LA TRAICIÓN
El noble se levantó al amanecer, tenía algo muy importante que hacer y los días no eran muy largos en esta época del año. Se vistió con sus mejores galas y salió rápidamente hasta el patio, donde lo esperaba su coche de caballos. Subió sin decir ni una palabra, el cochero sabía cuál era la dirección a tomar. Mientras el noble se acomodó en el asiento, los caballos iniciaron un ligero trote, poniendo así en marcha el pesado coche. Él odiaba la ciudad, prefería la calma del campo, pero tenía que terminar su último trabajo. Llegaron sin ningún contratiempo a las puertas del palacio real. Un lacayo abrió la puerta y el noble salió con parsimonia. Entró por las grandes puertas de acceso, que daban a un pasillo realmente ancho, con suelos de mármol y maravillosas esculturas y cuadros adornándolo. Sabía de sobra el camino que debía tomar. Llegó hasta las puertas del despacho, suavemente golpeó la madera labrada con sus nudillos.
–Adelante.
El noble abrió la puerta y la atravesó. La luz que inundaba la estancia lo dejó cegado durante unos segundos. Fijó su vista en la silueta que ocupaba el asiento frente al escritorio, se acercó despacio e hizo una reverencia.
–Majestad…
–Oh… mi buen amigo, ya me preocupaba no tener noticias de tuyas.
–Pues aquí estoy sire.
–Estoy ansioso por saber. –Le contestó el monarca, haciendo un gesto con la mano para que tomara asiento.– ¿Todo bien?
–Sí, sire. Todo ha salido a la perfección. Tengo todo lo que me pedisteis, mis hombres han trabajado duro.
–Me lo imagino, pero tendrán su recompensa, al igual que tú.
–Mi mayor recompensa es poder serviros, Majestad.
El monarca no dijo nada, se acomodó en su sillón y esperó a que el hombre hablara con total libertad y le pusiera al corriente de las nuevas que traía.
El noble le contó con todo lujo de detalles todas las novedades. Después de oír todo lo que le tenía que decir, la sangre del Rey bullía de rabia.
–Así que al final, el muy traidor, piensa hacerse con la corona.
–Eso es, sire. Tiene todo preparado. Sus tropas están listas para cruzar el mar y asediar vuestro reino, Majestad.
El monarca se levantó hecho una furia.
–¡No lo consentiré! Ese malnacido pagará cara su osadía.
El noble no se movió de su asiento y observó en silencio los desvaríos del Rey que caminaba de aquí para allá soltando todo lo que le pasaba por la cabeza, hasta que pasados varios minutos consiguió aplacar su enfado y volvió a ocupar su lugar en la mesa. Respiró profundamente y miró a los ojos de su mejor espía.
–Has hecho un buen trabajo. Ahora dime amigo, ¿cuál es el precio que debo pagar?
–Oh sire…
–Venga, no comencemos con esto, tú has realizado un buen trabajo y yo deseo corresponder con un generoso pago. Dime que es lo que más deseas y yo intentaré proporcionártelo, sabes que las arcas están llenas de joyas y oro.
–No es oro ni joyas lo que más deseo, sire…
–¿Ah no? Me sorprendes…
–No, vos sabéis que carezco de tierras y de título, pero desde que estoy trabajando para vos mis riquezas han aumentado considerablemente. Sois muy generoso mi señor.
El Rey se infló en su asiento.
–Procuro serlo, sobre todo con aquellos que me sirven fielmente.
–Soy consciente de ello, sire.
–Pues bien, habla.
–Mi mayor deseo, majestad, es contraer matrimonio. Deseo que me concedáis la mano de una dama.
El monarca soltó una carcajada.
–¿Solo eso? –Logró preguntar– Jamás pensé que llegaría el día en que os viera casado.
–Creo que ya va siendo hora de que siente la cabeza.
–¿Ya os habéis cansado de ser un mujeriego?
El noble sonrió.
–Bueno, de eso no podré cansarme jamás, sire, pero no creo que sea excusa para no contraer matrimonio, ¿no?
–No, desde luego que no. Os entiendo bien amigo… os concedo lo que pedís, solo decirme cual mujer elegiréis y yo hablaré con sus padres.
–Creo que eso será un problema, sire.
–¿Sí? ¿Por qué?
–La mujer que deseo para mí, es Leonor Morrison, la pupila de Connor, mi señor.
El Rey se quedó pegado en el sillón, mirando con fijeza a su confidente.
–¿Hablas en serio?
–Sí, sire.
–¿La pupila de Connor está en edad casadera?
–Sí, sire. La he investigado, tiene 18 años y posee una gran dote, creo que es perfecta para mí.
–No me lo pones fácil, Connor no me la cederá tan fácil si sabe que es para ti.
–Entiendo.
–Haré todo lo que pueda, pero no te garantizo nada, ¿no hay más mujeres en mi reino?
–Majestad, le seré sincero. Hay más mujeres pero no todas son tan apropiadas. Leonor es huérfana, posee un título que yo heredaría y muchas tierras. Mi estatus subirá, ya no seré un don nadie, tendré posesiones y subiré en la escala social. Me mirarán con otros ojos…
–Lo entiendo, lo entiendo, pero… Connor me pedirá el nombre del novio, si le doy el tuyo me la negará, no deseo un conflicto con él. Sabes que es un gran soldado y me resulta muy valioso. Según están las cosas no puedo permitirme su enemistad, él puede ser la diferencia entre ganar esta guerra o perder el trono.
–Entonces sire, no le diremos el nombre del novio.
–¿Ah no? ¿Y cómo pediremos su mano entonces?
–Tengo un plan, sire.
–Nunca dejarás de sorprenderme, Gael. Es una lástima esa enemistad que hay entre tú y tu hermano. Me resulta tremendamente inconveniente…
Connor se puso en pie y extendió su mano hacia Leonor. Ella se la quedó mirando durante unos largos segundos y después sin decir nada posó su mano en la del hombre. Él la ayudó a incorporarse, con cuidado de que no se volviera a marear.
–¿Estás mejor?
–Sí, estoy bien, gracias.
–Me alegra saberlo. Y ahora, ¿me darás una respuesta?
–Pero… Connor, en serio…
–No hay peros Leonor, te he pedido en matrimonio, tú solo debes contestar si aceptas o no.
Ambos estaban quietos, uno frente al otro. Connor no apartaba la vista del rostro de Leonor mientras que ella, nerviosa, retorcía el trozo de tela entre los dedos y miraba fijamente el suelo.
No sabía qué hacer.
Estaba claro que lo deseaba, y él a ella, pero ¿esa era razón suficiente para contraer matrimonio? Ella había experimentado en su familia las mieles de vivir con la pareja amada, sus padres se adoraban. Sus muestras de cariño eran habituales entre ellos, se entendían, se conocían, se amaban. ¿Llegaría ella a poder sentir alguna vez algo parecido? Sin duda lo que sentía por Connor era fuerte y arrebatador, la dejaba doblegada a su voluntad, pero ¿eso era amor? Suspiró frustrada, estaba hecha un buen lío. Necesitaba tiempo para pensar. Alzó la vista a la cara de Connor y vio la determinación en su mirada, él no se iría de allí sin una respuesta.
De pronto Leonor miró las cosas de otra manera, ¿sería capaz de ser feliz sin él a su lado? ¿Podría estar en los brazos de otro hombre como había estado en los de Connor? La respuesta era obvia, no había ni habría ningún otro hombre para ella, ninguno que la hiciera sentir flotar, ninguno que la atrapase con una mirada, una sonrisa o una caricia. A su lado se encontraba bien, a gusto, en casa.
–La respuesta es sí, mi señor.
El rostro de Connor se transformó por completo. Se iluminó con una maravillosa sonrisa, sus ojos brillaban y la euforia se apoderó de todo su ser. La abrazó con fuerza y comenzó a dar vueltas con ella en brazos. Leonor comenzó a reír y a gritar.
