EL ENCUENTRO:
Agosto de 1430, tres meses antes. Condado de Devon, Inglaterra
Se adentró en el bosque como cada tarde, se dirigía hacia el claro donde la estaba esperando Robert, su amigo de la infancia, allí luchaban casi a diario con la espada, ella aprendía a defenderse, él practicaba, pues hacía poco que se había convertido en soldado. Su señor feudal, sir Arnold Wilson le había dado trabajo en cuanto cumplió los 10 años, como escudero, ahora se sentía muy orgulloso de su nueva posición.
Siguió caminando y como había supuesto, Robert ya estaba calentando.
-Venga niña, que no tengo todo el día, hoy te has retrasado.
-Ya ves, he tenido un pequeño problema con los caballos.
-Déjame adivinar… ¿el nuevo?
-Sí, ese mismo, es hijo del demonio, te lo juro, no me soporta, en cuanto me ve echa a correr y no hay quién lo alcance.
Robert se reía mientras ella hablaba.
-¡No te rías! Es la verdad.
-Qué cosas tienes, seguro que ha sido pura casualidad, Diamante es un caballo estupendo.
-Ya claro, para ti que cuando lo montas pareces más alto.
El muchacho soltó una sonora carcajada.
-¿Más alto? Soy lo suficientemente alto.
-¿Sí? Para qué.
-Pues para ser un buen mozo.
Ahora fue ella la que se echó a reír.
Robert era hijo del herrero, tenía tres hermanos más, todos varones. Él era el pequeño aunque no el más bajo. Su piel era blanca y su pelo castaño claro, tenía unos ojos que a veces recordaban a la miel, apuesto, simpático y divertido. Su padre no era un hombre apegado, era violento y desagradable. Un día mientras ella paseaba por el bosque lo encontró tendido en el suelo y mal herido, sin preguntar nada lo cogió y como pudo se lo llevó a casa. Allí lo curó de sus heridas. Desde entonces fueron amigos inseparables, y por desgracia no fue la última vez que tuvo que curarlo.
Pasadas las seis, Robert la acompañó hasta su casa. Leonor vivía con sus padres en una cabaña bastante lejos de la aldea. Su padre poseía tierras pero ya estaba mayor y las tenía arrendadas. También tenían animales de los que se ocupaba Leonor y una enorme huerta donde trabajaban los tres. Era hija única.
-Hola señor Morrison.
El padre de Leonor estaba sentado en la entrada de la casa. Una construcción de madera y barro de una sola planta.
-Hola muchacho, ¿qué tal te va?
-Pues bien señor.
-¿Ya me traes a mi pequeña?
-Sana y salva señor, como siempre.
-Muy bien –dijo el hombre mientras apretaba la mano de su hija afectuosamente- así me gusta, sana y salva.
Los tres rieron.
***
Decidió ir a por moras en cuanto su madre comentó que quería hacer un bizcocho de dicha fruta. A Leonor le encantaba ese postre, no lo dudó ni un momento y salió de la casa con la cesta y una enorme sonrisa. Una sonrisa que desapareció en cuanto se encontró con Samuel.
Caminó muy despacio, observando como la luz de la mañana jugueteaba con los colores de las hojas de los árboles y las flores. Aspiró profundamente el aroma húmedo de la tierra que pisaba. El bosque era atravesado por un camino creado a partir de años de pisadas de hombres y mujeres que acortaban la distancia. Leonor había crecido allí, rodeada por el esplendor y la belleza virgen creada por la naturaleza. Adoraba ese lugar. Conocía el bosque como la palma de su mano y fantaseaba con sueños imposibles mientras sus pisadas crujían sobre las hojas secas. Llegó hasta el lugar donde las zarzas producían las moras más dulces, dejó la cesta en el suelo y se dispuso a coger aquellas que parecían más gordas, sin olvidar probar algunas.
Distraída en su tarea no se percató de la llegada de los hombres hasta que estos estuvieron prácticamente a su lado. Con un brinco se puso en pie, asustada, al oír el sonido de la risa sarcástica de los extraños, con la cesta de moras en la mano.
-Vaya, vaya, mirad que animalito hemos encontrado en el bosque.
Los otros dos hombres la miraron con una media sonrisa aterradora en los labios. Samuel se acercó un paso más a ella, y esta retrocedió un paso.
-Qué queréis.
Él puso la mano en el mentón fingiendo pensar seriamente la pregunta.
-Bueno, una pregunta interesante Leonor, aunque creo que sabes bien la respuesta.
Se le aceleró el corazón de miedo, no soportaba a Samuel, el hijo de sir Wilson, su señor feudal. Un muchacho prepotente, desagradable, violento. Creía que todos debían hacer su voluntad, por ser hijo de quién era. No tenía reparos en tomar lo que quería sin importarle absolutamente nada.
-No te acerques a mí. ¡Déjame en paz Samuel!
El soltó una carcajada.
-Me gustas mucho Leonor. Nunca dejas de sorprenderme, pero no sé por qué eres tan puritana. –Se acercó un poco más- Yo sé que me deseas.
Le dio un vuelco el estómago de puro asco. Sabía que tenía que alejarse de él, era peligroso y no había traído ni una triste daga para defenderse.
Los otros dos hombres se acercaron un poco más a Samuel, y este dio un paso en dirección a Leonor que sin pensárselo si quiera, echó a correr a través el bosque.
-¿A dónde vas? ¿Crees que no te voy a coger Leonor? –Preguntó iniciando la carrera detrás de ella– Qué ilusa, tarde o temprano te atraparé.
Leonor tiró la cesta de moras a un lado, pues le impedía la movilidad y sin saber hacia dónde, siguió corriendo. Oía los pasos de sus perseguidores muy cerca de ella, cada vez más. La atraparían, estaba segura y después, después…prefería no pensar en eso. Tenía que correr y muy rápido. Debía sortear las ramas de los árboles que le golpeaban el cuerpo, y el vestido limitaba considerablemente sus movimientos. Su corazón iba muy rápido, casi no podía respirar y sentía punzadas en el pecho y en la cabeza, ¡estaba perdida! No podría escapar, no esta vez… de pronto se dio de frente con algo, algo duro y fuerte. De la fuerza del impacto ella salió disparada hacia atrás, pero una mano firme la sujetó por los codos e impidió que se golpeara contra el suelo.
–¡Cuidado muchacha!
Leonor, que se había agarrado con fuerza a los brazos del hombre, levantó la mirada muy despacio. Lo que vio la dejó profundamente conmocionada. Era un hombre, ¡pues claro que era un hombre! Pero el hombre más apuesto que jamás había visto, sus ojos negros la miraban con intensidad y enfado, por un instante se perdió en la inmensidad de esa mirada.
A lo lejos se oían los pasos de los tres rufianes y se obligó a volver a la realidad.
–Por favor señor, ayúdeme, no deje que me atrapen, se lo suplico.
–¿Qué…?
Pero antes de que pudiera continuar un hombre apareció seguido de otros dos. Instintivamente puso a la mujer detrás de él y sin que ella se diera cuenta aparecieron a su lado un montón de hombres enormes y la rodearon, ¿De dónde habían salido? Estaba conmocionada pero no dejaba de mirar a su alrededor. De pronto se sintió muy pequeña. Todos los hombres que estaban junto a ella eran altísimos. Todos vestían ropas de guerra, cota de malla, yelmos y unas espadas tan grandes como ella misma colgaban de sus cinturas. Miró al frente y sólo pudo ver la espalda, del hombre que la había sujetado antes. También vestía cota de malla pero no llevaba yelmo, su mano derecha ya estaba en la empuñadura de su espada.
Samuel se quedó paralizado en cuanto vio al guerrero, frenó tan en seco que los dos hombres que le seguían se golpearon con él. ¡Malditos fueran! ¿Cómo podían ser tan estúpidos? Pero eso a él le había importado poco cuando los contrató, debían servir para sus planes, si eran idiotas a él no le importaba mientras cumplieran con sus propósitos.
Miró al guerrero a la cara, era fiero y fuerte, de eso no cabía duda. Al instante sus compañeros de armas se acercaron a él formando un muro casi impenetrable. Pero no podía amedrentarse, él era el hijo del señor de esas tierras, nadie podía hacerle daño o se enfrentaría a la ira de su padre. Reunió valor y se dirigió al que parecía ser el jefe, que era sin duda el más grande de todos.
–Devolvedme a la muchacha.
Él lo miró sin cambiar la expresión de su cara.
–¿Por qué debería hacerlo?
–Ella me pertenece.
Leonor abrió mucho los ojos, no podía consentir que dijera eso, si esos hombres creían que era de él no dudarían en entregarla. Le tocó la espalda con cuidado.
–Eso no es verdad, mi señor. –le dijo a la espalda, con mucha firmeza, o eso supuso ella.
El dueño de la espalda no hizo ningún caso de lo que ella le había dicho, tal vez no lo dijo con suficiente fuerza, miró con intensidad al guerrero de arriba abajo, empezó a tener miedo.
–No te preocupes muchacha, mi señor no dejará que te suceda nada malo.
Ella se giró hacia el hombre que le había hablado, sonreía con amabilidad y le infundió confianza. Se serenó respirando varias veces con calma y se dispuso a esperar lo que estaba por suceder.
–¿Es vuestra, decís?
–Sí, lo es.
–¿Es vuestra esposa?
Samuel dudó un instante, ¿A qué venía eso?
–No.
–¿Hermana tal vez?
–No.
–¿Prima?
Estaba empezando a ponerse nervioso.
–No.
–¿Tenéis algún parentesco familiar?
–No. –contestó claramente enfadado.
–¿Y por qué decís que os pertenece?
A Samuel se le acabó la paciencia, no podía perder el tiempo con aquél imbécil, quería a Leonor ya.
–Soy el hijo del señor de estas tierras, todo lo que hay en ellas me pertenece, ¿Y quién sois vos señor, qué estáis en tierras de sir Wilson sin ser invitado?
De los ojos del guerrero salieron chispas, pero Samuel no se inmutó.
–Soy Lord Connor Johnson Edwards.
Samuel abrió mucho los ojos, claro signo de reconocimiento. De repente se puso nervioso. Leonor lo vio a través del hueco del brazo del tal Connor, por lo visto era un hombre importante.
–Y podéis ir diciéndole a vuestro señor que estoy en sus tierras, dentro de dos horas iré a visitarlo y mis hombres y yo nos quedaremos al menos una semana, que lo tenga todo preparado.
Samuel asintió con la cabeza, echó un ojo a Leonor pero fue lo suficientemente listo como para no decir nada, se dio media vuelta y se marchó.
La muchacha respiró hondo, todos a su alrededor se relajaron y comenzaron a romper la barrera creada para proteger a la mujer, Connor se giró, y Leonor quedó frente a un pecho enorme y firme. Sintió como respiraba por su movimiento y durante unos segundos se quedó así, sin saber muy bien qué hacer.
–No me gusta nada ese muchacho, al parecer las habladurías son ciertas. –dijo Connor a sus hombres. Reparó en la muchacha que estaba frente a él sin moverse, con la vista fija en sus ropas.–Bueno, parece que ya eres libre.
Leonor levantó la mirada, sus ojos eran de un verde musgo y lo miraban con una enorme gratitud.
–Gracias mi señor, os lo agradezco mucho.–Dio un paso atrás algo cohibida, dirigió su mirada alrededor – muchas gracias, mi señor– y comenzó a andar con paso firme.
–¿A dónde vaís?
Ella se giró muy despacio y lo miró extrañada.
–A casa, mi señor.
–No creeréis que os vamos a dejar ir sola.
Leonor fijó la mirada en él, no sabía muy bien con quién estaba tratando, por lo tanto debía tener cuidado con lo que decía.
–Bueno, no veo razón por la que deban acompañarme. Samuel ya se ha ido y puedo volver a casa tranquilamente.
–Pues yo creo que no. Os acompañaremos muchacha.
El tono daba a entender que no había discusión posible. Leonor abrió mucho los ojos y se acercó.
–Mi señor, de verdad, no debéis molestaros, ya no hay peligro.–suplicó.
Connor la miró.
–No es molestia.
Sintió pánico, ¿qué dirían sus padres se la viesen llegar con todo un ejército?
–Pero… pero, mi señor, mis padres ya son bastante mayores y no creo que les haga bien verme llegar seguida de un montón de guerreros gigantescos armados. Se les podría parar el corazón del susto.
Una media sonrisa apareció en los labios de Connor que hizo que a Leonor le diera un vuelco el corazón.
–Guerreros gigantescos ¿eh?
Se dio cuenta, por primera vez, de lo que había dicho. Se puso colorada y bajó la mirada.
–Lo siento, no quería ofenderos.
–No nos ofendes, muchacha –contestó el hombre que le había dado ánimos antes–, en verdad es un buen halago, ¿verdad muchachos?
Todos asintieron a la vez.
–Os acompañaremos –sentenció Connor– ya veremos lo que hacemos para no asustar a vuestros ancianos padres.–comentó con un tono divertido.
Leonor, viéndose derrotada asintió con la cabeza y esperó a que los soldados se pusieran a su lado, luego se adentró en el bosque con un ejército de hombres aterradores.
***
–Decidme, ¿Qué hacíais en el bosque sola?
–Venía a recoger algunas moras para que mi madre pueda hacer su bizcocho. Hace un bizcocho de moras maravilloso, el mejor de toda la región.
–¿En serio?–preguntó Connor que iba muy pegado a ella, tanto que no podía evitar sentirse algo incómoda.
–Sí –contestó con orgullo.
–Bien, habrá que probarlo.
El pánico recorrió el rostro de ella y Connor sonrió para sí.
Después de caminar en silencio durante unos minutos Leonor encontró su cesta.
–Oh, bien, está aquí –se agachó a recogerla–, se han caído algunas, pero creo que con estas tendrá suficientes.
Se incorporó y miró a los hombres que tenía en frente. Si hubiese sido sensata se habría asustado, pero no, no estaba asustada, no sabía muy bien por qué, se sentía protegida. Inició la marcha hacia su casa.
–¿Por qué os perseguía ese hombre? –preguntó Connor al cabo de un rato.
–Bueno, Samuel es…, es…, no sabría bien como describirlo, es caprichoso y piensa que todos debemos obedecerle y cumplir todos sus deseos, pero yo no…
–¿Yo no? –le preguntó interesado al notar que había dejado la frase inacabada en el aire, ella le miró a los ojos.
–Yo no soy dócil, mi señor, mi carácter no me permite doblegarme a los deseos de un ser tan despreciable como Samuel. No tiene compasión, no siente nada por los que le rodean. Somos para él como un caballo puede serlo para vos, nos utiliza y luego…
–¿Luego? –le apremió.
–Luego…–no sabía cómo continuar, Connor no dejaba de mirarla de esa manera tan intensa y fija, esperando su respuesta, Leonor suspiró– Su padre es un hombre bueno, sir Wilson es amable, gentil y es justo, pero su hijo es malvado, toma lo que desea sin importarle nada. No hace mucho dejó embarazada a una muchacha de catorce años. La tomó por la fuerza y luego la desechó, como si fuera basura. Los padres de la muchacha la han enviado a casa de un familiar hasta que dé a luz, luego no se sabrá lo que le pasará a ella o a la criatura. Aunque no ha sido culpa suya, ella será la que pague las consecuencias…
Connor se quedó en silencio, meditando durante unos momentos.
–¿Sir Wilson no hace nada para detenerlo?
–Sir Wilson ama a su hijo. No cree que sea tan cruel como realmente es. Tiene la vana esperanza puesta en la posibilidad de que cambie. A veces arregla los errores de su hijo. Hay una chica a la que mantiene junto con su bebé, el nieto de sir Wilson, pero no puede hacerlo con todas, o bien porque no quiere o simplemente porque no se entera.
–Ya veo.
Después de un rato el bosque terminó dando paso a un pequeño valle rodeado de árboles. Al fondo una cabaña bastante grande y de buena calidad, seguida de una serie de edificaciones que supuso, sería donde guardaban a los animales. Divisó una huerta de dimensiones considerables. A la izquierda, se podía ver un pequeño lago, rodeado de rocas y árboles.
Ella lo miró a la cara.
–Esa es mi casa, mi señor.
Lo estuvo contemplando todo durante unos instantes más.
–Mi señor, allí hay un lago.
–Sí Edmond, lo veo.
–¿Podemos?
Connor dirigió la mirada a la chica.
–Mis hombres están cansados y les gustaría poder darse un baño, ¿crees que les molestará a tus padres?
–No, creo que no, pero que tengan cuidado con las flores, las he plantado yo hace unos meses y no quiero que las estropeen.
–Claro –miró a sus hombres– Ya lo habéis oído muchachos, cuidado con las flores, –se dirigió hacia un guerrero que permanecía casi todo el tiempo a su lado –Nick, sólo serán unos minutos, en cuanto termine partiremos al castillo.
–Muy bien Connor, estaremos listos.
Connor cogió a Leonor por el codo mientras sus compañeros se acercaban al lago a paso rápido.
