No es el Barrio lo que me pone de los nervios, me habituaron desde el principio a lugares así y cuando digo me habituaron hablo de mi padre y de vez en cuando una mujer u otra

(me acuerdo de la delgadita pelirroja que se levantaba la falda incitando

—Mira

y lo que veía era una especie de pozo negro que me asustaba) que nos ayudaba en las vacaciones, se quedaba unos días en la camioneta con nosotros no cerca de mí, al fondo

—Para con las cosquillas que me matas

y se iba arrastrando el bolso e insultándolo, no me imaginaba que los bolsos pequeños levantasen tanto polvo, mi padre se sentaba conmigo en el estribo por donde subíamos a la cabina apretándome la rodilla

—No hagas caso a charlas de mujeres tienen los cables pelados

olvidado de ellas como se olvidaba de todo, cuántas veces no volvió a buscarme

(yo a lágrima viva en la plaza vacía)

con el tubo de escape a trompicones entre las piedras

—No hagas caso tampoco a lo que yo digo que por culpa de las mujeres se me pelaron los cables

en cuanto vi el pozo negro eché a correr, la delgadita pelirroja a mi padre

—¿Por casualidad tu hijo no te habrá salido marica?

y en una de esas sí porque a los dieciocho años me acosté con una gitana y el cuerpo no respondió, la gitana observándome las partes y tocándolas suavemente

—¿Estás enfermo?

acabó por ponerme en la mano una pata de conejo

—Da suerte

y quizá dio suerte pero lo que sentí después fue un cansancio avergonzado que los carillones de una iglesia aumentaron llenándome de otoños, aún hoy aprieto la pata de conejo en la palma, mi mujer

—¿Qué es eso?

yo haciéndome el sorprendido y apretando más el amuleto

—Ni sabía que lo tenía

y la misma vergüenza y el mismo cansancio, no me pidan que mire, afortunadamente no hay carillones en los alrededores, algún que otro grito en la oscuridad de fuera debido a un tiro o al viento y no es el Barrio lo que me pone de los nervios, nunca he vivido nada mejor que esto, es mi hijastro horas y horas pasándome junto a la cara un avión de lata, la delgadita pelirroja volvió meses después con el mismo bolso y el mismo polvo solo que no faldas levantadas ni

—Mira

en el fondo de la camioneta discutiendo con mi padre que no

—Para con las cosquillas que me matas

yo con la mente fija en el pozo negro

—Tenga cuidado padre

en cierto momento recriminaciones, después ninguna recriminación, el viento, incluso pensé que campanas y no campanas, silencio, mi padre

—Coge por ahí

y lo ayudé a arrastrar las piernas de la delgadita pelirroja hacia la cerca de los lechones levantando más polvo que el bolso a medida que la alejábamos de nuestra tienda de orfebres, nos sentamos en el estribo de la cabina y mi padre apretándome la rodilla cuando llegó la Guardia, les aclaró ordenando los estuches

—Tenía los cables pelados

y se fue con ellos, al contrario de otras veces no volvió a buscarme pero una de estas semanas, es una cuestión de tiempo, aparece por aquí y seguimos con mi padre a golpecitos sobre la esfera desafiando a una aguja

—¿Esto tendrá gasolina?

hacia el pueblo siguiente donde lechones y campanas, me lo imagino haciéndole cosquillas a mi esposa y mi esposa contenta

—Pare con las cosquillas que me mata señor

mientras que mi hijastro todo zumbidos pasa junto a mi cara un avión de hojalata y yo fingiendo que no me entero, el chico mestizo, mi esposa mestiza, los primos mestizos en cada rincón del Barrio

(se aparean entre sí como los animales)

metidos en grietas, antros

(exactamente como los animales)

o desplumando cárabos en la calle

(hasta escarabajos comían doy fe)

mientras un lisiado los rondaba con la muleta

—¿Cuántas plumas se precisan para que tengamos un pájaro?

es decir aprovechaba los restos, pico y patas, los juntaba y tenía un animal solo suyo moviendo el pescuezo en busca de migajas

