DE VUELTA A CASA
–Mi señor, alguien desea verle.
Gael miró a su mayordomo y este se encogió, como siempre. Le gustaba que la gente le respetara y temiera, le hacía parecer más poderoso.
–¿Quién es?
–No me ha dicho su nombre. Solo le manda decir que tiene algo importante que comunicarle, sobre Leonor…
Gael se levantó del sillón en el que estaba tranquilamente recostado, mientras se tomaba una agradable copa de vino.
Dejó la copa sobre la mesa y sin mostrar la perturbación que sentía, le ordenó al mayordomo que mandara pasar al extraño hombre.
Ante él se presentó un esperpento, con el pelo sucio y vestido con harapos. En seguida se arrepintió de haberle dejado entrar.
Gael le miró fijamente durante unos segundos. El hombre, aunque en apariencia no era más que un desgraciado, mantenía un porte regio y orgulloso.
–¿Puedo saber a qué debo esta visita? –Le dijo con frialdad.
El hombre ni se inmutó, siguió observándole durante unos segundos más, se parecía tanto a Connor que se quedó pasmado, cuando recuperó la compostura, le habló.
–Tengo un ofrecimiento que haceros, si estáis de acuerdo, por supuesto.
Gael se acomodó en su asiento sin apartar la vista del extraño.
–Hablad, pues.
–Ha llegado a mis oídos vuestros deseos de destruir a Connor.
Gael se incorporó con rapidez y se enfrentó a él.
–¿Quién os dijo tal cosa?
–No hace falta que finjáis conmigo. Vengo a prestaros mi ayuda. Vos queréis eliminar a Connor y yo tengo una cuenta pendiente con su querida prometida. Si nos unimos, mataremos dos pájaros de un tiro. Solo os pido una cosa, cuando vuestros planes hayan llegado a su fin, deseo a Leonor para mí. Si aceptáis el trato, haré lo que esté en mi mano para ayudaros.
Gael levantó una ceja, sorprendido, un gesto idéntico al del hermano que tanto odiaba.
–¿Cuál es vuestro plan? –Preguntó por fin el extraño.
–Aún no me habéis dicho quién os habló de mí.
–Eso importa poco.
–A mí no.
–No os preocupéis, el hombre en cuestión no volverá a hablar de vos… ni de nadie para serle sincero. Está criando malvas en medio del bosque. –Una risa malvada brotó de los labios del hombre.
Gael le miró a los ojos y se estremeció. La maldad que desprendían era muy parecida a la que él mismo veía en los suyos.
–Si vamos a trabajar juntos, ¿puedo saber vuestro nombre?
–Samuel, mi nombre es Samuel.
Connor galopaba a toda velocidad seguido de sus hombres. Habían perdido el rastro de la muchacha y buscaban por los caminos cualquier huella que les llevara hasta ella, aunque habían acordado dirigirse hacia su castillo, el lugar dónde debería dirigirse Leonor.
Estaba preocupado. Ella aún tendría que estar dolorida y no podría avanzar a galope mucho tiempo. Ya tenían que haberla encontrado.
Un sudor frío le recorrió la espalda. Miedo. Nervios. Y la convicción de que por su culpa, la persona que más le importaba en la vida, volvía a estar en peligro. Apretó el anillo entre sus dedos. Un dolor profundo le golpeó el pecho. ¿Por qué había sido tan estúpido? Seguro que Leonor se había sentido insultada y traicionada, por él, la única persona en el mundo que podía y debía protegerla y cuidarla.
En el cruce de caminos, mandó a sus hombres detenerse.
–Nicholas, el Rey aún permanece en castillo de Berry Pomeroy, debo ir a hablar con él. Tú debes seguir buscando, tenemos que encontrarla. Cuando Enrique me aclare un asunto importante, os seguiré.
–Connor, creo que no hay nada más importante que encontrar a Leonor.
Connor se quedó callado durante unos instantes. Su amigo tenía razón, todos estaban preocupados y cada minuto que pasaba era un minuto que se ponía en su contra.
–Está bien, hablaré con él y continuaremos con la búsqueda.
Nick a regañadientes claudicó. No sabía qué demonios les había llevado a tener esa pelea y no entendía por qué Leonor se había marchado así. Connor permanecía tan frío y cerrado con él que apenas le reconocía. Vio cómo su amigo se dirigía a toda velocidad al castillo, mientras él ordenó a sus hombres que desmontaran y dieran descanso a las bestias.
Connor cruzó el portón del castillo sin ningún impedimento. El patio estaba rebosante de alegría y gente. Las celebraciones no habían bajado en intensidad a pesar de llevar más de una semana de fiestas.
Dejó su montura en manos del mozo de cuadra y se dirigió hacia el salón principal sin pérdida de tiempo.
Las puertas se abrieron y pudo comprobar el bullicio que ocupaba la sala principal. Abarrotada de gente, en su mayoría borrachos, hablaban y reían.
Vio a Enrique sentado en la mesa, rodeado de sus hombres de confianza. Connor se paró frente a él.
–¡Connor! ¡Qué alegría! Me alegro de que te hayas decidido a festejar con nosotros, solo faltas tú amigo, menos mal que la fiesta se está alargando más de lo pensado, llevo tantos días aquí que ya perdí la cuenta –dijo con una carcajada– después tendremos que festejar en el palacio Real, con la reina. Tanta celebración puede acabar conmigo. –Volvió a reír.
–Deseo hablar con vos, majestad. En privado.
El rostro serio de Connor le indicaba que nada bueno podía salir de ahí. Con calma dejó la copa en la mesa, que estaba llena de bandejas de comida y jarras de bebida, se puso en pie y le hizo señas para que lo siguiera.
Entraron en un pequeño cuarto, que permanecía cerrado y supuso que sería el único lugar del castillo que no estaba ocupado por gente. La chimenea no estaba encendida, por lo que se notaba la estancia fría y húmeda.
–Siéntate y cuéntame aquello que te preocupa.
Connor no se sentó. Miró a los ojos de su rey. Aún no podía creer que ese hombre le hubiera traicionado.
–Ha llegado a mis oídos que visitasteis mi castillo antes de venir aquí.
El Rey frunció el ceño. ¿Así que era eso? Bueno, tarde o temprano tendría que enterarse.
–Es cierto.
–Espero, que las razones que os llevaron hasta ahí no sean las que me han dicho a mí.
El Rey se puso en pie y se acercó a Connor. Vio que estaba enfadado y dolido. Sabía que tendría problemas, pero esperaba que la excusa fuera convincente.
–Bueno hijo, lo cierto es que tal vez me equivoqué, pero no hice nada con mala intención.
–¿Podéis explicaros, sire?
–Supongo que sí. Mira Connor, la corona pesa mucho y muchos son aquellos que la ansían para sí. Debo rodearme de gente fuerte y leal, de hombres competentes, que me sirvan. A cambio recibirán grandes recompensas, tú lo sabes bien… uno de eso hombres es Gael. Ya sé que entre tú y él no hay muy buena relación…
–Eso es describirlo de una manera muy suave, majestad.
–Lo sé, lo sé… como te iba diciendo, Gael se marchó después de lo de tu tío, pero no se fue en vano, en Francia se dedicó a buscar información muy valiosa para la corona, para mí, y me la hacía llegar. Fueron sus averiguaciones las que nos avisaron de lo que mi primo pensaba hacer. Después de años trabajando en la sombra, vino y me hizo una petición, no deseaba nada más que casarse con una buena mujer y formar una familia. Se lo concedí, por supuesto, pero la mujer que él deseaba no era otra que Leonor. Gael me convenció, me dijo que si le concedía la mano de tu pupila, a la que tú aprecias tanto, sin duda, tarde o temprano obtendría tu perdón y podrías volver a ser hermanos. Esa idea me agradó. No deseo que mis mejores hombres sigan enemistados. Así que me dirigí a tu castillo acompañado por Gael, para entregarle a Leonor, pero una vez allí, la muchacha nos anunció que estaba comprometida contigo, el anillo de tu madre lo confirmó, así que todos los planes fueron anulados, pero la mujer, sin saber por qué, huyó. Estuvimos buscándola durante tres días, pero me corría mucha prisa venir aquí, como te puedes imaginar, así que nos tuvimos que marchar. No pasó nada más.
Connor le miraba con intensidad. Su rostro se había vuelto frío y desconfiado. La máscara que le caracterizaba cubría cualquier signo o rastro de sentimiento. El hombre que estaba frente al Rey era el guerrero, no el hombre, y Enrique temió haber perdido la confianza de su mejor paladín.
–¿He aclarado tus dudas o necesitas que te explique algo más?
Connor respiró con fuerza. Su mujer le había contado la verdad.
Había visto un rastro de duda en el rostro del rey, sabía que ese discurso lo había practicado antes, las palabras le salían rápidas, sin expresión, como si estuviera recitando una poesía. Vio el tic del ojo, ese que asomaba en el rostro del monarca cuando mentía y se ponía nervioso. Una debilidad que no sabían muchos.
Había herido a Leonor por nada. El Rey le había traicionado y él estaba solo y roto por dentro.
–Todo está aclarado, sire. Os dejaré para que continuéis con la fiesta.
–¿No te quedas a festejar?
–No, tengo asuntos importantes que atender.
–Bien, como desees Connor.
Se despidió con un gesto de cabeza y se dio media vuelta. Cruzó el salón a toda velocidad, sorteando con agilidad los cuerpos de los borrachos que obstaculizaban el camino.
Salió a patio de armas y respiró. Respiró con fuerza. Su vida acababa de dar un giro. Todo se estaba tambaleando, todo por lo que había luchado, por lo que había vivido acabada de desaparecer.
Se sintió turbado y muy disgustado.
Ordenó al mozo que le trajera su montura y salió del castillo a toda velocidad.
***
–Si mis hombres no han conseguido dar con ella, ¿cómo vas a hacerlo tú? –Le preguntó Gael.
–Yo la conozco mucho más que vuestros hombres.
–¿En serio? ¿Puedo saber algo más de vuestra relación?
–No creo que sea necesario. Solo os diré que tenemos una cuenta pendiente y estoy desando poder saldarla.
Samuel comenzó a caminar por la opulenta habitación. Sabía que Gael era hijo de un noble, que había estado viviendo en el exilio, pero ahora al parecer, había regresado con cofres llenos de oro. Tal vez él tenía que hacer lo mismo, viajar al extranjero, amansar una buena fortuna y volver. Los hombres que poseen riquezas, poseen poder.
Fijó su mirada en los hermosos muebles de madera y en las decoraciones de plata. Bandejas, copas, candelabros… las alfombras eran mullidas y colgaban de las paredes hermosos tapices que representaban imágenes de días soleados, con hombres y mujeres preparados para ir de caza.
–Debes odiarla mucho… –dijo Gael, más para sí que para Samuel.
Este continuó caminando por la habitación.
–¿Qué habéis hecho para conseguirla? –preguntó Samuel.
–Estuve en el castillo de mi hermano, pero la muchacha huyó de allí en la noche, aún no sabemos cómo. Envié a mi mejor hombre a buscarla, pero no dio con ella, por más que recorrió la zona, de norte a sur. Había perdido su rastro y no pudimos localizarla.
–Entiendo…
Volvió a caminar de un lado para otro, pero esta vez no observaba aquello que le rodeaba, estaba pensando. ¿Dónde se habría metido Leonor? ¿Cuál sería el lugar en el que ella estaría a salvo y segura?
