22
—Bea, estás… —Brina la miró de arriba abajo, admirada. La joven se había puesto un vestido rojo pasión con tirantes caídos y pronunciado escote. En la cintura, unos diamantes, y la falda tenía una apertura lateral de infarto. Un tupé coronaba su hermoso cabello que lucía ondulado. Sus labios escarlatas resaltaban sobre su bello rostro de delicadas facciones.
—Sexi, muy sexi —la alabó Graziella, que entró junto a su amiga en la habitación que ocupaba Bea y de la que Peter se había marchado una hora antes. La joven iba de azul eléctrico, clásica, pero guapa. El moño alto la favorecía muchísimo.
Bea se divisó en el espejó y asintió.
—La verdad es que estoy apetecible. —Rio. Las dos jóvenes la imitaron—. Tú estás increíble, Brina. Vas a dejar un reguero de babas a tu paso. Y tú. —Observó a Graziella—. No estás mal —admitió a regañadientes.
La otra sonrió y le cogió la mano.
—Creo que hemos empezado con mal pie. ¿Y sabes qué? Nunca ha existido rivalidad entre nosotras. Yo no tenía nada que hacer, lo supe desde el primer día porque así me lo dijo Peter. Pero quise ayudarlo y me presté para fingir que podría haber algo entre nosotros. No te niego que me pareciese interesante y quizá, si no estuviese tan colado por ti, habría intentado algo, pero supe que tenía la batalla perdida desde el primer día. Ese hombre está totalmente enamorado. Ojalá algún día encuentre a alguien que me quiera de esa forma.
Bea apretó los labios. ¡Lo iba a matar! Las veces que la hizo desesperarse… ¡Y lo celosa que la puso! Sí, joder. Lo admitía. Estaba muy celosa de la jovencita de veintitantos. No es que ella fuese machucha, que, oye, con sus treinta y cinco estaba en la flor de la vida y, además, divina de la muerte. Pero claro, su pulguita había tenido porque Graziella (ahora sí lo podía reconocer, que ya no era su archienemiga) era preciosa. De repente, se sintió dichosa. Disimuló la sonrisa con una tos mal fingida y farfulló:
—¡¡Ese fullero!! Cuando lo enganche…
—No te enfades con él. Estaba desesperado. A mí me parece muy romántico —apuntó, soñadora, Graziella.
—Bea, tú también lo quieres. Deberías reconocerlo de una vez —la incitó Brina, atusándose su coleta de rizos pelirrojos.
—No sé yo.
—Pero nosotras sí. —Las dos asintieron—. Estáis hechos el uno para el otro y esta noche vas a decírselo.
—Ya que nos ponemos quisquillosas, ¿qué hay de ti, Brina?
—Vamos, sabes que no tengo nada que hacer.
—Claro que sí. Te desea. No apartaba los ojos de tus pechugas en la comida. Fue un acierto que te pusieses mi blusa negra. Mi amiga Ruth dice que es de lo mejorcito de mi colección. La llevé en su despedida y tengo que confesar que tuve mucho éxito. Bueno, o lo habría tenido si Dani, que es su marido, uy, qué raro suena, es que se acaban de casar y todavía no me acostumbro. Bueno, eso, que lo habría tenido si no se hubiese acoplado en la despedida. Me los espantó a todos. Y para rematar, Nico, que es el de Sara y también se vino, me tiró su copa por encima. Una noche redonda, sí. Todavía se lo recuerdo a Ruth, me debe un fiestón. Menos mal que Peter se puso malo porque por aquel entonces estaba de un pesado… ¿Quién me iba a decir a mí que acabaríamos así? Si la Bea de aquel entonces hablase con la Bea de ahora, es decir, conmigo, fliparía en colores. Yo creo que le daría un telele o algo.
Graziella y Brina se miraron confundidas. La primera, que andaba perdida con la perorata de Bea, decidió regresar al tema que les interesaba.
