EL VIAJE

 

 

El amanecer llegó antes de lo previsto para Leonor No estaba preparada, tenía los nervios a flor de piel, la mente a rebosar de dudas y el corazón lleno de dolor.

Cogió todo lo que creyó indispensable y lo metió en un pequeño macuto. No había tiempo para hacer una mudanza en condiciones y aunque tuviera tiempo, ¿A dónde irá? ¿Dónde vivirá? ¿Qué cosas son necesarias? Suspiró y miró por la ventana, los primeros rayos del sol hacían su aparición. El pulso se le aceleró. Iba a comenzar una nueva vida lejos de su hogar, lejos de todo lo conocido.

Escuchó el sonido de los caballos que se acercaban. Ya no había marcha atrás. Salió a la puerta y vio a Connor aparecer con todos sus hombres. Sin duda era muy apuesto, fuerte y valiente, pero ¿sería feliz en su hogar?

Connor se acercó lentamente a ella, desmontó del caballo y la saludó.

–¿Estás lista?

Después de todo lo vivido, había comenzado a tutearla.

Leonor asintió con la cabeza. Todavía no era capaz de pronunciar palabra. Él le cogió el macuto de las manos y se fijó en que llevaba su espada sujeta a la espalda.

–¿Qué tal estás? –le preguntó Rob.

–No lo sé muy bien…

–No debes preocuparte, todo nos irá muy bien, ya verás. –le dijo dándole un abrazo.

–Si ya lo tienes todo es mejor que nos vayamos, nos espera un largo viaje.–Le advirtió Connor.

–De acuerdo, esperad un segundo.

Leonor comenzó a andar dejando a los hombres esperando. Vieron cómo se acercaba a los caballos que pastaban libremente. Diamante levantó la cabeza y la miró. Por primera vez el caballo no se movió. Leonor se acercó hasta él y le acarició la cara. El caballo aceptó de buen grado las caricias, como si el animal sintiera el dolor de su dueña. Lo cogió por las bridas y volvió hacia los hombres.

Se acercó hasta Robert, le puso las bridas en las manos y se dio media vuelta hacia su yegua, que ya tenía ensillada.

Robert mantuvo la mirada fija en esas tiras de cuero que mantenía en la mano. No daba crédito. De pronto alzó la cabeza.

–Leonor… yo no… no puedo aceptarlo.

Sin mirarle Leonor contestó:

–A mi padre le gustaría que fuese tuyo.

– Pero Leonor, es Diamante… tu padre pagó mucho dinero por él…

Leonor detuvo su avance a tan solo dos pasos de llegar hasta Connor que la esperaba junto a su yegua, se dio la vuelta y miró a Robert.

–Lo sé Rob. Ya sabes que yo no me llevo precisamente bien con él, y  no puedo dejarlo aquí, merece algo mejor. Quiero que lo tengas tú.

Siguió andando hasta llegar a su caballo, Connor la cogió por la cintura y le ayudó a subir a la montura.

–Leonor, mis hombres y yo no estamos acostumbrados a viajar con mujeres, así que cuando necesites descansar no dudes en decirlo, ¿de acuerdo?

–Sí, mi señor. –contestó Leonor con evidente tristeza.

–Bien…–la miró fijamente y vio miedo en sus ojos– No tienes nada que temer.

–Lo sé, mi señor…

–Entonces ¿Qué te sucede?

Leonor miró a Connor. Sus ojos la miraban con preocupación.

–Nada, simplemente es el miedo a lo desconocido.

–Te gustará, ya verás…

Comenzó a andar alejándose de ella, la muchacha pudo oír con claridad el sonido de la cota de malla al moverse y rozar con la funda de la espada. Todo le parecía irreal, como si lo que estuviera viviendo no fuera más que un sueño, un terrible sueño del que pronto despertaría.

Connor se subió con la agilidad que concede la experiencia, a su caballo y dio la orden de iniciar la marcha. Robert se acercó hasta Leonor montado sobre Diamante que parecía encantado de ponerse a andar.

–¿Ves? Tú le gustas, será muy feliz a tu lado…

Robert sonrió, pero no dijo nada, mientras, Leonor alzó la vista por última vez recorriendo esos paisajes tan familiares para ella, donde creció y se crio, donde pasó los mejores momentos de su vida y también los peores. Sintió cómo su corazón se rompía un poco más al tener la certeza de que jamás volvería. Sus ojos se llenaron de lágrimas que ella evitó derramar a toda costa. Ahora comenzaba una nueva vida, ahora su señor era lord Connor y él cuidaría de ella, la protegería… tendría en sus manos el destino de su vida, una vida que hasta ese mismo instante siempre le perteneció.

 

***

 

El viaje estaba siendo largo y cansado. Leonor aguantó todo lo que pudo subida al caballo dispuesta a no ser una carga para su nuevo señor. Robert permaneció con ella todo el tiempo. Mientras avanzaban, ella solo podía distinguir la espalda de Connor que iba al principio de la comitiva, mientras la muchacha había sido rodeada literalmente, por los soldados, cerrándola en un círculo impenetrable.

Hicieron una parada para comer. La mujer permaneció quieta montada en su caballo mientras veía como Connor impartía las órdenes y se iba acercando hacia ella.

Una vez a su lado, alzó las manos y ella posó las suyas en sus hombros. Fue totalmente consciente de la fuerza de sus músculos y del calor que desprendían las manos del hombre al posarse en su cintura y ayudarla a desmontar. Por un momento Leonor sintió una punzada en sus piernas al posarlas en el suelo, Connor intentó soltarla en ese mismo instante, pero ella apoyó sus manos es sus brazos por miedo a caerse pues sus piernas no tenían la fuerza suficiente para sujetarla. Se puso colorada al darse cuenta de lo que había hecho.

–Lo siento, mi señor… –atinó a decir mientras le soltaba despacio y comprobar que se mantenía de pie.

–No pasa nada, anda un poco para que la sangre vuelva a fluir por las piernas.

