XII
Una muestra de la reacción general a la sorprendente noticia me la ofrecieron las tres personas que me acompañaban en la habitación. Linnana se puso a llorar histéricamente, se echó a los pies de Jessl y le suplicó que la llevara a las Criptas para estar a salvo de los Mil. Sin duda alguna ella suponía que los Mil habían salido de Tane en dirección a Lothar aunque nadie lo hubiera insinuado. Ittlo lanzó monótonas maldiciones que fue alternando con dos preguntas: ¿Cómo lo hizo? ¿Cómo pudo hacerlo? Eso era, en esencia, lo que Jessl deseaba saber.
Jessl logró calmar en primer lugar a Linnana, recordando a la joven que la red interior de alarma les permitía saber con un día de antelación el posible aterrizaje en Lothar por parte de los Mil. Era imposible que Gorlot hubiera sobornado a esos centinelas. Linnana siguió llorando en silencio, acurrucada en un sillón, hasta que tuve la idea de que fuera con Ittlo a traer grandes cantidades del estimulante brebaje. Tuve la sensación de que lo necesitábamos.
Ya con algo que hacer, Ittlo y Linnana mejoraron su humor. La puerta se abrió y Fara entró corriendo, con los ojos muy abiertos y la cara pálida.
—Tenía que venir, tenía que venir. Maxil estará tan trastornado... —se lamentó al verme.
Jessl y yo intercambiamos miradas. Ella tenía razón, por supuesto. Ciertamente, yo me había dado cuenta de que el muchacho de dieciséis años debía estar, por tradición, en la nave capitana de la flota que sin lugar a dudas se enfrentaría a los Mil la próxima vez que se acercaron a Tane.
La preocupación de la muchacha por la crisis y su efecto sobre Maxil era instintiva y daba fe de su desinteresada devoción por él. Me sentí avergonzada. Lo único que yo había considerado era el hecho de que Gorlot estaba finalmente desenmascarado y Harlan rehabilitado.
—¡Ayúdenme a verle! —gritó Fara, mirándome primero a mí y luego a Jessl y señalando el alboroto de la Sala del Consejo.
—Harlan volverá aquí con Maxil, estoy segura —le dije para animarla—. Y no creo que nadie pueda verle ahora mismo. Mira.
Fara y Jessl volvieron la cabeza hacia la turbulenta imagen de la pantalla. Harlan, Stannall y Maxil trataban de salir de la sala, dando constantes instrucciones a diversos grupos de agitados consejeros. El cómico solaz lo ofrecía el secretario. El hombre intentaba proteger de tirones y empujones la pesada mesa donde estaban las tablillas. Iba a la pata coja y gemía, consternado por las desagradables noticias que debería anotar.
Las preguntas que Ittlo se hacía respecto a Gorlot (¿cómo lo hizo? y ¿cómo pudo hacerlo? ) tuvieron respuesta en el curso de los turbulentos días que siguieron. Pero otras preguntas, muchas, jamás fueron respondidas adecuadamente.
La perfidia cometida con los apacibles tanitas, que hasta ese momento eran vilipendiados y tratados como inútiles salvajes, acabó de pronto con las insignificantes pendencias y unió a lotharianos de toda condición en la antigua cruzada contra los Mil.
La pregunta «¿Cómo pudo hacerlo Gorlot? » encontró respuesta en la enorme ambición personal del traidor, que había valorado correctamente la codicia de barones y patrulleros disidentes y aprovechado la inquietud de la época para poner en práctica su intriga. Mucha gente había deseado los planetas tanitas como zona de diversión o para ampliar determinados monopolios industriales. Esa gente no tenía interés especial en que los tanitas estuvieran allí. Por eso dieron a Gorlot el apoyo precisado por éste en el Consejo, cuando el traidor lo solicitó, a cambio de extravagantes promesas de terrenos en cuanto concluyeran las reformas de la colonización. Los hombres elegidos por Gorlot como jefes de escuadrón obtuvieron el ascenso a través de amañados comités militares. Los titulares de esos puestos fueron expulsados, trasladados o «liquidados» de una u otra forma. A cambio de esa explícita y ciega obediencia, Gorlot puso los puestos clave del Perímetro en manos de los incompetentes que hasta entonces no habían obtenido el ascenso. Los pocos que averiguaron por casualidad el objetivo final de Gorlot, o que recelaron de éste, acabaron silenciados. Algunos terminaron siendo enfermos mentales, otros paralíticos totales condenados a una vida breve e inútil bajo la esclavitud del cerol, conscientes pero incapaces de revelar las terribles verdades que mantenían encerradas en su mente.
