18
Esa misma tarde, Brina, Rafa y Bea daban un paseo cuando escucharon el chapoteo del agua. Rafa les propuso acercarse para espiar. Las dos aceptaron y rieron de las ocurrencias del peluquero que suspiraba por encontrar nadando a un sireno de cuerpo musculoso y totalmente desnudo. Y bueno, tampoco se fue tanto porque al llegar encontraron a Andreas haciendo unos largos, como su madre lo trajo al mundo, en un pequeño estanque que quedaba próximo a la villa. Los tres exhalaron un suspiro de satisfacción.
Rafa las obligó a esconderse y desde detrás de un matorral se pusieron las botas observando al atractivo italiano. El peluquero se mojó los labios con la lengua, Bea agarró fuertemente la rama que tenía frente a sí y la apretó cuando lo vio salir a tomar aire, las gotitas de agua fueron bajando por su pecho como a cámara lenta. Qué hombre tan glorioso, exhumaba virilidad a cada paso. A Bea se le aflojaron las rodillas y jadeó observándolo. Brina, por su parte, se ruborizó hasta la raíz y se abanicó frenética con el bolsito que llevaba.
—Chicas, decidme que he muerto y he resucitado en una especie de paraíso. —Bea lo pinchó con un palo—. Ayy. ¿Por qué has hecho eso?
—Para que veas que es real. —Él le sacó la lengua, Bea le guiñó un ojo. Se giró hacia Brina—. ¿Has visto, amiga? ¡Menuda tableta tiene! Ahí podríamos trocear una coliflor entera.
—¿Una coliflor?
—No preguntes, querida —le advirtió Rafa—. Cuando Bebi se pone en plan filósofa, no hay quien la entienda.
—¡Oye! —protestó la aludida—. Pues esta sabiduría mía te ha ayudado mucho, colega.
—Ah, sí. Sobre todo, con mi querido Dani, que ahora mismo está casado con tu amiga.
—No era para ti y lo sabes. Tu media naranja todavía se encuentra vagando por el mundo en tu busca.
—Pues a ver si le dan un GPS, porque de tanto esperarlo me están saliendo arrugas.
—Quizá está más cerca de lo que crees… —señaló enigmática, mirándolo intensamente.
—¿A qué te refieres?
—Nada.
—¡Bebi! Suelta esa lengua traicionera que nos conocemos.
—Venga, lo sabes de sobra. Hay alguien que te gusta y no es este troyano buenorro que nos deja la boca seca. Más bien un rubio malhumorado que no se despega de ti en todo el día.
—¡¡Cómo se te ocurre!!
—¿De quién habláis? —preguntó Brina, sin apartar la mirada del agua—. Me estoy perdiendo.
—De nadie.
—Ya.
—Bebi…
—Sabes que es cierto. Te gusta muy a tu pesar y me atrevería a decir que es recíproco. Filippo te mira cuando no lo ves. —Brina abrió la boca, sorprendida. ¿¡El mayordomo!? Jamás lo hubiese imaginado, aunque ahora que Bea lo mencionaba se percataba de su actitud en los últimos días y lo cierto era que el estirado empleado nunca se había dejado trastocar así por nadie, últimamente parecía la sombra de Rafa. Eso sí, con la excusa de controlarlo. Brina pensaba que se odiaban a muerte, pero quizá era otro sentimiento que todavía no habían canalizado ninguno de los dos—. ¡Reconócelo!
—Estás chalada. No hay nada de eso —pronunció sin mucha convicción.
—¿Ah, sí? Pues júralo por tu GHD rosa, que se estropee si mientes.
Rafa gimió exageradamente. La miró ofendidísimo al haberse metido con su mayor tesoro: su plancha del pelo rosa. Con la que comenzó en la profesión veinte años atrás y de la que no se había separado nunca. Fue con ella con la que realizó su primer pase, peinó a treinta jóvenes y ganó fama nacional. Bea sabía de sobra que su pequeña era intocable.
—¡Mala bicha! Eso es un golpe rastrero.
—Entonces, ¿juras o no?
—¡¡NOO!!
—Ajá —soltó triunfal—. ¡Lo sabía! —Miró a Brina—. Le gusta.
—Ni se te ocurra hacer de Celestina, que nos conocemos.
—¿Y por qué no? Tú lo has hecho conmigo.
—¡Eso es diferente!
—¿Ah, sí?
—Bea, estás loca por Peter, aunque te niegues a reconocerlo porque sigues pensando que…
—¡¡Calla!! —Lo silenció antes de que continuase y revelase su secreto. Rafa vio su apuro y se mordió el labio consciente de que había estado a punto de meter la pata más grande de su vida.