Ella asintió con la cabeza y comenzó a caminar muy despacio. Todo su cuerpo se quejaba de dolor, pero ella mantuvo la expresión serena lo mejor que pudo, mientras Connor, permaneció quieto en el mismo sitio observándola avanzar despacio. Se maldijo por no haberse dado cuenta de que esa muchacha no estaba acostumbrada a la marcha que ellos llevaban… pero, ¿por qué no le dijo que estaba cansada como él le mandó? Las mujeres… menudo misterio eran para él. Se despejó la cabeza con un giro violento y comenzó a ocuparse de organizar al grupo.

Leonor, más recuperada, paseó por el claro que Connor había elegido para hacer el descanso, con cuidado de no alejarse mucho del grupo, ella no conocía esas tierras y no estaba segura.

–¡Leonor, ven!

Oyó como Connor la llamaba y se acercó a él, esta vez con una sonrisa en su cara, con la intención de tranquilizar a su señor y demostrarle que se encontraba bien.

–Ven Leonor, vamos a comer algo ¿Tienes hambre?

–Pues la verdad es que sí, mi señor.

Connor clavó la mirada inquisitiva en su rostro, la muchacha estaba pálida y sudorosa.

–Ven, te acompañaré hasta el arroyo, seguro que quieres refrescarte un poco.

Ella sonrió.

–Eso sería maravilloso.

La llevó hasta un riachuelo que corría cerca de ahí. Caminaron en silencio. Cuando Leonor vio el agua le brillaron los ojos de alegría. Suspiró y echó a correr hasta la orilla. Se arrodilló en el suelo y comenzó a lavarse la cara y el cuello con evidente placer. Hacía un calor horrible y estaba llena del polvo del camino. El agua estaba fresquita y lo agradeció con un reconfortante suspiro.

Connor la miraba bastante apartado, apoyado tranquilamente en el tronco de un árbol. No entendía la razón por la que había decidido hacerse cargo de ella, él ya tenía bastantes problemas, sin embargo no concebía estar sin verla y un nudo le oprimía el pecho si la imaginaba en los brazos de otro hombre.

–Veo que hemos vuelto a las formalidades…

Leonor lo miró sorprendida. Tenía mejor cara, se la veía fresca y lozana.

–Creo que en nuestra situación actual, es lo mejor, mi señor.

–¿Por qué piensas eso?

Leonor miró de nuevo el agua que corría con fuerza.

–Ahora vos sois mi señor, os debo respeto y obediencia, además de lealtad. No hay cabida para una mayor intimidad, como puede ser el llamarlo por su nombre delante de sus hombres…

Connor la siguió observando, pero no dijo nada durante un rato.

–Entre nosotros, nada ha cambiado.

Leonor se puso de pie y le miró de frente.

–Os equivocáis. Todo ha cambiado.

Connor se acercó despacio hacia ella. Leonor dejó de respirar mientras le veía avanzar. Sigiloso como un felino pero a la vez fiero, era un guerrero, un hombre capaz de matar con la misma facilidad con la que sonreía.

–Explicadme en qué, si no os importa…

–Antes, yo era la hija de Philip, él me protegería y me cuidaría de todo mal. Ahora sois vos el que debéis protegerme y cuidarme. No podréis hacer eso si no existe entre nosotros una relación formal. ¿Cómo podréis protegerme de vos?

–Jamás os haría daño, Leonor.

–No se trata de lo que podríais hacerme, sino de lo que parece. Si entre nosotros existe más intimidad de la que tenéis con cualquiera de los que están bajo vuestra protección. Las habladurías hacen más daño que los hechos. Y ahora, al parecer, dependo enteramente de vos, mi señor.

Connor la miró con fijeza, su rostro era hermoso y sus ojos brillaban con la chispa de la juventud y la inteligencia. Tal vez ella tenía razón, era mejor para los dos mantener las distancias, así no tendrían problemas.

–Entiendo vuestras razones y las acepto. Mantendremos un trato formal, al menos cuando estemos rodeados de gente… Vamos, se hace tarde y tenemos que comer para recuperar fuerzas.

La muchacha no dijo nada y le siguió hasta el claro.

 

Después de comer continuaron el viaje. Para Leonor el día parecía durar lo que una semana, no veía la hora de que el sol se pusiera. Le dolían las piernas y las nalgas, rozadas de estar tanto tiempo en la silla de montar y a un paso tan rápido. Tenía la convicción de que moriría antes de llegar a su destino. Aun así, no se quejó en ningún momento.

Robert aguantaba algo mejor que Leonor, sin embargo, también empezaba a acusar el cansancio. Él era un soldado, sí, pero nunca había cabalgado tanto tiempo ni tan deprisa. Pero sus pantalones de cuero lo protegían de las rozaduras. Miró a Leonor, se la veía cansada, pero se mantenía fuerte. Estaba seguro de que aunque se estuviera muriendo, no diría ni una palabra.

Connor iba sumido en sus pensamientos. Nicholas cabalgaba a su lado hablando todo el tiempo, aunque hacía rato que no le prestaba la más mínima atención.

–¿Me estás escuchando?

–¿Qué? Oh sí, sí, claro que te escucho Nick.

–Yo creo que no.

–¿Qué es lo que quieres?

–Estaba diciendo que la muchacha está aguantando muy bien el viaje. No se queja aunque supongo que estará agotada.

Connor echó un rápido vistazo hacia atrás, casi se había olvidado de ella, aunque solo casi… se la veía cansada sí, pero su rostro mostraba fuerza y coraje. Sintió un extraño orgullo por la muchacha.

–Parece cansada, tienes razón, tal vez vamos demasiado rápido, pero si no lo hacemos así tardaremos una eternidad en llegar. Además, le avisé de que si necesitaba un descanso solo tiene que decirlo.

Nick se quedó en silencio un rato.

–No creo que diga nada.

–¿Qué?

–Te digo que no creo que diga nada aunque esté sufriendo. Tiene fuerza y es testaruda. Me recuerda a su padre.

A Connor se le curvó la boca en una sonrisa al acordarse de Philip, sin duda ella poseía la belleza de su madre, pero era mucho más parecida a su padre.

–Tienes razón.

–¿Qué piensas hacer con ella?