Connor se detuvo y atrapó los labios de Leonor con un beso intenso y apasionado. Ella volvió a perderse.
Si aún había alguna duda, acababa de quedar disipada. Él sería su esposo y ella su mujer.
El soldado la dejó en el suelo y metió la mano en la bolsa que llevaba sujeta al cinturón. Sacó un hermoso anillo y le pidió la mano, ella, fascinada se la entregó.
–Este anillo perteneció a mi madre. Fue uno de los regalos de compromiso que le hizo mi padre y ella le tenía un cariño especial. Espero que a ti te guste.
Leonor vio como él introducía el anillo en su dedo. Parecía extraño, pero no pudo dejar de contemplar la diferencia existente entre ambos. Los dedos de Connor, grandes, largos, de manos fuertes y las de ella finas, pálidas y delicadas.
El anillo de esmeraldas y rubíes brilló con intensidad atrapando los escasos rayos de sol que aún acariciaban la tierra.
Ambos se quedaron mirando el anillo, sin palabras.
–Ahora eres mía Leonor y te prometo que te entregaré mi vida si es necesario. Te cuidaré, te protegeré y te amaré por siempre.
–Y yo prometo ser tuya y amarte por siempre.
Connor se acercó lentamente y la besó. Fue un beso dulce, suave, de entrega.
–Voy a enviar a uno de mis hombres ahora mismo a buscar a un hombre de Dios para que selle esta unión cuanto antes. No creo que pueda esperar mucho tiempo más.
Leonor soltó una sonrisilla nerviosa.
–Ven, vamos –le dijo mientras la cogía por la mano y la obligaba a andar– se lo tenemos que contar a todo el mundo, esta noche celebraremos una gran fiesta en nuestro honor.
–Pero… pero… Connor, ¿en serio?
–Sí, en serio, estoy deseando que todos sepan la buena nueva y nos feliciten por ello.
–¿En serio? –preguntó Robert totalmente anonadado.
–Sí. –contestó Leonor ruborizada.
–¿Y cuándo ha sido eso?
–Cuando te fuiste, en la orilla del río.
–¡Por todos los dioses! –Se llevó las manos a la cabeza y se atusó el pelo, nervioso.– Jamás pensé algo así.
–¿Te parece mal? –preguntó ella preocupada.
Robert alzó la mirada y la clavó en los ojos de Leonor. Estaban en el cuarto de la muchacha, ella le había mandado llamar para darle en persona la noticia.
–¡No! Pues claro que no, tú te mereces lo mejor Leonor, y Connor es uno de los mejores hombres que yo conozco, es solo que… me pilla por sorpresa, solo eso.
Ella suspiró aliviada. Deseaba con todas sus fuerzas que Robert se alegrara.
–Eres mi única familia Rob, y deseo que te agrade mi compromiso.
Él se acercó hasta ella y la cogió las manos.
–Si tú eres feliz, yo soy feliz. Solo deseo lo mejor para ti, porque te lo mereces.
Ella se tiró en sus brazos y rompió a llorar. Los sentimientos la inundaban. Estaba feliz, pero a la vez asustada.
–¿Para cuándo la boda?
–No lo sé, Connor ha mandado a algunos de sus hombres a buscar al párroco, dice que en cuanto lo encuentren se celebrará la boda.
–No desea esperar.
–No.
–Un hombre listo. –Musitó Robert.
Nicholas le golpeó la espalda con fuerza mientras alzaba una copa a rebosar del mejor vino y brindaba.
–Ya era hora amigo, te ha costado decidirte.
Connor estaba aturdido, todos sus hombres pasaron a felicitarle y a desearle lo mejor en su futuro matrimonio. Después, en cuanto se corrió la voz el patio se llenó de gente que ansiaba ver a su señor y poder felicitarle.
–¿Dónde está la hermosa novia? –Preguntó después de vaciar su copa de un trago– Debo felicitarla a ella también.
–En su cuarto, hablando con Robert, bajará enseguida.
No había terminado de hablar cuando el muchacho bajaba las escaleras seguido por Leonor.
Nick dejó la copa vacía sobre la mesa con un sonoro golpe y echó a correr hacia ella. La cogió en brazos y comenzó a girar con ella por todo el salón.
Leonor estaba exultante de alegría. No paraba de reír mientras Nick giraba y giraba en un baile sin fin.
–¡Nick! Deja a mi prometida en el suelo ahora mismo.
Él hizo oídos sordos y continuó danzando.
–¡Nicholas!
–Oh, déjalo ya cascarrabias, ¿no ves que nos estamos divirtiendo? Además, ahora Leonor es mi hermana, no temas, no le haré daño.
Dijo mientras posaba delicadamente a la mujer en el suelo. Posó una de sus manos en la cintura de la muchacha y la acompañó hasta la mesa dónde Connor tomó el relevo y la acercó a él, mirando ceñudo a su amigo Nick, que soltó una carcajada de puro deleite.
Uno a uno los habitantes del castillo y la aldea se fueron acercando y prestando sus respetos a la pareja. Durante horas, Leonor mantuvo el tipo y una hermosa sonrisa de agradecimiento en los labios. Fue la tarde y la noche más larga de toda su vida.
Ya entrada la madrugada el salón comenzó a vaciarse. Solo quedaban los hombres que dormían allí preparando sus propios lechos. Connor acompañó a Leonor a su habitación mientras Nicholas, borracho como una cuba gritaba a todo pulmón que su amigo por fin iba a contraer matrimonio, y él, su mejor amigo se alegraba inmensamente, nadie se podía alegrar más y si encontraba a alguien, él se encargaría de matarlo con sus propias manos…
Connor con una media sonrisa en los labios abrió la puerta de la habitación de Leonor. Ella se detuvo en el umbral, no sabía muy bien qué iba a pasar, cómo se debía comportar. Estaban prometidos, pero aún no era marido y mujer. Aunque un compromiso formal era tan válido como el propio matrimonio bendecido por un hombre de Dios.
–Ha sido un día muy largo –le dijo Connor mientras sujetaba las manos de la muchacha entre las suyas y contemplaba el brillo del anillo en el dedo de su amada.– Este anillo jamás fue tan hermoso como desde que luce en tu dedo.
Ella sonrió tímida.
–Gracias Connor, eres muy amable.
Él alzó la mirada y sus ojos negros se clavaron como cuchillos en los de ella. Leonor sintió un golpe en su pecho cuando sus miradas se encontraron.
–Digo la verdad.
Soltó una de sus manos y con ella acarició el rostro de Leonor.
–No me canso de tocarte, de mirarte.
Ella suspiró.
Sin esperar más él se acercó hasta ella y la besó. Sus labios se acariciaron despacio, disfrutando del contacto. Connor la saboreó con tranquilidad. Esa mujer era suya y lo sería por siempre. Rozó los labios con su lengua y ella entreabrió la boca, invitándolo así a que se apoderara de ella totalmente. Él no lo dudó.
Connor contempló la posibilidad de entrar en el dormitorio y terminar lo que había empezado, y Dios era testigo de que no deseaba nada más tan fervientemente, pero unos gritos provenientes del salón le trajeron de vuelta a la realidad.
–Connor ¡Maldito bribón! Baja aquí ahora mismo si no quieres que suba a buscarte, la fiesta aún no ha terminado.
Leonor soltó una carcajada ante la amenaza de Nick.
Connor apoyó su frente en la de ella y suspiró.
–Os deseo dulces sueños, mi bella dama, al parecer tengo que atender a mi amigo.
Ella sonrió.
–Lo mismo os deseo, mi señor.
–Te veré dentro de unas horas.
Ella afirmó con la cabeza mientras se mordía el labio inferior.
Él besó juguetonamente ese labio y se marchó frustrado.