Gorlot ordenó la retirada de las defensas del Perímetro en el sector de Tane, creando así un túnel que permitió a los Mil, animados por la falta de resistencia, encaminarse hacia su nueva presa. Los combates rutinarios de que Gorlot dio parte se referían en realidad a las pocas naves mílicas que tuvo que destruir para controlar la situación. Algunos militares que supuestamente habían enloquecido y estaban siendo tratados con cerol habían sido capturados por los Mil. Desesperadas denuncias, como el caso del comerciante poeta, se achacaron al tributo cada vez mayor que se cobraban las enfermedades mentales. Yo me pregunté cómo planeaba Gorlot, saqueados ya los planetas tanitas, contener a los Mil la próxima vez que utilizaran el túnel. ¿O acaso los Mil sabían que habían acabado con toda la vida contenida en esos infortunados planetas? ¿Se habría arriesgado el traidor a un ataque milico a Lothar? Mi opinión personal era que sí, que habría corrido ese riesgo, en particular si podía convertirse en el héroe del momento. Quizá pretendía en último término desacreditar el «debilitado linaje» de Harlan y dar principio a una nueva dinastía, la vigorosa «progenie de Gorlot».
El auténtico milagro del caso fue el papel desempeñado por Jokan. El hermano de Harlan retrocedió hacia el norte y protagonizó un realista accidente en las montañas tal como se había planeado. Los hombres que le rescataron eran patrulleros de permiso. Reconocieron a Jokan como el hombre que había hecho experimentos con cristales en Ertoi. Dichos cristales habían permitido a los ertoi rechazar a los Mil de sus planetas mucho antes de la creación de la Alianza. La vibración sónica de los cristales era tan potente que alteraba la construcción celular de los Mil y los reducía a fragmentada gelatina. La raza ertoi era mucho más antigua que la lothariana. Gracias a las tormentas magnéticas abundantes en el planeta, los pobladores no tardaron en descubrir un medio para defenderse de la rapiña de los Mil.
Jokan trabajó varios años en un proyecto para dotar de similares cristales electromagnéticos a las naves lotharianas. Las pruebas de laboratorio demostraron que los cristales eran eficaces cuando se podía rodear a la víctima mílica. Esta misma arma hizo albergar a Harlan la esperanza de que Lothar pudiera considerar seriamente un ataque al planeta nativo de los Mil. No obstante, aún no existía un medio adecuado para proteger a los humanos del efecto de los cristales. Un hombre, dada su composición celular relativamente más densa, podía soportar una frecuencia mucho más elevada que los Mil. Pero a pesar de todo quedaba afectado por las vibraciones que emanaban de esa arma.
Los patrulleros de Jokan se refirieron a que todas las naves que habían visto u ocupado recientemente estaban dotadas de resonadores de cristal. Un considerable secreto acompañaba a ese tipo de instalaciones. Jokan estaba considerado como la excepción permisible. Él había sido, al fin y al cabo, personaje esencial en el desarrollo del arma. Pero Jokan desconocía que la instalación de cristales estuviera tan extendida. El tema le preocupó de inmediato e interrogó a fondo a sus salvadores. Lo que averiguó bastó para que volviera a Lothar e hiciera su desesperado y triunfante intento de llegar a los planetas tanitas. Dejó constancia de sus intenciones en su casa, creyendo que yo no tardaría en estar a salvo allí.
