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Cena formal significaba simplemente eso, pero fue una formalidad que muy pocos invitados importantes vieron con agrado. Harlan y Stannall fueron los únicos, en la mesa de honor, que se comportaron como si estuvieran divirtiéndose.
Una parte del Salón Estelar se había transformado en comedor, con una mesa principal en el saliente círculo de suelo situado entre dos de los cinco corredores abovedados. Cuatro alargadas mesas se extendían a partir de la anterior en el piso normal.
No sé quién estaba más nervioso, Maxil o yo. La conducta del muchacho osciló entre una arrogancia casi insoportable cuando se dirigía a sus hermanas o a su hermano menor y un malhumor típico de adolescente cuando contemplaba la mesa ocupada por Fara y miembros adultos del Consejo. Stannall, como es lógico, se hallaba en la mesa de honor entre las hermanas de Maxil. Yo estaba sentada a la izquierda de Maxil, mientras Lesatin, el curioso miembro del Consejo, se encontraba a mi izquierda. Harlan ocupaba el extremo de la mesa, demasiado lejos de mí para sostener la conversación que yo tenía en mente.
No fue una cena alegre, aunque los platos resultaron excelentes. Kalina y Cherez, las dos hermanas de Maxil, iban vestidas como correspondía a su edad y condición, con sus bonitas caras mucho más dulces desprovistas del excesivo maquillaje de la noche anterior. Pero estaban; tristes. Maxil me explicó que Kalina debía rechazar la petición del hombre con el que Gorlot la había emparejado. Fernan, completamente acobardado por la presencia de Stannall y sometido al escrutinio de Harlan, se limitó a ocuparse de la escasa comida que le habían servido. Su cara reluciente y carnosa, su cutis pálido y granoso, no fue una visión agradable durante la cena. Yo evité mirar en aquella dirección, tanto para no ver al jovencito como para no atraer la atención de Stannall.
Debo hacer una corrección. Lesatin se divirtió mucho. Expuso temas para que le diéramos la razón, comentó un plato tras otro. Yo me sentía terriblemente observada y no empecé a cenar hasta comprobar qué cubiertos usaba Harlan. Quizá me sentí cohibida porque en presencia de Harlan yo era muy consciente de que sin darme cuenta podía tropezar con mi propia ignorancia. Con Maxil y con Sinnall podía reírme de un desliz o de una distracción. Pero la preternatural preocupación de Harlan por ocultar mi origen me amilanaba. La amenaza de Stannall y Monsorlit completaba la inestable pirámide de mi ansiedad.
Cuando los comensales se dirigieron al centro del enorme salón, me encontraba fatigada. Me dolía la espalda y notaba el estómago revuelto y más que lleno de extraños sabores y sustancias. Mi cuello estaba rígido a causa de la tensión y me pregunté si alguna vez volvería a estar tranquila.
Cuando por fin salimos del gran salón, traté de ponerme junto a Harlan. Este me dirigió una mirada de aviso y me dejó al lado de Maxil. Mi reacción fue de furia y frustración. Necesitaba desesperadamente hablar a solas con Harlan respecto a qué debía hacer al día siguiente si el Consejo llegaba a citarme. Me vi obligada a ir a la cama sin esa seguridad y me dormí llena de preocupaciones, preocupaciones y más preocupaciones.
Desperté de pronto y totalmente, con el hábito de reloj despertador adquirido desde mi llegada a Lothar. Todavía me dolía la cabeza, la habitación era irreal, con su elegante mobiliario, y el cuerpo me pesaba y parecía dislocado. No había duda de que Linnana era una experta cuando se trataba de oír a través de las cerraduras, porque en cuanto empecé a desperezarme se presentó y anunció que mi baño estaba listo.
Elegí el vestido más sencillo y un collar de una sola vuelta de cuentas de colores que contrastaban y ello tanto para olvidar la extravagancia de la noche anterior como para ofrecer al Consejo la imagen de «sencilla campesina» que yo mismo me había creado.
La mesa del desayuno me reservaba una sorpresa. Jessl estaba ante ella, en amistosa charla con Sinnall, Cire y Maxil. El muchacho había recobrado el equilibrio esa mañana, así lo parecía, porque se levantó de un brinco al verme entrar. Jessl me ofreció asiento con un gesto ceremonioso y un rápido tirón de la silla. Linnana e Ittlo iban de un lado a otro con los platos.
El humor con que me desperté no podía persistir en la alegre charla del desayuno. Jessl insistió en hacer un impúdico relato sobre la adoración que sentía la ciudad por Maxil y por mí, y su recital fue tan ingenioso que no pude mostrarme ofendida. Incluso Maxil, dado que ya había aclarado su situación con Fara, rió a menudo. La bebida matutina me estimuló y deshizo los nudos de tensión que tenía en la nuca.
