38

   ¿Qué es todo esto? ¡Yo no lo he escrito! ¿Quién ha escrito todo esto?

   Mi mente es incapaz de recordar. Es como si los últimos días no hubiesen existido… ¿o los últimos capítulos?

   Yo no he escrito esto… ¿o sí?

   La paciente se ha despertado… su melena rubia… sus ojos… sus ojos…

   ¿Qué me pasa?

   Este libro es diferente. Los personajes mandan sobre mí misma.

   ¡Yo soy la escritora! ¡Yo!

   Tengo que retomar las riendas de la historia… tengo… tengo que…

 

39

   Los detectives seguían esperando tras la puerta, y ambos estaban nerviosos porque eran conscientes que una vez que pudiesen entrar y hablar con la paciente, el caso podía dar una vuelta inesperada y decisiva.

   ―Se me está haciendo eterna la espera ―dijo Leo atusándose el pelo―, deberíamos entrar e intentar hablar con ella.

   ―Si hacemos eso nos echarán a patadas, Leo. No nos queda más remedio que esperar.

   ―¿Tampoco ha llamado Rojas? ¡Joder! Me parece estar metido en una burbuja en la que el tiempo se ha parado.

   ―No hay nada qué hacer. Rojas no ha llamado y el médico no nos permite entrar. Hay que esperar.

   ―Lo sé, joder. ¡Lo sé!

   Las palabras de Leo salieron casi a la fuerza tras sus dientes apretados. No era la primera vez que Leonor veía a su compañero de esa manera, pero sí era la primera vez que eso la afectaba de un modo distinto. Sus rasgos se tensaban y sus ojos brillaban bajo sus largas pestañas. No podía remediarlo, y a ella, para ser sincera consigo misma, también la sacaba de quicio. Estar ahí, en medio de un caso complicado y cruel, esperando para poder hacer algo, para poder tomar una decisión importante para resolverlo, y a la vez, volverse loca por ese hombre, era, cuanto menos, surrealista e imperdonable en su trayectoria como detective.

   Justo cuando sus pensamientos empezaban a divagar, la puerta de la habitación se abrió y apareció por ella el médico al que estaban esperando. Ambos se dirigieron a este casi como si de ello dependieran sus vidas.

   ―Detectives…

   ―Burgos y Castillo.

   Hubo unos segundos perdidos estrechando manos y finalmente, impaciente, Leo tomó las riendas de la conversación.

   ―Doctor Suarez, necesitamos hablar con la víctima. Es muy urgente y necesario.

   ―Entiendo perfectamente su premura, pero antes que nada, he de ponerles al corriente del estado de la paciente y debo advertirles de cómo actuar.

   ―Entiendo, entendemos. Díganos.

   ―Yolanda ha salido del coma y está estable. No tienes daños celébrales, puesto que el coma no estaba causado por un traumatismo. La temperatura y tensión son correctas, y en general los signos vitales también. El bebé sigue estable, es un milagro, aunque no es normal que yo lo diga, pero realmente es un milagro. Ahora le hemos administrado tranquilizantes.  Pueden entrar y hablar con ella solo cinco minutos. Tengan en cuenta que la situación es todavía delicada.

   ―Lo entendemos. ¿Podemos pasar ya? Si le ha suministrado sedantes tenemos los minutos contados.

   La desesperación de Leo ya era difícil de disimular, y el médico les dio consentimiento.

   La habitación estaba a oscuras y la única luz que alumbraba la estancia era un fino reflejo que entraba a través de los huecos de las persianas. Aparte del sonido causado por la puerta al abrirse, se podían escuchar dos pitidos, casi acompasados, desde un monitor que informaba que dos corazones seguían latiendo. Uno más rápido que el otro.

   La mujer estaba tumbada sobre una camilla completamente blanca y tapada hasta casi el cuello. Su cabeza, girada hacia la pared de la ventana, descansaba inerte, y no se alteró en su inercia ni siquiera cuando los detectives se posicionaron al otro lado haciendo un poco de ruido.

   ―Yolanda ―dijo en voz baja Leonor―. Hola, Yolanda. Soy la detective Burgos y él es mi compañero, el detective Castillo. ¿Cómo te encuentras?

   ―Fue ella…

   ―¿Ella?

   ―Fue ella…ella fue la que…

Si no eres tú
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