—Soy el dueño de ese

si mi padre con nosotros observaba a mi esposa sentado en esa silla como en el estribo de la cabina

—¿Las mestizas tienen los cables pelados?

o interesándose por los cuervos que no pertenecían a nadie subiendo a plomo huérfanos de una hilera de hayas deseosos de que el lisiado los construyese

—¿Dónde está el ala izquierda?

con los deditos con artrosis y los cuervos orgullosos

—Somos suyos le pertenecemos

el lisiado no mestizo, negro, conversaba con las lagartijas agujereando el cemento con clavos, asaba grillos en un palo, cuando la Guardia se llevó a mi padre la camioneta sola en el terreno de la feria que unas luces de gallos por la noche en granjas invisibles

(¿existirían las granjas o solo gallos en la oscuridad vacía?)

iban pintando con silbidos de manera que hasta yo aceptaría a una mujer conmigo aun con pozo negro y todo

—Gracias

siempre que me librase de los gallos que tal vez hizo el lisiado de la muleta y los dejó en las haciendas

—Ahora se quedan ahí

junto con los pavos y los pollos

(¿quién completó a los mestizos?)

no es el Barrio lo que me pone de los nervios, nunca he vivido mejor que allí y la pata de conejo ayuda, es mi hijastro llegando antes de la mañana, más joven que yo cuando ayudé a mi padre a arrastrar a la delgada pelirroja hasta la cerca de los lechones, mi padre

—Los lechones se la zampan

y no se la zamparon del miedo que dan cables pelados y pozos negros, decía yo que es mi hijastro llegando antes de la mañana el que me pone de los nervios, la escopeta bajo una tabla del suelo donde más escopetas, pistolas, un hacha de carnicero que si la usase mi padre y extendiese los pedazos del lisiado de la muleta para fabricar una persona

—¿Quiere una delgadita pelirroja?

seguiría sin compañía, de mi madre no sé nada, si pudiese preguntar

—¿Dónde la metió usted?

en qué solar de feria en el cual los carillones de la última misa

(ya volvemos a los carillones qué lata)

qué pinar, qué arbustos

(¿sería mi madre la delgadita pelirroja?)

la uña de mi padre en la esfera animando la aguja

—¿Esto tendrá gasolina?

(no creo que fuese la delgadita pelirroja, mi madre no diría

—Mira

una que no conocí seguramente)

y no tenía, la camioneta se extendía sobre sí misma anunciando en un suspiro

—No tengo

de modo que robábamos la gasolina de los otros chupando de un tubo, yo mareado con los vapores

—Señor

y los otros por atrás tirándonos piedras, mi madre pienso que viva tocándome el hombro

—Cucú

en una de las travesías del Barrio y qué exageración llamar Barrio a paredes que se encabalgan sobre granjitas y viejas fumando en pipa alrededor de un cabrito repartiendo las tripas, mi madre con ellas sin

—Cucú

no viéndome por más que yo

—Señora

(por qué razón me conmuevo al hablar, palabras que se turban, un cambio en el mentón, casi añadiría que lágrimas si las hubiese probado, no lo sé)

por consiguiente el Barrio, yo, mi esposa que tampoco me veía

(aparte de la delgadita pelirroja ¿quién me ha visto hasta hoy?)

ocupada en desnudar al hijo al que aun con pistola le daba miedo la oscuridad, se notaba por la forma en que escudriñaba las sombras señalando

—Allá

apretando contra sí el avión de hojalata porque el lugar donde vivíamos lleno de voces, una de ellas de mujer más distante que las otras

—Por favor

mientras a mí era la delgadita pelirroja estimulándome

—Mira

y no miraba claro, Dios me libre de mirar, escapaba de ella, mi esposa

—¿Qué hubo?

y yo con ganas de un avión de hojalata que me protegiese de los murmullos de los árboles, ahí están ellos mientras escribo esta página

