EN EL CASTILLO (Lancaster)
Se levantaron temprano, después de intensificar las guardias y estar más atentos de lo habitual, tomaron un desayuno frugal y se pusieron en marcha. El deseo de los hombres por llegar a sus casas junto a sus familias no fue empañado por el suceso del día anterior. Estaban muy animados, charlando y riendo todo el tiempo. Leonor se divirtió y se distrajo mucho escuchando las aventuras que contaban, tanto que casi no pensaba en el fallido intento de secuestro que había vivido, hasta que miraba sus muñecas vendadas y los recuerdos se amontonaban de golpe.
Al subir una colina, todos los hombres se detuvieron. Connor miró hacia atrás y le ordenó que se acercara. Ella obedeció. Los hombres abrieron camino hasta que llegó junto a Connor y Nicholas.
–Mira, este es mi castillo.
Leonor se quedó pasmada mirando al frente. A lo lejos se divisaba un enorme castillo rodeado por una inmensa muralla, fuera de ellas había un gran número de pequeñas casas. Desde esa distancia se podía comprobar que había movimiento en los campos, con animales y hombres trabajando, también se podían distinguir algunas personas por los alrededores de las casas.
–Es muy hermoso.
A Connor le brillaron los ojos de satisfacción.
–Realmente lo es, la pena es que no he estado todo el tiempo que me hubiera gustado.
–Supongo que eso se puede arreglar.
–Tal vez… –contestó, y azuzó a su caballo para bajar la colina, seguido de todos los demás.
Verlo llegar alborotó a todas las personas, que se concentraron en la entrada del castillo. Se les veía felices y contentos, de tener por fin a su señor en su hogar. A medida que se acercaban, Leonor comprobó que las casas estaban bien cuidadas, y los campos bien trabajados. Al parecer lord Connor no estaba presente en su feudo, pero había dejado a gente competente para mantenerlo cuidado y protegido.
Entraron al patio de la fortaleza. Enseguida se vieron rodeados de muchas personas que les daban la bienvenida. Aunque esta no era su casa, Leonor se emocionó al ver los gestos de cariño que se mostraban algunos soldados al encontrarse con sus familiares, y ver el amor que le profesaban a su señor.
En la entrada al castillo se agolparon un grupo de personas, Leonor pensó que serían familiares o sirvientes, que salían a recibir a su señor. En sus rostros se podía percibir la alegría de verlo otra vez de vuelta.
Connor detuvo a su caballo y desmontó. Inmediatamente fue engullido por la gente que quería saludarlo. Robert bajó de su montura, pero no se alejó de Leonor.
Pasados unos minutos, la gente se tranquilizó y cada uno se dirigió a continuar con sus quehaceres diarios. Connor, con una sonrisa perpetua en los labios, se acercó hasta Leonor.
–Robert, sigue a Edmond, él te enseñará lo que debes saber y vos, pequeña señorita, os concederé el honor de un buen baño y una gran cena, pues me acaban de anunciar que mi llegada es motivo de celebración.
La sujetó por la cintura y la bajó del caballo sin dejar de mirarla fijamente a los ojos y sin que desapareciera esa maravillosa sonrisa.
Leonor se ruborizó.
–Creo que su gente estaba deseando volver a verlo.
–Sí, al parecer sí, creo que ya es hora de que empiece a pensar en quedarme más tiempo…
–¡Connor! ¡Mi señor Connor!
Ambos se giraron al oír a un niño, de apenas seis años gritando mientras se acercaba corriendo a Connor. Este sonrió con ganas y abrió los brazos para que el pequeño lo abrazara. El niño agarró con fuerza a Connor y apoyó su cara en el amplio pecho del guerrero.
–¿Qué te pasa muchacho?
–Qué estoy muy contento de veros, mi señor… –dijo el niño con apenas un hilo de voz.
–¿Te han tratado bien?
El niño pareció animarse cuando Connor le obligó a mirarle a los ojos y le secó unas lágrimas que corrían por la pequeña carita.
–Oh si, si mi señor, se han portado bien conmigo, incluso me dan de comer más de tres veces al día, y Anelisse me hace galletas para desayunar y me las puedo comer si me porto bien.
–Me alegro mucho, veo que has crecido y estás más fuerte.
El muchacho se ruborizó, pero no aflojó su agarre.
–Practico todos los días con la espada, y dice Roger que soy muy bueno y quizá cuando sea mayor seré tan bueno como mi señor.
Connor soltó una carcajada.
–Estoy seguro de ello.
Leonor miraba la escena con mucha ternura, nunca había visto a Connor hablar con un tono tan dulce y despreocupado, se le veía relajado y a gusto.
–Mira, te voy a presentar a una joven dama. ¿Quieres conocerla?
–Pues claro.
–Leonor, este es Peter. Peter esta es Leonor, desde ahora será tu señora.
–¿Vais a casaros con ella?
Connor se atragantó y Leonor se ruborizó hasta la punta de los cabellos.
–¿Por qué preguntas eso? –preguntó el caballero al fin.
–Oh… por nada, solo que es muy hermosa y como ahora es mi señora pensé que sería tu esposa, nada más.
–Anda, vete a seguir practicando que yo ahora tengo cosas que hacer.
Y dejó al niño en el suelo dándole un suave azote en el trasero. El muchachito salió pitando mientras se reía a carcajadas.
–Vamos Leonor, te mostraré el castillo.
Leonor le siguió hasta el salón principal. Era una estancia inmensa, con una gran mesa ocupando una parte, dos chimeneas enormes a ambos lados del salón y un montón de tapices adornando las pareces. Al lado de una de las chimeneas había dos sillones, tapizados en terciopelo y adornados con un diseño labrado muy hermoso. Pero Leonor no podía dejar de darle vueltas a la pregunta de ¿quién era ese niño? Tal vez Connor estaba casado y ese era su hijo, pero no había visto a ninguna mujer tirarse a los brazos de Connor con la confianza y el amor que debería sentir una esposa. Aunque también podía ser un matrimonio de conveniencia y ella no le amaba y por lo tanto no lo había ido a recibir. Desechó esa idea de inmediato, no creía que hubiera en la faz de la tierra una mujer tan estúpida como para no amar a Connor, o por lo menos no desearle. Posiblemente era viudo, eso podía pasar, tenía edad para estar casado y su esposa aún joven al dar a luz, podía haber fallecido. De pronto sintió lástima y celos también. Era una idea absurda, ¿celos? ¿Por qué ella iba a sentir celos? Y menos de una esposa que podía estar muerta… Lo cierto es que no sabía casi nada del hombre que era dueño y señor de su futuro y que por lo tanto la tenía en sus manos.
–¿Quién era el niño? –preguntó al fin y arrepintiéndose de la pregunta en el mismo instante que salió de sus labios.
Connor la miró fijamente, sus ojos y su rostro no mostraban ninguna emoción.
–Discúlpame si he sido descarada, no era mi intención, la curiosidad es uno de mis muchos defectos –dijo Leonor sonrojándose –olvidad la pregunta.
–No te preocupes, no pasa nada. Peter es el huérfano que rescaté del Castillo de Canterbury.
–Oh… parece haberos tomado mucho cariño. –dijo Leonor, sintiendo de pronto un gran alivio al comprobar que no estaba casado.
Connor dejó entrever una suave sonrisa.
–Sí, es cierto, lo mismo que yo a él.
***
Una mujer de avanzada edad, fue la encargada de acompañar a Leonor hasta la que sería a partir de ahora, su habitación.
Era bastante espaciosa, tenía una cama grande y a los pies un baúl, con un intricado diseño que lo convertía en un motivo de decoración muy hermoso. La ventana con vistas al sur. Leonor se asomó y pudo comprobar el impresionante paisaje que los rodeaba. Se quedó maravillada ante tanta belleza, comprendía muy bien el deseo de Connor de permanecer más tiempo aquí. Ella estaba acostumbrada a los árboles del bosque que rodeaba su casa, pero aquí se veía una inmensa extensión de praderas, verdes y brillantes, y a lo lejos un bosque tupido y hermoso.
–¿Deseáis alguna cosa más, mi señora?
–No, gracias, podéis retiraros.
La mujer se marchó sin decir palabra. Leonor se quedó por fin sola, llevaba demasiado tiempo rodeada de gente y necesitaba estar con sus pensamientos, sin ningún hombre alrededor.
Unos golpes en la puerta la abstrajeron de su ensimismamiento.
–Adelante.
Unos hombres fuertes traían una pesada bañera y detrás varias mujeres cargadas con cubos de agua caliente. Prepararon el baño sin decir palabra y se marcharon con un movimiento de cabeza como despedida.
Leonor se desvistió con entusiasmo, hacía tanto tiempo que no podía darse un baño caliente que pensó que no podía existir nada mejor. Se metió en la bañera despacio y suspirando se dispuso a disfrutarlo al máximo.
***
–Mi señor, desean verle.
El hombre levantó la vista de los papeles que estaba revisando. Su mayordomo mantenía la mirada fija en el suelo.
–¿Quién?
–Solo me ha dicho que su nombre es James.
El hombre alzó las cejas por la sorpresa.
–Que pase.
El mayordomo asintió con la cabeza y se marchó en silencio. A los pocos segundos venía acompañado del tal James.
–Entra y cierra la puerta.
James obedeció y se acercó lentamente.
–Mi señor…
–Habla.
–No ha salido como teníamos previsto.
–¿Qué sucedió?
James dio un paso hacia delante, poniéndose frente al hombre noble, que continuaba sentado frente a su mesa.
–Ha sido imposible pillarlo desprevenido mi señor, siempre está alerta y rodeado por sus hombres.
El hombre sonrió.
–Eso ya lo sabía yo, que más tienes que contarme…
–Le seguimos desde que dejó las tierras de Lord Wilson, mantuvimos las distancias como nos aconsejó y tuvimos mucho cuidado de no dejar señales de nuestra presencia. Como no pudimos hacernos con él lo intentamos con la mujer, en un descuido en el que la dejaron sola, pero uno de mis hombres la dejó escapar. No pudimos volver a por ella, después nos fue imposible continuar…
–¿Una mujer?
–Sí mi señor. La mujer les ha acompañado todo el viaje, al parecer debe ser alguien importante para él, no la dejaban sola ni a sol ni a sombra.
–Una mujer… esto sí que es una novedad.
–Mi señor, ¿desea que intentemos hacernos con la chica otra vez?
–No, no quiero que hagáis nada más. –Se puso en pie lentamente– Sabía que esta misión te venía grande desde el principio James, pero me venías tan bien recomendado…
–Mi señor, hicimos lo que pudimos, pero Connor es un gran soldado y…
–¡Calla! No te he dado permiso para hablar. No quiero excusas, me sobran tus excusas. Ahora debéis desaparecer durante un tiempo. Toma –dijo mientras le tendía una bolsita de cuero llena de monedas– Con esto tendréis para un tiempo, no olvides que si él te encuentra eres hombre muerto, no podré ayudarte, es más, tú no me conoces y no me has visto nunca ¿Entendido?
–Sí mi señor, no se preocupe, no nos encontrará…
–Más te vale. Ahora vete.
James se marchó contento con el dinero. Tendrían para una temporada sin necesidad de trabajar, odiaba su trabajo, pero necesitaba comer.
El hombre se acercó hasta la chimenea, pensando. Las nuevas no eran prometedoras, pero él nunca tuvo confianza en que la misión tuviera un buen final, pero ahora las cosas cambiaban, si Connor había escogido a una mujer, tal vez él aún tenía una oportunidad de destruirlo. Tenía que investigar más, saber quién era esa misteriosa mujer y qué significaba para el maldito Connor.
–Llegará la hora en que me las pagarás todas, y no tardará mucho… –susurró a las llamas.
***
–¿Quién será esa dama? –preguntó curiosa Mary.
–No es de nuestra incumbencia –contestó seria Anabell, la cocinera del castillo, una mujer frondosa y amable.
–Ya lo sé, pero siento curiosidad, hace meses que nuestro señor no está en casa y cuando regresa lo hace acompañado de una mujer. Es muy hermosa, pero parece joven e inexperta.
–¿Inexperta para qué, si se puede saber? –Preguntó Anabell con mala cara– Deberías estar ocupándote de tus tareas Mary, que desde hace días no limpias el gallinero y dejar de meterte en los asuntos de tu señor, que por otra parte, no te importan.
–Oh Anabell, no seas tan dura con la muchacha –le pidió Katy, una mujer de unos treinta años, trabajaba en el castillo desde que su marido, uno de los soldados de Connor, había muerto en una de las batallas, poco después de la muerte de su esposo tuvo que superar la pérdida de su único hijo por unas fiebres que asolaron el lugar. Durante días los aldeanos pensaron que Katy no lo aguantaría y terminaría por quitarse la vida, tan hundida estaba en su dolor, pero Connor, al percatarse de la situación, fue a hablar con ella, la reconfortó y le ofreció trabajo en el castillo, un trabajo que la mantendría ocupada, lejos de pensamientos y recuerdos dolorosos y a su vez, estaría siempre acompañada de gente.