—Estoy con Bea, Brina. El jefe no paraba de mirarte hoy. Ya verás cuando te vea aparecer…
—Chicas, se os olvida lo más importante. ¡¡Se tiene que casar con Fiorella!! Necesita el dinero, ya lo sabes, Bea —declaró apenada e impotente—. Además, yo siempre seré la hermana de su esposa…
—¿Y qué? Te quiere, Brina, hazme caso. Que yo tengo cierta experiencia como Celestina y sé de lo que hablo. He ayudado a encontrar el amor a mis mejores amigas. Confía en mí, tú lo conseguirás también. —En realidad, fue más bien el destino, pero ella había puesto su granito de arena, intentó que Sara reaccionase y no se divorciase. Y que Ruth reconociese que Dani era legal y planeó la conquista del joven, que saliese todo al revés no era culpa suya, más bien de la vida. A veces las cosas no acababan como uno las planeaba, ¿verdad? Pues eso—. Y por Fiorella no te preocupes, que ya es historia.
—¿Cómo?
—Bueno, digamos que no hace falta su ayuda.
—No lo entiendo.
—Joder, que al final me vas a hacer decirlo y prometí que guardaría el secreto. Tú hazme caso, Andreas ya no está desesperado económicamente. Confía en mí, pronto te lo dirá.
—Vale, esperaré.
—Ay, al final se me escapará. No insistas.
—Tranquila, no te preocupes.
—¡¡Está bien, te lo cuento!!
—Pero si…
—¡¡Peter le ha conseguido un contrato a Andreas con una cadena de restaurantes!! Eso, sumado a la puntuación de Parker, que estoy segura que será buenísima, hará que la petéis este año y remontéis otra vez.
—¿En serio? —La llama de la esperanza renació en Brina.
—Ajá. Palabrita de Trizzy Martínez.
—¿Quién? —preguntó Graziella. Bea puso los ojos en blanco, ya se parecía a Peter hasta en el habla.
—Yo. Es mi seudónimo, es que en España soy un personaje conocido. Una diseñadora de cierto prestigio, nos llaman influencers. Utilizo el nombre para protegerme, sobre todo, en las redes. Nunca se sabe cuándo la pueden acosar a una, lo mejor es andar prevenidos —se aduló. Graziella rio. Bea era única, no necesitaba que le echasen flores porque ella misma se las lanzaba. Y esa seguridad en sí misma era lo que la hacía tan especial.
—No lo dudo. Tienes mucho arte, te lo dije en el baile y lo reitero. —Brina dio una vuelta y acarició su vestido largo en tono verde con brillantes, manga larga y espalda al aire.
—La percha también hace, amiga —la piropeó—. Hoy es tu día, ya verás.
Brina la abrazó. ¿Sería verdad? ¿Tendría al fin su final feliz?
Fiorella se apartó de la puerta y se alisó la imaginaria arruga de su ceñidísimo vestido malva. Escuchó como las tres jóvenes reían y les hizo burla mientras bajaba los escalones, dispuesta a reunirse con Andreas. Si esa mosquita muerta creía que había ganado la partida, estaba bien equivocada. Buscó al conde y, al verlo, caminó seductora hacia él, se había esmerado en arreglarse, ya que por una vez había un acontecimiento importante en ese anodino pueblo.