***
Connor se levantó con un terrible dolor de cabeza, seguía sentado en su sillón, con la cabeza y el cuerpo sobre la mesa. Miró a su alrededor, sus compañeros no tenían mejor aspecto. Nick estaba tumbado en el suelo, con la boca abierta y las piernas sobre el banco, a su lado tirada en el suelo la copa de vino.
Se incorporó lentamente y subió a su cuarto, dispuesto a lavarse y comenzar la mañana, pero al ver su mullida cama cayó rendido en ella sin sentido.
–¿Nuestro señor casado? Esa sí que es una gran noticia. –Afirmó Katy.
–Y eso que ella parecía una mosquita muerta.
–¡Mary!
–¡Qué! Es cierto, nadie hubiese pensado que la muchacha pudiera engancharlo.
–No dices más que tonterías Mary, mi señora Leonor es una gran mujer y es justo lo que nuestro señor necesita. Una mujer respetable y buena. –Afirmó Anabell.– Estoy segura de que será capaz de hacerle muy feliz.
–Yo también podría, en serio… al menos alguna noche –dijo Katy juguetona.
Las mujeres soltaron una carcajada y continuaron con sus quehaceres.
Eliana las escuchaba, pero no participaba en la conversación. Si esa mujer lograba casarse con Connor ni ella ni su hermano podrían salir de allí, jamás conseguirían una vida lejos de la servidumbre. El tiempo se les acababa. Salió de la cocina dispuesta a hablar con Niall.
Leonor se asomó a la ventana. Notó los estragos de la noche de fiesta en los hombres, ninguno era capaz de moverse con agilidad y soltura. La mayoría estaban sentados, hablando entre ellos. El campo de tiro, vacío. El campo de entrenamiento, solo unos pocos jóvenes entrenaban con las espadas.
Miró el cielo, las nubes cubrían casi su totalidad y amenazaban con lluvias torrenciales. Volvió a su habitación y se sentó en la cama. El anillo de su dedo llamó su atención. Lo sentía incómodo, tardaría en acostumbrase a llevar una joya tan costosa en su dedo. Pero sin duda era muy hermosa. Las esmeraldas y los rubíes formaban una bonita flor. Alzó la mano estirada frente a ella y observó el efecto. Le gustaba mucho. Era la muestra de su amor.
Se sintió flotar. ¡Estaba prometida! Si sus padres la pudieran ver ahora, ¿qué dirían? ¿Estarían contentos? ¿Serían tan felices como ella?
Los truenos le despertaron violentamente. Su cabeza daba vueltas y le dolía como el demonio. Se incorporó con cuidado. ¡Jamás volvería a beber de esa manera! Ya no era un jovencito y estos excesos le pasaban factura.
Volvió a tumbarse y miró el techó de madera de su castillo. Las vigas cruzadas, los tablones… y pensó. Pensó en su futura esposa, pensó en sus maravillosos ojos verdes y en su dulce sonrisa.
De pronto se sentía mejor y tuvo la necesidad de verla.
Se lavó rápidamente y se cambió de ropa. Fuera llovía copiosamente por lo que supuso que ella estaría en su cuarto.
Golpeó con los nudillos en la puerta cerrada.
–¡Adelante!
Estaba sentada frente al fuego. La luz de las llamas confería a su piel un toque dorado, casi místico.
Ella alzó la mirada y se sorprendió al ver en la puerta a su “prometido”.
–¿Qué tal estás? –le preguntó algo azorada mientras se ponía en pie.
Él no dijo nada, entró en la habitación, cerró la puerta con el talón del pie, se acercó en dos grandes zancadas y la abrazó, tomando su boca con pasión.
–Leonor, pongo a Dios por testigo de que solo con verte pierdo la razón. Estoy deseando que llegue el párroco.
Leonor sonrió y se apretó más contra él. Un suspiro ahogado brotó de sus labios y Connor lo entendió como una invitación. Volvió a posar su boca en la de ella y acarició sus labios con la lengua.
La mujer gimió.
Connor profundizó el beso, llevándolos a los dos a un estado de pasión y desenfreno. La cogió por las nalgas y ella sintió como, literalmente, sus pies dejaban de tocar el suelo. Su cuerpo femenino se pegaba al de él y pudo sentirlo entero. Ella se abrazó a su cuello y acarició el pelo de Connor con sus dedos.
Él la sujetó por los muslos, obligándola a abrazarle con las piernas la cintura y la llevó a paso rápido hasta la cama. Con suavidad la recostó mientras él apoyaba todo su cuerpo sobre ella.
Leonor sintió que iba a desfallecer.
Le encantaba sentirlo encima, tan fuerte, tan grande, tan masculino.
Connor comenzó a acariciar sus piernas desnudas, pues el vestido lo tenía casi por los muslos, y con sus diestros dedos iniciaba un avance y un descenso que le quemaba la piel.
De pronto se detuvo y la miró a los ojos. Ella tenía la respiración agitada y estaba sonrojada. Le pareció lo más hermoso que había visto jamás.
Se puso de rodillas en la cama y se quitó la camisola, dejando al descubierto su musculoso torso.
Leonor le miró fascinada, él no se movió y dejó que ella se acostumbrara a su cuerpo.
La muchacha se incorporó y quedó de rodillas frente a él.
No pudo evitar la necesidad de tocarlo con sus manos, así que posó sus dedos en el pecho del hombre y recorrió con delicadeza cada uno de los músculos.
–Tienes muchas cicatrices –le dijo en un susurro.
–¿Te desagradan? –preguntó rígido.
Ella lo miró a los ojos y vio el brillo de la duda. Lo sintió vulnerable y eso la dolió.
Se acercó más a él y con sus labios recorrió la longitud de una de las cicatrices que le cruzaba el pecho a la altura del corazón.
Connor sintió que estaba a punto de explotar como si de un quinceañero inexperto se tratara. Respiró profundo e intentó calmarse.
Ella continuó con la dulce exploración, provocando en Connor un aluvión de sensaciones.
Cuando creyó que no podría soportar más esa maravillosa tortura, sujetó su cara con ambas manos y la besó intensamente.
A Leonor le temblaron hasta las rodillas.
El hombre la miró intensamente y después le desarmó la trenza, dejando el pelo suelto en todo su esplendor. Connor la ayudó a recostarse y se maravilló al ver el cabello esparcido por las sábanas en forma de abanico. Un adorno fantástico. Hundió su cara en él y aspiró el dulce aroma de las flores que lo transportaron a un campo en plena primavera. ¡Adoraba ese cabello! La adoraba a ella, entera.
Se acomodó en la cama con cuidado de no aplastarla con su peso y se centró en dejar suaves besos por el cuello. Leonor se retorcía debajo de él y arqueaba la espalda, necesitando, anhelando algo que no era capaz de identificar.
–Dime que debo hacer… –le susurró.
Él se incorporó y la miró a los ojos. Su sonrisa era dulce, pero a la vez posesiva.
–Nada amor, no debes hacer nada, hoy seré yo quien se ocupe de todo.
La volvió a besar y volvió a acariciar las piernas, subiendo lentamente hasta el muslo y deslizó sus dedos por la cara interna haciendo que Leonor se sobresaltara de la impresión.
–¿Confías en mí, Leonor?
–Sí. –contestó sin pensar.
La mano subió hasta el centro mismo de su feminidad. Ella soltó un pequeño jadeo y se removió inquieta. Connor, para evitar que pudiera echarse atrás volvió a besarla mientras con sus dedos acariciaba delicadamente la parte más íntima de la mujer.
Notó que estaba húmeda y lista para él. Pero hoy no sería el día. Su miembro palpitaba violentamente dentro de los pantalones. Connor era un hombre de honor, y su honor le impedía aprovecharse de la inocencia de una mujer y mucho menos de la suya propia, aunque le costara la cordura, intentaría esperar hasta que su unión fuera bendecida por un hombre de Dios.