–No soy dura Katy, pero la chica debe cumplir con sus obligaciones, es algo vaga y perezosa. Si continúa así el mayordomo la echará de su trabajo, y ya me dirás que hará ella luego, no sirve para hacer nada más.
Mary frunció el ceño al oír esas palabras de la boca de Anabell, pero no dijo nada y siguió limpiando las verduras.
–Lo que tú digas, pero la muchacha tiene razón. Hace meses que no sabemos nada de nuestro señor y se presenta acompañado de una mujer casadera y muy hermosa por lo que he podido ver, aunque la pobre traía unas pintas del viaje…
–¿Y qué me decís del muchacho nuevo? Al parecer tiene algo que ver con la mujer, ¿verdad que es un buen mozo? –dijo Mary suspirando– Le he visto de pasada mientras iba acompañado de Edmond y me pareció muy apuesto.
–Seguro que sí Mary, yo aún no lo vi, tal vez en la cena.
–Venga, dejaros de chácharas, tenemos un banquete que preparar, hay mucho trabajo por hacer –ordenó Anabell– Mary, ve a avisar a todas las mujeres de que necesitaremos ayuda.
–En seguida Anabell –dijo la muchacha y se marchó a toda velocidad a cumplir con su cometido.
***
Tenía un hambre voraz. No se había dado cuenta de que estaba hambrienta hasta que no salió de la bañera y se dispuso a secarse el pelo frente al fuego. Las tripas comenzaron a sonar estrepitosamente.
No tenía ropa limpia y tampoco ningún vestido digno de una fiesta, pero eso no le impedía sentirse bien por el momento.
Unos golpes sonaron en la puerta. Leonor se puso en pie y envolvió su cuerpo con lo primero que encontró, la sábana de la cama.
–Adelante.
Connor entró seguido por una muchacha. En cuanto la vio parada frente a él y envuelta con esa fina capa de tela se detuvo tan abruptamente que la chica que iba tras él casi se tropezó con el cuerpo de su señor. Leonor se puso roja como un tomate y agachó la mirada, pero Connor no tuvo tanta consideración. La mujer era hermosa, sus cabellos largos y húmedos se le pegaban al cuerpo, y a través de la tela se podía entrever un hermoso cuerpo, se le secó la boca. Por un momento el silencio se hizo dueño de la situación, hasta que Connor habló.
–Sé que no tienes ropa apropiada para la cena, y supongo que la que tienes estará hecha un desastre del viaje… he encontrado estos vestidos, espero que no te importe.
Leonor levantó la mirada, sus ojos brillaban.
–Gracias, sois muy amable, mi señor.
Connor carraspeó, no sabía que decir, pero estaba seguro de que no quería abandonar la habitación. De pronto se dio cuenta de la muchacha que tenía detrás.
–Te presento a Sally, ella será tu dama de compañía, si necesitas cualquier cosa no dudes en pedírselo.
Sally hizo una reverencia, pero permaneció tras Connor.
–Bueno, creo que es hora de que me vaya y deje que te prepares.
–Sí, creo que es lo mejor –dijo al fin Leonor.
–Muy bien, te veré en la cena.
Se dio media vuelta y se marchó.
Connor salió de la habitación totalmente trastocado, era un hombre joven y fuerte y su apetito por las mujeres era voraz, aunque mantenía cierta disciplina sobre sus deseos, pero al ver a Leonor casi desnuda frente a él su cuerpo había reaccionado de forma violenta y clara. La deseaba. La deseaba con fuerza y de una manera nueva, como nunca había deseado a una mujer. Esto suponía un problema, pues ella era su pupila y él tendría que cuidarla y protegerla, buscarla un buen marido y asegurar su futuro. Pero imaginarla en los brazos de otro hombre… eso no podía ser, ni siquiera podía imaginarlo… tenía un gran problema…
***
Leonor se preparó con esmero para la cena, el vestido que le prestó Connor era muy hermoso, le quedaba un poco holgado en la cintura y algo apretado en los pechos, pero después de estar peinada se veía muy bien. Nunca le habían gustado las fiestas ni las reuniones, Leonor se encontraba mucho mejor en el campo, con sus padres. El recuerdo de ellos le hizo daño en el corazón, una inmensa pena se apoderó de su estado de ánimo y de pronto sintió añoranza, extrañaba su casa, su hogar, su familia…
Se quitó esos pensamientos con un movimiento de cabeza y se centró en su nueva vida. Estaba a una distancia considerable de lo que fue su hogar, ahora tenía que pensar en convertir este castillo y estas tierras en algo suyo, en su futuro.
Sally terminó de arreglarle el pelo, entrelazando unas flores con algunas hebras del cabello. Se veía bien y se sintió un poco mejor.
–Creo que es hora de bajar, mi señora.
El corazón le golpeó con fuerza en el pecho. Estaba nerviosa. No quería reunirse en el salón con un montón de desconocidos, ella prefería quedarse en la habitación y descansar, pero no podía hacer tal desprecio a Connor.
Se armó de valor y salió de la habitación.
Leonor recordaba bien el camino a seguir, al parecer al estar el amo del lugar habían encendido antorchas en las pareces, dando luz a los oscuros pasillos. Bajó las escaleras seguida por la silenciosa Sally. Cuando los comensales se dieron cuenta de su presencia se giraron a mirarla y se hizo el silencio en el salón. Connor se quedó pasmado viéndola bajar tan segura y hermosa. El vestido se le ajustaba al cuerpo, dejando a la vista de todos lo gloriosa que era, llevaba el pelo con un pequeño recogido adornado con flores. Connor se puso en pie y fue a recoger a su invitada para acompañarla a la mesa. Estaba seguro, ahora más que nunca, de que la presencia de aquella muchacha tan cerca de él no le traería más que problemas, hasta hace unas semanas no era más que una muchacha desconocida y hoy no podía dejar de admirar su elegante belleza.
–Leonor, estáis muy hermosa. –dijo cuando llegó junto a ella.
Leonor se sonrojó, se la veía incómoda y nerviosa.
–Debo agradeceros vuestra amabilidad al encontrarme un vestido tan espectacular en tan poco tiempo, mi señor.
–No debéis agradecer nada, me encanta poder comprobar que os queda bien.
Le ofreció el brazo y ella apoyó delicadamente su mano. Con paso firme le siguió hasta la mesa. No se atrevía a mirar a su alrededor, todos los ojos fijos en ella la asustaban.
–No os preocupéis querida, seguro que en cuanto estén acostumbrados a tu presencia dejarán de observarte tan fijamente.
–Eso espero –dijo Leonor en un suspiro.
–Mis queridos amigos, quiero presentarles a mi pupila, lady Leonor Morrison, hija del marqués de Lothian, lord Philip Morrison.
Un murmullo recorrió la sala, la gente hablaba entre sí sin dejar de mirar a Leonor, que se sentía sumamente incómoda y lo único que deseaba era marcharse de ahí cuanto antes.
Connor movió una silla para ayudarla a sentarse, junto a él.
La mesa ya estaba servida y las jarras de bebida se vaciaban con una gran facilidad. Leonor se sentó e intentó tranquilizarse, ese sería su nuevo hogar. Miró las caras de los hombres y mujeres que estaban sentados a la mesa, reconoció a los soldados que la habían acompañado durante su viaje, entre ellos Robert, que disfrutaba de la comida, la bebida y al parecer le agradaba la compañía de una muchacha que estaba sentada junto a él.
Nicholas dejó de lado la conversación que mantenía con un anciano que estaba sentado a su lado y se centró en Leonor. La entretuvo contándole historias de viajes y batallas. La chica disfrutó mucho de la cena. Connor no hablaba mucho, pero no le quita los ojos de encima. A Leonor le costaba mucho aceptarlo como señor de sus tierras, lejos de la cota de malla que acostumbraba llevar casi siempre, aunque no dejaba la espada, y su gesto era más relajado, más tranquilo, dejando un poco de lado al guerrero para convertirse en un señor feudal.
Cuando la cena se hubo dado por concluida, la música comenzó a sonar y los hombres y mujeres allí reunidos, comenzaron a bailar.
Robert se levantó de la mesa y se dirigió hacia Leonor, se acercó hasta ella y la sacó a bailar, ella aceptó divertida.
Connor se ensimismó mirándola bailar y reír. Sintió un extraño calor inundando su pecho y no pudo evitar pensar en formar una familia y un hogar…
Mientras, Nicholas ocupó el sitio que había dejado libre Leonor y comenzó a charlar con los soldados que aún quedaban sentados en la mesa. Después de unos minutos se fijó en que Connor no apartaba los ojos de la chica.
–¡Por todos los santos! –Le dijo mientras le golpeaba en la espalda– ¡La deseas!
Connor le miró como si de pronto le hubieran salido orejas de asno en la cabeza.
–¿Acaso estás loco?
Nicholas rompió a reír.
–No hermano, no estoy loco, pero te veo y me doy cuenta de cómo la miras. Ella te gusta y la deseas, no me lo niegues.
–No te negaré que la muchacha es hermosa, cualquier hombre joven y sano la desearía.
Nicholas soltó una carcajada que hizo que Connor le mirara furibundo y enojado.
–A mí no me engañas, es más que deseo físico lo que te atrae, tienes ese brillo en la mirada… ese brillo que solo poseen los hombres enamorados.
Y volvió a reír con ganas, doblándose sobre sí mismo.
–Nick, creo que deberías irte a dormir, has bebido demasiado licor y tu cabeza y buen entendimiento se están viendo nublados.
Nick se puso en pie como bien pudo y se acercó hasta el lugar en el que se danzaba. Una vez pudo atravesar la masa de cuerpos humanos que se movían y saltaban y llegó hasta donde se encontraba Leonor, le pidió que bailara con él.
A Nicholas le gustaba Leonor, era una chica fuerte y valiente, también muy hermosa, pero lo que más le gustaba de ella era que había captado, sin querer, la atención de su mejor amigo, Connor, y deseaba de corazón que ambos pudieran estar juntos y así su amigo, conseguir esa paz de espíritu que tanto necesitaba.
–¿Os lo estáis pasando bien, Leonor?
Ella le miró fijamente mientras se movían al ritmo de la tarantela.
–Lo cierto es que sí, mi señor.
–Oh… dejémonos de esos formalismos, llámame simplemente Nick. Espero que seas muy feliz aquí. Hay buena gente y si necesitas algo no dudes en pedírmelo, estoy a tu entera disposición.
–Muchas gracias Nick, eres muy amable.
El baile siguió durante un par de horas más, Leonor se encontraba muy cansada y la fiesta, que en un principio era divertida y sana, estaba desvariando hasta límites insospechados. Decidió que lo mejor era irse a su cuarto cuando divisó a Robert sentado con una muchacha en sus rodillas. Se dirigió hacia Connor que seguía en el mismo sitio hablando con sus hombres.
–Si me disculpáis mi señor, creo que ya es hora de que me retire.
Connor la miró. Estaba sonrosada por ejercicio y el calor, unos mechones de su pelo se habían soltado del peinado y le brillaban los ojos. Nunca la había visto tan hermosa.
–Os acompañaré.
–Oh… no es necesario, en serio.
–Insisto –dijo mientras se ponía de pie.
La cogió por el brazo y la acompañó hasta su cuarto. Durante el corto trayecto la fue haciendo preguntas sobre si la cena y el baile habían sido de su agrado. Ella le dijo que sí con entusiasmo.
Llegaron hasta la puerta y Connor se la abrió.
–Espero que descaséis Leonor. –le dijo, mirándola fijamente, mientras su atención era captada por los dulces labios de la muchacha, que ahora brillaban con una sonrisa.
Leonor atravesó la puerta y le miró durante un instante a los ojos.
–Gracias por todo Connor, creo que puedo intentar ser feliz aquí, en tu hogar.
Connor alzó una ceja debido a la sorpresa.
–Sinceramente, espero que así sea.
–Buenas noches, Connor.
–Buenas noches ,Leonor.
Y la chica cerró la puerta dejando a un Connor hambriento de algo que no podía identificar…
***
Cuando Leonor abrió los ojos ya estaba bien entrada la mañana. No tenía muchas ganas de levantarse de la cama, pero no quería que los que allí vivían pensaran que era una perezosa…
Se puso en pie con dificultad. Tenía la ropa preparada en una silla, se lavó, se vistió y se peinó.
No tenía ganas de salir de la habitación, así que se asomó por el hueco de la ventana. Le gustaba respirar el aire frío de la mañana. Desde ahí podía ver con total claridad el campo de entrenamiento, así que se dedicó a observar a los hombres pelear con las espadas. Distinguió al instante a Connor, que luchaba contra un grupo de soldados como si le fuera la vida en ello.
Unos golpes en la puerta la sobresaltaron.
–Adelante.
–Buenos días, mi señora.
–Buenos días, Sally.
Dejó que Sally se ocupara de sus quehaceres mientras ella disfrutaba del espectáculo con algo de envidia al no poder estar ahí abajo participando.