—Querido —lo saludó con un beso en la mejilla y sonrió al hombre que lo acompañaba. Sabía muy bien quién era. Habló en inglés—. ¿No me presentas, Andreas? —No le dio tiempo a responder, le ofreció la mano—. Soy Fiorella Castellini, la prometida de Andreas. Usted tiene que ser Robert Parker, el importantísimo crítico vinícola, no sabe lo emocionados que estamos porque haya podido venir, a pesar de su puntuación del año pasado. —Andreas abrió los ojos, sorprendido al escucharla; se sintió mortificado. Ella siguió paloteando como si nada, y luego se giró hacia él y le sonrió, cariñosa—. Imagino que Andreas ya le habrá puesto al día de las innovaciones que vamos a realizar en el viñedo, ¿verdad? Invertiremos un gran capital en renovarlo todo y hacerlo más grande. Somos ambiciosos, queremos lo mejor de lo mejor. Cariño. —Se giró hacia el conde—. ¿No sería romántico que anunciases nuestro compromiso durante la fiesta? ¿Verdad, señor Parker? Usted es un hombre convencional, seguro que aprecia estas cosas. —El otro le sonrió amable, pero algo cohibido ante la intensa mujer—. Le gustará el rumbo que ha tomado el conde pese a que muchos comentasen que su negocio estaba en decadencia. Como ve, nada más lejos de la realidad. Tenemos planes de futuro.
—Les deseo mucha suerte.
—Gracias, es usted muy amable. Oh, creo que empieza la fiesta. ¿Nos acercamos?
Agarrada al brazo de Andreas, los condujo al centro del amplio jardín, donde se habían colocado mesas, sillas, bebidas y aperitivos, todo ello tapado con un amplio techo, a modo de carpa, por si el tiempo, que de momento era perfecto, decidía empeorar. Se aproximaron y se situaron cerca de la tarima central, en la que un grupo había comenzado a tocar.
Bea se ciñó el abrigo blanco que portaba y salió al exterior junto a Brina y Graziella. Rápidamente buscó a Peter y lo encontró hablando con Rafa, ambos trajeados y sin abrigos. Ella se deshizo del suyo antes de que reparase en su presencia y se cagó en todo lo que pudo cuando notó que la carne se le ponía de gallina. Y eso que hacía un día estupendo teniendo en cuenta que estaban a principios de marzo. Le rogó a Graziella que se lo sostuviese y se adelantó unos pasos, caminando en dirección a sus chicos. Peter, en ese momento, giró el rostro y se tambaleó, sujetándose en Rafa. Bea se sintió como Sandy en Greease. Peter lanzó un aullido en plan lobo. Y se acercó a ella con los ojos desencajados.
—Estás absolutamente arrebatadora, mi amor. Me has cortado el aliento.
—Lo sé. —Rio feliz. Y le ofreció la mejilla que el besó estrechándola entre sus brazos. Rafa silbó admirativamente.
—Amigui. He de decirte que te has superado a ti misma. Pareces una diosa.
—Bueno, tú has contribuido. —Se tocó el pelo ondulado. Rafa saludó a sus amigas, que ya estaban a su lado, y las elogió también. Bea, en cuanto vio a Graziella, recuperó su abrigo y se lo puso—. ¿Nos acercamos? —Bea se adentró entre el gentío, seguida por los demás. Recogió varias copas de una de las mesas, las repartió y los animó a bailar.
Una hora después, llegó el momento cumbre para todos. Andreas, acompañado por Peter, Fiorella, Robert Parker, el Padre Constantino (que se encargaba todos los años de las bendiciones tras la vendimia) y Marsala se subieron a la tarima. El conde dio las gracias a los asistentes y tomó con suma reverencia una botella de vino, que sirvió en varias copas.
—¿Tú no vas?
Brina negó con la cabeza.
—Prefiero quedarme aquí.
—Cagona.
Su amiga rio.
—Shh. ¡Que no oímos!
—Gracias también —continuó Andreas, muy excitado— a los que habéis puesto vuestro granito de arena. Vuestro esfuerzo ha hecho posible que hoy estemos aquí. Y sin más dilación, Padre, haga los honores.
Constantino bendijo el vino y todo el mundo estalló en vítores. Después, cogió su copa y, brindando junto a los otros, dio un sorbo. El resto lo siguió.
—¡¡Está de muerte, Padre!! —estalló Peter.
—Muchacho, contrólese —lo reprendió el cura. Peter se encogió de hombros y Andreas le dio una palmada en la espalda, emocionado. Sus ojos apoyaban la exclamación de Peter, el vino era bueno, muy bueno. Robert Parker dejó escapar una sonrisa. Buena señal.
