Nunca me gustó vivir en este Barrio donde me he pasado el tiempo diciendo
Me voy
decidiendo
Me voy
con cosas ordenadas en la caja que mi tía me dio en la cocina
Tienes un autobús a las diez
mientras la cortina zurcida no paraba de hacer señas y el perrito amarillo
(nos llevábamos bien los dos)
rozándome los tobillos sin entender pobre, me hace falta una criatura que me atropelle de entusiasmo aunque sea un mastín sin nombre y no comprendo la razón de no ponerle un nombre, he escrito no sé cuántos con el lápiz de las cuentas
(donde las letras no quedaban, quedaba la lengua negra de lamer la punta de grafito)
miraba al perrito y miraba los nombres comparándolos y como ninguno entre más de veinte se parecía a él desistí, mi tía lo llamaba
Ese bicho
el marido de mi tía callado y yo una palabra que me daba vergüenza decir y por tanto no la digo, si la dijese a quién le interesaría ¿eh?, la palabra secreta que guardé para un hombre hasta ser vieja y tal como van las cosas seguirá conmigo después de vieja, una rémora que no me abandona como el vestido de la comunión y los sauces, a falta de algo mejor siempre la usé con el perrito por lo menos pero dentro de mí, escondida, ni el animal la conocía ni tampoco el hombre si lo hubiese tenido la sabría y en el caso de que se me escapase de la boca lo que me devolvería sería una actitud de extrañeza
¿Qué quiere esta hoy?
o en lugar de
¿Qué quiere esta hoy?
fingiendo que no entendía
¿Mande?
al paso que el perrito no fingía en absoluto, me rozaba los tobillos, les ladraba a las serpientes, aceptaba, según mis cálculos se murió hace siglos tal vez de líquido en los pulmones como el perrito antes de él que el veterinario
¿Lo matamos?
auxilió con una pastilla, nos quedamos con la palma de la mano en la boca a la espera y pasados unos segundos
(¿un minuto?)
el hocico a pesar de igual diferente, no puedo explicarlo pero diferente, el perro otro perro y nuestro perro dónde
¿Nuestro perro doctor?
de manera que por ser otro me dio igual que lo incinerasen en el horno, no me importaba a quién pertenecía aquel gas y aquel olor a chamusquina, le importaba a mi tía que se enjugó con el pañuelo para que el médico pensase
Está sufriendo la pobre
y no sufría ni un poco, nunca sufrió por nadie, una persona que dice
Tienes un autobús a las diez
qué rayos de alma es la suya, mi tía enjugándose con el pañuelo y su marido haciendo chascar los dedos, del hombre en los sauces que no merecía la palabra secreta no me quedó ni rastro y quién me asegura que él no tiene una palabra secreta a su vez, he de escribir nombres y compararlo con los nombres con temor a que encajen o mejor, he mentido, sin temor a que encajen, conozco al dedillo el nombre que va y no lo escribo tranquilos, si lo escribiese incluso tapándolo con el hombro quién me aceptaría después, el perrito antes de este perrito dilatado en la cesta indiferente a la comida aceptando respirar, lo llamábamos y meneaba la cola unos centímetros, se notaba la intención de caminar hacia nosotros, una pata estirándose, desistiendo y listo, espero no volverle a ver los ojos que se trastornaban de horror
(los míos cualquier día trastornados de horror y no permitan que desaparezca ayúdenme, hago todo lo que quieran, les consigo dinero, trabajo en la plaza, acepto a los ciegos cuyos dedos a pesar de estar desnuda siguen desnudándome
Guapetona
impídanme arder)
el horno no paró de funcionar cuando salimos de la clínica, se oían los silbidos de las llamas y de las burbujas de grasa al pasar que si un mestizo muere en este Barrio arrojan a la persona al vertedero o se queda semanas en un talud hasta que los insectos de la tierra se la lleven con ellos, me he pasado el tiempo diciendo
Me voy
decidiendo
Me voy
e intentando convencer al negro de que se vaya conmigo, él en el lado opuesto de la colcha no con miedo de mí, con miedo de los chicos
No podemos señora
mientras el del caramelo jugaba con el avión sin incomodarse con nosotros y el negro midiéndole la pistola en las rodillas
La señora no habla en serio Peque
a medida que el avión de hojalata y ahora que estoy sola sin ningún negro ni ningún chaval aguardando la llegada de la noche agarro la caja, suelto la caja e ignoro el motivo por el que no me voy de aquí, entiendo a los mulatos en las chabolas, oigo la lentitud de la lluvia en los tejados deshechos y la sangre tropezándome en el cuerpo con la pereza del agua derramada que elige su camino en las tablas impidiendo que la palabra secreta, la única que me resta, se esfume con él, no permito que la oigan porque si la oyesen yo más sola todavía, nunca me gustó este Barrio con la Policía a la espera en los cabrahigos, me pregunto si siento la falta del negro acomodando los brazos
Señora
y creo que siento la falta del perrito amarillo
(el del horno marrón, sacudió la cola una vez informando
Estoy aquí
y se notaba la amistad, el esfuerzo, observó el veterinario y no se enfadó con él, nos observó y entonces sí, aquello que me asusta, lo que no acepto, el horror)
desde la vega que se cerraba con un gancho en un clavo y eso es todo, un perrito y una vega bastan, a esta hora no abandono a mis compañeras
¿La vieja?