Siguió acariciando en círculos el dulce botoncito que le proporcionaba placer. Ella jadeaba y gemía. Su cuerpo se retorcía bajo el de Connor.
Leonor no era capaz de dar sentido a todo lo que le estaba pasando, a todo lo que estaba sintiendo.
Cada caricia le transportaba a un lugar increíble, su mente dejó de funcionar y ocupó su lugar el millón de sensaciones que estaba experimentando. Su respiración se agitó al igual que todo su ser. Los labios de Connor dejaban un reguero de besos por su cuello y su cara mientras sus dedos la elevaban.
De pronto sintió que no podía aguantar más, un calor placentero le subió por todo el cuerpo y después explotó en mil pedazos.
Connor comprobó con deleite como su mujer se estremecía y palpitaba entre sus brazos. Se sintió poderoso. Absorbió los dulces gritos de placer de la muchacha con su boca y cuando notó que el cuerpo de ella quedaba totalmente relajado y flácido entre sus brazos. La miró fijamente, observando y memorizando el rostro satisfecho de su dulce dama. Se recostó en la cama y la acomodó en su pecho.
Ella se dejó hacer y apoyó su cara cerca del corazón de Connor, mientras rememoraba sorprendida la mayor experiencia vivida.
–Jamás pensé que sería así…
Él sonrió.
–Pues aún no has experimentado nada. –contestó con suficiencia.
–¿En serio? ¿Será siempre así?
–O incluso mejor. –Murmuró Connor– En cuanto estemos casados podrás comprobarlo por ti misma.
–Lo estoy deseando.
El hombre soltó una carcajada.
Estaba incómodo, no había conseguido la liberación que su miembro necesitaba, pero se sentía bien consigo mismo. Habría tiempo después para su propio placer, ahora era feliz con su hermosa dama en los brazos. Había sido toda una revelación, al parecer su pequeña gatita rezumaba pasión y fuego por cada poro de su piel.
Leonor contempló el anillo de compromiso, brillando en su dedo, jugueteó con él y observó como las piedras preciosas absorbían los débiles rayos de la luz que proporcionaban las llamas de la chimenea.
–Es un anillo precioso. –Susurró
–Me alegra que te guste.
–¿Tus padres se amaban? –Se arrepintió de la pregunta en el mismo instante que salió de su boca.
Connor suspiró. Se acomodó en la cama, abrazando a Leonor con una mano y la otra la posó sobre la de ella, que descansaba en su pecho.
–Mi padre se casó con la mujer a la que estaba prometido desde la infancia, pero ella al dar a luz de Brian, mi hermano mayor, murió.
–¿Tienes más hermanos? –Preguntó.
–Sí… Mi padre se encontró viudo y con un bebé a su cargo así que decidió que necesitaba otra esposa. Frente a él pasaron un reguero de padres con deseos de casar a sus hijas y mi padre aceptó a la mujer con mayor dote. La conoció el mismo día que se casaron. Como él siempre dijo, fue agradable descubrir que no carecía de belleza ni juventud. Mi madre era una mujer fuerte, educada para ser una buena esposa, dócil, obediente y sumisa. Mantuvieron una unión carente de amor, pero en la que prevalecía el respeto. Ella sabía cuál era su lugar y no le importaba, él procuró concederle una buena vida. Llegaron a un acuerdo no escrito y eso les fue bien. Fruto de esa unión nacieron dos hijos más.
–Oh… creo que es una historia muy triste…
–No lo creas, la mayoría de los matrimonios son así. Un hombre vende a su hija a otro hombre, y la mujer solo puede esperar que la trate bien y no le falte de nada.
–¿Crees que seremos felices? –Preguntó tímida.
–No tengo la menor duda, Leonor. Yo me encargaré de hacerte feliz todos los días de mi vida.
Ella sonrió y se acurrucó más al cuerpo del hombre.
–Entonces yo haré exactamente lo mismo.
Estuvieron un buen rato los dos tumbados, cada uno sumido en sus propios pensamientos.
Leonor fue consciente de que Connor no había nombrado a su segundo hermano, pero no era el momento de hablar de él. Ahora solo podía disfrutar de la compañía de la persona con la que pensaba compartir su vida.
***
Por fin la lluvia había cesado. Leonor se asomó y pudo comprobar como uno débiles rayos de sol intentaban atravesar las espesas nubes grises que se habían apoderado del cielo.
Un suspiro salió de sus labios, tantos días lloviendo estaban minando su estado de ánimo.
Los días eran largos y aburridos. Connor se pasaba la mayor parte del tiempo entrenando en el campo de batalla y ocupándose de los asuntos urgentes que surgían en sus tierras. Las noches se volvían largas y frías.
Robert procuraba entretenerla con juegos de azar y Nicholas le contaba historias de batallas al amor de la lumbre. Connor cada día estaba más nervioso y procuraba evitarla en privado, aunque no dudaba estar a su lado cuando había gente alrededor.
Mientras degustaban los manjares que Anabell les había preparado, un soldado sucio entró en el salón. Connor alzó la vista y al reconocerlo se puso en pie.
–Charles, ven, acércate. ¿Encontrasteis al párroco?
–Sí, mi señor.
La euforia se apoderó del cuerpo de Connor, ¡por fin!
–¿Y dónde está?
–Mi señor, le traigo un mensaje de su parte.
–¿Un mensaje? ¿Y por qué no me lo dice él en persona?
–Al parecer tiene bastante trabajo, dice que le necesitan en varias aldeas, para dar sepultura a los muertos y bendecir a los recién nacidos. Los caminos están muy mal debido a la lluvia y él es el único hombre de Dios de la comarca, le suplica permiso para ocuparse de los asuntos más importantes antes de venir y bendecir su unión con la dama Leonor.
Connor frunció el ceño. Estaba muy disgustado. Mucho.
–¿Cuánto tardará?
–No lo sé, mi señor. Tal vez una semana o dos, Albert y George se ocupan de seguirle y ayudarle para que termine antes, yo he venido a avisaros.
–Bien, bien… pues tocará esperar. –Dijo enfurruñado mientras volvía a ocupar su asiento frente a la mesa. Miró de soslayo a Leonor, sin duda su resolución estaba flaqueando, no sabía cuánto más podría aguantar sin abordar a la mujer y hacerla suya. Estaba frente a la más dura de las batallas que él había librado. Por desgracia no estaba tan seguro de salir victorioso esta vez.
Leonor salió a pasear por las almenas. Le encantaba contemplar la belleza que la rodeaba. Se encontró con Damien, que estaba apoyado mirando con interés como entrenaban los hombres.
–Hola Damien.
–Hola, Leonor.
–¿Qué haces aquí tú solo?
–Solo observo el entrenamiento de los soldados. –contestó el muchacho
Ella alzó la vista hacia el lugar que miraba tan atentamente.
–¿Te gusta verles pelear?
–Me gustaría ser uno de ellos.
–¿Y eso por qué?
Damien apartó la mirada de los hombres y la clavó en la cara de Leonor.
–Son soldados, hombres fuertes, valientes y de honor. Me gustaría en un futuro poder llegar a ser uno de ellos.
–Damien, el honor está en todos los hombres, no importa aquello a lo que se dediquen.
–No en todos… –dijo con tristeza.
Leonor suspiró y apoyó su mano en el hombro de Damien.
–Escúchame bien. Todos los hombres poseen luz y oscuridad, todos, pero solo los mejores deciden alimentar la luz. Ves a los soldados y los miras con admiración, te comprendo. Pero debes mirar más allá, ¿De todos los que están ahí, cuántos están casados? ¿Cuántos tienen hijos, un hogar o una familia? Son fuertes y valientes, y estoy segura de que la mayoría son hombres de honor, pero míralos bien Damien, hoy están aquí, pero si hay una guerra y deben enfrentarse al enemigo, muchos no volverán, de hecho son pocos los que llegan a una edad avanzada. Si no los mata la espada, lo harán las infecciones de las heridas que les causarán. Su vida es demasiado corta. Tú, gracias a Connor, tienes la suerte de poder decidir, tienes a tu alcance el mundo, solo tienes que elegir lo que más te guste. Puedes ser herrero, carpintero, un hombre de campo… un sinfín de cosas.