Fiorella cogió su copa y rogó silencio. Todos callaron y la miraron expectantes.
—Querido…
Andreas la observó durante un largo rato y tragó saliva varias veces.
—Adelante —lo alentó ella entre dientes, Forzando una sonrisa.
—Yo… Esto…
—¡Estamos comprometidos! —declaró la morena al ver que él titubeaba.
El silencio sobrecogió a la multitud. Todos quedaron paralizados ante la noticia. Fiorella apretó fuertemente la copa con los dedos y los repasó con mirada furiosa. ¿¡Es que esos paletos no iban a felicitarlos!? Se dijo que en cuanto tuviese voz y voto sobre la villa, iba a reducir considerablemente la plantilla que formaba parte del viñedo y la casa.
Tras unos segundos incómodos, se escucharon unas palmas. Los asistentes se giraron y se apartaron, de modo que Brina quedó en el centro, aplaudiendo, con la cara repleta de dolor y decepción. Los ojos, rojos, contenían unas lágrimas que amenazaban con derramarse. Bea, a su lado, se sumó y celebró también el compromiso, al menos, con las manos porque su cara mostraba sus verdaderos sentimientos. El resto imitó a las dos jóvenes y poco a poco salieron de su estupor y fueron felicitando a la tensa pareja. Andreas miró impotente a Brina, ella giró el rostro, totalmente lastimada por el único hombre que había amado en su vida.
Bea la cogió de la mano e intentó insuflarle fuerza, consciente del inmenso pesar que sentía. Ella misma tenía ganas de patearle las pelotas a ese tonto del culo. ¿Cómo no podía ser consciente del error que cometía?
—Brina… —la llamó Bea.
—Ahora no —susurró al borde de las lágrimas. Le cogió el brazo y se lo apretó—. No te preocupes, estaré bien. No sé de qué me sorprendo. Siempre supe que sería así. Voy a mi habitación, quiero estar sola. Y tranquila, que nadie muere de amor. Mañana haré la maleta y me iré, aquí ya no pinto nada.
Dio media vuelta.
—¡Tita! —la llamó Munzio, que se acercaba a ella corriendo—. Tita, ¿es verdad?
—¿La bruja será nuestra mamá? —preguntó Stephanos, apareciendo al lado de su hermano. Se aferraron suplicantes a las manos de Brina. Ella estaba destrozada, también tendría que renunciar a sus bichitos. Bea supo que estaba a punto de derrumbarse, por ello, los apartó y la dejó ir.
—Vuestra tía no se encuentra bien. Dejadla descansar.
—Pero, Bea…
—Escuchad, no os preocupéis. Fiorella no va a ser nada vuestro, os lo prometo.
—¿La vas a echar?
—Voy a abrirle los ojos al obtuso de vuestro padre.
—¿Podemos ayudar?
—Mejor que no. Id a jugar, anda.
Bea les dio un empujoncito. Munzio se acercó a Stephanos y le susurró.
—Vamos a ayudar a Bea.
—Ha dicho que no, Munzio.
—¿Quieres que la bruja se vaya o no? —El otro asintió—. Entonces ven. Te contaré lo que he pensado.
Peter buscó a Bea con la mirada y vio que iba tras Andreas, quien se introducía en la casa. Fue a seguirlos cuando Rafa lo entretuvo para criticar la decisión del conde, según él, se estaba dirigiendo al suicidio con ese compromiso. Peter, que imaginaba lo furiosa que estaría Bea por Brina, a la que se le notaba a leguas sus sentimientos, fue a auxiliarla antes de que dijese algo de lo que se arrepintiese después.
Escuchó voces en la biblioteca y se acercó.
—Bea, no lo entiendes —le decía el italiano.
—Pues no, no lo hago, la verdad. Pensaba que eras más hombre, menuda decepción, Andreas.