Connor no había pegado ojo en toda la noche. Se levantó con el alba y se dispuso a ocupar su cuerpo y su mente en cosas más provechosas que los maravillosos ojos verde musgo que le habían mantenido en vela.
Bajó al campo de entrenamiento y descargó su furia y su rabia en los ejercicios con la espada. Después de unas horas entrenando con fuerza, sus músculos comenzaban a quejarse, pero él no pensaba parar hasta quedar totalmente rendido de cansancio, con la vana esperanza de que así, tal vez, no pensaría más en ella.
Acababa de desarmar por cuarta vez a Robert cuando apareció Nicholas. Con un movimiento de cabeza ordenó al grupo de soldados que lo rodeaba que fueran a practicar a otro lado.
Se cruzó de brazos y le miró socarrón.
–Veo que no has dormido bien.
Connor levantó la cabeza y le miró fijamente.
–Nick, no estoy de humor.
–Oh hermano, eso ya lo veo. Me doy cuenta de que estás intentando matarte. Quizá sea para poder olvidar lo que tanto te inquieta. Tal vez…
–Nicholas, te lo advierto, no estoy para juegos.
–Dime hermano, ¿cuál ha sido el motivo de tu enojo? ¿Tal vez se deba a que tu cabeza no ha parado de darle vueltas a un asunto y no has podido descansar? ¿O tal vez se deba a otra parte de tu anatomía que no te ha dejado dormir?
Connor no lo pensó, se incorporó y le soltó un tremendo puñetazo en la cara. Nick dio con su trasero en el suelo. Con calma se llevó la mano a la mandíbula y comprobó que no estaba rota. Se levantó despacio.
–¿Con que esas tenemos eh?
Y sin mediar palabra se abalanzó sobre Connor, cogiéndole por la cintura y propiciando la caída de ambos al suelo. Después, se desató el caos.
Leonor vio con pesar como Connor golpeaba a Nick y este caía al suelo, después Nicholas se levantó y se abalanzó sobre Connor, comenzando así una lucha violenta.
–Sally, ¿crees que eso forma parte de los entrenamientos?
Sally se asomó por el hueco y observó a los dos hombres luchando.
–No entiendo mucho sobre eso señora, pero a mí más bien me parece una pelea, y muy violenta.
El corazón de Leonor comenzó a golpear con fuerza en su pecho. ¿Qué pasaría entre ellos para terminar de esa forma? Por unos instantes sintió miedo, miedo de que se hicieran daño de verdad. Connor le soltó un puñetazo a Nick en el estómago que lo hizo doblarse en dos. Leonor no lo soportó más y salió de la habitación corriendo todo lo rápido que le permitía el vestido.
Robert la vio correr como una loca por el patio, iba directamente hacia la pelea, al darse cuenta de su dirección echó a correr para detenerla. La cogió por la cintura en cuanto le dio alcance.
–Leonor ¡No! ¿Qué te crees que estás haciendo?
Leonor le miró sorprendida.
–¡Se van a matar! Debemos impedirlo.
–Leonor, si te cruzas la que puede resultar herida eres tú.
Ella no le hizo ni caso, se soltó como pudo y continuó corriendo.
–¡Basta! ¡Parad! –gritaba mientras corría.
Los combatientes estaban rodeados de soldados que Leonor tuvo que sortear.
–Paradla, no la dejéis pasar –gritaba Robert, pero con el fulgor de la batalla nadie le prestaba la menor atención.
Leonor pasó por entre los soldados, que apenas se percataban de su presencia. Vio, con horror, los golpes que ambos se propinaban, con rabia, con fuerza. Ella sintió un nudo en el estómago. Por unos instantes sintió miedo, puro terror por la fuerza que ambos tenían, parecían bestias salvajes.
Sin poderlo evitar echó a correr hasta ellos y se interpuso en medio.
–¡Basta ya! –gritó, pero se dio cuenta demasiado tarde de que los dos estaban tan pendientes de la batalla que no la vieron llegar. Cerró los ojos y esperó la llegada del terrible golpe que iba destinado a Nick pero que acabaría en la cara de Leonor.
–¡Por todos los santos mujer! –gritó Nicholas cogiéndola por la cintura y tirándola al suelo.
Connor al verla se quedó paralizado con el puño en alto listo para estamparlo en el cuerpo de Nick. Durante unos segundos que parecieron horas, nadie se movió, nadie habló…
Robert se acercó lentamente y abrazó a Leonor, la ayudó a ponerse en pie. Respiraba entrecortadamente y su corazón martilleaba en su pecho desbocado.
–¿Estás loca? –Le preguntó Nick– ¿Acaso no te das cuenta de que podíamos haberte matado?
Ella le miró desafiante.
–Eso mismo es lo que intentabais hacer, el uno con el otro.
Nick la miró fascinado y miró a Connor que estaba tan estupefacto como él.
–Robert, llévala al castillo, ahora iré yo.
Muy a su pesar, Leonor fue arrastrada por Robert hacia la relativa seguridad que le confería su habitación, mientras por el camino no paraba de regañarla por su estupidez.
–Rob, estaban a punto de matarse, y nadie hacia nada.
Robert se detuvo y la miró intensamente como si fuera la primera vez que la veía.
–Si nadie hacía nada es porque no había nada que hacer. Simplemente era un entrenamiento rutinario.
–No lo creo –dijo ella tozuda.
–Esa mujer está loca Connor, hemos estado a punto de matarla y ella…
–Y ella solo pretendía que no nos matáramos entre nosotros. –terminó Connor.
Se limpió la sangre que le escurría por la comisura de los labios con el dorso de la mano y se dirigió hacia un barril con agua, se lavó la cara y se mojó el pelo, esperaba tener buen aspecto, pero después de los golpes que le había propinado Nick no creía que su cara estuviera en su mejor momento.
–Iré a hablar con ella –dijo, a nadie en particular y se dirigió hacia el castillo con paso firme y rápido.
–No puedes ser tan impulsiva Leonor, Connor es un guerrero, no necesita de ninguna mujer para que lo proteja.
–Ya lo sé, no puedo entender como llegué hasta ahí, solo sentí que tenía que separarlos…
–Debes ser más prudente o te enviará de vuelta a tu casa en menos que canta un gallo.
–¿Y eso sería tan malo?
Robert, que paseaba de un lado a otro de la habitación, se detuvo de golpe y la miró fijamente.
–¿En serio me has hecho esa pregunta?
Ella agachó la mirada.
–Lo siento Rob, pero… pero es que a veces no estoy segura de que esto sea lo mejor… mi vida ya no es mía, ahora depende de Connor, él decide sobre mi…
–Sí, se trata de eso Leonor, se trata de que Connor decida sobre ti, pero que también te cuide y te proteja. ¿De qué te sirve la libertad si tu vida corre peligro? ¿Acaso no te das cuenta de que si estuvieras en tu casa ahora mismo podías estar muerta? Dime, ¿cuál es peor?
–Ya lo sé Rob, te entiendo, en serio, pero tengo que acostumbrarme al cambio.
–Más te vale que lo hagas rápido Leonor, si Connor decide mandarte de vuelta a casa estarás perdida, ni siquiera yo podría protegerte.
–Robert, ¿puedes dejarnos solos? –preguntó Connor en un tono de voz suave pero autoritario. Había estado escuchando la reprimenda detrás de la puerta.
Robert miró una última vez a Leonor y sin decir nada se marchó, cerrando la puerta del cuarto de Leonor tras él.
Connor comenzó a caminar por la habitación con calma, despacio, no quería asustar a la muchacha más de lo que ya lo estaba. Sus ojos estaban rojos, supuso que por el llanto y no le miraba a la cara.
–Lo siento, mi señor… yo no quería… es decir, si quería pero yo…
No sabía cómo continuar, sin embargo Connor no se lo puso fácil. Sabía que ella había intentado ayudarlo, pero el precio podía haber sido muy alto.
La muchacha suspiró resignada.
–Le prometo que no lo volveré hacer…
–¿Hacer el qué? –preguntó él.
–Intentar detener una pelea.
–¿Era eso lo que pretendías?
–Sí.
Connor se detuvo frente a ella.
–¿Por qué?
Ella alzó la vista que tenía puesta en sus manos y le miró a los ojos, esos maravillosos ojos que la llenaban de sentimientos nuevos para ella.
–Bueno, yo… yo estaba asomada a la ventana, viendo el entrenamiento y os vi pegar a Nick… y luego él os golpeó a vos… y parecía que se iban a matar y no sé qué me pasó… yo solo sabía que no podía permitirlo y… bueno, no lo volveré a hacer, lo juro.
–Eso está bien… no debes meterte en mis asuntos Leonor, hoy has estado a punto de provocar un terrible accidente, ¿eres capaz de comprender lo que podría haber pasado si Nick o yo no te hubiésemos visto a tiempo?
Ella movió la cabeza en un gesto afirmativo.
–Entiendo que tu vida hasta ahora ha sido muy distinta. Sé que has gozado de libertad de movimientos y tú padre te enseñó a tomar tus propias decisiones, pero aquí eso no es posible. Todos los que viven en mi castillo están sometidos a mi voluntad, y a cambio de su obediencia y lealtad, yo los protejo y los cuido. Pero eso no lo puedo hacer si no eres capaz de controlar tus impulsos. Si te riges por tus normas o tus sentimientos pones en peligro a los que te rodean, y eso yo no lo puedo permitir. ¿Comprendes? –Ella volvió a afirmar con la cabeza– Hoy casi propinas que el pobre Nick o yo mismo, descargásemos nuestros golpes en tu cuerpo, si no llegamos a verte a tiempo…
Connor no continuó hablando, se limitó a mirarla. Leonor estaba sentada en el borde de la cama, con las manos sobre sus piernas y si levantar la mirada. Se la veía triste y afectada. Decidió que no la recriminaría más, era comprensible que le costara amoldarse a su nueva situación, demasiados cambios y demasiado rápidos.
–Bueno, te veré en la comida. –se giró y se dispuso a marcharse.
–¿Por qué peleabais?
Él se giró y la miró, ella continuaba en la misma posición, salvo que ahora tenía la mirada fina en sus ojos.
–Por nada en particular, estábamos practicando.
–Está bien… me gustaría que no me tratarais como si fuera estúpida, porque no lo soy.
–Yo nunca lo he pensado.
Sally paseaba por el castillo, como ahora era la dama de compañía de Leonor, no tenía nada que hacer hasta que ella la reclamara, algo que no solía hacer muy a menudo, por lo que Sally ahora tenía mucho tiempo libre.
–Hola Sally.
–Hola Eliana.
–Hoy hace un día espléndido ¿verdad?
–Lo cierto es que sí, hace muy buen día.
–Me he enterado de lo que ha pasado con mi señora Leonor.
Sally miró fijamente a Eliana. Era una chica menuda, algo tímida y permanecía la mayor parte del tiempo callada, pero algo en su forma de mirar hacía sentir a Sally que no era una chica de fiar.
–Sí, al parecer ha dado un buen espectáculo.
–Dime, ¿Cómo es ella? Quiero decir ¿Es amable o se cabrea con facilidad? ¿Es altanera o humilde?
–Bueno, no sabría decirte, tampoco la conozco mucho. No suele hablar y prefiere estar en el campo de entrenamiento que haciendo cosas más comunes en una dama, como bordar por ejemplo. Pero parece una buena persona, al menos a mí me trata bien.
–Ya veo… su presencia en el castillo ha acaparado toda la atención, es cuanto menos extraño que nuestro señor sea ahora el tutor de una dama.
–No lo es tanto, los señores suelen ocuparse de los hijos de otros señores como pago por alguna deuda o simplemente por agradecimiento. Supongo que mi señor Connor era un gran amigo de la familia de mi señora Leonor y por ello se ha hecho cargo de la mujer.
–Sí, tal vez tengas razón.
***
Los días pasaban lentos en el castillo. Leonor comenzaba a agobiarse sin nada que hacer, por lo que pidió a Connor que la dejara practicar con la espada, aunque fuera ella sola en algún lugar lejos de las miradas indiscretas. Él no se opuso. Durante algunas horas en la mañana Leonor y Robert practicaban con la espada, pero ese día en especial, Leonor prefirió observar a los soldados practicar.
Le apasionaba ver los movimientos gráciles y rápidos de los hombres. Sin obviar que muchos de ellos se quitaban la túnica por lo que el espectáculos de torsos desnudos y sudorosos llamaba aún más la atención. Leonor se sentó en el suelo, abrazándose las piernas mientras disfrutaba de la vista. A ellos no parecía molestarles tenerla de espectadora ocasional. Robert se acercó por detrás y se sentó a su lado.
–¿Qué haces?
–Hoy no estoy de humor para coger la espada, prefiero ver como lo hacen otros.
–Yo voy a practicar un poco con el arco, tal vez te apetece probar.
A Leonor se le iluminaron los ojos.
–¿Crees que podría? A mi padre nunca le gustó esa arma, decía que era vil y cobarde matar con flechas.
