LOS PROBLEMAS DE LA RUTA MARÍTIMA (S. XVI Y PPIOS. DEL XVII)

La ruta mejor y más rápida para comunicar Flandes con España era la vía marítima, un itinerario muy bien conocido por los marineros españoles. De hecho, los primeros soldados españoles que combatieron en Flandes —en las guerras franco-españolas— de las décadas centrales del siglo XVI habían llegado allí por mar. En ese momento —antes de la insurrección de los Países Bajos—, el transporte por mar había sido fácil al poder contar con numerosos puertos amigos, pero también por practicar una ruta marítima muy habitual. Desde hacía bastante tiempo, los puertos cantábricos tenían comunicaciones muy frecuentes con los flamencos, a donde enviaban la lana castellana de excelente calidad. Los marineros vascos y cántabros conocían muy bien la ruta, que transitaban anualmente. Incluso los poderosos mercaderes del Consulado de Burgos habían tenido una amplia presencia en Amberes, la plaza mercantil más importante de Europa, en donde confluían las rutas comerciales entre el norte y sur de Europa.

Todo cambiaría durante la segunda mitad del siglo XVI, cuando España tuvo que enfrentarse repetidamente a la hostilidad de las grandes potencias marítimas europeas del momento, con mayor presencia en el mar del Norte que la propia monarquía, cuestión que desaconsejó el envío por mar. El primer acontecimiento negativo surgiría en 1558, momento en el cual el esencial puerto de Calais, desde hacía siglos en manos inglesas, fue conquistado por Francia. Este puerto era el mejor de la región, al situarse antes de la barrera de dunas que iba desde Dunquerque hasta la desembocadura del Escalda, el más adecuado para el acceso de barcos de gran tonelaje. Además, su ubicación lo convertirá en una importante escala de apoyo —en caso de alianza con Francia—, o en una barrera que flanquear, si había guerra con este país.

A pesar de la pérdida de Calais, la ruta naval estuvo abierta durante algunos años más, y pudo ser practicada en 1568 por casi dos mil quinientos nuevos reclutas que fueron enviados directamente desde España. A partir de ese año, la situación cambió radicalmente, sumándose las amenazas que comprometían y dificultaban la ruta naval. En ese mismo año, la reina Isabel de Inglaterra atacó a los barcos de transporte que llevaban dinero a Flandes, y aunque no siempre hubo guerra entre ambas naciones, lo cierto es que durante su largo reinado (1558-1603) los españoles desconfiaron de los ingleses y nunca se sintieron a salvo, ante la continua escalada de agresiones piráticas inglesas. Durante este período, los puertos ingleses quedaron cerrados para los españoles.

A esta amenaza se sumó la protestante, ya que desde 1568 los hugonotes franceses empezaron a actuar desde el puerto de La Rochela construyendo una armada que tenía como objetivo emprender acciones piráticas contra el lucrativo comercio entre la costa cantábrica y la de Flandes. A este grupo muy pronto se unieron los «mendigos del mar», habitantes de los Países Bajos desterrados por haber tomado parte en las revueltas de 1566-1567. Con el tiempo, ambos grupos no sólo amenazaron el comercio marítimo, sino que prácticamente lo paralizaron, llevando al Consulado del Mar de Burgos a una terrible decadencia.

De hecho, las siguientes expediciones marítimas que pretendían conducir hombres a Flandes fueron atacadas. En 1572 partió de Santander una flota de transporte formada por navíos de la Armada y otros barcos mercantes más pequeños encargados de llevar lana a Flandes, en la que se transportaban mil doscientos cincuenta reclutas a cargo del duque de Medinaceli. Tras tener que volver a puerto por encontrar vientos contrarios, pudieron partir hacia el canal de la Mancha, llegando sin problemas a la desembocadura del Escalda. Pero allí serían atacados por los corsarios protestantes, que pudieron quemar varios navíos mercantes y llevarse otros que se encontraban desprotegidos, encallando parte de los transportes al haber quitado los mendigos del mar las balizas que señalaban las zonas costeras de menor profundidad, aunque buena parte de la infantería pudo desembarcar.

