme de la Patrulla a Jokan, que se había situado entre el militar y la puerta del estudio.
—Nadie debe despertar a Harlan —dijo firmemente Jokan.
El patrullero me vio en la puerta e intentó pasar junto a Jokan.
—Lady Sara, ¿está despierto el Regente?
Jokan me hizo una rápida señal de aviso.
—¡No, caballero, no lo está! Y nadie puede despertarle. Está totalmente muerto para el mundo y seguirá así durante algunas horas más. Estoy segura —dije con firmeza similar a la de Jokan.
—Mis órdenes son concretas —insistió el pobre oficial, desesperado.
—Lo siento, caballero —repliqué, y no precisamente en tono de excusa—. Pero me es imposible creer que exista un asunto tan urgente como para precisar la atención de un hombre agotado. Creo que Jokan, que es Regente suplente...
El oficial se mostró inflexible.
—No, mis órdenes indican que debo ver únicamente al Regente.
—Bien, quédese con nosotros mientras aguarda —sugirió amistosamente Jokan.
Cogió por el brazo al oficial y lo condujo, pese a su resistencia, al otro lado de la sala.
Jessl y los dos consejeros que estaban desayunando se levantaron al verme. Linnana salió apresuradamente de la cocina, envuelta en sonrisas y al parecer muy satisfecha de sí misma. Me saludó con efusión y dejó ante mí una taza de bebida caliente.
—¿Tienes hambre, Sara? —dijo Jokan en tono de amistosa burla.
—Será necesario que coma de más durante varias semanas para resarcirme —repliqué agriamente—. Y a lo mejor ni siquiera lo consigo.
—Se perdió la diversión —dijo un consejero.
—Cuestión de criterio. Las Bóvedas serán lo más divertido de toda mi vida. Nunca he estado tan cansada como ayer por la noche —afirmé.
Jokan intercambió una mirada con Jessl y Linnana se echó a reír.
—Querrá decir anteayer por la noche —me corrigió Jokan.
Lo miré fijamente, sospechando que se burlaba. Pero todos los demás sonrieron al ver mi incredulidad.
—Estaba muy cansada —repetí, negándome a mostrarme irritada—. No me extraña que esté hambrienta. ¡Me he perdido ocho comidas! —exclamé de pronto.
Incluso el frustrado oficial participó en el alborozo.
—No se preocupe. Podrá ver las películas.
—Entonces —pregunté preocupada—, ¿cuándo se acostó Harlan?
—Hace aproximadamente seis horas —dijo Jokan, lanzando una severa mirada al oficial, que se agitó en su asiento, incómodo—. El y Maxil llegaron hace dieciséis horas. El resto de la flota continúa maniobrando.
Jokan señaló con la cabeza la maraña de estelas que se cruzaban en el cielo.
—Harlan y Maxil fueron tocados, acariciados y besados por todo Lothar. Me sorprende que el estruendo no la despertara.
—Es una barbaridad que no le dejaran descansar antes. Seguro que Harlan iba dando tumbos por falta de sueño —protesté, escandalizada—. ¿Por qué no me despertaron? Yo...
—También recibimos órdenes respecto a usted —dijo riendo Jokan. Sus ojos danzaban maliciosamente—. De Monsorlit.
Me apresuré a ocultar el sobresalto que en principio me produjo aquel nombre.
—¿Y explicó a Harlan por qué yo...?
—Varias veces —me aseguró secamente Jokan. Jessl resopló de disgusto—. El insistió en verla a usted y a Ferrill. ¡Y me despertó!
Tenía un aspecto tan resentido que no pude menos que reír.
De no haber considerado la fatiga que reflejaba el rostro de Harlan, me habría compadecido del oficial durante las largas horas que siguieron. El militar permaneció sentado, estoico, mirando la puerta y aguardando. Ni todas las lisonjas de Jokan consiguieron que el oficial abandonara su puesto o diera alguna pista del mensaje de que era portador. Finalmente desistimos.
Hacia el mediodía llegó Maxil. Aún parecía cansado. Las sombras de su agotadora experiencia merodeaban en sus ojos, pero su andar era elástico. Me dedicó una jovial sonrisa y me cogió ambas manos para apretarlas afectuosamente.
—La echamos de menos, Sara. Harlan estaba fuera de sí —comentó—. Hizo esperar a todo el mundo mientras preguntaba a Monsorlit por usted y por Ferrill. Ah, y también por Stannall. ¿Se ha enterado de mi compromiso oficial con Fara?
