5
El viaje a Flandes por tierra
La creación del ejército de Flandes —y por tanto de los populares tercios de Flandes— data de tiempos de Felipe II, cuando con motivo del comienzo de la Rebelión de los Países Bajos fue necesaria la creación de un ejército de intervención para derrotar a los sublevados, un ejército que sería permanente, y que se mantendrá en la región hasta el final del dominio español. Ya antes, los españoles habían luchado en tierras flamencas, pero hasta el momento la presencia de tropas foráneas en los Países Bajos había sido intermitente. En 1544, el emperador Carlos V había formulado un plan para establecer un importante ejército que defendiera los Países Bajos frente a la reciente agresión francesa, y que incluso pudiera invadir Francia. Para ello se encomendó a Álvaro de Bazán que condujera hasta Flandes a casi 3000 españoles en las naos vascas y cantábricas que reunió en Laredo. Tras la Paz de Crépy se quedaron en la zona, participando años después en el siguiente enfrentamiento con Francia. Tras la llegada de nuevos refuerzos por mar a Flandes en 1557, unos 3500 hombres, los tercios españoles de Alonso de Cáceres y Alonso de Navarrete participaron en la victoria de San Quintín (1557) contabilizando unos 9000 efectivos, y en la toma de Gravelinas (1558), aunque tras la Paz de Cateau-Cambrésis los españoles abandonaron Flandes.
En 1567 Felipe II encomendó al duque de Alba la dirección de una expedición militar hacia los Países Bajos conformada por unos nueve mil infantes españoles, cuerpo entorno al que nace el ejército de Flandes. Ante la inestabilidad de los mares y el peligro que provocaba la presencia de importantes flotas enemigas, las tropas españolas debían conducirse por tierra desde Milán. Esta expedición será la primera que llegará a Flandes a través del corredor militar denominado Camino Español, vía que cruzaba media Europa a lo largo de aproximadamente mil kilómetros, desde Génova, Savona o el puerto español del Finale —donde desembarcaban los españoles de su viaje por mar cruzando el Mediterráneo— hasta Namur, pasando previamente por Milán, los pasos alpinos, el Franco Condado, Lorena y Luxemburgo. Esta ruta permitía el envío de tropas desde la Italia española hasta los Países Bajos, siendo una de las piezas claves del sistema militar hispánico.
El mantenimiento de las comunicaciones a través de este corredor militar, como el del continuo flujo de soldados hacia Flandes —junto con los metales preciosos que venían de América—, eran la sangre y los pulmones que mantenían el enorme cuerpo que era la Monarquía Hispánica durante los siglos XVI y XVII. La constante presencia hispánica en Flandes, una región en la periferia del imperio, distante del centro de gravedad de la monarquía, fue siempre necesaria, por lo que nunca se escatimaron esfuerzos, tanto para llevar soldados españoles e italianos a Flandes —reconocidos como nervios de ese ejército, y las tropas más leales y fiables—, como para mantener siempre abierto un corredor militar que pudiera comunicar Milán con Flandes. Mantener el Camino Español fue una necesidad tan importante que vertebró la política exterior de la monarquía durante casi un siglo, siendo la clave de las relaciones diplomáticas con Saboya, Lorena, los cantones suizos, Francia o el Imperio. Buena parte de las intervenciones militares españolas en diversas contiendas centroeuropeas —en algunos casos achacadas al imperialismo español—, realmente tenían como telón de fondo la defensa de este corredor, vital para el mantenimiento de los Países Bajos españoles.