XV
HORA DE ACTUAR
Bolitho se apoyó en un codo y estampó su firma en otro despacho más para el Almirantazgo. En la gran cámara, el aire era húmedo y estaba cargado, e incluso con las portas y la lumbrera abiertas, notaba como el sudor le caía por la espalda. Se había sacado la casaca y tenía la camisa abierta casi hasta la cintura, lo cual aligeraba un poco la sensación de calor.
Miró la fecha del siguiente despacho que Yovell puso discretamente delante de él. Septiembre; más de tres meses desde que se había despedido de Catherine y había vuelto a Gibraltar. Miró hacia los ventanales de popa abiertos. A aquello. No se veía apenas una ondulación en el agua, que brillaba como un espejo, algo casi doloroso de mirar.
Parecía haber pasado mucho más tiempo. Los días se habían hecho interminables, yendo de un lado a otro con un fuerte viento de levante o quedándose encalmados sin un solo suspiro que llenara las velas.
Aquello no podía seguir así. Era como estar sentado sobre un barril de pólvora o peor. ¿O era todo producto de su mente, una tensión nacida a raíz de sus propias incertidumbres? Estaban otra vez bajos de reservas de agua potable y eso podía causar pronto problemas en los atestados ranchos.
Del enemigo no había rastro alguno. El Hyperion y sus consortes estaban al oeste de Cerdeña, mientras Herrick y su reducida escuadra seguían con su inacabable patrulla desde el estrecho de Sicilia hasta tan al norte como la bahía de Nápoles.
El otro ocupante de la cámara carraspeó discretamente. Bolitho levantó la vista y sonrió.
—Es la rutina, Sir Piers, pero no tardaré en acabar.
Sir Piers Blachford se arrellanó en su silla y estiró sus largas piernas. Para los oficiales de la escuadra, su llegada en el último bergantín correo se veía como una carga más, un civil enviado para investigar, un intruso molesto.
Aquel desconocido no había tardado en cambiar aquella primera impresión. Si eran honestos, la mayor parte de los que se habían sentido ofendidos a su llegada lamentarían verle marcharse.
Blachford era un miembro destacado del Colegio de Cirujanos y uno de los pocos que se habían ofrecido voluntarios para visitar las escuadras de la Marina, sin importar las incomodidades que les pudiera suponer, para examinar las heridas y su tratamiento en las espartanas y a veces espantosas condiciones de un buque de guerra. Era un hombre de energía inagotable y nunca parecía cansarse de ser llevado de un barco a otro para verse y hablar con sus cirujanos, y para instruir a sus comandantes en el mejor uso de sus escasos medios para cuidar a los enfermos y heridos.
Era unos veinte años mayor que Bolitho, tan delgado como el palo de una escoba, y tenía la nariz más larga y puntiaguda que Bolitho había visto jamás. Era como una pieza más de su instrumental más que parte de su cara. Además, era muy alto, y el moverse por las diferentes cubiertas inspeccionando los pañoles y la enfermería debía de haber puesto a prueba su fuerza y su paciencia, aunque nunca se quejaba. Bolitho le iba a echar de menos. Era un placer poco frecuente el poder conversar al final del día con un hombre cuyo mundo era curar y no tener que destruir a un escurridizo enemigo.
Bolitho había recibido dos cartas de Catherine, y las dos habían llegado en el mismo paquete con una goleta.
Estaba a salvo y bien en la casa de Hampshire propiedad del padre de Keen. Era un hombre poderoso en Londres y mantenía la casa de campo como refugio. Había recibido allí a Catherine, tal como había hecho con Zenoria. El favor iba en ambos sentidos, porque una de las hermanas de Keen estaba también allí tras perder a su marido, un teniente de navío de la flota del Canal que había caído por la borda. Era un consuelo, y también una advertencia.
Hizo un breve movimiento de cabeza hacia Yovell, que recogió los papeles y se retiró.
—Espero que su barco nos encuentre pronto —dijo Bolitho—. Y que le hayamos sido de ayuda en su investigación.
Blachford le miró pensativo.