Los ojos de Samuel se abrieron y una mueca malvada asomó en sus labios, ¿cuál sería el lugar al que iría si no tenía a dónde ir?
Miró a Gael a los ojos.
–Creo que sé dónde se esconde…
Leonor detuvo su yegua junto a la casa y la ató para evitar que se escapara. Miró a su alrededor y suspiró. Jamás pensó en volver.
Su casa seguía cerrada, con maderos en la puerta y ventanas. Detrás, el montón de escombros calcinados que había sido el granero.
El dolor apareció golpeándola con una fuerza abrumadora.
Miró la colina en la que estaban sus padres enterrados.
Parpadeó con fuerza para evitar que las lágrimas se derramaran. Suspiró resignada y acarició el hocico de su yegua, esta respondió con un resoplido.
–Estamos en casa, Adaya. Por fin estamos en casa.
Miró a su alrededor. El frío había hecho mella en el lugar. La hermosa huerta de su padre, no era más que un montón de brotes muertos. La belleza que caracterizaba el terreno se había extinguido y en su lugar solo se vislumbraba desolación y tristeza. Tenía mucho trabajo que hacer, pero antes debía visitar la tumba de sus padres. Caminó despacio por la colina, parecía que habían pasado años desde la última vez que estuvo allí y no meses, como era el caso. El lugar debía resultarle familiar, no en vano había vivido allí toda su vida, sin embargo lo notó distante, diferente, como si aquél lugar que la había visto crecer se había acostumbrado a la ausencia y a la soledad, su presencia no importaba mucho.
Al llegar a la cima y ver las tumbas de sus padres tan cerca se le encogió el corazón. Cayó rendida a sus pies y sin más dejó que las lágrimas vagaran libres por su cara, se sentía tan triste y tan sola. Jamás pensó verse en esa situación. La muerte era algo común con lo que debían lidiar todos, pero nunca pensó verla tan de cerca, ni la de ella ni la de sus padres. Su vida había sido perfecta, la habían amado con intensidad, protegido hasta la locura y deseado su felicidad por encima de todas las cosas. Y ahora estaba sola.
El rechazo de Connor le había dolido más de lo que quería demostrar, pero ahora, allí, junto al lugar de reposo de sus amados padres, no podía engañarse, ni a ella ni a nadie. Amaba a Connor, con toda su alma y saber que no era correspondida en la misma medida le dolía, pero más aún la falta de confianza.
–Hola… –susurró– estoy de vuelta, ya estoy en casa…
El aire frío le alborotaba el pelo corto y sintió un escalofrío recorriendo su espalda. La noche se acercaba y con ella las bajas temperaturas. No podía quedarse mucho tiempo allí, debía ir a casa y preparar todo para pasar la noche.
Pasó las manos por las tumbas, intentando sentir algo, una pequeña muestra de cariño, un signo de que allí estaban ellos, con ella, apoyándola, acompañándola… pero no sintió nada. Solo frío y soledad.
Suspiró y se secó las lágrimas. Miró una vez más a su alrededor. Desde allí las vistas del bosque que la rodeaban, eran magníficas. Podía divisar toda la propiedad de su padre, la casa, el huerto, el lago… todo. Pero no había vida allí, ni color, ni nada.
Se sintió todavía más vacía.
Bajó la colina con premura y se acercó hasta Adaya.
–Bueno chica, debo prepararme para pasar la noche, te buscaré un buen lugar para ti también.
Miró con preocupación la puerta. Habían clavado tablas en toda ella para evitar que entrara alguien y en las ventanas también. Tendría que quitarlas si deseaba entrar… buscó detrás de la casa, donde su padre solía guardar todas las herramientas y encontró una barra de hierro que le podría servir. Una a una las fue desclavando hasta que toda la casa quedó liberada.
Amontonó las tablas juntas, sin duda podría utilizarlas para otra cosa, y se preparó para entrar.
Estaba aterrada.
Suspiró una vez más y se armó de valor. No tenía otro sitio a donde ir, así que más le valía mover el culo, abrir la puerta y entrar antes de que el frío nocturno la dejara congelada en el sitio.
La puerta se abrió con facilidad, como si no hubiera pasado el tiempo y la estuviera esperando, lista para dejarla pasar.
Todo en el interior estaba igual a como lo recordaba. No pudo evitar sentir una presión en el pecho y sus ojos se desbordaron una vez más. Podía sentir a su madre cerca del fuego y ver a su padre sentado frente a la mesa, mirándola hacer con los ojos llenos de amor, mientras charlaban animadamente.
Se concedió un tiempo para la melancolía y el dolor, al fin y al cabo, aún estaba de luto.
Avanzó por la casa, mirando todo y tocando todo. La mesa, las sillas, el baúl donde guardaban las sábanas, las tazas de su madre…
La casa estaba llena de polvo así que antes de que la noche la alcanzara, abrió las ventanas y comenzó a limpiar. Ella era fuerte, su padre le había enseñado el valor y el honor, no se dejaría amedrentar por tener el corazón herido, saldría adelante, como su padre le había enseñado y lo superaría. Podría hacerlo, estaba segura.
No tenía apenas leña, así que salió fuera y comprobó el montón que su padre siempre tenía preparado, solía decir que debía amontonar leña en verano para no tener frío en el invierno. Con paciencia y cuidado, para no hacerse daño, llevó los leños al interior de la casa y después prendió el fuego. Ver las llamas en la chimenea le dio alegría.
Cerró las ventanas y llevó a Adaya al único lugar dónde podría pasar la noche sin helarse, una pequeña construcción dónde su padre solía guardar los aperos de la labranza. Le puso un caldero con agua y un poco de paja para que comiera.
Su próxima hazaña sería prepararse algo para cenar.
Estaba cansada. Había limpiado un poco la casa y cambiado la ropa de la cama. El fuego rugía con fuerza y tenía agua hirviendo, lista para ser usada en cualquier momento.
Las pequeñas reservas de comida de su madre, estaban en su mayoría estropeadas, y tuvo que tirarlas, solo podían ser comestibles algunas legumbres, por lo que esa noche no había nada que llevarse a la boca.
Con el cuerpo dolorido y el estómago vacío, Leonor pasó su primera noche en la que fue su casa. Cuando se acostó, estaba tan rendida que apenas tuvo tiempo de rezar sus oraciones, cayó dormida casi al instante de apoyar la cabeza en el camastro.
Connor murmuraba frustrado. La noche ya les había alcanzado y no había rastro de Leonor. Estaba tan preocupado que no consiguió tragar el trozo de carne que le ofrecía Nick. No podía imaginar a su mujer, durmiendo a la intemperie, acurrucada en el suelo en cualquier parte del bosque. La sola idea le aterraba y oprimía el corazón.
No pudo pegar ojo y recibió con alegría los primeros rayos de sol. Un nuevo día comenzaba y él tenía que dar con la muchacha lo antes posible.
***
Se moría de hambre. Esa sensación, terrible, de tener el estómago vacío la despertó casi a la misma vez que los primeros rayos de sol acariciaban la colina. No podía esperar mucho más, necesitaba víveres para pasar el invierno. Conservaba las monedas de Edmond, las esparció por la mesa y las contó. No tenía mucha idea de lo que le costaría sobrevivir al invierno, pero supuso que con ellas tendría suficiente. Sabía que sus padres poseían tierras, tal vez hubiese alguna forma de conseguir más monedas, tendría que ir a hablar con sir Wilson, seguro que él le ayudaba. Pero no deseaba caridad, no pensaba alejarse de la casa ni unos metros, tendría que aprender sola.
No tenía mucha idea sobre herencias, tampoco era consciente si aún le pertenecía algo, sabía que la mayoría de las mujeres no podían heredar ni títulos ni tierras. Su padre no le había advertido de nada, no le había explicado su situación real.
Debía estar un poco enfadada por eso, durante toda su vida le habían ocultado su verdadera realidad, pero no podía estarlo, ni siquiera lo intentó, porque no le importaba si poseía tierras y riquezas, no cambiaría ni un solo segundo vividos en aquella pequeña parcela junto a sus amados padres por nada del mundo. Se levantó y encendió la chimenea que aún mantenía algunas brasas. El fuego pronto vibró y concedió a la austera habitación un poco de brillo y vida. Acercó el agua para que se fuera templando. Odiaba lavarse con el agua congelada.
Se lavó la cara y después observó con interés la herida. Parecía haber cicatrizado bien, ya no necesitaba ningún vendaje, pero ella por si acaso volvió a vendarla, le hacía sentirse más segura. Luego se puso uno de los vestidos de tosca lana que no se había llevado cuando abandonó su hogar, para seguir a Connor.
Era hora de salir y acercarse a la aldea, tal vez algún vecino pudiera venderla algunas viandas con las que pudiera sobrevivir hasta que se celebrara el mercado de invierno. Su estómago rugió con fuerza.
Se llevó las manos a la cabeza y notó su pelo corto. ¡Ya casi se había olvidado de él! No podía salir así de casa, ya no era un hombre. Rebuscó entre las ropas de su madre hasta que dio con un pañuelo y se lo colocó de forma que el pelo quedara oculto. Se quedó más tranquila.
Se apresuró a coger algunas monedas y escondió el resto, cogió su capa y se la ató, pero cuando iba a salir un pequeño ruido en el exterior llamó su atención.
Podía ser un animal, el sonido del viento o cualquier otra cosa, pero si algo había aprendido en las últimas semanas, era a no bajar la guardia. Buscó sus armas y cogió la daga y la espada. Se acercó muy despacio, intentando no hacer ruido, hasta la ventana y miró al exterior. No se veía nada.
Notó como su corazón se aceleraba, el pulso le latía fuerte en las sienes y un mal presentimiento la invadió. Había alguien fuera, estaba segura, pero no sabía si ese alguien era bueno o no, si traía buenas intenciones o no… eso estaba por ver. Se apartó de la ventana y se colocó en el centro de la habitación y esperó. Esperó tensa y lista para el ataque que sabía a ciencia cierta, que se iba a producir.
Los villanos no se hicieron esperar. Los pasos amortiguados, sonaron en la tarima de la entrada. Era más de uno.
Quién fuera, que entrara, ella estaba más que lista para la lucha. Se quitó la capa y la dejó caer en una silla. Agarró la espada con fuerza y guardó la daga en su bota. Posicionó los pies en el suelo y miró fijamente la puerta.
Un golpe sordo la partió, dejándola rota por varios sitios. Las astillas y trozos de madera volaron por el cuarto, pero ella no se movió.
Un hombre, grande y fuerte, entró en la estancia, con paso fuerte y seguro. Sus ojos se abrieron de la sorpresa al verla lista para atacar.
Seguidamente entró otro hombre, pero se detuvo en el umbral y se quedó mirando a la mujer. Ella le conocía. Samuel. La rabia creció en su interior. El malvado había regresado a terminar lo que empezó. Pero esta vez, ella presentaría batalla.
–¿Está dentro? –La voz seca y dura de otro hombre sonó en la espalda de Samuel. Este se giró.
–Sí, la gatita está aquí y al parecer lista para arañar.
Se hizo a un lado y dejó paso.
Gael entró en el cuarto. Sonrió al verla y a Leonor se le encogió el corazón al comprobar que esa sonrisa era tan parecida a la de Connor. Los ojos comenzaron a escocerle, pero ella parpadeó varias veces y mantuvo la posición.
