VESTUARIO Y UNIFORMES

Durante el siglo XVI y buena parte del siglo XVII, los hombres de un mismo ejército no tenían atuendos del mismo color. De hecho, los hombres elegían sus propias ropas, se adornaban con plumas, jubones y calzones de la forma que más les gustara, debido a que se pensaba que de este modo lucharían con mayor motivación y más valor, al mismo tiempo que les hacían parecer más fieros, y ciertamente diferentes a la población civil, al poder llevar prendas más parecidas a las que llevaba la nobleza, y que la población civil no podía vestir ante las pragmáticas y leyes suntuarias que restringían su uso. Pero la ropa se desgastaba y rompía con facilidad, y era sustituida de la mejor manera posible, cogiendo la de los compañeros muertos, la de los enemigos o ropas civiles, sobre todo si las tropas no cobraban. Así, el mote que recibió uno de los tercios que combatía en Flandes en la década de 1590 se llamaba de los Sacristanes, porque iban vestidos con telas propias de labradores locales de paño negro, sin adorno alguno, muy al contrario que muchas unidades que llevaban plumas, galas y prendas de vivos colores.

Ante estas circunstancias, la única manera que les quedaba a los jefes para distinguir a sus tropas era obligar a todos sus soldados a que portaran un signo coloreado, ya fuera un fajín, banda, galón, pluma o escarapela en el sombrero. Así, los Habsburgo (austriacos y españoles) utilizaban el rojo, los suecos el amarillo, los franceses el azul, los holandeses el naranja. De hecho, distintas instrucciones, como las de 1591 en España o 1596 en Flandes, intentaban regular la indumentaria con la intención de que los militares se distinguiesen de la población civil y de sus propios enemigos. Por ello debían llevar una banda roja si llevaban armadura, y si no cruces coloradas cosidas a los vestidos que llevaban, teniendo que ser siempre visibles, estando prohibido que las cubrieran o quitaran. De esta manera era más fácil distinguir a las tropas, aunque parece que no siempre todos cumplían la norma, estableciéndose que el que la incumpliera debía ser tratado como a un enemigo. La medida también tenía mucho que ver con los problemas con la población civil, intentándose así evitar que en nombre del rey los soldados cometieran saqueos o delitos.

Con el tiempo, los Gobiernos se darán cuenta de que era conveniente acudir y reparar las necesidades de sus hombres, para que pudieran vestir adecuadamente, y que tras unos meses movilizados no parecieran un ejército de harapientos. Será a partir de las décadas de 1580-1590 cuando el Gobierno se haga cargo de reponer el vestuario de las tropas en el ejército de Flandes. A partir de esta época, se equipará a los soldados con un mismo modelo de ropa que incluía: jubón, calzones, camisa, ropa interior y medias; siendo los sastres y empresarios locales los que confeccionarán esta indumentaria para el Ejército, estableciéndose contratos a tal efecto para proveer miles de uniformes a la vez, los cuales intentaban cuidar la calidad de la tela y su confección, pero que nada decían de los colores de las prendas. Esta clase de indumentaria producida en masa terminará llamándose vestidos de munición, siendo el equivalente a lo que hoy en día llamaríamos uniformes. Estos estaban compuestos de distintas piezas y prendas que se entregaban a los soldados a la hora de alistarse o cuando desgastaban sus primeros equipos, lo que suponía para muchos gozar de una indumentaria decente que costaba el jornal de incluso meses de trabajo.

La moda y el aspecto de los soldados fueron cambiando con el tiempo. Muchos soldados durante el siglo XVI se dejaban barba completa, algo que les hacía parecer más fieros, aunque ya en el siglo XVII muchos llevarán el pelo más largo y preferentemente bigotes o perillas, pero no barba entera, evolucionando durante el resto del siglo hacia aspectos más aliñados y con menos pelo. Durante el reinado de Felipe II, la moda general tiende a oscurecerse, usando la indumentaria cada vez colores más apagados y sobrios frente al colorido propio del reinado del emperador Carlos V, aunque los soldados generalmente vestirán con tonalidades mucho menos austeras, ya que se creía que cuanto más engalanados mejor lucharían, no poniéndose excesivas trabas al lucimiento y a la ostentación que, en definitiva, influía en la captación de nuevos reclutas.