—Siempre me sorprende que no haya más bajas viendo los horribles antros en los que los hombres soportan su sufrimiento. Llevará tiempo valorar nuestras conclusiones en el Colegio de Cirujanos, aunque será un tiempo bien empleado. El reconocimiento de las heridas, las respuestas de las víctimas a sus diferentes causas, ya sean balas de cañón y de mosquete o tajos de armas de filo. El reconocimiento inmediato puede ahorrar tiempo y, finalmente, vidas. El sufrimiento, la gangrena y el terror que traen consigo, todos deben ser tratados de forma diferente.
Bolitho trató de imaginarse a aquel mismo hombre de voz suave y cabello ralo y blanco en medio de un combate. Sorprendentemente, no le resultó difícil.
—Es algo a lo que todos tememos —dijo.
Blachford mostró una leve sonrisa.
—Eso es muy honesto por su parte. Me temo que tendemos a pensar en los oficiales superiores como hombres sin corazón que buscan la gloria.
Bolitho sonrió a su vez.
—Nuestros respectivos mundos aparentan ser diferentes desde fuera. Cuando subí a mi primer barco era un chico. Tuve que aprender que el abarrotado y espantoso mundo de entrecubiertas no era solamente una masa, un cuerpo sin alma. Me llevó mucho tiempo. —Se quedó mirando los reflejos brillantes que despidió uno de los cañones con los que compartía el espacio de la cámara cuando el Hyperion respondió a una racha de viento—. Todavía lo estoy aprendiendo.
A través de la lumbrera abierta oyó el sonido de un pito y fuertes pisadas de pies descalzos al responder la guardia de cubierta a la orden de ir de nuevo a las brazas para reorientar una vez más las grandes vergas y así aprovechar aquel soplo de viento. Oyó también a Parris y se acordó de un extraño incidente ocurrido cuando se levantó uno de los poco frecuentes temporales de levante sumiendo al barco en la confusión.
Un hombre había caído por la borda, probablemente como el marido de la hermana de Keen, y mientras el buque seguía adelante corriendo el temporal, el marinero se había quedado a flote, esperando a morir, puesto que ningún barco podía virar con aquella ventada sin arriesgarse a quedar desarbolado; algunos comandantes ni tan solo se lo llegarían a plantear.
Keen estaba entonces en cubierta y había dado la orden de arriar el bote de la aleta. El hombre caído sabía nadar y había alguna posibilidad de que pudiera alcanzar el bote. Otros comandantes habrían descartado incluso esa oportunidad arguyendo que cualquier bote valía más que un marinero y que iba a morir de todos modos.
Pero Parris había bajado al bote con un puñado de voluntarios. A la mañana siguiente, el viento había rolado y amainado en lo que parecía una tregua. Habían recuperado el bote con el marinero medio ahogado.
A Parris su hombro herido le había hecho padecer un tremendo dolor tras el episodio y Blachford se lo había examinado al llegar y había hecho todo lo que había podido. Bolitho había visto el respeto que mostraba la expresión de Keen y a él se le había quedado grabada la ciega determinación de Parris para probarse a sí mismo. Gracias a él, había una familia de Portsmouth que no tendría aún que llorar una muerte. Blachford debía de haber estado pensando en ello, así como en todos los demás pequeños incidentes que conformaban un buque de guerra.
—Fue un acto valiente el que hizo su oficial —comentó—. Muchos ni siquiera lo habrían intentado. Debe de ser espantoso ver como tu barco se aleja cada vez más hasta que te quedas completamente solo.
Bolitho llamó a Ozzard.
—¿Un poco de vino? —Sonrió—. ¡Uno sólo consigue hacerse odiar en este barco si pide agua!
La broma escondía la cruda verdad. Tendrían que dividir pronto la escuadra. Si no hacían aguada, los barcos… Lo apartó de su mente cuando Ozzard entró en la cámara.
Y notaba como Blachford le observaba todo el rato. Solamente había tocado en una ocasión la cuestión de su ojo, pero había dejado caer la cosa cuando Bolitho le quitó importancia a su lesión.