–¿Se puede saber a qué debo tan inesperada visita? –Preguntó.
Su voz había sonado fuerte y firme. Ningún rasgo de debilidad ni de miedo quedaba marcado.
–¡Vaya!... parece que la muchacha tiene valor… –comentó Gael con un deje de ironía.
–Sí, al parecer le sobra valor, veremos si le sirve de algo.
–Samuel, si te acercas a mí, te juro que te mataré. –Le prometió.
El hombre soltó una carcajada y se dobló en dos, golpeándose las rodillas mientras se reía.
–¿En serio? –Le preguntó una vez recuperado– ¿Y cómo una gatita como tú va a poder matarme? ¿No ves que no estoy solo?
Ella le miró desafiante.
–¿Y de qué otra manera ibas a aparecer? Es de todos sabidos que los cobardes se esconden tras los más fuertes.
El rostro de Samuel se tornó rojo y dio un paso al frente con la intención de acercarse hasta ella y darle su merecido.
La mano de Gael le frenó en seco.
–Te está provocando…
Samuel volvió a mirar a la mujer con odio, pero no avanzó.
–No sé qué queréis de mí. –Dijo, pero esta vez miraba directamente a Gael.
–Bueno querida, no es que quiera nada de ti, exactamente, pero tú eres el mejor medio para conseguir el fin que estoy buscando. Es una pena, la verdad, porque me gustaría mucho disponer de tiempo y poder domar a la fierecilla que llevas dentro, debe ser muy divertido, pero por desgracia no tengo tiempo para el placer. Tienes que venir conmigo, es la única manera de atraer a Connor, él es la presa que persigo.
Leonor seguía manteniendo la posición.
–No haré nada que pueda herir a Connor.
–Soy consciente de eso, pero aquí mi amigo Brutus –dijo mientras señalaba al hombre grande que había partido la puerta– no tiene ningún miramiento con que tú seas mujer, él se encargará de que nos obedezcas.
La mirada de Leonor se desplazó rápidamente, del rostro de Gael al de Brutus, sin embargo no se movió.
Gael volvió a sonreír.
–Puedo vislumbrar lo que ha enamorado a mi hermano.
–¡Basta ya de tantas tonterías! Cojamos a la muchacha y vayámonos de aquí. –Gruñó Samuel– No tenemos todo el día.
Brutus movió sus pies lentamente hacia Leonor, y ella se posicionó para luchar contra él.
El hombre no llevaba espada, pero sacó una daga brillante y reluciente de su cinturón.
–No le hagas daño, la necesitamos con vida– Le ordenó Gael.
Brutus gruñó y dio un paso más al frente. Leonor se mantuvo quieta, esperando.
El hombre se movió rápido y de un salto se posicionó frente a ella, alzó la mano y quiso atraparla, pero Leonor sin pensarlo, se defendió con la espada, hiriendo al hombre en el brazo. Este, disgustado, dio marcha atrás y se apretó la herida, que sangraba profusamente.
–¡Zorra! –la espetó.
–Y tú asno. –Le escupió ella con una sonrisa dulce en el rostro.
Gael soltó una carcajada.
–¿Y este es tu mejor luchador? –le preguntó a Samuel sonriente y divertido con el espectáculo.
Samuel no le veía la gracia y su estado de humor empeoró aún más al ver la cara de suficiencia de Leonor.
–Brutus, vamos, atrápala, tenemos que irnos.
El esbirro movió la cabeza como para serenarse, abrió las piernas y apoyó los pies fijos en el suelo. No dejaría que una pequeña mujer le pusiera en ridículo.
–Algo no está bien. –Murmuró Connor.
–¿A qué te refieres? –Preguntó Nick que mantenía su caballo cerca del de Connor.
–Ya deberíamos haber dado con ella, no hay rastro, ni huellas, ni nadie que la haya visto… algo no va bien…
Con un gesto de la mano, ordenó a todos sus hombres que se detuvieran. La compañía se paró en el acto. Las bestias resoplaban ansiosas y el vaho de sus alientos se mezclaba con los bancos de niebla que aparecían de vez en cuando.
Connor miró a su alrededor, pero más que para ver, intentaba pensar. Sus ojos se movían con rapidez de un árbol a otro, pero no los veía.
–¡Robert! –Voceó después de unos minutos.
El muchacho se aproximó a su señor.
–Mi señor…
Los ojos negros de Connor se clavaron con premura en el rostro de Robert. El muchacho que tenía en frente, nada tenía que ver con el que había conocido en el castillo de sir Wilson. Su rostro, antes casi infantil, ahora mostraba los rasgos típicos de los hombres, la barba de varios días poblaba su rostro y sus ojos brillaban de inteligencia y de conocimientos. La vida del chico había cambiado, ya no volvería a ser el muchacho ingenuo que antes fue. La vida de los hombres de guerra cambia desde la primera batalla que presencian, el horror y las vidas perdidas los aíslan de cualquier sentimiento, muchos incluso pierden la cordura.
–¿Cuáles fueron las palabras exactas de Leonor?
Robert lo miró extrañado.
–Necesito que me digas lo que pasó exactamente.
El muchacho afirmó con la cabeza y rebuscó en su memoria.
–Ella me sonrió dulcemente, como hacía semanas que no la veía sonreír… y me dijo: Me voy a casa…
Connor sintió como si una mano le oprimía el corazón. Miró al frente preocupado y angustiado.
–Nos hemos equivocado de camino –dijo, para nadie en particular–, ella no se dirige al castillo, ha vuelto a la casa de sus padres…
La estupefacción se apoderó de toda la compañía. Si su señor decía la verdad, había perdido más de un día y ahora tendría que dar marcha atrás.
No hizo falta ninguna señal u orden. Los hombres giraron sus monturas y siguieron a su señor.
La lucha estaba siendo dura. Leonor sabía que no sería fácil, había herido a Brutus en varias zonas de su cuerpo, la sangre chorreaba por el piso de madera, pero no parecían menguar las fuerzas del hombre. Ella tenía la ventaja de que su espada era larga y se anticipaba a los movimientos de él, pero la fuerza superior y la resistencia de Brutus, jugaban en su contra. Leonor ya notaba el cansancio calarse en su cuerpo. Se sentía débil y sus movimientos comenzaron a ser más lentos.
Pero no pensaba rendirse.
Brutus la miró con maldad y sonrió. Notaba que las fuerzas de la mujer menguaban, él la estaba cansando. Cuando no pudiera más, simplemente tenía que cogerla y cargarla.
Pero Leonor no había practicado durante toda su vida para dejarse vencer. Recordó las enseñanzas de su padre y las prácticas con Robert. Tendría que anticiparse a los movimientos del hombre, no defenderse, sino atacar. Se secó el sudor de la frente, agarró la espada con ambas manos y miró fijamente a Brutus, la pelea se terminaba ahí, para bien o para mal.
Brutus entendió mal la mirada de la mujer, pensó que se estaba dando por vencida, así que rápidamente avanzó hacia ella, moviendo la daga con la intención de detener la posible estocada. Pero Leonor no pensaba defenderse. Giró sobre sí misma y cogió impulso y fuerza a la vez que se agachaba y levantaba la espada, que fue a clavarse en el estómago de Brutus.
Este la miró con sorpresa al tiempo que dejaba caer la daga. Bajó sus pequeños ojos castaños hasta el lugar de su cuerpo por el que sobresalía la empuñadura de la espada. Leonor le miró a la cara y sin más retiró la espada, empujando a Brutus que cayó con fuerza sobre su espalda.
Estaba herido de muerte.
El hombre miró por última vez al que había sido su señor y luego su compañero. El rostro de Samuel mostraba sorpresa y después rabia.
–¡No me lo puedo creer! ¡Maldito imbécil! ¡Te ha vencido una mujer!
Brutus cerró los ojos mientras su corazón dejaba de latir y lo último que escuchó fue el insulto que le escupió Samuel.
La oscuridad se lo llevó.
Leonor miraba el cuerpo inerte del hombre. Su respiración estaba agitada debido al esfuerzo. No le dio tiempo a aceptar la situación, tenía a sus enemigos frente a ella y no podía bajar la guardia aunque apenas le quedaban fuerzas para mantenerse en pie.
Alzó el rostro con orgullo y suficiencia y clavó la mirada en las caras de estupefacción de Samuel y Gael. Si se la iban a llevar, estaba claro que no se lo pondría fácil.
Los hombres se miraron entre sí. Gael se encogió de hombros y sonrió.
–Creo que si quieres un trabajo bien hecho, debes hacerlo tú mismo. –Le dijo a Samuel.
Este no salía de su asombro. No tenía la más mínima intención de ponerse en peligro, no deseaba morir, él solo quería tener a Leonor en sus manos y poder dar rienda suelta a su imaginación, conseguir hacerle todo lo que había soñado, pensado y planeado. Pero no quería morir en el intento, tenía que ser una experiencia grata, algo que recordar toda su vida, no ser la causa de su muerte.
Dio un paso atrás e hizo una reverencia.
–Toda vuestra, mi señor –le dijo en tono jocoso y burlón.
Gael sonrió.
–Me lo imaginaba…
Sacó su espada del cinturón y se puso frente a Leonor mientras Samuel arrastraba el cuerpo sin vida de Brutus al exterior. Luego tendría que vérselas con su otro compañero. Supuso que no le sentaría nada bien el desenlace final, pero ya pensaría en eso más tarde.
Gael miró fijamente a la mujer. Leonor era muy hermosa, no podía negarlo, aunque esta nueva Leonor no tenía nada que ver con la mujer remilgada, educada y bien vestida que conoció en el castillo de Connor. Esta nueva Leonor le atraía mucho más. Sus ojos verdes brillaban con fuerza y su rostro, sonrojado por el esfuerzo, contrastaba con su piel pálida. Tuvo ganas de abrazarla y acariciarla, no de sacar su espada y apuntarla con ella. Sin embargo la situación era la que era.
–Bueno mujer, sin dudas eres una caja llena de sorpresas, esta mañana ni por la cabeza se me pasó tener que pelear contra ti como si fueras un hombre vulgar y corriente. Aunque no creas que no me agrada esta nueva faceta tuya… si no le hubiera prometido a Samuel que serías para él, yo mismo me deleitaría con tu magnífica presencia durante algún tiempo.
Leonor no dijo nada. Estaba concentrada. Su cuerpo pedía a gritos un descanso y sabía que Gael era mucho mejor luchador que Brutus. No tenía forma de escapar y no creía que pudiera vencerle.
Gael sonrió y Leonor palideció. Esa sonrisa… tan igual a la de Connor y esos ojos… aunque se parecían mucho, ella era consciente de las diferencias entre los hermanos. Dónde Connor desprendía honor y valor, Gael utilizaba artimañas y engaños. Ahora no tenía otra opción más que la de defenderse y luchar. Connor jamás consentiría algo así.
Suspiró con fuerza y se preparó. Este sería el día más largo de toda su vida y con un poco de suerte, el último, ella intentaría morir luchando, no deseaba ser apresada por esos dos malvados villanos y por nada del mundo sería la causante de la desgracia de Connor. Ya tenía decidida su estrategia. Moriría luchado contra Gael.
Los caballos avanzaban al galope. Connor era consciente de que no podrían seguir mucho más con este ritmo, los animales no lo resistirían, pero aun así forzaría al máximo. Debía llegar cuanto antes a la casa de los padres de Leonor, tenía un terrible presentimiento que le oprimía el alma, ella estaba en peligro, lo sabía, lo sentía. Tenía que llegar hasta ella cuanto antes.