—Qué tonto qué tonto

y mi padre distraído, si le llamase la atención seguiría dando golpecitos a la aguja con el deseo de que la esfera recorriese algunos trazos

—Estoy harto

solo después de los trazos la mano en mi rodilla

—No te preocupes por los árboles tienen los cables pelados y todo sereno alrededor, troncos y hierbas, ni un repique de campanas, no es el Barrio lo que me pone de los nervios, es la Policía espiándonos, de vez en cuando un automóvil en los cabrahigos, hombres de paisano y un viejo de sesenta años distribuyéndoles cactus

—Tú en este sitio tú en ese

en las inmediaciones del apeadero donde una mata de lirios que nunca se mofaron de mí sino todo lo contrario, entendían

—Te entendemos muchacho

al paso que un gordo y uno menos gordo, esos uniformados y con gorro se llevaron a mi padre a empujones

(yo con la manivela en la mano incapaz de defenderlo)

no me llevaron a mí, yo a mi hijastro

—La Policía

y él entretenido con el avión sin alterarse por los hombres, de vez en cuando un tiro dispersaba a los cuervos y el lisiado de la muleta que se pasó la mitad de la vida reparándolos cojeaba irritado

—Suéltenlos

con el miembro defectuoso al que le sobraba pernera bailoteando inerte, no llegó al apeadero, remolineó dos veces y bajó despacio a lo largo de la muleta, probablemente lo que ocurrió con mi padre quién sabe dónde

(la delgadita pelirroja dándome una palmada en el hombro

—Cucú

no la delgadita pelirroja es lógico solo que de tanto que me apetecía una madre y en realidad para qué quiero una madre hasta la admitiría a ella)

y yo a la espera de mi padre aun así seguro de que había de encontrar el camino del Barrio no por el lado de los cabrahigos y de los cactus, por encima el monte de eucaliptos y la cantera pero quién me asegura que la Policía no en la cantera, en el cámping a la salida de Amadora o en la autopista con muchachas haciéndonos señas en los mojones kilométricos venidas de Africa al acabar la guerra

(si la delgadita pelirroja

—Cucú

¿la abrazo?)

la muleta acabó cayéndose, quedaron pájaros sin patas ni cola y ningún negro que los completase, hay momentos en que me pregunto si me impresiona vivir en medio de mestizos que no viven conmigo, merodean en el Barrio con una tierra mucho mayor que esta

(no tengo ni idea de cómo es)

llenándoles los ojos, meses eternos, lluvias torrenciales y en lugar de eso casas que no llegan a casas, unos cartones, unas chapas y viejas a las que no llamo

—Madre

y si las llamase

—Madre

no responderían, nunca responden, aceptarían así como aceptan la agonía y la noche, helas ahí en torno al cabrito fumando, reparten los intestinos con un rezo con menos letras que el nuestro, principios de sonidos y consonantes largas, la Policía mató hace semanas a dos compañeros de mi hijastro, el que no lograba hablar y el gordo de los anillos que vivía con una blanca tan blanca como yo

(no mi madre ni pensarlo)

el gordo a la blanca

—Señora

nadie los trajo de los cabrahigos de modo que se quedaron con los saltamontes y las comadrejas

(se sentía el olor de inicio de mañana, después todo el día y después ningún olor)

y los perros vagabundos que envidiaban a nuestros animales domésticos escapándose, nos acercábamos y un desvío antes de crecer de nuevo corriendo en círculo como los mestizos que pasaban inadvertidos a no ser en el momento en que se encontraban con nosotros con la bala lista para salir de la escopeta, se detenían oyendo un idioma de raíces que no logro descifrar mientras que la uña de mi padre seguía comprobando la gasolina

(la blanca tan blanca como yo olía en el apeadero tal como he de oler un día y me pregunto si debido al olor la delgadita pelirroja me sentirá en los cactus)

pienso que mi hijastro un perro vagabundo, ahí está él con las costillas al aire, acuclillado en la sala

(¡sala!)

y aunque en la sala

(¿por qué insisto en decir sala?)