—Bea —terció Brina—. No te enfades, pero yo creo que hacéis muy buena pareja. Y él, bueno, se nota que está loco por ti. ¡Si hasta se está haciendo pasar por jardinero! Cuando lo vi, me extrañé muchísimo, pero él me pidió que no revelase nada a Andreas, me dijo que solo serían unos días y que lo hacía por ti, para recuperarte.
—No puede recuperar lo que no ha tenido, pero el muy plasta no lo entiende. A ver cuándo me dejará tranquila —murmuró malhumorada.
Peter le guiñó un ojo a Brina.
—Bueno, quizá tus plegarias han sido escuchadas, amigui. Sonríe porque creo que muy pronto se cumplirá tu deseo. —Sus palabras despertaron la curiosidad de la rubia.
—¿A qué te refieres?
—Puede que Peter haya encontrado una sustituta que, para su alegría, le corresponde. Estuve hablando con él y, al parecer, Graziella está avanzando algunos pasos, le parece… ¡Interesante! Si sigue así, lo tendremos enamoradito en unos días.
—¿¡Graziella Ricci!? Esa metijosa mano larga —bramó con una furia que comenzaba a crecer velozmente—. Peter no puede fijarse en ella, lo digo por su bien —aclaró al ver el escepticismo pintado en el rostro de sus acompañantes—. Solo lo busca por interés.
—¿Por interés? Ni que fuera millonario.
—Rafa, no todo en la vida es dinero, hijo. Peter posee otras cualidades. —Su mirada se perdió mientras sonreía atontada—. Es divertido, bueno, amable, alocado, siempre tiene una sonrisa para todo el mundo y jamás se deja llevar por el enfado. Es atento, educado, algo extraño y con unos modales demasiado formales para este siglo, pero eso lo hace, a su modo, encantador. Por no hablar de sus entretenimientos, que son tan únicos como él. Por Dios, si pertenece a una Orden medieval y no solo eso, es el que manda. Y lleva un blog, hace unas fotografías maravillosas, que he visto su porfolio en Google, le gusta viajar y…
—Y ya vemos que no te gusta nada —se mofó Rafa.
Brina le puso una mano en el brazo.
—Graziella es una chica muy simpática. Me da que realmente se interesa por Peter y, como a ti no te gusta, ¿qué os parece si les ayudamos a juntarse?
—¡¡Y una mierda!! —profirió Bea, furiosa—. ¿Qué queréis? Esa relación no va a ningún sitio, ¡¡solo desea acostarse con él!! Cuando se canse lo dejará, eso sí, destrozado.
—No sé yo qué tiene de malo echar un polvete.
—¡Qué insensible, Rafa! Peter es delicado, podría lastimarlo.
—Si no lo has hecho tú ya con los cortes que le pegas… Yo lo veo así, son adultos, se gustan y seguramente funcionarían en la cama. Pues oye, que lo hagan, y luego ya decidirán cómo sigue el romance.
—Igual Graziella se vuelve a España con él.
—O Peter podría quedarse aquí —propuso Rafa, intentando controlar la risa, pues la cara de Bea se fusionaba entre un tono escarlata y un morado. La ira asomaba a sus ojos azules—. Anda, que no hay sitios bonitos para fotografiar.
—Tonterías —musitó Bea con dientes apretados.
—Igual ahora mismo están en la faena y no tenemos ni que mediar.
Bea giró el rostro lentamente.
—¿A qué te refieres?
—Ay, Bebi, ¿qué, no te lo dije? Peter me confesó que se quedaría en la casa. ¿Os imagináis? Los dos solos, con centenares de habitaciones a su disposición…
Bea chilló y se levantó de un salto.
—Maldito hijo de perra. ¡Si se le ocurre meterla en otra cueva…! ¡¡Me lo cargo!! —Rafa y Brina la miraron asombrados, Bea ni fue consciente de sus palabras. Solo le preocupaba llegar a tiempo, corría sin descanso hacia la casa mientras las carcajadas de sus amigos quedaban atrás.
—¿Has visto eso?
—Brina, mi amiga está loca por ese tío. Cuanto antes lo reconozca mejor.
—Pobrecita, y si llega y se encuentra con…
—¡Qué va! Si me lo he inventado. Peter está estudiando su guía de jardinería, desde que la ha comenzado está muy interesado, planea plantar algo, no me enteré muy bien. Quiere ayudar a Andreas con los frutos que dé.
Brina rio.
—¡Eres terrible!
—Al contrario, porque la quiero la ayudo. ¿Y tú qué?