Los golpes que propinaba Gael eran fuertes, no deseaba dañarla pero sí agotarla. En más de una ocasión, Leonor había estado a punto de conseguir su propósito, pero Gael había apartado la espada en el último momento. Era más que consciente de que la mujer se comportaba como una suicida. No deseaba ser atrapada y prefería morir. Eso era loable y Gael se vio una vez más, impresionado, pero él no sería el responsable de la muerte de la mujer, no al menos mientras Connor estuviera con vida.
A ella le temblaban las piernas, apenas podía sujetarse. No estaba recuperada del todo de la herida de flecha y a eso había que sumarle que no había comido nada desde la mañana del día anterior. No soportaría mucho más.
Gael volvió a moverse frente a ella, intentando rodearla y atraparla por la espalda. Ella se giró rápidamente con la espada en alto.
Pero no se dio cuenta de que ahora le estaba dando la espalda a la puerta y Samuel se aproximaba a ella con cautela. Mientras Gael la entretenía, Samuel la cogió por la espalda y la inmovilizó.
Leonor gritó y pataleó con todas sus fuerzas.
–¡Maldito seas! ¡Suéltame Samuel! ¡Suéltame!
Samuel la sostuvo con fuerza por el cuerpo y la puso en pie, pero ella se impulsó haciendo apoyo en el pecho de él y le propinó una tremenda patada a Gael que le obligó a doblarse en dos del dolor.
Cuando se incorporó estaba furioso, tanto que no pudo controlarse y le propinó un puñetazo a Leonor que la sumió en la inconsciencia.
–Menuda fiera… –murmuró mientras la observaba, flácida en los brazos de Samuel.
Este sonrió.
–Ahora ya sabes por qué me gusta tanto…
Ambos salieron de la casa y se acercaron a la linde del bosque donde tenían escondidos los caballos. Gael cogió a la muchacha de los brazos de Samuel y la subió en su montura, no se fiaba nada de él.
Si Samuel notó la desconfianza, no dijo nada, se montó en su caballo y sin decir palabra avanzaron hacia el lugar que tenían preparado para mantenerla escondida.
Gael notó el cuerpo cálido y dulce de la muchacha y por un instante sintió nostalgia, le vinieron a la cabeza recuerdos de otro cuerpo, de otra mujer y de otro tiempo. Por un momento estuvo tentado de secuestrarla, de huir de allí con ella y de obligarla a casarse con él, sería un plan más cruel para Connor, comprobar como Leonor paría los hijos de la persona que más odiaba. Se volvería loco pensando en que sería su hermano odiado el que poseería el cuerpo de su amada todas las veces que lo deseara… sí, ese castigo sería más cruel y para él más placentero, pues Leonor le atraía de una manera especial, ninguna mujer, excepto Diana, había conseguido excitarlo tanto.
Escuchó el sonido de los cascos del caballo de Samuel y volvió a la realidad. Los planes ya estaban pensados y él los seguiría hasta el fin.
Connor sufriría en sus propias carnes el dolor que llevaba sufriendo él mismo desde hacía años…
La venganza estaba cerca.
Leonor despertó en un camastro sucio y asqueroso, con un terrible dolor de cabeza. Abrió los ojos muy despacio y pudo comprobar que los rayos del atardecer, asomaban a través de las ventanas. Tenía frío, hambre y sed. Intentó incorporarse pero no pudo, estaba atada al camastro.
Samuel se acercó rápidamente hasta ella.
–¿Ya te has despertado?
Su sonrisa patética le produjo unas ganas terribles de vomitar, pero no apartó la mirada de los ojos de aquél hombre tan indeseable.
Gael apareció en su campo de visión. El parecido físico con su hermano la dejaba sin respiración, pero el odio que desprendían sus ojos era un claro signo de que él no tendría ningún problema en noquearla otra vez.
–¿Qué queréis de mí? –Preguntó con la boca pastosa y seca.
–Nada, –le contestó Gael– tú eres la única que puede hacer que Connor caiga en la trampa, esa es mi verdadera intención, cuando hayas cumplido tu cometido no necesitaré nada más de ti.
–No, después serás toda mía y yo sí que deseo algo de ti –le dijo Samuel mientras recorría su cuerpo con ojos lascivos.
–Os equivocáis, Connor no vendrá a buscarme. –Contestó ella con más convicción de la que sentía en realidad.
–¿Ah no? ¿Y eso por qué? –Preguntó Gael, fingiendo curiosidad.
–Él no sabe dónde estoy. Me escapé de su lado.
Gael soltó una carcajada mientras se golpeaba la rodilla con la mano.
–¿En serio? ¿Qué habrá hecho mi hermanito para que su prometida huya despavorida?
–Ya no soy su prometida. –Le dijo con rabia.
Tenía que pensar la mejor forma de evitar que estos dos hicieran daño a Connor, aunque ella dudaba de que él pudiera encontrarla o quisiera, siquiera, ir a buscarla, después de su precipitada partida. Sabía que Connor estaba dolido y que no había creído ni una sola palabra de lo que ella le había contado. Él era un hombre de honor, sí, pero ella le había traicionado, primero al escaparse del castillo, después al haber formado parte de la batalla y resultar herida y como punto final, haber inventado una historia tan descabellada y absurda.
Solo sería consciente de la verdad cuando regresara a sus tierras y Edmond le pusiera al corriente de todo, pero para eso aún faltaban unas semanas y después, si él se encontraba con ganas, la buscaría y eso supondría más semanas. No creía que Gael estuviera dispuesto a esperar en aquél lugar tanto tiempo, sin duda perdería la paciencia y las cosas se precipitarían. Leonor no quería ser la causante del sufrimiento de Connor, debía encontrar la forma de huir de allí y poner sobre aviso a Connor. Necesitaba tiempo y un plan, pero su cabeza seguía aletargada y el dolor no la daba tregua.
Los caballos entraron en tropel en las tierras del padre de Leonor. Connor detuvo el suyo y se quedó quieto, en silencio, observando.
Tras él todos los demás. Nicholas miraba de un lado a otro y no daba crédito.
Desmontaron y avanzaron hasta la casa, primero lentamente y después Connor no pudo más y echó a correr.
El cuerpo que divisaban en el suelo era el de un hombre grande y fuerte.
–Pero… ¿qué…?
–Está muerto, Connor. –Le confirmó Nick, que estaba agachado junto al cadáver– Y al parecer algún animal se ha dado un festín con él.
Se puso en pie y se acercó hasta su amigo. La puerta de la casa de Leonor estaba abierta de par en par.
La premonición de Connor se había cumplido.
Con paso firme y decidido avanzó hasta el interior. Los muebles estaban volcados, el suelo sucio de sangre y la espada de Leonor tirada de cualquier manera en medio de la habitación.
–Han arrastrado el cuerpo, no creo que Leonor hubiera podido hacerlo sola. –Le informó Nick.
–Y su espada está en el suelo, ella jamás se iría sin su espada. Se la han llevado. –Confirmó Connor.
En medio de la habitación, Connor giró sobre sí mismo. Sintió pánico al comprobar que allí se había producido una pelea. La espada de Leonor estaba manchada de sangre, así que la mujer se defendió. No sabía si ella también estaba herida y eso le destrozaba por dentro.
–Hemos llegado tarde… –suspiró.
De pronto algo llamó su atención. Un trozo de pergamino, sujeto a la pared por medio de una daga. Se acercó despacio y lo arrancó de un fuerte tirón.
Lo leyó en voz alta.
“Hace años, tú me arrebataste a la mujer de mi vida. Ahora te toca a ti. Estamos en paz, hermano”
Connor alzó los ojos y los clavó en los de Nick.
No sentía miedo, ese sentimiento estaba muy lejos, lo que sentía era pánico. Un pánico tan inmenso y atroz que le dejó paralizado.
Robert, tras ellos, no dejaba de mirarlos. No podría soportar comprobar que Leonor había muerto y mucho menos, por una antigua enemistad entre hermanos de la que ella no tenía nada que ver, sería tremendamente injusto. Su pecho se encogió.
–Connor, estoy seguro de que aún sigue con vida, debemos encontrarla. –Le dijo Nick.
No podía pensar, no podía hablar, solo podía sentir como su pulso acelerado golpeaba con fuerza sus sienes, notaba el profundo calor que había invadido su cuerpo y luego el frío, despiadado y afilado.
–¿Por qué crees eso? –Tenía que preguntarlo, tenía que sentir que había esperanza, alguien debía ayudarle a salir de ese trance horrible.
–Piensa Connor, si la hubiera matado, ¿por qué llevarse el cadáver? ¿Qué hacer con un cuerpo sin vida? Lo más fácil y seguro hubiese sido dejarlo aquí, tú lo verías y así tu sufrimiento sería mayor. Ella está viva y Gael espera que lo busques y lo encuentres. Ésa será su venganza, que tú veas con tus propios ojos como le arrebata la vida. Esto no tiene sentido –dijo mientras abarcaba con una mano toda la habitación–, no va con él, lo que ansía es causarte el máximo dolor y dejarte una nota no creo que sea todo a lo que aspira después de casi una década tramando su venganza.
Al oír las palabras de Nick, Connor comenzó a respirar. Había esperanza, ella estaba viva, tenía que estarlo…
Nick se acercó hasta su amigo y le apretó el hombro.
–No es tiempo de que pierdas la cabeza y te desmorones, ahora es el momento para que pienses fríamente y averigües donde está tu hermano y tu mujer.
Connor afirmó con la cabeza. Leonor le necesitaba, ahora más que nunca y él no podía fallarle.
–Esto no lo ha podido hacer solo. –Comentó.
–No, –contestó Nick– por lo menos eran tres, el muerto, Gael y el que arrastró el cadáver.
–Sí, y si vino con compañía su intención no era matarla.
–Cierto –convino Nick.
Robert les miraba. Su mente estaba bloqueada, pero ver a su señor convencido de que Leonor aún seguía con vida, le había quitado un gran peso de encima. Él debía pensar lo mismo, no podían darse por vencidos.
Leonor estaba viva y les necesitaba.
–¿Y dónde podrían llevar a una mujer que estará atada y amordazada sin que nadie les descubra por el camino? –Le preguntó Connor a Nick.
Robert miró a través de la ventana.
–Desde luego no muy lejos, y seguro que no transitarán por caminos donde puedan ser vistos y reconocidos. –Respondió Nicholas.
–Solo hay un lugar en los alrededores donde se pueden esconder y no ser descubiertos. –Contestó Robert. Su corazón había comenzado a bombear sangre al cerebro y las ideas brillaban en su mente, alzó los ojos esperanzados y miró a los dos hombres. En sus labios asomó el principio de una media sonrisa.– Mi señor, solo hay un lugar al que nadie iría, ni de día ni de noche, porque se piensa que está embrujado y los espíritus vagan a sus anchas. No está muy lejos de aquí y no hay que ir por ningún camino.
Connor se acercó de una zancada hasta el muchacho y apoyó su enorme mano en su hombro.
–Dime dónde.
–El claro del infierno, mi señor. En aquél lugar era dónde vivía hace muchos años el guardabosque, pero un día apareció muerto, en extrañas circunstancias, y en las paredes se podían ver signos escritos con la propia sangre del desdichado. El párroco informó de que eso debía ser obra del maligno y prohibió a la gente que se acercara hasta ahí, porque no podía asegurar la salvación del alma que pisara ese trozo de tierra. Desde entonces nadie se ha acercado. Es el lugar perfecto para mantener a una persona encerrada durante mucho tiempo.