–Tu padre era un hombre valiente y temerario.
–Sí –afirmó en un suspiro– y a veces creo que no lo conocí en absoluto…
Robert la miró mientras le ayudaba a ponerse en pie.
–Creo que contigo él siempre fue él mismo, nunca fingió a tu lado, simplemente evitó herirte e hizo lo que creyó necesario. Te amaba mucho.
–Lo sé…
Lentamente se dirigieron al campo de tiro con arco. Leonor se puso detrás de Robert y observó como lo hacía él. Pasados unos minutos le cedió el turno. Después de varios intentos fallidos, Leonor comenzó a familiarizarse con el arco, su textura, la fuerza con la que tenía que tensar, la manera de sujetar las flechas. Dejó de lado las prácticas con la espada y comenzó a usar más el arco, dispuesta a convertirse en una experta tiradora.
La emoción de aprender algo nuevo y la ilusión con la que practicaba, convirtieron sus días en algo más llevadero.
Por las tardes se dedicaba a dar paseos por los alrededores del castillo, procurando no alejarse mucho. Cuando el tiempo no permitía las salidas al exterior, pasaba las horas hablando con las mujeres, que por lo general se mantenían calladas en su presencia, mientras bordaban o cosían, una actividad que a Leonor no se le daba especialmente bien y que detestaba con todas sus fuerzas.
Leonor bajó al salón principal, otro día que estaba lloviendo, por lo que no podría salir al exterior. Comenzaba a sentirse agobiada solo con pensar que tenía que pasar un día entero entre esas paredes húmedas y frías. Se acercó hasta la chimenea y dejó que las llamas le calentaran el rostro y las manos. Si de algo estaba segura era de que por nada del mundo se encerraría con las mujeres y se pondría a coser, tenía los dedos destrozados de tantos picotazos y encima las puntadas no le quedaban bien por lo que se vio deshaciendo casi todo el trabajo de la tarde anterior. Tenía que pensar en otra cosa. Eliana se acercó lentamente hasta ella. Era una chica menuda y tímida con la que mantenía charlas amenas mientras intentaba, en vano, hacer algo decente con su costura.
–Buenos días, mi señora.
–Buenos días, Eliana. ¿Qué planes tienes para hoy?
La muchacha se quedó pensando unos minutos.
–Primero haré mis tareas y luego, con el tiempo que hace, seguramente me busque algún entretenimiento para pasar la tarde. ¿Y vos?
–No pienso ir a coser.
Eliana soltó una carcajada al ver el ceño fruncido de su señora y el malhumor impreso en sus palabras. Todas sabían que la aguja no era su fuerte, pero la joven dama persistía en mejorar, aunque al parecer hoy no estaba por la labor.
–Yo creo que tampoco –logró decir Eliana– Supongo que me reuniré con mi hermano y jugaremos al ajedrez o algo parecido.
Leonor alzó la mirada hacia la cara de la muchacha.
–¿Tienes un hermano?
Ella afirmó con la cabeza.
–Niall, y estamos muy unidos, tanto como Robert y vos.
Leonor desvió la mirada hacia el fuego. Hacía días que no estaba con Robert, ahora prácticamente nunca estaban juntos, se veían poco y sintió con pesar, lo mucho que lo echaba de menos.
–Me alegro por ti, tener alguien a tu lado que te cuide, te proteja y te quiera es una bendición.
–Sí, muy cierto, mi señora… quizá os apetezca uniros a nosotros.
Sorprendida por la propuesta, durante unos instantes no supo muy bien qué decir.
–Oh… eres muy amable, pero no quiero interrumpir una reunión familiar, además, esta tarde estoy ocupada.
Eliana pareció decepcionada… y algo más, a Leonor le dio la impresión de que la chica quería decir algo. Durante unos segundos estuvo pensando hasta que al final dijo:
–No pasa nada… quizá en otro momento.
–Sí, seguro que habrá otra ocasión, por lo visto en estas tierras llueve mucho…
Eliana volvió a sonreír.
–La lluvia en este tiempo es muy constante.
Leonor frunció el ceño. ¡Menudo fastidio! Pero tendría que aguantar.
–Me tengo que ir, mi señora.
–Muy bien Eliana, que pases un buen día.
–Lo mismo os deseo, mi señora.
Una vez sola volvió a fijar su mirada en el fuego. Esa muchacha parecía simpática e inofensiva, pero había algo en ella que no terminaba de encajar…
Sumida en sus pensamientos la encontró Connor. Durante unos instantes la observó fijamente. Ella le daba la espalda y él se deleitó en la sinuosa silueta y en los sensuales movimientos (de los que ella no era consciente) cada vez que se movía, frotándose las manos. El vestido se le ajustaba a la perfección, dejando bien marcadas sus curvas, lo que le produjo inmediatamente el deseo atroz de poder tocarla. Se sorprendió a sí mismo imaginando como debería ser de suave el tacto de su piel, mientras recorría con sus dedos todos los recovecos de su cuerpo. Durante unos segundos, que le parecieron eternos, se vislumbró a él mismo viviendo feliz arropado por los brazos de esa mujer, recibiendo cobijo en su cuerpo y sintiendo el anhelo de poder verla sonreír. Un profundo dolor le oprimió el corazón, deseaba, no, más bien necesitaba sentir el apoyo, la confianza y el amor de una mujer. Suspiró para sus adentros, tal vez se estaba haciendo viejo.
–Buenos días, Leonor.
Leonor dio un respingo al oír la voz suave y melodiosa de Connor. Se giró lentamente y le miró.
–Buenos días, mi señor.
–¿Tenéis frio?
Ella le miró confundida durante unos segundos, luego se dio cuenta de que estaba frotando sus manos con fuerza frente a las llamas cuando él la encontró. Se enderezó.
–No, no tengo frío, tal vez se deba a la humedad del ambiente, hace días que no deja de llover.
Connor se acercó a ella despacio. No pudo dejar de fijarse en la belleza de la muchacha. Sus maravillosos ojos verdes, su pelo castaño con hebras doradas, sus preciosos labios, rojos como las fresas, que pedían a gritos ser besados, y su cuerpo… ese cuerpo hecho para el pecado, perfecto a sus ojos y ahora remarcado a la perfección por la hermosa tela del vestido. Sin duda estaba perdiendo la cabeza. Era su tutor ¡Por todos los Santos! ¿En qué estaba pensando? Él no se merecía a una mujer así, él no se merecía conocer la felicidad que proporcionaban los brazos amorosos de una esposa, las dulces caricias de una mujer que fuera suya, en cuerpo y alma, él, después de todas las vidas que había sesgado no era merecedor de un futuro agradable en compañía. Sin embargo no podía evitar añorarlo y desearlo cada día más.
–En esta época del año aquí suele llover mucho, –consiguió decir– las primaveras son húmedas, el verano templado y el invierno muy frío.
Leonor frunció el ceño, y a Connor le hizo mucha gracia ese adorable gesto, tuvo deseos de besar las suaves marcas que ahora asomaban en su frente.
–Sí, eso es lo que me han dicho varias personas hoy, deberé acostumbrarme a la lluvia.
–¿No os gusta?
Leonor alzó la vista y la fijó en los ojos de Connor, cuando sus miradas se cruzaron, sintió un golpe en el pecho, una sensación de lo más extraña que hizo que se ruborizara sin querer.
–La lluvia no me disgusta, lo que me molesta es no tener nada en lo que ocupar mi tiempo.
Connor se detuvo a escasos metros de ella. La tenía en frente, lo suficiente cerca como para tocarla si alzaba el brazo y a una buena distancia para poder observarla completamente.
–Entonces, tal vez, deberíamos buscaros un entretenimiento.
–No os molestéis, no deseo ser una carga, ya encontraré algo que me divierta.
–¿Cómo qué?
Leonor se quedó en silencio durante unos segundos.
–Pues no tengo ni idea –dijo después, a lo que Connor se echó a reír.
Se quedó maravillada observando el magnífico cambio surgido en los rasgos de Connor, tenía la sonrisa más increíble que Leonor hubiera visto jamás, le hacía parecer más joven y algo travieso. El corazón comenzó a latir a buena velocidad, tuvo el impulso de acercarse más a él y tocar su cara, pero se contuvo, sin embargo no podía apartar la mirada de la dulce boca de Connor sonriendo.
–Connor, mi señor…
Fueron interrumpidos por la suave voz de Peter, que lentamente se les acercaba.
–¿Qué ocurre Pet?
–Oh… nada, simplemente pensé… tal vez…
–No tartamudees hijo, simplemente dime lo que quieres.
–Me aburro, mi señor, no puedo salir fuera y mi amigo Luis no puede venir a verme, encima Katy me persigue por todos lados para darme un baño. –esto último lo dijo muy disgustado– Y yo no deseo darme un baño, ya me bañé la semana pasada y es horrible, me frotan por todos lados como si fuera un perro pulgoso, tanto que me dejan la piel colorada.
Connor le miró divertido, tenía ganas de reír al ver el disgusto del niño pero hizo un esfuerzo y le dijo muy serio:
–Peter, bañarse es algo importante, si estás limpio no tendrás algunas enfermedades que son terribles, más incluso que el propio baño.
El niño le miró con los ojos muy abiertos.
–¿En serio? ¿Hay algo más horrible que bañarse?
Connor miró pasmado a Leonor, que tenía los ojos muy abiertos por la sorpresa y sin querer los dos rompieron a reír a carcajadas, mientras el pequeño Peter los miraba sin entender que les hacía tanta gracia.
***
Esa lluvia continua acabaría por volverle loco. No podía soportar por mucho más la humedad constante y el maldito ruido de las gotas del agua chocando contra las hojas de los árboles. Estaba tan cansado y desesperado que por unos instantes sintió la necesidad de marcharse de ahí, irse bien lejos, donde nadie pudiera encontrarle. Pero solo duró un instante. Llevaba varios días apostado allí, mirando, observando, intentando encontrar un maldito punto débil en aquella fortaleza. Pero estaba tan bien custodiada como si dentro viviera el mismo Rey. Los soldados no descansaban ni un segundo, siempre en sus puestos, vigilantes… también estaba el hecho de que no podía acercarse sin ser visto, el castillo estaba construido en la mitad de la nada, simplemente rodeado de valles y más valles verdes y ondulantes, ni siquiera podía divisar una maldita piedra lo suficientemente grande como para poder ocultarse detrás de ella y vigilar un poco más de cerca. Todo se volvía en su contra. Las noches en esa cueva húmeda y fría se hacían interminables, sin contar con la ayuda de que cada vez soportaba aún menos a la pareja de trúhanes que había contratado. Pero no quería prescindir de aquellos dos memos, necesitaba que alguien le cubriera las espaldas. Así que allí estaba él, sentado bajo un árbol, calado hasta los huesos, con frío y hambre, esperando la oportunidad o tal vez un milagro, verla lo bastante cerca como para poder atraparla y después… se relamió pensando en lo que la haría cuando la tuviera en su poder, no descansaría hasta vengarse. Apenas le quedaba dinero, había gastado una gran suma en el infiltrado, pero aún no tenía noticias suyas. Eso le ponía de peor humor, si ese muchacho osaba engañarle lo mataría muy lentamente y disfrutaría mucho mientras lo hacía. Pero debía ser paciente y darle tiempo. Sabía que no sería fácil poder hacerse con la muchacha, sin duda Connor la tendría muy bien vigilada, pero en algún momento ella estaría sola, en algún momento él tendría su oportunidad…
Unos golpes en la puerta interrumpieron sus pensamientos.
–Adelante –su voz sonó fuerte.
El mayordomo entró con cautela, aunque le conocía desde hacía años el respeto que sentía por su señor le impedía sentirse a gusto en su presencia.
–Un mensaje, mi señor.
Connor estiró el brazo para coger el documento que el mayordomo le ofrecía.
–¿El mensajero?
–Lo envié a la cocina para que coma algo y se seque. El pobre estaba empapado. Se quedará para esperar respuesta.
–Muy bien, te avisaré.
El mayordomo se marchó inclinando suavemente la cabeza y cerrando la puerta tras de sí.
Connor observó el sello real en el lacre.
Un mal presentimiento se apoderó de su cuerpo. No deseaba volver a la guerra, no deseaba seguir luchando, esperaba que esta vez pudiera disfrutar de sus tierras un poco más de tiempo…
Rompió el lacre, la nota era corta y escueta.
“Mi primo conspira contra mí, desea el trono para él. Debéis estar atento, está reuniéndose con señores feudales desleales. Os mantendré informado, espero contar con vuestra lealtad.”
Disgustado, Connor se puso en pie y tiró la nota al fuego. Vio como las llamas terminaban con el trozo de pergamino en segundos. Odiaba las conspiraciones reales, odiaba la traición y no soportaba verse incluido en un juego de poder en el que él no deseaba estar ni participar.