Peter al escucharla decidió entrar, sujetaba el pomo cuando oyó sus siguientes palabras.
—¿Dónde está el niño que me salvó? ¿El chico del que me enamoré? Tú no eres así. ¿Qué te ha pasado? El hombre que me besó el otro día era valiente y apasionado, no este ratoncillo que tengo frente a mí.
Peter soltó la manivela, sintiendo que le quemaba. Se tambaleó. «¿¡Lo quiere!? Y se besaron. Dios mío, ¡¡Bea realmente lo ama!! Creí…».
—Bea, tú deberías entenderme. Mírate con Peter.
—A él déjalo a parte. Esto es entre tú y yo.
Peter no pudo oír más. Dio media vuelta y marchó de allí con la cabeza gacha, derrotado y sin fuerzas. Hizo sus maletas y se dirigió a la habitación de Bea, dejándole una nota de despedida. Besó la flor que portaba y una lágrima solitaria se desplazó por su rostro. Allí, dejaba su alma. Pero la felicidad de Bea estaba por encima de cualquier cosa, incluso de la suya propia. Le dejaría el camino libre y rogaría por que alcanzase la dicha, aunque fuese en unos brazos ajenos a los suyos.
Se fue sin despedidas, sin mirar atrás y con el corazón hecho pedazos.
Mientras, en la biblioteca, Bea y Andreas seguían discutiendo.
—¡Tú tampoco das el paso, Bea! Lo quieres, ¡estás enamorada de él! Y ni siquiera se lo has dicho.
—Peter sabe que me importa.
—Déjame que lo dude.
—No intentes liarme, que hablábamos de ti. ¡Cómo se puede ser tan idiota! Tienes a una mujer maravillosa que quiere a tus hijos como si fuesen suyos y tú la pisoteas por esa… esa palo de escoba. ¿Crees que vas a ser feliz? No. Claro que no.
—Los niños…
—¡La odian! Y ella a ellos.
—Eso no es cierto.
—Claro que sí. Ahora mismo lloraban solo de imaginarla casada contigo. Andreas. —Le acarició el brazo—. Eres un buen tío, y esa piojosa lo sabe, por eso se ha aprovechado, pero no seas honorable, por una vez, no. Es el momento de ser feliz.
—Yo…
—Brina se va a marchar. La vas a perder si es que no lo has hecho ya.
El horror se dibujó en la cara del hombre.
—Andreas, ¡reconócelo! Te daría de leches hasta que entrases en razón. ¡¡La quieres!! La quieres. ¡¡¡La quieres!!!
El pareció sorprendido.
—Dios mío, tienes razón. La quiero. —Se llevó las manos a la cabeza—. Oh, no. ¿Qué he hecho?
Bea sonrió.
—Todavía no es tarde. Corre como el viento, Perdigón, recupera a tu chica. Y manda a paseo a la bruja piruja.
—Fiorella no es tan mala, Bea.
—No, es peor.
—Le voy a causar mucho daño, no se lo merece.
—Algún día caerá tu venda, Andreas. Y la verás como realmente es.
Él se dirigió a la salida, pero se giró antes de irse.
—Gracias, Bea. —Ella se encogió de hombros.
—Me gustan los finales felices, qué le voy a hacer. Soy de lágrima fácil.
—Deberías aplicarte el consejo. Peter es un buen tío y está enamorado de ti.
—Lo sé. Y por absurdo que parezca, creo que yo también, desde el primer día, cuando me avasalló en plan acosador. Siempre he querido vivir una historia de esas de telenovela. Te imaginaba a ti y a mí, en plan Ghost. Pero ahora me da repelús, no te ofendas. Sería como besar a un hermano o algo así.
—Tranquila —respondió divertido.
—Jamás te quise, era una fantasía tonta. —Parecía que se lo estuviese diciendo a ella misma—. Para mí siempre será él, mi cuento al revés. Mi príncipe azul, delgaducho, desgarbado y algo raro, pero príncipe al fin y al cabo.