—Sara, Harlan me dijo que no se preocupe porque el Consejo la cite. Al menos, hoy no lo hará. Podemos seguir la reunión desde aquí. —Jessl señaló la habitación que contenía las pantallas de comunicación—. Hay un circuito cerrado que conecta esa habitación con la Cámara. Será un verdadero placer presenciar la caída de Gorlot.
—¿Está seguro de ello? —pregunté, esperanzada.
Jessl se burló de mis secretas dudas y se inclinó hacia adelante en un fingido gesto conspirativo.
—Lo que hemos descubierto de ese hombre sería suficiente para arrugarle la piel. Es notable, ¿no cree? El más mínimo rumor de escándalo en tomo a un personaje público hace surgir deslices y errores previamente olvidados.
—¿Y eso bastará para desacreditarlo como candidato a Regente? —quise saber.
—Sí, seguro —convino Jessl con entusiasmo. En ese momento me pregunté si Jessl estaba allí con el deliberado propósito de moderar las dudas de Maxil o bien si aquel hombre era una optimista incurable.
—¿Qué se rumorea sobre la curación de Harlan?
Esta pregunta provocó una evasiva respuesta.
—Hay mucha polémica en torno a eso. Ojalá tuviéramos pruebas concluyentes de que Harlan nunca ha estado loco.
—Pero si nunca lo estuvo —insistí firmemente—. Le drogaron. Gorlot y Gleto le drogaron. —¿Por qué mencioné a Gleto y no a Monsorlit? No lo sé—. Yo lo oí de boca del mismo Gleto.
—¿Sabe eso Harlan?. —preguntó ansiosamente Maxil.
—Naturalmente que lo sabe —le aseguré.
—En ese caso, ¿por qué no te hace comparecer hoy ante el Consejo? —se extrañó el joven Señor de la Guerra.
—Quizá porque hoy el tema principal eres tú, no la cordura de Harlan —sugerí.
Jessl sacudió la cabeza.
—No, está confirmado que Maxil sirve. Stannall tuvo una inspiración y ordenó a los médicos que examinaran a Fernan. El corazón del muchacho se ha resentido del exceso de alimentación y ni siquiera podría resistir una aceleración normal en el espacio. Por lo tanto, Maxil es la única alternativa en la práctica. Pero la prueba dura será la Regencia. No te preocupes, chico. Es decir, mi señor —dijo sinceramente Jessl—. Harlan y Stannall saben lo que se hacen.
Me sumí en meditaciones sobre lo que había dicho exactamente a Harlan respecto a él mismo y el asilo. Yo había hablado de Gleto y de que drogaban a Harlan, pero no había mencionado la visita de Monsorlit, ni otros detalles tal vez muy importantes. Un día antes había dicho a Ferrill que había otras personas sometidas a drogas en el sanatorio. Si esos hombres se recuperaban como Harlan, y narraban su caso, habría una prueba concreta, mediante asociación, de que Harlan nunca había estado loco. Decidí suscitar la curiosidad de Jessl.
—¿Alguien ha revisado el historial médico de otros pacientes recientes de Gleto? Me refiero, por ejemplo, a comandantes de escuadrón u hombres importantes que de repente, sin que nadie lo esperara, se volvieron locos.
Jessl volvió bruscamente la cabeza para mirarme; empezaba a comprender.
—Trenor tenía otros nueve enfermos en aquel asilo —continué—. Por lo menos eso es lo que dijo Gleto. Si | pueden recuperar la cordura de la misma forma que Harlan, ¿no sería eso prueba suficiente de que Harlan también fue drogado, que no estaba loco? Y yo sé que aquellos hombres estaban drogados.
Jessl estaba delante del tablero de comunicaciones antes de que yo concluyera mi hipótesis. La pantalla se iluminó y apareció la atestada salita de Stannall. Jessl rogó a Stannall que cerrara su circuito. El fondo de la habitación se hizo confuso y sólo el rostro del Primer Consejero fue visible con claridad. Jessl repitió lo que yo le había contado. El semblante de Stannall cobró vida como obvia expresión de interés.
—¿Cuánto tiempo es preciso para que una persona se recobre de los efectos de la droga? —preguntó, excitado.
—Cinco días sin probar el alimento drogado —contesté de mala gana, sabiendo cuán importante era el factor tiempo—. Pero quizá exista un antídoto o un estimulante.
—Podemos intentarlo. Sería muy interesante comprobarlo. Trenor quedaría mucho más comprometido. ¿Podría identificar a los enfermos en cuestión?
Imposible. Stanall se mordió el labio tras esa contrariedad. Luego me dio las gracias con distraída cortesía y la pantalla se apagó. Jessl volvió a la mesa, muy pensativo.