—No oí otra cosa mientras estuve en las Bóvedas —dije.
—Sí, claro.
Aunque parecía avergonzado, Maxil no se sonrojó. Habíamos ido paseando hasta el balcón, lejos de los demás.
—Ese Harlan tiene auténtico nervio —dijo en voz baja Maxil mientras golpeaba una mano con el puño de la otra, imitando a su héroe—. Mire, Harlan esperó y esperó para conectar los resonadores, hasta que estuvimos tan cerca de Lothar que hasta los tripulantes más curtidos se pusieron lívidos. Y luego, los resonadores...
Maxil sacudió la cabeza en un gesto de admiración e inspiró con un silbido.
—No me creo capaz de volverlo a oír. Y no es exactamente un ruido... es un chirrido dentro del cráneo que amenaza arrancarte los dientes. —Sus ojos reflejaron un instante el dolor que había soportado—. Y cuando cesa... es como si ya no hubiera ruidos en el mundo. —Sacudió la cabeza y, sonriente, agregó—: Pero Harlan lo consiguió y nunca volveremos a temer a los Mil.
»¿Sabe una cosa? Es curioso cómo se han desarrollado los acontecimientos. Gorlot ordenó que se hicieran esas instalaciones en todas las naves que tenía en servicio. Pero si él no las hubiera usado en el embrollo tanita, habríamos capturado todas las naves de los Mil sin sufrir una sola baja. Cuando recuerdo que he comido en la misma habitación, que he respirado el mismo aire que ese... que ese puerco no reconstituido, me pongo enfermo. Enfermo.
La elección de calificativo ejerció idéntico efecto en mi persona. Me esforcé en fijar mis pensamientos en la explosiva maduración de Maxil. Porque ya no era un adolescente. Se había descubierto a sí mismo en el bautismo de fuego. Creo que Ferrill se equivocó al pensar que Jokan era el único que hacía honor a la estirpe de Harlan.
—¿Aún no has visto a Ferrill?
—Oh, sí —me aseguró solemnemente Maxil—. Acabo de verle. —En ese momento sonrió francamente, con lo que mostró rasgos más juveniles. Me ha dicho que estuvo usted maravillosa, Sara. Cuando Stannall sufrió el ataque, cuando todo el mundo corría en busca de cuevas, usted mostró calma y dominio de sí misma.
—Ferrill se ha descrito él mismo, no a mí —respondí riendo, aunque halagada. ¿Y si Ferrill se había complacido en expresar un sutil sarcasmo? —. ¿Se ha recuperado Ferrill? No tenía por qué trabajar con tanta presión y durante tanto tiempo. Estuve muy preocupada por él.
—No. Él es... él es... Ferrill —concluyó sin convicción al no encontrar comparación apropiada—. Oiga, ¿qué hace aquí Talleth? Parece como si estuviera sentado encima de... algo muy duro.
Contuve la risa al oír que Maxil cambiaba las palabras en plena frase.
—No cesa de decirnos, hora tras hora, que tiene orden de presentarse inmediatamente ante el Regente. Tiene un mensaje urgente que sólo comunicará a Harlan. Y nosotros no queremos despertar a Harlan.
—No deben hacerlo —convino Maxil—. Se despidió de mí poco después de que nos abriéramos paso hasta el palacio. Me quedé dormido antes de poder besar a Fara.
Llamó a Talleth y éste, tras una rápida mirada a la puerta del estudio, se levantó obedientemente y se aproximó.
—¿Qué ocurre, Talleth?
—El Regente Harlan me encomendó una tarea —explicó pacientemente el oficial—. Una vez cumplida, debía informar directamente a lord Harlan. He estado aguardando cinco horas y diez minutos, señor.
—¿Cuándo se acostó Harlan, Sara?
—Hace aproximadamente diez horas y diez minutos —repliqué sin perder la compostura.
—En ese caso, no tardará en levantarse —dijo tranquilamente Maxil y con un ademán indicó a Talleth que podía ocupar de nuevo su puesto.
Pensé que Maxil hablaba por hablar, de modo que nadie, excepto Talleth, se mostró más sorprendido que yo cuando un cuarto de hora más tarde el mismo Harlan abrió la puerta del estudio.
Examinó con una rápida mirada a los ocupantes de la habitación y me sonrió brevemente, pero alzó la mano cuando me dispuse a saludarle. Con gran disgusto por mi parte, Harlan ordenó a Talleth que entrara y cerró la puerta.