Nicholas miró a Robert.
–No es bueno tentar a lo desconocido…
Este correspondió a su mirada.
–Me conozco este bosque como la palma de mi mano, no hay ningún otro sitio en dónde poder esconderse sin llamar la atención. No existen más que unas pocas cuevas naturales y no son lo bastante grandes. Hay mucha maleza y supongo que muchas zonas donde nadie pisa y menos ahora con este tiempo, pero no creo que hayan decidido pasar la noche a la intemperie, se congelarían y los fuegos que encenderían serían visibles. Estamos bastante lejos de la próxima aldea, y no creo que hayan ido por ahí con Leonor atada, cruzando caminos en los que pueden encontrase gente. El único lugar es ése…
–Lo comprobaremos, no tenemos opción.
Nick no estaba muy convencido, no le hacía ninguna gracia pisar un lugar que estaba maldito. Él podía luchar cuerpo a cuerpo con otro hombre, pero no se veía capaz de medir sus fuerzas con lo sobrenatural.
Connor le golpeó en la espalda.
–Ánimo Nick, yo te protegeré las espaldas amigo, no debes temer nada, no dejaré que te hagan daño.
La mirada de fuego de Nick hizo que Connor soltara una carcajada.
Estaba más animado, lleno de energía y fuerza. Iba a encontrar a Leonor y acabaría con el malnacido de su hermano y con todo aquél que amenazara la existencia de su amada.
Salieron de la casa y se dirigieron hasta sus monturas.
–Guíanos. –Le ordenó Connor.
Y Robert los guio.
Avanzaron despacio, aprovechando la maleza como camuflaje. Habían dejado los caballos atrás, eran demasiado ruidosos y Connor sabía que Gael estaría preparado ante un posible ataque. Tenía que pillarlo por sorpresa, salvar a Leonor y después matarlo con sus propias manos. Miró a sus hombres que avanzaban en silencio, no había más de seis, sin contar a Nick y a él mismo. Por un momento se arrepintió de la premura con la que había obrado, quizá debía haber esperado, enviar a un mensajero y traer a sus hombres hasta allí, no deseaba luchar en desventaja numérica, pero el tiempo era un bien muy preciado del que carecían, tenía que arriesgarse y confiar en la destreza de sus hombres. Respiró lentamente y el vaho que salía de su boca formó una pequeña nubecita que desapareció con rapidez, para ser sustituida por la siguiente exhalación.
Robert tenía razón, al parecer durante mucho tiempo, nadie se había acercado por ahí, el bosque crecía salvaje y lo que una vez fueron caminos creados por el hombre, ahora solo eran un lugar perdido entre ramas y follaje. Avanzar no estaba resultando fácil, y hacerlo en completo silencio era casi imposible.
Gael no estaría solo, pero no tenían ni idea de cuántos podían acompañarle. Habían descubierto huellas de caballo adentrándose en el bosque, no parecían más de tres, pero no podía afirmar con seguridad que no hubiera más. Su hermano no era tonto y si había sobrevivido al exilio sin ayuda y había regresado como un hombre de confianza del Rey, con riquezas y honor, demostraba, sin ninguna duda, la valía del hombre. Pero eso no preocupó a Connor. Su hermano estaba versado en el arte del engaño y la traición, mientras que él era un hombre de guerra. Sin duda, pillarle desprevenido sería difícil, pero no imposible.
Robert le informó, mediante un gesto, que estaban a punto de llegar. Ahora tendrían que obrar con mucha calma y tranquilidad. Seguro que había hombres apostados en cualquier parte, listos para dar la voz de alarma y ellos debían evitar que cumplieran con su misión.
–Si es cierto lo que dice, pueden pasar semanas hasta que se digne aparecer –Le susurró Samuel.
No había previsto ese inoportuno contratiempo, si la muchacha no mentía y a la vista estaba que volvía a ser una campesina y no habían encontrado el anillo de compromiso, era muy probable que Connor no se presentara a rescatar a su dama.
Pero, ¿su hermano sería capaz de comprometerse y abandonar a su novia a la primera de cambio? Si era así, mucho había cambiado. Él le recodaba como un hombre de honor, fiel a sus promesas, fuerte y temerario, ¿en esos años podía haberse corrompido tanto? Era posible, no en vano por sus venas corría la misma sangre y él mismo, no era un techado de virtudes que digamos.
Ese contratiempo le molestó. Tenía demasiados deseos de terminar con todo eso cuanto antes, no soportaba a Samuel, era un ser mezquino y ruin, aunque le había servido bien, no deseaba permanecer más tiempo del necesario junto a él. El otro hombre, el compañero de Brutus, seguía fuera, esperando. No había mostrado ningún signo de dolor o pena al ser informado de la muerte del hombre con el que había compartido tantos años, en su lugar se había encogido de hombros y se había sentado en el tronco donde supuestamente, vigilaba.
–¿Dónde estamos? –Preguntó Leonor.
Samuel se apartó de Gael y se dirigió hacia ella.
–Ni te lo imaginas. –Le contestó a su vez.
–Sorpréndeme. –Le retó.
Una sonrisa malvada asomó a los labios de Samuel.
–¡En el claro del infierno!
La muchacha abrió mucho los ojos.
–¿Estáis locos? No deberíamos estar aquí.–Dijo aterrada.
–Bah… no debes preocuparte Leonor, no es a los muertos a los que debes temer.
Leonor no hizo caso del comentario de Samuel y dirigió su mirada hacia Gael.
–No deberíamos estar aquí, el último hombre que vivió en esta casa murió de una manera terrible y en extrañas circunstancias. El párroco declaró el lugar como maldito.
Samuel rompió a reír y ambos le miraron.
–No seas ingenua Leonor, al antiguo guardabosques no el mató un demonio. Fue algo más simple, hizo enfadar al hombre equivocado.
Los ojos de Leonor amenazaban con salirse de sus órbitas.
–Pero…
–Pero nada, no sigas por ahí, este lugar es tan bueno como cualquier otro. –Y sin más se dio media vuelta y salió por la puerta.
Gael suspiró y se sentó en la única silla que había en la habitación.
Ella le miró fijamente. Era un hombre normal y corriente, y su parecido con Connor la perturbaba, sin duda no daba la impresión de estar loco, como Samuel y no entendía hasta donde podía llegar el odio hacia su hermano.
–¿Por qué haces esto? –Le preguntó.
Gael alzó la mirada y clavó sus ojos oscuros en los de la mujer.
–Deberías estarme agradecida.
Se acercó hasta ella y con cuidado le desató las cuerdas que la mantenían tumbada.
–¿Agradecida? –Preguntó sorprendida, mientras se frotaba las muñecas para que la sangre volviera a circular por ellas.
–Sí, el plan inicial era dejarte aquí, junto con Samuel y yo me iría a buscar a Connor. Pero he visto la forma en la que te mira y sé que tiene planes para ti, y me atrevo a afirmar que no serán de tu agrado, por eso he decidido cambiarlos, para evitar que pueda hacerte daño, al menos antes de que yo cumpla con mi propósito.
Ella se quedó en silencio durante unos minutos.
–Gael, yo no tengo nada que ver con lo que pasó entre tu hermano y tú.
–Ya lo sé, lo sé muy bien, pero eres la única manera que tengo de devolverle todo el daño que me causó.
Ambos se quedaron en silencio durante unos minutos, cada uno sumido en sus propios pensamientos.
–Te voy a pedir un favor…–le dijo ella mientras le miraba a los ojos– si consigues tu propósito y al final le arrebatas la vida a Connor, te suplico que después me mates a mí. No me dejes en manos de Samuel, por favor.
Gael no daba crédito a lo que la muchacha le estaba pidiendo.
–¿Me estás pidiendo que te mate después de matar a mi hermano?
–Eso mismo. Si Connor muere, yo ya no quiero seguir en este mundo y sé que Samuel, tarde o temprano, me matará, solo te pido que me ahorres el sufrimiento. Mátame. Una puñalada en el corazón o córtame el cuello… lo que prefieras, pero no me dejes en manos de ese demente.
–Sabes Leonor, si las circunstancias de nuestra vida hubiesen sido distintas, tú y yo habríamos sido buenos amigos.
–Las cosas aún pueden cambiar, Gael.
–No… ya no Leonor, hemos llegado a un punto de no retorno. Yo odio a mi hermano por lo que me hizo y él no me perdonará jamás lo que hice yo. Intentar llevarnos bien es alargar el desenlace. Estoy seguro de que tarde o temprano acabaríamos matándonos…
El hombre estaba sentado con las piernas abiertas y los codos apoyados en sus muslos, se agarraba las manos con fuerza y movía los dedos de vez en cuando. Agachó la mirada y se concentró en respirar. El odio que le había mantenido con vida durante tanto tiempo, amenazaba con desaparecer bajo la atenta mirada de esa mujer. Una mujer hermosa, valiente, inteligente y leal.
–Dime, ¿qué fue aquello tan horrible que no pueda ser perdonado?
Él se incorporó y apoyó la espalda en el respaldo. Sus manos fueron a parar a sus piernas y las movía frotándoselas como si sintiera frío.
–¿No te lo ha contado?
Leonor negó con la cabeza.