Connor lo miró sorprendido por la pregunta.

–¿A qué viene esa pregunta?

–Simple curiosidad.

–Pues… la verdad es que no sé… supongo que le buscaré algo en lo que dedicar su tiempo para que se sienta útil y más adelante le encontraré un buen marido.

–¿En serio? –ahora era el turno de Nick de sorprenderse.

–¿Por qué me miras así, maldito idiota?

–Recuerda esta conversación hermano. Yo te aseguro desde aquí que no hallarás ningún buen marido para Leonor, ya lo verás.

Y dicho esto, redujo la velocidad de su caballo y se hizo un hueco hasta llegar al lado de la chica.

–¿Cómo vais Leonor? ¿Estáis cansada? ¿Deseáis descansar unos minutos?

Leonor lo miró fijamente a los ojos. Se le notaba realmente interesado por su bienestar. Eso le gustó, así no se sentía tan sola.

–No, no os preocupéis, aguanto bien.

–Yo creo que debéis estar cansada y dolorida, sin embargo no lo diréis. ¿No es así?

Ella le aguantó la mirada, pero no dijo nada.

–Lo que yo creía. No os preocupéis, dentro de nada pararemos para preparar el campamento de noche. Ya falta poco y podréis recibir el descanso que merecéis. Realmente nos tenéis impresionados…

–No os burléis de mí, señor, no me gusta.

–Creedme muchacha, no es ninguna burla.

 

 

Antes de la puesta de sol, Connor ordenó preparar el campamento cerca de la orilla de un río. Se acercó como era su costumbre a ayudar a Leonor a bajar del caballo, pero esta vez no la soltó hasta que no estuvo seguro de que la muchacha podría mantenerse de pie.

–Aquí a la vuelta, detrás de esos árboles, hay una zona que concede bastante intimidad, por si queréis refrescaros o lavaros. Está lo bastante cerca para que en caso de que necesitéis ayuda, con gritar, en segundos estaremos con vos.

–De acuerdo, gracias, mi señor.

–No tardéis Leonor o iré yo mismo a buscaros.

Leonor afirmó con la cabeza y despacio, pero con paso firme, se dirigió hacia donde Connor le había indicado. Los árboles habían formado una barrera natural a la orilla del rio, si decidía meterse en el agua nadie la vería y estaba a tan solo unos metros del campamento, desde ahí podía oír a los hombres hablar y reír con claridad. Se sentía segura así que se sentó en el suelo, se quitó las botas, las medias y la ropa interior, se arremangó el vestido hasta los muslos y se metió en el agua. Un escalofrío recorrió su cuerpo en cuanto sus pies tocaron el agua, bajaba fría y muy limpia y transparente, tanto que se podía ver el fondo con claridad. Sin perder tiempo comenzó a refrescarse las piernas y sus doloridas nalgas, intentando encontrar alivio a su dolor. No sabía lo que consideraría Connor como tardar, así que intentó ir lo más deprisa posible. Cuando salió del agua se encontraba mucho mejor.

–Leonor ¿Estáis visible? –preguntó Nick desde detrás de los árboles.

La muchacha se bajó el vestido, se le veían un poco los pies pero no lo consideró inmoral dadas las circunstancias.

–Si

Nicholas se acercó lentamente hasta ella.

–Tomad, es un ungüento que os aliviará el dolor que produce la silla de montar.

Leonor se puso roja como un tomate.

–No os avergoncéis muchacha. Poneros esto y os sentiréis mejor, ya veréis.

Le dio el frasco que contenía la pomada y desapareció de nuevo. Leonor no perdió tiempo y se untó una buena cantidad en las partes que tenía más doloridas.

Cuando se presentó en el campamento, todo estaba preparado, los caballos atados y atendidos, había fuego listo para asar las piezas que trajeran los cazadores, y también una pequeña tienda. Como no sabía muy bien qué hacer, buscó a Robert entre los soldados y cuando lo localizó se acercó hasta él. Estaba sentado, apoyando la espalda en un troco, en cuanto vio a Leonor le hizo un sitio para que lo acompañase.

–¿Cómo te encuentras?

–Bien, algo cansada, pero bien. ¿Y tú?

–Puff… tengo que cabalgar una hora más y creo que mi cuerpo se rompería en pedazos.

Leonor soltó una carcajada y algunos soldados se giraron a mirarla.

–No puedo creer que un soldado como tú sea capaz de demostrar debilidad.

–No es debilidad Leonor, es sentido común. En la vida había cabalgado tanto, creo que tengo que acostumbrarme pues parece que la vida de nuestro señor consiste en viajar y viajar… Algunos hombres han ido a cazar, pronto tendremos algo que llevarnos a la boca. ¿Qué tal tu baño?

–No ha sido un baño, no me ha dado tiempo a tanto, pero me he refrescado y me siento mejor, deberías probar.

–No creo que pueda mover ni un solo músculo de mi maravilloso cuerpo.

Los cazadores llegaron con una buena pieza de carne y comenzaron a prepararla. Leonor apoyó la cabeza en el hombro de Robert y cerró los ojos.

 

–Leonor, venid –escuchó la voz de Connor llamándola. Abrió los ojos y se incorporó lentamente. Connor le ofreció una mano, que ella aceptó, y la ayudó a ponerse en pie. –Estáis cansada… –no era una pregunta, así que ella no dijo nada– Hemos preparado esa pequeña tienda para vos, así dormiréis con un poco de intimidad y podréis descansar mejor.

–Muchas gracias, mi señor, pero no es necesario.

–Yo creo que sí.

La acompañó hasta la tienda, donde ya se encontraban los efectos personales de Leonor. Se sintió maravillada, tendría un espacio único e independiente para ella sola. Entró primero Connor en la tienda seguido por ella.

–Ahí hemos puesto un camastro, y la bolsa de vuestras pertenencias. Os traeré un poco de comida y así podréis echarte cuando deseéis. Espero que estéis a gusto y descanséis.

Leonor solo pudo sonreír.