—Cierre la boca —sugirió Maxil en voz baja—. Supongo que él no desea precisamente ver a Talleth.
Resuelta a pasar por alto el desaire, me apresuré a ordenar a Linnana que sirviera comida caliente. Quizá Harlan estaba enfadado conmigo porque me había encontrado dormida y no preparada para recibirle. Linnana interrumpió mis pensamientos preguntándome qué desayuno debía preparar para el Regente. Me di cuenta de que ni siquiera conocía los gustos culinarios de Harlan. La dieta del asilo no era criterio válido, ciertamente.
—Mucha carne, debe estar muerto de hambre —contemporicé.
Desconozco qué asunto debían tratar Talleth y Harlan, pero fue muy breve. El oficial salió, saludó respetuosamente a Maxil, me miró con aire preocupado y ceñudo y salió de la habitación. Harlan no salió.
Llegó la comida de la cocina y Harlan seguía sin dar señales de vida. Aquello era insoportable. Con la mayor naturalidad de que fui capaz, recorrí el vacío estudio en dirección al dormitorio. En el mismo momento que yo iba a entrar allí, Harlan salió del cuarto de baño abrochándose la túnica del uniforme.
—Harlan, ¿estás... disgustado conmigo?
Me contestó con una breve carcajada y se acercó a abrazarme. Su cara estaba húmeda y olía a limpio y a jabón.
—No, me complaces enormemente, excepto cuando haces esperar a mis oficiales.
Me soltó en seguida y me quedé inmóvil, sin besos. Harlan se acercó al enorme aparador dispuesto a un lado de la puerta del estudio y buscó algo en el cajón de arriba. Después se metió varios objetos en el bolsillo.
—Tengo hambre —anunció, con una sonrisa que transformaba sus palabras en íntimo recordatorio.
—El desayuno acaba de salir de la cocina —le aseguré mientras me hacía entrar en la sala de estar.
Aunque me había asegurado verbalmente que no estaba disgustado conmigo, pensé que Harlan estaba incómodo por algo. Parecía mantenerse alejado de mí a propósito. Como si hubiera algo raro entre los dos, algo que nos separaba. En compañía de Jokan, Jessl, Maxil y los dos consejeros, sin olvidar a la servidumbre, me fue imposible exponer el tema de mi nerviosismo, no pude tranquilizarme.
Harlan me hizo ocupar la silla contigua a la de él en la mesa. Pero mientras estuvo conversando con los demás, alegre, sosegadamente, no me miró una sola vez.
Dio a Jessl instrucciones para que dispusiera la nave de clase estelar más veloz para un largo viaje. Casi empujó a Jessl en la puerta para que pusiera manos a la obra.
En cuanto se fue Jessl, Harlan habló seriamente con los dos consejeros.
—Aprecio que me hayan esperado tanto, pero yo esperaba estar despierto mucho antes. —Me lanzó una mirada cómicamente acusadora.
—Yo soy el responsable —intervino Jokan, aceptando toda la culpa.
—Habría preferido que me devolvieras el cumplido que yo te hice al entrar —dijo Harlan, de forma tan mordaz que Jokan se quedó sorprendido—. En cualquier caso, Talleth me ha dado la información que yo esperaba me diera en contra de toda lógica. Por primera vez, hemos conseguido, intactas, cartas estelares de los Mil, con importantes anotaciones y símbolos temporales incluidos.
Jokan y los consejeros lanzaron exclamaciones de excitación y se inclinaron sobre la mesa cuando Harlan prosiguió.
—No voy a decir que ahora conocemos la ruta que lleva a su planeta de procedencia. Es imposible saber si venían de él o iban a él. Las bodegas apenas estaban medio llenas —agregó en voz más baja y tragando saliva.
Supongo que no fui la única que sintió náuseas. En mi mente no había duda alguna respecto al contenido de aquellas bodegas.
—No obstante, creo que es importante que busquemos el origen de su viaje, a partir de la anotación correspondiente al grupo tanita y yendo hacia atrás.
El sonido de un aerocoche en lo alto me hizo alzar los ojos, asustada. Talleth estaba ante los mandos. Aseguró el vehículo en el balcón y aguardó en el interior.
—Debo hacer un rápido viaje, caballeros, después del cual me explicaré con mayor detalle. Si me perdonan.
