LOS HOMBRES Y SUS ORÍGENES
Durante la Edad Moderna siguieron vigentes parte de las consideraciones heredadas de Roma, recogidas por Vegecio, sobre la procedencia ideal de los reclutas, basadas en parte en algunos prejuicios raciales y mitos médicos. Ideas recogidas también por algunos teóricos como Maquiavelo, y que tendrán un amplio recorrido. Se suponía que los hombres reclutados en clima templado serían mejores soldados que los provenientes de zonas muy cálidas u oriente, como afirmaban los romanos. Estos eran los mejores soldados, ya que se consideraba que los provenientes de zonas cálidas eran prudentes pero carecían de valor, lo contrario que los de zonas frías, una generalización y prejuicio que ha seguido latente durante siglos, ya que Mancini en el siglo XIX escribía que en todas las épocas los habitantes de regiones calurosas habían mostrado debilidad y pusilanimidad.
Si bien la idea perduró, ya el propio Maquiavelo consideraba que dicha cuestión estaba superada, debido a que lo que la naturaleza no daba se podía suplir con el esfuerzo. En cambio, seguía manteniendo las consideraciones romanas sobre que era mejor encontrar los reclutas en el campo y no en la ciudad, recogiendo el viejo ideal de del campesino-soldado que tenía una importante base práctica. Los hombres provenientes del campo eran los mejores reclutas ya que estaban avezados en la incomodidad, criados en las fatigas y acostumbrados a soportar el sol y las inclemencias del tiempo, al mismo tiempo que vivían acostumbrados a usar herramientas, cavar zanjas o cargar pesos, cuestiones muy útiles y habituales en los ejércitos. Incluso moralmente se prefería a estos debido a que se decía que eran menos propensos a la malicia y la astucia, cuestiones poco demostradas.
Incluso los tratadistas militares incidían mucho en la preferencia de soldados que en su vida anterior hubieran realizado unos oficios frente a otros, aseverando que se debían rechazar a los pajareros, pescadores, cocineros y cualquier otro que hubiera ejercicio un oficio relacionado con la diversión. Por encima de todo se prefería a los labradores, al ser los más útiles al estar acostumbrados al esfuerzo de labrar la tierra, y en menor medida a los provenientes de oficios varoniles como herreros, carpinteros, carniceros, cazadores u otros parecidos. Pero la realidad solía ser bien distinta a la teoría, y no siempre los alistados habían tenido un oficio, ya que en general los reclutamientos voluntarios no siempre se nutrían de los hombres más hábiles, valientes y honrados de una región, sino en muchos casos de los más revoltosos, holgazanes, blasfemos, licenciosos y sin ley de Dios; los que habían sido sustraídos de la autoridad paterna, los jugadores, y sobre todo los que vivían tan precariamente que no tenían otra opción que presentarse voluntarios.
Durante toda la Edad Moderna había la creencia de que los mejores reclutas eran los que habían realizado tareas relacionadas con el campo, como demuestra este dibujo holandés. Rijksmuseum, Ámsterdam.
Una apreciación habitual en el contexto europeo es que los soldados provenían fundamentalmente de tres ámbitos: las regiones montañosas, las ciudades y las zonas de frontera cercanas a los conflictos bélicos. Esta hipótesis, tras una investigación más exhaustiva, no es del todo válida para el caso español.
Las regiones montañosas, debido a su pobreza, la falta de tierra cultivable y a sus excedentes de mano de obra, han sido a lo largo de la historia la cuna de grandes ejércitos o grupos de mercenarios bien cualificados, como los suizos, escoceses u otros. De hecho, diferentes teóricos incidían siempre en la buena calidad de los soldados provenientes de regiones montañosas, ya que las montañas habían criado poblaciones guerreras, fuertes e independientes. Pero para el caso español, sabemos que de las zonas montañosas no salieron grandes contingentes de soldados, en parte porque no ocurrió como en otras partes del mundo, donde los excedentes poblacionales eran controlados y organizados para servir como soldados. En España no ocurrió eso, pese a que se considerase a los soldados originarios de la cornisa cantábrica como buenos soldados, influyendo otros factores, lo que no quitó para que originarios de estas zonas se alistaran en compañías reclutadas muy lejos de sus hogares de origen.
Aunque algunos partidos de reclutamiento estaban situados en territorios que tenían una altitud media elevada, y en zonas meseteñas, no podemos considerarlos como lugares de montaña, ya que su economía era mixta, y se centraban en un núcleo urbano importante. Sólo esporádicamente —y sin mucho éxito— se realizaron reclutas en lugares que podemos denominar plenamente de montaña, o en territorios rurales elevados, como el Bierzo, la montaña palentina o burgalesa, Trasmiera o Liébana, por poner algunos ejemplos. En estas zonas era difícil captar voluntarios, ante su escasa densidad demográfica, algo que dificultaba aún más el hecho de que tradicionalmente los habitantes desocupados de esas regiones optaban pronto por la emigración a zonas agrícolas más importantes, o a centros urbanos, en donde podían encontrar trabajo. Esto era particularmente habitual en toda la cornisa cantábrica, especialmente en Galicia, Asturias, Cantabria y el norte de León, Palencia o Burgos. Antes de la década de 1630 se realizaron pocos reclutamientos en estas zonas, aunque en las compañías reclutadas en Castilla todos los años se alistaban gran número de estos emigrantes.