En el pasado había existido una importante armada en los Países Bajos, con base en el arsenal naval de Veere, en Zelanda. En 1572 los rebeldes se apoderaron de ella y sus cañones, y durante los años siguientes la flota real fue perdiendo todos sus efectivos, tanto en combate como por la entrega de los buques a la causa rebelde. A la pérdida de los navíos se le sumaría la de casi todos los puertos capaces. Los rebeldes terminarían por hacerse con el control de Middelburg, la última plaza fuerte en Zelanda, por lo que en esos momentos controlaban todas las ciudades de Holanda y Zelanda excepto Haarlem, capturada por los españoles en 1573, y Ámsterdam, que aún se mantenía fiel al Gobierno. Esto suponía que los rebeldes controlaban las más importantes ciudades marineras de la región, lo que dificultaba cualquier empresa.

La siguiente expedición marítima, en 1575, correrá un destino parecido. Tenía como objetivo el envío de dinero y de dos mil soldados de refresco a cargo del experimentado marino Pedro de Valdés, y estaría compuesta en teoría por cuatro naos grandes, y casi setenta navíos de menores dimensiones, fundamentalmente zabras cantábricas. Pero en realidad se enviaron muchos menos hombres y barcos, tan sólo 600 reclutas con las 4 naos de la Armada y otros 39 barcos menores, tripulados por 1300 marineros. Al salir de Santander, la armada topó con una violenta tempestad, aunque la mayor parte de los navíos terminó en la costa inglesa. Desde allí algunos volvieron a España mientras que otros partieron en dirección a Dunquerque, aunque antes de llegar otra tormenta les sorprendió dispersando nuevamente a la flota, hundiéndose una de las naos, aunque se pudo poner a salvo a la tripulación. La mayoría de los barcos se salvaron, pero nueve embarcaciones menores se perdieron al entrar en Dunquerque. Las tropas pudieron desembarcar, llegando a Flandes unos 430 hombres, pero las pérdidas en barcos y material fueron importantes. Si bien al año siguiente se pensó repetir la operación con los barcos que quedaban, el amotinamiento de las tropas que se trasportaban de Andalucía, como otros factores desaconsejaron la empresa.

Durante los siguientes años no llegarían más tropas por mar, tanto por lo temerario de la operación —debido a la superioridad naval de los holandeses, que además contaban con la ventaja de conocer mejor la difícil costa flamenca—, como por el hecho de que la monarquía se quedó sin puertos a donde enviar sus reclutas. En 1583, el ejército de Flandes recuperó el puerto de Dunquerque, que se terminaría convirtiendo en uno de los más importantes de la región. Tras fundar un nuevo Almirantazgo, se constituyó una pequeña flota que sería el germen de la futura armada de Flandes, fundamentada en barcos construidos en la región, con unas dimensiones y calado que los hacía propicios para surcar las aguas del canal de la Mancha. En preparación para la invasión de Inglaterra, se llegaron a construir decenas de transportes y buques menores, aunque en conjunto esta clase de embarcaciones eran filibotes y otros que no se podían comparar en dimensiones y capacidad con los grandes galeones usados por la Armada Invencible. Tras la frustrada operación contra Inglaterra —que incluso permitió la llegada de unos mil españoles evacuados de varios de los galeones dañados en los combates navales con los ingleses a lo largo del canal—, la armada de Flandes se redujo a poco más de una docena de unidades que en su mayoría no pasaban de las doscientas toneladas, y cuya contribución a la guerra sería escasa.

Tras el saqueo inglés de Cádiz de 1596, Felipe II intentó formar una nueva armada para invadir Inglaterra. Ahora España contaba con una mayor ventaja estratégica en el canal de la Mancha, ya que debido a su intervención en las guerras de religión francesas, a favor de la Liga Católica, desde 1590 mantenía posiciones en la Bretaña y en 1596 había capturado el puerto de Calais. De hecho en 1595 una limitada expedición española realizada desde Bretaña, y formada por unos 400 españoles en 4 galeras, habían desembarcado con éxito en Cornualles, y tras hacer huir a las milicias inglesas quemaron y saquearon varias localidades costeras inglesas, hundiendo un galeón inglés que les hizo frente.

