49

El jueves por la mañana comenzaban a trabajar de nuevo en el yacimiento de Temple Bar. Casi todo el mundo estaba de vuelta a excepción de Anna, la noruega, que alargaba un poco más las vacaciones pero ya no iba a cobrar por ello, y Sean, que continuaba con la gripe. Josep se acercó a Sofia. Llevaba ropa de calle: vaqueros, camisa y su americana de pana. Ella supo en seguida que aquello era una despedida, y pensó que era lo mejor para todos. Estuvieron un par de segundos mirándose sin decir nada. Ella fue quien comenzó a hablar.

—Te vas…

—Sí, he de hacer algo. No te lo puedo explicar ahora pero estoy seguro de que estarías de acuerdo conmigo. Aunque va en contra de todo lo que representamos.

Ella le miraba ahora más convencida.

—¿No te vas por lo que ha pasado entre nosotros?

—Te prometo que no. A pesar de todo, me compensa mucho haberte conocido.

—No hay excusas pero quiero que sepas que me hubiera gustado que todo hubiese sido diferente. Algún día quizá te explique unas cuantas cosas acerca de mí.

—Hubiese sido bonito.

—Quizá en otra ocasión —dijo ella.

—Quizá.

Josep fue despidiéndose uno por uno de todos los compañeros. No daba explicaciones y nadie se las pedía. Antes de salir por la puerta del muro se dio media vuelta y echó un vistazo. Sabía que ese iba a ser su último yacimiento. Tenía la sensación de que comenzaba la cuenta atrás.

Josep golpeaba la puerta de la caravana de Sean. Estaba aparcada cerca de la estación de autobuses. Junto al río.

—¿Hola? ¿Estás ahí?

Entró y se encontró al bueno de Sean cubierto por mantas. Había un gran desorden. Su aspecto era lamentable.

—Estás muy mal —le dijo—. Deberías ir al médico.

Entre toses, Sean, intentaba explicarse:

—Sólo es un catarro. Mañana estaré estupendamente —respondió al tiempo que le daba un trago a un vaso.

—¿Qué estás bebiendo? —Josep olió el contenido—. Esto es güisqui, ¿te has vuelto loco?

—No es güisqui, es hot whiskey; es la mejor medicina para la gripe. Miel, agua caliente, un par de clavos y un buen chorro de Clontarf. Este país continúa poblado gracias a esto.

—Deberías cuidarte un poco más. Tienes un aspecto horrible.

—Dime, ¿qué te trae por aquí, chaval? ¡Siéntate ahí!

Josep apartó un bajo eléctrico y tomó asiento.

—No sabía que tocaras el bajo.

—Lo hacía muy bien hace años. Ahora lo conservo para pasar el rato por las noches. ¿Sabes que una vez toqué de telonero de The Clash?

—Vaya, nunca lo hubiese dicho.

—Te sorprenderías de muchas cosas. Ya te dije una vez que no me llamo Sean.

Josep se rio. Todavía no sabía si hablaba en serio.

—Verás, Sean, necesito que me prestes la caravana unos días. Tú puedes quedarte en mi habitación. Además, creo que en tu estado deberías hacerlo aunque no me la prestaras, aquí te vas a morir.

Sean estaba pensativo.

—¿Puedo preguntarte para qué la necesitas?

—Sólo te diré que tengo una cita con una chica. Hace meses que me espera.

—Siendo así, deja que te dé un consejo, chaval; no importa cuánto haya cambiado la vida de las personas ni lo avanzados que estemos en tecnología y esas cosas, si tienes alguna posibilidad, por pequeña que sea, de que una mujer te dé una oportunidad y le regalas flores, ya tienes el ochenta por ciento del camino recorrido.

Josep se quedó pensando en ello. Obviamente, no tenía ninguna cita, se refería a Eimear, pero aquel era un buen consejo.

Finalmente, convenció a Sean de que debía comenzar a medicarse en serio y acompañarle a su casa. Aparcarían la caravana enfrente.

Josep nunca hasta aquel momento había conducido por Irlanda. Y la mejor forma de estrenarse a hacerlo por el lado izquierdo no era al volante de una vieja caravana en una ciudad con el tráfico de Dublín. Sean le dirigía, casi delirando, desde el lado del copiloto. Tapado con una manta y sudando, le iba indicando el camino. A punto estuvieron un par de veces de pasarse al carril contrario pero Josep lo resolvió justo antes de chocar contra otros vehículos.

Todavía le quedaban medicamentos de cuando, un par de semanas antes, era él quien padecía la terrible gripe irlandesa. Le preparó una sopa, le hizo tomar todo lo que el médico le recetó a él y lo dejó acostado en su cama. Ya habían reparado la calefacción, así que la casa fue para Sean casi como un hospital.

Por la tarde, Josep salió a dar una vuelta. Sabía perfectamente adónde dirigirse. Tenía la peligrosa costumbre de hacer caso a todo lo que Sean le decía. Continuaba cayendo aguanieve. En una de las esquinas de Grafton Street, a la altura de la calle Anne Street South había una serie de paradas de venta de flores. Las había de infinidad de formas y colores. Josep no tenía ni idea sobre el mundo floral. Para él todas eran iguales. Pero tenía muy claro lo que buscaba. Había tres puestos de gran tamaño donde la gente hacía cola para ser atendida. Estaba mirando a cuál de ellos dirigirse cuando se fijó en uno mucho más pequeño y modesto. Realmente no era más que una mesa de camping con flores, papel y lazos. Todo lo necesario para hacer un bonito ramo. No necesitaba más. Veía perfectamente las rosas rojas, que era lo que andaba buscando. Una chica excesivamente delgada pero bastante guapa atendía la parada.