En este sentido, los encargados del reclutamiento no siempre consideraban adecuado el reclutamiento en estas zonas rurales cercanas a las montañas, ya que como decía el corregidor de León en 1674 en «esta montaña no cría espíritu en la gente común que les dé lugar a desear salir de la cortedad en que se crían». Pero el verdadero problema era que los reclutadores tenían muy difícil su misión en estas zonas, por lo que la mayor parte de las levas efectuadas no solían tener demasiado éxito, con la excepción de que fueran realizadas por un oriundo con buenos contactos. Dos capitanes forasteros fueron enviados en 1668 al Bierzo a reclutar hombres para Flandes, ya que se pensaba que en la zona podrían encontrarse suficientes voluntarios, pues en la comarca hacía tiempo que no se reclutaba. Pero el resultado estuvo lejos de ser aceptable, y entre los dos sólo pudieron reunir sesenta y cuatro soldados. Mejor suerte tuvo en 1594 el capitán Lázaro de La Madrid, perteneciente a una ilustre familia montañesa. Aunque debía reclutar en Villadiego (Burgos) y sus alrededores, dejó allí al cargo a su alférez, trasladándose a su Cantabria natal, en donde continuó la recluta. Allí, fundamentalmente en la zona de Liébana, pudo alistar incluso más hombres que su alférez, cerca de cincuenta, incorporando a varios parientes en su compañía.
El sistema de reclutamiento voluntario empleado por España, realizado por capitanes profesionales que generalmente no eran de la zona donde reunían hombres, no era un sistema que pudiera tener éxito en valles de montañas y pequeñas pedanías en donde no había grandes núcleos de población. Para los capitanes reclutadores, la mejor zona para reclutar eran las tierras fértiles y populosas, que tuvieran a su disposición importantes excedentes de mano de obra. En particular, los núcleos urbanos que rodeaban este tipo de ámbitos eran los más interesantes y codiciados por los reclutadores. Las concentraciones urbanas que se encontraban cerca de los grandes ríos castellanos, con sus fértiles vegas, aglutinaban el grueso de los lugares de reclutamiento.
Distintos estudios a nivel europeo han analizado la incidencia del mundo urbano y rural dentro del reclutamiento. El clásico estudio sobre el origen de los soldados franceses que participaron en la guerra de los Treinta Años, junto con otros estudios ingleses, avalan el hecho de que gran parte de los soldados tenían una procedencia urbana —el 52% para Francia (aunque las ciudades sólo representaban el 15 % de la población francesa), e incluso hasta el 57 % para el caso inglés—. Para el caso español, evidentemente el análisis de este marco esta siempre sujeto a numerosas distorsiones, ya que no siempre los orígenes eran claros, y es más que posible que algunos que decían provenir de las ciudades no hubieran nacido en ellas, sino que eran del campo, desde donde habían emigrado previamente. Aun así, ateniéndonos simplemente al lugar de donde indican proceder los reclutas en los listados de los que disponemos, podemos afirmar que, para el caso de Castilla, más del cincuenta por ciento provenían del mundo urbano. Las cifras en este sentido no son siempre unánimes, y el análisis pormenorizado de cada compañía puede arrojar un resultado diferente. A pesar de todo, parece que a lo largo del siglo XVI y hasta mediados del siglo XVII, dentro de las compañías voluntarias formadas mediante el sistema tradicional, cerca de la mitad de los soldados procedían del mundo urbano, entendido este como poblaciones que tenían más de quinientos vecinos, y que equivaldrían a unas dos mil o dos mil quinientas almas. Teniendo en cuenta el censo de Tomás González de 1591, y tomando las reclutas más cercanas de 1594, muchas de las compañías reclutadas en Castilla reunían esta condición. Así, casi el sesenta por ciento de los 121 soldados alistados por el capitán Antonio de Salas en Segovia procedían del mundo urbano, mientras que de los 99 que reunió Cristóbal de Salamanqués en Valladolid, el cincuenta por ciento procedía de ciudades y villas de al menos quinientos vecinos.
