XIII
Al despertar a la hora acostumbrada la mañana siguiente, me sentí extrañamente repuesta tras las escasas horas de sueño, y también muy ágil. Me he levantado antes que Linnana, pensé risueña. La joven ni siquiera se presentó cuando me dispuse a bañarme. En cierto sentido fue un placer estar sola, tal como me sentía, y canturreé mientras me bañaba. Gorlot había fracasado, le había salido el tiro por la culata. El yugo de temor que me apretaba la nuca había desaparecido. De algún modo, al menos para mí, los Mil no eran tan terribles como Gorlot.
Me puse un vestido y salí al balcón. Los jardines ya cían ante mí, pisoteados y destrozados por la agitada multitud la noche anterior. Más allá, la ciudad tenía una calma preternatural, como Nueva York a primeras horas de la mañana de un domingo. Un repentino y apagado zumbido atrajo mi atención y localicé el sonido en la estela que dejaba una nave al elevarse como una flecha en el verdoso cielo matutino. Apenas había empequeñecido esa estela cuando otro estruendo hendió el aire y dos, tres, cuatro líneas de humo se extendieron hacia lo alto. Observé el éxodo unos instantes, antes de que unos golpes en la puerta me sobresaltaran.
Harlan entró y me indicó que no me moviera del balcón. Había círculos bajo sus ojos y arrugas de fatiga que arrancaban de las comisuras de sus labios. Pero su paso era rápido y su voz firme.
—Buenos días, Regente Harlan —dije, e hice una elegante reverencia.
—Muy graciosa —contestó él, y me tendió la mano—. No esperaba encontrarte levantada. Pero he corrido el riesgo. Jokan tardará mucho en estar despierto.
—Estaba muy cansado anoche —dije en favor de Jokan.
—Y muy borracho —observó Harlan, burlándose de mí—. No puedo culparle. Ojalá tuviera yo la misma oportunidad.
No pude pensar algo ingenioso o apropiado como respuesta porque la muy masculina presencia de Harlan me turbaba.
Harlan se recostó en la pared, sin dejar de mirarme, y cruzó los brazos sobre el pecho. La franqueza de su mirada era desconcertante.
—¿Por qué hay tanta actividad en el espaciopuerto? —pregunté, señalando nerviosamente las estelas de humo.
Harlan ni siquiera se molestó en mirar por encima del hombro.
—Tropas y técnicos de repuesto para el Perímetro. He tenido que sustituir a casi todos los hombres nombrados por Gorlot por otros competentes. El traidor tuvo buen cuidado de trasladar, con carácter permanente o temporal, a todos los hombres capacitados de la Patrulla que no simpatizaban con él.
—Temes que los Mil vuelvan en gran número.
Harlan me miró muy severamente.
—Siempre existe esa posibilidad.
—Todo el mundo parece tener miedo de lo mismo.
—Bien, es una posibilidad real. Gorlot dio carta blanca a los Mil en Tane. ¿Qué puede impedir que supongan que todo el sector está a su disposición? En especial porque nosotros siempre habíamos estado alerta.
Harlan se acercó a la barandilla y contempló los destrozados jardines. Luego volvió a mirarme, apoyado en la barra metálica.
—¿Te han incordiado Jessl y Jokan respecto a tu origen? —preguntó ansiosamente Harlan.
—Jessl me llama «dama misteriosa» —respondí con una breve sonrisa. Harlan frunció el entrecejo.
—No puedo impedir que estén cerca de ti, y ambos sienten curiosidad. Mira, te traeré videos de Jurasse. Deduzco que aún no sabes leer el lothariano... Humm... Malo, malo. Y no hay posibilidad de enseñarte. Bien, tendrás que hacer un esfuerzo para asimilar las cintas sobre historia y generalidades de Jurasse.
Harlan miró al cielo, meditabundo, mientras se frotaba el mentón. Me di cuenta de que acababa de bañarse, porque tenía el cabello húmedo y reluciente bajo el sol matutino. Su delgada figura se alzaba en vivo relieve sobre el verde fondo del cielo, de tal modo que se realzaba el vigor de sus rudas facciones. Situé esa imagen en un rincón especial de mi cerebro para tener fácil referencia. De pronto, Harlan volvió la mirada hacia mí. Su irónica sonrisa desapareció en cuanto se percató de mi expresión absorta.
—No te he dado las gracias todavía, ¿verdad, Sara? —dijo suavemente—. Si no hubieras tenido el valor de... fe Sacudí la cabeza para que se callara.