Los días siguientes fueron una gran prueba para su fortaleza, pero la superó. Cuando llegaron a la ciudad apenas se lo creía de lo contenta que estaba. Su estado de ánimo cambió tanto que las incomodidades del camino casi se olvidaron. Connor poseía una finca a las afueras de Londres, en cuanto llegaron, comenzó a dar órdenes. Se acercó a Leonor sonriendo y a ella se le aceleró el corazón.

–Pues bien ya hemos llegado a la mitad del camino.

–¿La mitad? –preguntó ella con evidente horror.

Connor soltó una carcajada.

–Sí, la mitad. Tengo que hacer una parada para ir a hablar con su majestad, debo ponerle al día de los acontecimientos y luego viajaremos hacia mis tierras.

–Ah…

–Pero no os preocupéis Leonor, os daré tiempo para recuperaros.

Entraron en la casa y en la puerta les esperaban una pareja de ancianos. En cuanto Connor se acercó a ellos, le saludaron con respeto.

–Leonor, estos son el señor y la señora Smith, ellos se ocupan de que esta casa esté en condiciones cuando yo no estoy. Si necesitas cualquier cosa no dudes en pedírselo, se ocuparán de todas tus necesidades.

Leonor sonrió al matrimonio, que la correspondieron con una sonrisa igualmente amable.

–Víctor, preparen una habitación para lady Leonor y un baño caliente.

–Sí, mi señor, ahora mismo, mi señor.

Mientras Leonor fue conducida a una sala, apenas amueblada, que hacía las veces de salón y comedor. Connor le ofreció una silla que Leonor gustosa aceptó.

–¿Vivís aquí, entonces?

–No, compré esta pequeña finca para tener un lugar propio donde dormir, cuando tengo que venir a ver al Rey. No me gusta mucho el ambiente del palacio, prefiero la comodidad y la soledad de mi casa.

–Entiendo.

–¿Deseas tomar algo antes de subir a tu habitación?

–Oh… no, creo que no. Supongo que lo que realmente me apetece es un buen baño y un sueño reparador, más que cualquier comida.

–Me imagino… Yo tendré que ir a hablar con el Rey, no sé cuánto tardaré, así que no me esperes para cenar. Las reuniones con su majestad son imprevisibles.

 

***

 

–Mi señor…

El hombre alzó la vista de los documentos que estaba leyendo y la fijó en el criado.

–Habla.

–Traigo este mensaje, mi señor.

El hombre hizo un gesto con la mano para que se acercara y el criado, temblando, de miedo, supuso, se la entregó. Abrió el lacre y comenzó a leerla.

“Ha iniciado la marcha, le seguimos de cerca. A la menor oportunidad realizaremos el trabajo.”

Le costó leer el mensaje, escrito con una letra tan rudimentaria.

–¿Esperan respuesta?

El criado seguía quieto en el mismo sitio con la mirada fija en el suelo.

–No, mi señor.

–Bien, puedes retirarte.

Una vez se quedó solo, se puso en pie y se dirigió hacia la chimenea. Tiró el mensaje al fuego y se quedó quieto, contemplando cómo el trozo de papel era consumido por las llamas. Por un instante fantaseó con que eliminar a Connor pudiera ser más fácil…

 

***

 

Leonor disfrutó del baño como si fuera uno de los lujos más maravillosos que la vida pudiera conceder. Se quedó en la bañera hasta que el agua se quedó fría. Después se secó el pelo al fuego mientras se lo cepillaba tranquilamente, con pasadas suaves y constantes. Una vez terminada esa tarea se metió en la cama, las sábanas suaves rozaron su piel y ella suspiró de puro placer. Antes de apoyar la cabeza en la cama, ella ya se había dormido.

 

***

 

–Majestad…

El rey giró su cabeza y vio a Connor arrodillado en el suelo frente a él.

–¡Mi querido amigo Connor! Qué alegría veros de nuevo por aquí. Decidme, que nuevas traéis.

Connor se puso en pie con agilidad y miró a su Rey a los ojos, era de los pocos hombres que se atrevía a hacerlo.

–Las noticias eran todas ciertas, sire.

–¿En serio? –preguntó el monarca, cambiando el gesto de felicidad a preocupación. –¿Qué es lo que sabéis?

–Conocí al muchacho en persona y pude comprobar con mis propios ojos de las maldades de las que es capaz.

–¿Dónde está ahora?

–Lo encerramos en una de las celdas de su padre, pero alguien le ayudó a escapar. He mandado a mis mejores rastreadores a buscarlo.

–Entonces no tenemos de que preocuparnos, supongo que pronto lo tendré ante mí.

–Sí, sire.

–Bien, ¿y ahora que pensáis hacer con vuestro tiempo?

–Si no deseáis nada más de mí, tenía previsto viajar a mis tierras, para poner algo de orden, hace mucho que no piso por allí.

–Entiendo, de momento no hay nada a la vista mi leal amigo, por lo que podréis disfrutar de un merecido descanso y arreglar vuestras cosas.

–Me alegra saberlo majestad. Tengo otra cosa que pediros.

–Decid, pues.

–No sé si recordáis al guerrero y comandante de las tropas de vuestro padre, Lord Philip Morrison…

–Sí, tengo un vago recuerdo de él, y he escuchado de sus hazañas.

–Bien, pues ha fallecido, asesinado junto con su esposa, creemos que por Samuel.

–Oh vaya, que triste final para un gran hombre… y que terrible… su pobre esposa…

–Cierto, majestad.

–¿Y cuál es tu petición?

–Lord Philip deja una hija huérfana y deseaba pedirle su aprobación para poder convertirme en su protector, cuidar de ella y velar por sus intereses.

–¿Solo eso?

–Solo eso, sire.

El Rey miró fijamente a Connor. Era sin duda un hombre de honor, el mejor de todos sus hombres, el más leal y valiente. Supuso que era su honor el que le llevaba a pedirle algo tan estúpido como ocuparse de una niña huérfana. Pero no le importó, si no se ocupaba Connor de ella tendría que hacerlo él mismo, en honor a la memoria de su padre, y no le apetecía lo más mínimo.