acuclillado en la acera sin reparar en los cacharros y en los cuencos alrededor

(dos cuencos, miento, una cacerola y un cuenco)

dispuesto a levantarse si los compañeros allí fuera

(no precisan de señales, se comunican por el olfato)

a coger la pistola y a reunirse con ellos, me dejaba dinero en los bolsillos

(yo como tonto con los billetes)

un pendiente más caro que los de mi padre, verdadero y el avión de hojalata apoyado al revés en la mesa, si le daba las gracias se empequeñecía con un caramelo emberrinchado, sordo, calculo que pensando en su padre así como yo pienso en el mío, vi el retrato de un mestizo con mi esposa en el cajón de los cubiertos y no se distinguían las facciones

(hace siglos que no distingo las facciones de mi padre, quiero acordarme y por más que me esfuerce no me vienen a la memoria, por fin advierto una mueca pero no es esa seguramente, un tono de voz que no corresponde y desisto, llega un momento en que no tenemos sino sílabas sin significado, papá, mamá, esas trampas, qué no daría yo por un compadre, un sobrino, un día de estos fabrico una paloma o un cuervo a los que llamaré míos, pensar en la delgadita pelirroja tal vez consuele, haz la prueba, te acuerdas del cuerpo y del modo como te llamaba

—Mira

podría haberte gustado, debe de haberte gustado, te gustó, di

—Madre

qué pierdes con eso y puede ser que no te despiertes por la noche a causa de sollozos distantes o próximos en cualquier punto

¿qué punto?

del Barrio, sollozos, susurros, murmullos, que te trastornan, las personas del Barrio en el apeadero una a una, cualquier tarde tú y contigo tejones, escarabajos, arbustos que no repiten tu nombre, lo perdieron y de qué sirve que te alteres, tranquilízate)

no se distinguían las facciones, se distinguía la sonrisa y aquellos dientes que ellos tienen en las encías y tal vez en la garganta y en los bronquios y me faltan a mí, parece que lo olvidaron en los cabrahigos hace años y si lo busco a lo sumo terrones, la brisa llamándome no por mi nombre sino

—Tú

o algo así y comprendemos que el

—Tú

se nos destina porque una persona que no somos nos dice por nosotros dentro de nosotros

—Soy yo

un placer conocerlo, no me desprecian qué bueno, estoy vivo, ni las viejas han de quedar seguro, queda un cabrito en el Barrio vacío, una cuerda de tendedero entre dos ganchos donde se enrollan trapos y entonces es posible que la camioneta de mi padre conmigo y los estuches con arracadas y una mujer, no la delgadita pelirroja

(¿cuántas madres habré tenido?)

en la cabina a su lado, la camioneta buscándome sin poder encontrarme, yéndose y los policías en los cabrahigos disparando contra ella, la uña de mi padre más despacio en la esfera, la camioneta volcándose hacia la izquierda, pasando por el ramojo, deteniéndose de lado y mi padre deslizándose por la puerta abierta, la nariz, el cigarrillo, un codo que no acaba de caer, yo por primera vez observándolo desde arriba, pensaba que mucho mayor que yo y usted diminuto, la cinturita, las pestañas, escribo meses después

(¿años después?)

de salir del Barrio, creo calculo supongo estoy seguro de que meses, dos, ocho, quinientos hacia donde no viven mestizos ni cabrahigos y si me detengo a escuchar el pasado descubro episodios de cuando fui niño, una desconocida que me daba de comer, la misma ola contra un pontón de greda, una mujer exhibiendo no sé qué

—Mira

yo pidiéndole

—Espere

intentando poner los años en orden, aquel en que me fijé en mi esposa por ejemplo me falta, no fue en el Barrio no conocía el Barrio y si no conocía el Barrio en qué lugar, tengo noción de una casa pero qué casa, de una mujer cerca de mí en silencio y de una piel negra que me daba miedo rozar y después las aguas se cierran y la pierdo, los blancos