–¿Creéis que vuestros padres se asustarán mucho si te ven conmigo?
–No lo sé, mi señor.
–Esperemos que no. No quiero cargar sobre mi conciencia la muerte innecesaria de unos pobres ancianos.
Su padre, como siempre, estaba sentado a la puerta de casa. En cuanto la vio se levantó y cogió una espada que siempre tenía cerca.
–Espero que tenga una buena razón para tocar a mi hija. –Le soltó con evidente enfado en cuanto le tuvo lo bastante cerca como para hacerse oír sin necesidad de alzar la voz.
Connor sonrió y miró al anciano que sostenía la espada en alto, apuntando hacia su pecho sin ni siquiera pestañear, aun sabiendo que si Connor lo deseaba estaría desarmado en un santiamén. Admiraba el valor y ese hombre lo derrochaba por cada poro de su piel.
–¿Qué pasa Philip?
Se asomó a la puerta una mujer. Connor dirigió su mirada con una tranquilidad pasmosa hacia la puerta y pudo comprobar que se parecía mucho a la linda muchacha que llevaba a su lado. Los años no habían disminuido su belleza fresca y serena, era esbelta y tenía el pelo recogido en un moño alto, que le confería un aire de majestuosidad que habrían envidiado algunas nobles de la corte.
–Baja el arma hombre, asustas a todos los que se acercan –miró a Connor a los ojos y después a su hija que seguía apresada por su mano – Buenos días, señor.
–Qué buenos días ni nada, mujer, ¿no ves que es un extraño? No debes dar esas confianzas.
–Baja el arma, por favor.-Suplicó.
–No pienso hacerlo hasta que ese villano suelte a mi hija. –gruñó el anciano mientras se hacía evidente que su enfado iba en aumento.
Con rapidez, Connor soltó a Leonor, que echó a correr al lado de su padre.
–No pasa nada padre, este hombre me ha ayudado hoy en el bosque.
–¿Ayudado? –dijo sin dejar de mirar con intensidad a Connor.
–Sí padre, es que Samuel…
–¿Samuel? ¡Maldito muchacho!–dijo bajando el arma y apoyando una mano en el hombro de su hija– ¿Te ha hecho daño? –Preguntó con ternura– Porque si te ha tocado lo mataré– anunció con el mismo tono de voz.
–No, no me ha tocado porque él me ayudó. –Le dijo mientras apuntaba con la cabeza en dirección al soldado.
El viejo Philip miró a Connor con otros ojos, dejó la espada en su sitio habitual y se le acercó ofreciéndole la mano que aceptó con energía.
–Sí habéis ayudado a mi hija como ella dice, seréis bienvenido siempre a esta casa, ¿puedo saber vuestro nombre?
–Connor Johnson Edwards, señor.
–Ah, Connor, he oído hablar mucho de vos, hijo, ven, acércate, toma algo conmigo, ¿Qué te apetece?
–Bueno, su hija habló de un bizcocho de moras…
Los tres se echaron a reír, menos Leonor, que no le veía la gracia. Su madre la tenía abrazada y le dio un apretón cariñoso.
–Sí, mi esposa es una estupenda cocinera, y ese bizcocho es muy bueno, es el preferido de Leonor, hija ¿quieres traer un poco a nuestro invitado?
–Si padre, ahora mismo.
Su madre la soltó y se sentó con los hombres.
–¿Qué os trae por aquí, mi señor Connor? Estas son unas tierras tranquilas.
–Sí, creo que lo son, al menos no nos hemos encontrado con muchos maleantes en nuestro camino, pero vengo por un tema más personal.
–Bueno, no debes contarnos nada que no puedas muchacho, así que cambiaremos de tema. –Sentenció el padre de Leonor.
–No se preocupe señor, no pasa nada, no vengo en una misión secreta. Todo el mundo sabe que vengo por el hijo de sir Wilson. El Rey ha oído ciertos comentarios, me envía para averiguar si son ciertos o no.
El rostro del anciano se tornó triste.
–¿Qué pasa, señor?– Preguntó Connor interesado, cualquier novedad o comentario sería bienvenido para su investigación.
El anciano alzó los ojos hacia el guerrero.
–Sir Wilson es un buen amigo mío, no me gusta que sufra, pero como habéis podido comprobar, Samuel es un mal muchacho.
Leonor salió de la casa con una bandeja, en ella traía unas copas y una jarra repleta de hidromiel y el bizcocho de moras. Comenzó a servir a sus padres, con seguridad y delicadeza.
Puso la copa frente a Connor y la llenó con cuidado de no salpicar, a continuación una buena porción de bizcocho. Después se sentó con ellos y se sirvió ella misma.
–Sí, ya he visto algo, pero tengo que investigar más.
–Sí, claro, claro.– afirmó el anciano.
–Disculpe mi atrevimiento señor, pero ¿puedo saber cuál es su nombre?
El anciano sonrió.
–Pues claro, –miró a su mujer con cariño– ¿Dónde han quedado mis modales Margaret?
Su mujer sonrió
–Pues tal vez en el granero esposo, eres muy despistado.
Le tendió la mano que Connor cogió.
–Soy Philip Morrison Taylor.
Connor abrió mucho los ojos.
–¡Dios mío! Es un verdadero placer conocerlo señor. He oído hablar muchísimo de vos.
–Espero que cosas buenas.
–Absolutamente todas, señor. Dios, esto sí que es una sorpresa.
Connor estaba muy emocionado y sonreía abierta-mente, Leonor lo miraba extrañada. Lo vio llevarse a la boca un trozo del bizcocho y masticarlo con tranquilidad, mientras miraba a su padre con un extraño brillo en los ojos. Después miró a su madre y le dijo:
–Realmente, señora, es el mejor bizcocho que he probado nunca, vuestra hija no exageró nada cuando me habló de él.
Margaret sonrió halagada, pero no dijo nada. Se tomaron la bebida y el bizcocho en un amigable silencio.
–Bueno, mis hombres ya deben de estar relucientes, así que emprenderemos el camino.
Philip se puso en pie para despedirlo.
–Ha sido un placer, Connor.
–No señor, el placer ha sido todo mío.
–No olvidaré lo que habéis hecho hoy por mi hija.
–No me debe nada señor, eso es lo que hacemos, proteger al más débil, al que más lo necesita ¿no?
–Sí, eso es lo que hacemos –contestó Philip con un brillo en los ojos que indicaba viajes en la memoria, otros tiempos, otras gentes, otras cosas.
Connor saludó a las mujeres con un gesto de cabeza y se marchó.
***
El recibimiento fue el esperado. Sir Wilson en la puerta del castillo lo esperaba expectante, a su lado todos los que allí vivían, menos el hijo mayor, Samuel Wilson, la razón por la que se encontraba allí ahora en vez de estar en su propia casa, disfrutando de un merecido descanso, para él y para sus hombres, después de estar luchando en una guerra inútil, como lo son todas, por su patria y por su Rey durante unos largos y penosos meses.
–Bienvenido seáis a mi casa.
–Encantado de estar aquí, sir Wilson, aunque me hubiese gustado más en otras circunstancias.
Sir Wilson frunció el gesto, pero se recuperó rápidamente.
Bajó las escaleras y se acercó al hombre para saludarlo.
–Esas son mis dos hijas, Mildred y Catherina.
Connor las saludó con un gesto de cabeza, mientras ellas lo saludaban con una graciosa reverencia. Miró al hombre que estaba a su lado. Lo conocía de haber pasado muchas veladas juntos, en las reuniones que convocaba el Rey Enrique. Siempre le había caído bien, le parecía un hombre sensato y justo. Sentía una profunda tristeza por la misión que lo había llevado hasta allí.
–Son muy hermosas, sir Wilson, deberíais tenerlas bien vigiladas.
El hombre se echó a reír con claro orgullo.
–Sí que lo son, se parecen mucho a su madre.
Se quedaron en silencio durante un instante.
–Venid Connor, pasemos a mi cámara, supongo que tenemos mucho de qué hablar. Vuestros hombres serán alimentados y atendidos mientras hablamos.
Hizo un gesto a uno de sus sirvientes y se puso en movimiento al instante. Con pesar Connor se dispuso a seguirle hasta su cámara.
***
Las espadas brillaban a la luz del sol, ambos giraban en una danza que podría ser mortal.
–Ha venido un caballero al castillo.–Dio un mandoble.
–Sí, lo sé –paró el mandoble.
Robert se detuvo.
–¿Lo sabes?
Ella respiraba rápidamente, estaba cansada y sofocada.
–Sí, me lo encontré en el bosque, a él y a sus caballeros.
–¡Dios mío!
–¿Qué?
–¿Le dijiste algo, le hiciste enfadar?
–¡Qué cosas dices! No, nada de eso, me ayudó.
–¿En qué?
Leonor suspiró, no sabía si contarle la verdad, pues Robert había amenazado con matar a Samuel si se le ocurría tocarla. No quería que se metiera en problemas por su culpa.
–¿En qué? –volvió a preguntar.
–Samuel.
Él tiró la espada con rabia al suelo y se acercó.
–¿Te tocó?
Ella le miró fijamente y negó con la cabeza.
–Juro que lo mataré Leonor, no puedo consentir que te persiga ni que te acose.
Leonor le agarró del brazo.
–No pasa nada Rob, él no puede tocarme, no me hará daño.
–Lo ha intentado, y eso ya es suficiente.
Le cogió la cara con ambas manos y le obligó a que le mirase.
–No harás nada, porque si te metes en problemas te echarán, y tendrás que volver con tu padre.
–No me importa –informó él enfadado.
–Pues a mí sí Rob, no puedes perder todo por lo que has luchado por una tontería.
–¿Tontería? ¿Y si ese caballero no te hubiese encontrado a tiempo?
–Robert, tú me conoces, tengo mis recursos. –había decidido no contarle nada sobre que ahora Samuel iba acompañado por dos hombres.
Le pasó los brazos por los hombros en un gesto cariñoso y familiar.
–Venga, continuemos un ratito más y nos vamos a casa, tengo hambre.
Ella rio
–Tú siempre tienes hambre.
***
Connor se sentó frente a Sir Wilson en la cámara privada, era amplia y estaba limpia, decorada con muebles robustos, y un ligero olor a tabaco, él sabía que era uno de sus vicios preferidos.
–Sé que estaréis cansado del viaje, pero debéis perdonarme, no puedo soportar la espera. Dejémonos de formalidades, estamos solos. Decidme, ¿por qué habéis venido? ¿Os envía el Rey?
Connor dejó la copa de vino que estaba tomando sobre la mesa y cruzó las manos sobre sus piernas, eso no sería nada fácil.
–Bien, no os haré esperar entonces, hablaré sin rodeos.
–Por favor.
–Vengo en nombre del rey Enrique, sí. Yo no debería estar aquí ¿sabéis? Debería estar en casa, hace apenas unas semanas que se terminó esa estúpida guerra, y cuando llego frente al Rey me encuentro con que tiene un encargo para mí, esto es de locos Arnold, yo no soy ninguna niñera.
–No os sigo, Connor.
–Perdonad mis desvaríos, será el agotamiento que enturbia mi mente… Sabéis que vuestro hijo Samuel estuvo hace unas semanas en el palacio, fue en vuestro nombre al cumpleaños del Rey. –Arnold asintió con la cabeza– Pues al parecer no se portó del todo bien con algunas damas allí presentes, las trató como he visto que trata a las muchachas de la aldea. Su Majestad me envió para que me informe sobre el comportamiento del joven. Al parecer ofendió a damas muy importantes Arnold, los maridos o familiares están furiosos con ese comportamiento, creen que tal deshonor merece castigo, se habla de algo ejemplar.
–¡Por Dios que ese hijo me va a quitar la vida!
–No si antes se la quitan a él…
Arnold lo miró con intensidad, en su rostro estaba dibujado todo el dolor que sentía.
–Mirad Arnold, yo no quiero hacerle daño a vuestro hijo –se pasó las manos por la cara– ni tampoco a vos, sé de buena tinta que sois un buen hombre, pero tenéis que hacer algo con el muchacho. Después del jaleo que se montó en el cumpleaños real muchos otros fueron a hablar con el Rey, todos con asuntos turbios sobre Samuel, está enfadado y quiere que yo lo arregle, pero no pienso tomar decisiones drásticas si puedo evitarlo antes.
–¿Qué creéis que debo hacer?
–He pensado en la iglesia o el ejército.
–La iglesia no Connor, no serviría.
–Pues el ejército entonces. Le enseñará a respetar y a cumplir órdenes, disciplina y honor.
Arnold se quedó pensativo.
–Espero que eso sirva.
–Y yo también amigo, yo también…
***
Después de un sueño reparador y una abundante comida, Connor decidió ir con su segundo al mando y mejor amigo, Nicholas, a dar un paseo por los alrededores. Se adentraron en el bosque, un lugar tranquilo y purificador. El chico de Arnold estaba desaparecido, su padre le contó que a veces se pasa días enteros sin volver, tal vez una semana no fuera suficiente. Como no tenía escapatoria decidió aprovechar la situación.
–Qué te parece todo esto Nick.
–Menudo problema Connor, esto me hace replantearme el ser padre.
–¿Ser padre? Pero si no tienes ni mujer como piensas en hijos.
–Bueno, todo hombre en algún momento piensa en los hijos.
–Sí, tienes razón pero…
Unos sonidos de espadas entrechocando llamó la atención de ambos caballeros. Se miraron y sin necesidad de palabras ambos se dirigieron al lugar del bosque del que provenían los ruidos. En cuanto vieron a aquella pequeña muchacha blandiendo una espada contra un hombre mucho más grande que ella, ambos desenvainaron sus armas y echaron a correr. Tenían que llegar antes de que aquel villano hiriera a la joven.
–Alto o te cortamos el cuello.
Leonor y Robert soltaron las armas al instante y se quedaron pasmados mirando a los dos guerreros que les amenazaban con sus espadas.
Al momento Connor la reconoció.
–Al parecer señorita, sois un imán para los atacantes.
Ella les miró un instante, primero a los guerreros, después al pobre Robert, que estaba pálido como la luna, y se echó a reír como una descosida. Los hombres miraron a la mujer extrañados.
–Leonor, no tiene gracia.
–Sí que la tiene Rob, sí.–Se acercó hacia Connor y su acompañante sin dejar de reír.– Mi señor, les presento a Robert, es un soldado de sir Wilson, venimos aquí todas las tardes para practicar con la espada.
Reacios aún, bajaron las armas poco a poco, Robert no salía de su asombro.
–¿Pensaron que me estaba atacando?–volvió a reírse a carcajadas.
Los hombres no dijeron nada, pero no apartaron los ojos de la muchacha.
Cuando ella se calmó les miró a la cara y vio sus semblantes serios.
–Oh, no quise ofenderos.
–Pues lo has hecho, muchacha.–afirmó Connor.
–Lo siento –dijo ella bastante afectada.
–Este es mi amigo Nicholas.
Leonor levantó la mirada hacia ese hombre. Era tan alto como Connor, pero sus rasgos eran más dulces, su pelo rizado y rubio le daba un aire juvenil, tenía los ojos más azules que jamás había visto. Hizo una reverencia perfecta.
–Encantada, señor Nicholas.
Él sonrió, se acercó y cogió su mano, llevándosela hasta la boca y depositando un delicado beso en el dorso.
–Llámame Nick por favor.
La muchacha se sonrojó.
Connor se acercó hacia Robert y este se quedó quieto en el lugar. No iba a mostrar miedo ni duda, ante el hombre.
–Así que practicando con la espada ¿eh?
–Sí mi señor, Leonor quiere aprender a defenderse y a mí me sirve de entrenamiento.
–Pero no podrás sacar todo tu potencial con una mujer.
–No, claro que no.
–¿Te apetece un combate con un igual?
Los ojos de Robert se abrieron y le miraron con sorpresa. Sin ningún lugar a duda, ese hombre era un soldado experimentado y le había tratado de igual. Se sintió muy bien.
–Pues claro, mi señor.
–Espero que no te reprimas como con la dama –le dijo mientras cogían posiciones y preparaban las armas.
–No señor, no lo haré.
Y ambos midieron sus fuerzas en medio del bosque
***
–¡Ahhh! ¡Por Dios Leonor, no me maltrates más!
–Te lo tienes merecido, mira que pelear con ese hombre, ¿Qué pretendías eh?
–Deja al muchacho Leonor, ningún hombre de verdad se hubiese negado ante un reto tan abierto.
–¡Oh! Es verdad, me olvidaba de que los hombres deben mostrar su valía constantemente.
–Eso es – dijeron los dos a la vez.
–¡Hombres!
–A sí son querida, debes aprender a conocerlos y a aguantar sus tonterías – le dijo su madre.
–¡Margaret! Querida, no debes decirle esas cosas a la niña.
–Por qué no, ella debe aprender.
–¡Ayyy!– volvió a gemir Robert, tumbado en la cama de Leonor, desnudo de cintura para arriba, permanecía inmóvil mientras ella lo curaba.