—¿Y a qué estás esperando? Corre a decírselo. Bueno, lo último no, mejor limítate a abrirle tu corazón. —Rio.
—Pues mira sí.
Lo apartó de un empellón y comenzó a buscar a Peter.
Andreas salió de la biblioteca riendo ante las ocurrencias de la rubia y vio a Fiorella cerca de los niños. Se sintió terriblemente mal por el daño que le iba a causar, pero Bea tenía razón, no estaba enamorado de ella y, además, sabía que detestaba la vida en el viñedo. Jamás sería feliz allí.
Cuando estaba a unos pasos, la escuchó gritar. Al principio negó lo que oía, pero luego la rabia fue invadiéndolo y perdió la poca diplomacia que podría tener, hizo a un lado la compasión y dejó que la furia hablase por él.
—Mocosos del demonio. ¡¡Me tenéis harta!! ¿Creíais que no iba a ver el sapo en el bolso? ¡Os odio! Qué ganas tengo de meteros en un internado y perderos de vista. Sois tan inútiles como vuestra difunta madre. Largaos de mi vista. ¡¡Ya!!
—Se lo diremos a papá.
—Munzio, vuestro padre come de mi mano. Es un idiota al que manejo con el dedo meñique, él tampoco os quiere, ¿no veis que nunca os hace caso? Os detesta casi tanto como yo y me ayudará a deshacerme de vosotros.
Tras ella, alguien gruñó. Fiorella sintió unas garras sobre su brazo.
—La única que se va a marchar eres tú, Fiorella. —El rostro de Andreas era una máscara de furia—. Tienes diez minutos, recoge tus cosas y vete o te echaré yo, y créeme, no te gustarán las formas.
—Andreas, querido, has malinterpretado mis palabras. Los niños…
—Creo que he escuchado demasiado bien a pesar de ser un inútil al que manejas a tu antojo, según tú. Lárgate de mi propiedad.
—Cariño, recapacita. Hemos anunciado el compromiso.
—¿Hemos? No. Tú lo has hecho.
—¡Qué dirá la gente!
—Sinceramente me importa una mierda.
—¡Andreas!
—Fiorella, se me está agotando la poca paciencia que me queda.
—Yo…
—¡¡Que te vayas!! ¿Sabes? Tienes razón. Soy un idiota. Casi pierdo a la mujer que amo por culpa de alguien como tú.
—¿Brina? Esa insulsa y…
—¡¡Tú jamás podrías llegarle ni a la altura de la suela de los zapatos!! No eres digna ni de mencionar su nombre. Ella es y será mil veces mejor que tú. Brina es buena, sincera, rezuma pasión y amor en cada cosa que hace y siempre de forma desinteresada. Se preocupa por los niños, por esta gente y el viñedo. Me rescató del vacío en el que me sumí, me devolvió la felicidad. ¿¡¡Cómo no la voy a amar!!?
Alguien chilló. Andreas se dio la vuelta y vio a Brina temblando, con la mano en la boca.
—¡¡Brina!!
Se acercó a ella y la abrazó.
—Perdóname, mi amor. —Se arrodilló y la asió por las caderas, hundiendo la cabeza en su vientre—. He sido un estúpido. Dime que no es demasiado tarde. Te amo tanto… Brina, sé que no lo merezco, pero si me das otra oportunidad, te juro que te compensaré. —La acarició—. Dime que aún no es tarde, que me quieres.
—¡Tita Brina, di que sí! —Munzio se colgó de su brazo derecho; Stephanos, del izquierdo.
—Sí, tita. Seremos una familia.
Andreas se puso en pie, sonriéndole.
—Brina, como ves, no somos nada sin ti. Por favor, no nos abandones. Te queremos, te quiero. Me golpearía mil veces por lo que te he hecho pasar, haría mío tu dolor. Lo siento, cariño. Perdóname. Por favor, ¿aceptas a este necio que no puede vivir sin ti?
