Capítulo 4

Abdallah al-Rahman estaba lleno. Se acarició la tripa dura. Por un momento consideró la posibilidad de posponer la sesión de gimnasia. Realmente había comido de más. Por otro lado, tenía cosas más que suficientes que hacer aquel día. Si no lo hacía ya, el riesgo de no tener tiempo de hacerlo más tarde era grande. Abrió la puerta cerrada del enorme gimnasio con llave. Un aire fresco le sopló en la cara como un agradable aliento. Cerró la puerta antes de desvestirse prenda por prenda. Al final se quedó descalzo, como acostumbraba, vestido solo con un pantalón corto blanco como la nieve.

Puso en marcha la cinta de correr. Primero despacio, en un programa de intervalos que duraba cuarenta y cinco minutos. Eso le dejaría media hora corta para las pesas. Algo menos que su gusto y costumbre, pero mejor que nada.

Como era obvio no había recibido ninguna notificación. Ninguna confirmación, ningún mensaje cifrado ni conversación telefónica ni correo electrónico encriptado. Las comunicaciones modernas eran un arma de doble filo: efectivas al tiempo que demasiado peligrosas. En su lugar había desayunado con un hombre de negocios francés y había hecho el rezo matutino. Había visitado brevemente la cuadra para inspeccionar el nuevo potro, que había nacido esa misma noche y era ya una visión impresionante. Nadie había molestado a Abdallah al-Rahman con nada ajeno a su vida cotidiana, allí y entonces. Tampoco había ninguna necesidad.

Hacía ya rato que la CNN le había proporcionado la confirmación que deseaba.

Era obvio que todo había salido según el plan.