–Pues espero que te sientas orgulloso de tu valía Rob, porque tienes todo el cuerpo magullado por demostrarlo.
–Pues claro que está orgulloso, y yo también. Muy bien muchacho, que vea que no le tememos a nadie, ni siquiera a las leyendas vivientes.
–¿Leyendas, padre?
–Sí querida, ese hombre es una leyenda viva, un luchador como pocos, fuerte, valiente, temerario… uno de los mejores…
La mente de su padre volvió a viajar por otros lugares, bastante lejos de allí.
–Eso no lo hace mejor, padre.
–Sí niña, eso lo hace mejor, mejor que muchos, mejor que la mayoría.
–Matar no es ningún orgullo, es lo que dices tú siempre.
–Pero defender a los tuyos con tu propia vida, sí que lo es.
–Leonor, por favor, ten cuidado, me haces más daño que el señor Connor.
–Con que señor…
–Leonor, deberías respetar más a aquellos que cuidan de ti.
–Sí padre, tienes razón, lo haré, te pido perdón.
–A sí me gusta. – el viejo Philip se marchó de la habitación tan contento, Leonor miró a su madre y le guiñó un ojo.
–Aprendes rápido cariño.
Ambas se echaron a reír mientras el pobre Robert maldecía por lo bajo.
***
–¿Qué te ha parecido? –preguntó Connor a Nick mientras tomaban una copa antes de cenar.
–Es un muchacho valiente y fuerte, le falta buen entrenamiento y práctica.
–Sí, eso es lo que yo pensé.
Se escucharon unos golpecitos en la puerta y una muchacha menuda apareció tras ella.
–Mi señor, la cena ya está.
–Muy bien, ahora vamos.
En la mesa ya estaban sentados casi todos, como buen señor feudal, Arnold comía con sus hombres, ni rastro de Samuel, aunque sí que estaban sus hijas. Se sentó con la esperanza de ser agradable y comenzó a entablar conversación con las muchachas que parecían divertirse con las atenciones que les prodigaban. Eran buenas conversadoras y la velada se le pasó rápido, hasta podía decirse que se había entretenido.
***
A la hora de acostarse no podía conciliar el sueño, y tumbado en la cama en la oscuridad de su cuarto le vinieron a la mente los ojos verde musgo de Leonor, esa muchacha se adentraba en sus pensamientos… Esa tarde se había dedicado a mirarla a su antojo mientras combatía contra el joven Robert. La pobre estaba preocupada por el muchacho, tal vez fuera su prometido. Sintió una punzada de celos. Pero ¿qué le estaba pasando? A él, un hombre de mundo, que ha vivido suficiente como para llenar tres vidas, y míralo ahí, tumbado en la cama, solo y suspirando por una muchachita. Este lugar y la misión encomendad, le estaban terminando con la poca cordura que le quedaba. Estaba muy cansado, de todo, solo quería regresar a su tierra y vivir tan tranquilo, sin más peleas, sin más muerte… se miró las manos, esperando ver en ellas correr la sangre de todos a los que había arrebatado la vida, no fue así, sólo eran sus manos, grandes y curtidas por horas y horas de entrenamientos con la espada, sólo eran unas manos…
A la mañana siguiente se levantó de muy mal humor, debido a las pocas horas de sueño que había disfrutado. Lo primero que hizo fue sentarse en la mesa a desayunar. Era un hombre madrugador y no había mucha gente sentada a esas horas. Estaba sir Wilson, y algunos caballeros, entre ellos y no esperaba menos, Nick. Se sentó a su lado y este en cuanto vio su semblante supo que algo iba mal.
–¿Qué te pasa amigo?
–Nada.
–¿Nada? A otro con ese cuento.
Le miró fijamente mientras Connor se servía un poco de pan con carne asada e intentaba mostrar una aire despreocupado. Era su amigo desde siempre, su mejor amigo, pondría su vida en sus manos sin dudarlo ni un instante.
–Nada hombre, simplemente que no he dormido muy bien que digamos.
–¿Y eso? Mi cama era muy confortable, y no creo que la tuya lo fuera menos.
–No, solamente que no conciliaba el sueño, no he pegado ojo.
–¿Estás preocupado por lo del muchacho?
Connor se encogió de hombros.
–No necesariamente. No diré que me agrada esta supuesta misión, pero a quien le debe preocupar es al pobre Arnold. Es un buen hombre y a fe mía que ha gobernado estas tierras con honradez y justicia, pero un mal hijo… Pero aún le quedan esas dos muchachas para proporcionarle algunas alegrías.
Nicholas sonrió.
–Sí, son bonitas y parece que su madre las educó bien, seguro que si lo desea hará unos casamientos muy ventajosos.
Las muchachas sentadas al otro lado de la mesa conversaban distraídas.
–Pero hay algo más que te preocupa, lo he venido notando durante todo el camino.
Connor suspiró.
–El Rey me prometió que si luchaba para él, esta sería la última vez y que me permitiría vivir tranquilo, ¿Y con qué me encuentro? Con otra orden que debo cumplir. Estoy cansado amigo, deseo poder retirarme.
–Aún eres joven Connor, y has servido bien al Rey, seguro que te sabrá recompensar como es debido, sólo tienes que esperar unas semanas más, eso es todo.
–Tal vez sea joven, pero me siento viejo, hermano, muy viejo.
–Esto es lo que pasa a los hombres de guerra cuando han luchado demasiado, pero aunque te pese siempre serás un guerrero.
***
Leonor se levantó con el alba, como siempre. Comió una pieza de fruta y se dispuso a cumplir con sus tareas. Fue lentamente caminando hacia las cuadras, allí le esperaban cuatro caballos, tres maravillosos y pacíficos sementales y el demonio de Diamante, el último caballo que había comprado su padre, un pura sangre hermoso pero con un genio terrible.
–Buenos días hija mía.
Leonor se detuvo y se giró. Vio a su padre en la huerta, no sabía cómo, pero nunca conseguía levantarse antes que él.
–Buenos días tengáis, padre.
–¿Vas a las cuadras?
–Sí, me temo que tengo una cuenta pendiente con Diamante.
Su padre rio.
–¿Se te resiste acaso?
Leonor frunció el ceño.
–Padre, sabéis que ese caballo bien puede estar endemoniado.
Philip soltó una carcajada estrepitosa.
–No os riais padre, estoy segura que en cuanto me ve, el animal planea la mejor forma de golpearme y humillarme.
–No digas tonterías hija, es un animal, simplemente eso, seguro que conseguirás que coma de tu mano.
Ella se giró despacio e inició su camino murmurando.
–Seguro, mientras no me coma la mano…
***
Connor salió a practicar con sus hombres. Era un hábito adquirido desde que era un simple escudero, se levantaba, desayunaba y entrenaba. Hoy tocaba la espada. Se detuvo a unos metros del campo de entrenamiento y observó a los hombres que estaban afanados en la tarea. Se fijó en el joven Robert, sintió una punzada en el pecho cuando recordó con qué cariño lo trató Leonor después de dar por finalizada la lucha simulada. Se concentró un poco más en el muchacho, parecía que se movía con lentitud, quizá había sido demasiado duro con el joven. Pero ahí estaba, preparado para presentar batalla como todos los demás. Su coraje y arrojo le agradaban, sería un buen guerrero, un hombre de honor como él mismo. Hablaría con Sir Wilson y le propondría apadrinar al muchacho. En estas tierras a poco podía aspirar, pero si estaba bajo su cuidado tendría fama y un futuro más prometedor. Los grandes hombres se peleaban por poseer entre sus filas algún guerrero que hubiese estado bajo su mando.
Se acercó lentamente al puesto donde estaban las armas, cogió una espada y comenzó su entrenamiento.
***
–¡Te juro padre que si no os deshacéis de ese maldito yo misma lo mataré! –se miró las manos, ahora sucias de basura y paja, con lo cual se enfadó aún más, e hizo el gesto de estrangularlo – Con mis propias manos…
–Qué te sucede Leonor.
–¿Que qué me sucede? Miradme padre.
Su padre, sentado en la puerta de la casa, comía tranquilamente un trozo de pan recién hecho con un pedazo de queso. Su madre estaba a su lado con una jarra de vino en la mano dispuesta a rellenarle el vaso, ambos la miraron. Leonor tenía el pelo revuelto y el vestido sucio de estiércol, como si hubiera estado revolcándose en las cuadras.
–Pero… ¿se puede saber qué te ha pasado? –Le preguntó su madre horrorizada.
Leonor suspiró para intentar calmar su mal genio.
–Lo que me pasa, es que Diamante me odia, lo juro por Dios. No me soporta. Mientras estaba limpiando su cuadra el muy malvado me empujó.
Su padre rompió a reír.
–No puede ser hija, el caballo no tiene conciencia –dijo su madre.
Ella le miró con furia y se sacudió el vestido.
–¿En serio madre? Entonces pensáis que yo solita me empujé hacia el montón de estiércol para… ¿para qué?
Su madre la miró fijamente sin saber muy bien qué decir y se encogió de hombros, su padre seguía riendo mientras la miraba.
–Anda, vete y lávate. Yo me ocuparé de Diamante.
Leonor hizo una graciosa reverencia.
–Gracias padre. –contestó sin un ápice de dulzura en la voz, lo que hizo que Philip volviera a reír.
***
Cansado del ejercicio físico y mucho más animado después de una hora de buena pelea con varios hombres, Connor se dispuso a pasear. Sir Wilson tenía su propiedad muy cerca del bosque, esto a él no le agradaba mucho, el bosque era un lugar fantástico para las emboscadas y estaba lo suficientemente cerca como para poder lanzar flechas al castillo sin ser visto. Sacudió la cabeza. No era capaz de pensar en otra cosa que no tuviera que ver con luchas, guerras, emboscadas… tenía que relajarse. Se adentró en el bosque. Era un lugar hermoso y tranquilo. Avanzó sin prisa. Sin saber muy bien cómo, después de un buen rato caminando, apareció en la linde en la que comenzaba la propiedad del padre de Leonor. Aún no le había hablado a Nicholas de ese sorprendente hallazgo, debería comentárselo pronto, si se enteraba de que él lo sabía y no se lo había contado, seguro que se enfadaría muchísimo. Miró hacía la casa. Vio el humo que salía de la chimenea. Supuso que estarían atareados en sus cumplir con sus obligaciones diarias. Movió la cabeza como para despejarse, ¿Qué extraño hechizo lo había traído hasta aquí? Totalmente sorprendido y también algo enfadado se dispuso a dar media vuelta, entonces lo oyó… el chapoteo en el agua. Intrigado, inició su marcha hacia el lago, pero para no ser visto lo hizo a través del espeso follaje. Cuando llegó se quedó paralizado. La pequeña Leonor estaba casi desnuda bañándose tranquila y despreocupada. Su mirada lasciva se dirigió hacia el cuerpo de la muchacha, que sólo estaba cubierto con una camisa interior que era prácticamente transparente al estar mojada. Pudo ver y maravillarse con la exquisitez de las curvas de la mujer. Su cuerpo delgado pero fuerte, lo atrajo como si de un embrujo se tratara. Connor, se consideraba un hombre de mundo, siempre que había tenido necesidad de una mujer, tenía a varias a su alrededor dispuestas a complacerlo. Pero al ver a esa pequeña muchacha chapoteando inocente en el lago y después sentarse tan tranquila en la orilla, ajena a los ojos indiscretos del guerrero, le encendió la sangre como nunca antes.
Sin comprender qué le estaba pasando y asustado de su propia reacción, muy despacio se giró y se marchó hacia el castillo, sintiéndose mal consigo mismo por haber espiado a la chica sin el más mínimo decoro. Eso no era propio de él.
Cuando llegó, Nicholas lo estaba esperando.
–¿Y ahora qué te pasa?
–No sé a qué te refieres.
–Te marchaste tranquilo y vienes como si hubieras visto al mismísimo demonio.
–Estoy bien Nick, no te preocupes.
Nicholas suspiró. Llevaba al lado de Connor desde que ambos eran escuderos y aún no era capaz de descifrar los pensamientos que atormentaban a su amigo. Todo un enigma, así era como lo describía su señor feudal.
Connor, ajeno al desasosiego de su compañero, sólo tenía pensamientos para la pequeña Leonor. No dejaba de ver la figura de su cuerpo flotando en el lago, mientras le rodeaba su espeso cabello castaño, oscurecido por el agua. Toda una maravillosa visión, una maravillosa y aterradora visión.
–Nicholas, ¿Sabes quién es el padre de la pequeña Leonor? –preguntó de sopetón Connor.
–Pues la verdad es que no.
–Te vas a quedar de piedra, hermano –le dijo con una pícara sonrisa.
–Me lo vas a decir o tendré que morir de incertidumbre…
Connor sonrió.
–El padre de nuestra pequeña muchacha es ni más ni menos que Lord Philip Morrison.
–Lord Philip… ¿Ese Philip? –preguntó Nicholas totalmente asombrado.
–Sí Nick, ese Philip, el más grande de los guerreros del Rey, del que cuentan que fue capaz él solito de derrotar a todo un ejército de infieles.
–No me lo puedo creer… ¿Se puede saber por qué no me lo has dicho antes? Tengo que conocerlo Connor, es una leyenda, y está aquí, tan cerca de nosotros…
–Me dio la impresión de que no desea ser molestado.
–¿Por qué dices eso?
–Porque simplemente se presentó como Philip Morrison Taylor, obviando su título y después de que yo me presentara y él declarara que había oído hablar de mí.
–¿Qué hace un hombre tan honorable escondido en estas tierras y sujeto a los deseos de un señor cuándo él debería ser el señor?
–Eso es un misterio que podemos resolver preguntándole a Sir Wilson.
El aludido iba caminando lentamente por el patio, parecía ensimismado en sus pensamientos y no se dio cuenta de que los dos guerreros se acercaban hasta él.
–Sir Wilson, espero que estéis teniendo una buena mañana.
–¡Ah! Hola muchachos, sí, creo que estoy teniendo un buena mañana, ¿qué hay de vosotros?
–¿Podemos acompañarle, señor? –preguntó Nicholas.
–Sí, claro, claro… sólo estoy paseando un poco.
–Wilson, ayer mismo me enteré de que en tus tierras vive un gran hombre.
Sir Wilson miró fijamente a Connor.
–Supongo que os referís a Philip.
–Sí, ciertamente. Nos sorprende que un hombre de su valía y honor no sea el señor de sus propias tierras.
–Muchachos, la vida del guerrero como vosotros ya sabéis es muy dura, no se alcanza una edad muy avanzada en la mayoría de los casos y los que llegan no suelen hacerlo en buenas condiciones. Philip fue el “Guerrero”, no hubo ni habrá otro igual a él. Le sobraba coraje, valentía, fuerza e inteligencia. Fue y es, un hombre de honor. Sirvió a nuestro actual Rey y al que hubo antes que él, con una fidelidad inquebrantable. Gracias a todas las batallas ganadas en nombre del Rey, se le obsequió con un título, una gran propiedad en el norte y con varias más repartidas a lo largo del país. Él siempre soñaba con un retiro tranquilo en el campo, al lado de su maravillosa esposa y varios hijos. Pero la vida no siempre concede lo que deseas. Philip, en uno de los descansos que se concedía, conoció a Margaret, su esposa. Se enamoró perdidamente de ella en cuanto la vio. Yo sé todo esto porque era su compañero de armas, estábamos siempre juntos, hablábamos mucho y compartíamos nuestros secretos… –hizo una pausa recordando viejos tiempos– Le hubiera confiado mi vida y la de todos los míos en caso necesario, tal era su honor… y el Rey lo sabía, conocía bien su valía y no deseaba desprenderse de él muy rápido… Supongo que habréis oído historias. – Ambos afirmaron– Pues la mayoría son ciertas –anunció con una gran sonrisa –Me he enorgullecido siempre de haber estado a su lado todos esos años… En fin, a lo que íbamos. Se enamoró de Margaret y enseguida fue a hablar con el padre de ella para pedirle su mano. El hombre accedió rápidamente. Era un gran honor poder formar parte de la familia de Philip, pero el Rey no estaba tan contento y para evitar el casamiento le envió a luchar contra los hombres que iniciaron una revuelta en las islas. Philip fue, era su obligación obedecer al Rey y dejó en casa a una pequeña Margaret llorosa que juraba y perjuraba que lo esperaría. Se marchó a aquellas tierras con la firme convicción de que su amada no soportaría la espera y se casaría con otro. Pero Margaret fue fiel a su palabra y aunque el Rey la propuso varios candidatos, ella los rechazó todos y se dedicó en cuerpo y alma a cuidar a sus ancianos padres. Lo que Philip viviera en aquellas tierras dejadas de la mano de Dios, yo no lo sé, no pude acompañarle y rehíce mi vida aquí. Me casé y formé una familia. Pero sin duda fue una prueba muy dura hasta para un hombre como él. Cinco años después el Rey enfermó y su hijo ordenó a todas las tropas el regreso a casa. Daban por perdidas las tierras conquistadas y quería que sus guerreros o lo que quedara de ellos, regresaran para darles mejor uso que una lucha perdida de antemano, algo que su padre nunca vio. Cuando Philip se presentó ante un Rey moribundo y este le ofreció todas esas tierras y posesiones en pago a su fidelidad no recibió la gratitud que esperaba. Su mejor guerrero estaba resentido y dolido y así se lo hizo saber. Le dijo delante de mí y de otros allí presentes:
“–Mi Rey, os he servido fielmente durante la mayoría de mis años de vida, he sido fuerte, valiente y he luchado, matado y ganado infinidad de batallas en vuestro nombre. El pago que he recibido de vos ha sido enviarme a aquellas tierras donde he podido vivir en el mismísimo infierno. Podéis darme todas las tierras que deseéis pero nada podrá pagar el daño que me habéis causado.”