Blachford dijo de repente:
—Tiene usted que hacer algo con su ojo. Tengo un magnífico colega que estará encantado de examinárselo si se lo pido.
Bolitho observó a Ozzard mientras este servía el vino. No había nada en el semblante del pequeño hombre que mostrara que estaba escuchando todas y cada una de las palabras que se decían.
Bolitho extendió sus manos con las palmas hacia arriba.
—¿Qué puedo hacer? ¿Dejar la escuadra cuando en cualquier momento el enemigo puede salir?
Blachford no se inmutó.
—Usted tiene un segundo en la cadena de mando. ¿Teme delegar? Oí que apresó el galeón del tesoro usted mismo porque no quería arriesgarse a que lo hiciera otro en su lugar.
Bolitho sonrió.
—Quizás no me importaba el peligro.
Blachford sorbió de su vino pero su mirada siguió fija en Bolitho. Le recordó a una garza vigilante entre los juncos de Falmouth. Esperando para atacar.
—¿Y eso ha cambiado? —La garza le escrutó con interés.
—Está usted jugando conmigo.
—No exactamente. Curar a los enfermos es una cosa y comprender a los líderes que deciden si un hombre ha de vivir o morir es otra parte esencial de mis estudios.
Bolitho se puso en pie y se movió inquieto por la cámara.
—Soy el gato que está en el lado incorrecto de todas las puertas. Cuando estoy en casa me preocupo por mis barcos y mis marineros. Una vez aquí y anhelo ver Inglaterra, la sensación de la hierba bajo los pies, el olor de la tierra.
Blachford dijo con tono sosegado:
—Piense en ello. Un temporal desatado como el que hemos pasado, el escozor de la sal y las constantes exigencias del servicio no son apropiadas para lo que usted necesita. —Y añadió para acabar—: Se lo digo en serio. Si hace caso omiso de mi advertencia, perderá totalmente la visión en ese ojo.
Bolitho le miró y sonrió con tristeza.
—Y si cedo el mando de la escuadra, ¿puede asegurarme que salvaré el ojo?
Blachford se encogió de hombros.
—No estoy seguro de nada, pero…
Bolitho le tocó el hombro.
—Sí, pero: siempre está ahí. No, no puedo marcharme. Califíqueme como quiera, pero se me necesita aquí. —Señaló con una mano hacia el agua—. Cientos de hombres dependen de mí, igual que los hijos de estos posiblemente dependerán al final de sus conclusiones finales, ¿eh?
—Es usted obstinado.
—No estoy aún para que me tiendan en la mesa de la enfermería con la tina para miembros amputados al lado, y no ansío la gloria como algunos proclamarán —dijo Bolitho.
—Al menos, piense en ello. —Blachford esperó unos segundos y añadió con tacto—: Ahora tiene a alguien que puede sustituirle.
Bolitho levantó la mirada cuando una voz lejana gritó:
—¡Ah de cubierta! ¡Vela por la amura de sotavento!
Bolitho sonrió.
—Con suerte, ese será su pasaje a Inglaterra. Me temo que no estoy a la altura de sus estratagemas.
Blachford se levantó y agachó su cabeza bajo los enorme baos del techo.
—Nunca lo hubiera pensado, pero sentiré marcharme. —Miró a Bolitho con curiosidad—. ¿Cómo puede saberlo sólo por el grito del vigía?
Bolitho volvió a sonreír.
—¡Ningún otro barco se atrevería a acercarse a nosotros!
Más tarde, mientras el recién llegado se acercaba, el oficial de guardia informó a Keen de que era el bergantín Firefly. El barco que, como el viejo Superb de la famosa escuadra de Nelson, navegaba cuando otros dormían.
Bolitho observó como los baúles usados y los libros de Blachford eran llevados a cubierta y dijo:
—Conocerá a mi sobrino. Será una compañía grata.
Pero Adam Bolitho ya no estaba al mando del Firefly, fue otro capitán de corbeta el que se apresuró a ir al buque insignia para dar novedades.