Y Harlan se puso en pie.
—¿Debes irte ahora mismo? —murmuré, enormemente desilusionada. En ese momento estaba convencida de que algo nos separaba.
—¿Quieres venir conmigo, Sara? —preguntó Harlan. En su voz había un rasgo especial, un tono de súplica que yo no había percibido hasta entonces.
—Por supuesto.
El hecho de que él deseara mi compañía, unido a su inquietante mirada, no era del todo tranquilizador. Pero durante el vuelo dispondríamos de tiempo para llegar al fondo del problema.
Esa pretensión se frustró pronto y por completo cuando me di cuenta de que aquel aerocoche, pese a ser rápido, era también pequeño. Talleth, que hacía de piloto, no estaba tan lejos como para que no pudiera tocarlo extendiendo el brazo. Ni el momento ni el lugar eran los adecuados para una importante discusión íntima.
El problema de la vida pública, pensé amargamente, es que esa vida es condenadamente pública. Si tenía que resignarme a seis años de sufrimiento hasta que Maxil alcanzara la mayoría de edad, acabaría siendo una mujer frustrada.
El inexplicable nerviosismo de Harlan se hizo patente en muchos sentidos durante el viaje. Mantuvo una conversación superficial, agradable, se interesó por lo sucedido después del ataque, las reacciones de los consejeros más escépticos cuando los resonadores demostraron su eficacia...
—¿Adonde vamos? —pregunté con la máxima naturalidad posible cuando se agotaron los forzados gambitos de la conversación.
—A Nawland —dijo sucintamente Harlan.
—¿Qué es eso? —insistí.
Era algo que yo debería haber sabido, no había duda, porque Talleth movió bruscamente la cabeza como si quisiera verme pero cambió de idea y siguió mirando el tablero de instrumentos.
—La Estación de Investigación Espacial —respondió Harlan, en un tono que no admitía más preguntas.
Pero mis terribles preocupaciones eran tantas que no pude contenerlas, por mucha que fuera la indiferencia de Harlan.
—¿Está Monsorlit allí?
Harlan me miró, sorprendido.
—Claro que no. Él no tiene nada que ver con esto.
Sentí alivio por el hecho de que Monsorlit no hubiera cumplido la amenaza que me hizo en las Bóvedas. La fugaz impresión de que Harlan consideraba al médico como un mal menor que las instalaciones de Nawland no me preocupó hasta más tarde.
Un tenso silencio se adueñó de la reducida cabina. La fijeza del mentón de Harlan y la sensación de que él volvía a estar alejado de mí me inhibieron hasta el punto de que no me atreví a mirar otra cosa que no fuera el océano a través de la ventanilla.
Sobrevolamos rápidamente un alargado archipiélago en aguas poco profundas. En la lejanía, una mancha en el horizonte, asomaba la rojiza sombra de una masa de tierra. En lo alto, una lanza sobre el fondo del cada vez más oscuro cielo del atardecer, vi el despegue de un cohete. A varios kilómetros de distancia había otro vehículo aéreo que se dirigía al mismo objetivo que nosotros.
La visión de una barca pesquera, similar a la que Harlan y yo usamos para fugarnos, me causó una punzada de dolor. Parpadeé para contener las lágrimas que acudían a mis ojos con los recuerdos evocados por la embarcación. Inmóvil, silenciosa y apenada, aguardé de forma pasiva el fin del trayecto.
«Estación de Investigación Espacial». Evoca una imagen de actividad, plataformas de lanzamiento, estructuras incompletas, naves espaciales que aguardan... Pero Talleth sobrevoló la isla, se alejó del escenario lógico y se dirigió a una tranquila ensenada que acababa en una desierta franja de roca plana y arena. Dos enormes cascos, con las compuertas abiertas al sol poniente igual que terribles heridas, reposaban desatendidos en el promontorio. Un cohete de menor tamaño se hallaba estacionado a un lado de la gigantesca nave que Talleth sobrevoló. Tanto él como Harlan sacaron la cabeza por sus respectivas ventanillas en busca de algo determinado. Noté que el rostro de Talleth tenía un tinte verdoso y sudaba en abundancia.
Luego observé que había largos tubos de gran diámetro que taponaban las entradas a tres de las compuertas. Diversos materiales, tubos y cables estaban cuidadosamente amontonados junto a la curva del inmenso casco de la nave, casi sumido en las sombras.
—La número tres —murmuró furiosamente Harlan.