—Olvidas que tú eras mi único medio para salir de aquel desagradable lugar.
Se llevó la mano derecha a los labios sin apartar los ojos de mí. Acto seguido me atrajo lentamente hacia él.
—Fara se ha unido a Maxil —dijo Harlan con una significativa sonrisa. Sus brazos me apretaron a su cuerpo y sus ojos me obligaron a mirarle a la cara—. Maxil tiene tantas ganas como yo de pedir a su dama.
Se agachó poco a poco y me levantó en brazos, con los ojos siempre fijos en mí. Noté el calor de su cuerpo a través del fino tejido de su túnica y oí el latido de mi corazón, rápido y fuerte. Creo que yo debía ser simplemente un latido intenso y frenético. Harlan me dejó de pie junto a la cama. En sus ojos había calor e intensa emoción.
—No estamos en un hediondo barco pesquero, mi querida dama —dijo en voz baja mientras sus manos desabrochaban mi vestido—. Y es demasiado temprano para que alguien esté levantado buscando al Regente.
Yo tragué saliva a causa del nerviosismo. En el semblante de Harlan hubo un aleteo de preocupación. Luego me cogió la cabeza con suaves manos.
—¿Tan repulsivo es este hombre que tanto has cuidado? —preguntó en voz baja—. Lo conoces perfectamente.
—Lo conozco, sí, pero no conozco su mente —musité.
Harlan sonrió. Fue una sonrisa tierna, posesiva, maravillosa.
—Dentro de poco me conocerás completamente, y yo a ti. Y nunca más volverás a tener miedo de mí.
Mis brazos, por si solos, se deslizaron en torno al cuello de Harlan. Me fue imposible dominar mis temblores.
—Mi querida dama Sara —dijo él en voz muy baja, áspera dada su pasión—. Voy a pedirte para mí. ¡Ahora mismo!
Mucho más tarde, oí la suave risita de Harlan en mi oreja.
—¿Sabes una cosa? Estabas intacta a pesar de todo. Esos matones que Gleto usaba como guardianes eran in capaces de violar a una mujer.
—Lo sé —dije en un susurro apenas audible con los labios pegados al pecho de Harlan—. Me aterraba que se hubieran aprovechado de mí mientras estaba sin conocimiento.
Harlan sujetó mi cabeza, de tal modo que tuve que mirarle a los ojos.
—¿Tienes miedo de mí ahora? —me preguntó tierna mente. No me dejó zafarme de su mirada y sonrió al ver que me sonrojaba intensamente—. Veo que no, y me alegro.
Me dio un rápido beso y me apretó a su cuerpo.
—Lo haré mejor la próxima vez, cariño. Pero no puedo imaginar cuándo será eso. Estos minutos son robados.
Harlan suspiró y las arrugas que el amor había eliminado brevemente aparecieron de nuevo.
—Pareces muy fatigado, Harlan —murmuré, preocupada, tocando la cicatriz de su mejilla.
—Ahora me siento mucho mejor que antes —dijo maliciosamente mientras sonreía.
Me abrazó con fuerza. Cuando Harlan volvió a mirarme, su semblante había cambiado por completo.
—Si algo te sucediera ahora...
Se incorporó bruscamente y su fuerte espalda quedó ? ante mí. Oí que golpeaba una palma con la otra mano cerrada.
Un largo brazo cogió la túnica que Harlan había tirado al suelo. Un elástico gesto dejó la prenda en su lugar y abrochada. Harlan me miró.
—Por eso no puedo sufrir que te quedes aquí. Hay demasiada gente que te ve. Y tienes una cara poco vulgar, es imposible olvidarla. Si alguien sabe dónde estuviste antes de ser mi enfermera, seguro que te recuerda. Pero... —y Harlan suspiró— no hay posibilidad ninguna de sacarte de aquí y llevarte a un lugar menos público.
—No pasará nada, Harlan. A estas alturas ya habría hablado alguien. Todos me han visto —dije para tranquilizarle—. Y me he portado bastante bien. Tenía que hacerlo.
—¿Sigues sin tener ningún recuerdo, o al menos fragmentos que nos den una pista?
—Nada que me interese recordar —dije, dominando mis escalofríos.
Harlan se inclinó para darme un beso en la frente como excusa por haber reavivado el problema.