Mientras que la flota inglesa intentaba capturar a la flota de Indias en su viaje de vuelta, se preparó una flota de invasión que, al mando de Juan del Águila y el almirante Diego Brochero, debía partir de La Coruña con algo más de cien naves, a las que se sumarían otras fuerzas hasta completar ciento sesenta buques. Su misión era desembarcar en Inglaterra, en Falmouth (Cornualles), teniendo la expedición más de 12 500 marineros y soldados, una magnitud muy parecida a la de la Gran Armada de 1588. Nuevamente, la climatológica truncó la operación, y un fuerte temporal en la entrada del canal de la Mancha hizo que la flota se debiera dispersar. Siete barcos llegaron al destino acordado, y desembarcaron cuatrocientos hombres en las proximidades de Falmouth. Pero tras dos días se decidió reembarcar a las tropas, debido a que no se tenía noticias del resto de la flota. Pese a los contratiempos, y a la pérdida de decenas de navíos menores, la flota pudo volver a Galicia.

En febrero de 1598 se ordenó al almirante Martín de Bertendona y a Sancho Martínez de Leiva el transporte de cuatro mil infantes (cuarenta compañías) de los reunidos para la fracasada operación contra Inglaterra en veintiocho navíos, que llegaron sin contratiempos al puerto de Calais, siendo enviados por tierra hasta los Países Bajos. La operación sería un tremendo éxito que motivó futuros envíos ante la pericia que empezaban a tener los marinos cantábricos en la lucha en Bretaña y otras partes, pero también otro factor muy importante era la necesidad, debido a que era esencial intentar utilizar de nuevo la ruta naval ante la crisis desatada con Saboya, que ponía de manifiesto la debilidad del corredor militar terrestre que comunicaba Italia con Flandes.

El transporte durante los primeros años del siglo XVII no tendrá tanto éxito, debido fundamentalmente a que los holandeses toman conciencia de la necesidad de bloquear el canal ante cualquier intento de socorro naval. En 1602 se formulará una nueva expedición que tenía como objetivo el envío a Flandes de ocho galeras de la escuadra de España con un tercio de mil infantes a cargo de Federico Spínola, hermano de Ambrosio, en esos momentos gobernador de los Países Bajos. En su viaje desde el Puerto de Santa María a las costas portuguesas encontraron en las cercanías de Lisboa un galeón portugués que venía de la India con grandes riquezas, pero que estaba siendo atacado por siete barcos ingleses. Con ayuda de otras galeras que se encontraban en Lisboa se atacó a la escuadra inglesa. La actuación de las galeras se saldó con el hundimiento de dos galeras, aunque hombres y remeros se pudieron embarcar sin pérdida en el resto de los navíos, sin que se consiguiera detener a los ingleses. Tras pasar un tiempo en Lisboa, la pequeña escuadra de seis galeras partió de aquel puerto en septiembre, y tras recorrer toda la costa española con lentitud, parando en La Coruña, Ferrol y Santander, enfiló la entrada del canal de la Mancha, en donde fue interceptada por quince navíos holandeses que los esperaban. Durante la pelea se produce una gran tormenta que se ensaña con los navíos españoles, menos preparados para afrontar mares embravecidos, hundiéndose dos galeras con casi toda su tripulación, encallando otra en la costa francesa cerca de Calais, y salvándose las otras tres al entrar en los puertos de Nieupoort y Dunquerque.

Cuadro de Hendrik Cornelisz, de 1617, que representa parte de los combates mantenidos en las costas flamencas, en 1602, entre las galeras de Federico Spínola y la Armada holandesa. Las galeras eran más rápidas y maniobrables en espacios cerrados, pero llevaban poca artillería pesada y no aguantaban bien los mares embravecidos. Esto hacía la lucha muy desigual, aunque en conjunto no debemos desdeñar los éxitos de la limitada escuadra de galeras que combatió en dichas aguas. Rijksmuseum, Ámsterdam.

