Nota de la autora

Los personajes aquí descritos y sus aventuras, son fruto de mi imaginación, cualquier parecido con la realidad es  pura coincidencia.

Escribir esta novela se ha llevado gran parte de mi vida durante casi seis meses, de los cuales, uno fue exclusivamente para documentarme, pues aunque la novela no relata ningún hecho histórico real, he querido ser fiel a la época en la que viven mis personajes, como por ejemplo en la ropa, las clases sociales, los lugares visitados (aunque después de tantos años es imposible ser verídico en cuanto a lugares se refiere), en el trato y la forma de hablar, bien es cierto, que debido a nuestra época actual, he modificado los tratamientos y en la manera de hablar, pues resulta más fácil leer algo que se entiende.

Me he tomado varias licencias artísticas, entre ellas el tratamiento de algunos personajes, que lo he querido reducir todo a señor o señora, dejando un poco de lado el lord y lady y los demás tratamientos, correspondientes a los rangos sociales, para que la novela sea más amena.

Otra licencia ha sido la ausencia, pensada y meditada, de la Iglesia Católica en mi historia, por razones muy simples. Durante muchos años, el clero controlaba absolutamente todo, a nivel político y social, podemos decir, que casi hoy siguen haciendo lo mismo. Yo quería que mis personajes no se enredaran con la Iglesia, las idas y venidas de los altos rangos del clero en la corte eran diarias y casi podríamos decir que los reyes obedecían sus “órdenes” o deseos. Para Connor y Leonor, ya había bastantes problemas como para unir uno más a sus vidas, por eso, permitirme, que los enredos entre la Iglesia y los monarcas queden pospuestos para otro lugar y momento. No deseaba que ningún obispo malote se interpusiera entre la relación de mis personajes y no hacerlo, me suponía un error mayor que omitir a la propia Iglesia.

También he de decir que en el vestido de novia he cometido la mayor falta, pues ya tenía en mi mente como quería que Leonor vistiera el día de su boda. En la época medieval, los matrimonios entre personajes ilustres, entre los nobles o gente más pudientes, solían ser concertados, en muchos casos los novios se conocían el mismo día de la boda, y el vestido de la novia y sus joyas solían ser la manera en que las familias demostraban su poder adquisitivo, siendo estos, normalmente, de colores como rojo o azul, pues las telas teñidas de estos colores eran las más caras. Solo las novias plebeyas se vestían con vestidos claros, porque no podían permitirse el coste del tinte. Fue más adelante cuando se consideró el vestido blanco como símbolo de pureza de la novia.

 

 

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