–No es lo mismo, los soldados nos cuidan y nos protegen con sus vidas.
–Sin duda es honorable… pero dime… ¿qué haría un soldado si el campesino no cultivara la tierra? ¿De qué comeríamos? Creo que el campesino también nos cuida, gracias a él tenemos alimento.
El muchacho dubitativo volvió la mirada hacia los soldados.
–Mi señor Connor es fuerte, valiente.
–Tal vez él no tuvo la oportunidad de elegir, tal vez es un guerrero porque no le quedó alternativa, y decidió que si iba a ser soldado, sería el mejor…
–Tal vez… –murmuró Damien.
–Mira, solo te digo que lo pienses bien, puedes pasarte por los talleres de los artesanos para ver cómo hacen su trabajo y te vendría bien hablar con Connor, él podrá aconsejarte mejor que yo.
–Eso haré, gracias Leonor.
El muchacho se abrazó a su cintura y le invadió una sensación de ternura que se apoderó de todo su cuerpo. Con cariño le acarició el pelo.
El sonido de los cascos de un caballo que viajaban a toda velocidad los distrajo. Ambos se asomaron a las almenas y vieron llega a un mensajero.
–¡Por los clavos de Cristo! –soltó Leonor sin pensarlo.
–¡Qué! ¿Qué sucede? –preguntó Damien nervioso.
–Es un mensajero del Rey, y al parecer trae mucha prisa.
Leonor echó a correr por las almenas y bajó las escaleras de madera. Cruzó el patio y se adentró en el salón principal cuando el mensajero desmontaba de su cabalgadura y se adentraba en el castillo a paso rápido.
Connor sentado en la mesa comentaba con Nicholas las últimas novedades cuando vio entrar a paso rápido a su prometida y al momento la figura de un hombre, con el escudo del Rey en sus ropas.
Se puso en pie al momento, seguido por Nicholas y los presentes.
El viajero hizo una reverencia frente a Connor.
–Mi señor, traigo un mensaje de su Majestad el rey Enrique, para vos.
El miedo y la incertidumbre se apoderaron de su pecho. Miró a Leonor y vio en sus ojos reflejado el pánico.
–Entregádmelo mensajero.
El hombre se incorporó y sacó de su bolsa de cuero un pergamino cerrado con el lacre del anillo del Rey. Connor lo cogió de las manos frías del mensajero y lo observó.
–Mensajero, ve a la cocina, toma lo que desees y descansa.
–Gracias, mi señor.
El hombre se dirigió con paso firme hacia la cocina del castillo.
Nicholas y él se miraron. Tenían el triste presentimiento de que algo no iba bien.
–Ábrelo. –Ordenó Leonor casi fuera de sí, debido a los nervios.
Connor suspiró y rompió el lacre. Comenzó a leer mientras sentía como un puño le apretaba las entrañas.
Finalizada la lectura alzó la vista y miró a todos los presentes. Se detuvo finalmente en los ojos de Leonor que se había puesto pálida y fue a ella, más que a los demás, que le dijo.
–Habrá guerra.
Un murmullo se instaló en la sala. Connor y Leonor mantenían fijas sus miradas, uno en los ojos del otro. Los de ella se inundaron de lágrimas no derramadas.
–Para cuándo. –Logró preguntar.
–Inmediatamente –contestó Connor, serio y roto por dentro.
Vio como las lágrimas contenidas corrían sin medida por el hermoso rostro de Leonor. Abrió los brazos y ella corrió a cobijarse en ellos. Su llanto le empapó la túnica y él jamás pensó que llegaría el día en el que desearía más que nada en el mundo, desobedecer a su señor.
***
No había conseguido dormir nada de nada. El alba la encontró mirando el fuego con intensidad. No concebía la vida sin él a su lado, por desgracia Connor debía partir, era su deber y ella no intentaría hacerle cambiar de opinión, no podría. Era un soldado, un guerrero, su Rey le necesitaba y nada le retendría.
Se incorporó notando sus músculos agarrotados.
La noche había sido movidita. Todos los soldados habían estado hasta altas hora preparando todo lo necesario para partir. La euforia de los hombres desentonaba con el terrible dolor que se había apoderado de su corazón. El miedo de la desgracia clavó sus fríos dedos en su pecho. No podía evitar que por su cabeza pasaran escenas de Connor malherido o muerto. Las lágrimas habían sido compañeras constantes durante las largas horas de oscuridad.
Unos golpes en la puerta la trajeron a la realidad.
–Leonor…
La dulce voz de su hombre la llamaba desde el otro lado. Su corazón herido, dio un brinco de alegría.
Ella se acercó y le abrió.
–Connor…
Después de leer y releer la misiva del Rey, había desesperado, pero las órdenes eran claras:
“Mi primo piensa invadir el país por el sur. Preséntate con tus tropas en el castillo de Berry Pomeroy en Devon inmediatamente, allí recibiréis mis órdenes.”
Con rabia tiró el pergamino al fuego y vio cómo se consumía a medida que crecía su ira.
¿Por qué ahora? Deseaba casarse con Leonor, anhelaba una familia y un hogar, sentir la felicidad. Estaba tan cerca… y todo se veía truncado.
–¿Puedo pasar?
Ella se hizo a un lado y lo dejó entrar. Se le veía triste y alicaído. No podía permitir que se fuera, Dios sabía por cuanto tiempo, con un mal recuerdo de ella. Sería fuerte, por él.
–¿Está todo preparado para tu marcha? –Preguntó mientras cerraba la puerta tras él y le observaba adentrase en su cuarto, con ese paso seguro y felino que le caracterizaba.
–Sí, en breve partiremos. –Contestó mientras la miraba a los ojos.
No pudo soportarlo más, se abalanzó hacia él y le besó con pasión.
El arrebato de Leonor lo dejó un poco descolocado, pero enseguida correspondió con fuego a ese beso. En él, deseaba trasmitir todo lo que sentía, su amor, su pasión, su dolor y su esperanza.
Abrazó el delicado cuerpo femenino por la cintura y lo atrajo hacia él. Ella acarició su pelo y su cuello.
–Todo saldrá bien, Leonor. –Le aseguró después de unos minutos de besarse ardientemente.
–Promete que volverás entero.
Connor no pudo evitar reír.
–Te lo prometo.
–¿Cuánto tiempo estarás fuera? –Preguntó acercando su cara al pecho y escuchando los tranquilizantes latidos del corazón.
–No lo sé, no puedo darte una fecha. Todo depende de cómo se presenten las cosas. Es lo que tiene la guerra, sabes cuándo empieza pero nunca cuando termina. Espero que Edwards, el primo del Rey, entienda que nada puede hacer contra nuestras tropas y se retire antes de causar más daño.
–Pero ¿y si él también posee un ejército numeroso?
–Eso ya lo veremos, no debemos adelantar acontecimientos. He venido a despedirme de ti y concedernos unos minutos de privacidad antes de que me vaya.
–Te echaré mucho de menos.
–Y yo a ti. Ya verás como el tiempo pasará rápido y cuando menos te lo esperes volveré a ti.
Leonor lo abrazó con fuerza, sintiendo como en los brazos fuertes y seguros del hombre, ella dejaba de sentir desazón. Sus penas eran menos y su corazón se llenaba de alegría.
–Tendrás que volver, aún tienes que casarte conmigo.
–No deseo nada más en este mundo. –Susurró él enterrando la cara en su pelo. Aspiró con fuerza intentando memorizar el olor a flores que lo caracterizaba.
