–Bien, mi señor. Desearía poder hablar con vos… en privado.
–¿Ocurre algo?
–No… no… simplemente necesito comentaros algo.
–¿Puede esperar hasta mi vuelta?
Leonor abrió mucho los ojos por la sorpresa.
–¿Vuelta? ¿A dónde os dirigís?
Connor carraspeó incómodo.
–Voy a revisar el perímetro del bosque. Ulfrido informó de un posible intruso.
Leonor frunció el ceño.
–Tal vez no fue nada.
–Tal vez… pero es mi obligación comprobarlo. ¿Podéis esperar?
–Por supuesto, mi señor. –dijo la muchacha de mala gana.
–Muy bien, entonces cuando vuelva, hablamos.
Pasó frente a ella y se dirigió con rapidez hacia el patio. Deseaba con todas sus fuerzas estar junto a ella, poder tocarla, besarla. Pero no debía, ella confiaba en él. Sin embargo no podía controlar todas las partes de su cuerpo en presencia de la muchacha, pues una muy en particular cobraba vida con la cercanía de Leonor. Intentó controlar su respiración, no podía estar junto a Leonor, pero no soportaba mantenerse lejos de ella. Menudo dilema. Parecía una pobre quinceañera lloriqueando por amor. Se enfadó aún más consigo mismo. El rumbo que estaba tomando la situación no le resultaba del todo agradable, se vería en la obligación de tomar medidas drásticas.
–Connor, estamos listos –dijo Nick en cuanto le vio aparecer.
Connor montó en su caballo de un salto.
–Pues vamos. –Y sin decir nada más inició la marcha.
Una vez llegaron al lugar dónde Ulfrido escuchó el sonido, los soldados se bajaron de sus caballos. Con paso lento caminaron hacia el interior del bosque. No tardaron en ver las huellas de los intrusos. Connor miró fijamente a Nicholas, que al ver la hierba pisoteada y las marcas de pasos se puso pálido.
–Aquí hubo varios hombres escondidos. Sin duda al acecho. –Comentó Connor tranquilamente –Seguiremos las huellas hasta ver dónde nos llevan.
En silencio continuaron caminando, con los ojos bien abiertos, buscando cualquier signo, cualquier rastro, que les pudiera llevar hasta aquellos hombres. Durante una hora siguieron el rastro fresco, que les llevó hasta un pequeño claro. Allí se notaba con más fuerza la presencia de extraños. Huellas de caballos, una hoguera, huesos de animales que habían servido de comida… y una pequeña cueva. Connor se acercó. A primera vista, los que allí habían vivido durante varias semanas, habían abandonado el lugar, pero tenía que ser prudente. Se asomó en la entrada de la cueva con la espada alzada y lista para atacar. Pero dentro lo único que halló fue más basura y un olor fétido que le golpeó con fuerza. Entró y esperó a que la vista se acostumbrara a la oscuridad reinante. Pudo comprobar que con ramaje y hojas habían construido tres lechos, en el centro el resto de una hoguera humeante y más dentro aún los cuerpos de algún animal listo para ser la cena. Salió al exterior.
–Por lo visto eran tres y han abandonado el lugar.
Nicholas golpeaba con los pies los restos de lo que había sido la última comida de los maleantes.
–Eran unos cerdos, y por lo que veo aquí están las reses que los campesinos habían perdido. ¿Qué piensas hacer?
–Creo que nos llevan al menos tres horas de ventaja, tal vez si nos damos prisa podamos darles alcance, pero no sé si será conveniente…
–¿Qué quieres decir?
–Sabemos que eran tres, que llevaban varias semanas aquí, pero no sabemos que buscaban o que esperaban, tal vez no fueran más que ladrones o soldados sin casa haciendo un alto hasta que encuentren dónde parar… Me extraña que hayan estado tanto tiempo aquí acampados, y no hayan intentado nada contra nosotros, tal vez no querían hacer ningún daño, hasta que Ulfrido los descubrió y se asustaron.
–Puede que tengas razón.
–Volvamos a casa.
Los soldados sin mediar palabra iniciaron la marcha, ahora en dirección hacia el castillo.
Connor entró en el salón principal. Leonor seguía sentada al lado de Robert, en cuanto le vieron se pusieron en pie.
Él se acercó lentamente.
–Hemos encontrado rastro de tres maleantes, al parecer llevaban acampados varias semanas.
–¿Qué buscaban?
–No lo sabemos y supongo que ahora jamás lo averiguaremos, se han ido.
Leonor afirmó con la cabeza.
–Ven, acompáñame –le ordenó Connor –, y hablaremos.
En silencio lo siguió hasta su cámara privada. El hombre abrió la puerta y ella entró despacio. El cuarto estaba muy limpio y ordenado. Una mesa y varias sillas eran el único mobiliario junto con un hermoso baúl de madera labrado con un diseño típico de caza.
–Dime pues, de qué querías hablar. –le preguntó en cuanto estuvo sentado.
De pronto Leonor se sintió tímida y estúpida. Tal vez todas sus preocupaciones no eran tales. Miró fijamente a Connor, se le notaba cansado y ella se sintió culpable.
–Tal vez no sea este el mejor momento para hablar, supongo que estás cansado.
Él se removió incómodo en la silla.
–No pasa nada, dime lo que te preocupa.
Ella lo pensó durante unos instantes.
–Connor, sé que te debo mucho y te estoy muy agradecida por todo lo que has hecho por mí. Soy consciente de que todo el que vive aquí está ansioso por complacerme y cuidarme, pero tal vez… bueno, es que yo… –suspiró ruidosamente y lo miró a los ojos– estoy un poco agobiada, siempre hay gente a mi alrededor, gente que no conozco. Me siento… encerrada… entiendo que mi vida puede correr peligro, pero mi padre me enseñó a defenderme. Esto –hizo un gesto con las manos abarcándolo todo–, esto no es para mí. Yo necesito sentirme libre, como lo era antes. Poder pasear sin tener a mis espaldas a cinco hombres, que por otra parte seguro que estarían encantados de ocuparse de otras cosas. Creo que esta situación me sobrepasa.
Connor la miraba fijamente, escuchándola atento. No quiso interrumpirla en ningún momento, deseaba que ella se expresara con libertad y le contara todas sus preocupaciones.
–Tal vez tengas razón.
Ella alzó la mirada de sus propias manos, que estaban en su regazo.
–¿En serio?
–Sí, supongo que si no te alejas demasiado y nos informas de todas tus salidas, puedo concederte un poco de intimidad, de libertad de movimientos. Pero siempre debes mantenerme informado de tus salidas.
Leonor se puso en pie ilusionada. Una hermosa sonrisa asomó a sus maravillosos labios y Connor comenzó a sentir que su cuerpo reaccionaba ante la muchacha.
–Te lo juro, siempre te informaré de todos mis movimientos.
–Eso espero, por tu bien y por el mío. –comentó Connor mientras se ponía en pie.
–Oh gracias Connor –dijo Leonor, encantada con la noticia y sin darse cuenta se abalanzó hacia el guerrero dándole un abrazo.
Connor sintió el cuerpo cálido de la muchacha. Ella le había pasado los brazos por el cuello y él no supo muy bien cómo reaccionar. Lentamente le puso las manos en la cintura y correspondió a aquella muestra de cariño. Se sentía abrumado. Era tan dulce, tan suave, tan tibia. Sus cuerpos encajaban a la perfección…
Leonor, sin dejar de sonreír se apartó despacio. Se la veía radiante y feliz.
–Te lo agradezco mucho, en serio, significa mucho para mí.
Él no pudo evitar sonreír a su vez.
–Eres muy fácil de complacer…
Leonor soltó una pequeña carcajada.
–Espero que no te arrepientas de tus palabras, mi padre solía decir que mi carácter era caprichoso y belicoso.
–No tengo la menor duda. Tú padre era un hombre sabio.
Ambos rieron mientras salían de la estancia. Leonor llena de esperanza y con una carga menos sobre sus hombros. Connor relajado y maravillado por el poder que tenía esa pequeña muchacha sobre su estado de ánimo. Cerca de ella todo era mucho mejor, más fácil, más llevadero, más placentero. Se sentó en su lugar en la mesa mientras aún sentía sobre su pecho el calor del cuerpo de Leonor.
***
Leonor paseó la mirada por las tierras que les rodeaban desde una de las almenas. Le encantaba poder pasear por ahí. Nunca se cansaba de contemplar los extensos valles y la singularidad del bosque. Abajo, al otro lado de la muralla, la aldea hervía de actividad. Las mujeres iban y venían con calderos de agua, leña, ropa… los niños jugaban unos con otros, y los hombres estaban en el campo o entrenando.
El sol calentaba su rostro, así que cerró los ojos y disfrutó de esa maravillosa sensación, tan efímera en aquellas tierras.
De pronto unos gritos la asustaron. Abrió los ojos y miró fijamente hacia el lugar dónde creía que provenían. Su vista tardó unos instantes en encontrar el lugar exacto. Lo que vio la dejó horrorizada. Un hombre de gran tamaño golpeaba sin piedad a un pobre niño. Leonor sintió como la rabia crecía dentro de su cuerpo. Se asomó más al borde para poder divisar con más claridad a aquél villano.
El soldado que hacía guardia a esa hora y pasaba por allí no pudo evitar fijarse en ella, estaba tan distraída mirando hacia la aldea que no era consciente de que su cuerpo colgaba cada vez más fuera de la muralla. El soldado preocupado se acercó hasta la muchacha y la sujetó por un brazo.
–Mi señora…
Pero Leonor lo interrumpió.
–¿Quién es ese?
El soldado fijó su vista hacia dónde le indicaba la muchacha.
–Creo que es el molinero.
–El muy villano está golpeando a ese pobre muchacho sin piedad, tenemos que hacer algo…
–Mi señora, creo que es su hijo…
Pero ella ya no lo escuchaba, se levantó un poco la falda del vestido y echó a correr a toda velocidad.
–¡Mi señora! ¡Mi señora! –gritó el soldado, pero en vano.
Leonor bajó las estrechas escaleras a una velocidad casi peligrosa. Corrió por el patio y salió por el portón sin reducir la velocidad en ningún momento. Las personas con las que se cruzaba se quedaban quietos, mirándola extrañados. Pero a ella no le importó ni lo más mínimo. No podía soportar las injusticias y odiaba la violencia, más si se trataba de algo tan injusto como un hombre hecho y derecho golpeando a un pobre niño indefenso.
El soldado alarmado, corrió en dirección contraria, en busca de Connor.
–¡Alto! ¡Detente villano! –gritó Leonor cuando casi estuvo frente al molinero.
El hombre extrañado, dejó de prestar atención al pobre niño y fijó su mirada en la mujer que corría desbocada hacia él.
–¿Qué os sucede? –preguntó enfadado.
–¿Que qué me sucede? ¿Cómo podéis tener tan pocos escrúpulos para golpear de esa forma a un pobre niño? –le increpó mientras se acercaba hasta el muchacho que estaba tirado en el suelo, abrazándose la cabeza.
–¿Y quién sois vos, entrometida mujer, para meteros dónde no os importa?
–Pues claro que me importa. Has estado a punto de matar a golpes a este pobre niño.
Le gritó mientras cogía al muchacho entre sus brazos.
–Es mi hijo, puedo hacer con él lo que me plazca.
Ella lo miró con odio.
–No mientras yo esté aquí.
–Escuchad bien señora, no tengo paciencia para entrometidas como vos. Dejad al muchacho en el suelo y marchaos a cumplir con vuestras obligaciones.
Leonor comprobó el estado del niño en silencio. Vio con pesar que todo su cuerpo estaba magullado. No era la primera vez que lo golpeaban tan brutalmente. Miró a su alrededor. La gente se iba agolpando curiosa. En la casa que estaba junto a ella observó varias cabecitas asomadas a la ventana que miraban con miedo. Dejó al niño con cuidado en el suelo y se irguió.
–Decidme pues, cuáles son mis obligaciones, patán.
–No me insultéis muchacha o probareis la fuerza de mis puños, tal vez vuestro hombre no os ha enseñado bien.
–¿Mi hombre? –Leonor soltó una carcajada triste– Yo no necesito a ningún hombre que me eduque a base de golpes. Puedo defenderme solita. Y vos señor, no sois más que un desgraciado, no merecéis respeto y deberíais ser tratado de la misma forma en la que tratáis a este pobre niño.
El molinero dio un paso amenazante. Leonor no se amilanó.
–Venga, animaos y probad con alguien que pueda haceros frente. Tal vez no seáis tan valiente ahora…
–¿Y quién me hará frente? No sois más que una mocosa.
Los ojos de Leonor echaban chispas.
–Puede que sea una mocosa, pero vos sois un asno.
El molinero avanzó a grandes pasos hacia ella con la mano alzada dispuesto a dar el primer golpe. Pero Leonor lo esquivó con facilidad y correspondió con una buena patada en las partes íntimas del hombre. El molinero se dobló en dos del dolor, cayendo de rodillas al suelo.
–Serás puta… –murmuró mientras se retorcía en el suelo.
–Vamos valiente. Oh… tal vez os duele mucho, pobrecito… –se burló ella.