—Sinnall —preguntó—, ¿recuerdas a alguien que se saliera de órbita últimamente?
Maxil recordó inmediatamente un nombre, el de un experto en comunicaciones del espaciopuerto que había enloquecido en plena pista de aterrizaje. Luego el caso de un oficial de policía de la ciudad. El mismo Jessl recordó el caso de dos jefes de unidad. Sinnall se refirió a un veterano comerciante de la ruta tanita que había vuelto a Lothar tartamudeando la extraña historia de que unos médicos le habían drogado para atontarle.
—¿Qué más sabes de eso? —preguntó Jessl.
Sinnall arrugó la frente.
—Oh, aquel hombre recitaba unos versos, así me lo explicaron. —Sinnall se estremeció al recordar—. Era algo así: A los Mil, cuando quieren variar, la jugosa carne tanita les gusta probar.
«Naturalmente no se ha producido un ataque milico desde hace dos Eclipses. Y sólo hay informes de algunas refriegas en el Perímetro.»
Algunas refriegas en dos Eclipses: eso significaba más de un año. ¿Acaso yo iba en una de aquellas naves? ¿Tanto tiempo llevaba en Lothar? Pero Harlan sólo había estado diez meses en el sanatorio. Y la guerra tanita estalló una semana después. ¿Cuándo me habían apresado? ¿Antes o después? ¿Cómo? Harlan suponía, sólo suponía que debían haberme transportado de la Tierra a Lothar en una nave mílica. En ese caso, ¿cómo había desembarcado? ¿Adónde fui después? ¿Dónde efectuó Monsorlit el cambio de mi piel y de mi nariz? No me cabía duda de que Monsorlit era responsable de aquello. ¿Y por qué había llegado yo al sanatorio como asistenta y no como paciente?
—Sara está pensando. Quizá conozca a otro oficial de los cuatro desaparecidos —comentó Jessl, sacándome bruscamente de mis horribles cavilaciones.
—¿Yo? No, no he seguido esos casos. Estaba demasiado ocupada con Harlan.
—Cosa que me recuerda una pregunta pendiente —dijo Jessl con energía—. ¿Dónde conoció a nuestro Regente? Jokan no recuerda haberla visto anteriormente, aunque él siempre ha estado viajando a Ertoi en busca de cristales. Yo he estado bajo tierra y no recuerdo haberla conocido en nuestro cerrado círculo —finalizó, y me miró maliciosamente.
—Cosa que debería demostrarle que Harlan es un experto solucionando sus problemas sin ayuda —fue mi evasiva respuesta.
Pero Jessl no se arredró.
—¿Dónde nació, dama misteriosa? Su acento es ligeramente del sur, quizá, pero su aspecto es el de una mujer del norte.
—Aquí es imposible que una chica tenga secretos —respondí riendo.
—Esta dama también soluciona sus problemas muy bien —contestó Jessl de buen talante—. Pero estoy convencido de que puedo aclarar el misterio. Es mi especialidad.
Sinnall y Maxil también se rieron. Pero yo vi que Jessl estaba un poco resentido por mis constantes evasivas. Confié en que no insistiera en el tema antes de que yo pudiera hablar con Harlan. Aparte del clan, la cueva y la ingeniería de minas, yo tenía pocos conocimientos para hacer frente a la decidida curiosidad de un amigo. ¿O acaso Harlan creía que sus amigos no interrogarían a la mujer que le había recatado del mundo de los zombies?
—Si sus conjeturas son correctas, lo reconoceré —prometí despreocupadamente.
Jessl se limitó a esbozar una extraña sonrisa y noté que estaba mirándome las manos. Lo único que pude hacer fue esforzarme en no ocultarlas en el regazo. También Harlan había manifestado singular interés por mis muñecas. Yo las había examinado atentamente, pero nunca había descubierto un detalle que justificara aquella curiosidad.
Entró el guardia para decir que el Consejo se había reunido.
Maxil se levantó nervioso, con exceso de energía, mientras Jessl apoyó su tranquilizadora mano en el brazo del muchacho y se puso en pie con más naturalidad. Jessl acompañó a Maxil a la puerta y vio cómo se alejaba por el pasillo, flanqueado por Sinnall y Cire.
En el desprevenido semblante de Jessl, cuando volvió a la mesa, vi la importancia de las dudas de aquel hombre. Había tenido mucho cuidado de ocultarlas delante del muchacho. El pavor que me había incomodado al despertar volvió con doble intensidad. Jessl y yo fuimos en silencio a la sala de comunicaciones. Ordené a Linnana que trajera más bebida mientras Jessl conectaba con la agitada sala del Consejo. Ordenó a gritos a Ittlo que dejara de recoger la mesa. Después tomó asiento junto a mí en el sofá y contempló malhumoradamente la pantalla.