—Una mestiza qué locura

mi prima advirtiéndome

—Si me visitas con ella le doy de comer en la escudilla de los perros

y mi esposa a gatas en la cocina o encerrada en el balcón mientras mis tíos

(a costa de intentar recordar mi cabeza mejora, les presento a mi prima, a mis tíos, a este paso ya verán y una familia enorme)

no dejándola acercarse

—¿No te da vergüenza?

surgen de mil puntos cardinales, atentos, íntimos

—Aquí estoy yo aquí estoy yo

y al reparar en mi esposa

—¿No te da vergüenza?

ojos ciegos que no obstante ven, palabra letra a letra, pesadas duras terribles, dudo si palabras

—¿No te da vergüenza?

lo que heredamos de Africa monos que nos mienten, nos roban, y nosotros

—Por favor

antes de caer de bruces nosotros

—Por favor

al caer de bruces y destornilladores, navajas, echamos la comida en la escudilla de los perros como a ella le gusta, qué sabe de vasos y cubiertos, nos extienden

nos extienden la palma tras las rejas crascitando, vas a tener hijos negros colgados cabeza abajo de las cenefas, una suerte que la Policía en los cabrahigos, si tu padre se lo imaginase, si tu madre

(¿la delgadita pelirroja?)

se lo imaginase

(¿quién era mi madre?)

volverían aquí arriba para ponerte en orden, el lisiado de la muleta

—Soy dueño de esta paloma no la maten y era de mí de quien hablaba, me reparaba un músculo con mimbrecitos y cuerdas, me enseñaba a volar desde esta esquina a aquella impidiendo que me muriese

—Ten cuidado

con las mangas abiertas protegiéndome

(el lisiado mi padre, ¿por qué razón no mi padre el lisiado?)

así como no me apetece que muera, no se acerque al apeadero amigo, suelte al cuervo

—Soy dueño de aquel cuervo

que se levanta de los cipreses, la Policía

—El negro

un tendón en el cuello latiendo, parando y ya no es dueño de nada, se acabaron los cuervos, he de coger una escopeta sin que mi hijastro se dé cuenta ocupado con el miedo a la oscuridad, acercarme por la granja del marqués donde la mula atada a una argolla difícil de distinguir si viva, a mí me da la impresión de que difunta, si tuviese tiempo la pincharía con una caña

—¿Te mueves o no te mueves?

viendo su reacción, reaccionando sí señor y no reaccionando falleció lo que no siempre es exacto, yo por ejemplo no reacciono, atraviésenme con un destornillador y ni pío, me quedo parado sin prestar atención y no obstante vivo, mi padre distrayéndose de la esfera de la gasolina

—¿Qué te ocurre?

y no ocurre nada de nada, soy así, el lisiado de la muleta no

—¿Qué te ocurre?

me aceptaba, además nunca hablamos, a lo sumo él

—Blanco de mierda

y yo mudo asintiendo, cojo una escopeta sin que mi hijastro se dé cuenta, me acerco por la granja del marqués con invernadero

(mi prima sacudiéndome más el brazo

—¿Dejas que te hablen así?)

cubierta con enredaderas grises

(la fantasía de que el mar en los alrededores pero ¿será auténtico el mar?)

uno de los agentes

—Allí

(¿se habrá secado?)

y chasquidos de culatas al mismo tiempo que una sirena de cuartel de bomberos, el mundo en movimiento excepto el mar que no había, platos astillándose, viejos goznes que giran

(los goznes han de girar sin reposo, ¿quién viene, quién se va, quién está allí espiándome, quiénes son ustedes que no se enorgullecen de mí, que me reprueban?)

la delgadita pelirroja no riéndose, en serio

—Es la última vez que me miras

aferrándome el mentón para obligarme a mirarla mientras que yo ayudaba a mi padre arrastrándola por las piernas, los mechones se manchaban de tierra ya no rojos, oscuros, una mueca de mofa

—¿Es marica tu hijo?