–¡Mi señor, mi señor! –el soldado llegó hasta Connor casi sin resuello, que estaba en el campo de entrenamiento junto a Nick comprobando los avances conseguidos con los nuevos soldados.
–¿Qué sucede, Paul?
–Mi señora Leonor.
Connor se asustó y apremió al soldado.
–¡Habla!
–Estaba en las almenas paseando. Vio a través de la muralla al molinero golpeando a su hijo y salió corriendo. Creo que ha ido a intentar detenerlo.
Connor, que no daba crédito a lo que escuchaba, echó a correr a toda velocidad. Lo único que el soldado llego a oír fue:
–Esa mujer será mi perdición…
El molinero se puso en pie con dificultad. Respiró profundamente un par de veces y fijó su mirada airada en la chica.
–Creo que tendré el honor de darte una lección, pequeña ramera.
–Tal vez, desagradable molinero, sea yo quién os la dé a vos. –contestó Leonor con clama.
La multitud ahora era muy numerosa. Mujeres y niños los rodeaban. Ellas estaban asustadas y murmuraban. Los pocos hombres allí reunidos no sabían cómo reaccionar, ni qué hacer.
El molinero avanzó hacia Leonor, que estaba preparada y pudo escapar sin problemas.
–¡Vamos molinero! ¿Qué sucede? ¿No es tan fácil como con un niño?
El molinero, exasperado, consiguió sujetar a Leonor por la falda del vestido y tiró de ella hasta que tuvo a la muchacha junto a él. La sujetó por el cuello y sonrió malvadamente.
–¿Y ahora qué? –preguntó.
Ella le sonrió, sin pizca de miedo, por lo que el molinero se enfadó aún más. Levantó la mano airado para darla el primer golpe, pero se quedó quieto en cuanto notó el afilado filo de la daga de Leonor apretando en su estómago.
–Hazlo molinero… hazlo… –le susurró la muchacha.
–¡Paso! ¡Dejadme pasar! –gritó Connor. La multitud se apartó a un lado, dejando vía libre a su señor y a Nicholas, que venían seguidos por varios soldados.
Connor se detuvo frente a la escena y se quedó paralizado del horror. Vio al molinero sujetando a Leonor por el cuello, dispuesto a golpearla. Pero Leonor estaba tranquila.
Connor desenfundó su espada y la puso en el cuello del molinero.
–Suéltala ahora o disponte a morir.
El molinero soltó lentamente a Leonor. Con calma dio un paso atrás y Connor pudo comprobar que Leonor no estaba desarmada, bajó su espada estupefacto. En el acto el molinero se arrodilló ante su señor y comenzó a lloriquear y a pedir clemencia. Pero Connor no le hacía caso, no podía apartar la mirada de Leonor, que en todo momento mantuvo la tranquilidad y ahora, con calma y maestría, guardó la daga en la funda de su bota.
–Pero… ¿qué demonios está sucediendo aquí? –logró preguntar Nicholas tan asombrado como el propio Connor.
Leonor lo miró fijamente y sonrió.
–Creo que nada Nick. Al parecer el molinero no es tan valiente cuando se juega a otro nivel.
–¿Qué? –nadie daba crédito.
–Mi señor… mi señor… os lo suplico, tened piedad, yo no conocía a esta mujer, no sabía que era suya… ella… ella….
–Silencio molinero. Esta mujer no me pertenece, es mi pupila y solo por ponerla las manos encima ya deberías estar muerto.
–Pero… mi señor… ella vino y me provocó.
–No lo dudo, pero me preguntó por qué…
Leonor lo miró con intensidad, clavando en los ojos del hombre, los suyos propios. No se la notaba arrepentida, en absoluto, se la veía orgullosa y altiva, una diosa griega, magnífica…
–Estaba golpeando a su hijo. –fue toda explicación que ella estaba dispuesta a dar. Se giró y fue a buscar al niño que seguía agazapado en un rincón.
–Tranquilo chico. No voy a hacerte daño. Debes dejarme ver tus heridas.
El niño abrió sus ojos. Eran enormes y negros como la noche, sin embargo estaban llenos de dolor y sufrimiento. Leonor pudo comprobar que también estaba desnutrido, su cuerpo delgado estaba cubierto de moratones y heridas, unas viejas, otras no. Un fuego intenso le recorrió el cuerpo y se levantó. Se acercó hasta el molinero, que seguía arrodillado en el suelo esperando su suerte. Ella no se lo pensó y le dio una patada en el estómago.
–No eres más que un sucio animal, una bestia, deberías estar en el establo con los animales. –le gritó.
Connor sorprendido ante este arrebato de cólera, la sujetó por la cintura. Ella peleó durante unos segundos por soltarse mientras no dejaba de insultar al hombre, que ahora estaba sujetándose el estómago dolorido.
–Estás gordo, gordo como un cerdo cebado mientras tu hijo está raquítico, muerto de hambre. Debería darte vergüenza.
–Leonor, mujer, tranquilízate. –le ordenó Connor mientras la tenía sujeta entre sus brazos.
Ella respiró profundamente un par de veces y dejó de forcejear.
–Vale, ya estoy tranquila.
–¿Le vas a volver a atacar? – preguntó.
Ella lo miró fijamente, había odio en sus hermosos ojos verdes, pero también verdad.
–No.
Él la soltó despacio y ella se dirigió hacia el niño. Pasó junto al hombre y ni siquiera lo miró. Su vista estaba fija en las criaturas que asomaban temerosa por la ventana.
–¿Son tus hermanos? –preguntó al niño. Este afirmó con la cabeza.
Leonor se dirigió hacia la puerta y comprobó que estaba cerrada. No podía abrirla. Se volvió hacia el molinero.
–¿Los mantienes encerrados?
El molinero no abrió la boca.
–Habla –le ordenó Connor mientras le tocaba con la bota.
–Sí, mi señor. Es para que no se escapen.
–¿Para que no se escapen? ¿Y a dónde irían si se puede saber? –preguntó Leonor fuera de sí.
Connor la observó con total tranquilidad. Sabía que la chica no podría controlar su ira mucho más tiempo.
–Molinero, ¿por qué golpeabas al muchacho?
Él hombre levantó la mirada tímidamente.
–Se escapó.
Miró al pobre niño que seguía en el suelo acurrucado.
–Dime muchacho, ¿Por qué te escapaste?
El niño miró fijamente a su señor y rompió a llorar. Leonor se acercó hasta él y lo abrazó.
–No temas, mi señor Connor es bueno y bondadoso, no dejará que nadie te haga daño.
El niño se secó las lágrimas a la sucia y raída manga.
–Teníamos hambre –murmuró.
Leonor alzó su mirada a los ojos de Connor, su cuerpo y su alma clamaban venganza, él lo sabía.
–Abre la puerta molinero.
El hombre se incorporó y abrió la puerta de su casa. Dio unos pasos hacia atrás y dejó la vía de acceso libre.
Leonor se incorporó y entró la primera. Lo que vio la dejó sin respiración. La habitación era pequeña, pero estaba muy limpia. Había una mesa, algunas sillas, la chimenea sin fuego, y un montón de mantas que supuso, era donde los niños dormían. En una de las esquinas los niños, asustados, se agolpaban unos a otros protegiéndose. Todos vestían con harapos y se les veía tan delgados que sus caras solo tenían ojos. Dos niñas y tres niños, sin contar con el que estaba fuera. Una de las niñas tenía en brazos a un pequeño bebé. A Leonor se le saltaron las lágrimas y no pudo dar ni un paso más. Miró con tristeza a Connor. El hombre estaba enfadado, pero sus rasgos no mostraban ningún sentimiento, estaba acostumbrado al dolor y la miseria, pero jamás pensó que en sus tierras hubiera alguien que pudiera sufrir tanto, se sintió terriblemente mal consigo mismo. Sabía que había fallado como señor de esas tierras, les había fallado a ellos. Miró a Leonor que ahora se limpiaba las lágrimas que caían sin control por sus mejillas.
–No te preocupes Leonor, yo lo solucionaré.
–Ese hombre no tiene sentimientos Connor, es un monstruo… –Leonor se acercó despacio hasta los niños y comprobó que todos habían sido maltratados. El chico que parecía el mayor, cubría con su cuerpo esquelético, el de sus hermanos, su cara estaba morada y tenía un ojo hinchado.
–No os preocupéis. Ahora estáis a salvo, ese hombre no volverá a poneros las manos encima, lo juro por mi vida. –les prometió Leonor.
Connor no dijo nada más y salió de la estancia a grandes zancadas.
–Molinero, recoge tus cosas y vete de mis tierras, no quiero volver a verte jamás, si te cruzas otra vez en mi camino no seré tan benevolente.
El molinero abrió los ojos por la sorpresa.
–¿Y a dónde iré?
–No es mi problema, no deseo a gentuza de tu calaña entre los míos. Vete inmediatamente.
–Muy bien, como deseéis. –Dijo, se acercó hasta el niño –vamos, levanta, tenemos que partir…
–Molinero –lo llamó Connor con calma –he dicho que te vayas, tú solo. Los niños se quedan.
–Pero… pero… mi señor, son mis hijos.
–Lo eran, ya no. Recoge tus cosas y vete. Los niños se quedan.
–Mi señor… lo siento, de verdad, pero es que estoy solo, su madre murió al darle la vida al último, ella era la que se ocupaba de los chicos.
–Eso ya no importa, un hombre que sea capaz de tal vileza merece la muerte, da gracias que te concedo vivir.
Leonor se llevó a los niños con ella. Al principio ninguno se atrevía a moverse. Estaban asustados, pero cuando vieron partir a su padre se dieron cuenta de que la situación había cambiado. El molinero entró en la casa, recogió lo imprescindible y sin decir nada se marchó, sin una palabra de despedida, sin una última mirada, simplemente salió por la puerta y desapareció. Los niños sin hablar siguieron a Leonor hasta el castillo. Leonor se sentía triste y deprimida. No era justo que los niños sufrieran. Los niños debían ser felices, debían jugar y ser queridos. Verlos moverse lentamente, tan vacíos de energía, de vida, la hacía sentirse aún peor.
Los llevó hasta la cocina, donde las cocineras se afanaban en las tareas diarias. En cuanto la vieron aparecer se quedaron quietas por la sorpresa.
Leonor entró con el bebé en brazos, seguida por los otros niños. Colocó sillas alrededor de la mesa y les ordenó que se lavaran las manos antes de sentarse.
–Anabell, tenemos invitados, ¿sería posible darles algo de comer?
Anabell miraba pasmada a su señora, asintió con la cabeza y comenzó a servir en platos unas buenas raciones de pastel de carne, que los niños devoraron con avidez.
–Preparad agua caliente, quiero que traigáis una bañera aquí, en este rincón y un biombo, vamos a bañar a estos chicos, también necesitaré ropa para ponerles.
–Yo me encargo –dijo Mary muy dispuesta.
–Te lo agradezco Mary.
–¿Y este pequeño? –Preguntó Anabell mientras se acercaba a su señora– ¿Qué tiempo tiene?
Leonor miró interrogante a los niños.
–Ocho meses –respondió el mayor.
–Es un milagro que haya sobrevivido –dijo la cocinera mientras abría los brazos y pedía de forma silenciosa el bebé a Leonor, cuando lo tuvo lo miró atentamente –Está muy delgado, pero es muy guapo, como todos sus hermanos – dijo con una sonrisa.
–¿Cuál es tu nombre? –preguntó Leonor.
–Damien, mi señora, esta es Brittany, Colin, Charlote, Eliot y el bebé se llama Bob.
–Mi nombre es Leonor, desde ahora yo me ocuparé de vosotros.
Connor entró en ese instante en la cocina.
–¿Está bueno muchachos? –les preguntó con una sonrisa.
–Sí, mi señor, está riquísimo –contestó Colin con la boca llena.
Connor sonrió a los chicos y luego miró a Leonor.
–¿Podemos hablar?
–Sí, claro, mi señor. –contestó algo cohibida.
Lo siguió por el pasillo oscuro que llevaba de la cocina hasta el salón principal. Los hombres allí reunidos murmuraban mientras se tomaban una cerveza. Al verlos entrar el silencio se instaló en el salón. Leonor agachó la cabeza y siguió a Connor hasta la cámara privada. Una vez dentro esperó hasta que Connor tomó asiento y le indicó que hiciera lo mismo. Leonor se sentó frente a él.
Connor, durante unos segundos, simplemente la observó. Sus ojos negros como la noche se le clavaron dentro del alma. Sabía que estaba enfadado. Lo notaba. Aunque él mantenía su siempre inexpresivo rostro. Pero algo en su postura le decía que estaba tenso y disgustado. Connor en ningún momento apartó la mirada de los ojos de Leonor. No sabía lo que pretendía con eso, tal vez intimidarla o asustarla. Él estaba muy enfadado, cuando vio que el molinero la tenía sujeta por el cuello, una increíble rabia se apoderó de él, no podía ver nada, ni sentir nada, simplemente estaba ella. El miedo que experimentó al comprobar que alguien podía dañarla hizo que se sintiera muy pequeño. Jamás se había sentido débil, pero el miedo a perderla le hizo perder la razón.
Suspiró.