Sin pronunciar palabra, Talleth guio el aerocoche por encima de la nave hacia una entrada abierta, desprovista de tubo, donde se encontraban tres altos ertoi. Uno de ellos nos hizo señales.
Talleth aterrizó; el sudor corría por sus mejillas. Pilotar aquel aparato no parecía exigir tanto esfuerzo, y la temperatura era benigna.
—Debo pedirte que vengas, Sara —dijo Harlan con voz ronca y tensa.
Lo miré y me sorprendió comprobar que también él sudaba y tragaba saliva continuamente. Harlan abrió la puerta. Un espantoso olor nos inundó y yo tosí bruscamente para limpiar mis pulmones de aquella peste.
Oí el gemido de Talleth, pero Harlan me puso su mano en el codo y me instó a bajar a la arena.
—¿A qué se debe esta pestilencia? —pregunté, tapándome la nariz y la boca con un pliegue de la túnica.
Harlan no respondió. Su semblante reflejaba enorme consternación. Me condujo de forma inexorable rampa arriba hacia la entrada abierta. Los tres ertoi se hicieron a un lado en silencio para dejamos pasar.
—Por aquí —dijo uno de ellos con una voz increíblemente grave que me pareció un rasgueo de contrabajo.
Harlan no contestó y en ese momento noté los temblores de su mano pese a que ésta agarraba con más fuerza mi codo. También yo comencé a sentirme asustada.
—Hemos puesto algunos especímenes en la cámara más próxima —retumbó huecamente la voz del guía. El sonido arrancó innumerables ecos en el alargado y oscuro corredor—. Hemos desintegrado los demás.
Los ertoi se detuvieron junto a un orificio de extraña forma e inclinaron gravemente la cabeza ante Harlan.
El Regente tenía mal aspecto. El sudor resbalaba por su cara y los músculos faciales no cesaban de moverse. Yo habría asegurado que era una persona a punto de ponerse gravemente enferma pero que se enfrentaba al problema con fuerza de voluntad.
Nada más pasar al otro lado del orificio lancé un grito desgarrador. Si continué de pie fue únicamente porque los ertoi y Harlan me sostuvieron con fuerza. Ya sabía por qué Harlan parecía enfermo. Ya sabía dónde estaba. Me encontraba en una nave mílica y no era la primera vez que estaba en un compartimento similar. Yo había estado en una habitación como aquella y lo que había visto allí había sumido mi mente en la más profunda conmoción.
—No se parecen a ti, opinan los ertoi —logró decir Harlan con los dientes apretados—. Debo obligarte a que los veas.
El y los ertoi me llevaron casi a rastras hasta un armazón plano y alargado donde había varios bultos tapados con sábanas. Un ertoi apartó con mucho cuidado la parte superior de una sábana y la primera cara quedó visible ante mí.
Yo no quería mirar. Pero tenía que hacerlo. Con la espantosa fascinación que producen los accidentes horribles. Puede ser muy desagradable, pero debes mirar para asegurarte de que es tan malo, o peor, de como lo habías imaginado. Era un hombre chino, oriental al menos... Su raza carecía de importancia comparada con el hecho de que aquel hombre había vivido en mi planeta. Me empujaron hacia la siguiente víctima y esta vez fue infinitamente peor. Porque se trataba de una joven rubia dotada de la tez fresca de una mujer inglesa. Le habían cortado el pelo hasta el cuero cabelludo y en su contraído rostro aparecía el horrendo rictus de la muerte. No tenía piel en el cuello, sólo carne rojiza, con los músculos y tendones al descubierto. Di un tirón a la sábana y comprobé (como ya sabía por instinto, pero tenía necesidad de confirmarlo) que le habían arrancado la piel del cuerpo entero. Piel, piel bronceada, mi nueva piel. También a mí me habían desollado y... cubierto con su piel. ¿Cuánta piel puede perder un ser humano y sobrevivir? Me tambaleé. Mis ojos eran incapaces de apartarse de aquella cara. Finalmente di medio vuelta y vomité con intensos y terribles espasmos.
Supe que Harlan me cogió y me sacó de aquel lugar sepulcral porque noté piel, no escamas, bajo mi mano mientras me agitaba frenéticamente con la única intención de hacer daño al hombre que en contra de mi voluntad me había llevado de nuevo al horror. Mis actos debieron ser los de una demente. Chillidos, agitar de brazos y piernas... Después aflojó la tensión que notaba alrededor de mí y en mi interior. Sentí la áspera frescura de un aire no contaminado y el hedor desapareció en mi nariz, en mi garganta y en mis pulmones. Percibí el ruido del oleaje, el ilimitado cielo en lo alto y luego un brusco picor en el brazo.