y mi precaución de que no se descalzase ni perdiese la hebilla, que se quedase intacta en la zanja entendiéndose con los gusanos, debe de haberse secado el mar, quedan las máquinas de coser oxidadas que pespuntean la espuma y charquitos de sal, mi hijastro murió ayer conmigo, hace muchos meses pero ayer a pesar de mis avisos, lo previne acerca de los cabrahigos y él haciendo zumbar el avión de hojalata, allí estaba el apeadero y por así decir timbre de los grillos o sea un rascar de metal contra metal así como el crascitar de los cuervos metal y las palomas metal, el metal de los cabrahigos que se estremecían, cesaban y al cesar

(¿una colmena de abejas?)

la muerte de mi hijastro y mi muerte con nosotros, no sé escribir decentemente, dividir por líneas, aclarar a las personas, ayúdenme ustedes que saben y me mandan, si el lisiado de la muleta cerca

—Soy dueño de ese blanco no lo maten

pero el lisiado ropa que los huesos abandonaron y por tanto pedacitos de pájaros oblicuos en las copas, mi esposa

(imagino si se avergonzaría de ella y un silencio ofendido

—¿No te da vergüenza?

ojos ciegos que no obstante ven, letras una a una pesadas, duras, terribles, imagino si las letras

—¿No te da vergüenza?)

mi esposa a la espera no se entiende de qué, las actitudes que no se entienden de los animales y de los negros probablemente a la espera de nada que la muerte no les importa, sienten lo que no siento, oyen vísceras que no oigo y la sorpresa de los médicos

—¿Dos hígados?

los mestizos no lloran porque el mecanismo de las lágrimas no nació con ellos qué ventaja, reparten tripas en su idioma de consonantes largas, enero y ni una promesa de lluvia, los cabrahigos sin ramas y los policías erizados en los cactus, los mismos desde que comencé a escribir si es que se puede llamar escribir a lo que hago, ya he dicho ser una voz que dicta en unas ocasiones tan deprisa que no la sigo y otras tantas horas de silencio y yo con la pluma en el papel

—¿Y?

mientras voces más menudas que salvo una frase que otra

—Echamos la comida en la escudilla de los perros como a ella le gusta

o

—Hijo

o si no soy yo comprendiendo que

—Hijo

se me escapan, enero el último mes que recuerdo, si me diesen a elegir habría preferido el otoño a causa del olor de las manzanas en el cajón de la ropa embalsamando la habitación con dulzuras amables pero qué cajón y qué habitación si no he vivido en ninguna, viví en el Barrio pero en una especie de sótano, un tragaluz junto al techo en cuyo marco un muro con arañas y musgo y sobre nosotros fardos, pasos, gente

(por ahora no policías)

que se diría seguirnos por el modo como se detenía en nuestros gestos, de vez en cuando una gallina que nos seguía también ora con un ojo ora con otro, nunca los dos, aparecía en el sitio de la puerta, se plantaba con la muñeca levantada exaltándose

—¿No te da vergüenza?

y se iba con los pantalones remangados hasta la rodilla ceñuda de enfado

(el mar se secó no insistiré en este tema)

conspirando con las compañeras con las que se topaba redondeando el pecho y tartamudeando en los aseladeros

(hoy que destruyeron el Barrio ¿dónde están las gallinas?)

creo

(¿se las comieron los tejones?)

creo haber escrito que mi hijastro murió ayer junto conmigo, hace muchos meses pero ayer

(ahí está la voz dictándome)

lo previne contra los cabrahigos y él como respuesta el avión de hojalata zumbando, rascar de metal contra metal así como el crascitar de los cuervos metal y las palomas metal

(la voz muy rápido, no logro copiarla)

el metal de los cabrahigos hervía y paraba

(¿quién los obligaría a desfallecer doblándolos hacia nosotros?)

y en cuanto cesaban abejas pero tal vez no abejas, no hay abejas en enero, libélulas, escarabajos y libélulas y escarabajos no, solo en la primavera cuando las larvas empiezan a romper transparentes feísimas