Bolitho le recibió en la cámara de popa y le preguntó:
—¿Qué ha sido de mi sobrino?
El capitán de corbeta, que parecía un guardiamarina imitando a sus superiores, le explicó que Adam había recibido la notificación de su ascenso. Era lo único que sabía, y estaba casi cohibido por el hecho de verse cara a cara con un vicealmirante. Especialmente con uno que ahora era bien conocido por razones ajenas a la mar, pensó Bolitho con cierto desánimo.
Se alegraba por Adam. Pero había deseado con toda su alma verle.
Keen estaba a su lado mientras el Firefly largaba más velas y hacía una bordada en un esfuerzo por atrapar el débil viento.
—No es el mismo sin él al mando.
Bolitho levantó la vista hacia las braceadas vergas del Hyperion y el gallardete del tope que colgaba y se enroscaba sin fuerza bajo el resplandor del sol.
—Sí, Val, le deseo toda la suerte… —Vaciló y se acordó de Herrick y su Doña Suerte—. Con hombres como Sir Piers Blachford tomándose interés al fin, puede que la Marina de Adam sea más segura para los que sirven en ella.
Se quedó mirando el bergantín hasta que estuvo de popa y con casi todas las velas dadas, que ya se veían teñidas con un tono dorado. En el plazo de dos semanas, el Firefly estaría en Inglaterra.
Keen se alejó y Bolitho se puso a pasear arriba y abajo por la banda de barlovento del alcázar.
Con su camisa blanca suelta y su mechón de cabello revoloteando bajo aquella brisa, no tenía mucha pinta de vicealmirante.
Keen sonrió. Era un hombre.
* * *
Una semana después, la goleta Lady Jane, que navegaba bajo órdenes del Almirantazgo, fue avistada por la fragata Tybalt, cuyo comandante hizo la señal pertinente a su buque insignia.
El viento había aumentado un poco pero también había rolado de forma considerable, de manera que la goleta tuvo que repiquetear durante varias horas antes de poder intercambiar señales.
En el alcázar del Hyperion, Bolitho estaba con Keen mirando como las velas blancas de la goleta tomaban viento en el bordo contrario mientras la brigada de señales de Jenour contestaba otra señal.
Jenour dijo con excitación:
—Viene de Gibraltar con despachos, Sir Richard.
—Deben de ser urgentes —comentó Keen—. La goleta se lo toma a pecho. —Hizo un gesto hacia Parris—. Prepárese para fachear, si es tan amable.
Sonaron pitadas entre cubiertas y los hombres salieron por las escotillas y se repartieron por la cubierta superior para agruparse a las órdenes de sus oficiales de mar.
Bolitho se tocó el párpado y se lo apretó con suavidad. El ojo apenas le había molestado desde que Sir Piers Blachford dejara el barco. ¿Era posible que hubiera mejorado a pesar de lo que este le había dicho?
—La Lady Jane está en facha, Sir Richard. Están arriando un bote.
Alguien dijo riéndose entre dientes:
—¡Por Dios, su comandante parece que tenga doce años!
Bolitho observó el pequeño bote elevándose y hundiéndose en el suave oleaje del mar de fondo.
Él estaba en su cámara cuando le había llegado desde el tope el aviso de la señal de la Tybalt. En esos momentos redactaba nuevas órdenes para Herrick y sus comandantes. Divida la escuadra. Sin dilación.
Bolitho lanzó una mirada hacia el pasamano más cercano y los marineros de torso desnudo que se agarraban de la batayola para observar el bote que se acercaba. ¿Estaba bien maldecir el aburrimiento cuando la alternativa podía ser la muerte?
—¡Fachee, si es tan amable!
Parris alzó su bocina.
—¡Brazas de gavia de mayor! —Hasta él parecía haberse olvidado de su herida.
El Hyperion se puso lentamente proa al viento mientras Bolitho mantenía su mirada en el bote que se aproximaba.
¿Y si fuera sólo un despacho más que al final no implicara nada? Se dio la vuelta para ocultar lo enfadado que estaba consigo mismo. Por todos los infiernos, a esas alturas debía de estar ya acostumbrado a eso.