– Deberás ser fuerte. Dejaré aquí a un puñado de hombres, no creo que tengas problemas, Edmond estará al mando, para cualquier duda deberás acudir a él. Promete que no te meterás en problemas durante mi ausencia.
Ella sonrío con dulzura.
–Prometo que haré todo lo que esté en mi mano, mi señor.
–¿Debo conformarme con eso?
–Sí, mi señor.
Connor cogió su cara con ambas manos y la obligó a mirarle. Acarició sus mejillas con los pulgares y la besó suavemente en los labios.
–Deseo que recuerdes mis besos por las noches y sueñes conmigo.
–Y yo deseo, mi señor, que solo desees mi cuerpo y mis besos durante tu ausencia. Yo os esperaré impaciente.
–No hay ninguna mujer en el mundo a la que yo desee besar Leonor, solo tú. Solo deseo tus labios, tus ojos, tus caricias, tu cuerpo… solo estás tú para mí.
–Entonces, mi señor, en mis sueños solo estará presente un hombre y ese seréis vos.
Connor la besó con pasión mientras acariciaba su espalda.
–Debo partir.
Ella se apartó despacio y lo miró fijamente a los ojos.
Se quitó el colgante que llevaba en el pecho, una fina cruz de oro que perteneció a su madre.
–Toma, deseo que la tengas.
Él miró la delicada joya.
–Leonor… yo.
–No pasa nada Connor. No tengo nada más que darte y quiero que poseas algo que te recuerde a mí.
Tomó el crucifijo y se lo ató al cuello.
–Intentaré no perderlo. Es muy hermoso.
–Sí, mi madre me lo regaló cuando cumplí los quince años. Lleva todo ese tiempo conmigo.
–¿Eres consciente de a dónde me dirijo?
Los ojos de ella se llenaron de lágrimas.
–Lo soy y por eso espero que esta joya te cuide para que puedas volver a mí.
–La cuidaré, te lo prometo.
La abrazó acomodando su cara en su pecho.
–Lo sé…
Tras un último beso, Connor salió de la habitación, presto a prepararse para el viaje.
El patio bullía de ruido y actividad. Leonor salió del salón principal y se apostó al borde de las escaleras, buscando caras conocidas con el pecho encogido.
Robert se acercó hasta ella. Leonor lo abrazó con fuerza.
–Cuídate mucho, te lo suplico.
–No debes preocuparte, Connor dijo que no entraría en batalla, que me quedaría de refuerzo en la retaguardia, no me pasará nada malo.
–Prométemelo.
Robert le acarició la cara con cariño.
–No me pasará nada, te lo prometo.
Se fundieron en un fuerte abrazo y Robert se despidió con un suave beso en la frente.
El corazón de Leonor estaba a punto de romperse y sus ojos se humedecieron.
Nicholas salió del castillo, vestido con la cota de malla y con el yelmo del brazo, se acercó hasta ella. Estaba eufórico, contento. Era un hombre de guerra y estaba en su ambiente.
–No debes preocuparte, todo saldrá bien.
No podía hablar, tenía un nudo en la garganta que la impedía pronunciar palabra.
–¿Estás bien? –Le preguntó preocupado.
–Sí, es solo que… esto es nuevo para mí y tengo miedo.
–No te preocupes, yo cuidaré de él.
La abrazó dulcemente.
–Cuídate tú también.
–Descuida –le contestó con sorna– Nadie más que yo desea volver de una pieza.
Leonor sonrió ante la alegría de Nick. Le hizo un gesto de despedida con la cabeza y bajó deprisa las escaleras hacia su caballo, que ya estaba ensillado y listo para partir.
–Leonor…
Su nombre pronunciado por él le produjo un escalofrío en la espalda. Se giró hasta quedar frente a Connor.
Corrió a abrazarle, pero se encontró con un pecho duro y frío, de metal, que nada tenían que ver con los abrazos recibidos en su cuarto. Connor la besó con pasión mientras la sujetaba por la cintura con una mano y mantenía el yelmo en la otra.
Verlo preparado para la batalla le recordó el día en que lo conoció. Ese era Connor, un guerrero, fuerte y letal. Su guerrero.
–No temas por nada, cuando menos te lo esperes me verás aparecer por la linde del bosque.
–Esperaré ese día con ansia.
Lo vio bajar las escaleras y subir ágilmente a su caballo. Se colocó el yelmo que le cubrió la cabeza, parte de la frente y la nariz. Sus armaduras brillaban a la luz del sol, las espadas relucientes acaparaban destellos. Eso le pareció un buen augurio. Connor volvería, de eso estaba segura, y volvería sano y salvo.
Buscó con la mirada a Robert, le despidió con la mano y después fijó la vista en su caballero. Era imponente verlo subido en su enorme caballo de guerra.
Él clavó su oscura mirada en ella y movió la cabeza para despedirse. Ella le sonrió y le despidió con la mano.
–¡Adelante mis caballeros!
Connor inició la marcha seguido por todos sus hombres, el espectáculo era impresionante.
Los caballos golpearon con fuerza sus cascos en la piedra del suelo e iniciaron el avance detrás de su señor.
Leonor corrió a subirse a la muralla y verlos avanzar hacía el camino del bosque. Solo cuando estuvo segura de que él no la podría ver, rompió a llorar desconsoladamente.
–No te preocupes, Leonor. Connor volverá.
Ella miró hacia la persona que había dicho aquellas palabras. Se encontró con los hermosos ojos de Peter, que estaba acompañado por Damien y Colin.
–Lo sé Pet, lo sé… –le dijo mientras abría los brazos y ellos se acercaban. Los cuatro abrazados, vieron como el ejército de valientes hombres desaparecía de su vista.
***
La soledad y la desidia se apoderaron del castillo. Los días pasaban largos y aburridos, las noches frías y llenas de miedos que brotaban a través de sonidos y de los sueños.
Leonor pensó que enloquecería si no tenía noticias pronto. Pero las noticias no llegaban y los días trascurrían y se transformaron en la primera semana.
Como cada día se asomaba a ver el amanecer desde las almenas. Hoy la lluvia le impediría ver la salida del sol, sin embargo se puso la capa sobre el vestido y salió desde la torre directamente a las almenas. El frío la golpeó con fuerza y la lluvia, la caló casi al instante. Los soldados paseaban haciendo la guardia, inmunes al frío y al agua. Ya no reparaban en su presencia.
Comenzó a tiritar y se abrazó a sí misma, mientras miraba el horizonte vestido con el manto de la lluvia.
Unos sonidos de cascos atrajeron su atención. Los soldados se pusieron alerta y se acercaron más para poder divisar mejor a los visitantes.
–¡Es la bandera del Rey! –gritó el vigía.
El corazón de Leonor golpeó fuerte en su pecho. ¿El Rey? ¿Qué quería el Rey ahora que Connor ya no estaba aquí? Tal vez venía a asegurarse de su partida.
Sin más contemplaciones, entró en el castillo y se fue a cambiar. Había divisado una gran comitiva, pensó que tal vez sería alguno de los nobles de los alrededores que cabalgaba en su nombre. Ella al ser la prometida de Connor le correspondía el honor de darles la bienvenida.
Se cambió veloz, secando su pelo con un trozo de tela limpia y peinándoselo en una larga trenza. Bajó rápidamente al salón principal.
–Mi señora, tenemos visita. –Le dijo Edmond.
–Eso parece, veremos qué es lo que quieren.
La comitiva visitante entró en el salón pisando fuerte. Leonor les miraba estupefacta. Los dos caballeros que entraban en primer lugar, se iban quitando las capas húmedas a la vez que reían de alguna gracia.
Edmond al darse cuenta de quién era el visitante se apresuró a arrodillarse frente a uno de ellos.
–¡Bienvenido Majestad!