Y se marchó, así sin más, dejando al Rey estupefacto. Aun así, éste puso a su nombre las tierras y propiedades prometidas. Philip, triste y terriblemente afectado por todo lo vivido en sus últimos años me pidió un terreno para poder vivir lejos de la corte y todos sus engaños y trajines. Yo acepté en el acto. Se vino aquí inmediatamente y se construyó esa casa. Unos meses después yo me acerqué a la ciudad e intenté buscar a Margaret, ya que Philip ni siquiera la había nombrado, tan seguro estaba que ella ya estaría casada. Pero cuál fue mi sorpresa cuando me presenté en la casa de sus padres y ella estaba allí. Le conté lo sucedido con Philip e inmediatamente preparó su pequeña maleta y me acompañó. Al día después de su llegada aquí, se casaron. Pero ambos ya eran bastante mayores y no tenían muchas esperanzas de aumentar la familia, pero unos años después llegó Leonor, y su felicidad quedó completa.
–Pero… ¿Leonor sabe toda esta historia?
–Que yo sepa no. Ambos decidieron no contarle nada para mantenerla todo lo lejos que pudieran de la corte. El Rey murió unos meses después sin saber el desenlace y el nuevo rey Enrique no ha sentido ninguna curiosidad por la vida de Philip.
***
Sentados en la mesa de Sir Wilson, Connor y Nicholas comían mientras mantenían una agradable charla con las hijas de Wilson. Pudo comprobar que no eran muy diferentes de las mujeres que vivían en la corte. Se las notaba tal vez, un poco más ingenuas, pero sus gustos y deseos eran sorprendentemente parecidos. Comenzaba a aburrirse. Nunca se le había dado muy bien la conversación social intranscendente, no como a Nick, su amigo siempre se veía dispuesto y encantado de mantener esas charlas con el sexo contrario.
–Padre, podríais dar una fiesta en honor a nuestros invitados –sugirió Mildred.
–¡Oh padre! Esa sería una idea maravillosa –convino Catherina.
Sir Wilson se notaba disgustado. Las miró pero no dijo nada.
–Anda padre, así podremos divertirnos un poco. Esto es muy aburrido y nos vendría bien.
–Sí padre, Mildred tiene razón. Podría ser algo pequeño e informal, una reunión social de amigos.
El hombre suspiró.
–Está bien, algo pequeño e informal.
Ambas mujeres dieron un gritito de alegría.
–Vos no os preocupéis por nada, nosotras nos encargaremos de todo.
–Sí, eso ya lo sé –afirmó Sir Wilson vencido.
***
–¡Vaya! –dijo Leonor soltando su espada y tirándose al suelo totalmente exhausta –Has aprendido mucho Rob, creo que ya no tengo posibilidades de ganarte.
El muchacho soltó una carcajada.
–Nunca las has tenido Leonor.
–Hubo un tiempo en el que pensé que sí, francamente.
–Bueno, pero es que ahora me entreno todos los días con Lord Connor y sus hombres.
–¿Ahora es Lord?
–Tengo que ser respetuoso y tú deberías hacer lo mismo. He oído cosas sobre él y es mejor tratarle con respeto y no causarle ningún disgusto, debe ser terrible enfadado.
Guardó su espada y se sentó junto a ella en el suelo.
–¿Sabes lo del baile?
Leonor soltó un bufido.
–Sí que lo sé. Recibimos una invitación ayer. Mi padre está algo disgustado pero mi madre está muy emocionada, está muy entretenida cosiéndome un vestido. ¿Vas a ir?
–Yo vivo en el castillo, supongo que sí que iré, pero no me gusta mucho la idea.
Ella apoyó la cabeza en el hombro del muchacho.
–Te entiendo, a mí tampoco. Me parece una tontería. Me tendré que peinar y ponerme un vestido horrible con esos zapatitos que me han comprado a juego. Es ridículo.
Robert la miró a los ojos. Leonor era una chica menuda y muy bonita. Sus ojos verde musgo eran impresionantes, su pelo castaño claro, largo y rizado llamaba la atención de más de un hombre, sin olvidar su figura. Robert, más de una vez se metió en peleas por oír comentarios subidos de tono sobre ella. La quería mucho, como a una hermana, realmente era su única familia desde que huyó de casa de sus padres y fue recogido por Sir Wilson.
–Seguro que no será tan malo y estarás muy guapa.
–No te burles.
–No lo hago, tu madre es una auténtica maestra con la aguja.
–Odio a Diamante.
Robert soltó una carcajada.
–¿Qué ha hecho ahora?
–Lo de siempre, me golpea e intenta morderme. Ya no puedo ni montarlo, no me deja.
–Será que te has portado mal con él.
–Que va… pero me odia y yo a él también…
Se quedaron un rato en silencio, contemplando lo que les rodeaba y disfrutando de la compañía.
–Estoy preocupada por mi padre.
Robert se alarmó.
–¿Por qué? ¿Qué le sucede?
–No es que le suceda algo, es que… no sé, le noto débil y cansado. Encima no consiente que le recriminemos cuando pensamos que se excede haciendo esfuerzos… Robert, si algo les sucede ¿qué será de mí? Estaré sola en el mundo.
–Nunca estarás sola Leonor, yo siempre estaré contigo.
–Sí ya, hasta que alguna de esas lagartonas te atrape.
Robert soltó una carcajada.
–¡Pero qué dices!
–Lo que oyes. Eres un gran guerrero, tendrás a todas las damas a tus pies.
–Jajaja, que cosas tienes… yo siempre estaré a tu lado, igual que tú siempre has estado al mío cuando te he necesitado.
***
Sir Wilson entró en su cámara para ocuparse de los libros de cuentas y nada más cerrar la puerta se percató de que no estaba solo.
–¡Padre! Que grata sorpresa ¿verdad?
–¿Dónde has estado Samuel?
–Oh ya sabes… por ahí.
–¿Sabes por qué está aquí Lord Connor?
Samuel, que estaba sentado en uno de los sillones frente al fuego con una copa de vino, ni si quiera se movió.
–Samuel, ¿Lo sabes?
–No padre, no lo sé. Quizá desees iluminarme.
Sir Wilson resopló ante el descaro de su hijo. Lo miró fijamente. No podía recordar en qué momento el chico se le fue de las manos. Siempre pensó que lo estaba haciendo bien, pero ahí estaba sentado como si todo en este mundo le diera igual, como si todo le resbalase… suspiró. Si su querida Isabel levantara la cabeza y viera en qué se ha convertido su amado primogénito se volvería a morir del disgusto.
–Connor está aquí porque el Rey Enrique se lo ha ordenado.
– Y no me digas que el Rey ha enviado a uno de sus mejores guerreros solo por mí. ¡Oh que honor!
Arnold no hizo caso de su sarcasmo.
–Muchacho, ¿Qué pasó en el cumpleaños real?
Samuel se giró en su asiento y miró fijamente a su padre.
–No sé de qué me hablas, padre.
–Pues deberías Samuel, el Rey está disgustado con tu comportamiento en aquella fiesta y al parecer no es el único.
Samuel volvió a dirigir su mirada al fuego.
Arnold se enfadó ante su pasividad.
–Mira hijo, esto no puede seguir así. Me vas a obligar a tomar medidas drásticas, es más, si persistes en esta actitud no seré yo quien tome la decisión, lo harán otros por mí.
–¿A si? ¿Quién?
–Pues sin ir más lejos Connor por ejemplo. A eso ha venido, a elegir tu castigo.
Samuel se levantó violentamente del asiento y miró con odio a su padre.
–¡No tiene derecho! Ni él ni el Rey.
–Sí que lo tiene Samuel. Somos súbditos de Enrique y le debemos obediencia y en consecuencia a Connor, que es su mano derecha.
–Su ejecutor, más bien.
–Eso no importa mucho. Lo importante es que yo no podré ayudarte como hasta ahora. Samuel, debes recapacitar y comportarte.
El chico dejó la copa violentamente sobre la mesa de su padre y se marchó sin decir nada.
Arnold suspiró y se frotó la cara, cansado. Tal vez lo mejor sería que el muchacho se uniera al ejército cuanto antes.
***
Encontró a Connor apoyado en una de las almenas mirando al infinito. Nicholas lo miró un rato, su amigo estaba cambiando. Su mente vagaba constantemente hacia otros lugares, se le veía cansado y ansioso. Claro que después de todos esos años de guerra en guerra, de batalla en batalla ¿Qué se podía esperar? También él mismo se notaba cansado y asqueado de esa vida. Pero era su vida, la vida que había elegido, era un guerrero, lo llevaba en la sangre. ¿Qué podía hacer si no? ¿En qué ocuparía su tiempo? ¿Tierras? ¿Viajes? ¿Consejero del Rey? No, era un guerrero. Aunque a veces le gustaba fantasear con un hogar, un lugar reconfortante, caliente, lleno de risas y cariño. Pero no era más que un sueño.
Connor se dio cuenta de que no estaba solo y se giró.
–Nick.
–Connor.
–¿Qué nuevas traes?
–Odio las fiestas.
Connor rompió a reír y le miró con un brillo malvado en los ojos.
–¿En serio? Pensé que disfrutabas de los placeres que un inocente baile pueden ofrecerte. –Preguntó Nick.
–Y lo intento hermano, pero eso no hace que me gusten.
–Tendremos que asistir, es en nuestro honor.
–¡Menudo honor para un guerrero! Un baile.
–A las mujeres les gusta.
–Pero yo no soy una mujer, ¿o sí?
Connor lo miró de arriba abajo.
–Parece que no amigo, pero ¿quién sabe?
–No te burles, Nick. Cambiando de tema, el muchacho ha vuelto.
Eso pareció levantar al ánimo.
–Bien, entonces es posible que nuestra presencia aquí no sea necesaria durante mucho tiempo más. ¿Qué piensas hacer?
–Dejaré que Arnold hable con su hijo e intente solucionar él el problema, si no hace nada tendré que intervenir… aunque no es lo que más me apetece.
Ambos permanecieron callados durante unos minutos mirando a través de las almenas. Un muchacho que se dirigía hacia el bosque llamó su atención.
–¿No es ese el muchacho Robert? –preguntó Nick.
–Sí, eso parece, tal vez irá a reunirse con Leonor.
–¿Crees que son amantes?
–No lo sé… –sintió una pequeña punzada en el corazón al pensar que pudieran estar juntos de esa manera.
–A mí me parece que no…
–¿Por qué piensas eso? Pasan mucho tiempo, juntos…
–Sí, es posible. Pero no se miran como si se desearan, más bien parecen hermanos más que amantes.
Con esa pequeña esperanza en el corazón, Connor observó cómo el muchacho se adentraba en la espesura del bosque.
***
Leonor se notaba cansada. Ya sabía por boca de Robert, que Samuel había regresado. Eso la intranquilizaba y la ponía nerviosa. Tal vez Samuel estuviera enfadado por la llegada del guerrero Connor y estaba segura de que lo pagaría con alguien, solo deseaba que ese alguien no fuera ella. Decidió ir a dar una vuelta, la mañana era espléndida, el sol brillaba con fuerza. Se metió en la bota la daga que su padre le había regalado hacía un par de años, se despidió de sus padres y se marchó.
Se adentró por el sendero hacia el bosque, el único lugar que le calmaba los nervios, le transmitía tranquilidad. Caminó despacio maravillándose de todo lo que la rodeaba, el canto de los pájaros, el brillo de las hojas, los hermosos colores de las flores silvestres… amaba ese lugar.
–Veo que madrugáis, señora.
La voz profunda del caballero le hizo dar un respingo al sobresaltarse. No esperaba a nadie allí a esas horas.
–Vos también, al parecer, mi señor.
–Soy madrugador sí, años de disciplina convierten a uno en un hombre de costumbres arraigadas.
Ella lo miró. Sus ojos negros brillaban con la luz del sol que se filtraba a través de las hojas. Llevaba su espada sujeta a la cintura pero no iba vestido como un guerrero, sino como un hombre cualquiera, aunque Connor jamás parecería un hombre cualquiera, con mirarle uno se daba cuenta de que era todo menos común.
–Es peligroso andar por los bosques sola, ¿a qué se debe su imprudencia, señora?
Ella se sorprendió por la pregunta y no sabía que contestar, simplemente le miró fijamente a los ojos.
–Tal vez su madre necesite más moras, porque si es así yo alegremente le ayudaré en la recolección, con la única condición de que se me pague con un trozo de aquel delicioso bizcocho.
Leonor se sonrojó y sonrió. A Connor se le aceleró el corazón al ver aquella sonrisa tan dulce e ingenua.
–No mi señor, no vengo a por moras, simplemente salí a dar un paseo.
Connor se mostró defraudado.
–Bueno, en ese caso ¿puedo acompañarla?
Ella no sabía qué decir o qué hacer. Nunca se había mostrado tímida pero ese hombre le trastornaba.
Él la miró pacientemente esperando una respuesta.
–Supongo que no hay inconveniente mi señor.
Connor se acercó un poco más a ella y la observó. Sus ojos verdes transmitían un brillo que le dejó fascinado. Los rayos del sol se colaban a través de las hojas de los árboles, acariciaban con dulzura sus cabellos castaños, lanzando destellos dorados. Sintió ganas de acariciarlos, pero se contuvo.
Leonor, algo cohibida con el escrutinio, respiraba lento, a la espera de lo que el caballero pudiera hacer a continuación. Sabía que no debía andar ella sola con un hombre por el bosque, podía arruinar su reputación y su padre se pondría furioso, muy furioso, pero no podía evitarlo, le gustaba estar con aquel impresionante guerrero, algo le atraía hacia él, algo que se escapaba a su entendimiento.
–Muy bien, pues vos primero, yo no conozco muy bien estos bosques.
Ella inició la marcha despacio, mientras el hombre se situaba a su lado, lo suficientemente cerca como para notar su calor pero sin tocarse.
–¿Cómo se encuentran hoy vuestros padres?
–Oh… pues bien, gracias por preguntar.
Connor sonrió ante la incomodidad de la joven.
–Discúlpeme, mi señor, ¿pero conocíais de antes a mi padre?
Connor se sorprendió por la pregunta.
–Lo cierto es que no he tenido el gusto de coincidir antes con él. ¿Puedo preguntar por qué?
–Por nada, simplemente recordé la forma en la que lo saludasteis el día que nos conocimos.
–Ah… –Connor no dijo nada más, tenía el presentimiento de que Sir Philip no le había dicho nada a su hija de su vida anterior y él no era el más indicado para contarle nada.
–Sir Wilson va a dar un baile, ¿iréis?
–Por desgracia creo que sí, mi señor.
–¿Por desgracia?
Ella lo miró a la cara durante unos segundos y sonrió.
–No disfruto mucho de los bailes, suelen ser tediosos y aburridos.
–Comprendo… pero a casi todas las damas que conozco les encantan esas veladas.
–Tal vez sí, pero yo no soy como todas las demás damas.
Connor soltó una carcajada.
–Ya veo que no.
–Y vos, mi señor ¿iréis?
–Pues teniendo en cuenta que el baile es en mi honor, creo que lo más acertado y lo más educado es que asista.
Leonor se ruborizó.
–Tenéis razón, lo siento.
–No debes sentirlo, yo disfrutaría más con cualquier otra actividad, pero no debo ser grosero.
–¿No os gustan los bailes, mi señor?
Él se agachó un poco y le dijo al oído:
–Lo cierto es que son aburridos y tediosos.
El roce de su aliento la hizo estremecerse, pero no pudo evitar sonreír.
–Espero que me concedáis el honor de un baile.
–Por supuesto, será un placer.
Caminaron unos minutos en un amigable silencio. Connor pendiente de cada movimiento de Leonor, y ella asimilando los sentimientos que la cercanía del hombre, le provocaban.
De pronto Connor se detuvo y le sujetó por un brazo para que ella lo imitara. Leonor le miró extrañada, su cara había cambiado, ya no era el hombre amigable que paseaba con ella, ahora en su rostro y en su cuerpo veía al soldado, su forma de mirar alrededor, la tensión de los hombros y la mano que agarraba con fuerza la empuñadura de la espada. Leonor se alarmó e inconscientemente se acercó más a él.
