LA PLANIFICACIÓN Y LOS LUGARES
El monopolio reclutador del monarca se extendía por todos los reinos peninsulares y abarcaba todo el territorio, ya fuera realengo o señorío. En Castilla los distritos solían hacer referencia a un corregimiento o adelantamiento, o a veces a varios más pequeños. Generalmente el reclutamiento se centraba en corregimientos de realengo, pero también había distritos formados en parte o exclusivamente por territorios de la nobleza o del clero. En ocasiones se ha afirmado que el rey solamente podía reclutar en los territorios de realengo, pudiendo alistar contingentes en territorios de la nobleza con su permiso y gracias a su intervención, pero lo cierto es que esta apreciación no se sostiene. Bajo el sistema administrativo, los capitanes reclutadores se concentraban en los municipios más importantes y poblados —generalmente cabezas de un corregimiento de realengo—, pero el reclutamiento también podía extenderse por lugares de señorío o de las órdenes militares.
A lo largo del siglo XVI los partidos utilizados para el reclutamiento fueron evolucionando, haciéndose cada vez más fijos. Dentro de este proceso algunos permanecieron sin cambios, como los formados por ciudades grandes con voto en las Cortes. Otros, especialmente los más extensos, se fueron transformando y modificando siguiendo parámetros más racionales, evolucionando hasta ser dos o tres partidos nuevos, mientras que algunos terminaron desapareciendo totalmente al no ser lo suficientemente importantes para reunir hombres. Un proceso que no dejaba de ser lógico ante el aumento de las compañías reclutadas, ya que en 1516 en el ámbito castellano se ordenó el reclutamiento de veintitrés compañías, mientras que cien años después, en 1617, eran ya cuarenta y cinco.
A finales del siglo XVI, los distritos eran fijos y casi inamovibles, repitiéndose las órdenes de reclutamiento año tras año casi sin modificación. La elección de unos lugares u otros solía depender de diversos factores, siendo la demanda y la efectividad los más importantes. Cuando se intentaban reclutar menos compañías, el reclutamiento se concentraba en las zonas donde se esperaba tener más éxito, pero cuando la demanda de soldados aumentaba se exigía la formación de más compañías, las cuales se debían reclutar en distritos más pequeños y menos atractivos, en donde a duras penas se podrían reunir los voluntarios precisos.
Durante las primeras décadas del siglo XVII había aproximadamente cincuenta distritos distintos de reclutamiento. Algunas jurisdicciones podían soportar el reclutamiento de varias compañías anualmente, como Sevilla, Córdoba, Toledo o Valladolid, por lo que en años excepcionales se podían reclutar cerca de sesenta o setenta compañías en toda España. Los distritos estaban más perfilados y delimitados para el caso de Castilla, siendo mucho más genéricos para los otros reinos, como Navarra, Aragón, Cataluña, Valencia, Mallorca o Cerdeña, en donde el sistema administrativo de reclutamiento se extendió de una forma más tardía, y con un menor número de capitanes.
Según el estudio del profesor Thompson, antes de 1580 se reclutaron muy pocas compañías fuera de Castilla, aunque a partir de entonces fue más común, ante la necesidad de reunir más hombres para atender los compromisos bélicos de Felipe II en Europa. Hasta entonces, de Cataluña sólo habían salido grupos de bandidos con los que se había pactado su alistamiento en el Ejército a cambio del perdón, ya que el reino ponía trabas al reclutamiento, sobre todo debido a que los costes del alojamiento de las tropas durante su alistamiento debía correr a cargo de las comunidades locales, algo que iba contra los fueros. Aun así, progresivamente Cataluña y los restantes reinos de la Corona de Aragón se fueron convirtiendo en lugares habituales de reclutamiento, aunque en ellos se prefería que tanto los capitanes como los comisarios encargados fueran de origen local. En Mallorca la presencia de capitanes reclutadores fue mucho más escasa, al tenerse en cuenta su insularidad y que los habitantes de las islas desempeñaban un importante papel en su defensa, siendo la mayoría de ellos sujetos de la zona, lo que evitaba las reticencias locales y aseguraba el éxito de la recluta. Esto hacía que Castilla resultara más sobrecargada de reclutamiento, ya que según algunos cálculos, en Castilla se levantaba a comienzos del siglo XVII una compañía cada 20 000 vecinos, frente a lo que ocurría en la Corona de Aragón, en donde la proporción era de una compañía por cada 38 000-40 000 vecinos.
Los destinos influían notablemente en la política reclutadora y su propia planificación. A lo largo del siglo XVI y las primeras décadas del siglo XVII, las plantillas de reclutamiento se establecían de manera anual, determinándose cuántas compañías querían reclutarse y dónde se formarían, por lo que en contadas ocasiones se formalizaban en España dos proyectos en un mismo año. Eso suponía un esfuerzo extra para el consejo de guerra, y una gran claridad de objetivos y prioridades. Durante el siglo XVI, sólo el diez por ciento de los reclutas españoles que llegaron a Flandes lo hicieron por mar. Cifra que cambiará notablemente en el siglo XVII, ya que según nuestros cálculos, durante todo el siglo sólo entre el treinta y el cuarenta por ciento de los reclutas hicieron su viaje por tierra, aunque en esta cifra habría también muchos reclutas italianos.