El comandante de la Lady Jane, un teniente de navío de mejillas sonrosadas apellidado Edwardes, trepó por el portalón de entrada y miró a su alrededor como si se viera atrapado.
Keen se adelantó hacia él.
—Venga a popa, señor. Mi almirante hablará con usted.
Pero Bolitho se quedó mirando a la segunda figura que estaban izando con pocos miramientos a cubierta con sonrisas y pequeños codazos de complicidad entre los marineros.
—¡Así que no ha podido resistir estar lejos de nosotros! —exclamó Bolitho.
Sir Piers Blachford levantó una mano en un gesto de aviso cuando a un marinero pareció que se le iba a caer sobre cubierta su maletín de instrumentos. Entonces dijo simplemente:
—Llegué a Gibraltar. Allí me dijeron que los franceses estaban concentrados en Cádiz con sus aliados españoles. No encontré manera de unirme a la flota, por lo que decidí volver aquí con la goleta. —Sonrió ligeramente—. Tengo la aprobación de la autoridad para ello, Sir Richard.
Keen sonrió irónicamente.
—¡Lo más probable es que se queme por el sol o se pudra si se queda con nosotros, Sir Piers! —Pero su mirada estaba puesta en Bolitho, observando el cambio de su semblante. Nunca dejaba de emocionarle la referencia al «nosotros», y se notaba en el brillo de sus ojos grises oscuros.
En la cámara, Bolitho abrió él mismo el pesado sobre de lona. Los ruidos del barco sonaban apagados, como si el Hyperion estuviera también conteniendo la respiración.
Los demás se quedaron alrededor de él como actores improvisados. Keen con los pies un poco separados y su cabello rubio y su rostro iluminados por un rayo de sol. Yovell, junto a la mesa, con una pluma aún en la mano. Sir Piers Blachford, sentado a causa de su altura, pero anormalmente apagado, como si supiera que aquel era un momento que debía recordar. Jenour, al lado de la mesa y lo bastante cerca de Bolitho como para oír su respiración acelerada. Y el teniente de navío Edwardes, que había llevado los despachos a toda vela desde el Peñón, bebiéndose una jarra que Ozzard le había puesto en la mano.
Y, por supuesto, Allday. ¿Era por casualidad o había adoptado aquella postura de siempre junto a los dos sables colgados para remarcar el momento?
Bolitho dijo con tono calmado:
—El mes pasado, Lord Nelson arrió su insignia y volvió a Inglaterra tras no conseguir llevar a combate a los franceses. —Lanzó una mirada a Blachford—. La flota francesa está en Cádiz, así como las escuadras españolas. El vicealmirante Collingwood está bloqueando al enemigo en esa ciudad.
—¿Y Lord Nelson? —preguntó Jenour con un murmullo.
Bolitho le miró.
—Nelson ha vuelto a embarcarse en el Victory y ahora estará sin duda con la flota.
Durante unos instantes nadie dijo nada. Entonces, Keen preguntó:
—¿Saldrán? Tienen que hacerlo.
Bolitho se puso las manos a la espalda.
—Estoy de acuerdo. Villeneuve está preparado. No tiene elección. ¿Hacia dónde irá? ¿Hacia el norte, al golfo de Vizcaya, o hacía aquí, quizás a Tolón? —Escrutó sus caras concentradas—. Estaremos preparados. Se nos ha ordenado que nos preparemos para unirnos a Lord Nelson, para hacer bloqueo o para luchar; sólo Villeneuve sabe cuál de las dos opciones será.
Sintió como se relajaban todos sus músculos, como si le hubieran quitado un peso de encima. Miró al oficial de mejillas sonrosadas.
—Así que está usted de camino, ¿no?
—Sí, Sir Richard. —Señaló vagamente con la mano—. Primero a Malta y después…
Bolitho vio una chispa en sus ojos; estaba pensando cómo se lo iba a contar a sus amigos, cómo había llevado el mensaje al resto de la flota.
—Le deseo buena suerte.