–Bien, veamos, creo que si vas a morir por eso, al menos debes conocer lo que pasó… –se quedó en silencio, meditando, uniendo recuerdos e hilándolos para narrar la historia– yo soy el mediano de tres hermanos, el mayor Brian, es hermano de padre, su madre falleció al dar a luz. Mi padre, años más tarde se casó con mi madre y de esa unión nacieron tres hijos, el primero fui yo, el segundo Connor y la tercera una niña, Elisabeth. Mi hermana murió cuando apenas contaba con dos años de edad. Había sido una niña débil y enfermiza, por lo que la mayoría se esperaron aquél desenlace. Mi madre se sumió en la tristeza, pasaba los días encerrada en su habitación, en completa soledad. Connor siempre fue un muchacho vivaracho y jovial, desde temprana edad mostró sus gustos por las armas y las luchas. En cuanto tuvo fuerza suficiente para coger una espada, mi padre le enseñó a usarla, después vino el cuerpo a cuerpo, el arco, la daga y todas las armas que estaban a su alcance, era incansable. Brian, como iba a ser el heredero, fue enviado a servir en la casa de un noble, amigo de mi padre, debían prepararlo para el futuro, así que en el castillo nos quedamos Connor y yo. Aunque yo intentaba esforzarme, no lograba ni la agilidad ni la habilidad que mi hermano derrochaba de forman natural. Crecí viendo el orgullo en los ojos de mi padre cada vez que le miraba y el desprecio y decepción, cada vez que me miraba a mí. Mi madre era una mujer culta y quería que sus hijos no fueran unos ignorantes, así que cuanto tuvimos la suficiente edad, mandó venir a un fraile para que nos enseñara a leer, a escribir y a calcular. Mi padre se lo concedió, pensando que no nos haría ningún mal. Me di cuenta de que me gustaba leer, me sentía bien aprendiendo todo tipo de cosas, primero lectura y escritura y cuando alcanzamos un buen nivel, comenzó con cosas más difíciles. ¡Disfrutaba tanto con sus enseñanzas! Cuando las horas de estudio terminaban, Connor salía por la puerta a toda velocidad, listo para unirse a los hombres en el campo de entrenamiento, yo dejé de ir tan asiduamente y comencé a sentarme junto a mi madre, mientras ella bordaba o cosía y le leía los escritos que el fraile me prestaba. Cuando yo cumplí los doce años y Connor los diez, mi padre pensó que también debíamos ir a servir, como mi hermano mayor, para que tuviéramos la misma preparación, porque nunca se sabe lo que puede pasar. Fueron los peores años de mi vida. El conde al que debía servir, era un déspota borracho y me puso a cargo de un soldado cansado de la vida, que amaba las broncas. No diré que no aprendí, sin duda salí de allí curtido y experimentado, cumplí con el deseo de mi padre, pero en cuanto pude volver a casa me armé de valor y le comenté que mi aspiración no era ser soldado, no era un hombre de guerra, yo prefería ser un hombre de Dios y dedicarme al estudio y la meditación. Pensé que se lo tomaría a mal, pero no, quedó de hecho, bastante satisfecho. Me dijo, dándome unos golpes en la espalda, que era un orgullo, que todas las casas nobles debían servir por igual al Rey y a Dios, y él cumplía con ambos. Pagó una buena cantidad de dinero para que me aceptaran en un monasterio y me prepararan para tomar los hábitos. Fueron buenos años. Me dediqué a aprender todo lo que los frailes tenían a bien enseñarme. Pero desgraciadamente, primero murió mi madre y seguidamente mi padre. Brian se hizo cargo del título y de las tierras y mi tío Alfred, el hermano de mi padre, nos mandó llamar para pasar una temporada con él, para fortalecer los lazos familiares y poder estar de luto y llorar las muertes de nuestros seres queridos, juntos. No me hizo mucha gracia, la verdad. Connor y yo nos habíamos distanciado y yo tenía más deseos de volver a adentrarme en mis estudios que de confraternizar con mi tío. Pero accedí a sus deseos, como un acto de buena fe. Entonces la vi, a ella, a Diana, su belleza me hipnotizó y su encanto me enamoró. Quedé prendado de ella en el mismo instante que mis ojos se posaron en su dulce rostro. Era perfecta, maravillosamente perfecta, su piel pálida, sus ojos azules como el cielo, su cabello rubio y brillante como el sol… perfecta. Nos enamoramos. Fue algo que no pudimos evitar. Mientras Connor y mi tío Alfred pasaban las horas luchado y batiéndose en duelo, Diana y yo nos escondíamos para disfrutar el uno del otro… éramos tan jóvenes e ingenuos…–Gael alzó la mirada que tenía clavada en sus manos y la fijó en los ojos verdes de Leonor, que no le quitaba la vista de encima– queríamos estar juntos, deseábamos estar juntos y solo se nos ocurrió deshacernos de la única persona que impedía nuestro amor. Alfred. Lo planeamos todo al detalle, minuciosamente, pero Connor se enteró, fue él el que encontró el cuerpo de Alfred sin vida y en un arrebato de furia me arrastró al patio de armas, cogió una espada para él y otra para mí. No tenía otra opción, así que nos batimos en duelo. Como has de suponer, él me venció. Me dio por muerto y me dejó tirado en el suelo. Pero yo no estaba muerto. Cuando mi hermano entró en el castillo, yo me puso en pie. La herida era grande y sangraba mucho, sabía que sería mortal si me quedaba ahí, así que obligué a los soldados a ayudarme a montar en un caballo y galopé hasta el monasterio más cercano. No recuerdo mucho de aquella parte, solo sé que cuando me desperté, los frailes me habían curado. Me contaron que estaba muy débil y la herida se había infectado. Temieron por mi vida… pero yo sobreviví, y cuando tuve las energías suficientes como para mantenerme en pie, me dirigí al castillo de mi tío, en busca de Diana. Solo que Diana ya no estaba. Su cuerpo frío e inerte descansaba en una tumba. Me volví loco de dolor. Mi hermano había abandonado el lugar, se había ido a luchar por el Rey, pero antes había puesto precio a mi cabeza, así que tuve que huir. Me fui a Francia sin nada en los bolsillos. Tuve que robar, mentir, engañar y matar para mantenerme con vida, pero lo hice, y regresé con dinero y poder. Listo y dispuesto para cobrarme la deuda pendiente que tengo con Connor…
Leonor se estremeció.
–Es una historia muy triste.
Una sonrisa pesarosa asomó a los labios de Gael, pero no dijo nada, no era capaz de hablar, el corazón se le había encogido de dolor al recordar.
–¿Por qué piensas que Connor mató a Diana? –Le preguntó Leonor después de unos minutos.
–Él mismo me lo dijo, cuando estábamos luchando juró que me mataría y que después mi amada tendría el mismo final…
–Conozco a Connor, él jamás haría daño a una mujer, su honor le impide dañar a los más débiles.
La mirada fría del hombre la atravesó.
–Tú no le conoces, no sabes nada de él.
–Sé lo suficiente.
–¿En serio? –Se burló mientras se ponía en pie y se acercaba hasta ella– Ese hombre que conoces tan bien, te ha dejado desamparada, tirada en este lugar, dejado de la mano de Dios. Y por lo que puedo comprobar, eres una mujer…
–Esto es distinto, él no sabe que estoy aquí.
–Tal vez, pero juró que se casaría contigo y mírate, estás sola y abandonada. Tú hombre no es tan bueno como crees.
–Te equivocas Gael. Una vez más vuelves a estar errado. En aquél tiempo te cegó la belleza de una mujer y ahora la ira. Connor es un hombre de honor, el hombre más valiente que conozco.
Gael volvió a reír, pero no dijo nada.
–¿Puedo preguntarte algo?
–Pregunta –le contestó él– yo elegiré si te contesto o no.
–¿Cómo mataste a tu tío?
–Fue fácil, Diana tenía una criada leal, que la acompañaba a todas partes. Esa vieja bruja era una experta en pociones y venenos. Preparó una copa especial de hidromiel que le hizo dormir como un bebé. Yo solo tuve que entrar en el cuarto y taparle la nariz y la boca. Muy fácil…
–Dime Gael, tu estuviste tan poco tiempo con Diana… mucho menos del que yo he estado con Connor, ¿cómo puedes afirmar que ella era buena y correspondía a tus sentimientos?
–Ella me amaba.
–Eso es lo que dices tú. –Le respondió ella.
–¡Ella me amaba! –Gritó Gael hecho una fiera.
Leonor estuvo tentada de retroceder, pero algo le decía que debía continuar, tenía que conseguir ponerlo al límite, hacerlo dudar, de él, de Diana, de sí misma, solo así podría tener una oportunidad para poder escapar de ahí.
–¿Estás seguro? Tal vez odias a Connor y en cambio te hizo un favor. A lo mejor ahora estarías mirando a tu esposa y temiendo que ella hiciera contigo lo mismo que hizo con tu tío.
Gael abrió los ojos, la rabia lo inundó.
¿Cómo se atrevía esa sucia muchacha, una doña nadie, dudar de los sentimientos de su amada?
Se serenó respirando con lentitud. El aire entraba en sus pulmones y lo expulsaba despacio. Intentó dominar su carácter y comportarse como correspondía a un hombre de su condición. No debía perder los estribos con esa pobre desgraciada.
–Ella me amaba tanto como yo a ella.
–¿Estás seguro? No es lo que a mí me contaron en el castillo. Me dijeron que era una mujer arrogante, caprichosa y alocada, que era…
–¡Basta! –le dijo mientras le arreaba un bofetón.
Leonor cayó hacia atrás debido al impulso del golpe. Se llevó la mano al lugar de su rostro sorprendido, que palpitaba de dolor. Pasó la lengua por el labio y notó el sabor metálico de la sangre.
–No voy a consentir que mancilles su memoria, ni tú ni nadie, ¿entiendes?
Ella no se movió. Le miraba con los ojos muy abiertos, inundados de lágrimas que evitaba derramar.
Por un momento se sintió como un monstruo, un sucio y vil animal.
Samuel entró por la puerta y se detuvo en el umbral.
–¿Qué está pasando?
Nadie le contestó.
Se acercó más al camastro y vio como a Leonor le sangraba el labio.
–¿Qué has hecho? ¿No me dijiste que no podía tocarla? Y ahora vas tú y la rompes la cara…
–Samuel… –Gael pronunció el nombre como si se tratara de una amenaza.
El muchacho cerró la boca de golpe.
La mujer se acurrucó en el camastro, quedando en posición fetal. Estaba cansada, muy cansada, sintió como todos sus músculos gritaban por el esfuerzo al hacer un movimiento. Por uno momentos cerró los ojos, pero la imagen de la cara de Gael hecho una furia, la perseguía. Los abrió con lentitud, sintiendo como algunas lágrimas se derramaban. Miró a su alrededor. La casa estaba sucia y desordenada. La chimenea permanecía apagada y se notaba como el paso del tiempo había hecho mella en la estructura, pues comenzaba a derrumbarse por varios sitios. Las ventanas no estaban cubiertas, por lo que entraban las corrientes de aire sin restricción. El mobiliario era escaso, quitando el camastro en el que ella se acurrucaba, una silla y una mesa destartalada, no había nada más. Gael comenzó a caminar de un lado a otro de la habitación, mesándose el pelo con fruición. Estaba nervioso y disgustado, no deseaba hacerle daño, no al menos de momento. Se detuvo frente a la ventana.
–Gael…. –susurró ella.
Él le daba la espalda, siguió mirando a través del pequeño ventanuco, el aire invernal que entraba le acariciaba la cara y movía su pelo. Hacía frío, mucho frío. Aún no habían comenzado a caer las primeras nieves, pero estaba seguro de que no tardarían mucho, eso era otro impedimento contra el que tenían que luchar, no podían pasar el invierno ahí, la mujer moriría de frío. Tenía que pensar en un plan alternativo. Se estaba dando cuenta de la precipitación con la que habían comenzado esta aventura, no lo había pensado lo suficiente, se arrepintió especialmente de no haber traído a más hombres con él. Se sentía solo en compañía del loco de Samuel, en el que no confiaba ni lo más mínimo.
–Qué. –Contestó al fin sin moverse de su posición.
–Tengo frío… y hambre…
Un nudo en el estómago le retorció las entrañas. Movió la cara ligeramente y clavó sus oscuros ojos negros en el rostro de Leonor. Se sintió terriblemente culpable.
Con paso ágil se movió hacia el rincón donde guardaban las provisiones, cogió un trozo de pan, más bien duro, y un trozo de carne seca junto con una de las pieles que usaba para taparse por las noches. Se acercó hasta ella y se agachó a su lado, le ofreció la comida. Leonor la cogió con las dos manos sin dejar de mirarle a los ojos. Gael se quedó un instante parado, mirándola. Debido al golpe, el pañuelo que le tapaba el pelo, se había desprendido, él lo cogió y se lo quitó. Apartó los mechones de pelo corto que cayeron sobre el rostro de la mujer con la mano y observó los daños causados por su furia. La cara de ella estaba roja por la fuerza del impacto y el labio comenzaba a hincharse. Ella hizo un gesto de dolor cuando los dedos tocaron la herida abierta, pero no dijo nada. Los ojos de Gael se desviaron hacia el pelo de la mujer y una sonrisa asomó a sus labios mientras con los dedos acariciaba el sedoso cabello... corto.