(más despacio por favor)

los policías hablando de nosotros

(no logro copiarla)

un zapato en un guijarro, mangas que rozaban

(mangas que rozaban he oído)

y cinco guardias, los conté, es decir como no caminaban deprisa tuve tiempo de contarlos, cinco, perdón, seis, perdón, siete, el sexto y el séptimo, antes se escribía sétimo, cerca del apeadero donde lo que quedaba de un almacén se sostenía a fuerza de músculo, un año más y desistiría sin ruido así como las desgracias en los sueños o se disolvería en el yodo de los recuerdos que si nosotros

—¿Qué buscan aquí?

desaparecerían con temor a las personas y nosotros con pena

—Podrían haberse quedado un ratito señoras la certidumbre

(sétimo qué bueno)

de que no se atreven a volver, no hablan, tal vez regresen, cuando dormimos y encuentro a la delgadita pelirroja

—Mira

no, la delgadita pelirroja

—Hijo

y por primera vez yo mirando, puede estar segura madre, mirando, el lisiado de la muleta acabando su cuervo, mi padre del que perdí la pista, he de reconocerlo si lo veo, apretándome la rodilla con la mano

(una palma mucho menor que antes y mi rodilla grande)

yo satisfecho con la mano y el olor de las manzanas en el cajón de la ropa limpia

—¿Dónde pusieron las manzanas padrecito?

alguien que me llevaba en brazos

(¿adónde?)

cantando, una perdiz de porcelana a la que el lisiado de la muleta no podría añadir una pluma de tan natural, una muñeca de carrillos redondos en el cojín

(prefiero sétimo a séptimo)

y si tuviese tiempo lo que decía de la muñeca amigos, la cogía, la abrazaba

(no es el Barrio lo que me pone de los nervios es otra cosa, después les cuento)

imágenes que comenzaban a precisarse, yo a mi esposa

—¿No las notas?

(he de referirme a ella un día)

alguien que martillaba allí fuera, no tiros qué entiendo de martillos y tiros, la persona que martillaba dejó de martillar como si observase el resultado alejándose un paso y pulía un detalle martillando de nuevo, no la delgadita pelirroja y yo sorprendido porque no la delgadita pelirroja, otra mujer a mí

—Acércate

humos de cacerola, hierbas a la lumbre hirviendo y ningún policía en los cactus, nadie muerto, mi padre conduciendo la camioneta qué alivio, vamos a vivir para siempre como la perdiz y la muñeca, qué capaces somos aún de desearnos qué increíble, estamos seguros de que no y cositas bailando por dentro, semejantes a caireles de lámpara cuando se abre la ventana, mi hijastro con el avión de hojalata zumbando, el silencio del Barrio y en el silencio del Barrio más despacioso que el tiempo ya de por sí despacioso

(no cobertizos, casas, no travesías, calles, correos, una iglesia, el dentista, casi el olor de las manzanas en el cajón de la ropa)

la otra mujer que repetía mi nombre o un nombre cualquiera que se volvía mío, fue mío desde el principio, el único que tengo, llevándome consigo hacia el patio de atrás donde una regadera abollada, un níspero, el sol y yo sin miedo

(¿de qué?)

los cabrahigos tranquilos, la brisa serena, la otra mujer conmigo junto al estanque y la certidumbre de que no se iba a caer, yo no en los arbustos sin huesos, aquí sentado y el mar de regreso

(no se secó el mar, sétimo, sétimo)

la voz dictándome lo que escribo complacida también, no era el Barrio lo que me ponía de los nervios, era la idea de que me matasen y no me matan, un martillo no tiros pues qué sé de martillos y tiros componiendo la cerca

(fingimos que una cerca no te alarmes)

allí fuera, mi hijastro dejando el avión y saliendo con la escopeta, al intentar prevenirlo la mujer que me llevaba