Brina los miró a los tres y las lágrimas corrieron libres por su rostro.
—Andreas, siempre has sido el amor de mi vida. Claro que te quiero.
Él la abrazó, con los ojos húmedos.
—Cásate conmigo. Ahora, en este momento, antes de que te arrepientas. Tenemos al Padre Constantino y, además, estás preciosa. ¿Qué me dices?
Ella lo miró arrobada. ¿Estaría soñando? ¿Era esa maravillosa situación realidad?
—¡¡Síiii!!
—Por favor, qué patéticos.
—¡¡Cállate, Fiorella!! —expresaron, al unísono, Brina, Andreas y los gemelos.
Bea buscó a Peter, pero no halló rastro de él. Pasaron las horas y, con el ajetreo de la inminente boda de su amiga, se distrajo de su objetivo. Luego llegó la emotiva celebración, donde hizo de dama de honor e inició el brindis nupcial con un improvisado discurso. De entre los invitados alguien gritó la gran noticia: Parker, quien hacía unas dos horas se había retirado de la fiesta y marchado a su hotel, los había calificado con 98 puntos, lo que equivalía a que iban a venderlo todo.
Bea quiso festejarlo al lado de Peter, pero seguía sin aparecer. Comenzó a preocuparse, él jamás se perdería ese momento. ¿Y si le había pasado algo? Exploró cada palmo de la casa y las tierras de Andreas, sin hallar signos suyos. Andreas preguntó a todo el que pudo y Brina hizo lo mismo, pero nadie obtuvo resultados.
Bea, llorando como una Magdalena, se dejó guiar por Rafa hasta su habitación. Pensaba cambiarse y reanudar la búsqueda. Su amigo entró primero y, cuando ella fue a seguirlo, se estampó contra su espalda, pues Rafa se había parado en seco. Se dio la vuelta y Bea leyó en su rostro la preocupación. Algo en ese cuarto lo había puesto alerta. Ella lo apartó y vio un sobre con una rosa roja, su preferida, sobre la cama. Lo agarró, lo abrió y lo leyó antes de que Rafa pudiese siquiera pestañear. Sus rasgos se tiñeron de desolación.
—Rafa… —musitó rota de dolor.
—¡Bebi! ¿Qué pasa? ¡Habla, muchacha, que me va a dar algo!
—Se ha ido.
—¿Cómo que se ha ido?
—Ha regresado a España. Joder, no sé qué escucharía de lo que hablé con Andreas, pero al parecer cree que lo más honorable es dejarle el camino libre. Y tiene la desfachatez de decirme que sea feliz, que es lo que siempre ha querido. ¡¡Cómo si pudiese ser feliz sin él!!
—Tranquila, Bebi. Se solucionará. —Los ojos de ella estaban plagados de lágrimas.
—¿Y si es demasiado tarde, Rafa?
—Nunca es tarde para el amor, querida. Tienes que ir en su busca, demostrarle que lo quieres. Vamos, ¿dónde está la mujer fuerte y segura de sí misma que tanto adoro? Bea, tú no eres de las que se rinden.
—Tienes razón. —Sonrió y se limpió las lágrimas—. Sé exactamente lo que debo hacer.
—Uy, cuando pones esa cara, me da miedo preguntar. ¿Qué se te ha ocurrido?
—Me vuelvo a España. Iré a por él y conseguiré que entre en razón de la única forma posible.
—¿Que es…?
—Sitiando su castillo.
—¿¡¡¡Qué!!!? —Bea dio una palmada. Rafa se lanzó sobre la cama, flácido.
—Ay, Rafa. Pienso conquistar al señor de los Trotamundos. ¡No sabe lo que le espera! Esta batalla la gano yo, como que me llamo Beatriz Martínez Saez.
—Creo que necesito una aspirina… —susurró él masajeándose las sienes.