Los patrulleros le explicaron también que habían hecho maniobras cerca de Tane y que habían usado los cristales en transportes de tipo Mil que se dirigían hacia allí. En varios de estos «juegos de guerra», combinados con expediciones a Tane, «rebeldes» tanitas fueron conducidos a diversos acuartelamientos en espera de ser castigadas por sus «delitos» contra Lothar.
No sé adónde llevaron a Gorlot inmediatamente después del fiasco de la Sala del Consejo, porque su destino debía ser un secreto bien guardado. El palacio fue acosado por interminables gentíos y delegaciones que reclamaban a gritos la posesión del traidor. Se repelieron numerosas tentativas de invadir el palacio por la fuerza para capturar a Gorlot.
La preocupación de Fara por Maxil era fundada. El chico salió de la Sala del Consejo en sombrío silencio. Hizo continuas apariciones en el balcón que daba a la gran Plaza, asegurando a la gente que los Mil no acechaban detrás de las nubes listos para caer en picado y dejar despoblado Lothar. Con una severidad asombrosa dada su juventud, Maxil confirmó que se castigaría al traidor. La única razón que demoraba el ajuste de cuentas era descubrir el alcance de los planes de Gorlot. No obstante, a últimas horas de aquella noche fue necesario sacar al preso para que la enfurecida multitud lo viera y se dispersara.
Alguien inició el rumor de que el traidor había sido rescatado o que no tardaría en serlo. Nadie explicó qué grupo de fanáticos sería capaz de cometer tal locura. Pero Maxil ordenó que la muchedumbre viera a Gorlot, maniatado con cadenas de ancla, un hombre muy distinto al de aquella mañana.
La encolerizada turba encontró satisfacción con efigies de Gorlot que acabaron quemadas, torturadas, despedazadas y atadas a rocas mílicas en todo el planeta, centenares de veces durante la noche. Vengarse era fácil tarea: bastaba señalar con el dedo a los que habían disfrutado del favor de Gorlot en los últimos diez meses.
Maxil demostró ser un genuino descendiente de los señores de la guerra y se comportó con gran dignidad durante sus primeras apariciones en público. Yo le acompañaba siempre, igual que Fara, Stannall, Jokan y Jessl. Pero creo que la presencia de Fara fue la que más reforzó al muchacho. En cuanto Stannall lo admitió, gracias a mi insistencia, desaparecieron los problemas para que Fara permaneciera en los aposentos del Señor de la Guerra.
Creo que la arrogancia y la presunción abandonaron a Maxil aquel día. Los sugestivos atavíos, los pequeños privilegios y excelencias propios de su cargo quedaron a un lado bruscamente y revelaron la desagradable mecánica que ocultaban. Fue una aterradora iniciación del estado adulto.
El Regente y el Primer Consejero parecían títeres, siempre entrando y saliendo, yendo de un lado a otro. Jessl permanecía junto a Maxil, pero Jokan, aparte de alguna aparición en público con el Señor de la Guerra, no se dejaba ver. Llegó muy tarde aquella noche. Jessl y yo estábamos levantados, atentos al agitado sueño del nuevo Señor de la Guerra, excesivamente excitados para descansar. El ruido de las calles aún era audible. Yo, como siempre, estaba comiendo. En cuanto a mi participación en los acontecimientos de aquel día debo decir lo siguiente: fui yo quien recordé que las personas deben comer de vez en cuando, en especial si se hallan bajo tensión.
Y obligué a comer a todos, sin olvidar a Stannall y a Harlan.
Jessl miró a su hermanastro y no le ofreció comida. Le sirvió media copa de un potente breva je usado en la Patrulla. Jokan reflejaba en su rostro hasta el último minuto de las cuarenta horas en vela del viaje de ida y vuelta a Tane. Ya no era el airoso hombre de mundo, ingenioso y tarambana. Jokan estaba muerto de cansancio, no podía desempeñar ningún papel. Había perdido las últimas ilusiones. Jessl y yo le vimos beber, arrellanado en el sillón y con las piernas estiradas, con el mentón apoyado en el pecho, un brazo puesto sobre el respaldo y el otro meciendo la copa junto a su mejilla entre trago y trago.