Esta pequeña escuadra de galeras superviviente fue reforzada con nuevas unidades que se construyeron en Flandes, y en 1603 la escuadra de Federico Spínola de ocho unidades se enfrentó a los barcos holandeses que intentaban socorrer Ostende por mar. La galera de Spínola llegó a abordar el navío insignia de la flota enemiga, matando a su almirante, pero cuando el buque estaba prácticamente en manos españolas la superioridad artillera enemiga hizo que se debiera abandonar la presa, muriendo en el intento Federico Spínola. La refriega marítima no fue decisiva, perdiendo ambas partes un buque, aunque los holandeses tuvieron más bajas humanas. Las acciones de esta pequeña escuadra de galeras ayudaron a que Ostende pudiera ser bloqueado por mar, pero hicieron patente la necesidad de formular nuevas opciones navales, ya que las galeras no parecían los buques adecuados para hacer el viaje a Flandes.

La siguiente expedición naval tendrá lugar en 1605, siendo algo diferente a las anteriores. Estaba integrada por ocho naves grandes que debían transportar mil doscientos soldados veteranos del tercio del maestre de campo don Pedro Sarmiento, muchos de los cuales habían desembarcado en Irlanda y participado en las operaciones de Kinsale (1601), y antes de eso habían luchado en Bretaña. Otro factor a tener en cuenta era que tras la muerte de Isabel I, España se encontraba en paz con Inglaterra, por lo que podía contar con la posibilidad de realizar escalas técnicas en la costa inglesa. La armada estaba al mando del experimentado marino Pedro de Zubiaur, que conocía bien las costas del mar del Norte, al haber participado en operaciones de transporte a Flandes e Irlanda, y luchado en las costas inglesas y de Bretaña. La pequeña armada partió de Lisboa en mayo de 1605, pero al entrar en el canal fueron interceptados por una poderosa armada holandesa, muy superior en número, que los esperaba al conocer la noticia de su marcha. Los españoles hicieron frente a los holandeses con ayuda de varios galeones que salieron de Dunquerque para socorrerlos, contra los que lucharon con mucho valor, perdiendo un navío que se quemó, mientras que otro encallaba en un banco de arena, siendo degollada su tripulación a sangre fría por los holandeses, airados por haber perdido en la lucha y los abordajes más soldados que los españoles, unos ochocientos. Los restantes seis navíos españoles se pudieron retirar con buen orden al puerto de inglés de Dover, cuya artillería les daría protección, si bien en la empresa se habían perdido quinientos hombres entre infantería y marinería, muriendo de sus heridas el almirante Zubiaur. Meses después, aprovechando la cobertura que ofrecía la noche, los navíos españoles pudieron llegar Dunquerque sin pérdida.

Grabado de 1605 que representa el bloqueo holandés sobre el puerto de Dunquerque. Se pueden apreciar las dificultades que ofrecían las costas flamencas, con escasos puertos. En cuanto a la ciudad de Dunquerque, se pueden ver los astilleros exteriores y el conjunto de ríos y canales que desembocan en la ciudad, de ahí también la importancia del puerto. Rijksmuseum, Ámsterdam.

La tregua con Holanda (1609) permitió que sin problemas se pudieran realizar operaciones de transporte entre la península y Flandes, ante la calma que la Pax Hispánica ofrecía con Francia, Inglaterra y Holanda. Durante la tregua de los doce años se enviaron a Flandes tres expediciones navales, las dos más importantes tendrían como punto en común la salida desde Lisboa, y que la mayor parte de la infantería se transportó en buques mercantes. La operación de enlace de 1615, comandada por el almirante Vidalcanal, estaba compuesta por catorce buques mercantes y cuatro galeones de la Armada que debían proteger a los transportes. A pesar de que la pequeña flota salió a finales de septiembre de Lisboa, tras casi un mes de viaje llegó a Dunquerque sin excesivos contratiempos, desembarcando tres mil nuevos reclutas para el ejército de Flandes. Nuevamente, los bancos de arena flamencos se cobraron su tributo en barcos, ya que el galeón San Luis, capitán de la expedición —aunque al parecer un navío algo antiguo— naufragó a la entrada de Dunquerque, aunque se pudieron salvar los hombres y la artillería. La expedición naval de 1620 traería a Flandes el primer tercio de portugueses que servirá en el ejército de Flandes, el de Luis de Oliveira, con 1080 efectivos, si bien en aquellos momentos los portugueses servían en los tercios españoles, y a todos los efectos se les consideraba en Flandes como españoles, al utilizar un sentido amplio de la nación española.