no, a esta hora no abandono a mis compañeras
¿Qué vieja?
así como olvidé a Rucia que se ahorcó en la habitación número once, pagó la cuenta muy alegre explicando
El cliente no quiere que lo vean conmigo entra después solo
con un peinado de peluquería y una falda nueva, el dueño del hostal le entregó la llave y oyó el silbido feliz en las escaleras, dicen, no lo sé, que en las tardes en que la esposa en la consulta de los huesos la llamaba a la oficina, Rucia siguió silbando que así se percibía en la planta baja junto con los pasos hasta un estruendo como si una caída o algo así y el silbido interrumpido en medio de una nota, la impresión de cortar la música con una navaja, de golpe, la esposa del dueño del hostal con las facciones todas juntas en el centro de la cara soltó el ganchillo y se levantó de la silla
Deprisa
con ojos elásticos, estupendos, sin necesidad de consultas, las cejas, el mentón y la nariz giraron en un remolino y se sumieron en la boca
Deprisa
alcanzando la habitación antes que nosotros como si no hubiese escalones
(en una ocasión acompañé al negro)
ella una mujer mayor que nosotros, una enferma de tobillos inmensos que la boca tragaría, la boca, no ella, insistiendo
Deprisa
y nosotros girando en su cara y desapareciendo uno a uno, mis compañeras, los clientes, el dueño del hostal, yo, quien no desapareció fue Rucia colgada de la barra del armario, al mencionar a Rucia no es de la persona entera, es de las piernas suspendidas de lo que hablo, me gustaría tener al perro en mi regazo a fin de protegerlo del horror y no fui capaz, los pulmones de él mis pulmones, la cola que cedía perteneciéndome a mí, una de mis compañeras
(en una ocasión acompañé al negro)
se persignó, el dueño del hostal se escurrió de sí mismo
(él sí, enfermo)
sujetándose al vacío que no lo sujetaba y se sentó en la cama, si mi tía con nosotros señalaría la barra
¿Es tu amiga esa?
pensando en mi madre y disgustándose conmigo, me dio la impresión de que Rucia el silbido siempre, los mismos pasos en el techo, un júbilo sincero y yo sin respuesta
¿Qué es una mujer?
tal vez la palabra secreta que algún día diré
¿Qué cosa es ser mujer?
si al cerrar la vega cerrásemos la vida entera más el vestido de la comunión y los castigos del Altísimo y nos convirtiésemos por ejemplo en una hoja menguando en el agua hasta que no queden ni las nervaduras, no me voy de este Barrio porque no sé si existo desde que estoy sola y ningún negro
Señora
en una ocasión lo acompañé con los niños mestizos a una vivienda en Sintra y no por la noche, de día en el invierno cuando ya está oscuro a las tres, flores monstruosas escarlatas y lilas derramadas de los muros y nosotros no mestizos ni negros
(yo negra con mi olor de negra porque aquello que había en mí de blanca lo he perdido)
escarlatas y lilas también, cuchicheos escarlatas y lilas, discusiones escarlatas y lilas gestos escarlatas y lilas calles que se perdían en granjas, pórticos de madera, rejas, la vivienda casi en la cumbre de la sierra
(si en mi regazo ¿confiaría Rucia en mí como confiaba el perrito?)