Una escamosa mano pasó algo aromático por debajo de mi nariz, pero ello sólo sirvió para que mi estómago se revolviera otra vez.
Una mano, suave pese a ser fuerte y escamosa, me sostuvo la cabeza mientras vomitaba y apartó con una caricia los chorreantes cabellos que me tapaban la cara.
Mientras se calmaban las espasmódicas náuseas, ya sin vomitar, noté que mi cuerpo se apoyaba en la escamosa pierna de un ertoi. Otro ertoi protegió mi cara del brillante sol poniente; su semblante de saurio reflejó amabilidad y compasión mientras me lavaba manos y cara.
No pude verlo, pero oí que alguien se encontraba muy mal y percibí la voz resonante aunque sosegada del tercer ertoi.
No sé cuánto tiempo tardé en recobrarme de aquella experiencia, pero ya era de noche cuando Harlan se acercó a verme. Yo todavía estaba apoyada en el paciente ertoi, tan débil y agotada que no podía moverme.
—¿Son habitantes de tu planeta, Sara? —preguntó Harlan con triste lasitud.
—Sí.
Y en ese momento supe por qué Harlan me había sometido al horror. También comprendí el increíble valor que había necesitado Harlan para acompañarme, sabiendo exactamente qué iba a ver, conociendo la dureza de la prueba a que iba a someterme y negándose, fuera cual fuese el costo personal, a dejarme sola en aquella agonía.
—Puede proceder con lo ordenado, Ssla —murmuró Harlan.
Un ertoi saludó a Harlan y luego a mí y volvió a entrar en la nave. Al cabo de unos momentos oí el zumbido del aerocoche.
Harlan consiguió subir a bordo sin ayuda, pero los dos ertoi tuvieron que alzarme hasta la cabina. Harlan me cogió en su regazo. Apoyé la cabeza en su pecho. Ambos estábamos tan agotados que nos quedamos inmóviles.
Talleth despegó a velocidad máxima. También él estaba harto de aquella zona de Newland.
No sé qué inyección me administraron, pero el sopor que me produjo se extendió a todo mi cuerpo. Aunque temía un sueño quizá caracterizado por pesadillas de revividos horrores, noté que me deslizaba sin desearlo hacia el pozo de terciopelo negro de la inconsciencia.
El primer pensamiento que cruzó mi mente al despertar fue que el hambre no había sido la causa de que abriera los ojos. Era una tenue luz que se difundía desde la pared, en lo alto de la cama. Volví la cabeza y vi a Harlan. Estaba sentado en la cama y escribía en silencio, aunque con rapidez, en una fina lámina metálica. El ruido del estilo al deslizarse sobre el metal había penetrado en mi sueño.
Al oír mis movimientos, Harlan volvió la cabeza. La expresión de ansiedad y esperanza que había en su semblante se transformó en una. incierta sonrisa en cuanto nuestros ojos se encontraron.
—Estabas tan inmóvil... tan profundamente dormida... —dijo en voz baja.
—Me encuentro bien —le aseguré.
Le di una palmadita en la mano para tranquilizarle. El me cogió la mano y la apretó con tanta fuerza que chillé.
Harlan dejó lo que estaba escribiendo, se puso de costado y me miró con ojos aún preocupados.
—En la Tierra hay un dicho —dije para animarle—. El criminal siempre vuelve al escenario del crimen. Luego la ley lo atrapa. En este caso, fue la víctima la que volvió al escenario del crimen.
Harlan gruñó y hundió la cabeza en la cama para que yo no pudiera verle la cara.
—Francamente —continué pese a la tirantez de mi garganta—, creo que hice un buen papel de víctima. Era muy lógico que sufriera horribles pesadillas y no las he tenido.
Harlan me cogió por los hombros y me zarandeó. Tenía el rostro contraído de emoción.
—¿Cómo podrás perdonarme? ¿Cómo podrás perdonarme después de lo que te he hecho? Te puse ante ese horror indecible...
—Harlan —dije. Tú me acompañaste. Debió ser diez veces peor para ti.
Me miró inexpresivamente, como si yo me hubiera vuelto loca.