Keen se fue para ver desde el costado cómo se marchaba el joven oficial, y Bolitho dijo:
—Haga una señal a la Tybalt para que la repita a la Phaedra. Que se acerque al insignia y su comandante se presente a bordo sin dilación.
Jenour lo apuntó en su libro y dijo:
—Inmediatamente, Sir Richard. —Casi salió corriendo de la cámara.
Bolitho miró a Blachford.
—Enviaré a la Phaedra para que reúna al resto de la escuadra. Cuando Herrick se una a mí, tengo la intención de ir hacia el oeste. Si tiene que haber lucha, participaremos en ella. —Sonrió y añadió—: Será usted más que bien recibido aquí si eso ocurre.
Keen volvió y preguntó:
—¿Va a enviar a la Phaedra, Sir Richard?
—Sí.
«Val piensa como yo —pensó Bolitho».
Está pensando que es una pena que no pueda ser Adam el que vaya a dar las nuevas a Herrick.
—Pero eso puede acabar en otro bloqueo, ¿no? —preguntó Blachford.
Keen negó con la cabeza.
—No lo creo, Sir Piers. Hay demasiadas cosas en juego.
Bolitho asintió.
—Como mínimo, el honor de Villeneuve.
Se fue hasta los ventanales de popa y se preguntó cuánto tiempo le llevaría a Dunstan volver a la escuadra con su corbeta tras cumplir su misión.
Así que Nelson había abandonado Inglaterra para volver con su Victory… También debía presentirlo. Bolitho pasó las palmas de las manos por el gastado alféizar de los ventanales de popa y contempló como la mar se levantaba y bajaba bajo la bovedilla. Dos barcos viejos. Pensó en el puerto donde había dejado a Catherine aquella última vez. Nelson debía de haber bajado por aquella misma escalera. Un día se encontrarían, era inevitable. El querido Inch le había conocido y Adam había hablado con él más de una vez. Sonrió para sí mismo. Nuestro Nel.
Se oyeron susurros en la puerta del mamparo y Keen dijo:
—La Phaedra está a la vista, Sir Richard.
—Bien. Con suerte se pondrá en camino antes del anochecer. —Bolitho se sacó la casaca con bordados dorados y se sentó a la mesa—. Voy a escribir mis órdenes, señor Yovell. Diga a su ayudante que prepare copias para todos los comandantes.
Se quedó mirando el reflejo del sol en la tinta húmeda.
A la recepción de estas órdenes, deberá proceder con toda rapidez… Se equivocara o no, era la hora de actuar.
* * *
Herrick, que estaba sentado en la cámara del Hyperion, cogió una jarra de cerveza de jengibre con las dos manos.
—Resulta extraño. —Bajó la vista—. ¿Por qué ha de ser así?
Bolitho se movía por la cámara, recordando sus propios sentimientos cuando los vigías habían avistado al Benbow y sus dos consortes a la luz del amanecer.
Podía comprender los sentimientos de Herrick. Eran dos hombres que se reunían como dos barcos que se cruzaban en un océano. Ahora estaba allí y ni siquiera la frialdad que Bolitho había percibido entre Herrick y Keen al saludarle este a su llegada a bordo podía disipar la sensación de alivio.
—He decidido dirigirme al oeste ahora que estamos todos juntos, Thomas —dijo Bolitho.
Herrick alzó la mirada, pero sus ojos parecían no poder apartarse del elegante aparador de vino de la esquina de la cámara. Probablemente, veía también ahí la mano de Catherine.
—No estoy seguro de que sea acertado —dijo haciendo un mohín. Luego se encogió de hombros—. Pero si tenemos que apoyar a Nelson, entonces, cuanto más cerca estemos del Estrecho, mejor, supongo. —No parecía muy seguro de lo que decía—. Al menos, podremos enfrentarnos al enemigo si nos lo encontramos cerca del Estrecho.
Bolitho escuchó los pisotones de la guardia de popa que iba a las brazas de mesana para volver a cambiar el rumbo. Ocho navíos de línea, una fragata y una pequeña corbeta. No era una flota, pero estaba tan orgulloso de ellos como un hombre podía estarlo.