—Hola —dijo Josep—. Me gustaría llevarme un ramo de doce rosas rojas.

La chica le miraba de un modo muy raro, como si se conociesen de algo pero Josep no creía haberla visto antes.

—¿Son para una mujer?

—¿Cómo? —preguntó Josep un poco despistado.

—Me refiero a si son para una chica o para alguien mayor.

—¿Qué diferencia hay? —preguntó por curiosidad.

—Si fuesen para una tía, una abuela… te haría un ramo mixto muy bonito. A las personas mayores les gusta la variedad. No sé. Pero si se trata de tu novia o de una amiga especial no te pondré más que rosas. Nada debe despistar la atención.

—Vaya, creo que me llevaré un ramo del tipo dos, gracias.

Ella sonrió. Mientras cortaba los tallos largos y le preparaba las flores, la muchacha le continuaba observando de un modo muy extraño.

—¿Nos hemos visto antes? —preguntó Josep.

—Ya lo creo. Tú has cambiado mucho. Llevas el pelo más largo y te has dejado barba pero no te he olvidado. Ahora ya veo que no eres Ted Kenny. Ni siquiera eres irlandés. Tiene gracia.

Josep miró a la chica buscando un recuerdo en cada rasgo de su cara, pero no conseguía saber de qué la conocía.

—Hace mucho tiempo, un año, creo. No sé. Lo digo porque fue poco antes de dejar de pincharme. Entonces todavía vivía en la calle. Como un perro —la chica hablaba sin mostrar emoción alguna—. Llovía. Tú te detuviste a mi lado. Te recuerdo porque creí que eras Ted Kenny y te grité para que me dieras una moneda.

—Es cierto, era mi primera noche en Dublín. Ahora te recuerdo.

Josep recorrió el puesto de flores con la mirada, también la ropa de la chica y su rostro.

—Cambié —dijo ella para anticiparse a cualquier pregunta que Josep fraguara en su cabeza—. Dejé el caballo.

Él escuchaba con complacencia.

—Llegó el día en que pude ver la mierda que me consumía y cambié. Bueno, me ayudó la asistenta social, pero cambié. Ahora limpio un pub por las mañanas y vendo estas flores por las tardes. Tengo un novio. Es buen chico, me quiere. Quiere tener niños, no sé.

—Estás muy guapa.

—Sí, bueno… supongo. No sé. Son veinte euros —parecía avergonzada por haber hablado tanto.

—Gracias. Te deseo suerte.

—Para ti también, suerte con esa chica.

Josep continuó por Grafton Street en dirección norte. A los pocos metros ya la vio. Allí estaba Saoirse de nuevo tocando su gastado acordeón y cantando. Ahora lo hacía con un tema de PJ Harvey, Plants and Rags. Había menos gente que el día anterior. El frío que hacía debía tener mucho que ver. Acabó la canción y las personas que se habían detenido para escucharla continuaron su camino. Josep estaba quieto a unos diez metros de ella. Tenía el ramo de flores en la mano. Visible. No le importaba quién fuera ese James. No le importaba que le diese calabazas. Ni siquiera le importaba que pusiese las flores en agua o que las lanzase a la basura. Esto no lo hacía por ella, sino por él mismo. Se lo debía. Tenía la sensación de no haber dirigido su propia vida. Durante un tiempo la tomaba según venía y se dejaba llevar. Y funcionando así las cosas no le habían ido demasiado mal pero a veces sentía que tenía una deuda consigo mismo. Por eso, a pesar de no tener ninguna posibilidad, estaba allí. Con un ramo de rosas rojas y muerto de frío. La temperatura era tan baja que la ropa parecía empapada. Ella estaba preparándose para volver a tocar cuando le vio. Al hacerlo sonrió pero su rostro cambió cuando descubrió que llevaba flores y parecía que comprendió que eran para ella. Estuvieron así durante un buen rato. Sin acercarse. Sin decirse nada. Pero se hubiesen dicho tantas cosas… Al cabo de un rato, y casi al mismo tiempo, los dos miraron al suelo. Josep se dio la vuelta y se marchó.

Estaba seguro de que Saoirse no iba a dejar a James de repente para darle una oportunidad a él. No le conocía de nada y ni siquiera había dado señales claras de que él le gustase. Había ido hasta allí decidido a hablar con ella aun a sabiendas de la situación; una vez allí, no se vio con fuerzas. Además, la cara de ella era todo un poema. No tenía la más mínima intención de irse con él a ningún sitio. Sobraban las palabras. Sobraba el mal trago por el que hubiesen pasado ambos. Él explicándole que llevaba días pensando en ella todo el tiempo sin entender por qué y ella teniendo que decirle lo mucho que lo sentía pero que estaba terriblemente enamorada de James. Así que dejó las flores en un banco, junto a una anciana de ojos pícaros, que las puso en agua al llegar a casa.

Pero Josep se equivocaba. Ella se había alegrado mucho al verle. Había estado deseando hacerlo desde que se conocieron. Ya le miraba antes mientras tocaba y él iba calle arriba y calle abajo paseando. Cuando él no se fijaba en ella y Saoirse pensaba que él era irlandés. Pero el día que se conocieron no quiso asustarlo y se guardó todo eso para sí. Le insinuó que fuese a su casa después de estar juntos en The Globe pero él salió espantado. Ahora, al verle, pensó que había ido a buscarla, pero llevaba flores en la mano y seguro que no eran para ella. ¿Por qué iban a serlo? Así que se limitó a mirarle con la pena de haberle perdido sin siquiera tenerle nunca. Agachó la vista y cuando la levantó, él ya no estaba. De ese modo salió de dudas; las flores no eran para ella.

La lluvia es una canción sin letra
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