–No sé qué voy a hacer contigo, Leonor.
Ella lo miró dubitativa.
–¿A qué te refieres?
–Hoy has provocado un buen espectáculo.
–Pero…
La puerta se abrió de golpe y apareció Robert sudoroso y preocupado.
–Lo siento, mi señor, pero es que… me han contado que… bueno Leonor…
–Robert, no debes entrar en esta estancia sin llamar, no te lo permito. Como puedes comprobar Leonor se encuentra bien, al menos de momento. Ahora haz el favor de marcharte.
–Pero es que…
–¡Robert! –bramó Connor.
Robert se encogió ante el grito de Connor, miró a Leonor con preocupación, ella le sonrió dulcemente para que se sintiera tranquilo. No sirvió de nada. Robert se marchó desolado cerrando la puerta tras él. Nicholas lo estaba esperando con una sonrisa. Puso un brazo sobre los hombros en un gesto amistoso.
–No te preocupes muchacho, hasta el día de hoy, Connor jamás ha levantado la mano a ninguna mujer.
–Eso no me consuela.
–Pues debería.
Connor se quedó mirando la puerta cerrada durante unos instantes, luego volvió su oscura mirada hacia Leonor.
–Lo que hoy has hecho es una auténtica locura, te has expuesto de forma deliberada, han estado a punto de herirte, no lo puedo consentir.
–Connor, yo…
–¡No me interrumpas, mujer! –Leonor se encogió en la silla –¿Te he dado permiso yo para que andes por la aldea provocando peleas? Creo que no, el problema no te incumbía.
–Yo creo que sí.
–Y yo te digo que no. Tu deber era venir a mí, explicarme la situación. Yo debería haber resuelto todo sin ningún tipo de espectáculo.
–No pude evitarlo.
–No es excusa.
–Pero Connor…
–No, Leonor, esta vez no. No puedo estar ni un instante tranquilo, porque siempre te tengo en el pensamiento, imaginando cual será tu próxima travesura.
–¿Travesura? Connor, no soy una chiquilla.
–Pues lo pareces.
Leonor se puso en pie exasperada y furiosa.
–No te lo consiento.
Connor la imitó, se incorporó y avanzó hacia ella, la apuntó con el dedo.
–No Leonor, no, soy yo quién no te consiente. No te consiento que me levantes la voz, ni que me desobedezcas, ni que andes por ahí provocando peleas con hombres que te doblan en estatura y…–la miró de arriba abajo– cuadriplican tu peso. No voy a tolerar que vayas de samaritana poniéndote en peligro. Soy yo, Leonor, quién no te consiente. Ya hemos hablado de esto, debes obedecer, debes cuidarte, no puedo estar constantemente a tu lado para evitar el próximo lío en el que quieras participar.
– Yo no quiero que estés a mi lado todo el tiempo para protegerme, no lo necesito. No corrí peligro alguno en ningún momento. Sé defenderme muy bien, Connor.
Connor se relajó un poco. La tenía justo en frente, a un paso de él. Fresca y serena. Su mirada transmitía el enfado que sentía en su interior, pero procuraba mantenerlo bajo control.
No pudo evitarlo, la sangre le bullía por dentro. Se acercó ese paso que los separaba. Alzó su mano y la cogió la barbilla con los dedos rozando sus labios suavemente. Leonor se estremeció ante el contacto. Connor no podía dejar de contemplarla extasiado. La muchacha se los humedeció inconscientemente, volviéndolos brillantes y más deseables de lo que ya eran. Sus miradas se encontraron. La de ella verde y pura, expectante y temerosa. La de él negra como la noche y brillante como las estrellas.
Connor soltó dulcemente la barbilla y posó la mano en su hombro, bajando por el brazo muy despacio en una suave y dulce caricia.
Leonor no se podía mover, aunque lo hubiese querido, que no lo quería, no habría podido mover ni un músculo. No podía dejar de mirarlo. Tan alto, tan fuerte. Su pelo despeinado, su cara recién afeitada. Su boca tan suculenta y adornada con una media sonrisa. Sintió como el calor subía por todo su cuerpo.
Connor acercó su cara muy despacio a la de Leonor, dejando claras sus intenciones, dándole el espacio que necesitaba para rechazarlo. Pero ella no lo rechazó, ni por la cabeza se le pasó intentar tal locura. Ella deseaba ardientemente que la besara.
Sus labios se tocaron en una dulce caricia. Connor la saboreó a su antojo, con calma, con suavidad, jugando con dulzura, provocando a la muchacha. Ella era inexperta y simplemente disfrutó del maravilloso contacto que estaba experimentando. Posó sus manos en la cintura de la mujer y la apretó contra él. Ella apoyó sus manos en el pecho duro como el acero del hombre y pudo sentir como el corazón le latía con fuerza. Suspiró.
No sabía muy bien cómo pero era consciente de que jamás en toda su vida había sentido lo que estaba sintiendo al tener a Leonor entre sus brazos. Profundizó más el beso al sentir como ella separaba los labios. La saboreó, la degustó, la disfrutó. Bajó sus manos hasta las nalgas de la mujer y las masajeó suavemente.
Leonor no daba crédito a lo que estaban haciendo, pero le importaba bien poco. Se sentía plena y feliz. Sintió como la lengua de Connor jugaba con la suya provocando una aluvión de sensaciones increíbles. Cuando la apretó más contra él notó la fuerza de su deseo rozando su estómago. Un ronco gemido escapó de sus labios, aunque no pudo saber si había sido de ella o de él.
Leonor perdió el rumbo y se dejó llevar.
Connor olvidó todo lo que era, todo lo que los separaba y se rindió al mayor de los deseos.
Unos golpes en la puerta los devolvió al momento actual.
Sus respiraciones descontroladas, sus labios hinchados y el deseo bullendo desde su interior, les demostró la fuerza de esta atracción.
Connor fue el primero que se separó, intentando serenarse. No dejó de mirarla.
Ella se sintió sola y vacía al experimentar la ausencia de Connor en su cuerpo, un frío intenso se apoderó de todo su ser.
No pudo dejar de admirar la belleza pura de Leonor, ahora más que nunca. Estaba ruborizada y sofocada. Sus labios hinchados y todo su cuerpo pidiendo a gritos una liberación, tan fuerte como el suyo propio. Fue consciente de que había estado a punto de cometer la mayor de las locuras, el mayor error de toda su vida… sin embargo no se arrepentía, no podía, acababa de vivir la mejor de todas las experiencias, la pasión más pura y el fuego más intenso. Jamás podría arrepentirse de tener en sus brazos a una mujer como Leonor y lo peor es que deseaba mucho más de lo que tenía, la deseaba a ella toda y completamente.
Los golpes volvieron a sonar, ahora acompañados por la voz de Nicholas.
–Connor, ¿Todo bien?
–Sí Nick, todo bien, no te preocupes.
–¿La muchacha sigue con vida?
Connor abrió los ojos ante el comentario de Nicholas. Se acercó hasta la puerta con rapidez.
–¿Qué pregunta estúpida es esa?
–La que corresponde en estos momentos, amigo.
Connor suspiró.
–Pues claro que sigue viva.
–Demuéstralo.
–¡Nicholas!
Leonor soltó una carcajada y se acercó hasta la puerta, la abrió lentamente y se asomó hasta que vio a Nicholas y a Robert al otro lado. Sonrió dulcemente.
–Todo bien.
Nicholas la observó largo rato.
–Muy bien Connor, estoy orgulloso de ti.
Se dio media vuelta y se marchó.
Connor se quedó pasmado mirando cómo se iban. No sabía a qué demonios había venido ese comentario. Miró a Leonor que seguía sonriendo.
–Es mejor que te vayas antes de que se arrepientan y vuelvan.
–Sí, creo que es lo mejor.
Sin decir nada pasó junto a él y se marchó. Él se quedó ahí quieto, mirando el sinuoso caminar de la muchacha.
–¡Leonor! –La llamó, ella se detuvo y se giró –esto aún no ha terminado.
Ella sonrió dulcemente y continuó con su marcha.
Suspiró frustrado, se llevó las manos a la cabeza y se despeinó aún más el cabello. Estaba metido en un buen lío.
Leonor llegó a la cocina consciente de que había sobrevivido al primer beso, y Dios era testigo de lo maravilloso que había sido ese beso. Sin duda jamás lo olvidaría. Se acercó a los chicos que estaban sentados en la mesa hablando con la cocinera, mientras esta intentaba que el pequeño Bob comiera lo suficiente.
–El baño está listo, mi señora.
–Gracias Mary. –Miró a los chicos –¿Quién será el primero?
Ninguno dijo nada.
–Muy bien, pues comenzaremos con los más pequeños.
Intentando apartar a Connor de su pensamiento se dispuso a bañar a los niños, no fue tarea fácil. Cuando ya los tuvo bañados y vestidos se planteó un problema.
–¿Dónde pueden dormir? –preguntó Leonor a Anabell.
–Pues no sé, mi señora. No tengo ni idea de lo que tiene pensado para ellos mi señor Connor.
–Creo que le iré a preguntar.
–Será lo mejor.
Dejó a los niños en la cocina y se dirigió con paso firme hacia el salón principal.
Estaba nerviosa, no sabía cómo debía comportarse, es más, estaba segura de que todo el mundo estaba al tanto del acalorado beso que había compartido con Connor. Se sonrojó hasta las puntas del cabello.
Agachó la mirada y avanzó por el salón hasta la silla que ocupaba Connor.
–Mi señor…
El hombre alzó la vista y la fijó en esos maravillosos ojos verdes. Leonor pudo comprobar que su rostro estaba totalmente inexpresivo, como siempre. ¿Cómo era capaz este hombre de guardarse tan bien los sentimientos? ¡Se comportaba como si no hubiera pasado absolutamente nada entre ellos! Leonor cogió aire y se acercó aún más a él.
–Debo haceros una pregunta, mi señor.
–Preguntad pues, mi señora.
–No sé dónde debo acostar a los niños…
Connor la miró durante unos segundos mientras pensaba.
–Arriba, al lado de vuestra habitación hay un cuarto bastante grande y también podéis acostar a alguno de los niños junto a Peter, a él no le importará compartir espacio.
–Yo había pensado no separarles aún, creo que bastantes cambios están sufriendo, me gustaría que se acostumbraran a su nuevo hogar y cuando se sientan seguros ponerles en cuartos separados.
–Es una buena idea, haced lo que consideréis mejor.
–Muchas gracias, mi señor. –dijo Leonor, hizo una pequeña reverencia y se dio media vuelta hacia la cocina.
–Amigo, esta mujer está cambiando todo.–le susurró Nick.
–Ya me he dado cuenta.
–¿Piensas dejar que los niños se queden?
–¿Y qué puedo hacer? ¿Los echo a la calle? Son mi responsabilidad.
–No, por supuesto que no. Los niños necesitan un lugar seguro donde crecer… pero escucha lo que te digo hermano. Todo lo que Leonor toca lo transforma. Si la dejas pondrá esto patas arriba y no nos daremos ni cuenta.
Connor recordó el beso compartido y el corazón se le aceleró. Sí, estaba claro, todo lo que la muchacha tocaba lo transformaba.
Se paró frente a la puerta que estaba cerrada con llave. Katy cogió un manojo de llaves que le había entregado el mayordomo y comenzó a probarlas todas, hasta que encontró la adecuada. La puerta se abrió y un olor a cerrado las golpeó. Katy entró con una antorcha y se acercó hasta dónde estaban las ventanas, arrancó de golpe las telas oscuras que las cubrían, dejando a la vista de la luz una habitación grande y completamente vacía. Leonor entró.
–Tenemos mucho que hacer, al parecer. Lo limpiaremos todo muy bien, luego subiremos algunos camastros y les prepararemos lo esencial para esta noche, mañana será otro día.
Las mujeres comenzaron con sus tareas.
–Esta habitación tiene un tamaño excelente y una orientación envidiable, no entiendo por qué aún está cerrada…
–Es una larga historia, mi señora. –contestó Sally.
–Pues ahora tengo mucho tiempo. –respondió Leonor.
–La habitación la mandó cerrar mi señor Connor en cuanto le nombraron señor de estas tierras. Pertenecía a la antigua señora del castillo.
Leonor abrió mucho los ojos por la sorpresa.
–¿Estaba casado? –logró preguntar.
–¿Quién? ¿Mi señor Connor? –le preguntó a su vez Katy.
Leonor afirmó con la cabeza pues la voz le había desaparecido.
–¡No! Por Dios, y Él nos libre de que mi señor Connor quede apresado en las garras de una mujer así…
–¡Por todos los Santos Katy! No debes hablar así, ella también fue tu señora.
–Por desgracia Mary, bien lo sabes tú y todos los demás.
Leonor permanecía quieta, mirando a las muchachas hablar, pero su corazón se estaba recuperando lentamente de la impresión de creer que Connor había estado casado.
–¿Qué sucedió?