donde el monte más denso y el mar demasiado lejos para poder sentirlo, sentía las nubes bajas y la humedad del viento, estoy segura de que Rucia no estaba muerta cuando la extendimos en el suelo porque hablaba con nosotros o no sé qué en el estómago que la esposa del dueño del hostal le secó con la manga, si yo fuese mi tía no me echaría así seguiría en el cuartucho preparando la cena, uno de los chicos no mestizos, escarlatas y lilas
La vivienda allí
a cuatro quintos de la cuesta, una parte en el interior de la niebla y el desván y la terraza libres, palmeras enanas indicando la piscina o sea una alameda de gravilla en la que una cortacésped de dientes hacia arriba
No te acerques que muerdo
(intenté convencerlo con la caja ya lista de que se fuese conmigo y el negro acomodando los brazos con miedo a que nos escuchasen ahogándome la voz con la mano
No podemos señora)
cerca de la casa un triciclo en el que se montó uno de los chicos mestizos
Es mío
y como una de las ruedas bloqueada le impedía andar lo lanzaron contra un olmo y ningún eco debido a la neblina ningún color excepto el escarlata y el lila y el escarlata y el lila desvaneciéndose a su vez
(¿cuál es el motivo que no entiendo de que no nos vayamos de aquí?)
hasta que solo peñascos, siluetas y ruinas de movimientos, lo que tal vez veré desde mi ataúd un día, el negro un ladrillo en una de las ventanas y los cristales rotos en silencio
(un nido de cigüeña bajó de la chimenea en placas gruesas de barro)
como ocurre en los sueños cuando una ola termina y el cuerpo se divide en mil añicos mudos, los chicos escarlatas y lilas entraron en la vivienda por los cristales rotos y sofás, alfombras, una persona no escarlata ni lila, blanca
(¿cuánto tiempo hace que yo no soy blanca?)
mayor que ellos, del tamaño del negro, corriendo, una pistola, dos pistolas, otra persona corriendo, una alacena desmoronada sin que la tocasen, uno de los chicos mestizos
(ya no escarlatas ni lilas, mestizos de nuevo)
corriendo igualmente
(que hasta a mí me meten miedo yo que pensaba haber perdido el miedo así como perdí todo menos la palabra secreta que no le diría ni al hombre en los sauces, no sonríen, no hablan, pasan sin verme y no obstante a pesar de las escopetas uno de ellos jugando con cafeteras y palos brindándome a mí una sonrisa de desamparo que disimulaba enseguida, perritos amarillos dispuestos a juguetear de ternura conmigo sabiendo que si los cogiese en brazos primero consentirían y después se librarían de mis brazos antes que un sollozo o un pedido infantil y me matarían)
debería haberme ido del Barrio a pesar del negro quitándose el color de las mejillas
No podemos señora
aunque no me recibiesen en la plaza
Tan vieja
y tuviese que acuclillarme en el atrio de la iglesia a rezarles a los mártires que el sacristán tiraba a la basura
Ya no sirves barbudo
con el cepillo de las limosnas al lado o me aceptasen en el hostal para ordenar habitaciones con un pañuelo en la cabeza tratando a mis compañeras de
Señorita
y ellas a los clientes
Siempre ha estado hecha un guiñapo pobre
quizá mi madre a mi tía
Tira ahí ese guiñapo
yo en lugar del autobús de las diez en la basura también hasta que no se notase el yeso de la piel y uno de los chicos mestizos corriendo en la vivienda ofendido por desear mi regazo transido de amor
No me deje
todos los chicos mestizos corriendo en la vivienda y navajas y cuchillos, por un instante pensé que no navajas y cuchillos auténticos, de goma o cartón inútiles para cortar, una mujer en el porche y ellos no llegando más arriba de la cintura saltando a su alrededor
(mientras calentaba la comida el perrito amarillo me rodeaba saltando)
fingiendo que la rasgaban con instrumentos de niños, persiguiéndola, mordiéndola, más allá de las navajas y los cuchillos un martillo y el policía a mí o mitad a mí y mitad a la libreta
A ver a ver ¿un martillo?
