UN EJÉRCITO MARCHA SOBRE SU ESTÓMAGO

Esta máxima de Napoleón resume muy bien el principal problema logístico que tenía cualquier ejército. Alimentar y alojar a los soldados era un problema difícil de solucionar que requería procedimientos organizativos complicados que demandaban una estructura estatal avanzada. Con el tiempo, el suministro constante de pan se hizo uno de los mayores problemas a los que debía hacer frente un general. El aumento de los ejércitos no siempre hizo que estos estuvieran bien pagados ni abastecidos. Desde finales del siglo XVI, la monarquía española fue plenamente consciente de que suministrar directamente a la tropa el alimento básico, el pan, evitaba problemas y deserciones, ya que no siempre las pagas llegaban a tiempo ni los vivanderos o comerciantes locales tenían géneros suficientes, o a unos precios aceptables. En condiciones normales, las tropas debían procurarse la comida de sus bolsillos, pero por mucho que se intentara, el paso de las tropas propiciaba la subida de precios por parte de los comerciantes locales ante el aumento de la demanda, lo que repercutía muy negativamente en los bolsillos de los soldados, algo que era muy difícil de atajar, quedando estos a expensas de la fluctuación de los precios o las malas cosechas. El suministro diario a cargo de los Gobiernos incrementaba los gastos directos, pero aseguraba la subsistencia de la tropa con el elemento más básico de la dieta de la época: el pan.

En casi toda Europa, la administración militar recurrió a empresarios particulares, a través de los asientos, para proveer mejor a sus soldados, buscando así flexibilidad y ahorro, además de no tener que crear una administración burocrática permanente y duradera, elemento que a fin de cuentas tardaría varios siglos más en desarrollarse por completo. Aun así, muchas veces los Gobiernos no podían comprar todo lo que necesitaban sus soldados, por lo que estos llegaban a requisarlo, lo que claramente se intentaba evitar para no provocar conflictos sociales y quejas entre la población. Para hacer frente a este nuevo compromiso, se acudió a los empresarios, que generalmente a un precio bastante ajustado y competitivo se comprometían a suministrar todo el pan necesario por al menos un año en un frente bélico concreto a cambio de importantes sumas a plazos. La competencia entre asentistas, las pujas y el adelanto de las operaciones permitían que el Gobierno pudiera conseguir unos precios más bajos y uniformes. El precio era el mismo independientemente de las tres variables que modificaban su valor —como el lugar de entrega, la estación del año o las oscilaciones del precio según las fluctuaciones de las cosechas—, lo cual suponía un claro ahorro, asegurándose de antemano el Gobierno el suministro y el precio. Todo ello era una mejora para las condiciones de vida de los soldados, ya que los precios ajustados eran bajos ante la magnitud de las operaciones. Pero todo podía cambiar si no había dinero y la administración no cumplía con sus compromisos.

Este sistema era una importante novedad dentro de la maquinaria militar de los Estados, ya que hasta que se impusiera a lo largo de la década de 1590 en Flandes, nadie lo había ajustado de esa manera, y los soldados de toda Europa debían procurarse el sustento a cargo de las pagas. La novedad solucionaba parte del grave problema de fondo que era la falta de dinero. Este era un mal difícil de solucionar, pero que todos los ejércitos padecían. El pan intentaba paliar al menos que las tropas padecieran hambre. De esta manera, en el siglo XVII se daba a cada soldado un pan de libra y media de peso, suficiente para cubrir la ingesta mínima diaria, aunque generalmente cada soldado debía completar su dieta a cargo de su sueldo. En Flandes el pan solía ser mezcla entre trigo y centeno, algo que lógicamente no gustaba a los soldados españoles e italianos, más acostumbrados al pan blanco elaborado sólo con trigo, y solían quejarse de la negrura del pan que se les suministraba. Pero el pan hecho a base de centeno era más barato, y se conservaba mejor, por lo que el Gobierno no cambió la práctica.