–Veamos, tendré que viajar muy atrás en el tiempo, tanto como hasta la misma infancia de mi señor. Lo cierto es que poco sabemos de aquella época, nuestro señor Alfred, era el dueño de todo esto, él era hermano del padre de mi señor Connor. Era un hombre de guerra, casi nunca estaba aquí, iba y venía de batalla en batalla, su única pasión era la guerra. Pero el hombre se hizo viejo y sintió soledad en su alma y en su alcoba, así que se desposó. El anterior Rey le concedió la mano de una hermosa mujer, de regio abolengo pero que carecía de fortuna. Diana. La muchacha apenas tenía catorce años cuando fue desposada. Alfred estaba muy contento con su nueva situación. Su esposa, aunque era muy joven, ya despuntaba una belleza que no tendría igual. Su pelo largo y liso, era rubio y brillante como el mismo sol y sus ojos de un azul tan claro como el cielo del verano. Su piel blanca como la misma nieve y aunque joven, ya poseía un cuerpo de mujer envidiable. Alfred cayó rendido a sus pies. Podríamos decir que se enamoró nada más verla y a partir de ahí la malcrió. Le concedió todos sus deseos y caprichos. La colmaba de las mejores sedas y un sinfín de joyas. La muchacha fue creciendo en belleza pero también en maldad. La felicidad de Alfred se veía solo empañada porque no podía engendrar un hijo, eso lo apenaba, pero Diana lo mantenía tan ocupado con sus caprichos y pataletas, que el hombre apenas tenía tiempo para pensar en hijos. Un día recibió la visita de un mensajero. Su único hermano había fallecido junto a su esposa, dejando huérfanos a sus tres hijos. El mayor, su sobrino Brian, se haría cargo de las tierras de su padre y hermano menor de Alfred. La madre de Brian murió cuando le dio a luz. Muchos años después, su padre volvió a casarse con Eleonora, con la que tuvo dos hijos varones más, Gael y Connor, pero la pobre mujer había fallecido también de unas fiebres. Alfred apenado mandó traer a sus sobrinos, para que pasaran una temporada con él. Cuando eran pequeños solían venir muy a menudo, siempre que él estaba aquí claro, el sobrino preferido de Alfred era Connor, siempre lo fue. Por su fuerza, por su valor, por su corazón y sobre todo porque compartían un gusto común. La guerra. Connor deseaba con todas sus fuerzas ser el mejor soldado del Rey y eso llenaba de orgullo a su tío. Pero por aquél entonces, Gael tendría no más de veinte años y Connor dieciocho. Diana rondaba también esa edad. No sabemos muy bien qué pasó, pero se cuenta que Diana se encaprichó de Gael y él se dejó enamorar. Entre los dos tramaron la muerte de Alfred, así ella quedaría libre para volver a contraer matrimonio, su nuevo esposo sería Gael y los dos disfrutarían de estas tierras. Pero Connor lo evitó, truncando los planes de ambos, pero no llegó a tiempo de salvar a su tío. La pena embargó tanto al muchacho como a estas tierras, el dolor y la rabia lo consumieron, convirtiéndolo en el más letal de los guerreros, pues su única pasión fue la lucha.
Leonor estaba pasmada con el relato. Sin duda la vida de Connor había sido muy dura y en cierta forma entendía que ese hombre fuera tan frío y calculador.
–Lo que cuentas es sorprendente.
–Pero es cierto, mi señora.
–¿Qué fue de Diana?
–Murió. Unos dicen que al verse descubierta se quitó la vida, otros que el mismo Connor se encargó de ello.
–¡Dios mío! Eso es horrible.
–Son habladurías, mi señora, solo eso.
–¿Y qué fue de Gael?
–Bueno, él pensaba que las tierras serían suyas ya que su tío había muerto sin descendencia, pero Alfred era un hombre precavido y muy inteligente. Había dejado dicho al Rey que si la muerte le llevaba deseaba que sus tierras fueran a parar a manos de Connor. Durante unos años el entonces muchacho se centró en las armas, no quería saber nada de tierras, solo deseaba batallar. Fue más adelante, cuando el muchacho se hizo hombre, que el Rey le ofreció las tierras como regalo por su lealtad. Aunque de todos es sabido que le pertenecían desde hacía mucho tiempo.
–Vaya… es una historia increíble…
–Sí, cuando llegó al castillo como dueño y señor, mandó quemar todo lo que perteneciera a Diana, muebles, vestidos… vendió las joyas y cerró esta habitación.
Leonor permaneció en silencio durante bastante tiempo. Ayudaba en la limpieza y organización, pero su mente estaba distante, analizando cada palabra relatada.
***
Amaneció un nuevo día. Los rayos del sol se colaron en la habitación, cálidos y brillantes. Leonor abrió los ojos y se quedó un rato pensativa. Había descansado mal. Los sueños y pesadillas la habían perseguido durante la mayor parte de la noche. Mujeres horribles, hombres maltratando niños, miedo, dolor… no recordaba muy bien lo que había soñado, pero tenía visiones vagas que la trasportaban a otro lugar. Se sintió de pronto triste y decaída. Se incorporó en la cama y miró a su alrededor. La habitación le resultaba familiar, casi tanto como la suya propia, la de su casa… su casa… cerró los ojos e intentó recordar cómo eran los amaneceres en un pasado no muy lejano. Recordó el olor del pan recién hecho, escuchó la risa vibrante y melódica de su madre, pudo ver a su padre agachado trabajando en la huerta, su pelo largo y canoso, revuelto por las brisas del aire matutino, su sonrisa de buenos días, los cálidos brazos de su madre… rompió a llorar de dolor. Tenía que afrontar la realidad, esos solo eran recuerdos, ahora su hogar era este, su vida era otra y su familia había desaparecido para convertirse en extraños que la rodeaban.
Respiró profundo y se puso de pie. Se acercó hasta el hueco de la ventana y miró a su alrededor. Escuchó las voces de los hombres que practicaban en el campo de entrenamiento. No le costó mucho reconocer la silueta de Connor. Ese hombre que la perturbaba, que la transportaba a lugares totalmente nuevos y desconocidos. Se apartó de allí, secó sus lágrimas y se preparó para afrontar un nuevo día en su nuevo hogar.
Connor salió completamente desnudo del rio. El entrenamiento había sido duro, estaba cansado y sudado y decidió darse un baño en el agua fría y cristalina. No había sido el único, estaba rodeado por sus hombres que hablaban y chapoteaban entre risas y bromas. Se secó el cuerpo y se visitó. Con calma se dirigió hacia su castillo. Cada día le sorprendía más lo posesivo que se sentía con este lugar, su hogar.
Lo primero que vio al entrar en el patio fue a Leonor sentada bajo la sombra de un árbol con los niños pequeños del molinero en su regazo. Se la veía fresca y lozana, y tan hermosa que al mirarla le costaba respirar. Se acercó despacio.
–Buenos días, Leonor.
–Buenos días, mi señor. Espero que hayáis dormido bien.
–Sí, muy bien gracias. ¿Qué hacéis aquí?
–He decidido bajar un rato con los niños, para que les dé el aire.
–Pero faltan los mayores…
Leonor se entristeció.
–Sí, llevan tanto tiempo encerrados en su casa que les aterra salir al exterior. He comenzado con los más pequeños, para darles tiempo a los más mayores y que acepten el cambio lo mejor posible.
Leonor se puso en pie con el bebé en brazos y los otros dos más pequeños la imitaron de inmediato.
–Creo que ya es hora de que entren y desayunen.
Connor no dijo nada y la siguió al interior del castillo. Una vez en el salón principal, Leonor dio las órdenes precisas para que subieran los desayunos a los niños.
–Leonor – llamó Connor.
Ella detuvo su avance y los niños pequeños casi se tropiezan con sus piernas.
–¿Sí, mi señor?
–Creo que lo mejor sería que los niños bajaran a comer aquí como todo el mundo, no deben ser excluidos ni tratados de forma diferente, ahora forman parte de la gente del castillo.
Leonor abrió mucho los ojos debido a la sorpresa.
–Como deseéis, mi señor.
Hizo una reverencia y se marchó con los pequeños a la habitación.
–Venga chicos, vamos a desayunar, tenéis que estar preparados en cuanto os levantéis, no suelen esperar por los holgazanes. –les dijo Leonor.
Los niños andaban de allá para acá, afanándose en lavarse y vestirse. Mientras, Leonor daba de comer al más pequeño.
Connor entró en ese instante, consiguiendo que todos se quedaran clavados en el sitio nada más verlo.
–Mi señor… –logró decir Leonor. –No sabía que ibais a venir a ver a los niños, como dijisteis que bajaran…
No le dio tiempo a contestar, Peter entró como un torbellino acompañado de su inseparable amigo Luis y un perro.
–¡Peter! Te he dicho mil veces que no debes traer animales a las habitaciones.
–Oh… lo siento Leonor, se me olvidó… ya no lo volveré a hacer.
–Eso espero.
Peter sin ningún remordimiento se subió en una de las camas y miró a los demás fijamente.
–Así que estos son ahora mis hermanos…
Leonor pasmada miró a Connor y éste no apartó la vista del niño, que inspeccionaba a los demás con mucho interés.
–¿Qué dices Pet?
El niño le miró con una enorme sonrisa en la cara.
–Me encanta tener hermanos, Luis tiene muchos hermanos y dice que lo cuidan y lo protegen si alguien desea hacerle daño, pero yo ahora tengo más.
–Estos no son tus hermanos Pet, los hermanos tienen tu mismo padre y tu misma madre.
–Eso ya lo sé Luis, no soy tonto, pero éstos ahora son mis hermanos, porque mi padre ahora es Connor y también es el de ellos, ¿Verdad que sí? Y he pensado que quiero que Leonor sea nuestra madre, además, me han dicho que la familia no es solo la de sangre, que los que se quieren también son familia, aunque no sean del mismo padre y de la misma madre, mira sino a Connor, él llama hermano a Nick y no tienen los mismos padres… ¿verdad?
Leonor y Connor miraban a Peter y a Luis pestañeando, sin saber que responder.
–Bueno…–comenzó Connor– lo cierto es que a veces no es necesario tener los mismos padres para ser hermanos, éstos ahora son tus hermanos adoptivos, si así lo quieres…
–¡Pues claro que lo quiero! Va a ser genial tener hermanos, ya verás…
Se levantó de la cama y se dirigió rápidamente hasta Eliot y lo cogió de la mano.
–Vamos, ahora que soy tu hermano mayor, yo cuidaré de ti. Te voy a enseñar un montón de cosas. –Miró a su alrededor a todos los demás –¡Venga! ¿A qué estáis esperando? El desayuno se quedará frío y así no está rico.
Y comenzó a caminar con Luis, Eliot y el perro a su lado, seguido por todos los demás. Sin poder evitarlo Leonor y Connor rompieron a reír en cuanto se quedaron solos en la habitación.
***
Bajaba las escaleras listo para comenzar un nuevo día. Se había puesto la ropa nueva que había recibido ayer, tenía que tener siempre muy buen aspecto, era parte de su plan. El mayordomo lo esperaba junto a la escalera.
–Mi señor, tiene un mensaje –y le ofreció un sobre en una bandeja de plata.
Él lo cogió y se dirigió a su cuarto privado. Se sentó en el escritorio y abrió la misiva con calma.
Después de leerla una sonrisa malvada asomó en sus labios.
–Vaya, vaya… así que es tu pupila, Connor. Creo que el momento está cerca, y pronto nos veremos las caras.
El noble se levantó con mucho mejor ánimo y tiró la carta al fuego. Se quedó quieto observando cómo las llamas devoraban el fino pergamino mientras pensaba. Sí, la hora de la venganza estaba cerca, y un plan se maduraba en la mente malvada del hombre.
***
Connor se paseaba por las almenas del castillo, sumido en sus pensamientos cuando Nick se acercó hasta él.
–¿Qué tal, hermano?
–Bien.
Nick respiró profundamente mientras miraba a su alrededor. Las vistas eran hermosas, el lugar era hermoso. Tanto los valles como el bosque, conferían al castillo un aspecto mágico, místico, tanto que a veces parecía irreal.
–Adoro la sensación de estar en casa, creo que me estoy haciendo demasiado viejo.
Connor sonrió.
–Eso mismo me sucede a mí. Me gusta la sensación de estar en el hogar.
–Sí, eso es algo malo para nosotros Connor, somos guerreros, al servicio de un rey belicoso, rodeados de intrigas, de traiciones…
–Somos guerreros Nick, pero también hombres, y los hombres también tienen necesidades, añorar un hogar estable y tranquilo no es algo extraño.
–Cierto, muy cierto. Me pregunto cuánto tardarás en decidirte.
–¿En decidirme? ¿A qué?
–Pues a qué va a ser, a tomar a Leonor por esposa y formar tu propia familia, aunque ahora mismo tienes más hijos que un hombre que lleva casado veinte años.
Connor rompió a reír seguido de Nick.
–No dices más que tonterías, amigo.
–¿Eso crees? Pues peor para ti. –Nick golpeó el hombro de Connor y le hizo mirar hacia el patio del castillo, donde se encontraba Leonor jugando con los más pequeños.– Ella es perfecta, es hermosa, inteligente, educada, valiente y cariñosa, si tú no te decides pronto, otro lo hará y pasarás el resto de tu vida triste y solo, añorándola.