Connor, consciente de la muchacha que tenía a su lado, se llevó un dedo a los labios y le indicó que guardara silencio acercándola aún más a él, protegiéndola de cualquier amenaza que pudiera existir con su cuerpo. Había escuchado algo, unos ruidos que nada tenían que ver con el canto de los pájaros y un escalofrío de anticipación le recorrió la espalda, esa sensación que precede a la batalla, él era un experto en eso y lo conocía muy bien. Alguien los estaba siguiendo, lo sabía, lo podía sentir en todas las partes de su cuerpo. Estaba preparado para un enfrentamiento cuando escuchó el silbante sonido que producen las flechas. Sin pensarlo dos veces abrazó a Leonor y con la rapidez de un felino, se tiró al suelo, cubriendo el cuerpo de la muchacha con el suyo propio.
Ella solo tuvo tiempo de expulsar el aire de sus pulmones producido por la fuerza con que el hombre la abrazó y se vio tendida en el suelo, casi aplastada por el peso del guerrero sobre ella. No podía reaccionar, le parecía todo irreal ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué estaba en el suelo con Connor encima de ella? Se fijó en el hombre que ahora tenía tan cerca, su pelo negro estaba revuelto y su respiración agitada, miraba hacia todos lados intentando abarcarlo todo.
–Mi señor…
–Schssss…
Ella guardó silencio. Connor se incorporó un poco y cogió a Leonor de la cintura y lentamente la arrastró hasta un árbol grande. El tronco los protegería de las flechas, solo cabía esperar que no les rodearan.
Leonor apoyó la espalda en el tronco como Connor le había indicado justo después de soltarla.
–Nos atacan, debes permanecer muy quieta ¿entendido?
Leonor abrió mucho los ojos y comenzó a asustarse.
–¿Nos atacan? ¿Quién? ¿Por qué?
Él, apoyado en el tronco junto a Leonor, dejó de intentar ver más allá de la espesura para fijar su mirada en la muchacha.
–¿Tienes algún enemigo?
Ella abrió aún más los ojos.
–No, que yo sepa, mi señor.
–Um… entonces será por mí…–dijo casi para sí y volvió a intentar averiguar quién andaba por ahí.
–¿Eso pretende ser una broma, mi señor?
Sin mirarla siquiera le dijo.
–Intento disminuir la tensión.
Leonor se horrorizó.
–¿La tensión? Mi señor, ¡Nos están atacando!
Una flecha voló a escasos centímetros de la cabeza de Connor, que se movió para quedar totalmente protegido por el árbol.
–Ya lo sé. –le contestó fríamente –¿Crees que podrás quedarte aquí quietecita hasta que yo vuelva?
Leonor le miró con pánico. ¿Se iba a ir dejándola a ella ahí sola? Vio como la mirada del soldado se movía de un lado para otro y supo que estaba evaluando la situación, de pronto sintió una confianza inmensa en Connor, supo que, pasara lo que pasara, él cuidaría de ella.
–Sí, mi señor, no os preocupéis por mí. No me moveré.
Él asintió con la cabeza e inmediatamente se deslizó por el suelo hasta perderse en la espesura.
Leonor apoyó su cabeza en el tronco del árbol y de pronto se sintió muy sola. No podía oír ningún sonido, salvo los latidos desbocados de su corazón. Intentó tranquilizarse. Connor volvería a buscarla, lo sabía. Ella no era una dama melindrosa, no entraría en pánico, sabía luchar, Robert le enseñó bien cómo debía defenderse. Sacó la daga de la bota y la apretó con fuerza. Silencio. Sólo se oía el silencio. Tan raro en el bosque y tan significativo, hasta los animales sabían cuando debían huir. Se apretó contra el tronco en cuanto comenzó a oír ruidos extraños. Ramas que se partían, el sonido de pasos. Su corazón latía a una velocidad alarmante, tanto que pensó que sus atacantes serían capaces de oírlos también. Con la espalda apoyada en el tronco se fue incorporando muy despacio. Los pasos cada vez estaban más cerca. Agarró la daga con la mano derecha y se preparó para defender su vida.
En cuanto el cuerpo del hombre apareció, ella sin pensarlo siquiera, se abalanzó con la daga en mano dispuesta a matar si era preciso.
–¡Por todos los diablos, mujer!
La voz de Connor la sobresaltó a la vez que la mano fuerte del hombre agarraba su muñeca y la sujetaba a escasos centímetros de su pecho.
–¿Es que queréis matarme?
Leonor al darse cuenta soltó inmediatamente la daga.
–Lo… lo siento mi señor, lo siento... yo no sabía que erais vos… lo siento.
Connor sonrió iluminando el corazón de Leonor. Tenía una sonrisa maravillosa, capaz de hechizar a cualquier mujer.
– Veo que al menos presentáis batalla, no esperaba menos de vos.
No le soltó la mano, sino que la acercó aún más a su cuerpo consiguiendo así que Leonor quedara prácticamente pegada a él. Ella se quedó sin respiración y admiró la fuerza que transmitía ese cuerpo, se perdió en la intensidad de su mirada haciendo que perdiera la noción del tiempo. Por un instante pensó que la besaría, por un instante deseó que la besara. No podía ser…
–¿Qué pasó con los atacantes? –preguntó, rompiendo así el hechizo que se había cernido sobre ambos.
Connor parpadeó como si le extrañara que ella hubiera hablado. Miró fijamente esos inmensos ojos verdes que le tenían obsesionado y dio un paso para alejarse de ella, lo suficiente para que sus cuerpos no se tocaran y recuperar así la cordura que creyó perdida.
–Sólo era uno y creo que huyó. No lo perseguí, lo creí inútil teniendo en cuenta que no conozco bien este bosque.
Ella asintió mientras lentamente se soltaba de la mano de Connor y se agachaba a recoger la daga. Con un ágil movimiento se la metió en la bota.
–¿Tiene alguna idea de por qué nos han atacado?
–No, ninguna –le contestó.
Leonor se incorporó y observó cómo Connor recogía la flecha que había sido destinada a matarlo, del tronco cercano de un árbol y la miraba como si en ella estuvieran todas las respuestas.
–Pero lo averiguaré.
Le miró y ella vio la promesa en sus ojos. No lo conocía lo suficiente, pero apostaría lo que fuera a que ese hombre conseguiría todo aquello que se propusiera.
–Vamos, se hace tarde, os acompañaré a casa.
–No le dirá nada de esto a mi padre ¿verdad?
–Leonor, creo que subestimáis a vuestro padre.
***
Se acercó con paso rápido hacia donde estaban sus hombres sentados, tomando el sol y descansando después de las horas de entrenamiento diario. Hizo un gesto a Nicholas para que le siguiera y este sin pensárselo siquiera, lo siguió.
–Me acaban de atacar en el bosque.
–¿Qué? ¿Estás seguro?
–¿Cómo no voy a estarlo, Nick? ¿Qué pregunta es esa?
–Lo siento, me has pillado desprevenido. ¿Qué ha sucedido?
Connor le mostró la flecha y Nick la miró fijamente.
–¿Te suena? –le preguntó.
–No Connor, no me suena. Aquí los hombres no están muy bien entrenados y son pocos los que manejan con algo de soltura el arco. Pero miraré por ahí…
–Creo que no vamos a encontrar nada… Menos mal que me di cuenta a tiempo si no…
–¿Si no?
–No estaba solo.
Nick miró sorprendido a su amigo y esperó a que siguiera hablando. Connor era reacio a contar sus cosas y necesitaba su tiempo.
–Estaba paseando con Leonor.
Nick abrió mucho los ojos y sonrió.
–¿Con Leonor? ¿En el bosque? Quién lo iba a decir amigo.
–No imagines cosas, Nicholas. Solo me la encontré por casualidad y decidí acompañarla en su paseo.
Nick no paraba de reír.
–Si hermano, si, lo que tú digas.
–Nicholas ¡Por Dios! Pareces un adolescente y me enfurece que de todo lo que te he contado prestes más atención a mi acompañante que al hecho. Pareces olvidar que nos atacaron.
Nicholas se puso serio y clavó la mirada en él.
–¿Leonor está bien?
–Perfectamente. Acabo de dejarla en su casa.
–¿Cuántos eran?
–Creo que solamente uno y no posee muy buena puntería, por suerte para mí. Huyó en cuanto escuchó mis pasos.
–¿Le seguiste?
–Me pareció una pérdida de tiempo, no conozco el lugar y seguro que no le encontraría.
–Sí… el villano sabría bien dónde debía esconderse… ¿Pero cómo sabía que estabas en el bosque? Ni siquiera yo era consciente de dónde te encontrabas.
–Creo que no me buscaban a mí, aunque tal vez no le hubiese importado mucho matar dos pájaros de un tiro.
–¿Crees que buscaba a Leonor?
–Sí, eso es lo que creo. Aquí casi nadie me conoce y no creo tener enemigos por estos lugares, sin contar al joven Samuel. Pero no creo que sea capaz de tal villanía.
–¿Y crees que mataría a Leonor?
–Tal vez no matarla, simplemente herirla, como un anuncio o recordatorio. Pero tuvo la suerte de estar conmigo, si hubiese estado sola…
–Tendremos que investigarlo.
–Sí amigo, tendremos que investigar…
***
Leonor tenía los nervios a flor de piel, estaba empezando a ser consciente, mientras ayudaba a su madre en la cocina, de que habían intentado matarla, o tal vez a Connor, el caso es que las flechas habían volado sobre sus cabezas.
Connor había decidido acompañarla hasta el final del bosque y había esperado ahí, escondido en la espesura, hasta que ella llegó a su casa. Aunque no lo había visto, lo sentía. Ese hombre era un guerrero, un protector, ese era su trabajo, y en él radicaba su honor.
¿Pero quién les quería hacer daño? Bueno, a Connor quién sabe, esos hombres tienen enemigos en todas partes.
–¡Ay!
–Pero Leonor, ¿qué te sucede?
–Nada madre, que casi me corto un dedo.
–Estás muy despistada, anda trae el cuchillo y vete a ayudar a tu padre antes de que el daño sea irremediable.
Leonor dejó el cuchillo y la zanahoria que estaba pelando y sin rechistar se marchó. Su cabeza no dejaba de dar vueltas y vueltas. Debería estar asustada, sin embargo la presencia de Connor le transmitía seguridad, tranquilidad.
–¡Leonor!
Al oír su nombre se giró y vio a Robert que se acercaba corriendo.
–Hola Rob, qué haces por aquí tan temprano.
–Ya he terminado mis entrenamientos y tenía un rato libre. ¿Necesitas ayuda?
–Pues no lo sé. Me dirigía ahora a buscar a mi padre para echarle una mano.
–Vale, yo te acompaño.
Leonor miró a su amigo. No sabía si debía contarle lo sucedido. Solía ponerse en extremo protector con ella. Suspiró mientras miraba al infinito.
–Hoy he ido a pasear con Lord Connor.
Robert no dijo nada y esperó a que Leonor continuara.
–Me lo encontré por casualidad y me pidió acompañarme, no encontré una buena excusa para negarme…–le miró a la cara, él seguía mirando hacia el frente, esperando –nos atacaron en el bosque… – observó, el rostro de Robert que seguía inescrutable – ¿me estás escuchando Rob?
–¿Por qué crees que estoy hoy aquí?
La miró intensamente, sus ojos mostraban preocupación, pero su rostro era amable.
–¿Lo sabías?
Él afirmó con la cabeza.
–Esta mañana Lord Connor se me acercó y me contó lo sucedido. Me ha ordenado cuidarte.
–¿Cuidarme? ¿De qué?
–No lo sé, solo sé que puedes estar en peligro y yo, a partir de hoy, seré tu sombra.
***
–Mi señor… –dijo el hombre doblando el cuerpo en una reverencia excesiva.
–Qué nuevas traes.
–No muy buenas, mi señor.
–Habla –ordenó.
–Se nos ha escapado.
–¿Escapado? ¿Cómo es eso posible?
–Creo que subestimamos al guerrero, mi señor.
–¡Maldita sea! Ahora seguro que estará vigilante. Hemos perdido el factor sorpresa…
El hombre se levantó con calma y miró con desprecio al patán que había contratado. Nunca tuvo demasiadas esperanzas puestas en ese grupo de villanos, pero aparte de eficacia, más que nada, necesitaba su más absoluto silencio. Si alguien descubría que él estaba detrás del ataque, sería su fin… no… no podía permitírselo, tendría que cambiar de planes y comenzar de nuevo… pero si de algo estaba seguro, era que acabaría con Connor a la menor oportunidad.
***
–Más vale que levantes la espada un poco más y debes ser mucho más rápida.
Levantó el arma y le atacó, ella se movió intentando esquivarla. Lo consiguió por muy poco.
–¿Pero qué te pasa? No sueles ser tan torpe.
–No soy torpe, estoy algo distraída.
–Pues concéntrate, no puedo estar perdiendo el tiempo contigo si tú no pones nada de tu parte.
–Lo intento Rob, en serio –bajó la espada al suelo y se secó el sudor de la frente con la manga de la camisa –pero es que estoy algo nerviosa…
–¿Por lo de esta mañana?
–Sí…
–Bueno, pues intenta gastar todos tus nervios dando estocadas, y que sean certeras por favor.
Leonor le miró con rabia. La estaba provocando, ella lo sabía.
–Muy bien, tú lo has querido.
Volvió a coger su arma y se puso en guardia.
Comenzó la lucha, esta vez Leonor se concentró.
El ruido que hacían las espadas al chocar, resonaba en el bosque, acero contra acero. Leonor apenas tenía aliento pero aun así continuó con todas sus fuerzas. Robert no estaba tan cansado, se le notaba el duro entrenamiento que mantenía todos los días, pero le costó parar algunos golpes.
–Eso está mucho mejor.
–Veo que seguís con vuestros entrenamientos.
Ambos pararon al oír aquella voz. Robert se puso tieso al instante y Leonor, cansada, se sentó en el suelo intentando recobrar el aliento.
Connor la miró preocupado. Se la veía agotada, tenía el rostro rojo y cubierto de sudor.
–Creo que tal vez eres demasiado duro con la dama.
Robert miró también a Leonor, que seguía sentada en el suelo, mirando a ambos, sin soltar la espada.
–Creo que, ahora más que nunca, ella debe saber defenderse.
Connor dirigió su mirada hacia el muchacho. Desde que él estaba allí le había obligado a entrenar duramente todos los días y se veía el resultado, los brazos eran más fuertes y sus hombros más anchos. Se le notaba diferente.
–Eso estaría bien si ella tuviera la costumbre de pasear con una espada a la cintura, pero creo que lo único que lleva es una pequeña daga. Tal vez sería mejor enseñarle a defenderse con las armas que posee. De nada sirve saber manejar una espada a la perfección, si la espada se queda en casa.
Robert no dijo nada, simplemente lo miró. Connor era un guerrero formidable, sus duros años de entrenamiento le habían convertido en un ser temible si se lo proponía. Era fuerte y grande, manejaba cualquier arma con una gran soltura y poseía una mente ágil que se anticipaba a los movimientos de sus enemigos. Un guerrero con años de luchas y batallas en sus anchas espaldas, sin duda, sería mortal en combate, un digno adversario a tener en cuenta. Robert sabía que ante él o cualquiera de los hombres que Connor hubiera entrenado, no tenía la menor posibilidad, ni él, ni muchos otros soldados bien entrenados.
–Eso no se me había ocurrido, señor.
Connor afirmó y se acercó a ellos muy despacio. Leonor no se movió a la espera de lo que pudiera hacer o decir aquel hombre.
–Tal vez deberías entrenar también en el cuerpo a cuerpo. Y sin duda, deberías enseñarle a manejar la daga con soltura y confianza. Eso puede ser la diferencia entre la vida y la muerte.
Detrás de Connor apareció un sonriente Nick, Leonor, aún sentada en el suelo miró fijamente a los hombres, ambos altos, fuertes y muy atractivos.
–Hola Leonor, ¿cómo te encuentras hoy? –preguntó Nick; su sonrisa se hizo más ancha y Leonor se quedó fascinada. Tardó unos instantes en contestar.
–Cansada, estoy cansada.
Nicholas soltó una carcajada, se acercó hasta Leonor y le ofreció la mano para ayudarla a levantarse.
Connor no parecía muy contento ante este gesto de galantería.
–Nicholas y yo teníamos pensado hacer una visita a tu padre.
Leonor, ayudada por el guerrero se puso en pie. Se sacudió las faldas y miró a Connor. Su corazón palpitó con alegría, aunque su gesto permanecía imperturbablemente serio. Connor era un hombre muy guapo, sus ojos tan negros como la misma noche la miraban con intensidad, como si desearan poder decir algo.
–Bien, creo que a mi padre le alegrará verlos.
Connor se agachó y cogió la espada, la levantó y la miró con detenimiento durante unos segundos. Era un arma muy hermosa, más pequeña de lo normal y con la empuñadura labrada.
–Mi padre me la regaló cuando cumplí los 12 años. Fue él el primero que me enseñó a usarla. Practicábamos tres o cuatro días por semana.