—Déjalo

no la delgadita pelirroja, otra que sabía mi nombre

—Acércate

de modo que tan natural yo con ella, si las gallinas me espían desde la puerta no les hago caso, si mi esposa se levanta vuelvo la cara, siento la perdiz de porcelana hinchándose y la muñeca en el cajón, he de encontrar una pistola bajo la tabla del suelo sin que mi hijastro se dé cuenta, me acerco por la granja del marqués con invernadero cubierta de enredaderas sucias, si hay agentes

(y no hay agentes, nadie muere lo aseguro)

señalándome

—Allí

(nadie muere)

si hay agentes, es una hipótesis, cierres de seguridad, culatas, gatillos antes del disparo

(tampoco hay disparos)

junto con una sirena de cuartel de bomberos, el mundo entero en movimiento Dios mío

(la perdiz y la muñeca intactas)

goznes que giran y en el girar de los goznes quién llega, quién se va, quién está en un rincón mirándome

(¿la delgadita pelirroja, mi padre, los policías?)

quiénes son ustedes que no se enorgullecen de mí, me abandonan, me reprueban, quién descubre

—Allí

si el lisiado conmigo tropezaría en la muleta apoyándose en los troncos, cogiendo ese guijarro, soltándolo, buscándolo sin encontrarlo y mientras lo buscaba

—Soy dueño del blanco no lo maten

pero el lisiado ropa que los huesos abandonaron y por tanto pájaros oblicuos en las copas, mi hijastro en el apeadero y yo

—No

mi esposa en el caso de preguntarme si me avergonzaba de ella

—¿Te avergüenzas de mí?

los ojos ciegos que no obstante

los ojos ciegos que no obstante ven, letras una a una sin relación entre sí, pesadas, duras, terribles, me pregunto si letras y no letras, no me hago una idea de lo que serían pero no letras señores, mi esposa no letras

—¿Te avergüenzas de mí?

a la espera vaya uno a saber de qué, asuntos que no se explican de los animales y de los negros probablemente a la espera de nada dado que ni la muerte los agita, sienten lo que no siento, perciben visceras que no oigo y los médicos ignoran

—¿Dos hígados?

no lloran porque el mecanismo de las lágrimas no nació con ellos, reparten intestinos de cabrito en su idioma de consonantes largas esto en enero y no lluvia, cabrahigos sin ramas y suspiros de goma de sapos, no es el Barrio lo que me pone de los nervios, nunca he vivido mejor, no conozco la perdiz de porcelana, no conozco la muñeca, no hay per

disculpen este sollozo, no hay personas ni objetos que comiencen a moverse, no hay alguien martillando fuera, cesando de martillar observando el resultado y puliendo un detalle martillando de nuevo, hay una mujer, no la delgadita pelirroja y yo sorprendido de que no

no es que duela, no duele, yo sorprendido de que no duela y la delgadita pelirroja que se levantaba la falda

—Mira

no duele, se levantaba la falda

—Mira

y lo que no era un pozo negro

no soy capaz, asustándome, otra mujer

—Acércate

que me lleva, un zapato que resbala, se pone en equilibrio, prosigue, una de mis rodillas

(no exactamente paralizada, más débil)

en el suelo, ninguna rodilla en el suelo, yo de pie casi derecho, yo derecho

yo casi derecho con la mujer al fondo del patio

(el sosiego del Barrio, no es el Barrio lo que me pone de los nervios)

una regadera, un níspero y ninguna angustia, ningún miedo

(¿de qué?)

yo junto al estanque de piedra y la certidumbre de que no voy a caerme donde se cayeron el negro gordo y la vieja, donde se cayó mi hijastro, donde el lisiado de la muleta

—Soy dueño del blanco

y mi cola, mis patas y mis alas intactas, yo intacto, el mar de regreso y aunque de día tantas luces en el mar, no reflejos, luces, tantas

estamos casi, no cuesta, tantas luces en el mar, yo con mi esposa

(he de hablarles de ella)

y el martillo en silencio, nosotros dos sentados

(nunca más vuelve el martillo)

y ella o la mujer mi nombre de modo que respondo

—Estoy bien

y no es difícil, no cuesta, estoy bien y sonrío.