–Así que esta es la razón por la que no dieron contigo ¿eh? Muy astuta mujer, muy astuta…
Se puso en pie y la tapó el cuerpo con la piel. Después volvió a apartarse de ella.
Samuel no le había quitado los ojos de encima y ahora que Gael se apartaba de la muchacha, podía verla con claridad. Sus ojos se agrandaron por la sorpresa. No daba crédito.
Se acercó hasta ella, acortando la distancia que les separaba en dos grandes zancadas y fijó sus ojos en Leonor.
La furia el invadió. Su cara se puso roja de rabia.
–¡Tú! ¡Tú pequeña zorra inmunda! ¿Se puede saber que has hecho con tu pelo?
Ella se incorporó asustada por el arranque de agresividad de Samuel, pero no pronunció palabra. Vio cómo se acercaba aún más y la apuntaba con un dedo furioso.
–¿Te das cuenta de lo qué has hecho? ¡Tenía planes, muchos planes!
Se abalanzó con la intención de golpearla, pero Gael ya estaba sobre él sujetándolo y apartándolo de la muchacha.
Ella se incorporó y apoyó la espalda en la pared, tenía el cuerpo cubierto con la piel y con disimulo agarró la daga que mantenía oculta en su bota y se la escondió en la manga del vestido, si Samuel la atacaba ella se defendería.
–¡Quieto! ¡Quieto te digo!
Samuel se revolvía entre los fuertes brazos del hombre.
–¿Es que no lo ves? Lo ha hecho para molestarme. Tenía pensado todo… todo lo que pienso hacerla, cada minuto de cada hora que pasemos juntos, ¡Todo! Y ahora… ahora como voy a agarrarla por el pelo, ¡si lo tiene corto! –Le espetó con furia.
–Tranquilo hombre, seguro que se te ocurrirá otra cosa.
Samuel, fuera de sí, miró a Gael, que intentaba transmitirle serenidad pero, ¿Cómo podía tranquilizarse? Había soñado miles de veces con poder arrastrarla por la melena y ahora… ahora no tenía pelo suficiente…
Gruñó su enfado y apartó a Gael de un golpe, seguidamente y con paso firme, salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí con un sonoro portazo que casi hace que saliera despedida de sus goznes.
Gael se quedó pasmado, menudo ser con el que estaba tratando, pensó que tal vez se había equivocado al unirse a él, era un pobre demente, impredecible a causa de su locura…
Vio el miedo en los ojos de la mujer.
Con lentitud premeditada se acercó hasta la mesa, cogió un cazo, lo llenó de agua y se lo ofreció a ella. Leonor lo cogió y bebió despacio, intentando tragar la bola de pan que se le había formado en la boca seca por los nervios.
Gael se agachó frente a ella.
–Te lo concedo, Leonor.
Ella le devolvió el cazo vacío.
–¿El qué? –preguntó.
–Cuando termine con Connor te quitaré la vida a ti, no te dejaré en manos de ese loco.
Los ojos de ella se abrieron desmesuradamente.
–Gracias… –atinó a decir.
Terminó de comer lo que le quedaba y después se volvió a recostar. Suspiró frustrada. Debía encontrar la forma de huir de ahí, de poder escapar de aquellos dos hombres, no sabía cómo, pero lo conseguiría. Notó el frío metal que rozaba su brazo y se quedó más tranquila.
–Connor, no hay más que un hombre por los alrededores.
–¿No hay vigías? –Preguntó sorprendido.
–No.
–Increíble…
–Sí, eso mismo pensé yo, tal vez se deba a que no nos esperan aquí.
–Aun así, Gael es un hombre inteligente, me extraña que no tenga las espaldas cubiertas, solo por si acaso.
Nick se encogió de hombros.
–Pues bien –le dijo al fin– Avancemos y veremos que nos encontramos.
Rodearon la casa una vez más para comprobar que no había hombres escondidos y después se reagruparon frente a la puerta principal.
–Nick, ordena a dos hombres que apunten con arco al que vigila, que no le maten si no es necesario. Los demás detrás de mí.
Leonor se estaba quedando dormida mientras, Gael seguía sentado en la silla, sumido en sus pensamientos y Samuel dormitaba en un rincón de la habitación.
Tal vez si los dos se dormían, ella podría salir sin ser vista y escapar…
–¡Gael! Sal de una vez.
El aludido alzó el rostro y clavó sus ojos en los de Leonor. Ella, esperanzada se incorporó ansiosa.
–¡Gael! Sé que estás dentro, sal y resolvamos esto como hombres.
Se puso en pie y se dirigió hacia Samuel que se había incorporado y miraba de hito en hito.
–Sujeta a la mujer, ponte detrás de mí para que pueda verla pero no salgas de la casa, no sabemos cuántos hombres traerá.
Samuel sonrió. Agarró a Leonor por el cuello y la obligó a ponerse en pie.
–Llegó la hora, preciosa. Vas a ver como tu amado muere frente a ti. –Le susurró en el oído.
Gael les miró una última vez y abrió la puerta.
–¡Vaya hermano! ¡No pensé que llegarías tan pronto! –le dijo mientras miraba a su alrededor.
Dos hombres con arco apuntando al gigantón y cinco detrás de Connor. Era una desventaja, pero no tanto. Eso le levantó el ánimo.
–¿Dónde está Leonor? –Le preguntó Connor.
Estaba a unos metros de distancia, con las piernas abiertas y bien apoyadas en la tierra, los brazos estirados, intentando mostrar tranquilidad, pero él sabía que su hermano no estaba tranquilo, podía sentir como su cuerpo, tenso, luchaba contra las ganas de moverse.
–Oh… ella está bien… de momento. –Le dijo con una sonrisa maligna mientras se apartaba un poco y dejaba ver a Leonor atrapada entre los brazos de Samuel, con un cuchillo en su cuello.
–Suéltala Gael y te dejaré vivir.
Gael rompió a reír a carcajadas.
–No hermano, ella ahora me pertenece.
Connor clavó su mirada de acero en Samuel y le señaló con un dedo.
–Samuel, si le haces daño, te arrancaré la piel a tiras mientras estés vivo. Suéltala o prepárate para suplicar por tu muerte.
Él no se movió, solo apretó un poco más el cuchillo en la tierna piel de la mujer.
–Muy bien Gael, dime lo que quieres a cambio de la vida de Leonor.
Dio un paso adelante, acortando la distancia entre él y Connor. Sabía que su hermano no le mataría por la espalda, lucharía de frente.
–No hay nada que puedas darme, Connor. Lo que yo más amaba me lo arrebataste, ahora me quedo con lo que más amas tú.
–¡Yo no te quité nada! –Le gritó Connor lleno de furia contenida.
–Al parecer estás perdiendo la memoria, hermano.
Connor suspiró. Todo parecía irreal, no podía creer que su hermano estuviera frente a él y le reclamara por un hecho que tuvo lugar hace casi diez años.
–Tanto tú como yo cometimos muchos errores Gael, éramos jóvenes, impetuosos y alocados. Pero ya no lo somos, ahora somos hombres y las cosas no se arreglan así.
–No tengo otra forma de hacerlo Connor, quiero que sientas mi dolor, quiero que padezcas como yo lo he hecho durante todo este tiempo. Esa es la condena por tu pecado.
–Yo no maté a Diana.
Gael dio otro paso al frente sin apartar la mirada de los ojos negros de su hermano.
–¿Te atreves a negarlo? Ella está muerta Connor, tú te encargaste de ello.
–¡¡Yo no maté a Diana!!
Gael se detuvo impresionado por la efusividad con la que negaba Connor, durante unos segundos le creyó, pero después su mente volvió a funcionar con normalidad y vio la mentira en sus palabras.
–Ella está muerta y gozaba de buena salud, cuando fui a buscarla estaba muerta, ¿Cómo puedes explicarlo?
Connor se tocó el pelo alborotándolo aún más. Estaba furioso y frustrado.
–No me hizo falta matarla, Gael, ella se quitó la vida.
Los ojos de Gael se abrieron amenazando con salirse de sus órbitas.
–Mientes…
–No… cuando te vi tendido en el suelo, malherido y desangrándote corrí escaleras arriba, la ira me cegaba, no lo niego, pero cuando entré en su cuarto y la vi, supe que no podría matarla, no soy como tú Gael… decidí que la encerraría de por vida y así se lo hice saber, pero no tuve oportunidad. Cuando Diana me vio parado en el umbral de su cuarto supo que tú habías perdido. Intentó convencerme de su inocencia y de tu perfidia, al haberla obligado a conspirar contra su amado esposo. Pero no la creí, ni una sola palabra, así que la dije que no la mataría, pero que no volvería a ver la luz del sol. Ella me retó, se rio en mi cara, maldiciendo su mala suerte. Dijo que se había equivocado de hermano… seguidamente bebió de la copa de vino y se envenenó.
–Mientes…
–Esa copa de vino la tenía preparada, pero no para ella, sino para ti si las cosas salían cómo habíais planeado.
–¡¡Mientes!!
–Te utilizó para cumplir con su deseo Gael, deseaba quedarse viuda pero no quería vivir en la pobreza, te utilizó para quedarse embarazada y así poder controlar todas las posesiones de Alfred hasta que el niño fuera mayor. Y te eligió a ti, un blanco perfecto, te enamoró, te convenció de sus sentimientos, pero solo quería un hijo tuyo para que el niño se pareciera a la familia ya que su esposo no la dejaba en cinta y a alguien que se deshiciera de Alfred. Tú fuiste un peón en sus manos.
Gael perdió la razón debido a la furia y se abalanzó contra Connor, sus puños golpeaban en cualquier zona, sin mirar, sin pensar, solo deseaba acabar con ese ser despreciable. Pero Connor se defendía, no estaba dispuesto a dejarse patear. Era fuerte y la lucha se estaba volviendo en su contra, jamás podría vencer a su hermano cuerpo a cuerpo. Se apartó de él y sacó su espada del cinto.
–Vamos…lucha… –Le escupió.
–Gael, te esto diciendo la verdad.
–¿Crees que soy estúpido? ¿A caso piensa que puedes venir aquí, ante mí y soltar ese montón de basura y te creeré sin más? No eres más que un cretino cobarde.
–Puedes comprobarlo por ti mismo si así lo deseas.
–¡Cómo! ¡Diana está muerta!
–Pero su criada no.
Gael se puso derecho y aflojó el agarre de su espada.
–¿La vieja sigue con vida?
–Sí, ella fue la que nos contó todo en cuanto se vio acorralada. Está presa en el castillo de Brian. Puedes preguntárselo a ella, seguro que así te convencerás.
Gael dejó caer la espada al suelo y se frotó los ojos con las manos, incrédulo ante los nuevos acontecimientos. Tenía que pensar. Si Connor decía la verdad, no había sido más que un pelele, una marioneta en las manos de Diana. No podía creerlo. Tantos años amándola y ahora intentaban convencerle de que todo había sido una mentira.
–¡Gael! ¿No ves que es una artimaña para engañarte? Coge tu espada y acaba con él. –Le gritó Samuel que no podía aceptar los cambios que estaban surgiendo ante sus ojos. Ese no era el plan, Connor debía morir y él disfrutar de Leonor. La apretó más contra su cuerpo y presionó el cuchillo un poco más.
–Gael, lo juro por la tumba de nuestros padres. Te estoy diciendo la verdad.
Gael cayó de rodillas ante Connor. Su cuerpo no soportaba más, ya no podía sostener ni su propio peso.