Durante el reinado de Felipe IV, la moda también tiende a colores apagados, aunque el negro pierde algo de protagonismo, modificándose la indumentaria militar hacia los colores pardos, como nos demuestran los cuadros de la época. En las pocas muestras documentales en las que se informa de la indumentaria y los colores de los vestidos de munición de los soldados alistados en España durante las décadas de 1640 y 1650, vemos que todos los soldados iban vestidos con jubones y hungarinas de paño pardo. Esta última prenda era una especie de capotillo o gabán de mangas sueltas o perdidas de origen balcánico que se popularizó durante la guerra de los Treinta Años, siendo una pieza fundamental hasta la introducción de la casaca a finales del siglo XVII. De hecho, como podemos apreciar en la obra del pintor flamenco Snayers, el pardo y los colores apagados serían la tonalidad predominante dentro del mundo militar, aunque los oficiales podían permitirse vestir mejor y con colores más vivos. La presencia de fajines, plumas, galones y cintas coloradas, que diferenciaban a los soldados de los Habsburgo del resto de sus enemigos, daba un poco de color al conjunto, a la vez que ayudaba a distinguir a los soldados de un ejército y otro, cuestión que a menudo era difícil, por lo que no es de extrañar que conozcamos casos en los que dos unidades de un mismo bando empezaron a dispararse entre ellas hasta que fueron advertidas de su error.

Hasta la segunda mitad del siglo XVII no podemos hablar de una verdadera uniformidad entre las tropas españolas. Es cierto que generalmente todos llevaban piezas muy parecidas, pero no de los mismos colores. Los vestidos de munición estaban compuestos por un determinado número de prendas, que debían mantener un mismo patrón, pero no siempre todos los hombres llevaban los mismos trajes, ni sus vestidos tenían los mismos colores, por lo que las unidades no podían identificarse por su indumentaria. La mayor parte de los reclutas embarcados a Flandes durante la décadas de 1640 y 1650 vestían vestidos de munición de paño de color pardo, generalmente de géneros de escasa calidad.

Durante las décadas de 1630-1640, casi todos los soldados vestían con más o menos las mismas prendas, aunque no de los mismos colores, siendo los colores pardos o apagados los más habituales. Tras un tiempo la ropa se desgastaba, como nos muestran estos veteranos harapientos retratados por P. Snayers durante el asedio de Aire-sur-la-Lys, tomada por las tropas españolas en pleno invierno en 1641. Museo del Prado, Madrid.

Será especialmente a partir de las décadas de 1660 y 1670 cuando definitivamente surjan los uniformes dentro de todos los ejércitos de la Monarquía Hispánica, un fenómeno que ocurrirá a nivel europeo, aunque ya los suecos introdujeron esta práctica en sus ejércitos durante la guerra de los Treinta Años. Era lógico que, con el tiempo, la Corona se diera cuenta de que merecía la pena invertir en el vestuario de las tropas, por lo que la confección de los vestidos de munición pasó a ser uno de los principales gastos en las levas. La indumentaria era un factor que influía notablemente en los reclutas, ya que los uniformes eran también un gancho importante para los soldados, sobre todo para los más jóvenes, que se veían vestidos con unas flamantes casacas de vivos colores que no sólo servían para abrigarles de las inclemencias del tiempo, sino también para diferenciar unas unidades de otras y para darles un espíritu de cuerpo. Será a partir de esas fechas cuando en todos los reclutamientos realizados en España se invierta un dinero muy superior en la confección de los vestidos, a sabiendas de que este gasto valdría tanto para motivar el alistamiento como para que los soldados pudieran estar mejor vestidos y durante más tiempo. Así, en la década de 1670 se llegaban a gastar hasta 250 reales de vellón por soldado cuando en la década de 1640 los costes no llegaban a la mitad, mejorando mucho la calidad de los paños utilizados.

Pero también otros factores aconsejaban dar a los soldados vestidos de colores representativos. A partir de mediados de 1660, los nuevos tercios provinciales creados en Castilla dispondrán de una indumentaria diferente los unos de los otros. La medida servirá para diferenciar a unas unidades de otras en el ejército de Extremadura, pero también a los desertores, que eran reconocidos más fácilmente. En 1665 los soldados del denominado Tercio Provincial de Madrid vestían de colorado, lo que les hacía fácilmente distinguibles del resto de la población rural. Con los vestidos se mejoraban las condiciones de vida de los soldados, a la vez que se ponían trabas a la deserción, ya que los fugitivos no tenían más remedio que cambiar sus buenos uniformes rápidamente, porque con facilidad podían ser localizados y capturados por las autoridades locales.

