●19 ●
―¿Quieres uno? ―dijo Leo ofreciendo un chicle a su compañera.
Esta aceptó y lo desenvolvió.
―¿Quién habla?―preguntó ya masticando y empapándose el paladar con el sabor ácido de la goma de mascar.
―Empieza tú, es un sitio para mujeres, quizás se sientan más cómodas si lo haces tú.
Llegados a este acuerdo ambos traspasaron la puerta de entrada del local. Les acogió un lugar espacioso y decorado con colores pasteles, naranjas, pistacho y crema. En las paredes había colgados algunos cuadros abstractos en los que se intuían figuras de mujeres embarazadas y otras ya con sus bebés en brazos. De fondo sonaba una música ligera de esas que normalmente sirven para relajarse. En frente de ellos había una pequeña recepción tras la cual se encontraba una mujer joven de aspecto fresco y alegre, pues les recibió con una sonrisa.
―¿En qué puedo ayudarles?
―Hola… María ―dijo Leonor mirando la tarjeta que llevaba colgada la muchacha en la fina blusa―, somos el detective Castillo y la detective Burgos.
―Ho… hola. ¿Sucede algo? ―preguntó la chica visiblemente alarmada.
―Todavía no lo sabemos, María. ¿Podríamos hablar con la persona encargada del lugar?
―Sí, por supuesto. Gonzalo está en este momento en una sesión, pero ahora mismo lo aviso.
Sin pensárselo dos veces la chica se levantó saliendo de detrás del mostrador y se perdió por un largo pasillo.
―No me esperaba que fuese un hombre el que estuviese al mando de este lugar ―opinó Leo cuando se encontraron a solas los detectives.
―Yo tampoco, ¿cambiamos de plan? ―preguntó Leonor mientras ojeaba uno de los trípticos informativos que había expuestos en el mostrador.
―No, sigamos con lo establecido, sobre la marcha ya veremos si es mejor idea cambiar. Estás muy sexy cuando lees ―dijo Leo acercándose por detrás de su compañera como si estuviese leyendo él también la información que esta sostenía en las manos.
El cuerpo de la detective reaccionó con un escalofrío producido por el aliento de su compañero sobre su nuca, y justo cuando iba a darse la vuelta y responder a un instinto primario fuera de lugar, ambos escucharon unos pasos y se separaron el uno de la otra para volver a su papel de detectives en acción.
―Buenos días, ¿en qué puedo ayudarles?
El hombre que se encontraron frente a ellos debía rondar los cuarenta años. Alto y atractivo, se le veía muy seguro de sí mismo en su forma de hablar y en sus gestos.
―Nos gustaría hablar con usted en privado ―dijo Leonor tras estrecharle la mano.
―Por supuesto, no hay ningún problema. María les acompañará a mi despacho mientras yo voy a avisar a las chicas de que la sesión ha terminado por hoy. ¿Les parece bien?
Tras asentir ambos detectives, María los condujo por un pasillo hasta una puerta que estaba al fondo a mano izquierda. Entraron en el amplio despacho y se sentaron. Acostumbrados a ojear minuciosamente cada detalle, también lo hicieron una vez solos en la estancia. Esta era luminosa y muy bien decorada, siguiendo la línea de los colores pasteles y los cuadros sobre el mismo tema: mujeres embarazadas o ya con sus bebés.
―¿Qué opinas a simple vista? ―preguntó Leo a su compañera.
―Que está todo estudiado: colores, imágenes, música de fondo… La verdad es que me resulta un lugar apacible y en el que apetece estar. Además el tal Gonzalo es un hombre muy atractivo y parece tener don de gentes.
―¿Atractivo?
―Joder, Leo, de todo lo que he dicho, ¿solo te has quedado con eso?
Los dos detectives sonrieron justo en el momento en que el hombre entraba en su despacho. De nuevo con una sonrisa amable y una disculpa por la espera, se situó detrás del escritorio y cruzando sus manos para colocarlas juntas bajo su barbilla, les instó a comunicarle el motivo de su visita.