Esto suponía que la mayor parte de las tropas españolas enviadas a Flandes desde Italia, a través del Camino Español, eran en su mayor parte veteranos formados en las guarniciones hispanas presentes en las posesiones italianas. La primera gran expedición, la del duque de Alba de la primavera de 1567, sólo fue posible gracias a que en Cartagena y Tarragona embarcaron en la escuadra de galeras diecisiete banderas de nuevos reclutas para sustituir en parte a los veteranos que marcharían con él. Esa primera expedición estuvo formada, según Bernardino de Mendoza, por 8778 infantes españoles encuadrados en 49 compañías divididas en 4 tercios (Nápoles, Sicilia, Lombardía y Cerdeña), de las cuales sólo 4 eran de bisoños. Además, había 1200 jinetes, encuadrados en 5 compañías de caballos ligeros españoles, 3 de italianos, 2 de albaneses y 2 de arcabuceros a caballo españoles.
Cuando se determinaba enviar nuevos reclutas para «rehinchir» —como se denominaba en la jerga de la época— los tercios españoles en Italia, en muchos casos se planeaba una recluta a gran escala en casi toda la geografía peninsular. Esta intentaba concentrarse en los lugares habituales, y especialmente en los más cercanos a los puertos mediterráneos, aunque era habitual alistar tropas también en las dos mesetas, Navarra e incluso Extremadura. Pese a ello, en la cornisa cantábrica en muy pocas ocasiones se reclutarán hombres directamente por la Corona para Italia, ante la importante distancia que los separaba de los puertos de embarque, ya que el viaje podía ser penoso y duro debido a los pasos montañosos, prefiriéndose siempre el transporte por mar. Las tropas se concentraban en los puertos mediterráneos para ser transportadas desde Cartagena, Málaga, y en menor medida Barcelona, los Alfaques o Tarragona, en las galeras de las escuadras hispanas o en cualquier otro navío de la Armada, o incluso en mercantes contratados para tal efecto.
La planificación durante el siglo XVI y el primer tercio del siglo XVII podía ser complicada, ya que llevaba meses ajustar todo el proceso. En muchos casos, los embarques se realizaban en una sola expedición de cierta magnitud, por lo que había que esperar a que todas las compañías terminaran el proceso reclutador y llegasen a los puertos de embarque, aunque la distancia fuera de varios cientos de kilómetros. En ocasiones, el sistema podía funcionar muy bien, pero también había muchas posibilidades que la gestión generara contratiempos y problemas. En algunos casos extremos, la tardanza de la marcha o del embarque generaba que los soldados no fueran pagados o quedaran desabastecidos. Una falta de socorros que hacía que los soldados tomaran de los civiles lo que necesitaban, algo que Domingo de Toral y Valdés —por aquel entonces un joven soldado recién alistado— sin sonrojo alguno describía de esta manera en su relato autobiográfico: «Dos meses estuvimos esperando sin socorro ninguno, buscando la vida con los modos a que da licencia la soldadesca cuando no hay superior que lo estorbe ni remedio a la necesidad».
Los reclutas sólo se reconocían como soldados después de haber recibido la primera paga del rey. A partir de entonces, solían ser armados y enviados a Flandes. Reclutamiento de soldados en el ejército francés, 1633, Jacques Callot. Rijksmuseum, Ámsterdam.
La falta de dinero y la mala gestión eran errores caros. Por un lado el desgaste sufrido por estas tropas era mucho mayor, al igual que los problemas que estas generaban en sus tránsitos. En 1615 se proyectó el reclutamiento de 44 compañías en toda España, de las que 42 llegaron a Lisboa y fueron embarcadas a Flandes. Al desembarcar, estas reunían 2687 soldados, menos de 64 por compañía, por lo que llegaron a su destino una cuarta parte de los soldados que se pretendían reclutar. Evidentemente, en los distintos distritos se habían reclutado más hombres, pero ese año varios condicionantes hicieron que llegaran muchos menos. Por un lado, los capitanes habían llegado a sus circunscripciones a mediados de enero, pero al no saberse el destino final las compañías no se despacharon hasta finales de junio. Tan largo tiempo de recluta provocó problemas y roces con la población, además de falta de fondos, por lo que muchos desertaron. Al enviarse todas las compañías a Lisboa por tierra desde lugares tan alejados como Valencia o Navarra, muchas tuvieron un importante desgaste en el trayecto. Aunque se esperaba que en total pudieran traer 3500 bisoños, sólo lograron embarcarse las tres cuartas partes.
Con el tiempo se fue desarrollando una mejor planificación, más ordenada y coherente a los resultados que se pretendían, la cual atendía a multitud de parámetros lógicos que garantizaban el ahorro, intentando minimizar las bajas y el desgaste dentro de las tropas que se reclutaban, sobre todo en su transporte, procurando la reducción de los tránsitos hasta el puerto de embarque. Durante la segunda mitad del siglo XVII, cuando se necesitaban hombres para Flandes —y estos harían su viaje directamente por mar—, se buscaban zonas cercanas a los puertos cantábricos para facilitar el embarque. Dentro del reclutamiento voluntario gestionado directamente por la Corona —dejando de lado otros modelos—, el alistamiento se focalizaba fundamentalmente en el mundo urbano de la meseta norte y en Madrid, en donde el reclutamiento voluntario generalmente daba muy buenos resultados. Si bien en otras zonas se establecerán reclutamientos para ese mismo destino, como Galicia o la cornisa cantábrica, el método utilizado será algo diferente y atenderá a coyunturas muy concretas, por lo que merece un análisis muy diferente.