Connor simplemente afirmó, pero no dijo nada. Le entregó la espada. Leonor la guardó y juntos se encaminaron a su casa.
***
–No me puedo creer que haya conocido a ese hombre –anunció Nick con entusiasmo –es, sin duda, un gran honor.
Connor solo afirmó con la cabeza. No habló, estaba demasiado nervioso. Esa chiquilla lo trastornaba, no podía evitarlo, verla tan cerca, su sonrisa, su mirada, sus hermosas manos a la hora de servir… Él, un fiero guerrero no era capaz de lidiar con aquellos sentimientos que le perturbaban, debía olvidarse de la chica, dentro de unos días se marcharía y no volvería a verla. Este pensamiento se le clavó en el pecho como si de una daga se tratara.
–Connor, ¿me estás escuchando?
–Sí.
–Y entonces, ¿Por qué no me contestas?
Connor le miró con el ceño fruncido.
–No pensé que fuese necesario.
–Pues lo es. Creo que es un gran hombre, me gustaría tener más tiempo para hablar con él, aprenderíamos mucho a su lado…
–En eso tienes razón. Fue de los mejores, no tenía miedo a nada y su brazo era fuerte y ágil. No tenía rival. Digno de admirar…
–Pero creo que la muchacha no tiene ni idea de quién es su padre.
–Que yo sepa, no.
Nick miró hacia delante con melancolía.
–Es una pena que se le tratara tan mal, después de todo lo que hizo por su Rey.
–Así son los reyes Nick, en su egoísmo no son capaces de ser misericordiosos, ni siquiera con aquellos a los que le deben todo lo que poseen.
Ambos se quedaron en silencio, sumidos en sus propios pensamientos.
–¿Estás preparado para la fiesta? –preguntó de pronto Nick.
Connor soltó un resoplido.
–No.
Nick rompió a reír y le golpeó cariñosamente la espalda.
–No te preocupes amigo, yo te protegeré.
***
–Madre, este vestido me queda estrecho. –se quejó Leonor
–Ese vestido te queda estupendamente. –le contestó.
–No, míralo bien, me aprieta en los pechos y apenas puedo respirar.
–Es así como tiene que ser.
Leonor abrió mucho los ojos.
–¿Deseas que muera asfixiada?
–Ninguna mujer ha muerto por ponerse un vestido de fiesta –contestó su madre sin dejar de colocar la hermosa prenda que había confeccionado para Leonor.
–Puff… eso es porque sin duda, ninguna iba tan apretada.
Margaret levantó la mirada hacia su hija. Leonor se había convertido en una hermosa mujer, tenía unos brillantes y enormes ojos verdes, un cuerpo delgado pero voluptuoso, su mata de pelo castaño ondulado con hebras doradas, caía sobre su espalda libre, pero quizá carecía de la coquetería típica de las grandes damas. A Margaret le daba pena haber confinado a su hija en el campo, sin poder disfrutar de todas las maravillas que ofrecía la corte, pero no se arrepentía, su hija había sido más feliz así, no tenía ninguna duda.
–Mi querida Leonor… te aseguro que en la corte las damas van aún más apretadas que tú, y ninguna se queja.
Leonor hizo un mohín con los labios, pero no dijo nada.
–Espero pasármelo bien en esta fiesta, no creo que merezca la pena tanto sufrimiento si no es así.
Su madre sonrió.
–Yo también lo espero, hace tanto tiempo que no acudimos a una que ya ni me acuerdo.
–¡Margaret! ¡Margaret! Demonios mujer, ¿Dónde está mi espada?
El hombre entró en la habitación como un huracán, gritando y haciendo aspavientos con las manos.
–¿Se puede saber para qué quieres tu espada ahora?
–¿Cómo que para qué? ¿Pues no ves mujer, que no puedo salir sin mi espada? No pienso moverme de aquí sin ella, te lo advierto Margaret.
–Querido, vamos a un baile, no creo que necesites armas allí.
–Nunca se sabe, además, sin ella me siento desnudo.
Margaret miró a su esposo de arriba abajo. Los años no habían pasado en balde para ninguno de los dos, pero seguía siendo apuesto y tenía el porte guerrero de su juventud.
–Te aseguro que nadie te verá desnudo.
–¡Margaret! Quiero mi espada ¡ahora! –dio una fuerte patada al suelo para dar más énfasis a sus palabras.
Margaret soltó una dulce carcajada.
–Muy bien querido, como desees. –le hizo una reverencia burlona y se marchó a por la espada que había escondido.
–Tu madre es un demonio… mira que esconder mi espada.
Leonor no podía dejar de reír.
Amaba a sus padres y se maravillaba diariamente viendo, como entre ellos, existía un amor tan fuerte y tan duradero. Sentía envidia de ellos y deseaba, en su interior, que ella también pudiera algún día disfrutar de ese hermoso sentimiento, que fuera correspondido y que pudiera tener una vida feliz.
***
Empezaba a oscurecer cuando llegaron al castillo de sir Arnold. Todo el patio estaba a rebosar de gente y de caballos. Las muchachas paseaban por aquí y por allí luciendo sus hermosos vestidos, ante un sinfín de soldados que miraban y murmuraban, sin ninguna vergüenza.
Robert se acercó a ellos con paso enérgico. Cogió a Leonor por la cintura y con delicadeza, la ayudó a bajar de su montura.
–Gracias Rob.
–No se merecen, Leonor.
Una vez con los pies en el suelo, se detuvo a mirar con más detenimiento a su amigo. Nunca le había visto tan arreglado, vestía una levita verde con bordados. El pelo le caía desordenado sobre la cara, dándole un aire juvenil y travieso.
–Vaya, realmente estás muy guapo… Hoy sin duda, todas las muchachas caerán rendidas a tus pies.
Robert se sonrojó y sonrió.
–Creo que exageras un poco.
–Créeme si te digo, que hoy eres el más apuesto de los caballeros presentes.
–Bueno, eso no deja mucho margen para los demás ¿no crees muchacho?
Ambos se giraron hacia Connor, que como era costumbre, se había acercado sigilosamente.
Leonor se quedó con la boca abierta. Connor había dejado de lado su inseparable cota de malla y lucía unos pantalones hechos a medida, que se ajustaban a la perfección a sus fibrosas y bien torneadas piernas, y una levita larga, que le llegaba hasta la mitad de los muslos, de color grana y bordados en oro. Sus anchos y fuertes hombros quedaban bien definidos y sus músculos, marcados. A Leonor se le secó la boca. No podía dejar de mirar ese maravilloso cuerpo. Era sin duda, el hombre más apuesto que había visto en su vida.
Ante el escrutinio desvergonzado de la muchacha, Connor no pudo por menos que sonreír. Al ver aquella maravillosa sonrisa a Leonor le dio un vuelco el corazón y éste, comenzó a latir desbocado.
–Buenas noches Lord Connor. –saludó Margaret, desde la espalda de Leonor, devolviéndola al mundo real.
Al sentir lo descarado de la situación, Leonor no pudo evitar ruborizarse. Agachó la mirada y se concentró en las brillantes botas del guerrero.
–Buenas noches tengáis vos, mi señora.
El padre de Leonor se acercó a Connor y le dio un suave golpe en la espalda.
–¿Preparado muchacho?–Connor asintió con la cabeza.– Muy bien, pues vayamos a disfrutar de la noche y de la fiesta que se celebra en vuestro honor, aunque, si te soy sincero, estos eventos a mí me aburren. –le comentó mientras ambos se dirigían a la entrada, con las mujeres y Rob a sus espaldas.
Una vez dentro del salón, Margaret y Philip se acercaron, junto con Connor, a saludar a sir Wilson. Leonor y Rob se quedaron solos.
–Bueno, me parece que he pasado a un segundo puesto.
Leonor le miró sin comprender.
–¿Qué?
–Pues que ya no soy el hombre más apuesto, creo que Connor me ha tomado la delantera –comentó con una sonrisa picarona.
Leonor se puso colorada.
–No digas tonterías Rob.
–He visto como lo mirabas… y casi te lo comes con los ojos.
–¡Robert! No se te ocurra decir algo así…
–Pero es cierto, ¿Verdad?
Ella le miró enfurruñada y sin decir nada se marchó, dejándolo plantado. Robert soltó una carcajada y se dispuso a seguirla.
Las mesas estaban dispuestas y llenas de ricos manjares. Sir Wilson se sentó a la cabecera, mientras que a su derecha se sentó el padre de Leonor, a su izquierda, estaban sus hijas y seguidamente todos los demás. Sin saber muy bien cómo, Leonor terminó sentada entre Rob y Connor, y de frente Nick y algunos de los soldados de Connor. Las mujeres estaban intercaladas entre algunos hombres. A su alrededor, la más cercana era su madre, que estaba al lado de su esposo, pero no lo suficientemente cerca como para poder conversar, aun así la cena fue muy entretenida. Los caballeros de Connor no pararon de hablar y de bromear todo el tiempo.
Edmond, comenzó a contar historias sobre las batallas vividas junto a Connor. La gente escuchaba con gran entusiasmo mientras el protagonista no dejaba de interrumpir para que el soldado callase.
–¿Cuál es tu nombre, hijo? –le preguntó Philip desde el otro lado de la mesa.
–Mi nombre es Edmond, mi señor.
–Edmond, dime, ¿es cierta la historia que cuentan acerca de que tu señor entró solo a una iglesia en llamas y salvó a todos lo que estaban dentro?
A Edmond le brillaron los ojos, Connor soltó un gemido y negó con la cabeza.
–Vaya si es cierto, mi señor –contestó el soldado con una energía inusitada –yo estaba presente cuando sucedió y doy fe de la realidad de la hazaña.
Philip miró a Connor.
–Señor, sin duda podría entretenernos contando esa aventura en especial.
Leonor le miraba con fijeza y le pareció ver como se sonrojaba Connor.
–Señor… creo que esta velada es muy agradable y no deberíamos empañarla con historias de guerras pasadas.
Philip clavó su afilada mirada en su rostro.
–Es posible, pero me atrevo a preguntar a los presentes ¿desean escuchar la historia?
Un griterío contestó al unísono. Sin duda una buena batalla era un excelente entretenimiento.
–Al parecer a la gente no le molestaría escucharla Lord Connor.
Él sin levantar la mirada contestó:
–No, al parecer no.
–¡Yo la contaré! –anunció Edmond entusiasmado.
Un silencio sepulcral se adueñó de la sala.
–Mi señor Connor y nosotros acabábamos de llegar de defender los dominios de nuestro rey en las altas tierras del norte. Los meses allí nos habían mermado las fuerzas y la salud, de todos es conocido el terrible frío que soportan en los duros meses invernales, de los cuales nosotros disfrutamos los dos últimos más la primavera completa. Fue un gran alivio cuando nuestro Rey dio por concluida nuestra presencia en aquellas tierras de paganos y nos ordenó volver a casa. Las semanas que duró nuestro viaje de vuelta a casa, realmente fueron las más largas de mi triste vida. No habíamos hecho más que pisar el centro de nuestra capital cuando el Rey convocó a nuestro señor Connor, que después de dos horas volvió a nosotros con fuego en la mirada y un humor de mil demonios. Sin dejarnos descansar nos encomendaba otra misión, la de proteger el Castillo de Canterbury, el castillo había sido tomado por el Conde de Hertford, antiguo enemigo de nuestro Rey. El conde pensaba que al tener el Rey a la mayoría de sus fuerzas en el norte, no presentaría gran problema a la hora de invadir ese pequeño terreno fronterizo. Pero lo que el conde no sabía es que el problema del norte ya estaba solucionado y las tropas en su mayoría, ya estaban en casa. A pesar de nuestro agotamiento, nos dirigimos hacia la frontera, para defender el castillo que el conde había invadido. Éramos menos, pues todos los hombres heridos y demasiado débiles habían sido enviados a sus casas, y estábamos cansados, pero nuestro deber es obedecer las órdenes de nuestro Rey. Llegamos allí y nos encontramos con el lugar sitiado, alrededor de la fortaleza acampaban más hombres del Rey, por lo visto esta afrenta no sería perdonada por nuestro monarca. Lord Connor se dirigió presto a hablar con sus iguales y ponerse al día de la situación, mientras los demás, preparábamos nuestro campamento y nos poníamos lo más cómodos posibles, entendiendo que el sitio duraría semanas. Connor se presentó en el campamento con peor humor, se le veía muy enfadado, se metió en su tienda y no permitió visitas. Los primero días los dedicamos a descansar y recuperarnos, el Rey nos tenía muy bien provistos y no pasábamos hambre ni sed, pasados los primero días ya estábamos a pleno rendimiento y con ganas de movernos. Connor salía todas las noches y se daba una vuelta por los campamentos, paseaba alrededor del castillo, miraba, observaba, pensaba… al sexto día de nuestra llegada el conde comenzaba a experimentar el hambre de sus hombres y el ánimo de sus guerreros comenzaba a decaer por lo que intentó parlamentar. No pensaba rendirse, pero amenazaba con que matar a los aldeanos si no recibía comida y agua pronto. Nuestros señores se reunieron y al parecer decidieron que no les darían nada, eso hizo enfurecer a mi señor Connor, que no soporta las injusticias ni el daño a los más débiles…
–Edmond, por favor…–interrumpió Connor.
–Es la verdad mi señor.
–Connor hijo, no interrumpas a tu hombre ahora que el asunto se está poniendo interesante –gruñó Philip
Connor agachó la cabeza y dejó que su soldado continuase con la historia.
–El caso es que él ya tenía un plan. Había visto en uno de sus paseos que por la parte trasera del muro, se hallaba un pequeño agujero muy bien camuflado, pero con el tamaño suficiente para que pudiera pasar un hombre holgadamente. Se reunió con los otros señores y les contó qué era lo que iba a hacer.
–No puedes estar hablando en serio Connor –dijo Mathew de Chester –hemos decidido no intervenir.
–Pues no intervengas Mathew, yo no te obligo a nada, simplemente os comunico cuales son mis planes, para que, llegado el momento, no entorpezcáis a mis hombres.
–¡No os lo permitiré! –Boceó Thomas de Essex, un hombre avaricioso y malvado –¡Debéis obedecer las decisiones del grupo!
–¡Vos no me ordenéis nada Thomas! No soy uno de vuestros hombres y haré lo que me plazca, solo os digo que si no ayudáis tampoco perjudiquéis.
–¡Me estáis amenazando Connor!
–Tomáoslo como una advertencia Thomas.
–Yo os ayudaré –anunció John de Carrick –decidme qué debo hacer.
–Solamente esperar a que mis hombres abran el portón y luego entrar y eliminar a todo aquel que defienda la bandera de ese villano.
–Así se hará –concordaron los demás señores a excepción de Thomas, que se removía en su asiento mientras la rabia le comía las entrañas.
Nos preparamos para el ataque. Connor decidió que Nicholas organizara todo desde fuera, mientras él y un puñado de sus hombres, entre los que me encontraba yo, lo haríamos desde dentro. Elegimos la noche para nuestra incursión, con pensamientos de que con las primeras luces del alba iniciaríamos el ataque. Traspasar el muro no fue complicado, lo hicimos de uno en uno, y al entrar nos escondimos detrás de un granero a la espera. Pensamos que a esas horas no habría mucho movimiento, pero nos equivocamos. Dentro, el castillo bullía de actividad. Los hombres de Hertford iban y venían, llevaban a todos los aldeanos a la iglesia. Un mal presentimiento nos atravesó a todos. El villano estaba tramando algo. Nuestro señor Connor ordenó que la mayoría de los hombres se quedaran cerca del portón y a la mínima oportunidad, abrieran las puertas para que entraran los demás, con el mínimo esfuerzo y las menos bajas posibles. Los demás le seguimos, andando sigilosamente protegidos por la oscuridad que proporciona nuestra aliada, la noche. Cuando estuvimos lo más cerca posible sin ser descubiertos, pudimos ver cómo todos los aldeanos, mujeres, hombres y niños, sin distinción, eran introducidos a la fuerza en la iglesia. Una vez todos dentro, el conde de Hertford ordenó cerrar las puertas, dejándoles encerrados y sin la posibilidad de salir. Connor nos miró con preocupación.
–No será capaz… –susurró.
Pero nuestros peores temores se hicieron realidad. Hertford ordenó quemar la iglesia con todos dentro.
Pero el villano no era consciente de que tenía a la mayoría de sus hombres con él, dejando el portón prácticamente desprotegido y así, nos dio una gran oportunidad para iniciar el asedio.
El portón se abrió y los señores del Rey comenzaron a entrar seguidos de todas sus tropas. Los hombres que se ocupaban de proteger la entrada gritaron pidiendo refuerzos.
–¡El portón se ha abierto! ¡No podemos contenerlos!
El conde comenzó a echar fuego por los ojos y ordenó a todos sus soldados que acudieran a la muralla y protegieran la entrada. La iglesia quedó desprotegida y mi señor nos dio la orden de ayudar a esas pobres almas en pena que no paraban de gritar pidiendo auxilio.