―Pues verá, señor… ―empezó Leonor tal y como habían quedado.
―Gonzalo García, pero pueden llamarme directamente por mi nombre.
―Señor García ―empezó a decir Leonor obviando las palabras anteriores del hombre―, ha habido dos asesinatos, y ambas víctimas, mujeres, se conocían. Encontramos en el apartamento de una de ellas una tarjeta de este lugar, por lo que creemos que debían ser clientes.
La cara del hombre dejó de ser amable, pues su sonrisa desapareció en el acto dando paso a una mueca de preocupación.
―No sé qué decir. No he escuchado nada en las noticias, ni leído nada en los periódicos, y tampoco puedo decirles que tenga noticias de ninguna muerte entre mis clientas. Aquí no se viene en horarios concretos ni en días establecidos tampoco. Las chicas pueden venir cuando les vaya bien, y claro, yo no sigo un patrón de visitas para…
―Tranquilo ―interrumpió Leonor―, el que no sepa nada es lo normal. La prensa todavía no tiene noticias de todo esto, y recemos para que siga así durante un tiempo. El caso es que nos ayudaría mucho que nos hablara de ambas víctimas.
―Claro, por supuesto. ¿Quiénes son? ¿Cómo ha sucedido? Perdonen… es que no sé ni qué preguntas hacer… tengo tantas…
―Una de las víctimas se llamaba Sara Díaz y la otra Bea Velázquez.
―Sara… Bea… ―repitió Gonzalo.
―¿Las recuerda? ―preguntó esta vez Leo.
―Sí, claro, por supuesto.
―¿Podría compartir sus recuerdos sobre ellas con nosotros? ―las palabras de Leo sonaron sarcásticas, y tuvieron una amonestación por parte de Leonor con una mirada directa. El hombre no pareció percatarse de ello, más bien parecía estar aturdido y sin saber cómo empezar ni cómo comportarse.
―Adelante, señor García. Sería de gran ayuda que nos dijese todo cuanto recuerda de ambas ―le dijo amablemente Leonor mirando de nuevo a su compañero como diciéndole “es así cómo se hace”.
―Sara es, era… Dios mío… se me hace tan irreal… Sara era una mujer joven, muy dinámica y simpática. Estaba muy ilusionada con el embarazo y era muy asidua a las sesiones nocturnas. Ahora que lo pienso, es cierto que hará una semana más o menos que no viene, pero no le di importancia, pues a partir de una cierta etapa en el embarazo todo se vuelve más pesado y es normal que las chicas falten. A Bea creo que la vi ayer, o como mucho antes de ayer. Era igual que Sara en muchos aspectos y por eso eran pareja de círculo.
―Señor García, habla usted de sesiones, pero nosotros en realidad no sabemos de qué está hablando. Y tampoco a qué se refiere con lo de pareja de círculo.
―Oh… disculpen, es cierto. “Círculo de vida” es un centro para mujeres solteras embarazadas. Aquí le damos el apoyo necesario para que no se sientan solas en esta aventura de sus vidas y además conseguimos un buen ambiente entre ellas.
Estaba claro que ahora Gonzalo García había vuelto a su compostura habitual y por lo tanto estaba vendiendo su negocio como si los dos detectives fuesen unos posibles clientes.
―Además ―continuó este―, cada una de ellas tiene a una compañera asignada. Digamos que es como si de una pareja se tratase, y ambas se comprometen a ayudarse mutuamente y a estar ahí si le hace falta a la una o a la otra. Esto es para que si en algún momento se sienten solas, asustadas, perdidas, saben que tienen a su compañera disponible al cien por cien. En las sesiones las preparo para el parto, hablamos de sus miedos, hacemos relajación… Ya saben, todo lo que conlleva un embarazo intentamos tratarlo aquí juntos.
―¿Y funciona? ―preguntó Leonor.
―La verdad es que sí. Las chicas están muy contentas y muchas siguen viniendo un tiempo después de haber dado a luz a sus hijos para contar su experiencia.