¿Majestad? ¿Acaso Edmond estaba loco? ¿El Rey estaba frente a ella en el salón del castillo?
Sin apenas tener tiempo para reaccionar, Leonor dobló sus piernas y se plegó en total sumisión ante su Rey.
–Gracias, amigo. Tú Rey necesita un lugar caliente y algo de comer.
El mayordomo, apareció ente él con una bandeja llena a rebosar de ricos manjares que depositó en la mesa, moviendo el sillón de Connor para que su Majestad pudiera sentarse en el lugar principal.
El rey, acompañado de un hombre que ocupó el asiento de al lado, miró a su alrededor y dijo:
–Así que esta es la fortaleza de mi buen amigo Connor.
Edmond estaba parado frente a él.
–Sí, majestad, pero él no se encuentra.
–Ya lo sé, soy consciente de dónde están mis mejores hombres en cada momento.
Cogió una copa de vino y la bebió casi sin respirar.
–Buen caldo, este.
El hombre que estaba a su lado hizo lo propio y afirmó con la cabeza.
–¿Y bien? ¿Dónde está la pupila de mi soldado?
–Aquí, sire –dijo Leonor dando un paso al frente.
–Oh… realmente eres muy hermosa. El muy bribón…
El hombre que estaba a su lado no dejaba de mirarla.
–Connor es muy listo. –dijo con un tono de voz extraño.
–Soy consciente de eso. Es una de las razones por las que le mantengo a mi lado. Ven muchacha, acércate para que pueda verte bien.
Ella se incorporó y caminó hasta quedar frente al Rey.
–Mmm… ¿Qué te parece?
–Creo que es perfecta, sire.
–Estoy pensando seriamente tu proposición, es demasiado hermosa para ti –dijo el monarca con una carcajada.
Leonor alzó la mirada y la clavó en el acompañante. Un extraño escalofrío le recorrió la espalda. Esos ojos… esa mirada le resultaba tremendamente familiar.
–Es una pena que Connor no esté presente, dime, ¿cuál es tu nombre?
–Leonor, sire.
–Bien, bien, Leonor, vengo a darte una buena noticia y espero que te guste. He venido a conceder tu mano en matrimonio. –Leonor abrió los ojos debido a la sorpresa– Tu futuro marido será este buen mozo que está a mi lado.
La mirada de la mujer pasó del rostro del monarca al del acompañante.
Una risa de suficiencia apareció en sus labios. Era un hombre alto, bien parecido, con el pelo negro y parecía tan fuerte como un soldado, pero había algo en él que no le gustaba.
Notó como Edmond se acercaba a ella. Respiró profundo y se armó de valor.
–Siento daros esta noticia, majestad, pero no puedo casarme con ese hombre.
El Rey la miró como si ella fuera un animal extraño nunca visto, que acababa de aparecer frente a él.
–¿No? ¿Y por qué no? –Su tono era todo menos amistoso.
–Ya estoy prometida, sire. Mi futuro esposo no es otro que lord Connor.
–¿Connor? ¿No me estarás mintiendo muchacha?
–¡No sire, os lo juro!
–Es cierto, majestad. –Dijo Edmond acercándose aún más a Leonor, le cogió la mano y le enseñó el anillo de compromiso– Aquí está la prueba.
El Rey cogió la mano de la muchacha y observó con detalle el anillo.
El hombre que estaba a su lado miró fijamente el anillo, abrió mucho los ojos y se puso en pie dando un fuerte golpe a la mesa.
–¡Maldito!
Leonor se asustó ante ese arrebato y apartó la mano de la del Rey inconscientemente.
–Tranquilo Gael.
¿Gael? Leonor miró asombrada a Edmond
–¿Gael, el hermano de Connor? –susurró.
Edmond afirmó con la cabeza.
El corazón de Leonor comenzó a latir desbocado. Gael. El hombre al que odiaba Connor con tanta intensidad estaba en el salón con la intención de llevársela como futura esposa.
Comenzó a sudar.
–Esto es un contratiempo. –Dijo el monarca pensativo.
Hizo un gesto para que Gael se sentara y él obedeció sin quitar los ojos de Leonor. Ella ahora entendió a quién le recordaba esa mirada, los ojos de Gael eran idénticos a los de Connor. Tenían un cierto parecido, aunque la nariz de Gael era más larga y afiliada y sus labios eran finos y duros.
Ella apartó la mirada del hermano odiado de Connor y la fijó en el Rey. No parecía un hombre especial, no tenía un brillo mágico ni nada que le pudiera diferenciar del resto debido a su condición. Era un hombre, como otro cualquiera, más bien bajo y frondoso. Tenía unos hermosos ojos castaños, pero todo lo demás era más bien vulgar.
El Rey cogió un trozo de pata de cordero asado y comenzó a masticar tranquilamente, mientras Gael no soltaba la copa de vino.
–Sentaros muchacha, no os quedéis de pie y contarme cuando ocurrió la buena noticia.
–Hace casi tres semanas, majestad.
El Rey volvió a reír.
–El muy bribón… –dijo en un susurro, casi más para sí que para nadie más, mientras estaba sumido en sus pensamientos.– ¿Te trata bien?
–Me trata más que bien, sire.
Él apartó los ojos del asado y los fijó en el rostro de ella.
–No me extraña nada.
Leonor se encerró en la habitación de los niños en cuanto los invitados se fueron a los cuartos asignados para cambiarse de ropa y adecentarse. Los niños se habían acostumbrado a pasar largas horas en su habitación. Leonor les ordenó que mientras el Rey y su comitiva estuvieran en el castillo ninguno abandonase la habitación.
La euforia de tener al monarca en el castillo inundó a cada uno de los habitantes. Las mujeres se esmeraron en tener todo en unas condiciones inmejorables y las comidas y cenas se convirtieron en una acontecimiento digno de recordar.
Pero Leonor no estaba tranquila, la mirada de Gael, tan igual y tan distinta a la de Connor, la perseguía allí donde iba.
Bajó por la escalera de servicio hasta la cocina, en ella, Anabell, totalmente desquiciada, daba órdenes a diestro y siniestro. El horno estaba listo para los asados y la gente se movía por toda la estancia nerviosa, mientras intentaban cumplir con sus tareas.
–Mi señora. – saludó Anabell en cuanto se dio cuenta de su presencia.
–Anabell, los niños comerán en su habitación, me gustaría que alguien se ocupara de subirles la comida.
–No se preocupe, mi señora. Mary se ocupará de eso.
Sin decir nada más, Leonor salió de la cocina para no estorbar a las mujeres que trabajaban afanosas. Caminó despacio por el pasillo oscuro que comunicaba la cocina con el salón. Iba sumida en sus pensamientos. Unas voces masculinas, procedentes del final del pasillo la paralizaron al instante y se pegó a la pared de fría piedra para no ser vista. Su avance se hizo lento, con cuidado de no hacer ningún ruido que la delatase, y se detuvo en cuanto pudo oír con claridad la conversación.
–… Ya sé que es muy inoportuno, Gael, pero entiende que las cosas han cambiado. Ya no puedo simplemente concederte la mano de la muchacha. Está prometida con Connor.
–Lo sé, sire. Yo mismo vi el anillo que lleva en su dedo, era de mi madre.
–No puedo hacerlo. Si Connor descubre que te la di a pesar de saber que le pertenecía a él me odiará y temo sus represalias.
–Estoy de acuerdo, majestad. Yo no quiero que vos salgáis perjudicado. Pero tengo un plan.
–¿Un plan? ¿Y qué plan es ese? –Preguntó el monarca frunciendo el ceño con disgusto.
–Es muy sencillo y a vos no se os podrá culpar de nada. Lo cierto es que quedaréis como una víctima más de mi maldad.
–¿En serio? Contadme, pues.
–En la comida anunciaréis que nuestro propósito se ha visto truncado debido al anuncio de la mujer y dispondréis de todo lo necesario para nuestra partida, cuanto antes, mejor.