—¿Yo?
—No te hagas también la tonta. Estás loca por ese hombrazo que tenemos en frente.
—Si es mi cuñado.
—¿Y?
—Rafa, te equivocas. Es guapo, pero…
—¿Guapo? Andreas Baroletti sería capaz de derretir a medio Polo Norte. ¡Está más bueno que la tarrina de strachatella! Y eso que es mi preferida.
—Andreas jamás se fijaría en mí, y menos teniendo a Fiorella cerca.
—No creo que ahora mismo le parezca tentadora. —Rio recordando a la mujer llorosa y gritona bañada de heces, que corrió por la casa hasta llegar a su habitación, de la cual no había salido todavía—. ¡Menuda cara puso al verla!
—Pobrecita.
—De pobrecita nada, que es más bruja que las de Salem. Lo que tienes que hacer es desnudarte y meterte en el agua, verías si se fija o no.
—¡Qué cosas tienes, Rafa! —Se ruborizó.
—Vale, tú lo has querido. Si no es por las buenas… Que sea por las malas.
—¿Qué vas a…?
No terminó la frase, pues el grito agudo de Rafa se lo impidió. Temerosa, miró al agua y comprobó que habían llamado la atención de Andreas, que salía ya del estanque y se dirigía hacia donde estaban. El truhan de Rafa huyó de allí dejándola sola. Intentó seguir el ejemplo de su amigo, pero fue demasiado tarde; para cuando estuvo en pie, su cuñado, en todo su esplendor, se presentó ante ella.
—Brina, ¿qué…? —Ella lo repasó con la mirada para acabar en aquella zona de su anatomía que tanto la atraía. A sus ojos fue creciendo, lo miró y por un instante leyó el deseo en sus ojos, dio un paso hacia ella, pero Brina tropezó y cayó de espaldas. Él se agachó y la ayudó a incorporarse dejando muy cerca su glorioso instrumento. Ella tragó saliva. Se miraron intensamente hasta que él carraspeó, apartando la vista de su rostro.
—Será mejor que me vaya.
—Sí… —susurró nada convencida. Se puso en pie con dificultad, pues las piernas le temblaban y, musitando una débil excusa, puso pies en polvorosa, alejándose de la tentación.
***
Bea no tuvo dificultades para hallar a Peter. Nada más llegar lo vio repantigado en los escalones de la entrada, con un libro en las manos, el sombrero de paja que llevaba a todas horas y masticando una rama. Al sentir sus pasos, él alzó la vista, le sonrió y el palo cayó de entre sus dientes. La saludó con el ancho sombrero. Ella le respondió arrugando la nariz y haciendo una mueca.
—¿Buscabas a alguien, preciosa mía? —Su amplia sonrisa de superioridad confirmó sus sospechas. ¡Estaba aliado con el traicionero de Rafa!—. Quizá, ¿a mí?
—Sigue soñando, Pedro.
—Lo haré hasta que te tenga a mi lado, mi amor. Es lo único que he deseado desde que te conocí.
—Ya, y mientras vas picoseando de flor en flor. Me conozco yo a los de tu calaña.
—Sabes muy bien que la única flor que deseo reverenciar es la tuya. —Le guiñó un ojo, y ella gruñó mientras lo sorteaba y entraba en la casa. Una sonrisa involuntaria se dibujó en su rostro y no la abandonó en lo que restaba de día. Peter era suyo y de nadie más.
***
Rafa corría y reía al mismo tiempo al recordar la cara de sorpresa de la pobre Brina. No vio el agujero del suelo y metió el pie hasta el fondo, cubriéndose de lodo. Como pudo, lo extrajo, no sin antes mancharse medio cuerpo. Se arrastró hacia la casa y, por deferencia hacia Andreas, no al piojoso mayordomo, entró por la parte de atrás, intentando manchar lo menos posible. No obstante, la tarea fue ardua y acabó dejando un caminito de barro a su paso. Logró llegar a su habitación y, justo cuando cerraba, escuchó un bramido que hizo retumbar el cristal de su ventana. Los gritos tenían un nexo en común, su nombre y las torturas que Filippo pensaba infringirle. ¿Cómo habría sabido que era él? Ese hombre tenía ojos hasta en la espalda. Rememoró su rostro, su cuerpo y esa vena del cuello que se inflamaba cada vez que se ponía iracundo. Deseó besársela y comérselo a bocados. Rio de su ocurrencia y, dichoso, se lanzó sobre la cama sin importarle su suciedad. Se quedó dormido pensando en él. «¿Cómo será cuando esté de buen humor?», se preguntó antes de caer rendido.