debido al martillo, no a las navajas y a los cuchillos, la mujer
Por favor
al contrario que la esposa del dueño del hostal las facciones no todas juntas en la boca, escapándosele hacia fuera y la boca no labios, no lengua, un espacio de encías
Por favor
yo incapaz de entender si era una adulta divirtiéndose con unos chiquillos haciéndose la que se moría con una exageración de muecas y espasmos
Me morí
(el policía suspendiendo la libreta
¿En broma o en serio en qué quedamos amiga?
sesenta, sesenta y cinco años, calculo mal las edades cuando no las siento disgregándome y la vesícula Virgen del Carmelo la vesícula, el policía na na na, insistente, lo tengo visto alguna tarde en la plaza examinándonos una a una decidido a discutir precios y horarios y en la habitación, estoy segura, exigencias, manías
Coja este cinturón madrecita)
o moría realmente y yo en esta duda a pesar del omóplato desnudo y de la bota que dejaba de andar y se desanimaba en las baldosas, la mujer, una segunda mujer, un hombre al que los tiros de la escopeta desplomaron en medio de una cascada de piezas, ahí estaba el meñique, ahí estaba la barriga, la cantidad de pedazos de los que estamos hechos señores y el reloj de pulsera aboliendo en un instante lo que nos separa de la noche, si el de la cocina de mi tía parecido las estaciones galoparían despidiéndose de nosotros
No hay tiempo disculpa y yo a los diez años con nietos
(el policía a gatas en la oficina sobre fotografías, borrones
Coja este cinturón madrecita)
una vivienda en Sintra en enero, flores escarlatas y lilas, derramadas de los muros y nosotros no mestizos ni negros
(yo negra con mi olor de negra porque lo que tuve en mí de blanca lo he perdido)
escarlatas y lilas, la segunda mujer escarlata y lila sujetando el mango de un destornillador que llevaba tras la espalda golpeando en el ropero y ropas demasiado caras para mi caja al azar en el suelo, uno de los chicos escarlatas y lilas la agarró con una tijera escarlata y lila y una mancha escarlata y lila redondeándosele en la blusa, el policía entre la libreta y yo
Coja este cinturón madrecita
y la aguja del reloj de pulsera con una prisa febril
Repita
antes de que el director o el jefe lo desviasen hacia atrás y me ordenasen
Repita
de modo que el policía
Repita
en lugar de
Coja este cinturón madrecita
sobre fotografías y borrones, coja este cinturón, este destornillador, esta tijera, esta escopeta madrecita, el reloj círculos y círculos mientras él
Madrecita
y al acabar las manos en la cara, el disgusto
Te clavo el destornillador te rajo
el dinero sumado dos veces, un último billete escapándosele de los dedos
Para que te olvides de mí
y al cerrar la puerta él poniéndose los calcetines y mirándome sobre la frente como si la frente gafas mientras los chicos escarlatas y lilas iban trayendo obras de plata, grabados, un cofrecito de bronce, el negro en la jaula de los perros con la pistola y ni los disparos se oían, se percibían ancas lanzadas contra las armas que la tapa de la neblina acallaba así como la sierra callada, yo callada, el policía con las manos en la cara
Por qué esto del cinturón no comprendo por qué
y no sería capaz de cogerlo en brazos durante la pastilla, se notaba una humedad en las flores escarlata y lila goteando de las corolas, si yo tuviese una herida la humedad que no caía se mezclaría con las hojas, el negro no solo la pistola, un pedazo de collar
Señora
gordo, grande, vestido sin mirarme, el policía con libreta de pie y en un cuartucho próximo difícil de ubicar dado que la voz se desplazaba un tipo
(no mi tía
Tienes un autobús a las diez)
rezongando, fotografías del negro, de los mestizos y de las mujeres en la vivienda, de un surtidor de gasolina con cruces pintadas
(no escarlata, no lila)
un plano del Barrio con cruces igualmente y mi fotografía bajo la fotografía o sea una vieja que tardé en reconocer con el pelo aún teñido de rubio y aún blanca me pareció, más joven que yo y no obstante sin un fulano que la protegiese y de vez en cuando
Muñeca
panza arriba en el hostal de la plaza fumando, lo tocaba y él
Basta
sin necesidad de alejarme el brazo que se alejaba solo hasta no ocupar espacio alguno, yo más perfume, más encajes, los pendientes que el de los empeños me prestó por acompañarlo al almacén donde incluso periquitos y ataúdes que me quitaban el ánimo, el de los empeños
¿No lo sabes hacer mejor?