–Tenéis mi consentimiento Connor. Mi escriba ahora mismo hará el documento necesario para que la niña pase a perteneceros. Espero que mires bien por su futuro y la trates como se merece.

–Sin duda majestad, eso mismo haré.

 

Connor se marchó del palacio con el papel que le otorgaba el poder de tener la vida de esa muchacha en sus manos. Le extrañó que le rey se la diera sin más problemas, era un hombre muy desconfiado, aunque si pensaba que se trataba de una niña a la que había que educar y criar, supuso que el rey no tendría ganas de más problemas en su casa, y Connor no lo sacó de su error.

 

 

Leonor se levantó de la cama cuando el sol ya estaba alto. Nunca había sido dormilona, pero el viaje había sido realmente agotador. Se lavó la cara y se peinó. Rebuscó en su bolsa y se dio cuenta de que no tenía ningún vestido limpio, suspiró con frustración. Deslizó el vestido que había llevado el día anterior por su cuerpo y bajó con el resto de la ropa, lista para lavarlo todo. Lo primero que hizo al salir de la habitación fue intentar ubicarse. Lo cierto es que la casa no era muy grande, pero ella no tenía intención de ir abriendo puerta por puerta hasta llegar a la cocina, así que se guio por su instinto. Unos minutos más tarde se encontraba frente a la cocina de la cual salía un maravilloso olor a pan recién hecho. El estómago de Leonor se quejó. Ella no se había dado cuenta del hambre que tenía, pero ahora se sentía desfallecer. Entró en la habitación, no era muy grande, pero estaba muy limpia y organizada.

–Buenos días –saludó la muchacha.

La cocinera se giró dando un respingo.

–Oh… buenos días tengáis vos, mi señora.

–Lo siento, no quería asustarla.

–No os preocupéis, ¿deseáis alguna cosa?

–Lo cierto es que tengo algo de hambre…

La cocinera se quedó perpleja mirándola como si fuera un bicho raro. Leonor comenzó a sonrojarse y no sabía muy bien qué había hecho mal. De pronto atravesó la puerta el señor Smith, al verla allí de pie se quedó petrificado durante unos segundos.

–Buenos días, mi señora. ¿En qué puedo ayudarla?

–Lo cierto, señor Smith, es que aún no he desayunado y tengo hambre.

–Oh… bien, bien, venga conmigo por favor, la acompañaré hasta el comedor.

Leonor, algo disgustada, le siguió. Entraron en la sala más grande de la casa, la única que tenía una mesa lo suficientemente grande como para poder comer y cenar varios comensales. El señor Smith apartó una silla y le indicó que se sentara.

–Esto no es necesario, señor Smith, puedo comer cualquier cosa en la cocina, no quiero molestar.

El hombre abrió mucho los ojos ante ese comentario pero simplemente dijo:

–No es molestia.

Ella obedeció y se sentó, dejando la bolsa de su ropa sucia escondida bajo la mesa, cerca de sus pies. El hombre se marchó y a los poco minutos apareció con una bandeja llena de ricos manjares, el olor provocó que Leonor casi se desmayara de placer. Comenzó a comer con avidez, probando de todo lo que había en la bandeja.

Cuando casi ya había terminado, Connor entró por la puerta.

–Buenos días, Leonor.

–Buenos días, mi señor.

–¿Habéis descansado?

–Sí, gracias.

–Me alegro.

–¿Cómo fue vuestra entrevista con el Rey?

–Bueno, no fue mal, me ha dado permiso para ir a casa.

–Esa es una buena noticia ¿verdad?

Él sonrió mientras se sentaba en la mesa frente a ella.

–La mejor, pero tengo otra noticia que darte.

Leonor le miró fijamente a los ojos y esperó.

–Le he hablado a su majestad de ti, y él ha accedido a que yo sea tu… no sé muy bien cómo llamarlo.

–¿Tutor?

–Tutor, bueno sí, tutor está bien. Ahora soy tu tutor legal –extendió el documento que le diera el rey sobre la mesa– Este documento me acredita legalmente como tu tutor, ahora nadie se atreverá a acercarse a ti con malas intenciones, yo te protegeré y te cuidaré, debes creerme cuando te digo que intentaré que tu vida sea agradable, no te obligaré a nada que no quieras hacer si no creo que es absolutamente necesario. Ahora bien, necesito de ti que seas obediente, respetuosa y leal, no cuestiones mis órdenes ni me lleves la contraria, mucho menos delante de mis hombres, si deseas decirme alguna cosa que te moleste o que no te guste, siempre puedes hacerlo en privado… Lo cierto es que no tengo ni idea de lo que debo hacer contigo, nunca he tenido a mi cargo a nadie que no fuera un soldado. Eres un nuevo reto para mí…

–¿Y si tanto os molesta, por qué me habéis traído? Yo no os lo pedí, estoy segura de que me las habría arreglado bastante bien yo sola.

Connor alzó la mirada del documento y la clavó en los ojos de Leonor, ella sintió la fuerza de su mirada en su interior y estuvo a punto de encogerse de miedo, pero se mantuvo quieta.

–Yo no he dicho que me moleste ocuparme de ti, digo que es la primera vez que tengo a mi cargo a una dama y que intentaré hacerlo bien.

–Oh vamos lord Connor, ¿Una dama? No soy más que la hija de un granjero, ni más ni menos, no debe tratarme de manera diferente al resto de las muchachas que viven en su feudo.