Pese a la poca información de la que disponemos sobre la uniformidad, gracias a la documentación custodiada en los archivos sabemos en muchos casos cómo vestían los hombres reclutados en España. En la década de 1660 la moda y el vestuario militar evolucionaron hacia un estilo muy parecido al que podemos observar en todas la cortes europeas a través de los cuadros, apareciendo nuevos modelos en el vestido. En ese momento los soldados comenzaron a ir vestidos con una casaca larga abotonada de paño de diferentes colores, estando el interior forrado de un color diferente. Las mangas de la casaca eran anchas y se doblaban por su extremo hasta el codo, por lo que dejaban entrever el color del forro interior, algo que también ocurría generalmente con la solapa. Aunque la prenda más importante era la casaca, los soldados también iban ataviados con más prendas. Bajo la casaca llevaban habitualmente una camisa blanca de lienzo, sobre la que llevaban la denominada chupa, que solía ser del mismo color del forro de la casaca. Esta era una prenda que tenía como antecedente el antiguo jubón, y que es el origen del chaleco que aún hoy perdura en la moda más formal. Por encima de ambas prendas, los soldados llevaban una corbata denominada de bocadillo, que en muchos casos con el tiempo quedó convertida en un simple paño que protegía el cuello de los soldados del viento y el frío. De hecho, la corbata entra en la moda europea en 1636 de la mano de los soldados croatas (de ahí el nombre) que formaban parte de las tropas francesas, popularizándose fundamentalmente en la corte francesa de Luis XIV.

Los hombres, además, vestían un calzón que les llegaba sólo hasta las rodillas, realizado con el mismo paño y color de la casaca. Por debajo de las rodillas disponían de medias de color. Como calzado usaban zapatos de baqueta de varias suelas, pero muchas veces también se les daban un par de alpargatas para que pudieran andar más cómodamente. Para cubrirse la cabeza los nuevos reclutas disponían de sombreros de ala ancha, que en esa época se denominan chambergos, por ser introducidos en la península por el mariscal Schomberg, cuando este, durante la década de 1660, combatió en el Alentejo al frente de las tropas portuguesas. Los sombreros eran generalmente de color blanco, aunque también podían ser negros, estando estos decorados con plumas y otros distintivos.

Detalle del cuadro de Francisco Rizzi que representa el auto de fe celebrado en Madrid en 1680. En él podemos ver a soldados españoles de la época engalanados para la celebración regia portando una bandera, aunque al ser un acto festivo los hombres no respetan ningún tipo de uniformidad. Pese a ello, son una buena muestra de la moda militar española de la época. Museo del Prado, Madrid.

Aunque no sea nuestra intención hablar de temas de uniformidad, ni alargarnos más en esta materia —pese a que sea un tema bastante desconocido—, podemos establecer algunas pautas sobre los colores predominantes de los tercios españoles. En general, lo que más influía en la uniformidad de los nuevos reclutas era su destino, sobre todo a partir de la década de 1680, con la estabilización de unos colores en las casacas. Dentro de la península, las diferentes unidades militares utilizaban una amplia variedad de colores representativos. Serán los cinco tercios provinciales creados a principios de la década de 1660 las unidades de las que mejor conocemos su indumentaria, hasta el punto que con el tiempo se les llegará a conocer por sus colores: como los verdes, los morados, los colorados… Este apelativo no cambiará con el tiempo, ya que aunque en 1694 se formarán otros diez nuevos tercios provinciales, con los que los antiguos compartirán protagonismo, las viejas unidades se seguirán denominando por sus colores, al que unirán el apelativo de «viejos», como los verdes viejos o los amarillos viejos.