Samuel le vio desplomarse ante ellos y se enfureció. Si Gael no era más que un cobarde él no pensaba perder a su presa. Por nada del mundo iba a consentir que se le escapara de entre los dedos cuando la tenía tan cerca.
Empujó a Leonor para que avanzara, iba a salir de ahí y se la llevaría consigo. Paso a paso avanzó, sin apartar la espalda de la casa. Dos soldados apuntaban a George con los arcos, pero él estaba tan pancho sentado, mirando el trascurrir de las cosas.
Connor adivinó la intención de Samuel.
–No des ni un paso más, Samuel, si valoras en algo tu vida.
Le miró con desagrado.
–No voy a quedarme aquí todo el día asistiendo a esta entrañable reunión familiar. Leonor y yo tenemos cosas más importantes que hacer, ¿no es así cariño? –Le preguntó mientras frotaba su cara contra la de la mujer.
La barba le arañó el rostro, pero se mantuvo impasible ante la mirada asustada de Connor. Debía mostrarse fuerte, no se iba a comportar como una niña temblorosa, aunque por dentro estuviera aterrada.
Los soldados de Connor tomaron posiciones. Se alejaron de él y fueron ocupando lugares estratégicos. No le dejarían marcharse de ahí.
Robert avanzó tranquilo hacia el lugar donde estaban los caballos. Miró hacia Samuel que le devolvió la mirada llena de odio mientras observaba como soltaba los caballos, uno a uno y les espantaba para que salieran huyendo.
Se había quedado sin forma de escapar. Pensó rápidamente. No podía quedarse ahí y tenía en sus brazos el salvoconducto que le concedería la libertad.
–Sí deseas que ella salga con vida Connor, debes dejarme marchar.
–No, ella se queda aquí y si le haces daño no vivirás para contarlo.
Buscó con la mirada una salida, pero los soldados le impedían escapar.
Gael se había puesto en pie y miraba la escena ajeno a todo, salvo a su propio dolor.
Samuel apretó el cuchillo y un hilillo de sangre se escurrió por el blanco cuello de la mujer.
Connor gruñó de rabia.
–Pagarás cara tu osadía Samuel, te lo juro. Suéltala ahora o prepárate a morir.
–Si me matas, ella morirá conmigo.
Leonor dejó que la daga que escondía en su manga, resbalase hasta su mano y la movió sutilmente para atrapar la atención de Connor.
Él vio el brillo de la hoja moviéndose entre los dedos de la mujer, alzó la vista a su rostro y la contempló serena y tranquila, incluso desafiante.
Un amago de sonrisa luchó por aparecer en sus labios. ¡Esa era su mujer!
Connor, con un gesto de sus manos, ordenó que a sus hombres para que dejaran espacio y se fue acercando hasta Samuel, muy despacio.
El villano no apartó los ojos del guerrero. Sintió un escalofrío de miedo recorriéndole la espalda y durante unos segundos, aflojó su agarre.
Leonor era consciente de todo lo que sucedía a su alrededor. Con su avance, Connor intentaba atraer la atención de Samuel y darla una posible oportunidad, que ella encontró en cuanto notó como el cuchillo de su cuello disminuía su presión.
Alzó la daga y con fuerza se la clavó a Samuel en la pierna. El hombre gritó de dolor y soltó a Leonor, cayendo al suelo del empujón que le propinó.
El villano se miró la herida sangrante y maldijo a voz en grito.
–Malditas seas mil veces, Leonor, te mataré por esto.
Se acercó rápidamente y la cogió por el pelo, pero ella estaba preparada y le dio un puñetazo en la herida.
Se soltó del agarre mientras Samuel se apretaba la herida y gritaba de dolor.
Leonor se incorporó y salió corriendo hacia los brazos de Connor. Pero Samuel no lo permitiría. Había esperado años, comprobando como cada día crecía en belleza y en encanto. Todas las noches que había pasado en vela añorando su contacto y frustrado había tenido que buscar sustitutas, pero ninguna era como ella. Meses esperando en la miseria de una cueva andrajosa, apartado de la sociedad y de la gente para llegar ahora dejarla en los brazos de ese desgraciado. No, no lo permitiría.
Cogió el cuchillo del suelo y sin pensarlo apunto y lo lanzó.
Connor observó con horror como Samuel lanzaba el cuchillo. Sabía que estaba demasiado lejos, no llegaría a tiempo. Apretó el paso y gritó con todas su fuerzas.
–¡Leonor, al suelo!
Pero ella se detuvo asustada. La cara de Connor le asustó y se giró para comprobar qué era aquello que le había desfigurado el rostro con una máscara de miedo.
Samuel le había lanzado un cuchillo. No se podía mover. Sabía que si no hacía algo el arma se le clavaría en el pecho y moriría, pero no se pudo mover.
¿Esto era todo? ¿Así terminaría su vida?
Intentó cerrar los ojos, pero no fue capaz. Aceptaría la muerte con valor y de frente.
Suspiró una última vez y se preparó para el impacto… pero lo que sintió fue el cuerpo fuerte y pesado de Gael aplastando el suyo y tirándola al suelo.
Por un momento se quedó desconcertada. El peso del hombre casi le impedía respirar, pero Gael no se movía. Le miró vio su rostro, tan parecido al de su amado, apretando los ojos y sufriendo.
Se incorporó empujando un poco a Gael. El puñal sobresalía del pecho del hombre.
–¡Dios mío, Gael!
Connor llegó hasta ellos como un vendaval, derrapando y cayendo junto a Leonor. Con ambas manos le tocó el rostro y se lo acarició.
–¿Estás bien? ¿Eh? ¿Estás bien?
–Sí, Connor, estoy bien, pero Gael…
Entonces Connor miró a su hermano. Con horror y estupefacción fue consiente de la situación. Gael había salvado la vida de Leonor.
–Gael… –susurró Connor.
–No te preocupes hermano, no lo he hecho por ti. Ella no merecía morir.
Miró a Leonor que lloraba mientras intentaba presionar la herida para que dejara de sangrar. Gael alzó una mano y acarició el rostro de la muchacha.
–Lo siento…
Ella apenas podía hablar.
–No pasa nada Gael, procura no hablar, debes ahorrar fuerzas.
Él movió la cabeza negando.
–No tengo esperanza mujer, mi vida termina aquí…
Miró con pesar a su hermano.
–¿Es cierto…?
–¿Todo lo que te dije? Sí, todo es cierto, lo juro Gael.
–He malgastado mi vida… para nada…
–Hermano… yo…
–No te preocupes Connor, ahora ya no sufro, iré a un lugar mejor, ya no existe el dolor ni el odio. Estoy en paz.
Leonor le abrazó con fuerza.
Connor puso una mano sobre la de Leonor, que descansaba en el pecho de Gael, cerca de la herida. Ninguno podía hablar, nadie dijo nada mientras el corazón de Gael latía por última vez.
–Estoy en paz…
Dejó de respirar.
–Ve con Dios hermano.
Leonor apoyó su cara en el pecho de Gael y lloró desconsolada.
Connor cerró los ojos sin vida de su hermano y se incorporó. Se acercó a Leonor por detrás y la abrazó con fuerza. Ella se giró y apoyó su cara en el pecho de su amado.
Samuel miró horrorizado como había fallado una vez más. ¿Cómo era posible? El maldito Gael le había traicionado en el último momento. Los soldados de Connor, ahora que Leonor no le servía de escudo, le fueron cercando. George al verse en clara desventaja emprendió la huida, aprovechó su voluminoso cuerpo para tirar a uno de los hombres de Connor que cayó sobre su espalda, dejando un hueco en la formación, que le daría vía de escape. No se lo pensó y echo a correr, pero uno de los soldados apuntó con su arco y disparó. Solo se escuchó el sonido sordo del golpe que causó la caída del hombre al chocar contra el suelo. Samuel contempló con horror la muerte de su compañero, después miró a su alrededor. No había escapatoria posible.
Connor cogió a Leonor en brazos y se la llevó del lugar.
–Nick, átalo, que no escape. Será el Rey quién le juzgue por sus crímenes.
–No Connor, no me pienso rendir así. –Le gritó Samuel.
Connor se giró con la mujer en brazos y le miró con odio.
–No tienes más alternativa, Samuel. Tus fechorías terminan aquí y ahora.
Nicholas se encargaría de llevar a Samuel en presencia del Rey.
–Llévate a los hombres que necesites, pero que no se escape o pagarás las consecuencias.
–No hace falta que me amenaces, lo mataré yo mismo si intenta huir… por si acaso vendrán todos conmigo, tú encárgate de llevar a Leonor sana y salva al castillo.
–Disculpad, pero no creo que eso sea buena idea.
Connor miró sorprendido a Robert.
–¿Por qué?
El muchacho se sonrojó ante la mirada de su señor, pero no apartó la suya del rostro del hombre.
–No creo que esté bien que viajéis solos los dos…
–Robert, conmigo estará segura.
–No me refiero a eso, mi señor. ¿Qué hay de su reputación? Quedará mancillada.
–¡Por todos los santos Robert! ¡Están prometidos! –le recriminó Nick.
–Lo sé, lo sé, pero eso no cambia las cosas, no están casados.
Nicholas bufó ofendido, pero Connor sonrió.
–No debes temer, Robert. Pase lo que pase, ella será mi esposa, no puede ser de otro modo…
Leonor dormitaba en su antigua cama, en la casa de sus padres. Después del entierro de Gael se la veía tan cansada que él se preocupó. La obligó a acostarse, pero antes le colocó el anillo de compromiso en su dedo.
–No hay, ni habrá fuerza en la tierra capaz de alejarme te ti, Leonor. Y no vuelvas a quitarte el anillo o te daré una azotaina.
Ella sonrió y le abrazó fuerte. Después se recostó en la cama y Connor la dejó descansar.
–De todas formas, si te quedas más tranquilo, puedes acompañarnos.
Robert iba a hablar cuando Nick le tapó la boca.
–¡Ni hablar! Yo necesito de todos los soldados para llevar a buen puerto la misión que nos encomiendas, supongo que Robert estará más preocupado en evitar que se escape el único hombre que desea acabar con la vida de Leonor que de cuidar su reputación, ¿me equivoco?
Robert no dijo nada.
–¿Ves? Solucionado, partimos enseguida. Cuida de la chica hasta que nos veamos o Robert nos cortará la cabeza a ambos.
Connor soltó una carcajada pero el muchacho no estaba nada contento.
Los vio partir sin moverse de la entrada de la casa. Samuel le envió una última mirada asesina, era consciente de que si no estuviera bien atado y custodiado, saltaría del caballo e intentaría arráncale los ojos.
Suspiró para sus adentros, con un poco de suerte, sería la última vez que vería a ese malnacido.
Cuando sus hombres se perdieron de vista entre el camino de entrada al bosque, se dirigió a ocuparse de los caballos. Después encendió un buen fuego en la chimenea y se sentó, observando las llamas bailando sinuosas.
Se sintió terriblemente cansado, todos esos días de nervios le estaba pasando factura. Se quitó las botas, el cinturón, el sobreveste y la cota de malla. Cogió la espada y entró en la habitación de Leonor. Ella dormía plácidamente, su respiración era tranquila y pausada. Colocó la espada cerca de la cabecera de la cama y se metió entre las pieles, junto a ella, la abrazó y Leonor, sumida en el sueño, se acercó más a él. Mirando el hermoso rostro de la mujer se quedó profundamente dormido.