Connor se puso en pie y se dirigió hacia la chimenea. No sabía muy bien cuánto debía contarle a la muchacha, pero no le parecía bien mantenerla en la ignorancia. Ahora él era su tutor y le tocaba decidir lo mejor para ella. Se apoyó en la repisa de la chimenea y fijó la mirada en las llamas, después de un rato, cuando Leonor pensaba que ya no iba a decir nada más, él comenzó:

–Lo cierto es que no eres la hija de un simple granjero. No entiendo por qué tu padre no te lo dijo, supongo que tendría sus razones, pero él ya no está… –se dio la vuelta y la miró fijamente– Tú padre era un lord del Rey –observó como Leonor abría mucho los ojos ante esa revelación y la dejó unos segundos para que lo asimilara. – Es cierto que él provenía de una familia humilde, creo recordar que su padre, tu abuelo, era leñador o algo así. Cuando aún era un infante y no contaba con más de diez años de edad, su padre decidió que entrara a trabajar en la casa de su señor feudal en calidad de escudero. Desde el principio, Philip mostró su maestría en este mundo. Su señor feudal, un hombre con muy pocos escrúpulos y mucha ansia de poder, se aprovechó de las cualidades para la guerra del muchacho todo lo que pudo. Philip entrenó con ahínco y pasión, convirtiéndose en uno de los mejores soldados del país. Estuvo con su señor hasta que tuvo la edad suficiente y comenzó a trabajar para el mismísimo Rey, el padre de nuestro rey actual. Comenzó así una carrera impresionante, llegando a ser el hombre fuerte y de más confianza del Rey. En pago por sus servicios el Rey le fue concediendo tierras y posesiones, y ya al final de su vida le concedió el título de marqués. Tu padre nunca lo aceptó, pues estaba sumamente decepcionado por las decisiones tomadas por su Rey, referentes a él mismo, y decidió vivir una vida tranquila en el campo, lejos de todo lo conocido y del bullicio y maquinaciones de la alta sociedad. Se retiró siendo aún el mejor de los guerreros. Tú no eres la hija de un granjero, eres la hija del más grande comandante que las tropas del Rey jamás pudieron tener, una heredera de una considerable fortuna cuando llegues a cumplir los veintidós años. Leonor, tu padre fue una leyenda, un gran hombre. Mis hazañas, tan alabadas y cantadas, no son nada comparadas con las de tu padre…

Leonor sintió un nudo en su estómago. Agradeció, en su inconsciencia, el haber terminado de comer, porque ahora no creía ser capaz de llevarse nada a la boca. Sus ojos se llenaron de lágrimas que intentó contener, pero fue inútil el esfuerzo, pues salieron de sus ojos como si del caudal de un rio se tratara.

–No puede ser… –murmuró.

–Pues lo es.

Leonor se puso en pie, sentía como si una mano invisible le oprimiese el pecho y el corazón, impidiéndola respirar. Necesitaba aire, con urgencia, o perdería el conocimiento allí mismo. Salió de la sala como alma que lleva el diablo. Corriendo alcanzó la puerta que daba acceso al jardín. Connor iba detrás de ella, preocupado.

Leonor se detuvo frente al jardín, no podía salir de ahí, ¿a dónde iría? No conocía la ciudad, ni la gente, no sabía dónde estaba… miró al frente sin saber que hacer o que pensar. Connor estaba a tan solo unos metros de ella, pero no se acercó.

Ella se volvió y lo enfrentó.

–¿Por qué nunca me dijo nada?

Él se encogió de hombros.

–Realmente no lo sé Leonor, supongo que tendría sus motivos.

Leonor bajó su mirada al suelo.

–¿Dónde está Robert?

Esa pregunta le dolió, no sabía por qué, pero se sintió herido al ver que ella prefería la compañía de Robert en este momento antes que la suya.

–Voy a buscarlo.

Sin decir nada más y dejando a una llorosa Leonor se marchó.

Entró en la casa y ordenó al señor Smith que mandara buscar al muchacho y que lo llevara al lado de Leonor.

No sabía si había obrado bien o mal, pero su conciencia le decía que la muchacha tenía derecho a saber…

Connor entró en la estancia que hacía las veces de sala de estar y comedor. Estaba nervioso y disgustado, sin saber muy bien que hacer se acercó a la ventana y vio a la muchacha. Estaba parada, quieta, mirando el cielo sin saber muy bien que hacer. Notó su dolor, reflejado en su mirada y en sus ojos llorosos, de pronto ante él apareció Robert, extendió los brazos y Leonor corrió a refugiarse en ellos. Una punzada se le clavó en el corazón, algo que él jamás había sentido y que reconoció como celos. Pero eso era una tontería, ¿por qué un hombre como él iba a tener celos de un pobre muchacho imberbe? Dejó de mirar la enternecedora escena y se sentó frente al fuego, tal vez se debiera a que deseaba que Leonor corriera a refugiarse en sus brazos de la misma manera confiada que había aceptado los de Robert.

Estaba empezando a darse cuenta del error que había cometido al decidir ocuparse de Leonor.

El sonido de pasos acercándose lo alejó de sus pensamientos.

–¿Qué le pasa a la muchacha? –preguntó Nick nada más poner un pie en la sala.

Connor suspiró.

–Le he contado lo que sé sobre su padre, al parecer está afectada…

–¿Por qué has hecho eso?

–Porque ayer el Rey me concedió la tutoría de la muchacha, ahora está bajo mi cargo y ella estaba decidida a no ser más que una criada cualquiera, no puedo tratarla como a una moza que está a mi servicio. Así que opté por decirle la verdad. Debe ocupar el lugar que le corresponde.

Nicholas tomó asiento cerca de su amigo.

–¿Y su majestad no te ha puesto inconveniente?

–No.

–¿Ningún pero?

–No.

–¿Ninguna condición o petición?

–No.

–Es de lo más extraño…

–Eso pensé yo, pero creo que su majestad piensa que Leonor no es más que una niña y eso supondría que al no tener más familiares cercanos, el Rey tendría que ocuparse de la muchacha o encontrar un tutor mejor que yo. Creo que me la concedió sin más porque pensaba que así se deshacía de un problema.

–¿No le corregiste de su error?

–No, él no me preguntó la edad y yo no creí necesario comentárselo. Estoy seguro de que si sabe la edad de Leonor el resultado de mi petición hubiese sido otro bien distinto…

–Creo que has hecho bien, hermano.

Connor levantó la mirada hacia Nick.

–Eso espero…

 

Después de un buen rato desde que Robert se marchó y la dejó sola en el jardín, Leonor entró en la casa, dispuesta a seguir adelante con su vida. Se acercó a la sala y comprobó que allí no había nadie. Mejor, no tenía ganas de hablar con Connor. Entró rápidamente, cogió su ropa sucia, que seguía debajo de la mesa y se marchó al lavadero.