y yo con ganas de decir
No es culpa mía señor es culpa de los ataúdes
porque en el forro de raso era mi persona la que se tumbaba y en la almohadilla de la nuca mis mechones los que veía, los periquitos observándome desde el bebedero de cerámica
¿No sabes hacerlo mejor?
caminando de juanete en juanete descontentos conmigo, además de los periquitos y de los ataúdes animales disecados, un zorro, una ardilla ofreciéndonos una avellana en las patas, máquinas de escribir de la época de los cartagineses en el afán de un dedito capaz de la carta que deseo desde hace tantos años
(si leyese mi nombre en un sobre yo radiante)
se notaba que los periquitos pensaban por un esfuerzo del pico, anunciaban hastiados ora en este aseladero, ora en el de caña
No sabe hacerlo mejor
pendientes que no valían un comino y no obstante tan bonitos, debido a los pendientes yo más alta, guapetona, el hombre en los sauces orgulloso de mí
Te he tenido en brazos pequeña
ese por el contrario tocándome y era yo la que huía cuando me apetecía quedarme, no necesitaba que mi madre
Obedece
yo obedezco señor, la palabra secreta casi saliendo y no venía, no intenté impedírselo, fue ella la que no quiso, un día de estos cuando menos lo espere se me va de la lengua y se la entrego, después en los sauces el murmullo del agua, iba a decir que el mar y no el mar, la laguna y no obstante aun con el murmullo del mar
(de la laguna)
era el silencio lo que oía, la cortina zurcida silencio, el perrito silencio, yo en la cama en silencio descubriendo cómo crecía, mi cuerpo cambiado y el marido de mi tía estrujándome el cuello, el de los empeños satisfecho a pesar de estar yo en el ataúd que no tardarán en cerrar y la cortina zurcida balanceándose sin cesar
Has acabado
yo mirando la avellana de la ardilla cuyo rabo perdía polvoriento el pelo, se distinguían alambres, no huesos, en la superficie de la piel y el policía no
Coja el cinturón madrecita
examinando mis muslos, mis riñones
Desde que vive con los negros ha perdido carnes amiga
los pendientes al final con óxido y una soldadura sujetando las volutas, colocar una página en el rodillo de la máquina y escribirme a mí misma, la mujer
Por favor
escarlata y lila en el porche, no ya de pie, acostada y los perros un descanso, la vivienda con el escarlata y el lila de las flores en las paredes, en la tarima, en el mantel que alguien prendió y soltó, el chiquillo del caramelo entretenido con una muñeca encontrada en la despensa vistiéndola y desvistiéndola preocupado por uno de los miembros de pasta creo yo
(no, un material que no conozco)
que se desprendía de la juntura, la llevó al segundo de los automóviles robados
(dos automóviles robados)
sin reparar en nosotros y en esto me vio y se agachó limpiando la pistola, nunca le oí la voz, solo el avión de hojalata zumbando, si creía que yo estaba durmiendo se acuclillaba sobre la colcha casi tocándome los pies, él una palabra secreta solo nosotros dos si acaso le daba vergüenza decir
Madre
(yo que no tengo hijos, no tuve hijos, no me apeteció tener hijos)
si usted señor permite que él se vaya obedezco lo que me ordene se lo prometo, lo guío por el Barrio, le digo dónde viven los mestizos, se los entrego, no soporto oír al salir del veterinario
no soporto oír al salir de la Policía los silbidos de las llamas y las ampollas de grasa, yo fingiendo que dormía y Peque haciéndose cargo comprende, escondía dinero en mi bolso monedas y con el dinero una tarjetita
Madre
la tal carta de un extraño que deseo desde hace tanto tiempo y yo radiante, me colocaba en la manta pernos de granada, caramelos, balas, me prestó el avión
Puedes quedarte con él diez minutos señora
y las manos menos de la mitad de las mías corriendo con un martillo
(el policía mitad a mí y mitad a la libreta
A ver a ver ¿un martillo?)