–¿Solo eso?
–Solo.
–¿Y tú que harás?
–Pues yo cegado por la ira y la rabia, secuestraré a la muchacha mientras duerme. No será difícil, vuestros soldados me serán útiles. Cuando se descubra mi villanía, vos enviaréis a varios de vuestros mejores hombres a buscarnos, por supuesto no lo lograrán y después ya no habrá nada que hacer, cuando Connor lo descubra ya estaremos casados. Vos seréis una víctima y no tendréis culpa de nada. Yo tendré lo que ansío.
–¡Par diez Gael! Sois sorprendente. Vuestra inteligencia y maldad no conoce límites. Me congratulo de tenerte a mi lado.
Gael soltó una carcajada de satisfacción.
–Majestad, vos tenéis mi lealtad, bien lo sabéis.
–Y doy gracias por ello.
Leonor sintió como un escalofrío le atravesaba la espalda. Se apoyó en la piedra oscura y gris, su cabeza daba vueltas y no sabía qué hacer. Estaba sola. Connor no estaba, ni Robert y Nick tampoco, nadie podía ayudarla esta vez. Sin embargo no se rindió.
Con la espalda pegada a la pared comenzó a caminar muy despacio, intentando hacer el menor ruido posible. Cuando pensó que estaba lo suficientemente lejos de ellos y no podrían oírla, inició una loca carrera. Atravesó la cocina, salió por la puerta y corrió hacia el patio de armas. Solo podía confiar en una persona. Edmond.
Seguro que estaría en la muralla observando el exterior. Así que con paso decidido lo buscó. Recorrió el perímetro, pero no lo halló.
–Charles, ¿Sabes dónde está Edmond?
El soldado estaba comiendo un trozo de pan con queso y al oír a su señora hablarle por la espalda se atragantó. Ella comenzó a darle golpecitos en la espalda mientras el hombre tosía y se ponía colorado como un tomate.
Cuando por fin pudo hablar, miró a la mujer a la cara.
–Mi señora, creo que está en el salón de armas comprobando el material.
–Muy bien, iré a buscarlo allí, muchas gracias.
–Un placer, mi señora.
Con paso firme anduvo los metros que la separaban del salón de armas. Nunca había estado allí, así que cuando cruzó la puerta y se acostumbró a la oscuridad reinante, se quedó maravillada.
Montones de armas ocupaban el espacio de aquel cuarto. Espadas, escudos, arcos, flechas, yelmos, cotas de malla y un montón de dagas entre otras cosas. Sus ojos recorrieron la totalidad de la habitación.
–Mi señora.
Leonor dio un respingo al oír la voz de Edmond.
–Oh… Edmond, tengo que hablar contigo, es urgente.
El hombre frunció el ceño y se acercó más a su señora.
–Como de urgente.
Ella respiró hondo.
–De vida o muerte.
Vio como el rostro curtido del soldado daba muestras de asombro, incluso creyó ver que había palidecido, aunque con lo oscuro de la habitación no lo podría asegurar a ciencia cierta.
–Contadme, pues.
La mujer miró a todos lados, comprobando la privacidad del lugar.
–Nadie debe escuchar lo que tengo que decirte.
El soldado afirmó con la cabeza y le indicó que saliera de allí. Ella obedeció sin rechistar.
–Demos un paseo, ir caminando nos otorgará cierta intimidad y ninguna sospecha.
–Bien.
Salieron del recinto del castillo y comenzaron a pasear por las afueras de la aldea.
–Decidme.
–He escuchado una conversación entre el Rey y Gael. Estaban conspirando.
El soldado alzó el rostro, pero no mostró ningún signo de asombro, simplemente la miró.
–Les oí hacer planes. El Rey no estaba muy de acuerdo en entregar mi mano a Gael, dijo que si Connor lo descubría se enfadaría y eso no le conviene. Gael le propuso un plan en el que el monarca quedaría como una víctima inocente y Connor no podría hacer nada contra él.
–¿Qué plan es ese?
–Cuando estemos todos juntos en la mesa, el Rey anunciará que su propósito de pedirme en matrimonio para Gael, quedará anulado y que partirán al día siguiente. Gael fingirá rabia y enfado. Cuando todos estén durmiendo me secuestrará, con ayuda de los soldados del Rey. Por la mañana, se descubrirá nuestra ausencia y enviará a sus mejores hombres a buscarnos. No nos encontrarán. Gael se casará conmigo y el Rey quedará libre de sospecha.
Edmond miró el horizonte. Estaba pensando. Sabía que la llegada del hermano de su señor no era un buen augurio, pero jamás pensó tal villanía y menos de la confabulación con el mismísimo Rey. Tenía que hacer algo, pero no sabía muy bien el qué.
–Edmond. Debo escapar antes de que él intente secuestrarme.
–¿Escapar? ¿Y a dónde iría?
–No lo sé, pero no puedo quedarme, si Gael consigue lo que quiere, Connor sufrirá y yo no puedo consentirlo.
–Podemos cerrar la puerta de su cuarto, así él no podrá entrar.
–Estoy segura de que hallará la forma, es capaz de echarla abajo y tú no podrás hacer nada, no creo que te dejen pisar esta noche por el castillo.
–Tal vez tengáis razón. Debéis partir. Buscaré a un hombre de confianza para que os acompañe y os cuide.
–¡No! Eso no es posible.
–Mi señora, si os abandono, mi señor me matará de una manera terrible.
–Edmond, no debéis temer la ira de Connor, debemos tramar un buen plan. Si huyo con un soldado seré muy fácil de reconocer y encima se entenderá que no estaba sola en esto, nadie debe saber nada, ni tener la menor idea de que estamos al tanto de sus planes, debo huir sola, nadie más debe quedar comprometido, serían capaces de matar a mi acompañante por traición. El Rey posee muchos hombres a su cargo, espías, nobles y campesinos. No nos podemos arriesgar.
–Dejarla marchar sola es una locura. No podrá sobrevivir en el bosque mucho tiempo.
–No pienso esconderme en el bosque, ¿crees que el Rey no me buscará ahí?
–¿Y a dónde pensáis ir?
–No lo sé, solo sé que tengo que partir y llegar muy lejos, lo más lejos posible de aquí.
–Mi señora, si le sucediese algo, Connor me despellejaría vivo.
–Edmond, no me pasará nada, sé cuidarme sola. Si todo esto sale bien, cuando le explique la situación él lo entenderá. No debes preocuparte. Ahora debes decirme cómo puedo salir del castillo sin que nadie se entere.
Edmond se puso a pensar. Su cerebro daba vueltas y más vueltas al asunto. Tendría que haber otro modo. No podía abandonarla a su suerte. Los caminos estaban plagados de maleantes que no dudarían en aprovecharse de una mujer, y no quería ni pensar lo que podía ser de ella si acababa en malas manos, sería mucho peor que pertenecer a Gael.
–Edmond. –le llamó ella, dándole un pequeño empujón.– ¿Cómo puedo salir del castillo?
–Debe haber otro modo, no puedo dejaros partir sola…
–No hay otro modo y no tienes alternativa. He acudido a ti porque eres el único que me inspira confianza. Debemos hacerlo por Connor. ¿Cómo se sentirá cuando vuelva y descubra que su prometida es la esposa de su odiado hermano? El disgusto acabará con su cordura. Se volverá ciego de ira y cometerá una locura. Lo único que puedo hacer es huir, estar lejos de ese villano. Por Connor…
Edmond afirmó con la cabeza.
–Hay una puerta en la parte trasera, más que una puerta es un pequeño agujero, detrás del gallinero. Está cubierto con una enredadera. Yo la estaré esperando al otro lado, con su caballo listo para huir.
–Gracias Edmond. Gracias.
–Solo espero que por esto Connor no me corte la cabeza.