—A propósito, aquellos nueve hombres ya no están bajo los tiernos cuidados de Gleto —dijo Harlan, sentado junto a mí. Cogió mi mano izquierda entre las suyas y acarició suavemente mi muñeca—. Pronto estarán aquí. Además, el botiquín de Gleto guardaba cerol suficiente para un ejército entero. Antes de la guerra tanita había poca disponibilidad de esa sustancia, era una droga recién descubierta y no existe duda alguna de que alguien la importó en grandes cantidades. Pronto lo averiguaremos.
—Entonces podrás demostrar a todo el mundo que nunca has estado loco. Aunque eso ya no importe.
—Todavía es importante —me aseguró Harlan—. Pero hay otro detalle que lo es más. Se supone que el informe de esos nueve hombres nos permitirá averiguar cuándo llegaron los Mil a Tane... el número de naves...
—¿No puedes obligar a Gorlot a que te lo diga?
—También estamos trabajando con él —dijo sombríamente Harlan—. Habríamos obtenido más éxito con sus secuaces de Archivos y Suministros, pero esos hombres no conocían la totalidad del plan.
—¿Y qué me dices de Monsorlit? —pregunté esperanzada. ¡Qué agradable habría sido librarse de esa amenaza!
Harlan me miró, extrañado.
—Él fue quien te drogó. Y Gorlot lo designó —objeté, sin comprender la desgana de Harlan para acusar al médico.
—No. Monsorlit ha sido siempre el jefe de personal del Hospital Militar —se apresuró a decir Harlan—. Hemos acusado a Gleto —añadió para tranquilizarme—. Pero aparte de la contraacusación de Gleto no hay prueba de que Monsorlit estuviera implicado. Gleto es un bloqueador de cuevas, un sinvergüenza cuya palabra no sirve de nada.
—Pero la mía, sí —repliqué, esforzándome en desentenderme del miedo que se sumergía como el plomo en la boca de mi estómago.
—Escúchame. —Harlan cruzó sus fuertes manos alrededor de mis hombros. Me dio una pequeña sacudida para obligarme a mirarle—. Debemos olvidar la complicidad de Monsorlit. Si se menciona una sola vez la palabra reconstitución, te matarán por ser una reconstituida. Monsorlit debe ser el autor de la reconstitución. Es el único que se atrevería, el único capacitado para una tarea tan soberbia. Pero cómo y cuándo lo hizo son cuestiones que no me interesa averiguar. Y tampoco deberían interesarte a ti, mi querida dama. Por la madre de todos nosotros, Sara —y Harlan extendió las manos en un gesto de exasperación mientras yo le miraba fijamente, poco convencida—, ¿deseas que te descubran?
Harlan se levantó de la cama y paseó sin descanso de un lado a otro de la habitación.
—Monsorlit ha borrado todas las huellas, con el mismo cuidado que tuvo para borrar las huellas de reconstitución en tu cuerpo.
Se volvió y apuntó hacia mí su mutilado dedo.
—Si su nave hospital hubiera estado en Tane en algún momento, una sola vez, podríamos acusarle de ocultar información valiosa, o de haber actuado directamente confabulado con Gorlot. Pero Monsorlit es listo. Mantuvo sus naves en órbita a doscientos kilómetros del planeta. Los heridos fueron trasladados hasta ellas mediante pequeños cohetes. No podemos culparle de nada.
»En sus hospitales hay la cantidad de cerol precisa para experimentar. Y sus subordinados le son tan cavernariamente leales que no hablarán si él no lo ordena. ¿De qué vamos a acusarle para que no sea una amenaza para ti?
»Ha conseguido que Ferrill vuelva a andar y, para colmo, ha descubierto el antídoto de la cerulosis. Debemos estarle agradecidos. Y sus clínicas mentales del planeta entero han beneficiado a tantos pobres desgraciados que no podemos difamarle.
—Pero él te drogó —insistí tontamente.
Harlan se encogió de hombros.
—No puedo hacer nada que no te ponga en peligro.
—¿Y si Monsorlit me recuerda? —supliqué, desesperadamente temerosa. Harlan tomó asiento junto a mí otra vez.
—Sara, Sara, por favor. Sigue haciendo esfuerzos para convertirte en lothariana. Es más seguro. —Sonrió socarronamente y me dio un tierno beso—. De todas formas a eres una lothariana. Pero recuerda, el temor a la reconstitución es casi tan hondo como el miedo a los Mil; y para mucha gente, ya oíste a Stannall, un reconstituido y un Mil son igualmente espantosos.
Estaba a punto de replicar cuando suaves golpes en la puerta nos sobresaltaron.
—Ten cuidado, mi querida dama —musitó con urgencia mientras la puerta se abra para dar paso a Linnana.