a causa del martillo, no de las navajas y de los cuchillos, la mujer en el porche
Por favor
y el chico que no le llegaba a la cintura haciendo como que la rasgaba con instrumentos de niño que no le hacían daño a nadie
(al calentar la comida el perrito amarillo sin hacerme daño, claro, nunca me haría daño, las patas de él, los dientecitos)
persiguiéndola, mordiéndola y la mujer que no me da pena, era mi hijo señor, cómo podía darme pena, si es necesario que pida disculpas las pido pero no me da pena, la mujer
Por favor
y al contrario de la esposa del dueño del hostal las facciones no en la boca, cejas, mentón, nariz, un lunar reparo en él ahora, no había notado el lunar
(¿no le parece bien que no llegue a darme pena?)
escapándose cara afuera y la boca solo encías
Por favor
yo incapaz de entender si era en serio o una adulta divirtiéndose con chiquillos haciendo como que se moría
Me morí
y lanzándonos guiños, el policía extendiéndome la libreta entre fotografías y borrones
Coja este cinturón madrecita
no, el policía iba a comentar que viudo
¿En qué quedamos amiga?
y yo con esta duda a pesar de una bota que dejaba de andar y se desanimaba en las baldosas, esto no en el Barrio donde ustedes en los cabrahigos asustados de los tejones que se asustan de ustedes, una vivienda en Sintra en enero, siempre oscuro en las hojas monstruosas cuyo nombre no me enseñaron ni las personas que las plantaron les pusieron un nombre acaso secreto, no
Madre
uno de esos en lengua extranjera de los libros, flores escarlatas y lilas, derramadas de los muros marchitándose desde la niebla hacia nosotros y nosotros no mestizos ni negros
(al tiempo que soy negra, hay momentos en que no concibo haber tenido otro color)
escarlatas y lilas, cuchicheos escarlatas y lilas, discusiones escarlatas y lilas, gestos escarlatas y lilas, los suyos por ejemplo
Este cinturón madrecita
calzadas que se perdían en granjas y en las granjas gansos cuyos gritos oíamos y portones que crecían
¿No quieres entrar?
devorándonos como nos devoran los ataúdes, la vivienda casi en la cumbre y la esposa del dueño del hostal sin las gafas del ganchillo de manera que tranquilízala
No es Rucia soy yo doña Ester
nada se colgó de la barra lo juro, estamos todos aquí, los mestizos, yo, el perrito amarillo, mi tía, este señor de la Policía, no ha ocurrido nada cálmese, un hombre sin importancia en los sauces, mi madre
Obedece
y yo haciendo ondular un avioncito de hojalata para entretener a un niño acuclillado en el somier
(no una cama, un somier con una manta encima)
casi doblándoseme en el regazo y olisqueándome con el hocico, algo formándose en la boca que no podía expresar intimidado y él robándome el avión y alejándose con disgusto, quién sabe si un autobús a las diez y un perrito disminuyendo en una verja antes de que me permitiesen tocarlo, no me gusta este Barrio, me he pasado el tiempo diciéndole al negro
Me voy
e intentando convencerlo de que se vaya conmigo y hoy que estoy sola esperando en este sitio la llegada de la noche agarro la caja, suelto la caja e ignoro el motivo
No podemos señora
por el que no me voy de aquí, oigo la lentitud de la lluvia en los tejados deshechos, la sangre tropezándome no en el cuerpo
(se me acabó el cuerpo)
con la pereza del agua derramada que elige su camino en las ranuras de las tablas y supongo que le entregué el espíritu al Creador dado que ni una de mis compañeras
¿La vieja?
la plaza cambiada, edificios nuevos, comercios, el hostal una sucursal de banco o una mercería o una notaría, no hay ciegos en busca
¿Dónde estás guapetona?
en una inquietud despaciosa, morí hace siglos en el momento en que el policía cuando un guardia me acompañó a la comisaría
¿De qué quiere hablarnos?
sin creerme, frunciendo el ceño, copiando mi nombre
(no el nombre secreto, mi nombre)
volviendo la página al contrario y mostrándome el nombre
¿Es ese su nombre?
y el negro que podía ser mi hijo y tal vez fuese mi hijo, soy negra, si fuese blanca mi tía no
Tienes un autobús a las diez
el negro sin atreverse a censurarme
Señora
mirando a los agentes con miedo de los tejones en los cabrahigos, en los cactus, el negro antes de caer
Señora
a medida que caía
Señora
y yo sin desesperar
(¿debería desesperarme?)
contándole esto a usted.