Los destinos exteriores serán los que contemplen una uniformidad mucho más organizada e importante, ya que en general se pretendía diferenciar las naciones de las unidades militares según el color predominante de su casaca, como hacían los franceses. Algo que en ocasiones era un problema, ya que en España no siempre se acertaba a la hora de elegir los colores de los tercios españoles que servían en Flandes, por lo que en varias ocasiones el gobernador de los Países Bajos escribió a Madrid para evitar que los reclutas fueran uniformados, ya que en Flandes se podrían vestir a las tropas con menos dinero y respetando más los uniformes de las unidades a las que se incorporarían los nuevos reclutas. De hecho, la documentación nos muestra que se tardó un tiempo en que todos los reclutas de una misma unidad fueran vestidos de la misma manera. El contrato efectuado con el empresario que vistió a los 1400 reclutas del tercio del conde de Amarante levantado en 1674 en Galicia hacía referencia a que los nuevos reclutas vistieran de plateado u otro color que no fuese azul o verde, siendo las vueltas del uniforme en bayeta plateada de Palencia. De hecho, parece que la tendencia de las unidades españolas en Flandes fue la de vestir casacas del color de la lana crudo, plateado o de un blanco grisáceo.

La confección de los vestidos de munición de los soldados reclutados en Valladolid y Madrid para Flandes, dentro del tercio del conde de Grajal (1682), se ejecutó en Madrid confeccionándose por un empresario 1521 vestidos de munición compuestos por las siguientes piezas: «ungarina de paño de las nabas (Navas del Marqués) forrada en guerguilla encarnada de Toledo con dos ½ dozenas de ojales y botones de seda de vara y tercia a vara y quarta de largo por mitad, calçón del mismo paño de las nabas forrados en lienzo de pontarreas (Ponteareas, en Galicia) con dos faldriqueras de vadana y dos varas de cinta de yladillo encarnado en las jaretas, chupa de guerguilla encarnada de Toledo con mangas forradas en lienzo de pontarreas con dozena y media de ojales y botones de yladillo, camisa de lienzo de pontareas, corbatta de vocadillo de vara y tercia de largo, medias de estambre de tres hilos de la Mancha, zapatos de vaqueta de Moscobia de a tres o quatro suelas, sombrero negro a la moda con su cerquillo de vadana, spadaguarnezida con su bayna (la oja de Alemania) y tahaly de cuero de Valladolid».

Las piezas de estos vestidos suponían que los hombres vestían aún con el antecedente de la casaca en la moda militar, la hungarina, que era un capote sin mangas que se podía ajustar al cuerpo a través de distintos botones. Su color estaba entre blanco y gris, si bien los forros de los uniformes y otras prendas solían ser de otros colores, especialmente rojo o azul, lo que solía diferenciar unas unidades de otras. De hecho, las dos compañías reclutadas en 1684 en León para Flandes estaban así vestidas, teniendo las vueltas de color rojo, y los reclutas reunidos en Castilla en 1693 vestían con una casaca larga de paño plateado, estando el interior forrado de azul. Otras informaciones que nos han llegado del vestuario confeccionado en Bruselas confirman más o menos esta indumentaria, aunque en algunos casos la casaca variaba algo de tonalidad, más hacia el gris. Durante el reclutamiento, los soldados sólo recibían como armas espadas, ya que tanto las picas como las armas de fuego se suministraban a la hora de embarcar o al llegar a Flandes, por lo que generalmente los hombres realizaban su viaje desarmados, para intentar evitar así delitos, fugas, motines, muertes y accidentes.

En los dominios españoles de Italia el color predominante, fundamentalmente a partir de 1680, será el rojo, ya que la mayoría de las casacas de la infantería de los tercios fijos de infantería española de Italia tenían ese color. Los uniformes que se hacían para las levas que se realizaban para Milán y Nápoles en general coincidían en que los uniformes tenían unas casacas de color encarnado, forradas interiormente de color pajizo. En Sicilia, en cambio, parece que en 1690 las compañías iban pertrechadas con casacas de color colorado, al igual que los calzones, pero con los forros y vueltas de las mangas de color azul.

Soldados holandeses durante el reinado de Guillermo III de Orange (entre las décadas 1680-1690). En esa misma época vestían de manera muy parecida a los soldados españoles de los tercios de Flandes, llevando una casaca larga de paño que tenía las mangas remangadas hasta casi el codo, lo que dejaba ver el forro interior de la casaca, que era de un color diferente. The Royal Collection, Londres.