Capítulo 1

«I got away with it».

La constatación de haberse salido con la suya hizo que vacilara por un instante. El viejo había bajado las cejas y el frío de enero había teñido de un tono azulado su rostro maltratado por la enfermedad. Helen Lardahl Bentley tomó aire y al fin repitió lo que le pedía el hombre:

I do solemnly swear

La profunda religiosidad de tres generaciones de Lardahl había tornado casi ilegible el texto de la vieja Biblia encuadernada en piel, de más de cien años de antigüedad. Pero la propia Helen Lardahl Bentley, tras su luterana fachada de éxito estadounidense, en el fondo era una escéptica y por eso prefería prestar juramento con la mano derecha sobre algo en lo que al menos sí creía firmemente: la historia de su propia familia.

—… that I will faithfully execute

La mujer intentó atrapar su mirada. Quería mirar a los ojos al Chief justice del mismo modo en que todo el mundo la miraba a ella: una enorme masa de gente que se estremecía de frío bajo el sol invernal y una gran cantidad de manifestantes que se encontraban a demasiada distancia como para que se los pudiera oír desde el podio, aunque ella sabía que chillaban «TRAITOR, TRAITOR», con un ritmo constante y agresivo, hasta que sus palabras se ahogaron tras las puertas de acero de los vehículos especiales que esa misma mañana había traído la Policía.

—… the office of President of the United States

Todos los ojos del mundo descansaban sobre Helen Lardahl Bentley. La miraban con odio o con admiración, con curiosidad o con recelo, o tal vez, en alguno de los rincones más apacibles de la Tierra, con mera indiferencia. Durante aquellos eternos minutos y bajo el fuego cruzado de cientos de cámaras de televisión, ella era el centro del mundo y no debía pensar en eso único, ni lo iba a hacer.

Ni entonces ni nunca más.

Presionó la Biblia con más fuerza y elevó una pizca la barbilla.

—… and will, to the best of my ability, preserve, protect and defend the Constitution of the United States.

El júbilo se extendió entre las masas. Se habían llevado a los manifestantes. La gente del podio de honor la felicitaba sonriente, unos de forma efusiva, otros de modo más comedido. Sus amigos, sus críticos, sus colegas, su familia y algún que otro enemigo que nunca había querido su bien, todos ellos pronunciaban las mismas palabras, ya fuera, según el caso, apagadamente o con alegría:

—¡Enhorabuena!

De nuevo sintió aquella ráfaga de angustia que llevaba veinte años reprimiendo. Y en ese mismo momento, a los pocos segundos de empezar a ejercer sus servicios como cuadragésimo cuarta Presidenta de Estados Unidos de América, Helen Lardahl Bentley enderezó la espalda, se pasó la mano por el pelo mientras contemplaba la aglomeración de gente y tomó la determinación de olvidarse del tema de una vez por todas: «I got away with it. It’s time I finally forgot».