―Dígame, señor García…
―Gonzalo a secas, por favor ―interrumpió este.
―Gonzalo, ¿notó algo extraño en el comportamiento de Sara o de Bea, últimamente?
El hombre pareció pensar un buen rato antes de contestar negativamente con la cabeza.
―¿Lleva usted solo este lugar? ―preguntó esta vez Leo.
―Sí. Bueno, con María, la recepcionista. Pero las sesiones y todo el funcionamiento lo llevo yo solo. Tengo los conocimientos y títulos necesarios para ello, así como los permisos adecuados ―respondió casi a la defensiva.
―Solo era por curiosidad y por saber si debíamos interrogar a más personas.
―¿Interrogar? ¿Es que soy sospechoso de algo?
―No hemos dicho nada de eso, Gonzalo. Pero comprenderá que si “Círculo de vida” es el nexo que hasta ahora hemos encontrado entre ambos asesinatos…
―Dios… me parece todo una alucinación…
―Bueno ―dijo Leonor levantándose―, gracias por su hospitalidad. Le dejo nuestra tarjeta por si recuerda algo más. Puede llamarnos, tanto a mí como a mi compañero, en cualquier momento y horario. ¿Nos permitiría dar una vuelta por sus instalaciones?
―No hay mucho qué ver, pero por supuesto pueden moverse libremente por ellas. ¿Quieren que María les acompañe?
―No será necesario, gracias.
Los dos detectives salieron del despacho sin pronunciar palabra, y solo cuando estuvieron seguros de que estaban lo bastante lejos para no ser escuchados por el anfitrión, empezaron a intercambiar opiniones.
―Me ha parecido un cambio brusco el que ha tenido. Me refiero a estar preocupado y casi al borde de las lágrimas al saber la noticia, y luego de golpe apareció el comercial ―opinó Leo.
―Supongo que el shock hace que las cosas sucedan de esta manera y uno se comporte de una forma extraña.
Siguiendo con sus cavilaciones y opiniones, los dos detectives recorrieron las instalaciones. Estas estaban divididas en dos partes, una con dos salas grandes claramente destinadas a la preparación al parto o a la relajación, pues en el suelo había colchonetas de diferentes colores y cojines de diversos tamaños, y la otra parte se componía de una única sala con un proyector y asientos que parecían muy cómodos. Al volver a pasar por recepción notaron como María les observaba curiosa y esta no pudo reprimir su curiosidad.
―¿Ha pasado algo, detectives?
―Creo que lo más correcto sería que la informara el señor García. Pero sí, ha pasado algo muy grave.
Leonor hizo hincapié en la última frase para ver la reacción de la recepcionista, y esta no dejó lugar a dudas: el pánico y la preocupación se dejó ver a través de su mirada y su expresión general, hundiéndose en el asiento y cruzando los brazos ante ellos.
―Gracias por su atención, María. Disculpe, ¿cuál es su apellido?
―Martínez.
―Perfecto. Si necesita hablar con nosotros puede llamarnos a estos dos números de teléfono ―dijo Leo alcanzándole una tarjeta igual a la que minutos antes Leonor había entregado a su jefe.
Los dos detectives salieron sin dar oportunidad a más preguntas y se encaminaron hacia el coche.
―Tengo dos llamadas perdidas de Cristina ―dijo Leonor al mirar su móvil que había puesto en silencio―. Como no he respondido me ha dejado un mensaje: se llevan a la segunda víctima y empezará enseguida la autopsia.
―Pues entonces solo nos queda esperar ―respondió Leo arrancando el coche―. Creo que lo mejor que podemos hacer ahora es irnos a casa y estudiar de nuevo la autopsia de la primera víctima mientras esperamos la de la segunda.
―Sí. También podemos buscar más información sobre el “Círculo de vida”.
Decidido entre los dos que su jornada seguiría en su apartamento, Leo giró en el segundo semáforo a la derecha y puso rumbo hacia este.