***
Connor odiaba cabalgar bajo la lluvia, era molesta, apenas tenía visibilidad y no podía escuchar con claridad los ruidos del bosque, por lo que quedar atrapados en un ataque sorpresa resultaría tremendamente fácil. Pero no le quedaba más remedio, se iba durante unos días de sus tierras y tenía que dejar todos los asuntos urgentes solucionados. Sus hombres cabalgaban tras él, sin duda tan disgustados como Connor, pero no dirían ni una palabra. Cuando divisó su castillo sintió una intensa alegría, su hogar… Azuzó a su caballo para que avanzara más rápido, tenía ganas de llegar, quitarse esas ropas mojadas, sentarse en la mesa rodeado de su gente y disfrutar de una buena cena, pero lo que más deseaba era poder ver los maravillosos ojos verdes de Leonor. Sin darse cuenta esa muchacha había conseguido meterse muy dentro, aunque sabía que era una locura, que jamás podría suceder, no podía evitar tenerla clavada en su corazón.
Llegaron al patio y bajó de su caballo con la agilidad que proporcionaban años de incansables viajes a lomos de su montura. Dio las riendas al mozo de cuadra, despidió a sus hombres y se dirigió con paso firme hacia el salón. Entró y miró a su alrededor. Las chimeneas estaban encendidas y muy bien abastecidas, proporcionando al salón principal algo de calidez. Vio a sus hombres sentados en la mesa, mirándolo, mientras algunas mujeres trajinaban con bandejas de comida y jarras de cerveza. Nick se levantó para saludarlo.
–¿Cómo ha ido todo?
–Bien Nick, al parecer no se han vuelto a observar extraños en la zona, aunque los granjeros aseguran que les faltan varias cabezas de ganado. Hemos rodeado la propiedad, pero con esta maldita lluvia no hemos podido distinguir huellas, no hay nada que indique que tenemos ladrones merodeando por aquí, tendré que volver cuando haga mejor tiempo, quizás a mi vuelta…
–Bueno, yo puedo mandar hombres que vigilen las lindes de vez en cuando, a ver si pueden ver algún movimiento extraño.
–Sí, esa es una buena idea.
Connor volvió a mirar a su alrededor.
–¿Dónde está Peter? Me parece extraño que no hay venido a saludarme.
–Oh… no te preocupes, nuestro hombrecito está muy bien acompañado.
Connor levantó una ceja de manera interrogativa.
–Al parecer se aburría muchísimo por causa de la lluvia y Leonor lo está entreteniendo en su habitación, y por lo visto debe estar muy concentrado, no lo hemos vuelto a ver por aquí.
–¿En serio? –preguntó Connor divertido.
Nicholas afirmó con la cabeza y sonrió cómplice.
–Creo que iré a mis aposentos a cambiarme de ropa, estoy mojado hasta los huesos.
Se dirigió hacia su cuarto, en cuanto nadie pudo verle comenzó a avanzar más rápido. En su habitación el fuego crepitaba con fuerza. Se secó y se vistió todo lo deprisa que le permitía su propio cuerpo y sin más salió del cuarto dispuesto a comprobar lo que Nicholas le había dicho.
La puerta del cuarto del niño estaba entreabierta, por lo que Connor podía ver con claridad el interior sin que ellos pudieran verlo a él. Lo que sus ojos comprobaron aumentó el calor de su cuerpo, invadiendo su alma de una calidez extraña para él.
Leonor había extendido unas pieles por el suelo y tanto el niño como ella estaban sentados sobre ellas, frente al fuego, en el medio de los dos un tablero de ajedrez y ambos contrincantes estaban muy concentrados en su próximo movimiento.
Peter movió una pieza y miró interrogante a Leonor. Ella sonrió.
–Esa pieza no deberías moverla, mira lo que sucedería, yo movería mi caballo y tu reina quedaría a mi merced. Debes anticiparte a mis movimientos y planear tu estrategia.
–Tienes razón Leonor, entonces creo que moveré mi alfil… aquí.
A Leonor le brillaron los ojos.
–¡Muy bien! Ese es un movimiento muy inteligente Pet, me has puesto en un buen aprieto.
El niño sonrió con orgullo y los dos volvieron a centrarse en el juego, muy silenciosos.
Connor golpeó la puerta con los nudillos. Los dos jugadores levantaron la vista a la vez. A Peter se le iluminaron los ojos al verlo y se levantó corriendo para ir a abrazarlo, mientras Leonor permanecía sentada en el suelo, mirando la emotiva escena. Le encantaba ver como el muchacho le mostraba a Connor siempre que podía, lo mucho que lo apreciaba. Connor por su parte, abrazó fuerte al chico y le hizo cosquillas mientras Peter reía sin parar en sus brazos.
–¿Qué estáis haciendo? –preguntó.
–Leonor me está enseñando a jugar al ajedrez y es muy difícil, pero dice que soy muy listo y que seré muy buen jugador, solo tengo que practicar.
–Estoy seguro de eso –le dijo mientras le dejaba en el suelo y se dirigía hacia la chimenea, dónde estaba Leonor sentada.
–Veamos –dijo mientras miraba el tablero –creo que Leonor tiene razón, tienes una buena partida. ¿Cuál será su próximo movimiento, mi señora? –le preguntó a Leonor con una sonrisa picarona mientras tomaba asiento en las pieles del suelo, junto a ella.
***
Leonor miró a través de su ventana. El cielo estaba totalmente despejado y los rayos del sol, aunque débiles, brillaban alegrando el panorama desolador dejado por la lluvia constante.
La noche anterior había sido maravillosa, Connor se había sentado a su lado y tanto Peter como ella misma, habían disfrutado mucho con su presencia. Al parecer Connor era un hombre muy divertido cuando la ocasión lo requería, no paró de hacer bromas y de jugar con ambos. Cada día que pasaba Leonor estaba más y más enamorada de ese hombre… ¡enamorada! Eso era toda una novedad, pero era algo que su corazón no podía negar, cada día que pasaba estaba más prendada del hombre, ansiaba más y más estar a su lado, y las noches no le daban tregua, pues Connor aparecía en sus sueños de una manera ya habitual.
Decidió que saldría por fin de su reclutamiento forzoso, solo con pensarlo se animó. Tenía ganas de seguir practicando con el arco, comenzaba a manejarlo con soltura y le gustaba mucho más que las peleas con espada.
Se puso un vestido de lana y unas botas de cuero. Se ató la capa al cuello y salió del castillo. Primero pensó en dar un paseo para estirar las piernas y hacer algo de ejercicio, tantos días encerrada sin hacer nada de provecho la tenían aletargada. Al salir el frío de la mañana le golpeó la cara con fuerza, pero a Leonor no le importó, solo con ver el sol se sentía extrañamente feliz. Comenzó a pasear por el patio de armas, la actividad de los soldados y demás personas era frenética. Los caballos relinchaban mientras eran atendidos, en las almenas de la muralla los soldados paseaban de un lado a otro con la vista al frente, siempre atentos.
Leonor vio a Peter correr con su amigo Luis detrás de un pequeño cachorro, el niño también estaba más animado y se le veía contento. Se dirigió hacia el jardín de atrás, dónde la cocinera tenía algunas plantas olorosas aparte de la huerta. Le gustaba la huerta, eso le recordaba a su hogar, su antiguo hogar, podía oír el sonido de la voz de su padre y la dulce risa de su madre.
–Buenos días, mi señora.
Leonor se sobresaltó al oír la voz de Eliana, tan ensimismada estaba con sus pensamientos. Se giró muy despacio para hablar con la muchacha y se quedó pasmada al ver quién la acompañaba. Era el hombre más guapo que ella había visto jamás. Alto, fuerte, con un pelo rubio y rizado, que le llegaba casi hasta los hombros y con los ojos azules más increíbles que se podía imaginar, tan azules como el maravilloso cielo de verano.
–Buenos días –atinó a decir unos segundos después.
–Me gustaría presentaros a mi hermano, Niall.
–¿Este es tu hermano? –dijo sorprendida. La chica asintió con la cabeza mientras sonreía. No se parecían en nada. Eliana era bajita y su pelo era rubio oscuro más bien lacio, y sus ojos eran marrones. No es que fuera fea, no lo era, pero lo cierto es que carecía de la belleza espectacular de su hermano.
–Es un placer, mi señora. –dijo el hombre mientras inclinaba la cabeza en señal de respeto.
–El placer es mío… ¿Niall?
–Sí, ese es mi nombre.
Miró a su alrededor y comprobó que no estaban solos. Un grupo de chicas merodeaban cerca del hombre, mientras susurraban y reían como tontitas.
Leonor no podía obviar que Niall era muy apuesto, pero algo en su mirada le hizo recelar, algo en su forma de mirarla la incomodó y sintió ganas de marcharse de ahí.
Sabía que nadie podía hacerle daño, nadie en su sano juicio, porque el castigo de Connor sería terrible, pero aun así Leonor sintió que no podía confiar en ese hombre.
–¿A dónde os dirigís, mi señora? –le preguntó Eliana.
–Oh… voy hacia el campo de tiro, quiero practicar con el arco.
–¿Puedo acompañaros? –se apresuró a preguntar Niall.
–No quiero molestaros, sin duda tendréis muchas cosas que hacer. –dijo Leonor mientras se disponía a avanzar.
–Lo cierto es que me dirigía hacia allí ahora mismo. Solo quería dar los buenos días a mi hermana antes de comenzar los entrenamientos.
Leonor le miró fijamente, Niall le devolvió la mirada de una forma inocente. No sabía que debía hacer para deshacerse de él sin resultar grosera. Después pensó que durante el trayecto sin duda no estarían solos por lo que accedió a la petición del hombre.
Niall se despidió de su hermana y se puso al lado de Leonor, demasiado cerca para gusto de ella, tan cerca que podía sentir el calor que desprendía el cuerpo del hombre, pero en ningún momento se tocaron.
–¿Os gusta esto? –le preguntó él. Su voz era suave y melodiosa. Leonor supo en ese instante que este muchacho en apariencia inocente, sabía utilizar todas sus armas a la hora de conquistar a las mujeres, y no quiso ni pensar en la cantidad de chicas virtuosas que habrían caído en las garras del amor por ese hombre.
–Quitando que me han dicho que llueve mucho, lo demás me agrada.
–¿No os gusta la lluvia? Pues habéis venido al sitio menos indicado. –le dijo con una hermosa sonrisa, que sin embargo no llegó hasta sus ojos.
Leonor suspiró graciosamente.
–Eso he oído. No es que la lluvia me desagrade, simplemente que me resulta aburrido estar encerrada en el castillo durante días enteros.
–Si alguna vez deseáis entreteneros con otras cosas podéis acompañarnos a mi hermana y a mí, solemos jugar a juegos de azar para divertirnos.
–Gracias, eres muy amable.
Leonor continuó su camino hacia el campo de tiro acompañada por Niall. En ese momento salía del castillo Connor, iba con Nick al campo de entrenamiento y ambos se quedaron pasmados al divisar a la pareja. Nicholas miró de reojo a Connor y al ver su cara de disgusto sonrió para sus adentros.
Connor la vio nada más poner un pie en el patio, sus ojos la localizaron como si formara parte de su ser, pero al verla acompañada de Niall y tan cerca el uno del otro, sintió como si un puño le retorcía las entrañas. El disgusto fue tal que no pudo por menos que dirigirse hacia ellos, con gesto impasible mientras la sangre le bullía en su interior. Pero Nicholas, le cogió por un brazo impidiendo así su avance.
–¿Qué haces Nick?
–La pregunta correcta, mi querido amigo, es… ¿Qué piensas hacer, Connor?
Connor se quedó mirándole durante unos segundos, su amigo tenía razón, ¿Qué pensaba hacer? ¿Acercarse a ella y pedirle explicaciones por estar acompañada por un hombre joven y apuesto? Sin duda eso era una locura, sin embargo no soportaba verla tan cerca de Niall. Ese muchacho no era una buena persona, había llegado a sus oídos rumores sobre chicas que habían caído rendidas a sus pies, por la promesa de amor eterno que él les hizo y luego no hacerse cargo de sus errores, olvidándolas y abandonándolas. No quería eso para Leonor, no, él era su tutor y su deber era protegerla, tenía que prevenirla de ese hombre, sin embargo no era este el momento, debía dejarlo para más tarde. Con un movimiento se liberó del brazo de Nick, consciente de que no correría detrás de ella como un adolescente, pero esto no evitó que un fuego intenso se apoderara de su cuerpo.
–Ya hemos llegado –le dijo Leonor.
–Sí, ¿deseáis practicar? Yo puedo ayudaros, no se me da mal tirar con arco.
–Bueno… yo, es que…
–Leonor ya tiene con quién practicar –dijo Robert que se había acercado por detrás.
Ambos se giraron, Niall con gesto de fastidio y Leonor con cara de alivio, Rob había sido su salvación.
–¿Quién eres tú? –preguntó Niall enfadado.
–No creo que eso te importe, será mejor que te vayas, Leonor está conmigo. –Le dijo mientras pasa un brazo protector por la cintura de la chica- ¿Quién eres tú?
