CAPÍTULO XIII
I
Al verla a punto de partir, y dándose cuenta de que nada de lo que él dijera cambiaría las cosas, Garth se acercó a un costado de la mesa y le advirtió:
—Será mejor que piense las cosas antes de ir a ver a su abogado. ¿Vino por el ascensor?
—No. Subí las escaleras. (Luego de tomada su decisión Dorothea se horrorizó de encontrarse temblando de pies a cabeza). No había ascensorista.
—Puede manejarlo usted misma —dijo Garth—. Le enseñaré.
Abrió la puerta y se adelantó hacia el corredor de mosaicos. El ascensor era lento y antiguo. Garth abrió la puerta del piso, e inclinándose hacia el vacío tiró de una cuerda de acero hasta que el ascensor apareció ante la vista.
—Es muy simple —dijo—. No tiene más que tirar la cuerda hasta que llegue a la planta baja, y luego tirar en sentido contrario para hacer que se detenga.
—Creo que será mejor que baje por las escaleras —dijo Dorothea con nerviosidad.
—Es un trecho largo —dijo Garth—. Yo la llevaré. (Extendió la mano hacia adentro). ¡Hola! Parece que no hay luz. Sucede a menudo, pero no tiene importancia. Algunas veces se enciende cuando uno entra en el ascensor. Tiene algo que ver con el peso del cuerpo en el piso, o algo así. Se hizo a un lado para dejarla pasar, y en ese momento el teléfono se hizo oír. Garth se sobresaltó.
—Entre y espéreme —dijo—. Un momentito, estoy esperando un llamado…
Corrió hacia su oficina. Dorothea permaneció al lado del ascensor, sintiéndose puerilmente indecisa.
«Será mejor que baje yo misma —pensó—. Mucho más simple y menos embarazoso. Pero quizá parecerá descortés, pues me pidió que esperara. Tal vez desea decirme algo más y debo escucharlo».
En ese momento se oyó un ruido de pasos en la escalera y alcanzó a ver a un hombre. Cuando éste divisó a Dorothea le gritó vivamente algo sobre el ascensor y el corazón de ella comenzó a latir aceleradamente.
«Naturalmente, trató de tomarlo; nosotros lo teníamos en este piso, y ha tenido que caminar —pensó—. Parece muy enojado».
Se le ocurrió que podría escabullirse en el ascensor, y si él era lo suficientemente descortés como para detenerse a hacerle reproches, ella Je diría lo de Garth. O quizá Garth apareciera a tiempo. O mejor aún, quizá el hombre siguiera bajando sin prestarle atención.
La puerta exterior permanecía abierta. Ella se volvió y cruzó la abertura. Pero en lugar del piso del ascensor, tuvo sólo conciencia de un horrible salto. Su pie no encontró nada más que la negrura impenetrable del espacio.