Cuando ya estaba a punto de terminar de lavar toda su ropa, alguien entró.

–¿Se puede saber que estás haciendo, Leonor? –preguntó Connor, con un tono que pretendió sonar indiferente.

Leonor se giró y lo vio apoyado despreocupadamente en el marco de la puerta, los brazos cruzados en el pecho y la camisa abierta, dejando a la vista una buena porción de su musculoso pecho.

–Lavando mi ropa.

–Ya veo… ¿Sabes que le pago a una mujer para que haga ese trabajo?

–Yo no necesito sirvientes, mi señor.

–Bien… está bien Leonor –dijo mientras se acercaba lentamente hacia ella, Leonor se puso tensa al notar la cercanía de Connor– Dejaré que las cosas, de momento, se hagan a tu manera. Pero solo de momento, deberás aceptar quién eres y tu procedencia y luego, actuar en consecuencia. Cuando lleguemos a mi castillo y te presente por tu nombre verdadero y el título que heredarás, no podrás comportarte como una criada cualquiera.

–¿Y por qué deberéis presentarme por mi nombre y título? ¿Por qué no simplemente por mi nombre? Vos me prometisteis que intentaríais que yo fuera feliz, no podré serlo si no me comporto como yo soy, no podré estar fingiendo constantemente y comportarme como lo haría una dama de mi posición si siempre he sido simplemente Leonor…

Connor suspiró.

–¿Cómo crees que se comporta una dama de tu posición?

–No lo sé, las únicas damas que conozco son las hijas de sir Wilson.

–Yo estuve con ellas y me parecieron unas damas muy agradables y muy educadas.

–Apuesto a que sí –rio Leonor.

–¿A qué viene eso? ¿Sarcasmo, señorita?

–No mi señor, para nada.

–Leonor, no os pido nada raro, simplemente hay cosas que no podéis hacer y espero que me obedezcáis.

Leonor suspiró, derrotada.

–Haré lo que pueda, mi señor.

–Creo, que de momento tendré que conformarme con eso.

 

***

 

Dos días después iniciaron la marcha hacia las tierras de Connor. Tanto a Leonor como a Robert, la sola idea de pasar cuatro días más a caballo les horrorizaba, pero lo aceptaron con resignación. A medida que avanzaban y se iban acercando, los soldados se comportaban de una manera más amable y divertida, se les notaba felices.

El último día de camino, Connor decidió hacer la última parada antes de llegar a su castillo y así poder descansar. Los hombres estaban ansiosos por llegar, pero obedecieron a su señor. Montaron el campamento y se prepararon para una última noche en el camino. Por lo visto el castillo de Connor no estaba a más de cuatro horas, pero les pillaría en plena noche y Connor no quería seguir avanzando con la poca seguridad que ofrecían los caminos al anochecer.

Ayudó a Leonor a bajar del caballo, como era costumbre. La chica aún no se había acostumbrado a las sensaciones que le producía cada vez que las manos del hombre se posaban en su cintura.

–Leonor, os acompañaré hasta el lago, está a pocos metros de aquí y si deseáis bañaros nadie os molestará. No os metáis muy al centro, es un lago profundo.

–Muy bien, mi señor –contestó feliz por la perspectiva de poder bañarse completamente.

–Si tienes algún problema, grita, no tardaremos más de unos segundos en estar junto a ti.

–De acuerdo.

Cogió su pequeño macuto y siguió a lord Connor hasta el lago. El paisaje era hermoso, grandes montañas con los picos nevados se veían en la lejanía, y un frondoso bosque rodeaba el lago.

–Es hermoso.

–Sí, lo es, esta tierra tiene encanto.

La dejó cerca de la orilla y se marchó.

Leonor se quitó la ropa y se metió en el agua. Un escalofrío le recorrió el cuerpo al notar la temperatura del agua, ¡estaba helada! Pero no le importó, su cuerpo cansado y sucio suplicaba por una buena limpieza, y a Leonor le encantaba nadar.

Se tiró de golpe al lago y comenzó a bracear, de un lado para otro, sin adentrarse mucho. Cuando se notó cansada, se acercó a la orilla, cogió una pastilla de jabón con olor a violetas y se lavó el pelo y el cuerpo. Una vez que terminó, se sentía completamente nueva, tranquila y relajada.

Se secó con rapidez, pues el aire comenzaba a ser frío y se visitó con el único vestido que le quedaba limpio. Cuando ya estuvo vestida se sentó en una roca y respirando profundamente, disfrutó del paisaje.

Todavía no se había hecho a la idea de que sus padres la habían engañado desde el día en que nació. Pero no podía estar enfadada con ellos, estaba segura de que tenía una buena razón para obrar así. Pero ahora ya no era Leonor, tenía que comportarse como una dama, debía ser una dama.

Robert la había acompañado durante todo el viaje, manteniéndola entretenida, pero el nudo que sentía en el estómago no se iba. Aunque su amigo estaba contento de las nuevas, e intentó mostrarle todas las maravillas de su nueva posición, ella no podía verlas. No deseaba tener riquezas ni tierras, no deseaba tener mayores posibilidades de hacer un casamiento provechoso. No quería ser admirada y envidiada. Quería su vida tranquila, cuidando de su huerta y sus animales, junto a sus padres…

Pero eso jamás podría volver a ser…

Un destello de luz a su derecha, llamó su atención y la apartó de sus pensamientos. Los hombres de Connor estaban justo detrás de ella, pero Leonor notó movimiento por aquella zona del lago y le pareció extraño. Se puso en pie y comenzó a recoger sus cosas, sin dejar de observar la linde del bosque.

Tal vez el destello no fuera más que producto de una mente casada, se dijo, pero por si acaso, decidió que la hora del baño había llegado a su fin.

Con pasos rápidos avanzó, internándose en el trozo de bosque que la separaba de sus compañeros.

No supo muy bien que pasó a continuación. Pero su instinto estaba alerta y pudo ver venir a su atacante.

El hombre, fuerte como un toro, la sujetó por la cintura y le tapó la boca, pero no antes de que Leonor pudiera gritar pidiendo ayuda. El truhan la arrastró entre la maleza hasta llegar al lugar donde le esperaban sus compañeros con los caballos.