Robert no sabía muy bien por qué le había hablado de ese modo, pero el chico no le gustaba nada. Supuso que sería la única forma de deshacerse de aquel hombre. Le había visto venir junto a Leonor desde la distancia y notó la incomodidad de la chica.
Niall instintivamente dio un paso atrás. No sabía cómo reaccionar ante la agresividad de Robert. Comprobó que Leonor no se apartaba del abrazo. Si tenía un protector eso ponía las cosas más difíciles.
–Soy Niall, el hermano de Eliana, simplemente la estaba acompañando, nada más.
Se giró hacia Leonor, hizo un gesto con la cabeza y se despidió.
–Ha sido un placer, mi señora, espero volver a veros pronto.
Leonor no dijo nada, asintió con la cabeza y se acercó a Robert. Niall se marchó con paso rápido.
–¿Quién demonios era ese y que hacías con él? –le preguntó a Leonor en cuanto Niall no podía oírlos.
–Te lo ha dicho él mismo, se llama Niall, es hermano de una de las criadas con las que he estado cosiendo estos días de lluvia. Lo acabo de conocer y se ofreció amablemente a acompañarme, no encontré ninguna excusa para poder deshacerme de él sin ser maleducada.
–No me gusta nada ese hombre…
–No, ni a mí, tiene algo en su mirada que no me inspira confianza.
–Ya… pero es muy apuesto. –dijo Robert muy serio mientras la miraba.
Ella sonrió.
–Eso, no te lo puedo negar, amigo, aunque no es mi tipo.
A una distancia prudencial de ahí, Connor suspiró con alivio al ver que Leonor estaba segura al lado de su fiel amigo. Tendría que hablar con Robert y agradecerle el que siempre esté presente en el momento más oportuno.
–Esto es más difícil de lo que pensé, creo que no seré capaz de engañarla para que salga sola del castillo, está siempre acompañada y bien custodiada.
–Debes hacerlo, no sé cómo, pero debes hacerlo. Él te pagó una gran cantidad de dinero para que lo hagas y creo que será muy capaz de matarte si no cumples con tu parte del trato.
–Sí, eso ya lo sé… tendré que pensar otra forma, no creo que caiga rendida a mis pies como las otras mujeres, no es tan estúpida.
–No, no lo es… pero puedes intentar engañarla de otra manera, ella suele ir a pasear sola por las tardes, nunca se aleja demasiado, pero tal vez tengas una oportunidad…
–Tengo que planearlo mejor, nada puede salir mal, si se descubre mi traición el castigo será terrible, no conoces a Connor, ¡me despellejará vivo!
–Yo te cubriré, nadie sabrá que estabas fuera del castillo.
***
Leonor se fue a comer con la satisfacción propia del trabajo bien hecho. Su disciplina estaba dando sus frutos, se estaba convirtiendo en una experta tiradora, incluso Connor se había detenido durante unos minutos a observarla. Su nuevo entretenimiento le estaba aportando mucha felicidad, Nick le había prometido llevarla de caza, puesto que tiradores con arco con tan buena puntería escaseaban entre sus filas, le dijo con algo de picardía.
Niall la observaba desde la distancia. No había vuelto a acercarse a ella, no deseaba llamar la atención, pero la observaba. Sabía cada uno de sus movimientos, sus horarios y sus salidas. Incluso había gestos de la muchacha que ya le resultaban familiares. Sabía que la chica no era una mala persona, no trataba mal a las criadas, no se metía en sus trabajos, no las humillaba y tampoco le gustaba que ellas estuvieran pendientes de sus necesidades. Era la dama más independiente que él había conocido, y eso que había conocido a muchas, en la corte, mujeres nobles que habían aceptado de buen grado sus atenciones, mujeres caprichosas y sin honor, pero mientras sus maridos no se enteraran de sus deslices con él, a Niall no le importaba mucho la personalidad de sus amantes.
–¿Cuándo te vas? –preguntó Nicholas.
–Al anochecer. Prefiero hacer el viaje de noche, para no llamar mucho la atención.
–¿Crees que es lo mejor?
Connor miró a su alrededor, estaba cansado de conspiraciones y mentiras, pero había jurado lealtad a su Rey, estaba obligado por honor.
–Creo que sí. Nuestro hombre debe pasar desapercibido o le pondremos en peligro, es mejor que nadie repare en mi presencia, eso estropearía todos nuestros planes.
–Connor, creo que es muy fácil adivinar quienes son los nobles traidores, no es necesario que te expongas tanto.
–No se trata de adivinar, ni de suposiciones. Si vamos a formar parte de una guerra debemos saber quiénes son nuestros enemigos.
–¿Habrá guerra?
–Yo espero que no, creo que Edward, el primo del Rey, es lo suficientemente inteligente como para saber que si no se rodea de los mejores no llegará a buen puerto, espero que valore más su vida que su deseo de ser Rey.
–¿Te despedirás de la muchacha?
Connor lo miró con intensidad, clavando su fría mirada en él.
–¿Por qué habría de hacer eso?
–Bueno, no sé… supongo que no estaría mal que la avisaras.
–No deseo mezclarla en este tipo de problemas. Su padre hizo todo lo posible por mantenerla bien lejos de ellos.
–Sí… es cierto, pero tal vez deberías decirla que vas a estar lejos durante unos días, que debe tener cuidado, que no salga sola… y esas cosas, eso es lo que hacen los tutores…
Connor resopló y Nick sonrió para sí mismo.
–Está bien, iré. Nick, debes vigilarla bien, cuidar de ella mientras yo no estoy. Confío en ti.
–No te preocupes hermano, con gusto me convertiré en su sombra –Connor lo miró con disgusto y Nicholas se echó a reír.– Ve tranquilo Connor, ella estará bien, lo juro por mi vida.
Connor asintió con la cabeza y se marchó de ahí en busca de su pupila.
La encontró paseando por las almenas. No hacía mucho frío pero la brisa que acompañaba la noche hacía que el ambiente no fuera muy agradable. Leonor tenía una capa de lana con la que se tapaba entera y paseaba mirando el paisaje que se extendía hermoso ante ella.
–Leonor. –La llamó Connor.
Ella se giró despacio. El aire había despeinado su pelo y lucía unas mejillas sonrojadas.
–Mi señor.
–Debo hablar contigo.
–¿En privado?
–No es necesario.
Se acercó hasta ella y comenzaron a pasear juntos.
–Tengo que irme durante unos días, no sé cuántos. Durante mi ausencia espero que seas prudente. No salgas sola en ningún momento e intenta estar siempre acompañada, ¿Lo harás?
–Lo intentaré, mi señor.
–No me sirve esa respuesta Leonor, necesito irme tranquilo, para centrarme en la tarea que me obliga a marcharme.
Leonor lo miró a los ojos. No dejaba de asombrarla lo que le atraía ese hombre. Bien es cierto que Niall era mucho más apuesto, tan apuesto que resultaba algo ficticio, como si su belleza no fuera real, como si él no fuera real. Sin embargo la apostura de Connor hacía que su corazón latiera con fuerza y le sudaran las manos. Ansiaba cosas extrañas cuando lo tenía cerca, y lo extrañaba enormemente cuando no estaba a su lado. Se conformaba con las cenas en las que compartían mesa, aunque apenas hablaban, pero lo sentía ahí, a su lado, junto a ella, podía tocarlo si lo deseaba, mirarlo… esa sensación era de lo más extraña, la atormentaba y aturdía.
–Solo si vos me prometéis tener cuidado con vuestra empresa y que llegaréis sano y salvo.
Connor se quedó pasmado ante el comentario de Leonor. Detuvo su paso y obligó a Leonor a pararse frente a él.
–¿Y eso? ¿Puedo saber a qué se debe tanta preocupación por mi persona?
Ella sonrió, de esa forma pícara y graciosa que hacía que a Connor el corazón se le saltara un latido.
–Simplemente miro por mi bien, mi señor. Si vos no volvéis vivo y de una pieza, ¿Qué será de mí?
Connor no pudo por menos que reír.
–Tened cuidado, mi señora. Volveré sano y salvo, podéis estar segura.
–Entonces, mi señor, yo seré prudente, no me quedaré sola en ningún momento y no saldré sin compañía.
–Con mis soldados, al menos cinco.
Leonor abrió mucho los ojos.
–Está bien –claudicó al fin –saldré acompañada de al menos cinco de sus soldados.
Estaba a punto de marcharse, pues el sol ya se estaba poniendo y apenas veía a unos metros de él, pero de pronto el sonido de los cascos de un caballo lo alertó. Volvió a esconderse entre los matorrales y agudizó su vista. Un caballero vestido de negro de pies a cabeza, galopaba a lomos de un caballo de guerra. La capa negra lo cubría entero, pero a la velocidad que iba el aire la movía dejando al descubierto sus piernas, un destello de la luz de la luna hizo brillar la espada que llevaba sujeta a la cintura.
Supuso que podría ser un mensajero, estaba notando mucho movimiento de hombres yendo y viniendo, pero descartó esa idea de inmediato, no, no era un simple mensajero, el cuerpo del hombre le resultaba familiar. Con sigilo se acercó al camino, siempre oculto por las sombras y el ramaje, se arrodilló y esperó. Hombre y montura llegaron muy rápido, iba a buena velocidad pero pudo distinguir sus rasgos. ¡Era Connor! Connor, abandonaba el castillo pero, ¿por qué? ¿Qué podía ser tan importante como para viajar en plena noche y completamente solo? Por su mente pasó fugaz la idea de seguirlo y darle alcance, posiblemente si paraba a descansar estaría indefenso y podría acabar con él… pero esa idea no duró lo suficiente, Connor era una máquina de matar en sí mismo, aunque estuviera solo y él acompañado por sus hombres no resultaría fácil acabar con él, no podría asegurar un resultado satisfactorio de ese encuentro por lo que se centró en otra idea, si Connor no estaba, Leonor no tendría a su custodio día y noche rondándola. Ella estaría indefensa, era su oportunidad de atacar. Si no encontraba la forma ahora, con la ausencia del señor del castillo, jamás podría atraparla.
Se dio media vuelta sonriendo y se dirigió hacia la sucia cueva donde llevaba viviendo estas semanas. Tenía en mente otro plan y la oportunidad de llevarlo a cabo. Era la mejor noticia que tenía en meses. Su venganza sería terrible, ella pagaría todo el sufrimiento que estaba pasando, sí, lo pagaría muy caro.
Leonor se retiró de la ventana. Ya no distinguía la silueta de Connor. Se preparó para acostarse. Estaba inquieta y preocupada. Acababa de irse y ya lo echaba de menos. Sin duda los próximos días serían muy aburridos, sin el aliciente de encontrarse con Connor durante las comidas o las cenas, ni siquiera lo podría ver mientras practicaba… se acostó con el corazón en un puño. Deseaba que el viaje le resultara bien y volviera a casa sano y salvo.
Se despertó con el alba, cansada y triste. Apenas había podido dormir, la preocupación por Connor ocupaba todo su pensamiento.
Bajó a desayunar y en la mesa la estaban esperando Robert y Nicholas.
–Buenos días, Leonor.
–Buenos días, Nick, Rob.
–Espero que hayáis descansado –dijo Nick.
–Lo cierto es que no mucho, me he desvelado varias veces y no he podido conciliar el sueño.
–Estarás cansada.
–Un poco Robert, pero sobreviviré –le contestó mientras le guiñaba un ojo.
–Esa es una noticia excelente –afirmó Nick – y aún tengo otra más que daros. Tengo órdenes expresas de Connor, no podemos dejarla sola en ningún momento, por lo que Robert pasará a convertirse en su sombra…
Leonor abrió mucho los ojos.
–¿Puedo preguntar por qué?
–No me dio ninguna explicación.
–¿Pero qué podría pasarme aquí, en el castillo, rodeada de todos sus hombres?
–Tal vez nada, pero creo que no se fía de nadie y yo no lo desobedeceré.
Leonor afirmó con la cabeza. No le disgustaba el cambio, así podría pasar más tiempo con Robert.
Connor entró en la cantina, sigiloso y tranquilo. No deseaba llamar la atención así que escondió bien su arma entre los pliegues de la capa. Escogió la mesa más alejada y se sentó de espaldas a la pared. Pidió una pinta de cerveza y se dispuso a esperar a su hombre. No tardó en llegar, vestía también de negro, un color muy usual para los hombres que no pertenecían a ningún señor o querían llamar poco la atención. Le vio nada más entrar y se dirigió hacia él con paso firme. Sin decir nada se sentó frente a Connor.
–¿Qué nuevas traes?
–No gran cosa, al parecer se están movilizando las tropas de los traidores, pero por lo visto no son todos los que se esperaban, muchos han optado por esperar. Si al final se desata una guerra ya elegirán bando después.
–¿Qué hace Edward?
–Aparte de pasearse de aquí para allí, no gran cosa. Me temo que se está dando cuenta de que intentar quitar el trono a su primo es un error. Pero de momento sigue buscando aliados.
