●33
●
Al entrar en el hospital los detectives no encontraron ninguna diferencia a cuando salieron de él hacía tan solo unas horas. De nuevo las camillas diseminadas por los pasillos hicieron que el recorrido hasta la puerta donde seguían dos agentes custodiando a la paciente se hiciese más largo de lo que en realidad era.
―Somos los detectives Burgos y Castillo. ¿Alguna novedad? ―preguntó Leo a uno de ellos.
―Todo igual, detective. La paciente sigue en coma, aunque por los comentarios que escuchamos, parece que está fuera de peligro.
―Gracias, agente…
―Cristófani ―dijo el policía tras la pregunta implícita.
Dieron media vuelta para dirigirse a la habitación donde habían dejado a García y a la mujer llamada Deborah, pero el otro policía habló:
―Se fueron hace media hora.
―¿Dijeron dónde iban? ¿Dejaron algún recado?
―No. No dijeron nada. Solo se fueron.
Molestos por el contratiempo, una vez más sin pronunciar palabra, supieron que su siguiente paso era encontrar a la doctora Pérez. No les resultó muy difícil, puesto que ésta estaba al final del pasillo visitando a uno de los pacientes que desafortunadamente no disfrutaban ni de un pequeño habitáculo con cortinas, y ni mucho menos de habitación.
―Doctora Pérez ―dijo Leo acercándose―, ¿tendría unos minutos para hablar con nosotros?
―Ahora mismo estoy ocupada, pero puedo atenderles en una media hora. ¿Es urgente?
―No, podemos esperar.
―Entonces nos vemos en media hora en la cafetería.
Sin pronunciar más palabras y sin tan siquiera mirarlos, dio media vuelta y se dirigió por el pasillo con paso rápido perdiéndola de vista al girar esta a mano derecha.
―Ummm... parece que tu doctora no tiene tiempo para ti ―dijo Leonor con una sonrisa irónica asomando en sus labios.
―¿Y tú? ¿Tienes tiempo para mí?
―Depende...
―¿De qué?
―De para qué quieres ese tiempo ―dijo volviendo a sonreír pero esta vez de manera pícara.
―No me tientes, nena, hay muchos pasillos y puertas que seguro llevan a pequeñas habitaciones oscuras en este hospital...
―No seas bruto, Leo. Anda, invítame a un café.
Fue la única manera que encontró Leonor de terminar esa conversación, puesto que la sola idea de hacer una locura, estando de servicio y con la gravedad del caso, le estaba empezando a gustar, y mucho.
Llegaron al final del pasillo, en dirección contraria a la que había tomado la doctora, y vieron el letrerito descolorido y solitario que anunciaba que para llegar a la cafetería debían coger el ascensor y bajar una planta. Esperaron pacientemente, y cuando las puertas se abrieron comprobaron que estarían solos en el habitáculo.
―Todo está a nuestro favor ―apuntó Leo―, cuando se cierren las puertas... estarás en peligro.
Leonor no tuvo tiempo de responder, puesto que al quedar aislados en el ascensor y a solas, Leo la aprisionó entre el frío acero de las paredes y el calor reconfortante de su cuerpo, invadiendo con su lengua la boca de ella.
El momento duró lo que el ascensor tardó en bajar un piso, pero las consecuencias todavía perduraban cuando la doctora, más de media hora después, llegaba y se sentaba frente a ellos con una taza de café y un sándwich.
―Tengo quince minutos. Discúlpenme si mientras hablamos como algo, pero tal y como están las cosas, esta puede ser mi única ingesta de alimentos hasta mañana.
―No se preocupe, créame si le digo que sabemos qué es eso.
La doctora sonrió antes de dar el primer bocado e invitar a los detectives a hablar con un gesto interrogativo levantando las cejas y la barbilla al mismo tiempo.
―Verá ―empezó esta vez a hablar Leonor―, la víctima que usted está tratando no es la primera de este asesino, solo que las otras corrieron peor suerte. Necesitamos saber todo lo que nos pueda decir sobre ella y sobre las personas que la rodean, y esto nos lleva hasta el señor García.
Al ver que la doctora no decía nada y seguía comiendo intercalando bocados de su bocadillo con sorbos de café, fue Leo el que tomó el relevo.
―Sabemos que el señor García estuvo ingresado en este hospital hace un tiempo, y...
―Si lo que quieren es que les hable de las razones que llevaron a Gonzalo a estar en el hospital, deberían saber que eso es confidencial y que no voy a decirles nada. Comprendo que necesiten esta información para su caso, pero no soy la persona indicada para informarles. El único que puede ayudarles en esto es el propio Gonzalo.
―La escuchamos diciéndole al señor García, Gonzalo, que...
―Le repito que no voy a decirles nada ―interrumpió la doctora limpiándose la boca con una fina y pequeña servilleta donde se veía el membrete del hospital―, lo siento. Siento no poder ayudarles en ese aspecto, pero estaré encantada de hacerlo en cualquier otro, aunque no ahora. Si me disculpan, he de regresar al trabajo.
―Espere un segundo, doctora Pérez. ¿Puede decirnos algo sobre el estado de la paciente?
―Está estable dentro de la gravedad y fuera de peligro. Si hay algún cambio les avisaré sin falta.
La doctora se levantó, y tras dejar los restos de su comida en una de las mesas adaptadas para ello, salió de la cafetería sin mirar atrás.
―Bueno ―dijo Leo tocándose el pelo―, ya sabíamos que no íbamos a sacar nada de esta conversación.
―Sí, aunque ha valido la pena bajar a la cafetería en ascensor, y estoy deseando subir a la primera planta en el mismo ascensor.
Las palabras de Leonor sacaron una sonrisa a su compañero, y ambos, tras pagar sus cafés, fueron hacia el elevador deseando cada uno por su cuenta que de nuevo este estuviese vacío. Tuvieron suerte.