—¿Sabes, Jessl? —dijo por fin—. Orbité esos planetas y los exploré totalmente. Fui a todas las arboledas sagradas de los dos planetas tanitas. Estaban valladas con cilindros. Pero los cilindros estaban bajados y no había nadie en los alrededores. Muy raro, siempre había alguien en las arboledas.
»¿Y el silencio? Nunca he visto un mundo tan silencioso. Esos tanitas siempre hacían alguna clase de ruido, ese tonto canturreo característico de ellos. Siempre lo oías. Pero siempre había alguna clase de ruido. Te lo aseguro, fue la sensación más extraña de mi vida. Y los terrenos quemados, donde habían aterrizado las naves mílicas... Aún podías olerlos. Me puse enfermo. Me puse enfermo hasta que no pude aguantarlo más y me arrastré hacia la nave a cuatro patas.
Me di cuenta de que no era una exageración. Las rodilleras del sucio traje espacial estaban raídas y con costras de barro.
—Jessl, si no hubiera estado allí —prosiguió Jokan, con tristeza, con los ojos llenos de lágrimas—, nunca habría creído que un hombre, un lothariano que conoce los actos de los Mil, que ha recibido educación para aniquilar a esa asquerosa especie, era capaz de concebir esa intriga.
Jokan movió la cabeza y apuró la bebida. Después tendió la copa a su hermano para que volviera a llenarla.
—¿No viste a ningún tanita? —preguntó Jessl, esperanzado.
Jokan negó con la cabeza, lentamente.
—Una raza entera, seres naturales y apacibles que no hacían daño a nadie, que no albergaron sospechas de traición contra nadie hasta que fue demasiado tarde. Toda una raza aniquilada. Por un hombre. Un solo hombre.
Tras apurar la copa de nuevo, Jokan la arrojó con furia contra la pared. La copa rebotó y cayó ruidosamente al material que alfombraba la habitación. Jokan permaneció inmóvil, contemplando los pedazos con los ojos entrecerrados. Jessl cogió otro vaso, lo llenó y lo pasó a su hermano. Él y yo observamos a Jokan hasta que la borrachera le produjo un atontamiento total. Luego lo llevamos a la cama.
Me fui a dormir a última hora de esa noche, atenta al ruido sordo de la locura pública que no daba muestras de amainar por pura inercia. No había menos estruendo que la noche anterior con la fiesta del Eclipse en pleno apogeo. Pero en el ambiente había algo distinto... Un sentimiento de odio tan intenso que podía olerse, tan tenso que te oprimía como espesa niebla y te impedía respirar.
Dio la copa a su hermano para que volviera a llenarla.
—¿No viste a ningún tanita? —preguntó Jessl, esperanzado.
Jokan negó con la cabeza, lentamente.
—Una raza entera, seres naturales y apacibles que no hacían daño a nadie, que no albergaron sospechas de traición contra nadie hasta que fue demasiado tarde. Toda una raza aniquilada. Por un hombre. Un solo hombre.
Tras apurar la copa de nuevo, Jokan la arrojó con furia contra la pared. La copa rebotó y cayó ruidosamente al material que alfombraba la habitación. Jokan permaneció inmóvil, contemplando los pedazos con los ojos entrecerrados. Jessl cogió otro vaso, lo llenó y lo pasó a su hermano. Él y yo observamos a Jokan hasta que la borrachera le produjo un atontamiento total. Luego lo llevamos a la cama.
Me fui a dormir a última hora de esa noche, atenta al ruido sordo de la locura pública que no daba muestras de amainar por pura inercia. No había menos estruendo que la noche anterior con la fiesta del Eclipse en pleno apogeo. Pero en el ambiente había algo distinto... Un sentimiento de odio tan intenso que podía olerse, tan tenso que te oprimía como espesa niebla y te impedía respirar.