–¿Tienes los nombres?
El hombre le extendió un papel arrugado y doblado. Connor lo cogió y con un movimiento rápido lo guardó.
–Debes tener cuidado, si alguien te descubre o piensas que sospechan de ti, márchate enseguida. Tu vida es demasiado valiosa.
–Gracias, mi señor, lo tendré en cuenta.
Y con las mismas se levantó y se marchó, dejando a Connor otra vez solo con sus pensamientos.
***
Leonor cogió una flecha y la colocó en el arco, tensó la cuerda mientras apuntaba a la diana. Intentaba concentrarse por todos los medios, pero su mente iba y venía sin rumbo fijo.
–Leonor, concéntrate, debes apuntar y disparar, creo que es bastante simple.
–Oh Rob… no me molestes, eso es lo que estoy intentando hacer.
Robert se alejó un paso de ella y esperó. Leonor soltó la flecha y esta cayó muy cerca del centro de la diana.
–No está mal… –afirmó el muchacho.
–¿No está mal? Yo creo que podrías decir algo más que eso…
–¿Qué quieres que diga? ¿Deseas que te alabe para subir tu autoestima?
–No, claro que no, pero tu tono es bastante desagradable.
–Puede que tengas razón, tal vez hoy no es un buen día.
–Robert, si deseas hacer otras cosas no te preocupes, puedo pedirle a cualquier soldado que me acompañe, no me pasará nada.
–No, yo me ocuparé de ti…
Leonor no dijo nada más, sabía que los planes de Robert para hacer, sabía Dios qué, se habían visto truncados con las órdenes de Connor. Ella se sentía mal, no deseaba fastidiar al vida de nadie y menos la de su mejor amigo.
–Creo que estoy cansada, me iré a descansar.
Robert abrió mucho los ojos.
–¿Estás enferma?
–No –contestó ella mientras recogía el arco y las flechas que aún no había disparado –estoy cansada, ya te lo he dicho. Me voy a mi habitación…
Robert sin mediar palabra la acompañó hasta la misma puerta de su habitación.
–Si necesitas algo no dudes en avisarme.
Ella afirmó con la cabeza y cerró la puerta en las narices de Robert, que se quedó pestañeando y mirando fijamente la puerta.
Leonor se tumbó sobre la cama, estaba harta de todo esto, no soportaba la presión, no deseaba estar constantemente rodeada de hombres, necesitaba su espacio, un momento para ella sola, deseaba que todo volviera a la normalidad, quería, más que nunca, retroceder al pasado y volver a su casa con sus padres.
El pensamiento de sus padres inundó su mente y una oleada de tristeza se apoderó de su cuerpo. ¡Los echaba tanto de menos! Unas pequeñas lágrimas brotaron de sus ojos y ella las dejó correr. Se sentía triste, cansada y aburrida. Si las cosas no cambiaban acabaría por volverse loca por completo.
Unos golpes en la puerta la despertaron. No sabía muy bien cuando, pero el caso es que se había quedado dormida. Se incorporó despacio, intentando despejarse. Los golpes volvieron a sonar.
–Adelante…
Eliana entró con paso temeroso.
–No quería despertaros, mi señora… quizá es mejor que vuelva en otro momento.
–Oh… no te preocupes, estoy bien, ¿qué deseas?
Ella se enderezó y la miró amistosamente.
–Mi señor Nicholas me manda deciros que si deseáis ir a pasear como cada tarde, Robert no puede acompañaros, pero que su lugar lo podemos ocupar mi hermano y yo… si vos lo deseáis…
Leonor se quedó unos segundos sin entender a la muchacha. Tal vez se debía a que aún no estaba del todo despierta. ¿Nick quería que ella fuera a pasear con Niall? Tuvo un mal presentimiento, pero no le hizo caso, tal vez Robert estaba ocupado en otras tareas y Nick solo quería informarla…
–Está bien… si me apetece salir te mando llamar.
Eliana se quedó unos momentos mirándola, sin decir nada.
–Muy bien, estaré en el patio trasero regando el huerto que hoy me toca a mí.
La muchacha se marchó con el paso rápido habitual en ella y Leonor se volvió a tumbar en la cama mirando el techo. Sin duda hoy era uno de los días más raros de su vida.
–¿Qué te ha dicho?
–Qué si le apetece salir me manda llamar.
–Eso no me sirve, si nos descubren estamos muertos.
–Tranquilízate, todo saldrá bien.
–¿Cómo lo sabes?
–Simplemente lo sé, es una mujer demasiado inquieta como para estar todo el día echada en la cama, sin duda con el día tan espléndido que hace en algún momento tendrá ganas de salir, y allí estaremos nosotros.
–¿Y si se nos adelantan los hombres de Connor? No la dejan ni a sol ni a sombra. Sobre todo el muchacho ese que vino con ella.
–¿Rob? No te preocupes Niall, Robert estará muy ocupado hoy…
–Espero que todo salga bien, si es así nos iremos y viviremos como reyes, se acabó lo de servir a nadie.
Eliana suspiró soñadora.
–Ya verás cómo sí. Todo tiene que salir bien.
Estaba empezando a perder la paciencia, sabía que aunque Connor no estuviera en el castillo, sacarla de allí sin levantar sospechas iba a ser muy complicado, pero estar sentado ahí, hora tras hora, día tras días, estaba minando sus nervios. Solo le consolaba el imaginar las mil y una maneras en que tomaría a Leonor y cuando su lujuria y la de sus hombres, estuviera saciada, la mataría muy despacio. Mentalmente ideaba formas con las que le causaría dolor, pero no la muerte, así disfrutaría más…
Miró de nuevo hacia el castillo. Ningún movimiento fuera de lo normal. Los soldados en sus puestos, la gente trabajando en el campo o en sus casas. Nada.
Nunca había sido demasiado paciente, pero esta empresa se había convertido en algo personal. Les había estado siguiendo desde que salieron de las tierras de su padre, siempre oculto, incluso hubo un momento que casi se topa con los otros andrajosos que les seguían, se alejaron aún más para no ser descubiertos. Lo peor fue cuando tuvieron que esconderse de los hombres de Connor que habían dado marcha atrás y buscaban a los otros salteadores, pero después de todo habían llegado al castillo de Connor, pero no todo estaba arreglado, si el viaje fue duro, la espera estaba resultando ser peor. Sus acompañantes no decían nada, estaban acostumbrados a la espera, era su trabajo, pero él… eso era otro cantar. Él era un hombre inquieto, no soportaba estar en esas condiciones infrahumanas, su cuerpo dolorido y cansado gritaba por la comodidad de una buena cama y una mujer bien dispuesta, pero de momento sus necesidades tenían que esperar.
Leonor ya no soportaba más estar encerrada entre esas frías y húmedas paredes. Había visitado todas las estancias en las que se podían entrar, la única que había llamado especialmente su atención era la que estaba en lo alto de la torre sur, en ella pudo encontrar cuadros de gente desconocida esparcidos por el suelo, baúles con vestidos de lo más pintorescos, con zapatos de tela muy hermosos, y ropas de hombre. Parecían tener muchos años, pero no dejaban de ser de buena calidad y muy bonitas. Pero aparte de eso, no encontró nada más que pudiera entretenerla durante mucho tiempo.
Salió del castillo algo ansiosa. Se dirigió hacia las caballerizas y buscó a su dulce yegua. Estaba en un lugar del establo, muy limpia y bien cuidada. En cuanto la vio el animal se puso nervioso.
–Tranquila bonita, tranquila… –le dijo Leonor mientras le acariciaba el hocico.
–Me parece que tiene ganas de salir de aquí.
Leonor se giró y vio al mozo de cuadras mirándola fijamente. El muchacho no podía tener más de dieciséis años, pero era muy alto y fuerte.
–¿La cuidas tú?
–Sí, ese es mi trabajo.
–¿Y te da mucho que hacer?
–Lo cierto es que es muy mansa, pero estoy seguro de que necesita hacer algo de ejercicio.
–Creo que tienes razón –le contestó mientras volvía su vista hacia la yegua –saldré un rato con ella, para que ande un poco.
–Eso estaría muy bien, mi señora, ahora mismo os la preparo.
Leonor afirmó con la cabeza y salió de los establos. Tenía que ponerse otro vestido, no podía cabalgar con el que llevaba, lo destrozaría. Miró a su alrededor intentando encontrar a Robert o a Nick, sabía que tenía que avisar de su partida y alguien la tenía que acompañar, no deseaba que Connor se enfadara con ella por esa tontería. No los divisaba por ningún lado, por lo que entró en el salón principal y se dirigió hacia su habitación. Se cambió su hermoso vestido por uno de lana, más feo pero mucho más cómodo, y unas botas altas de montar. Se ató la capa al cuello y se sujetó el pelo en una trenza. Salió del cuarto a toda velocidad. Al salir se dio de frente con Niall.
–Mi señora.
–Niall.
–¿A dónde os dirigís? –le preguntó amablemente.
–Estoy buscando a Nick.
–Está en el campo de entrenamiento, puedo acompañaros hasta ahí.
Ella se encogió de hombros y lo siguió hacia el campo de entrenamiento. En seguida divisó a Nick y le hizo señas para que se acercara.
–Buenos días, Leonor.
–Buenos días, Nicholas.
–¿Deseáis algo?
–Bueno… sí, me gustaría salir a galopar un rato. Mi yegua lleva demasiado tiempo encerrada y creo que se merece salir un poco.
–Muy bien, ahora mismo le buscaré una escolta.
–Yo puedo acompañarla, ahora mismo no tengo nada que hacer, yo podría cuidar de ella. –propuso Niall con amabilidad.
Leonor sintió una alarma en su interior y abrió mucho los ojos. Nick la observó y entendió que la muchacha no estaba a gusto en la presencia de Niall, pero no podía dudar de que fuera un buen soldado.
–Está bien, pero no puedes ir tu solo con ella, Connor ordenó que su escolta fuera más numerosa.
Niall permaneció impasible ante este comentario, mientras Nick se dirigía hacia un grupo de hombres que estaban por ahí y les ordenó acompañar a Leonor y protegerla. Los hombres aceptaron de buen grado y fueron a por sus caballos.
Nicholas se acercó hasta Leonor.
–Connor me ordenó que fueras vigilada por cinco hombres a todas partes. Los que te acompañarán son buenos soldados, estarás muy bien cuidada. No te alejes demasiado y no entres en el bosque, procura seguir las indicaciones de Ulfrido –dijo señalando al hombre más fuerte de los cuatro –, él llevará el mando.
Leonor afirmó con la cabeza y siguió a los hombres hasta los establos.
–Sé prudente Leonor –le recomendó Nick.
Ella se giró y le guiñó un ojo.
–Siempre lo soy.
Nicholas rompió a reír y se dirigió, a paso lento, hacia el chico que estaba entrenado.
Leonor caminaba con cuatro hombres delante de ella y Niall justo a su vera. Aunque el hombre intentaba ser lo más amable posible, Leonor no conseguía relajarse en su presencia.
Llegaron a las cuadras, la yegua de Leonor ya estaba lista y Ulfrido se acercó hasta ella para ayudarla a montar, seguidamente los cinco hombres cogieron sus monturas y formaron alrededor de Leonor, dos hombres delante, dos detrás y Ulfrido a su lado. Una vez preparados, salieron del patio galopando suavemente.
–¿Por dónde deseáis ir, mi señora? –Le preguntó el soldado.
–Me da igual, simplemente quería salir durante unos minutos.
El hombre afirmó con la cabeza.
–Entonces podemos ir por el camino de la derecha y os enseñaré el río, es un lugar muy bonito.
–Perfecto.
Continuaron cabalgando en silencio. Leonor estaba un poco cohibida, rodeada de hombres que apenas conocía y que tenían su vida en sus manos. Aunque el paseo estaba resultando agradable, Leonor no lo disfrutaba mucho, necesitaba estar sola, admirar el paisaje, y no así, custodiada por soldados, como si de una reina se tratara, era de lo más surrealista.
Bordearon el bosque, pero nunca se acercaron demasiado. Leonor pudo apreciar que los valles que rodeaban el castillo se extendían por gran parte de lo que la vista abarcaba, siempre a su izquierda, pues a la derecha se veían una gran extensión de bosque. Después de estar cabalgando durante casi veinte minutos, Ulfrido ordenó detenerse. Ayudó a Leonor a desmontar y la dejó pasear con total libertad.
Leonor se maravilló con la belleza del lugar, el valle lo atravesaba un río de una anchura considerable, rodeado de árboles y bonitas flores y se escondía, zigzagueando en el bosque, que no estaba muy lejos de ahí.
Leonor echó un vistazo a su escolta, los cuatro seguían montados en sus caballos, alerta, atentos a cualquier ruido o movimiento sospechoso, mientras Ulfrido caminaba a unos pasos por detrás de ella.
–No debemos entretenernos mucho, mi señora.
–No os preocupéis, esto es muy hermoso, pero creo que debemos marcharnos ya.