–Nick… ya hemos hablado de esto… yo…
–Yo nada Connor. Sí, somos guerreros, soldados, nuestra vida es la guerra, estamos rodeados de dolor y muerte, pero cuando lleguemos a casa debe haber alguien que haga que olvidemos esos horrores. Una mujer que nos cuide, nos ame y nos reciba con los brazos abiertos. Todos tenemos las manos manchadas de sangre Connor, pero todos tenemos derecho a poseer una familia y tú también, aunque no lo creas. Hazme caso hermano, Leonor es perfecta, ya he notado como la miran algunos hombres y aún no se sabe que es una heredera, y sé muy bien lo que sientes por ella, aunque te lo niegues a ti mismo y a todos los demás. Si tú no te decides pronto, otro lo hará.
–¿La miran?
Nicholas sonrió para sus adentros.
–Sí, mucho, es una mujer digna de admirar. Tú también la miras.
Connor suspiró.
–Otro problema más. Esa mujer va a acabar conmigo.
–Bueno… si tú estás demasiado cansado para ocuparte de ella, yo estaré encantado de sustituirte.
Connor volvió la mirada colérica hacia Nick.
–¿Qué?
–Lo que has oído. Si tú desperdicias tu oportunidad no puedes enfadarte porque yo intente aprovechar la mía.
Le dio un golpecito en el hombro y se marchó, dejando a Connor mirando enfurecido al objeto de sus quebraderos de cabeza y de sus mayores deseos.
***
–¡Mi señor, mi señor!
Uno de los soldados avanzaba corriendo hacia el salón principal, donde Connor estaba sentado hablando con sus hombres.
–¿Qué sucede?
El soldado se detuvo frente a él.
–Mi señor, llegan jinetes.
–¿Jinetes? ¿Armados o en son de paz?
–Vienen bajo la bandera del Barón de Carrick, varios jinetes, entre ellos soldados, una mujer y dos carretas de viaje, mi señor.
Connor se levantó molesto.
–¡Por los clavos de Cristo! ¿Qué puede desear ese hombre ahora? ¡Mary!
–Sí, mi señor –contestó la mujer que estaba sirviendo más cerveza.
–Anuncia que tenemos visita en las cocinas para que estén preparadas, busca a Lady Leonor, que mantenga a los niños lejos del salón principal, pero ella debe estar a mi lado. Todos los demás a sus puestos, se acabó el descanso. El Barón no es un hombre agradable y sus soldados suelen ser groseros y maleducados, las mujeres deben estar protegidas en todo momento, no quiero problemas con este hombre. Esperemos que su presencia en nuestras tierras sea pasajera y dure poco.
Todos se pusieron en marcha.
–¡Connor! Qué sucede.
–Ven Leonor.
Connor la sujetó por el codo y la llevó hasta la sala privada. Una vez dentro, cerró la puerta tras ella.
–El Barón es un ser influyente, a pesar de su bajo título. Le cae bien al Rey y posee una gran fortuna, solo Dios sabe de dónde la consiguió, a mi parecer creo que viene a pedir refugio para esta noche, espero que solo sea por una, pero nunca se sabe. No debes quedarte sola con él jamás, ¿entiendes? Jamás, bajo ningún pretexto, si él te lo pide debes decirle que soy tu tutor y que debe hablar conmigo. Sus soldados son mercenarios, hombres cuya lealtad está en el valor de las monedas que les ofrezcas, son mala gente. Mantén a los niños y sobre todo a las niñas, lejos de ellos, siempre con vigilancia. Mis soldados ya están sobre aviso, ahora necesito que tú te comportes como una dama de la alta sociedad, debes controlar todos tus impulsos y no dar que hablar, debes pasar desapercibida, aunque eso es bastante difícil. Si el Barón se encapricha contigo tendré una gran pelea legal por delante para defenderte. Eso si él no urde algún plan perverso… tiene una mente muy sucia Leonor, y es capaz de cualquier cosa por conseguir todo lo que desea, cualquier cosa, ¿entiendes?
Leonor estaba asustada, solo pudo afirmar con la cabeza.
–Bien, con un poco de suerte se quedarán esta noche y mañana iniciarán la marcha, esperemos que la Diosa fortuna nos sonría.
–Connor… si es tan malo como dices, ¿por qué no me quedo con los niños en la habitación? así evitaré problemas.
–No… eso sería considerado como un desaire, es mejor que hagas acto de presencia, pero mantente siempre a mi lado o al de Nick.
–Vale.
–Bien, pues ahora ve y prepárate.
Leonor salió disparada de la habitación. Connor se quedó pensativo. Él era un hombre de honor y las rencillas las resolvía con su espada, con su fuerza, pero el Barón era un ser cobarde y utilizaba otras artes para conseguir cumplir sus deseos, para tratar con un ser así debía utilizar mucho tacto e inteligencia. Solo esperaba que el Barón no viniera con ganas de buscar pelea, porque entonces iba a tener una noche de lo más movidita…
Connor los esperaba en las escaleras de acceso al salón principal del castillo con Leonor tras él. Observó con calma como los hombres del Barón entraban en el patio de armas y desmontaban, tranquilos. Sus soldados ya estaban avisados y la seguridad reforzada. Vio como el Barón ayudaba a una mujer a desmontar del caballo. Una muchacha muy bonita, con el pelo negro como la noche, recogido en una larga trenza. Su vestido de montar era de muy buena calidad y se le ajustaba al cuerpo perfectamente, era una mujer voluptuosa y atractiva. Su piel pálida como la luna marcaba aún más unos enormes ojos en su dulce rostro.
–Bienvenidos a mi castillo, espero que hayáis tenido un buen viaje, dicen que los caminos están llenos de salteadores.
El Barón se acercó hasta Connor seguido por la mujer y le tendió la mano, Connor la aceptó.
–Pues debe ser que les espantamos, amigo, porque no nos hemos cruzado con ningún maleante.
Connor sonrió.
–Eso es lo que tiene viajar con un pequeño ejército.
El Barón era un hombre fuerte y ancho. No era muy alto, pero su aspecto imponía. Sus ojos pequeños, miraban todo, prestando atención hasta el más mínimo detalle. Nada más entrar comprobó que Connor no se fiaba de él, había reforzado la seguridad. No le molestó en absoluto, ya sabía que su fama le predecía y lo aceptaba. Pero él no tenía ninguna intención de enemistarse con el soldado más temido del reino, sin contar con que era el preferido del Rey, no entendía muy bien por qué su majestad tenía a este guerrero en tan alta estima, pero él era un hombre listo, y lo respetaba.
–Sí, vengo preparado por si acaso, uno no puede viajar con una joya de incalculable valor sin la debida protección –hizo un gesto hacia atrás y cogió del codo a la mujer que lo acompañaba –tengo el honor de presentarte a mi hija, Lady Emma.
–Una joya muy hermosa William, haces bien protegiéndola tanto.
La muchacha se sonrojó mientras hacía una perfecta reverencia.
El Barón sonrió orgulloso.
–Os presento a mi pupila, Lady Leonor Morrison.
Leonor dio un paso al frente y cogió la mano que Connor le tendía. Hizo una graciosa reverencia y esperó paciente bajo el escrutinio de la mirada del Barón, que sin ningún reparo la miraba de arriba abajo, admirando su belleza.
Leonor miró a la mujer y vio que tenía el ceño fruncido mientras no le quitaba los ojos de encima. Inmediatamente supo que no se caerían bien.
–Mmm… es adorable… –comentó en un susurro William y Connor sintió como si le dieran un golpe en el estómago.
–Bien, pasad, me pregunto a qué debo tan grata visita, William.
–Pues verás, voy de paso y me preguntaba si serías tan amable de darnos cobijo, al menos esta noche.
–Por supuesto, no será ningún problema. Y ¿a dónde os dirigís? Si se me permite la pregunta.
–Pues vamos de camino a la capital, Lady Emma ya tiene edad y voy a presentarla en la corte, creo que ya es hora de ir escogiendo un esposo. –Dijo mientras los cuatro tomaban asiento en la mesa y Mary servía bebidas en las copas.
–Creo que tu hija causará sensación, estoy por apostar que tendrás una ardua tarea, para espantar a los moscones.
El barón rompió a reír con ganas y su enorme barriga se movió hacia arriba y abajo, atrapando la mirada de Leonor.
–De eso no me cabe duda. Tal vez a ti también te interesaría presentar a Lady Leonor, así matamos dos pájaros de un tiro.
Leonor agachó la mirada, pero su corazón se aceleró y un terror frío se apoderó de su cuerpo. Jamás había pensado que Connor pudiera querer casarla, ella no quería casarse, no quería depender de un hombre, no quería ser dominada por uno, que encima, tendría todo el poder para hacerlo…
–Pues la verdad es que no William, pero gracias por la idea. Lady Leonor no hace mucho que ha perdido a sus padres, se está adaptando a su nueva vida, ahora mismo no deseo para ella más cambios, aún es joven por lo que tengo tiempo y puedo esperar. De todas formas habrás oído los rumores que corren.
–Sí, han llegado hasta mis oídos.
–Pues entonces comprenderás que ahora no puedo centrarme en buscarle un buen esposo a lady Leonor, tengo que tener mi mente en cosas más importantes…
–Tienes razón. Pero la chica es bonita, tal vez no necesites presentarla en la corte, quizá solo debas ofrecérsela a alguien conocido, estoy seguro de que muchos la aceptaría con una dote mínima, la muchacha merece la pena.
–¿Sí? ¿Alguna recomendación? –preguntó Connor con un tono de voz frío.
–Bueno, yo estaría más que dispuesto a hacerte el favor…
–Te lo agradezco William, pero ya sabes mi respuesta.
–Está bien, pero si cambias de opinión ya sabes dónde encontrarme.
–Sí, lo sé muy bien…
Connor guardó silencio durante unos minutos. Estaba disgustado, pero no lo daría a demostrar. Miró a Nick que se había sentado junto a Leonor y no quitaba la vista de encima a todos los soldados del Barón. William se había levantado y había comenzado una batalla verbal con uno de sus acompañantes y Connor no tenía la menor intención de participar. De pronto Emma se levantó de su sitio y ocupó el espacio que su padre había dejado vacío.
–Decidme Connor, ¿os agrada estar de vuelta o preferís el campo de batalla? –Preguntó Emma en un tono de voz dulce.
–Pues lo cierto es que para un hombre de mi condición, no hay nada comprable con el campo de batalla, mi señora.
Emma le sonrió melosamente y comenzó a parpadear de una forma rara.
–Eso supuse, pero un hombre joven necesita un hogar y una buena esposa para cubrir otras necesidades. Uno no se alimenta solo de batallas. –Le contestó mientras disimuladamente acariciaba la mano de Connor.
Leonor frunció el ceño y fijó la mirada en la cara pálida de Emma. ¿Qué estaba haciendo? ¿Acaso no estaba coqueteando con él? ¡Increíble! Menudo descaro el de la muchacha.
–Para un hombre como yo no resulta fácil encontrar una esposa. Tenemos la mente puesta en otras cosas.
–Bueno, creo que eso es fácil de remediar. No debéis subestimaros, mi señor, sin duda sois un buen partido y estoy segura de que muchas mujeres suspiran por sus atenciones.
Leonor estaba comenzando a verlo todo rojo y sentía unas ganas inmensas de levantarse y tirarla de los pelos.
–¿A sí? ¿Y vos conocéis alguna mujer dispuesta? –preguntó Connor sin apartar los ojos de la chica.
Ella alzó los ojos marrones y los clavó en los de Connor. Él permanecía serio e impasible, ella fingió ruborizarse y se agachó aún más para susurrarle.
–Sin ir más lejos, mi señor, yo sería una candidata excelente. Podría ocuparme de todas sus necesidades y seguro que sería una gran esposa.
–Supongo que una mujer como vos, una dama educada y protegida, no es consciente de todas las necesidades que un hombre necesita cubrir. ¿Creéis que podéis ser la esposa de un guerrero tosco y bruto, como yo?
–Por supuesto, mi señor. Toda mi vida me han educado para ser una buena esposa, sumisa y obediente.
Connor sonrió, pero su sonrisa no era dulce, sino malvada. Clavó su mirada fría y cristalina en el rostro de la mujer, tanto que ella comenzó a sentir terror.
–Mi querida niña, sois hermosa, no lo dudo, pero no sois lo bastante mujer para un hombre como yo.
Ella se quedó petrificada, al momento reaccionó y retiró su mano de la de Connor, se levantó orgullosa.
–Eso, mi señor, no lo sabréis nunca.
–Creedme lady Emma, ya soy consciente de ello.
Emma furiosa abandonó la silla que antes había ocupado su padre y se sentó en su sitio, frunciendo el ceño y en apariencia, bastante molesta.
Leonor pudo respirar tranquila y sonrió para sus adentros. Connor había rechazado la propuesta inmediatamente. Le pareció terrible que una mujer, supuestamente de buena cuna y bien educada, se ofreciera así a un hombre, como si de mercancía se tratara. Le alegró que Connor no se hubiera fijado en ella como una posible candidata para el matrimonio, aunque su corazón latía totalmente desbocado. Odiaba a esa mujer, sin saber muy bien por qué, pero el caso es que la odiaba a muerte.