Abrimos la puerta y todas las personas que estaban apiladas al otro lado, salieron disparadas. Fue un caos terrible, la gente corría, se empujaban, se pisaban, la mayoría, desorientados y nerviosos, no sabían hacia dónde dirigirse. La iglesia ardía y el fuego calentaba nuestros rostros, las llamas habían alcanzado el tejado.
–¿Han salido todos? –preguntó Connor al párroco.
–No lo sé mi señor, no lo sé, eso es el mismísimo infierno…
Sin pensárselo siquiera Connor mojó su capa en un abrevadero cercano y se adentró en el infierno que nos había anunciado el párroco, sin apenas darnos tiempo a los demás de protestar por su apresurada decisión. Nerviosos, nos acercamos a las puertas de la iglesia que anunciaba derrumbarse, para comprobar si Connor estaba bien, no se veía nada más que llamas y humo. Nicholas llegó a nuestro lado, sofocado.
–¿Y Connor?
–Dentro. –le contesté.
–¿Dentro? ¿Dentro de dónde?
Señalé con mi mano la iglesia, Nick palideció al instante y se dispuso a entrar a por él. Dos compañeros y yo le sujetamos con fuerza para que no cometiera esa locura. Nos quedamos atontados mirando la puerta de la iglesia, esperando un milagro. Instantes después apareció Connor envuelto en la capa, con una mano arrastraba a una pobre mujer y en el brazo libre traía a un pequeño niño sin conocimiento. Acudimos prestos a ayudarlo. El párroco se acercó lentamente con una jarra con agua, se agachó al lado de la mujer y le ofreció un trago, que ella apuró con avidez.
Connor echó al niño en el suelo y comprobó si aún vivía, por suerte sí. Le salpicó la cara con gotitas de agua para que volviera en sí, el niño abrió los ojos muy despacio y todos respiramos agradecidos.
Y fue así cómo mi señor Connor salvó a toda la aldea del fuego.
Un murmullo se extendió por toda la mesa.
–Es una gran historia, si señor –afirmó Philip –una gran hazaña Connor.
–No fue para tanto señor, mi hombre desvaría.
Edmond se puso rojo de rabia y se levantó de un salto.
–¡Juro que he dicho toda la verdad! Tengo testigos.
Connor suspiró y continuó con su comida. Poco a poco la tranquilidad se apoderó de los comensales.
Pero Leonor tenía una duda que la carcomía.
–¿Qué fue del niño mi señor? ¿Encontraron a sus padres?
–El muchacho es huérfano –contestó Connor mientras se llevaba la copa hacia la boca mirándola de reojo.
Leonor no se dio por vencida.
–¿Y quién se ocupó de él?
Connor dejó la copa en la mesa y prestó atención a las bandejas de comida intentando decidir que comería a continuación. No tenía intención de contestarla. Antes de que ella pudiera repetir la pregunta Nicholas le respondió.
–Connor lo adoptó. Ahora es uno de nosotros.
Leonor abrió mucho los ojos por la sorpresa, y giró la cabeza buscando al niño.
–No está aquí. Está a salvo en mi castillo. –dijo al fin.
Unas horas después se dio por concluida la cena y los criados comenzaron a retirar las mesas, se preparó el salón para que los invitados pudieran bailar sin estorbos.
Leonor bailó con todo aquél que se lo pidió, pero no pudo borrar de su mente ni por un instante, la imagen de Connor y el niño.
El guerrero le pidió un baile y ella aceptó encantada. Pudo comprobar que Connor era un perfecto bailarín y se sabía los pasos de las danzas a la perfección, no dejó de bromear con ella todo el tiempo. Cuando no estaban juntos, podía sentir su mirada fija en su espalda. Lo buscaba por el salón y lo encontraba mirándola. Cada vez que sus miradas se encontraban, a Leonor le daba un vuelco el corazón.
Después de bailar la última tarantela con Rob, Leonor decidió salir a tomar un poco el aire. Se notaba sofocada y cansada. Salió al patio lentamente, dejando atrás el bullicio de la música y las voces. Sir Wilson había mandado poner varias antorchas en el centro del patio que permitían algo de visibilidad en la oscura noche. El aire frío le golpeó con fuerza el cuerpo, pero ella lo agradeció. Miró a su alrededor, pudo ver algunos soldados dando vueltas por las almenas, tranquilos. Suspiró agradecida por la tranquilidad y se abrazó el cuerpo para evitar ponerse a temblar. Comenzó a caminar despacio sin ir a ningún lado. Le gustaba poder admirar el brillo de las estrellas y esa noche estaban magníficas. Sus pensamientos volaron a los acontecimientos anteriores, a la cena, la cercanía de Connor, su maravillosa sonrisa, sus ojos fijos en ella, el tacto de sus manos cuando se tocaban en el baile…
De pronto unos brazos la sujetaron con fuerza por la espalda, con una mano la cogieron por la cintura y con la otra le taparon la boca y la arrastraron hacia la oscuridad. Leonor comenzó a pelear para poder soltarse. El hombre la posó en el suelo cuando pensó que estaban lo bastante lejos de la entrada. La empujó hacia la pared del castillo. Las duras y frías piedras se le clavaron en la espalda. Sin apenas poder respirar le cogió por el cuello, y la inmovilizó.
–Ni se te ocurra abrir la boca, ¿entendido?
Le susurró Samuel al oído. Ella afirmó con la cabeza. Samuel aflojó su agarre.
–¿Creías que no te encontraría? ¿Qué podías huir de mí?
El corazón de Leonor golpeaba fuertemente contra su pecho, un terror frío se apoderó de sus entrañas. Samuel no dudaría en hacerle daño. Pero tenía que encontrar la manera de huir, si Samuel conseguía sacarla del castillo, estaba perdida. Recordó lo que Robert le había enseñado sobre la lucha cuerpo a cuerpo, pero su atacante era mucho más fuerte que ella y más alto. Se acordó de su daga y maldijo para sus adentros por llevar esos horribles zapatitos. Estaba asustada y desarmada frente a un hombre que la odiaba.
–Por favor Samuel, déjame ir…
El apretó su agarre. Ella tuvo dificultades para respirar y cogió la mano de Samuel para aflojar, pero sus intentos eran nimios, Samuel apenas se movió.
–¿Acaso te he dicho yo que podías hablar? Mantente calladita y saldrá todo bien.
Leonor afirmó con la cabeza de nuevo y Samuel la soltó, pero se acercó aún más a ella. Sus cuerpos se tocaron.
–Solo quiero un poquito de calor y tú tienes un hermoso cuerpo que sin duda, me dará todo el placer que ansío.
Le puso las manos en los pechos y comenzó a masajearlos. Ella sintió nauseas. Sin pensarlo dos veces levantó la rodilla y le pegó con todas sus fuerzas en sus partes. Samuel se dobló en dos por el dolor. Echó a correr pero su atacante se abalanzó sobre ella y cayeron los dos al suelo. Leonor se retorció y luchó, pero Samuel, más fuerte que ella, simplemente se sentó a horcajadas sobre su estómago y le cogió las dos manos. Leonor gritó, pero él la golpeó con tal fuerza que estuvo a punto de perder el conocimiento.
–¡Zorra! –La gritó enfadado.
***
–Robert, ¿has visto a Leonor? –preguntó Connor, después de buscar con la mirada a la chica por todo el salón y no verla, fue preguntando a las personas que por allí se encontraban, nadie le daba respuestas.
–Me dijo que quería tomar el fresco.
–Iré a ver dónde está.
–Yo iré con vos.
Salieron los dos al patio, pero allí no había nadie. Connor sintió un estremecimiento. Algo no andaba bien.
–¿Dónde andará esa muchacha? –preguntó Rob que no dejaba de moverse y buscarla por los alrededores.
–No sé…
De pronto un grito los alarmó.
–¡Es Leonor!
–¡Ve a buscar ayuda! –le ordenó y el muchacho echó a correr a toda velocidad, mientras Connor se dirigió hacia el lugar desde donde venían los gritos.
Lo que encontró lo dejó helado. Samuel, sentado encima de Leonor, la golpeaba sin piedad mientras ella intentaba liberarse sin conseguirlo.
Una furia intensa se apoderó de él, cogió al muchacho por el cuello y lo estrelló contra la pared. Samuel cayó de rodillas al suelo y miró aterrorizado a su agresor. Connor, alto, fuerte, imponente y muy cabreado lo miraba con una intensidad asesina y él sintió como un escalofrío de pánico le atravesaba la espalda. Samuel intentó huir, pero fue imposible, el guerrero lo cogió por la túnica y le golpeó la cara con fuerza, una y otra vez.
–¿Crees que podrás luchar con un hombre? ¿O tal vez solo disfrutas golpeando a muchachas indefensas?
Samuel le miró con odio e intentó golpearle desesperado, pero Connor ya lo esperaba, paró el golpe y a su vez le dio con todas sus fuerzas en el estómago. Samuel se dobló por la mitad.
–Vamos, levanta, lucha como un hombre, ahora es tu oportunidad muchacho.
No hizo caso de la provocación, le dolía todo el cuerpo debido a la paliza recibida. Connor se dirigió hacia Leonor.
–¿Estás bien?
Ella, dolorida, solo movió la cabeza afirmando. Connor la sujetó por la cintura y la puso de pie, pero Leonor no se sujetaba. Entonces la cogió en brazos mientras vio como los refuerzos llegaban. Nick, Robert, Philip, Edmond, Arnold y varios soldados.
–¿Qué pasa aquí? –preguntó Arnold al ver a su hijo hecho un ovillo en el suelo y a Leonor en brazos de Connor.
–Arnold, tu hijo ha atacado a Leonor.
Philip, pálido se acercó lentamente a su hija, cuando vio el estado en el que estaba su rabia creció. Sacó su espada y se dirigió hacia Samuel. Connor hizo un gesto a Nick para que no le permitiese herirlo cegado por el dolor y la rabia.
–Maldito, maldito mil veces, ¡soltadme, haced el favor de soltarme que mataré a este desgraciado con mis propias manos!
Arnold se interpuso.
–¡No Philip!
–Aparta Arnold, tu hijo es un malnacido, no consentiré tal agravio, lo mataré con mis propias manos.
–No Philip, el muchacho queda en manos de nuestro Rey, él elegirá su castigo.
–¡Pero padre! –gritó Samuel desde el suelo.
Arnold se giró lentamente hacia su primogénito, lo miró con desprecio.
–Tú ya no eres mi hijo…
Todos se quedaron pasmados.
Robert se acercó hasta Connor y este le pasó a la muchacha.
–Llévala a casa.
–Sí, mi señor.
Mientras veía como Rob se llevaba a la muchacha, un sentimiento extraño invadió su pecho. No entendía muy bien que le estaba pasando, pero estaba seguro de que jamás permitiría que ningún hombre volviera a hacer daño a Leonor. Movió la cabeza para despejarse y prestó atención a los hombres que estaban reunidos. Samuel se había puesto de pie y miraba a los presentes con odio y desprecio.
–Lo que has hecho hoy no tiene nombre Samuel, llevo tiempo advirtiéndote, pero no has hecho caso, ahora queda en manos del Rey. Llevadlo a las mazmorras. Connor, tú serás el encargado de llevarlo y contar lo que aquí sucede. Su majestad decidirá.
–¡No! ¡No padre! ¡No podéis abandonarme así!
–Yo no te abandono muchacho, tú te has encargado de obligarme a tomar esta decisión, ya eres un hombre y soportarás las consecuencias de tus actos, como lo hacemos todos los hombres… Philip, ¿quedas satisfecho?
El anciano miró a su alrededor. Realmente le apetecía clavar su espada en el sucio corazón de ese horrible muchacho, pero sabía que la decisión más sabia era la que había tomado Arnold, y a regañadientes aceptó.
–Así sea Arnold, pero si lo vuelvo a ver acercarse a mi hija lo mataré.
Arnold afirmó con la cabeza y ordenó a sus guardias que llevaran a su hijo a las mazmorras.
Samuel no dejó de maldecir y suplicar durante el trayecto. El corazón de Arnold, roto, lloraba por su descarriado hijo, pero la decisión tomada era la correcta, para todos.
–¿Cuándo partiréis Connor?
–Pasado mañana, al amanecer.
–Bien, el muchacho permanecerá encerrado hasta entonces, después será todo tuyo, y que Dios proteja su alma.
***
Connor se levantó con un terrible presentimiento. Se sentía intranquilo y perturbado. Concluyó que quizá se debiera a que aquel sería su último día en aquellas tierras. Después de desayunar se preparó para entrenar con sus hombres.
Nick le esperaba apoyado en una valla mientras afilaba su cuchillo.
–¿Qué tal has descansado? –le preguntó nada más llegar hasta él.
–No muy bien amigo, algo perturba mis sueños y mi paz espiritual.
–¡Bah! Eso es que te estás haciendo viejo Connor.
Su amigo sonrió.
–He hablado con Arnold sobre Robert, y no tiene inconveniente en que se venga con nosotros.
–Será un gran soldado, trabaja duro y le sobra el valor.
–Sí, eso es lo que pienso.
–¿Cuándo se lo dirás?
–Tenía pensado comentárselo ahora, pero supongo que estará en casa de Leonor.
–Creo que se encuentra allí. Ayer la chica nos dio un buen susto.
–Ya lo creo. Samuel recibirá el castigo merecido. Arnold está destrozado aunque intenta disimularlo.
–Es comprensible. Ha repudiado a su hijo y deja su vida en las manos del Rey, que es todo menos misericordioso. El muchacho no tendrá un buen final.
–Sospecho que el rey Enrique optará por un castigo ejemplar, para compensar el agravio sufrido por sus aliados en la fiesta de cumpleaños, pero no creo que decida acabar con su vida, tal vez lo mande a defender las islas.
–Pues no sé si es preferible la muerte hermano.
–Nunca la muerte es preferible Nick.
Después del entrenamiento y una comida abundante con una tensión reinante en el salón, que se podía cortar con un cuchillo, Connor mandó a sus hombres prepararlo todo para partir al amanecer. Después, seguido por Nick, se adentró en el bosque para informar al muchacho Robert sobre su decisión y también ver como se encontraba Leonor.
Para su sorpresa, ambos estaban en el claro donde practicaban con la espada, sentados a la sombra de un árbol, hablando tranquilamente.
Leonor tenía un ojo hinchado y morado, marcas en el cuello pero nada más. Al ver los moretones del cuello, Connor sintió como crecía su rabia. Se quedó un instante mirándola sin que ella se percatase de su presencia. Le parecía hermosa, incluso con ese ojo morado e hinchado, le parecía la mujer más hermosa que jamás había visto. Empezó a sentir un calor extrañó que invadió su pecho y se apoderó de su cuerpo.
Nick avanzó dando a conocer su presencia. Connor le siguió. Los ojos de Leonor se ensancharon de sorpresa al verlos. Un ligero rubor cubrió sus mejillas y Connor sintió deseos de abrazarla con mucha fuerza y besarla hasta dejarla sin sentido. Se quedó pasmado al darse cuenta de esos pensamientos y se maldijo por dentro. No tenía tiempo para sentimientos tiernos hacia una mujer, no ahora que su vida no estaba todo lo estable que él deseaba para poder formar una familia. Lentamente se acercaron hasta ellos, Robert comenzó a incorporarse pero Connor con un gesto de la mano le indicó que continuara sentado.
–Buenas tardes tengáis. Nick y yo pensábamos que quizá estarías descansando y recuperándote.
–Estoy bien.
–Yo no lo creo, ayer sufristeis un terrible ataque.
Leonor suspiró.
–Es mejor olvidarlo y continuar hacia delante.
A Connor le sorprendió su valor, eso hizo que su pecho se llenara de orgullo por esa muchacha. Si la atacada hubiera sido cualquier mujer de la corte, hoy estaría rodeada de un montón de personas lloriqueando sus penas y suplicando por atención. Pero Leonor no, Leonor seguía su vida como si nada, aunque sabía que ella tenía que estar conmocionada y dolorida, seguía con su vida. Admirable.
Nick se sentó frente a ellos y Connor le imitó.
–Hemos venido a ver como os encontráis y a hablar con Robert sobre su futuro.
Robert abrió mucho los ojos ante la sorpresa.
–¿Sobre mi futuro?
–Sí muchacho, –afirmó Connor– hemos estado hablando con sir Wilson sobre ti. Pensamos que tienes talento para las armas y llegarás a ser un gran soldado, pero aquí no tienes futuro, tal vez te apetezca venir con nosotros y ser uno de mis hombres.
Robert se puso en pie de un brinco.
–¿Ser uno de sus hombres? Mi señor, me honráis. –Se giró hacia Leonor y le cogió las manos –¿Te das cuenta Leonor? Ser uno de los hombres de Lord Connor… es lo mejor que me puede pasar en la vida.
Leonor tenía los ojos llenos de lágrimas, pero intentaba sonreír a su amigo, estaba feliz por él, pero a la vez muy triste. Si se iba, jamás volvería a verlo.
Robert le cogió la cara con ambas manos y con sus pulgares secó sus lágrimas.