—Eres increíble. ¿Diez veces peor para mí? —repitió mientras movía la cabeza sin poder creer mis palabras—. ¿Para mí? ¡Para MI!
Prorrumpió en explosivas carcajadas y luego me abrazó con tanta fiereza que tuve que gritar.
—Nunca te entenderé. Nunca. Nunca.
Siguió riendo mientras me mecía en sus brazos. Riendo, comprendí, de simple alivio.
—Bien, no fue muy divertido —le recordé, desconcertada por su reacción.
—No, nada divertido.
Y Harlan continuó riéndose, menos sonoramente y con ridículas lágrimas en sus ojos.
La tensa mirada de preocupación había desaparecido cuando me soltó para mirarme. Tenía restos de risa en ojos y labios, pero su gesto era orgulloso y posesivo.
Apartó tiernamente los cabellos que tapaban mi frente y me atrajo hacia él, mi cabeza en su pecho.
—Tengo varias cosas que explicarte, Sara —dijo en tono más normal—. Primera. Temía seriamente que al despertar estuvieras loca o me odiaras. No, no me interrumpas. —Y puso un dedo en mis labios—. No esperaba que comprendieras la razón de tenerte que someter a esa prueba tan dura. He dicho que te calles —y su voz fue severa, más de acuerdo con su personalidad—. Disponía de poco tiempo para llevarte allí a identificar los cadáveres. Quizá recuerdes que dije a Jokan y a los dos consejeros que habíamos encontrado cartas estelares intactas, documentos que nos permitirían recorrer a la inversa la ruta seguida por los Mil. Gracias a determinados métodos que sabemos usan —y de pronto tragó saliva—, Ssla opina que el último aterrizaje de los Mil fue en el planeta de procedencia de esa gente.
Me abrazó con fuerza al notar que yo, sufría de nuevo incontenibles temblores. Respiré profundamente varias veces e indiqué a Harlan que prosiguiera, que pasara por alto mis reacciones.
—La nave de clase estelar que Jessl reacondicionará de acuerdo con mis instrucciones transportará a tu planeta a Jokan y a Talleth, y toda la ayuda que podamos dar. —Hizo una pausa y luego, en voz baja, añadió—: Pensaba sugerirte que fueras con ellos.
—Pensabas sugerirme. —Me aparté de su pecho para verle la cara.
—No deseo que te vayas, pero creo, después de lo sucedido ayer, que debo dejarte elegir. Quizá haya alguien en tu mundo con quien prefieras estar.
Me agité en sus brazos y le miré directamente a los ojos. Su expresión era grave pero no traslucía los pensamientos.
—¿Pretendes librarte de mí? —pregunté, asombrada por la ronquera de mi voz—. Ya sé que soy muy pesada. Primero me uní a aquella fuga. Solo habrías ido mucho más deprisa.
—Pero no sé gobernar un barco.
—Y debiste dejarme en casa de Gartly. Eso habría sido mucho más lógico.
—Cierto. Pero tú no habrías conocido a Maxil, no te habrías metido en el palacio.
—Con lo que provoqué el hundimiento total de Ferrill.
—Con lo que el Consejo se reunió de inmediato, exactamente lo que yo esperaba lograr.
—Pero yo enfurecí a Stannall.
—Y asumiste la insostenible identidad de mujer de Maxil. —Vi fulgores de enojo en los ojos de Harlan.
—¡Busqué complicaciones a todos! —dije, sumida en miserables meditaciones.
—Complicaste innecesariamente la vida de Harlan, que tuvo que pedirte antes de que otro hombre osara hacerlo.
—Te rechazaré en cuanto lo desees —dije alocadamente impulsada por mi abatimiento.
—¿De verdad piensas que te dejaría? —Harlan se echó a reír, en parte enfadado, en parte contento—. No he conocido un momento de paz desde que estuviste a punto de matarme de hambre en aquel asilo. Por todas las madres de clan, Sara, ¿me amas?
—Sí, claro. ¿No es evidente? —contesté asombrada, atónita—. He estado locamente enamorada de ti desde tu proposición en aquella barca.
Su semblante se calmó, adoptó tal expresión de ternura y súplica que pensé que mi corazón iba a dejar de latir.
—Ámame, Sara —ordenó en voz baja.
Su anhelosa boca reclamó la mía y aquello representó para ambos una liberación de las incertidumbres y temores de los últimos días y una promesa de futura delicia y paz.