Nicholas comenzó a hablar con Connor, ella estaba en el medio de los dos y se relajó escuchándoles hablar sobre cosas triviales. Fijó la mirada en los hombres del Barón. Todos tenían una pinta terrible, sin duda solo con verlos sentía miedo. Eran hombres sin alma, sin escrúpulos y sin remordimientos. Por nada del mundo se acercaría a ellos.
El mayordomo caminó hasta la mesa despacio y con la elegancia que lo caracterizaba y le susurró algo en el oído a Connor. Él asintió con la cabeza y se puso en pie.
–William, me acaban de anunciar que la cena estará lista dentro de poco, tal vez deseéis ir a vuestros aposentos, a refrescaros.
–Oh… claro, claro, supongo que lady Emma deseará cambiarse de ropa, ¿no es cierto, querida?
–Sí, padre.
–Acompañadme, os mostraré el camino.
Mientras los invitados seguían a Connor, Leonor miró fijamente a Nicholas.
–Creo que esa mujer es horrible.
Nick soltó una carcajada.
–No hace falta ser muy listo para verlo Leonor, se nota a la legua, así que ten cuidado y mantente todo lo alejada de ella que puedas.
–Eso mismo pienso hacer. Si me disculpas, voy a prepararme para la cena.
Nicholas la observó caminar, lo hacía muy segura de sí misma y pisaba con fuerza. Estaba seguro de que la presencia de lady Emma de alguna forma la perturbaba, pero eso le pareció bien, uno de los dos debía dar el primer paso, y a Nick le daba igual si era Leonor o Connor. Sonrió para sí con alegría.
Cuando llegó hasta la puerta de su habitación se acordó de los niños, así que fue a ver qué tal estaban. Llamó a la puerta y entró. Los encontró jugando en grupos, las niñas a un lado con algunas muñecas de trapo y los chicos al otro con el tablero de ajedrez entre ellos. Peter se levantó corriendo y se acercó hasta ella.
–¡Leonor, Leonor! Estamos jugando al ajedrez.
–Ya lo veo, ¿os estáis divirtiendo?
Peter frunció un poco el ceño. Era un niño inquieto y adoraba la calle, ella supuso que estar encerrado entre las cuatro paredes de aquella habitación no le estaba resultando fácil, aunque estuviera rodeado de niños. Los otros se veían tranquilos y contentos.
–Deberéis estar aquí todo el día de hoy, enseguida os suben la cena.
–Pero ¿por qué? –Preguntó Peter –No me gusta estar encerrado…
–Lo entiendo Pet, pero abajo hay un grupo de soldados terribles a los que no les gustan los niños. Os queremos aquí porque así estáis protegidos. ¿Lo entiendes?
–Sí, lo entiendo –dijo el niño mientras agachaba la cabeza y volvía a su lugar arrastrando los pies.
–Te compensaré por esto Peter, te lo prometo, os compensaré a todos.
Los ojos del niño se iluminaron.
–¿Sí? ¿Y cómo vas a hacerlo?
Ella sonrió.
–Ya se me ocurrirá algo…
Leonor se arregló con mucho esmero. Ella no era muy coqueta, pero se obligó a estar espectacular, sobre todo teniendo a Emma cerca. Se puso un de los vestidos nuevo que Connor había mandado hacer, era de terciopelo azul y brocado dorado. Se le ajustaba al cuerpo como un guante y le quedaba perfecto. Sally, que había venido a ayudarla, la peinó con esmero, entrelazando pequeñas y diminutas flores blancas en el peinado. Una vez terminado, Leonor se puso de pie y la miró expectante.
Sally tenía la boca abierta.
–¿Y bien? –preguntó Leonor algo impaciente.
–Estáis realmente maravillosa, mi señora. Jamás vi una dama tan hermosa.
Leonor se sonrojó y sonrió con cariño.
–Gracias Sally, en parte te lo debo a ti.
–No, mi señora. El peinado y el vestido solo son adornos que sirven para realzar aún más su belleza.
Ambas sonrieron tímidas. Leonor esperaba estar espectacular, no sabía muy bien por qué, pero necesitaba sentirse hermosa y todo para Connor. Al pensar en él, el corazón del dio un vuelco. Era el hombre más apuesto que ella había conocido y deseaba con todas sus fuerzas estar con él. Pero eso era muy difícil y más cuando él tenía la firme creencia de que el honor lo obligaba a ocuparse de ella y proporcionarle un buen esposo. Ella no quería un buen esposo, ella lo quería a él.
Abrió mucho los ojos al darse cuenta de que realmente deseaba con todas sus fuerzas que Connor la viera como una mujer, como su posible y futura esposa.
Toda una revelación para ella. El corazón comenzó a latir con fuerza. No lo podía negar por más tiempo. Sentía algo muy fuerte y poderoso por Connor. Aún no lo identificaba, pero sentir, lo sentía…
Bajó las escaleras con calma. En cuanto estuvo abajo miró a su alrededor. El bullicio producido por un montón de hombres y mujeres hablando y riendo, pararon de golpe.
Connor se puso en pie y la miró intensamente, tanto que ella pudo sentir el calor de su mirada tocando su cuerpo. Él se acercó hasta ella fascinado. Cuando estaban juntos le ofreció el brazo, que ella aceptó agradecida.
–Realmente estás espectacular, Leonor. Sois la mujer más hermosa que he tenido el placer de conocer.
Leonor sonrió con picardía mientras avanzaban lentamente hacia sus lugares en la mesa.
–Eso se lo diréis a todas, mi señor.
–No, solo te lo digo a ti. Pero dime una cosa, ¿no te dije que debías pasar inadvertida? Acabas de llamar la atención de todo hombre joven y no tan joven, de este salón y dentro de nada de todo el castillo.
Leonor sonrió con timidez y a Connor se le iluminó el alma.
La ayudó a sentarse y después él ocupó su sitio.
–Vaya, vaya, realmente estáis maravillosa esta noche Leonor –le dijo Nick en un susurro en cuanto estuvo sentada.
–Muchas gracias Nicholas, sois muy amable.
–No es amabilidad, es la constatación de un hecho.
Leonor alzó los ojos de su plato y los fijó en Nicholas, éste la sonrió con dulzura.
–Ojalá fuera yo el motivo por el que os habéis arreglado tanto, pero creo que no tengo tanta suerte, ¿no es cierto?
–Qué tonterías decís, no me he arreglado para nadie más que para mí misma.
–Ya… –dijo Nick mientras su sonrisa se ensanchaba aún más.
Pero al instante se paralizó al ver la mirada lasciva en los ojos del Barón. Nicholas inmediatamente observó a Connor que también era consciente del Barón en todo momento. La noche tenía pinta de ponerse muy interesante…
–Leonor, ¿estáis cansada?
–¿Eh?
–Pregunto si os queréis retirar a vuestros aposentos.
Ella miró a su alrededor, no le apetecía lo más mínimo dejarle a solas con esa gallina emperifollada a su lado. Pero sin duda se encontraba cansada y estaba segura de que Connor estaría más tranquilo sabiéndola segura en la habitación.
–Creo que sí, será lo mejor.
–Bien, yo te acompaño.
Se despidió de los invitados y siguió a Connor escaleras arriba hasta su cuarto. Una vez en la puerta Leonor se detuvo justo antes de abrirla.
–¿Crees que podría ir a ver a los niños antes de acostarme? Para saber si están bien.
–Claro, vamos.
Abrieron las puertas de la habitación. Todos estaban acostados. Leonor entró despacio y los fue observando uno a uno. Dormían plácidamente. Pero cuando llegó hasta la cama de Eliot se encontró con una sorpresa.
–¡Vaya! Creo que tenemos un polizón, mi señor.
–¿Qué? –preguntó Connor mientras se acercaba.
En la cama, Eliot dormía tranquilamente abrazado a Peter.
–Bueno, al parecer se está tomando muy en serio esto de ser hermano mayor.
Leonor sintió el pecho lleno de ternura, sin poder evitarlo les acarició el pelo.
–Todos están necesitados de cariño y atención.
–No te preocupes, cubriremos esa carencia, serán felices, ya lo verás.
Ella le miró y sonrió. Él respondió a su sonrisa, cambiando así todos los rasgos de su rostro, confiriéndole un aire tranquilo y juguetón.
–Son afortunados de teneros como su señor.
–No Leonor, no, son afortunados de que tú te cruzaras en su camino. Venga, vamos, quiero dejarte en tu habitación antes de bajar y ocuparme de nuestros invitados.
Ella suspiró.
–Está bien.
Una vez en la puerta del dormitorio, Connor la abrió despacio.
–Espero que descanses.
Ella traspasó la puerta, pero no dejó que él la cerrara.
–Y yo espero que Emma no intente cubrir todas tus necesidades mientras yo no estoy…
Connor soltó una carcajada ante el imprevisto comentario de la muchacha.
El sonido sonó extraño a los oídos de Leonor, sin embargo un calor desconocido ocupó el espacio reservado para el aire en su pecho.
–¿Qué es eso mujer? ¿Estás preocupada por mi bienestar o tal vez son celos?
–Creo que más bien lo primero, mi señor. No seáis engreído. –Le contestó mientras intentaba cerrarle la puerta en las narices. Él lo evitó introduciendo un pie por el hueco que dejaba la puerta y el marco.
La cogió por la barbilla y le plantó un beso en los labios, un beso dulce y suave que hizo que Leonor dejara de ser humana y se transformara en algo muy ligero.
–No os preocupéis, bella dama. Mi corazón ya está ocupado.
Y sin decir nada más se apartó de Leonor y cerró la puerta, dejándola flotando por el contacto de sus labios.
Leonor después de unos minutos se movió y se dirigió hacia su cama. De pronto se detuvo, petrificada, pálida y un sudor frío recorriendo su espalda. ¿Acaso había oído bien? ¿No le acababa de decir que su corazón ya estaba ocupado mientras la besaba? ¿Qué le había querido decir? ¿Qué era ella quién ocupaba su corazón?
Sintiéndose más nerviosa de lo que jamás había estado en toda su vida, se desvistió, se acercó hasta la puerta y la cerró con el pestillo. Después se metió en la cama y procuró quedarse dormida mientras sentía el contacto de los suaves labios de Connor besándola.
La despertó el sonido de la puerta al intentar abrirse. Aún estaba algo adormecida cuando volvió a escuchar el ruido de que alguien intentaba colarse en su dormitorio. Se despertó de pronto. Se puso una bata y cogió su espada. Lentamente se acercó hasta la puerta, apoyó la cabeza en ella intentando oír algo del exterior. Solo pudo distinguir gruñidos al intentar empujar la puerta y esta no ceder ni un ápice. Estaba segura de que no sería nadie conocido. Nadie en su sano juicio intentaría entrar en su habitación, Connor lo mataría en el acto.
Apoyó la espalda en la puerta y se dejó caer hasta que estuvo totalmente sentada en el suelo. Dejó la espada a su lado y simplemente esperó.
Unos minutos después, el intruso había desistido de su intento y se había marchado, o al menos eso creía ella, pero por nada del mundo abriría la puerta. Ella no estaba muy acostumbrada a los asuntos de la corte, pero si de algo estaba segura es de que si en medio de la noche, ella abría la puerta y un hombre se colaba en su habitación, aunque fuera por la fuerza, su reputación y su vida se verían destruidas.
El amanecer la encontró dormida y acurrucada junto a la puerta con la mano agarrada a la empuñadura de su espada.
Leonor abrió los ojos. Le dolía todo el cuerpo y estaba muy cansada. Fue consciente de todo lo acontecido en la noche anterior y sintió miedo. Se levantó lentamente. Se lavó, se peinó y se vistió, pero no salió de la habitación. Se sentó en la cama y esperó, no sabía muy bien a qué, tal vez esperaba a oír el sonido de los invitados preparándose para partir, o los gritos de los niños corriendo por el pasillo, o tal vez voces conocidas de personas en las que pudiera confiar para que la acompañaran al salón. De pronto se sintió estúpida. Jamás había tenido miedo de nada, había afrontado sus temores con valor y coraje. ¿Por qué ahora estaba sentada y quieta, sin hacer nada? No lo sabía, pero tenía la sensación de que lo mejor sería no moverse, y no se movió. Hasta que unos golpes en la puerta llamaron su atención.
–¿Quién?
–Soy yo, Leonor, Connor.
Ella se levantó a toda velocidad y abrió la puerta. Nada más verlo se tiró en sus brazos y lo agarró muy fuerte.
–¿Qué te sucede?
–Alguien intentó entrar en mi habitación en la noche. No sé quién fue, tenía la puerta cerrada con cerrojo, no le vi ni le oí.
Connor le acarició la espalda lentamente.
–Tranquila, hiciste bien en cerrar, yo no me di cuenta de advertirte. Pero ahora no debes temer nada, ya estoy contigo.
Ella asintió mientras estaba apoyada en su pecho y podía escuchar los latidos tranquilizantes del corazón del hombre.
–Vamos, nuestros invitados se van, es hora de despedirlos.
Pero Leonor no quería moverse, no quería alejarse de esos brazos fuertes y seguros.
Una vez se marchó el Barón y toda su comitiva, la vida en el castillo volvió a ser normal. La rutina invadió cada rincón y a cada persona. Leonor se sentía feliz y contenta.