–No llores, ya sabes que no puedo verte llorar.
–Lloro de felicidad por ti Rob, te lo mereces.
Robert abrazó a Leonor, y esta apoyó su cara en su cuello dando rienda suelta a sus emociones.
Connor se disgustó, no deseaba verla abrazada a ningún otro hombre, ni siquiera a Rob, aunque sabía que lo que sentían era un amor fraternal. Pero los celos le estrujaron las tripas. Tenía que separarlos antes de que perdiera el control y le rompiera la nariz al pobre chico.
–Entonces ¿podemos saber cuál es tu respuesta?
Robert se apartó de Leonor y miró a Connor a los ojos. Estaban brillantes por la emoción y se le veía feliz.
–No hay otra respuesta posible, mi señor, que un rotundo sí.
Al verles a una distancia prudencial, Connor se sintió mucho más tranquilo. Nick se levantó y le dio un apretón de manos.
–Bienvenido al grupo entonces. Debes saber que ser un hombre de Connor requerirá mucho esfuerzo, trabajo y sobre todo lealtad. Si cumples con esa parte obtendrás entrenamiento y un futuro asegurado. Connor es un hombre de honor y formar parte de su escudo debe convertirte en uno igual.
–Así será, mi señor.
Un humo negro apareció en el cielo azul del claro.
–¿Qué es eso? –preguntó Leonor.
Connor se levantó de un brinco.
–¡Fuego!
–¿Fuego? ¿A dónde? –preguntó Leonor mientras Robert la ayudaba a incorporarse.
Un escalofrío atravesó la espalda de Connor, miró a Nick y este a él a su vez. Ambos tenían un presentimiento.
Sin mediar palabra comenzaron a correr, sorteando árboles, ramas y zarzas. Connor podía oír el sonido de los pasos de Leonor detrás de él, pero no podía pararse a ayudarla, sentía que algo malo había sucedido, tenía el terrible presentimiento que le apretaba la boca del estómago. Nicholas corría a su lado.
Salieron disparados del bosque en dirección la casa de Leonor, lo que vieron cuando los árboles desaparecieron de su campo de visión, les dejó pegados en el sitio debido al horror. Los establos del padre de Leonor estaban ardiendo, junto con el granero, pero eso era lo de menos. Connor, desde la distancia, pudo distinguir un cuerpo en el suelo cerca de la casa de Leonor. Miró a Nick que también se había percatado de la situación.
–No puede ser…
Connor no contestó a su amigo, desenfundó su arma e inició la carrera hasta la casa de Leonor, aunque sabía, sentía muy dentro, que era demasiado tarde.
Leonor salió del bosque cogida de la mano de Rob, se quedó pasmada frente a lo que sus ojos veían, pero su cerebro no aceptaba. Sus ojos se llenaron de lágrimas.
–Robert…
Robert, a su lado, miraba desolado las llamas y el humo que salían de las construcciones. Podía oír el relincho de los caballos asustados por las llamas.
–Leonor, quédate aquí, voy a intentar salvar a los caballos. No te muevas de aquí.
–Pero… Robert…
–No te muevas, hazme caso.
Y echó a correr a toda velocidad hacia los establos mientras veía como Connor y Nicholas se acercaban a la casa.
Leonor no podía quedarse quieta, tenía que hacer algo. De pronto se dio cuenta de una cosa y las garras frías del pánico apresaron su pecho. Su padre y su madre no estaban ahí. ¿Qué les había pasado? ¿Dónde estaban? Tal vez habían ido a pedir ayuda. Inmediatamente desechó esa idea, su padre jamás dejaría a los caballos encerrados, jamás se marcharía de sus tierras sin pelear, aunque fuera contra el fuego.
Miró hacia su casa donde Connor y Nick estaban a punto de llegar y lo vio. Un cuerpo yacía en el suelo. El corazón de Leonor comenzó a golpear en su pecho sin piedad, la sangre corría por sus venas a una velocidad de vértigo. Sintió que se mareaba. ¡No podía ser! Sin pensarlo dos veces echó a correr, rezando, suplicando, llorando.
–¡Oh Dios mío, ayúdame! ¡Ten piedad! ¡Qué no les haya pasado nada, te lo suplico!
Las lágrimas corrían por su cara y cegaban su visión, pero no dejó de correr, no podía parar. A medida que avanzaba pudo comprobar que había otro cuerpo en el suelo.
Connor, parado frente a los cadáveres de Philip y de su adorada esposa, vio como Leonor corría a toda velocidad hacia ellos, las lágrimas surcaban su cara y sus ojos mostraban pánico, un horror tan indescriptible que no lo pudo soportar. Se dirigió hacia ella y la abrazó sin permitirle que se acercara más.
–No, quédate aquí.
–Déjame ir, te lo suplico. Connor… dime que no son ellos, ¡dímelo! –le suplicó la muchacha mientras sus manos frías le apretaban con fuerza los brazos.
Connor la miró a los ojos, pero no dijo nada, entonces ella lo supo, supo que sus padres estaban muertos.
De un golpe se apartó de Connor y se acercó a toda velocidad, el guerrero no tuvo tiempo de sujetarla, así que la siguió.
–No, no, no, no, por Dios, no… –repetía y repetía Leonor mientras más se acercaba.
Cayó de rodillas rendida en el suelo frente al cadáver de su padre y de su madre. Un grito desgarrador salió de su pecho, un grito de dolor y de rabia que dejó helado a Connor. Se acercó más a sus padres y comenzó a tocarlos, a acariciarlos, a hablarles. Les suplicaba que abrieran los ojos, les rogaba que respirasen. Necesitaba verlos reír, oír sus voces una vez más, sentir el calor de su amor.
Robert llegó corriendo al oír el grito de Leonor. Se quedó petrificado al ver aquél terrible espectáculo. En el suelo, los cuerpos de Philip y Margaret, ambos muertos. Robert pudo apreciar que la espada de Philip estaba a varios metros lejos de su cuerpo y un reguero de sangre anunciaba que el hombre se había arrastrado hasta conseguir tocar a su esposa. Murió abrazándola. El corazón de Robert se encogió de dolor. Se acercó lentamente a Leonor y la abrazó con fuerza por la espalda. Se unió a su dolor, sentía su dolor. Él también amaba a aquella pareja como si de sus padres se tratara. Leonor dejó de acariciar las caras de sus padres y se unió al abrazo consolador de su amigo Rob, el único que entendía el dolor que consumía su espíritu.
–¿Por qué, Rob? ¿Quién ha podido hacer algo tan horrible? ¿Por qué a ellos?
Robert le acariciaba el pelo y la abrazaba con fuerza. No tenía respuesta, no sabía que persona desalmada sería capaz de tal villanía.
Nick agarró el brazo de Connor.
–El hombre se defendió, pero eran varios.
–Lo sé…
–¿Crees…?
–Lo que yo creo no importa Nick, lo que importa es que dos personas inocentes han muerto y debemos averiguar por qué y quién lo hizo.
Nick asintió con la cabeza.
–Iré a avisar al castillo, necesitamos toda la ayuda posible.
–Sí… ve, yo me quedo aquí.
Nick se acercó a uno de los caballos que Robert había liberado, montó en él e inició una carrera violenta hasta el castillo de sir Wilson.
Connor no sabía qué hacer. Había convivido con la muerte desde que tenía catorce años, pero no era capaz de encontrar las palabras para aliviar la carga de las almas de esos pobres que seguían abrazados entre los cadáveres. La veía llorar, pedir respuestas, suplicar y maldecir, pero no era capaz ni de moverse. El dolor que sentía Leonor lo tenía paralizado, pero tenía que reaccionar, él era un gran guerrero, había luchado en infinidad de batallas, había visto la muerte de cerca y la había vencido.
Se acercó hasta los dos chicos.
–Robert, tienes que llevarte a Leonor de aquí.
Robert le miró sin entender, cegado como estaba por el dolor.
–Venga, levantaos. –Connor cogió entre sus brazos a Leonor, que se abrazó a él sin pensarlo y descargó en su pecho un millón de lágrimas. Robert lo siguió.
Connor podía sentir cómo la muchacha se estremecía entre sus brazos, su túnica estaba empapada por sus lágrimas.
–Leonor, te juro que encontraré a los que hicieron esto y los mataré con mis propias manos.
Ella se apretó aún más a él.
***
Nicholas regresó con todos los hombres de Connor, sir Wilson y varios de sus soldados. Se dirigieron hacia el lago, donde Connor había llevado a Leonor. El guerrero estaba sentado en el suelo, con Leonor en su regazo, y dando vueltas como un loco se encontraba Robert.
Nick bajó del caballo antes de que este se detuviera y corrió al encuentro de Connor.
–Malas noticias, Connor.
Él le miró fijamente.
–¿Más?
Nick le hizo señas para que se alejara de Leonor. Connor suspiró, se sentía bien con Leonor sentada en su regazo mientras lo abrazaba con fuerza. Se puso de pie sin esfuerzo y llamó a Robert.
–Llévala a un lugar seguro, luego nos vemos.
Leonor levantó la cabeza de su cuello. Tenía los ojos hinchados y rojos de tanto llorar.
–¡No! No me iré de aquí, esta es mi casa.
Connor la miró.
–Está bien.
La dejó en el suelo y la ayudó a sentarse.
–Volveré en seguida.
Robert se sentó a su lado, le pasó un brazo por los hombros y comenzó a hablarle con dulzura.
Connor y Nicholas se alejaron para poder hablar tranquilamente.
–Dime
–El muchacho ha escapado.
Connor abrió mucho los ojos de la sorpresa y miró a sir Wilson que estaba a unos pasos de él.
–Juro que yo no tuve nada que ver Connor, nadie más que yo siente que el muchacho se haya escapado.
–¿Crees que él…? –dejó la pregunta sin terminar en el aire.
Arnold miró a su alrededor, vio las ruinas calcinadas y la desolación.
–Ojalá pudiera decirte que no Connor, pero no estoy seguro, –se llevó las manos a la cara y se frotó los ojos, cansado, derrotado– ya no estoy seguro de nada.
Los tres hombres seguidos de varios soldados se acercaron a la casa, investigando, buscando algo que les diera una pista del origen de los asesinos.
En el suelo se veían las marcas de una lucha, un hombre contra dos. Los restos de sangre y huellas. Pero nada que revelara el auténtico rostro de los villanos.
Connor se acercó a los cadáveres. Margaret fue atacada de frente y Philip tenía varias heridas, seguramente debido a la lucha, pero la peor estaba en la espalda, sin duda la que le produjo la muerte. Connor sintió una terrible rabia en su interior. Un ser capaz de matar a una mujer desarmada y a un hombre por la espalda, no era un hombre, era un animal, y él le daría caza y lo mataría como tal.
Se agachó cerca del cuerpo de Philip que estaba abrazando a su esposa y se dio cuenta de que en su mano sujetaba algo. Separó los dedos y lo que vio lo dejó perplejo y mudo, al igual que a Arnold y a Nick. Philip había conseguido arrancar un trozo de la ropa de su agresor, un adorno de una túnica. El adorno de la túnica que Samuel vestía la noche anterior.
–No puede ser… no puede ser… –repetía Arnold, más para sí mismo que para los que lo rodeaban, alzó la mirada hacía Connor que continuaba arrodillado en el suelo sujetando la mano inerte de Philip –¡Por el amor de Dios Connor! ¿Cómo pudo ser capaz de algo así? ¿Mi hijo? ¡Mi hijo!
Se alejó unos pasos para pensar y serenarse. Su corazón le decía que la sangre de su sangre no era capaz de algo tan atroz, pero las pruebas… las pruebas lo acusaban sin ningún lugar a dudas.
Connor se acercó llevando el trozo de tela mientras ordenó que metieran los cadáveres en la casa.
–Arnold, lo encontraré y me encargaré de que tenga un juicio justo.
–Connor… si mi hijo es capaz de algo así… merece morir…–y se marchó sin más.
***
El entierro fue emotivo y breve, tan solo estaban Leonor, Robert, Connor y sus hombres junto con Lord Wilson. El cura dio un hermoso sermón y se marchó.
Leonor se sentó en la puerta de su casa, derrotada y hundida por el dolor. Robert paseaba frente a ella sin descanso y en silencio. Los hombres de Connor se sentaron desperdigados por el terreno, Nick permanecía al lado de Leonor, apoyado en la pared observando y Connor sentado frente a ellos, con una postura relajada mientras afilaba su espada.
De pronto Robert detuvo su andar.
–Te vendrás a vivir conmigo. Aún no tengo casa pero creo que lord Wilson nos ayudará con eso…
Los tres levantaron la vista hacia él. Leonor y Nick con cara de asombro y Connor sin cambiar su gesto indiferente.
–¿Estás loco Rob? ¡No puedo irme a vivir contigo!
–Pues aquí tú sola no te puedes quedar. Creo que es la mejor solución.
Leonor se puso de pie y se acercó a él.
–Robert, nos queremos como hermanos, pero no somos hermanos, si me voy a vivir contigo mi reputación quedará hecha trizas. Ningún hombre decente y en su sano juicio me pedirá en matrimonio después de eso.
–Muy bien, pues nos casaremos.
–¿¡Casarnos!?
–Sí, casarnos. Nos conocemos desde niños, sabemos cómo somos y estoy seguro de que encontraremos una manera de vivir tranquilos los dos.
–¿Estás loco? Jamás me casaría contigo.
–¿Por qué no?
–Robert… tú no me quieres de esa forma y yo a ti tampoco.
–Eso no importa, hay muchos matrimonios de conveniencia y bien avenidos, no creo que se nos diera mal.
–No.
Nick contemplaba la escena con diversión y Connor con estupefacción. No podía creer que ese muchacho la hubiera propuesto matrimonio y lo peor, no entendía por qué a él le afectaba tanto imaginarse a Leonor casada con otro hombre.
–Piénsatelo al menos, sería una buena solución, tú no estarías sola, tendrías el respaldo de mi apellido y también mi protección.
–Tu protección ya la tengo ahora y no quiero tu apellido.
–Pero… ¿por qué?
–Pues porque te quiero Robert, te quiero desde el día que te encontré malherido en el bosque, y es por ese amor por el que jamás me casaría contigo, ¿Qué pasaría si nos casamos y después encuentras a una mujer maravillosa de la que te enamoras? Me odiarías, terminarías echándome la culpa de tu infelicidad. Si nos casamos, seríamos desgraciados los dos. Tú eres mi hermano Robert, siempre lo has sido… no puedo casarme contigo.
Leonor cabizbaja, volvió a sentarse y Robert continuó con su caminar nervioso pensando en una solución.
–Vendrás conmigo –a Connor le salieron las palabras sin pensar, y en el mismo instante que salieron de su boca se arrepintió. Bastantes problemas tenía él ya, no necesitaba ocuparse de una muchacha huérfana.
–¿Qué?
–Lo que has oído, yo me ocuparé de ti. Vendrás a mi castillo, allí nadie te conoce, podrás pasar por hermana de Robert y nadie lo cuestionará, además, perteneciendo a mi casa nadie osará hacerte daño, yo protejo a los que viven bajo mi escudo.
Leonor estaba perpleja, no podía ni hablar.
–Pero… pero…
–¡Es una gran idea! –Comentó Robert visiblemente alegre después de tener una satisfactoria solución– Eso es fantástico –se giró hacia Leonor– bajo el escudo de Lord Connor, nadie te hará daño, podremos pasar por hermanos, no tendremos que casarnos y estarás protegida y acompañada. Es la mejor solución.
–Pero… ¡esta es mi casa!
–Leonor, aquí ya no te puedes quedar. No puedes vivir sola y está el añadido de que aún no hemos encontrado a los atacantes, pueden volver y hacerte daño a ti. –le explicó Robert.
Connor se puso en pie. Estaba cabreado por su falta de control y no deseaba quedarse por más tiempo junto a esa chiquilla que le hacía perder tan fácilmente el Norte.
–Estaros listos al amanecer.
Y sin decir más hizo un gesto a sus hombres para ponerse en camino. Todos obedecieron en el acto.
Leonor se quedó clavada en el mismo sitio, viendo como todos los soldados se ponían en movimiento, sin ser capaz de pronunciar ni una palabra. Le entró el pánico. Su destino estaba decidido y ella no tenía oportunidad de oponerse.
–Ya me parecía que estabas tardando. –Le comentó Nick cuando estaban subidos en los caballos y se dirigían al castillo de lord Wilson.
–¿Qué? –preguntó Connor, que no le estaba prestando ni la menor atención, sumido en sus pensamientos.
–Digo, que ya me parecía que estabas tardando mucho en aprovechar la oportunidad.
–¿Qué oportunidad? ¿De qué hablas?
–La oportunidad de llevarte a Leonor contigo –le soltó Nick con una sonrisa maliciosa.
–No pienses tonterías Nick, solo quise ayudar.
–Si…claro… tu única intención, mi querido amigo samaritano, era ayudar…
–¡Nicholas! –rugió Connor mientras Nick soltaba una profunda carcajada.