El pan de munición por sí solo no era suficiente para mantener a los soldados, pero las deserciones masivas se producían cuando a la falta de pagas se la unía la carencia en la provisión de pan, algo que en el ejército de Flandes ocurrió sólo en algunos momentos puntuales. Especialmente durante la década de 1650 tenemos noticias de que durante meses las tropas no fueron proveídas de pan, situación límite que no sólo generaba hambre y deserciones, sino que hacía peligrar la campaña militar. En 1659, la congelación de los fondos que se debían entregar a los asentistas del pan del Ejército crearon el pánico entre los mandos del Ejército, ya que las tropas andaban sin orden intentando encontrar sustento, viéndose probable que se dedicaran al saqueo, o que desertaran en masa. La necesidad carece de ley, por lo que el padecimiento extremo de los soldados al dejarlos sin pan podía llegar al motín o a la deserción si la disciplina no lo remediaba, convirtiendo un buen ejército en una masa de hambrientos dedicados a la supervivencia, y no a luchar contra el enemigo. Es normal que la extenuación económica y militar padecida en Flandes en esas fechas conllevara a la Paz de los Pirineos (1659).

Si faltaba el pan, no sólo los soldados huían arrastrados por la necesidad, sino también los oficiales más veteranos. Este círculo vicioso de falta de pagas provocaba el mal endémico de las deserciones, algo difícil de solucionar, incluso moralmente, ya que en muchos casos los prófugos alegaban que no estaban siendo pagados puntualmente, de ahí su determinación. Se castigaba a los infractores, aunque en muchos casos estos encontraban la comprensión de los mandos del Ejército y la población civil que los amparaba.

El pan ayudaba a los soldados, pero también fue un continuo elemento de fraude. Por un lado por los propios oficiales, que mentían sobre el número de hombres de sus unidades quedándose con las raciones extra que podían vender, por lo que el Gobierno debía potenciar medidas para controlar el expolio. Pero los grandes defraudadores solían ser los empresarios encargados del suministro. En ocasiones, estos podían arruinarse al contratar un precio demasiado bajo, o al verse sorprendidos por las fluctuaciones de precios. Pero muy a menudo podían enriquecerse si hacían bien su trabajo, consiguiendo amplios márgenes de beneficio ante los millones de panes que anualmente debían entregar al Ejército. Siempre había prácticas fraudulentas para elevar su ganancia, fabricando pan con harinas en mal estado, grano estropeado, o simplemente entregando panes con un menor peso o prácticamente huecos por dentro. Pero el problema estaba cuando el Gobierno no controlaba bien la provisión, y el grano usado para fabricar pan estaba en mal estado o contaminado, lo que podía provocar enfermedades, e incluso algunas muertes.

Lo que más contribuyó a mejorar las condiciones de vida de los soldados fue la determinación del Gobierno de entregar parte de los sueldos directamente en especie, para atender mejor a las necesidades de las tropas. Estas cantidades eran restadas del sueldo total que debería ser entregado en metálico, pero que pocos meses los soldados recibían. En 1661 la administración del ejército de Flandes restaba a cada soldado al mes nueve reales (45 placas) por el pan de munición, y otras cinco placas por el hospital, lo que equivalía a un total de un escudo, es decir una tercera parte del sueldo básico de un soldado. Realmente, al Gobierno le costaba menos el pan. Según las cuentas del Ejército de 1669, las raciones mensuales de pan ascendían a poco más de la mitad del precio al que se cobraba a los soldados, aunque a pesar de ello los soldados tampoco perdían, ya que en un mercado libre el pan les podría salir más caro.

Era esencial que las tropas tuvieran pan de munición incluso durante la campaña militar. Para las campañas de Frisia (1606-1608), Ambrosio Spínola idea unos molinos de grano portátiles que acompañaban al ejército en las operaciones. Grabado de Frans Hogenberg. Rijksmuseum, Ámsterdam.