No siempre las condiciones eran las mismas, y si bien la presencia de sujetos del mundo urbano era alta en los partidos de reclutamiento que pertenecían a entramados urbanos importantes —como el valle del Guadalquivir o el centro de la meseta central—, los reclutas alistados en partidos distantes y más periféricos presentaban un sesgo más rural, como podemos comprobar en los casos de Logroño, las Merindades, Soria o Cuenca, en cuyos casos la presencia urbana no llega a la mitad y puede bajar hasta el cuarenta por ciento, ya que en las cercanías había una menor preponderancia de centros urbanos de importancia. Pero conforme fue avanzando el tiempo advertimos una ruralización de los componentes voluntarios, pudiendo bajar la cifra de provenientes de las ciudades hasta el treinta por ciento en la segunda mitad del siglo XVII. La evolución parece que fue bastante progresiva, y se debió a unos claros factores demográficos y a la notable decadencia que sufrió el mundo urbano castellano durante el siglo XVII.
Las compañías de voluntarios, como ha afirmado el profesor Thompson, eran unos verdaderos crisoles de integración nacional, y en ellas se alistaban sujetos de múltiples procedencias. De hecho, generalmente más de la mitad de los levantados no eran oriundos de la misma región donde sentaron plaza. Esto supone que en la época había una población itinerante mucho mayor de lo que se piensa, y que los emigrantes y vagabundos eran una tónica bastante habitual en las ciudades, siendo estos los más susceptibles al enganche ante su desarraigo y falta de medios. El análisis, gracias a algunos ejemplos, del origen de los soldados y su distancia con respecto al lugar donde se alistaron nos da resultados curiosos. En algunos casos eran más abundantes los oriundos de territorios más allá de los quinientos kilómetros que los naturales de la misma ciudad donde se alistaban o de veinte kilómetros a su alrededor. La tónica habitual era que hubiera muchos reclutas de fuera, aunque el marco de acción no solía ser excesivamente amplio. Así, unánimemente en todos los casos analizados, entre el 74 y el 80 % procedían de zonas situadas a menos de doscientos cincuenta kilómetros. Sorprendentemente, también había sujetos de zonas situadas a más de mil kilómetros del lugar de reclutamiento, haciendo que las compañías voluntarias tuvieran siempre un toque exótico. Así, en la compañía reclutada en Burgos en 1594 había un borgoñón y un sujeto procedente de las islas Azores, además de varios portugueses, navarros, vascos, aragoneses y andaluces. En la compañía levantada en Valladolid para Flandes en 1668 había cuatro que afirmaban ser españoles nacidos en Flandes y un irlandés.
Los ejemplos de esta disparidad de procedencias son amplios. Dentro de los emigrantes, el grupo más nutrido solía ser el de los provenientes del norte peninsular, especialmente Galicia, Asturias y Cantabria. En algunas compañías los originarios de estas zonas podían representar entre el diez y el treinta por ciento del total. Los flujos migratorios tradicionales norte-sur condicionaban la procedencia de los reclutados, ya fuera porque los emigrantes estuvieran de paso buscando trabajo, de camino a otros lugares, o se hubieran avecindado en la zona. De igual manera, también en las compañías reclutadas en Andalucía podemos advertir la presencia de personas originarias de León, el valle del Duero, la meseta norte y La Rioja, emigrantes que descendían desde la meseta norte, en continua decadencia a lo largo del siglo XVII, hacia el mundo urbano andaluz y su demostrada vitalidad.
Otra de las pautas habituales a nivel europeo es que las zonas de frontera aportaban —en relación a su población— más soldados a los ejércitos que los territorios más alejados del eje de los conflictos. Esta tendencia tenía cierta lógica, ya que muchos campesinos de las zonas de frontera optaban por alistarse debido a la devastación y miseria ocasionadas por la guerra, prefiriendo formar parte de los ejércitos que vivían del terreno y los sometían, en vez de quedarse de manos cruzadas ante las vejaciones. El ducado de Milán o Flandes fueron campos de batalla primordiales de la monarquía, y en ambos el aporte local fue importante en hombres y dinero, pese a que la población sufrió notablemente los rigores de la guerra. En Milán, la infantería lombarda podía ascender en tiempo de guerra al quince o el veinte por ciento del total, aunque en coyunturas más complicadas, cuando no se podían enviar españoles u otras naciones, los lombardos podía ser más del treinta por ciento. En Flandes la relación era parecida, aunque tal tendencia siempre dependió de la época, habiendo años en los que la infantería del país podía suponer casi la mitad del ejército.
Pero en los ejércitos de campaña formados en otras provincias no siempre ocurría lo mismo, y en ocasiones las tropas locales sólo suponían una pequeña parte del total. En el ejército de Cataluña la presencia local era en ocasiones bastante escasa, y en tiempo de paz había muy pocos soldados catalanes destacados en la frontera. Durante la segunda mitad del siglo XVII se consiguió que Cataluña movilizase tropas cuando había guerra con Francia, aunque a veces estas eran poco representativas, menos de un diez por ciento de la infantería destacada en la frontera durante la década de 1670. La aportación aragonesa al ejército de Cataluña era prácticamente igual, aunque hay que tener en cuenta que durante el reinado de Carlos II no se reclutó ninguna compañía en estos reinos para servir en el exterior.