Se levantó por la mañana suspirando. El sol asomaba brillante y el alma cantaba con alegría. Recordó que le había hecho una promesa al pequeño Peter. Se vistió con rapidez, se peinó con una simple trenza y salió deprisa de la habitación.
Los niños ya se habían levantado y se estaban preparando para bajar a desayunar. El alboroto en la habitación era máximo. Gritos, risas, burlas y riñas se podían oír a través de la puerta.
Leonor entró sin llamar y se encontró con un buen espectáculo.
Los niños se pelaban con las niñas porque les habían escondido los zapatos. Ellas, haciéndose las inocentes, no soltaban prenda. Mientras los más pequeños saltaban en las camas.
Poner las cosas en orden le llevó a Leonor más tiempo del que deseaba.
Bajaron al salón y ya casi no había nadie. Katy ya estaba comenzando a recoger las copas y las bandejas vacías.
Los niños se sentaron y entre bromas tomaron su porción de queso y jamó frío con el pan recién hecho.
Leonor se dirigió hacia su lugar, cerca de Connor. Él, sentado en su magnífico sillón de madera labrada, no dejaba de mirarla.
–Buenos días, Leonor.
–Buenos días, mi señor.
–¿Qué planes tienes para hoy? –le preguntó, más que nada porque deseaba tener una excusa para poder mirarla a los ojos sin levantar sospechas.
–Había pensado pediros permiso para hacer una salida.
Connor frunció instantáneamente el ceño.
–¿Una salida? ¿A dónde?
–Pues le prometí a Peter que si se portaba bien le recompensaría y he pensado llevarles a comer a la orilla del río, para que puedan jugar al aire libre, aprovechando que hoy el día está despejado.
El hombre se lo pensó durante unos minutos.
–Creo que no hay problema. Podéis ir.
–¿En serio, mi señor? –Preguntó con un brillo especial en sus hermosos ojos verdes– Los niños se lo pasarán muy bien, muchas gracias.
–No hay de qué, Leonor.
–Voy a avisar a las cocineras para que nos tengan algo de comida preparado.
–¿Ya? ¿Tan pronto? –Preguntó Connor algo decepcionado, pues tenía pensado pasar algo de tiempo junto a ella.
–Sería bueno poder salir cuanto antes, así podrán jugar y nos volveremos después de comer, antes de que comience a refrescar.
–Supongo que tienes razón…. –murmuró él mientras dirigía la vista hacia el montón de niños que enredaban al otro extremo de la mesa.
Leonor se puso en pie y con rapidez se dirigió hacia la cocina para prepararlo todo, dejando a Connor con una terrible sensación de soledad oprimiéndole el pecho.
–Niños, debéis portaros bien, si no lo hacéis no volveremos a salir. –Les avisó Leonor mientras bajaban las empinadas escaleras y se dirigían con paso rápido a la cocina.
–¿Puedo llevar a Luis? –Preguntó Peter muy emocionado.
–Pues claro.
–¡Bien! Nos lo vamos a pasar estupendamente.
Entraron como un torbellino y las mujeres allí presentes detuvieron sus quehaceres para saludar a los niños. Mientras Leonor, revisaba la gran cesta que Anabell les había preparado.
–Creo que con esto tendremos para toda una semana, ¿no es demasiado Anabell?
–No, mi señora. El campo aumenta el hambre, seguro que los niños después de jugar tendrán un apetito feroz.
Leonor volvió a mirar la cesta con incredulidad.
–Si tú lo dices… –dijo sin estar del todo convencida– lo que no sé es como voy a poder mover todo esto yo sola, creo que pesa bastante.
Anabell cogió la cesta con ambas manos.
–Podrá llevarla sin problemas si uno de los niños la ayuda, el río no está muy lejos, será un pequeño paseo.
Ella agarró la cesta que le ofrecía la cocinera. La sujetó con ambas manos y salió por la puerta seguida por unos entusiasmados niños.
Intentó andar con dignidad, no quería que las mujeres pensaran que era una blanda. Ella era fuerte, había trabajado desde que era una niña y aunque la cesta pesaba lo suyo, la llevaría ella sola hasta el río.
Los niños corrían a su alrededor, nerviosos.
–¿Os ayudo señora? –Preguntó Robert, mientras se acercaba por detrás y la quitaba la pesada carga.– ¡Por todos los Dioses! ¿Qué llevas aquí, un cerdo entero?
–La cocinera dice que lo necesitaremos porque los niños tendrán muchas ganas de comer.
–Con esto come todo un regimiento. –Refunfuñó.
–Si no puedes, no te preocupes, la llevaré yo. –Le dijo ella, sonriendo con picardía.
–Leonor… no me provoques, sabes que perderás.
La muchacha soltó una carcajada y cogió un asa de la cesta, así entre los dos, caminando y charlando animadamente, salieron del patio del castillo.
En las almenas, Connor la miraba fijamente. No podía apartarla de su cabeza, sin embargo no acabada de aceptar sus propios sentimientos. Sabía que la deseaba, su belleza dulce e ingenua le atraía como si fuera un imán, su sonrisa le embelesaba y no podía dejar de mirar sus profundos y brillantes ojos verdes. Todo su cuerpo se tensaba cuando la tenía cerca y una furia descontrolada se apoderaba de él cada vez que se la imaginaba en los brazos de otro hombre. Nunca había sentido algo así por ninguna otra mujer, pero no conseguía poner nombre a sus sentimientos, deseo, pasión, posesión o tal vez algo más fuerte y poderoso. Era consciente de que sería capaz de dar la vida por ella y no conseguía imaginar seguir sin tenerla cerca, ¿tal vez era amor? No, no podía ser, él no podía amar, no poseía esa capacidad, ese don. La vio desaparecer entre las casas de la aldea, mientras el viento se llevaba las últimas risas de los niños. ¿Acaso era un pobre idiota, cabeza hueca? Tantos años rodeado de dolor, muerte y destrucción que no era capaz de reconocer cuando algo bueno, algo más maravilloso que cualquier otra cosa que le pudiera pasar, estaba llamando a su puerta, ¿era tan necio que no pensaba abrir las puertas de su corazón a la única persona en el mundo que podía hacerle feliz? Movió la cabeza para despejarse, para liberar su mente de todas las cosas que le preocupaban. Sí, sin darse la menor cuenta había aceptado que ella era y sería la única. De pronto un futuro prometedor se abrió ante él. Los dos juntos, abrazados, amándose, queriéndose…
Dio media vuelta y comenzó a bajar por las escaleras de madera que separaban las almenas del patio, con fuerza y rapidez. Acababa de tomar una decisión, quizá la más importante de toda su vida.
Leonor sería suya. Y él estaba dispuesto a hacer todo lo que fuera necesario para convertirla en su esposa.
Se acercaron hasta un árbol que daba sombra cerca del río. Robert dejó la cesta en el suelo y Leonor comenzó a extender una manta, colocó en ella al pequeño Bob y se acomodó junto a él. Los niños, ansiosos y nerviosos comenzaron a correr por los alrededores.
–Venid aquí –les llamó Rob– Os voy a enseñar a tirar piedras en el río y que den tres botes.
Ante la perspectiva de descubrir algo nuevo, los niños más grandes se acercaron hasta Robert y le observaron con gran curiosidad. Luego, uno por uno, fueron probando suerte.
Britany se sentó junto a Leonor y entre las dos se ocuparon del bebé. Peter y Luis corrían de allí para acá con Eliot detrás.
Los rayos del sol brillaban con fuerza y lo iluminaban todo. Leonor se recostó en el tronco del árbol y contempló lo que la rodeaba. El río era bastante ancho y traía abundante caudal. Sus aguas cristalinas y frías abrazaban los rayos del sol y los sumergían. Una ligera brisa movió las copas de los árboles, confiriendo a lugar un ritmo mágico y único. Las copas de los árboles se mecían despacio, bailando tímidamente con el viento. Leonor suspiró. La tranquilidad era palpable a pesar de los gritos de alegría y las risas de los niños. Durante unos minutos se llenó de paz, una paz que no sentía desde hacía mucho tiempo. Y se dio cuenta de cuánto la necesitaba.
Bob comenzó a ponerse nervioso, así que Leonor decidió darle de comer. Era increíble el cambio que habían experimentado los niños. Poco a poco iban cogiendo confianza, sus rostros cenicientos comenzaban a brillar con los colores típicos de la salud, bien alimentados, bien cuidados y protegidos. Bob se recostó entre sus piernas en cuanto hubo terminado de comer y se quedó dormido. Ella le tocó el suave pelo en una dulce caricia y contempló el rostro del pequeño con inmensa ternura. No dejaría que nadie les hiciera daño, nunca.
Robert se acercó visiblemente agotado.
–¿No se cansan nunca? –preguntó suspirando, mientras tomaba asiento junto a Leonor y acariciaba la cabeza del bebé dormido.
–Creo que no, su energía es inagotable. –Contestó ella con una sonrisa.
Peter se acercó corriendo.
–¿Comemos ya?
–¿Tienes hambre? –le preguntó la mujer.
–Sí, y Luis y Eliott también.
–Pues venga, venid a comer. –Le dijo.
Britany comenzó a sacar la comida de la cesta y la fue colocando ordenadamente encima de la manta. Los niños se sentaron en el suelo y comenzaron a comer despreocupadamente. Una vez terminaron la comida, se levantaron y se acercaron a la orilla del río, se quitaron los zapatos y se mojaron los pies en el agua fría. Robert se estiró en el suelo y apoyó su cabeza en la pierna que a Leonor le quedaba libre. Ella se recostó aún más y cerró los ojos.
No supo el tiempo que había pasado, abrió los ojos al oír a Peter gritar tan contento el nombre de Connor.
Robert levantó también la cabeza y al verlo venir se incorporó.
Leonor sintió como su corazón se aceleraba solo con su presencia. Traía el pelo revuelto y la camisa se abría un poco en el cuello debido al viento, dejando entre ver un poco de su pecho. Su respiración se agitó e intentó tranquilizarse.
Peter se tiró a los brazos de Connor contándole todo lo que había hecho mientras estaba allí y él se reía con cariño y le acariciaba el pelo. Leonor suspiró. Adoraba a ese hombre.
–… Y Robert nos enseñó a tirar piedras al río y que golpeen el agua hasta tres veces.
–¿En serio? –preguntó Connor con interés.
El niño afirmó con la cabeza.
–Y eso no es todo, yo lo he conseguido hacer dos veces.
–¡Magnífico! Es una gran noticia.
Dejó al niño en el suelo que volvió corriendo con los demás.
Connor se paró frente a Robert y Leonor.
–¿Ya habéis comido?
–Sí, –contestó ella– los niños tenían hambre, ¿y vos, mi señor? Tal vez os apetezca un poco de queso o pastel de carne.
–No, gracias.
Robert se levantó de un salto.
–Creo que yo ya me voy, tengo cosas que hacer.
Leonor le miró de soslayo, pero no dijo nada.
–¡Chicos! –Les llamó– ¿Queréis acompañarme al castillo? Ya se está haciendo tarde y vuestros hermanos pequeños deben echarse un rato.
Britany se acercó y cogió con cuidado al pequeño Bob.
–Yo le acostaré, estoy segura de que no despertará hasta dentro de un par de horas. –Les dijo con una sonrisa muy dulce.
–¡Pero yo no me quiero ir! –Lloriqueó Peter.
–¿Acaso no es deber de los hermanos mayores proporcionar comodidad y bienestar a los más pequeños? –le preguntó Robert.
–Sí. –contestó el niño no muy convencido.
–Pues una de nuestras obligaciones es intentar que descansen. Bob está dormido, debe ir a su camita, Eliott también está cansado y apuesto a que Britany y Charlotte tienen ganas de ir a hacer las cosas que hacen las mujeres.
–¡Pero yo no tengo sueño Rob!
–Bien, entonces tú junto con Damien, Colin y Luis podéis venir a entrenar con el arco conmigo.
–¿En serio? –preguntó Damien entusiasmado.
–Pues claro –afirmó Connor– ya tenéis edad para comenzar con los entrenamientos.
Los ojos de los niños brillaron de entusiasmo, se pusieron las botas en un santiamén y corrieron a ponerse al lado de Robert.
Charlotte comenzó a guardar las cosas en la cesta para llevársela.
–No Charlotte, no es necesario, yo lo haré, tú ve con los demás. –Le dijo Leonor. La niña asintió y se marchó junto con sus hermanos.
Ella se quedó mirando hasta que el grupo desapareció de su visión, pero aún se les oía hablar y gritar.
Sonrió contenta. Se puso de rodillas y comenzó a recoger la comida. Connor se tumbó en la hierba. Se estiró todo él y cruzó los pies por los tobillos. Los rayos del sol acariciaban su piel tostada y conferían a su pelo negro un brillo especial.
Al darse cuenta de su escrutinio, Leonor apartó la mirada y se concentró en lo que estaba haciendo, pero no podía evitar que su corazón estuviera desbocado dentro de su pecho.
Connor que mantenía los ojos cerrados la preguntó:
–¿Te lo has pasado bien?