Sólo faltaba uno, la pequeña fragata apresada La Mouette, que Herrick había enviado más al norte para investigar a cualquier embarcación costera de la que pudiera extraer alguna información.
Herrick dijo:
—Si los gabachos deciden no aventurarse a salir, seguiremos sin conocer su siguiente plan de ataque. ¿Y entonces, qué? —Hizo una seña a Ozzard para que no trajera la bandeja en que llevaba un poco de clarete—. No, me gustaría tomar un poco más de cerveza de jengibre.
Bolitho se dio la vuelta. ¿Era cierto eso o acaso Herrick se había vuelto tan rígido en sus prejuicios contra Catherine que no quería beber nada procedente de su aparador? Trató de descartar la idea como algo indigno de él, como algo sin importancia, pero no se lo pudo quitar de la cabeza.
Dijo:
—Avanzaremos en formaciones separadas, Thomas. Si el tiempo sigue siendo nuestro aliado, la separación será de dos millas o algo más. Eso les dará a nuestros vigías un mayor campo de visión. Si el enemigo se cruza en nuestro camino, hemos de saberlo como sea, ¿eh? —Hizo ademán de sonreír—. ¡No es nada sensato ponerse delante de un toro que embiste!
Herrick dijo de repente:
—Cuando volvamos a casa, ¿qué vas a hacer? —Movió sus zapatos sobre cubierta—. ¿Compartir tu vida con otra?
Bolitho apuntaló sus piernas cuando el barco escoró ligeramente bajo una racha más fuerte en su velamen.
—No comparto nada —replicó—. Catherine es mi vida.
—Dulcie dijo que… —Los ojos azules se elevaron y le miraron con obstinación—. Ella cree que te arrepentirás.
Bolitho lanzó una mirada hacia el aparador de vino y el abanico plegado que estaba encima de él.
—Puedes dejarte llevar por la corriente, Thomas, o luchar contra ella.
—Nuestra amistad significa mucho para mí. —Herrick frunció el ceño cuando Ozzard entró sigilosamente con otra jarra—. Pero me da el derecho a hablar claro. Nunca podré aceptar a esta… —Se humedeció los labios—… a esta dama.
Bolitho le miró con tristeza.
—Así que has tomado tu decisión, Thomas. —Se sentó y esperó a que Ozzard le rellenara la copa—. ¿O la han tomado otros por ti? —Observó la reacción airada de Herrick y añadió—: Quizás el enemigo decida nuestro futuro. —Alzó la copa—. Eso es lo que pienso, Thomas. ¡Que gane el mejor!
Herrick se puso en pie.
—¿¡Cómo puedes bromear con esto!?
La puerta se abrió y se asomó Keen.
—La lancha del contralmirante está al costado, Sir Richard. —No miró a Herrick—. Está empezando a levantarse un poco de oleaje y he pensado…
Herrick miró alrededor en busca de su sombrero. Luego, esperó a que Keen se retirara y dijo con cierto desánimo:
—Cuando volvamos a vernos…
Bolitho le tendió la mano.
—¿Por amistad?
Herrick se la estrechó con la misma fuerza de siempre y respondió:
—Sí. Nada puede romper eso.
Bolitho escuchó las pitadas que acompañaron el descenso de Herrick por el costado para dirigirse con boga movida hacia su buque insignia.
Allday estaba entretenido al otro lado de la cámara pasando un trapo por el viejo sable.
Bolitho dijo con tono cansino:
—Dicen que el amor es ciego, amigo mío. A mí ya me parece que sólo son ciegos los que nunca lo han conocido.
Allday sonrió y volvió a colocar el sable en su sitio.
Si hacía falta la guerra y el peligro de un condenado combate para que los ojos de Bolitho brillaran de nuevo, pues que así fuera.
Dijo:
—Una vez conocí a una moza…
Bolitho sonrió y se acordó de los sentimientos que había experimentado mientras escribía sus órdenes.
La hora de actuar. Era como un epitafio.