–Sí, será lo mejor.
Ulfrido le cedió el paso para que ella avanzara primero. Leonor agachó la mirada y se fijó en las bonitas flores de color violeta que inundaban el suelo.
No se lo podía creer. La tenía a pocos metros sin embargo estaba fuera de su alcance. Sus nervios empezaban a jugarle malas pasadas, no podía soportarlo ni un día más. La espera, eterna, no daba sus frutos y ahora, a tan solo unos metros, se veía totalmente inútil y jamás llegaría a tenerla en sus manos.
Sus compinches se movían despacio detrás de él, agachados y protegidos por los arbustos.
Tan cerca… la tenía tan cerca… pero por desgracia estaba bien custodiada.
Estudió sus posibilidades. Si avanzaban con seguridad serían vistos, pues los soldados no habían dejado que ella se acercara lo suficiente al bosque. No había posibilidad de sorprenderlos y eran cinco soldados experimentados contra tres hombres. Bueno, pensándolo bien a lo mejor las cosas se tornaban a su favor. Se dio cuenta de que sin duda Niall no contaba como enemigo, tal vez, si lo hacían bien, serían cuatro contra cuatro, claro que él no era muy bueno con la espada y sus dos compinches eran buenos con el cuchillo.
Avanzó lentamente, estudiando las opciones. De pronto pisó una rama que se partió bajo sus pies.
Durante un segundo se le paró el corazón.
Ulfrido escuchaba el sonido del bosque, debía estar atento, si le pasaba algo a la mujer estando a su cargo, no deseaba ni pensar lo que le haría Connor.
Un ruido lo alertó. No quería correr riesgos.
Cogió a Leonor por el brazo, ella se sobresaltó ante este gesto, pero no dijo nada mientras era arrastrada hasta la seguridad de los caballos. Sin mediar palabra Ulfrido la cogió por la cintura y sin ningún miramiento la sentó en el caballo.
–¡Rápido! Al castillo.
Los otros soldados tomaron posiciones alrededor de Leonor y comenzó una loca carrera que los llevaría de vuelta hasta la fortaleza.
–¿Qué sucede?
Se atrevió a preguntar Leonor.
–Nada mi señora. Simplemente escuché un ruido. Tal vez no era nada, pero más vale prevenir.
Leonor afirmó con la cabeza y se concentró en controlar a su dulce yegua hasta que llegaran a su destino.
–¡Maldición! ¡Maldita sea y mil veces maldita!
Samuel no paraba de maldecir su mala suerte mientras golpeaba con los pies el suelo como un niño malcriado al que le han arrebatado su juguete preferido.
Sus compinches, ahora sentados en el suelo, lo miraban sin decir nada.
Samuel controló su ira y comenzó a pensar.
–Creo que nos han descubierto, no tardarán en venir a buscarnos. Es hora de marcharnos.
–¿Marcharnos? ¿A dónde?
–No tengo ni idea, pero no es seguro quedarse aquí y yo estoy más que harto de esperar y no obtener ningún resultado. Connor jamás le quitará los ojos de encima. Tengo que pensar otro plan…
***
Connor regresó cansado del viaje, había hecho el trayecto forzando al caballo al máximo. Tenía a buen recaudo el papel con los nombres de los traidores, también se había reunido con dos señores feudales de los alrededores para ponerlos al día de las nuevas que traían los mensajeros del Rey. Ansiaba poder darse un buen baño y comer un buen asado. En cuanto subió la colina y divisó su castillo el pecho se le hinchó de orgullo y satisfacción. Deseaba con todas sus fuerzas que Edward desistiese de su intento por hacerse con la corona, así podría vivir tranquilo y disfrutar de los días venideros en sus tierras, rodeado de su gente, cerca de Leonor.
Leonor.
Solamente pensar en ella le alteraba el pulso y un deseo fuerte y profundo ocupaba su cuerpo y su mente. La chica había conseguido, sin saber muy bien como, apoderarse de una manera sutil y dulce de su duro corazón.
Entró en el patio, todo estaba tranquilo. Bajó del caballo y se dirigió hacia el interior del castillo. Peter salió corriendo a recibirlo junto con su inseparable amigo Luis.
–¡Connor, Connor! Hoy he tirado con el arco.
–¿Sí? ¿Y cómo ha ido?
–No dio ni una –contestó Luis mientras se reía.
–Ni tú tampoco.
–Ya lo sé, pero seguro que si lo intentamos de nuevo yo acertaré y tú no.
–¡Bobadas!
–Chicos, no discutáis, con la práctica los dos llegaréis a ser unos expertos tiradores.
Los dos niños se dieron media vuelta y se marcharon a jugar con los perros.
Nicholas entró en ese momento en el salón.
–¡Caramba Connor! No te esperábamos tan pronto.
–Ya no tenía nada que hacer así que decidí regresar.
–Muy bien hermano, estarás cansado, será mejor que descanses un rato antes de cenar y luego me cuentas las nuevas que traes.
–Lo cierto es que sí estoy algo cansado, los años comienzan a hacer mella en mí.
Nicholas soltó una carcajada.
–¿Habéis visto hoy a Niall? –preguntó Mary remolona.
–No, ¿para qué querría verle? –contestó Anabell mientras untaba los pollos de grasa para asarlos.
–Mmm… no sé. Siempre es bueno ver a alguien tan guapo, nos alegra la vista.
–Y la entrepierna –soltó de sopetón Katy.
Todas rompieron a reír a carcajadas.
–Apuesto a que sí –afirmó Anabell– pero no me fio de él, no creo que sea un buen partido para el matrimonio.
–¿Y quién habla de matrimonio? Yo me refiero a un pequeño revolcón, para aliviar la tensión y los nervios. –Contestó Katy.– Deberías probarlo Mary, en serio, te quedas como nueva. Pero eso sí, debes ser exigente en cuanto a los hombres que compartan tu lecho, nada de egoísmos ni de aquellos que adoran la velocidad.
–¿Qué quieres decir? –preguntó curiosa.
–Pues ya sabes a que me refiero. Un buen amante debe ser considerado, dulce, dispuesto para darte placer y nada de aquellos que cuando comienzan ya terminan. Esos no sirven para aliviar los nervios, más bien te ponen peor.
–Pues claro, –afirmó Anabell mientras introducía con fuerza unas manzanas dentro del pollo– deben darte tanto placer a ti como tú a ellos, pero sobre todo deben ser discretos. Aquellos hombres que van por ahí alardeando de instrumento y del número de amantes, normalmente tienen muy poco de lo que presumir.
–Sin duda –confirmó Katy–, los mejores amantes, saben que lo son cuando las que alardean de llevárselos al lecho son las mujeres.
–Yo prefiero esperar al matrimonio.
–Pues haces muy bien hija, tú guarda a buen recaudo tu virtud, al fin y al cabo es lo único que tienes para mejorar tu vida.
Las mujeres callaron cuando el mayordomo entró en la cocina.
–¿Cómo van los preparativos?
Anabell dejó el pollo relleno dentro de la fuente de barro y comenzó con el siguiente.
–Muy bien, todo estará listo para la cena, no hay problema.
–Mi señor Connor ha regresado.
–¿Tan pronto? –preguntó Anabell sorprendida.
–Sí, hace apenas unos minutos que entró por las puertas. Avisad a los muchachos, que suban agua caliente a su habitación, le prepararemos un baño y una bandeja con cerveza y algo para que coma antes de la cena, debe estar agotado por el viaje.
Dicho esto se dio media vuelta.
–Mira Mary, acaba de llegar uno de los mejores hombres para compartir el lecho de cualquier mujer. –le dijo guiñándole un ojo.
–¡Pero si es nuestro señor!
–Muy cierto, pero un hombre al fin y al cabo, y los ojos los tenemos para ver y admirar, y mi señor Connor es digno de admirar, todo él.
Katy soltó una carcajada estridente.
–Sí, lástima que jamás haya elegido a ninguna de las mujeres del castillo para compartir su lecho.
–Un lástima, sí. –Corroboró Anabell mientras terminaba con otro pollo.
Leonor entró en el patio, sofocada y ansiosa. Probablemente el ruido que escuchó Ulfrido no fuera nada peligroso, pero en el aire flotaba un ambiente raro, de tensión, como la calma que precede a la tempestad.
Estaba disgustada, nunca en su vida había estado encerrada, jamás. Su padre le enseñó a defenderse por sí sola, no necesitaba el cuidado de ningún hombre y menos de cinco. La cosa se le estaba escapando de las manos. Tenía que hablar con Connor lo antes posible, si no, su vida en el castillo sería un auténtico infierno. Como un pajarillo encerrado en una jaula de oro. Ella no lo soportaría mucho más. Esperó hasta que Ulfrido le ayudó a bajarse del caballo. Amablemente les dio las gracias a los soldados y se marchó a paso rápido hacia el salón principal del castillo. Estaba cansada y aburrida. Su mal humor crecía por momentos. Entró en el saló y esperó en la puerta hasta que sus ojos se habituaron a la oscuridad reinante. Después avanzó hasta la mesa principal. Nick y Robert estaban sentados junto a otros soldados mientras bebía cerveza.
–Leonor, ¿qué tal te fue el paseo? –le preguntó Robert muy animado.
–Pues no muy bien, pero menos da una piedra.
–¿A qué os referís? –preguntó Nicholas.
–Pues me refiero a que con cinco soldados a mi alrededor casi no pude disfrutar del paseo, sin contar con que a última hora Ulfrido escuchó un ruido proveniente del bosque y me arrastró hasta el caballo, luego galopamos a toda velocidad hasta aquí, así que el paseo se me hizo muy corto y no muy relajante…
Nicholas se puso en pie rápidamente.
–Iré a hablar con Ulfrido.
–Ven Leonor, siéntate a mi lado.
Leonor obedeció a Robert, se sentó y suspiró. Necesitaba sentirse mejor, más animada. Sabía que allí todo el mundo deseaba cuidarla, no lo hacían con mala intención, pero era muy difícil de llevar…
–¿Has visto ya a Connor?
Leonor lo miró fijamente.
–¿Ya regresó?
–Sí, hace un rato, ha subido a descansar un poco.
–Bueno, eso es una buena noticia, ¿verdad?
Connor, después del baño y de comer algo se echó en la cama. Estaba cansado y sin darse cuenta, se quedó dormido. Unos golpes en la puerta lo despertaron.
–Adelante.
Nicholas entró por la puerta y se le quedó mirando.
–¿Estabas dormido?
–No, que va… simplemente descansaba.
–Ah… vengo de hablar con Ulfrido.
–¿Sí? ¿Qué sucede? –dijo Connor incorporándose lentamente.
–Acaba de llegar con Leonor. Tenía ganas de salir y la envié con Ulfrido y otros cuatro soldados, como ordenaste, para que la acompañaran. Al parecer han regresado a galope tendido.
Connor, ahora despierto del todo, prestaba toda su atención a Nicholas.
–¿Y eso?
–Dice Ulfrido que estaban parados en la orilla del río. Y había dejado que Leonor paseara un poco por allí cuando escuchó un sonido extraño proveniente del bosque, él dice que le sonó a una rama partida. No está muy seguro, pero cogió a la mujer y la trajo al castillo a toda velocidad. Ella anda algo disgustada.
–Prepara un grupo de hombres, vamos a echar un vistazo.
–¿Ahora? ¿No estás cansado?
–Si había alguien en el bosque, cuanto más tiempo pase más difícil será encontrar algún rastro.
Leonor continuaba sentada al lado de Robert cuando vio subir a Nick a toda prisa. Unos minutos después bajó y se marchó sin decir palabra. Al poco tiempo Connor apareció por las escaleras. El corazón de Leonor se aceleró ante la visión del hombre. Vestía unos pantalones de cuero ceñidos y una túnica que le llegaba por encima de las rodillas. Su pelo aún estaba húmedo del baño y le confería un aire travieso.
Leonor se puso en pie y se acercó hasta él despacio.
Connor supo de su presencia en cuanto puso un pie en la escalera. Sabía que ella estaba en el salón, lo presentía, lo sentía. La vio ponerse en pie y acercarse hasta él. Sus movimientos, lentos e increíblemente femeninos provocaron una reacción en cadena en el cuerpo de Connor. Su pulso se aceleró, el corazón golpeaba el pecho con fuerza, las manos comenzaron a sudarle… se sitió tremendamente estúpido. Él era un guerrero, un hombre hecho y derecho, curtido en la guerra, vencedor de innumerables batallas, sin embargo perdía el control frente a una mujer. “¡Oh! Pero no es cualquier mujer” pensó, “es Leonor, hermosa flor de primavera, ingenua, sin embargo fuerte y valiente”. La mejor mujer que él había conocido jamás.
Se paró frente a él y le hizo una graciosa reverencia. Connor intentó controlar los impulsos de su cuerpo.
–Mi señor, espero que el viaje haya sido agradable.
–No ha habido contratiempos, por lo que estoy contento con el resultado. ¿Cómo os encontráis Leonor?