–Oh… sí, lo cierto es que hemos disfrutado mucho. Los niños necesitaban salir un poco de la habitación y del castillo. Necesitan jugar y despejarse.
–Opino lo mismo.
Una vez la cesta llena, Leonor ocupó su sitio apoyada en el tronco del árbol y fijó su mirada en los alrededores.
–Este es un lugar muy hermoso… –dijo en un suspiro.
–Pues hay otros que lo son aún más. En cuanto llegue la primavera y las lluvias no sean tan intensas te llevaré para que los conozcas, seguro que te agradan.
–Sería maravilloso.
Connor abrió los ojos, se tumbó de lado apoyando su cara en su puño y la miró intensamente.
–Estás muy bonita hoy.
Ella se sonrojó hasta las puntas del cabello. Él sintió un golpe en el pecho. Cada vez que la miraba descubría algo nuevo de ella que le gustaba. Verla sonrojada le alegró el corazón.
–¿Quieres ir a dar un paseo?
Leonor alzó la mirada y la clavó en los profundos ojos de Connor. ¿Debía? No estaba segura. ¿Quería? Desde luego que sí. Sus sentimientos eran confusos. Sentía una terrible atracción por ese hombre, deseaba estar a su lado constantemente, le gustaba mirarle y escuchar el sonido de su voz. Sin embargo algo la impedía sentirse libre totalmente. Él era el amo del castillo, su señor, su tutor. Sabía que ella no le resultaba indiferente, pero no llegaba a comprender cuáles eran los deseos o pensamientos de Connor. ¿Podría fiarse de él? ¿La usaría, la lastimaría? Las dudas corroían su mente y su estado de ánimo. Pero al mirarle a los ojos comprendió que nada de eso importaba. Él haría con ella lo que desease, y ella se lo permitiría, porque no concebía su vida lejos de él, sin él.
–Sí.
Los ojos de Connor se agrandaron un poco y se incorporó con total agilidad y rapidez. Él le ofreció la mano para ayudarla a levantarse y ella la aceptó. En cuanto sus palmas se tocaron un escalofrío le recorrió la espalda. Sus miradas se encontraron, su respiración se agitó y notó como su corazón, ya de por sí alterado, ahora brincaba dentro de su pecho lleno de felicidad. Leonor en ese mismo instante comprendió que estaba perdida, por él, sin él. Connor sería el principio y el final, así que simplemente lo aceptó y deseó con todas sus fuerzas que no llegara el día en el que se arrepintiera de todo lo que sentía.
Connor estaba asombrado por todo lo que experimentaba cerca de Leonor. Los árboles le parecían más brillantes, el sonido del viento más melodioso, la brisa más suave y el canto de los pájaros le recordaban sonetos de amor. Sin duda estaba perdiendo la razón, pero no le importó.
La llevó por la orilla del río, caminando despacio, sintiendo su presencia, el calor que desprendía su cuerpo, casi pegado al de él y el suave tacto de su mano, ahora apoyada en su brazo.
Suspiró. Él deseaba tranquilidad, estabilidad. Nunca había pensado en tener a su lado a una mujer como ella, pero ahora no se imaginaba un futuro en el que no estuviera Leonor.
Sus manos comenzaron a sudar. ¿Acaso estaba nervioso? ¿Qué demonios le pasaba? Era de lo más inaudito.
Siempre había oído a los trovadores cantarle al amor, un sentimiento tan puro y tan intenso que era casi imposible llegar a experimentarlo. Él siempre pensó que esas canciones de amores eternos y pasiones imposibles de dominar no era otra cosa que tonterías que salían de las mentes de las dulces muchachas y los hombres que correspondían a estos sentimientos no era más que hombres enfermos de pasión. Una vez saciada con las mujeres que ocupaban sus mentes perturbadas, el sentimiento disminuiría.
¿Y qué si no iba a pensar un hombre como él? Sus padres cuando se casaron no se conocían, y aunque se llevaban bien nunca habían mostrado que sintieran algo más el uno por el otro. Su madre se comportaba como le correspondía a una dama, sumisa y obediente, pero no mostraba ningún tipo de dolor por las largas ausencias de su padre y cuando estaban juntos no existía ninguna complicidad. Su tío decía amar a su esposa, pero era un hombre enfermo y embrujado por la belleza y juventud de esa pequeña bruja.
Y él no era más que un hombre de guerra, un soldado que desde muy pequeño había vivido entre el dolor y la muerte. Nada romántico, nada de amores imposibles que robaban la razón. Solo sangre, solo destrucción.
Y ahora sentía como todo aquello por lo que había luchado se desmoronaba ante la delicadeza y la mirada de Leonor. Sus noches eran largas y frías mientras en su mente se dibujaba el rostro de ella. Sus días brillaban cuando la tenía cerca y su furia se descontrolaba cuando la creía en peligro. ¿Acaso no era eso amor? La sola mención de la palabra le causaba vergüenza, no era digno de un sentimiento tan puro. Pero no podía evitar añorar los brazos y los besos de la muchacha, soñarlos, desearlos hasta la locura.
Suspiró ruidosamente.
–¿Os sucede algo, mi señor?
Él la miró.
–No, simplemente estoy pensando. Hay cosas que no logro comprender.
–Tal vez yo pueda ayudaros.
–Tal vez… –dijo.
Detuvo su paso haciendo que ella también se parara. Le miró interrogante. Él no supo muy bien quién controlaba su cuerpo, pero fue consciente de pasar las manos por la cintura de la muchacha y apretarla contra él. Ella no se resistió, simplemente suspiró anhelante cuando sus manos se posaron en el pecho duro como el acero del guerrero. Su calor la quemaba. Connor la miró a los ojos, unos ojos tan verdes que las esmeraldas a su lado perdían todo su color. Al hundirse en las profundidades de esa mirada, Connor sintió como era arrastrado hacia un lugar lejano y distante, un sitio en el que solo estaban ellos y todo lo que les rodeaba dejaba de existir. No había miedos ni dudas, solo él y ella.
Connor cogió uno de los mechones del cabello de la muchacha y se maravilló al sentir la suavidad de las finas hebras de pelo entre sus dedos. Muy despacio se lo colocó detrás de la oreja sin dejar de mirarla a los ojos. Con la otra mano comenzó a acariciar haciendo círculos con los dedos, la espalda de la mujer. Su miembro dio un respingo de excitación cuando Leonor entreabrió los labios y se los humedeció con la lengua. Un acto inconsciente que le provocó un fuego intenso en el pecho. Sin pensárselo se acercó hasta la boca de la mujer y acarició esos atrayentes labios con su lengua. La muchacha dio un respingo al sentirlo. Connor se sintió eufórico al pensar que él era el primero, que ningún otro hombre había experimentado la dulce sensación de besar a Leonor. Sus bocas se fundieron en un abrasador beso. Ella perdió toda la noción del tiempo y del lugar, solo estaba la sensación de los labios de Connor sobre los suyos y su lengua abriéndose camino en su boca.
Se agarró con fuerza a los hombros del soldado creyendo que en cualquier momento las piernas le fallarían y caería redonda al suelo. Él la sujetó con fuerza, apretando el femenino y hermoso cuerpo contra el suyo. Sintiendo las voluptuosas curvas de la mujer y ansiando poder tocarla entera, sin el impedimento de la tela que los cubría. Bajó sus manos hasta las nalgas y se las masajeó con suavidad. Leonor creyó perder el sentido.
–Te deseo Leonor. –Le susurró sin apenas despegar los labios de los de la mujer– Te deseo tanto que a veces creo que voy a morir.
El corazón amenazaba con salirse del pecho, la sensación de flotar se hizo más intensa y en ese mismo instante Leonor supo que estaba perdida.
Connor se apartó despacio, separando los labios con un último y dulce beso. Ella estaba sofocada y las piernas le temblaban tanto que creyó que no la sujetarían. Pero él no la soltó. La miró durante unos instantes, grabando en la memoria cada uno de los rasgos de la mujer. Los labios hinchados por sus besos, tan dulces y sensuales, su mirada cristalina y sus mejillas ruborizadas. Se sintió orgulloso por el poder que tenía sobre ella y al mismo tiempo miserable, por aprovecharse de ese modo de una doncella inocente.
–Tenemos que hablar.
Ella levantó una mano para hacerlo callar mientras intentaba recuperarse. Dio un paso atrás alejándose de él lo suficiente como para que sus cuerpos no se tocaran y así pudiera pensar con más claridad.
–Esto es una locura –susurró.
Connor malinterpretó sus palabras.
–¿Una locura? –preguntó ofendido.
–Sí… jamás pensé que podía sentirme así. –Dio otro paso atrás y miró hacia el suelo, intentando concentrase en el color de la hierba para despejar su mente perturbada– Cuando me besáis desaparece mi razón.
–Leonor… no sé qué me está pasando, solo sé que te necesito a mi lado.
Ella alzó la mirada asombrada y la clavó en los oscuros ojos de Connor.
–No podéis hablar en serio.
Esa muchacha comenzaba a crisparle los nervios, ¿no podía comportarse como las otras mujeres y ponerle las cosas más fáciles?
–¿Por qué no?
–Esto… yo… tú… es imposible. No puede ser.
–¿Crees que no soy digno de ti? –Connor comenzaba a sentir como la pasión se disipaba de su cuerpo y era invadido por la furia y el desconcierto.
–¡No! No es eso, es solo que… –suspiró ruidosamente, no estaba preparada para esto– Sois el dueño de estas tierras, un gran soldado, un hombre del Rey, merecéis algo más que a una simple campesina.
–Leonor… –gruñó– Ya hemos hablado de eso, sabes que no eres una simple campesina, tu padre…
–Mi padre está muerto, su título murió con él, yo no lo quiero, no lo deseo.
Connor la miró frustrado, jamás pensó que las cosas se le fueran tanto de las manos. Intentó otra estrategia.
–¿Tú no sientes nada por mí?
–Es obvio que sí –dijo ella señalándose con la mano.
–Entonces no entiendo el motivo por el que no podamos estar juntos.
–No soy la mejor opción. Vos lo sabéis bien.
Él dio un paso al frente, cortando así el espacio entre ambos.
–Yo solo sé que eres perfecta para mí, y me gustaría poder creer que yo lo soy también para ti.
Leonor volvió a agachar la mirada. Su corazón latía desbocado, sentía como la sangre latía en las sienes y no era capaz de pensar con claridad.
–Mi señor…
–Connor, debes llamarme Connor, ahora estamos solos.
Miró con sorpresa a su alrededor. ¿Pues no acabada de olvidar dónde se encontraban?
–Connor…
–Mmm… me gusta cómo suena mi nombre en tus labios –le dijo acercándose un poco más a ella y acariciando lentamente su cara.
Leonor perdió el hilo de la conversación.
Connor se sentía como un truhan, pero al parecer no había otro modo de que ella reconociese sus sentimientos y aceptara su proposición, una proposición que por cierto, aún no había expresado. Volvió a posar una de sus manos en la estrecha cintura de Leonor y la atrajo hacia él. Comenzó entonces a besarla en la frente. Sus cuerpos volvían a estar pegados y eso le hizo sentirse bien consigo mismo. Connor acarició con suavidad el rostro de la muchacha con ambas manos mientras derramaba un manantial de dulces besos por el hermoso rostro femenino.
–Dime Leonor que no sientes nada por mí y te dejaré en este mismo instante. Dime que tu corazón no se desboca en mi presencia, que tu cuerpo no siente como flota cuando te toco. Dime que no me amas y yo desapareceré de tu vida para siempre. Lo juro. Pero dímelo. Quiero oírtelo decir.
De la boca de Leonor solo salió un dulce suspiro.
–Jamás podré decir tal cosa. –Logró contestar.
Connor notó la euforia de la victoria.
–Entonces mi querida dama he de decirte que sin ti, mi vida se torna un infierno oscuro y triste. Tus ojos son las luces que iluminan mi camino, tu cuerpo es mi hogar y tu corazón es el tesoro más valioso que ansío poseer. Leonor, te pido fervientemente que me aceptes como tu prometido y futuro esposo.
Leonor abrió mucho los ojos debido a la sorpresa. Apenas podía respirar y pensó que perdería el conocimiento en ese mismo instante.
Connor vio con temor como el color del rostro de Leonor se tornaba en un blanco ceniciento
–¿Estás bien? –le preguntó mientras la sujetaba al notar como la muchacha perdía las fuerzas.
–Creo que me voy a desmayar por primera vez en mi vida…
Connor soltó una carcajada y la ayudó a sentarse en el suelo, después rompió un trozo de su túnica y la empapó en el agua fresca del rio. Con suavidad le pasó la tela por la cara y por la nuca, mientras ella solo se concentraba en respirar.
–¿Estás mejor?
–Creo que sí, gracias.
Connor se sentó a su lado y le pasó el trozo de tela para que ella pudiera refrescarse mejor. Leonor lo aceptó con una sonrisa.
–Sabía que era bueno, pero jamás pensé que una mujer se pudiera desmayar en mis brazos…
Leonor soltó una carcajada y con ella toda la presión y desasosiego.
–Le doy la bienvenida a vuestro ego, mi señor –le contestó ella más recuperada.
–Sin duda, Leonor, eres la mujer más extraordinaria que conozco.