–No pude evitar que gritara, debemos darnos prisa.

La montaron como fardo en el caballo e iniciaron una loca carrera por el bosque, huyendo de Connor y sus hombres.

Connor escuchó el grito de Leonor y su abrupto final, dando así por seguro, que la muchacha estaba en apuros. Miró a Nick que estaba frente a él, también alerta y preparado. No hizo falta ninguna señal ni orden, todos los hombres movidos por años de experiencia, ya estaban movilizándose para ayudar a la mujer.

Connor sin perder tiempo corrió hacia el lugar dónde debía estar, pero solo llegó a tiempo de comprobar que su instinto no había fallado. La bolsa de la muchacha estaba tirada en el suelo y había huellas de pelea. Alzó el rostro y divisó a Nick subido en su caballo y llevando de la mano las bridas del semental de Connor.

–No perdamos tiempo. –Ordenó– No están lejos.

Comenzó así una alocada persecución.

Leonor intentó tranquilizarse. Le habían atado las manos y tenía en la boca un trozo de trapo sucio que la impedía hablar y casi respirar. Sabía que Connor les seguía, podía oír el sonido de los cascos del caballo, pero ella no podía esperar a que la rescataran, porque corría el peligro de que los bandidos conocieran el terreno mejor que Connor, o tuvieran un plan de huida lo suficientemente bueno como para escapar del guerrero y sus hombres. Pensó en todas sus posibilidades. Estaba tumbada sobre su estómago entre la cabeza del caballo y uno de sus secuestradores. Las manos las tenía atadas, y la boca inutilizada también. Pero los pies aún los podía mover con libertad. Tenía que bajar de ese caballo, si se caía, a los secuestradores no les daría tiempo de volver a buscarla, porque entonces Connor ya les habría alcanzado y su venganza sería terrible. Muy despacio comenzó a deslizarse de la montura, pero el hombre al percatarse de sus intenciones la sujetó por el trasero, volviéndola a acomodar. Suspiró frustrada, debía encontrar la forma de poder huir, movió las manos y se dio cuenta de que las ataduras no estaban muy apretadas y sin pensárselo siquiera comenzó a moverlas para aflojar las cuerdas. Después de unos segundos, las muñecas le dolían, pero no podía rendirse, así que continuó moviéndolas de arriba abajo para aflojarlas hasta que fue capaz de soltarse una mano. Comenzó a retorcerse en el caballo con violencia, dando puñetazos y patadas a su agresor, que sorprendido por el ataque inesperado no tuvo tiempo de reaccionar y la soltó, la muchacha viéndose libre se tiró del caballo. En cuanto su cuerpo chocó contra el suelo, un terrible dolor le atravesó y se le cortó la respiración, pero ella se levantó lo más deprisa que pudo y echó a correr hacia Connor.

–¡James! La muchacha, se ha caído –gritó a sus compañeros intentando frenar el avance del caballo.

El tal James miró la distancia que le separaba de la chica, el sonido de los cascos de los caballos de Connor estaban demasiado cerca. Si volvía estaban perdidos.

–¡Dejadla! ¡Corred! –Les ordenó y azuzaron sus caballos al máximo para poder huir a tiempo.

Leonor no miró atrás, simplemente corrió y corrió todo lo rápido que podía a pesar del punzante dolor que sentía en la espalda. Entonces vio como entre los árboles aparecían Connor y sus hombres. Al verlo sintió pánico, si ellos no la veían podrían pisarla con los caballos, así que frenó en seco y buscó un lugar donde refugiarse. Lo único que divisó fue el tronco grueso de un árbol, así que echó a correr hacia él.

Connor cegado por la ira no veía la hora de atrapar a esos villanos y hacerles pagar por su osadía con sus propias manos. Salió de la espesura del bosque azuzando a su caballo cuando divisó a la mujer corriendo y escondiéndose tras un árbol. Connor frenó su caballo y ordenó a sus hombres que pararan. Los hombres obedecieron sin rechistar y al momento.

Bajó del caballo frenético, su corazón estaba acelerado, no sabía si la chica había llegado a tiempo a la seguridad relativa del tronco, antes de que sus hombres la arrollaran.

–¿Qué es lo que pasa, Connor? –Le preguntó Nick cuando vio que se bajaba del caballo y corría en sentido contrario a la de los villanos.– ¡Connor!

–La muchacha, ha huido, la vi correr hacia allí –y señaló con su dedo la dirección que había tomado Leonor.

Todos miraron como Connor se dirigía hacia aquel lugar a toda velocidad. Encontró a Leonor acurrucada, apoyada en el tronco del árbol, con las manos tapándose la cara. Se la veía asustada, tan frágil y tan vulnerable que a Connor le dio un vuelco el corazón. Se arrodilló ante ella, pero no la tocó. Fijó su fría mirada en el cuerpo de la mujer. Notó que sus muñecas estaban heridas y un hilillo de sangre corría por su brazo.

–Leonor, ¿estás bien?

Ella alzó la mirada hacia él, parecía que no creía lo que sus ojos veían. De pronto comenzó a llorar y se tiró literalmente a sus brazos. Connor estaba conmocionado, no sabía muy bien cómo reaccionar, la abrazó con delicadeza, y comenzó a acariciarle en la espalda.

–No te preocupes, todo está bien.

Leonor comenzó a tranquilizarse e intentó dejar de llorar, cuando lo consiguió, suspiró para serenarse.

–Lo siento, mi señor, no sé lo que me ha pasado –dijo una vez recuperada, alejándose un poco de él, pero Connor no se lo permitió y la atrajo hacia él de nuevo, dándole el consuelo que creía que ella necesitaba en esos momentos.

–¿Está bien? –escuchó preguntar a su espalda al joven Robert.

–Sí, simplemente está asustada, pero no sufre ningún daño.

–¿Quién querría secuestrarla? Nadie sabe quién es.

Esa pregunta él no la podía contestar, pero estaba seguro de que tarde o temprano lo averiguaría.