7

Los bármanes del Mezz eran todos españoles. Gran parte de los camareros de Dublín lo eran. Mario era un murciano que llevaba dos años en la ciudad: —No he oído hablar nunca del Ciervo— dijo mientras le servía una Guinness.

—Parecía que tenía que ser fácil encontrarlo. Walker habló de él como si todo el mundo tuviera que conocerle —reflexionaba Josep en voz alta. Las luces testimoniaban la cantidad de humo que vivía suspendido en aquel local—. Está buena esta cerveza… —dijo tras dar un sorbo—. A lo mejor es un arqueólogo muy conocido en la ciudad y lo que se entiende es que todos los arqueólogos lo deben conocer. Porque si es así…

Mario le interrumpió:

—¿Un arqueólogo, dices?, mira allí —y señaló a un tipo que se apoyaba en una mesa apurando una cerveza. Tenía el pelo largo y rubio por mechones como lo llevan los surferos. El sol, el salitre y trabajar al raso puede aclarar cualquier cabello. Llevaba puesto un chaleco reflectante y tanto éste como el resto de su ropa estaban poblados de barro.

—¿Quieres decir que ese tipo es el Ciervo? —preguntó Josep a gritos, la música había subido de repente.

—No, joder, quiero decir que ese tío es un arqueólogo.

—¿Cómo lo sabes? ¿Lo conoces?

—No, pero mira su espalda.

Josep se fijó en el chaleco y pudo leer «APS Archaeology».

—¿Por qué lleva un chaleco con el nombre de la compañía un viernes por la noche?

—¿Quién sabe? Ese tipo nunca lleva otra ropa que la que ves, y sé lo que digo, viene todos los días. Creo que es escocés…

Josep ya se estaba levantando e iba directo hacia la mesa.

—Hola, mi nombre es Josep. ¿Puedo sentarme? —el hombre se movió un poco y dejó sitio para que se sentase y le sonrió plácidamente.

—Hola, chaval. Voy como una cuba. ¿Por qué no me das de liar? —dijo señalando el paquete de tabaco.

—Sí, claro. Toma. ¿Puedo hacerte una pregunta?, eh…

—Sean —contestó rápidamente—, como Sean Connery —y comenzó a reír.

Su aliento hubiese hecho retroceder a una mula, pero parecía un buen hombre.

—¿Sabes dónde puedo encontrar a un tipo que se hace llamar el Ciervo?

El escocés dijo que no conocía a nadie que se apodara de tal modo y que llevaba más de seis años en la ciudad. Había trabajado para casi todas las compañías de arqueología del país y no creía posible que el tal Ciervo fuera un arqueólogo, puesto que en todo ese tiempo debería haber coincidido con él alguna vez, pero en cambio sí dijo conocer al profesor Walker, y que era un gran tipo pero que no sabía cómo localizarlo, y que le invitara a beber de su parte cuando Josep lo encontrara. Éste se despidió y se marchó del pub; no sería buena idea emborracharse en su situación y las tres pintas que había tomado con Sean ya se le subieron a la cabeza; no había probado bocado desde que salió de Valencia. Pasó horas preguntando a todo el mundo acerca del Ciervo pero nadie lo conocía. Entraba en los pubs con la mochila a cuestas tropezando con unos y otros. La noche se endurecía a medida que pasaban las horas y Josep comenzaba a perder la esperanza. Habían dado las cuatro de la madrugada cuando se sentó en un portal, agotado. Estaba a punto de quedarse dormido en el momento en que oyó un quejido que provenía de un montón de cartones y bultos que parecían basura, pero que albergaban a un ser humano, sin duda. El quejido se repetía y decidió acercarse a ver qué ocurría. Allí, mal tapado con una sucia manta había un hombre invadido de pelo cardado y suciedad.

—¿Se encuentra bien? —preguntó Josep.

El hombre abrió los ojos como si fuese un búho.

—¿Tienes un trago, chico? —dijo en tono demencial.

—No, lo siento. ¿Se encuentra bien?

—Lo estaré si me das un cigarro.

Josep lió un cigarrillo y se lo dio encendido a aquel hombre.

—Te puedes echar aquí a mi lado, si quieres —dijo—, la noche va a ser fría.

Josep pensó que antes moriría congelado.

—No puedo, estoy buscando a un tipo.

El hombre siguió mirándole sin contestar, Josep continuó.

—Estoy buscando al Ciervo.

—¿El Ciervo? —preguntó con cara de tener respuestas.

—Sí, ¿sabe dónde puedo encontrarlo?

—Ve a la Dame Street, muchacho. Allí está el único ciervo que conozco.

A las cinco de la mañana y con toda la ciudad durmiendo, la Dame Street estaba vacía, así que Josep decidió sentarse en un banco y esperar. A sus espaldas, un gran edificio que destacaba por su altura con una placa donde se podía leer «Central Bank». A pesar del frío, sus ojos comenzaron a vacilar y sus párpados se dejaron caer por fin. Cuando despertó ya era de día. Estaba completamente congelado. No podía ni moverse. Se había dormido abrazado a la mochila y por eso ésta continuaba allí. De nuevo, como la noche anterior, la lluvia llegó por sorpresa y con fuerza. Josep vio que en la misma esquina había un pub y se refugió corriendo. Al entrar se dio cuenta de que era el pub de un hotel, el Dublín Citi Hotel. Había estado durmiendo en una plaza congelado de frío a las puertas de un hotel, pero de alguna forma se alegraba de haberse ahorrado el dinero de la habitación. Se sentó en un sofá junto a la ventana y esperó a que le atendieran.

—Buenos días. ¿Quiere desayunar? —preguntó un joven camarero con los ojos todavía pegados de sueño.

—Sí, por favor —Josep llevaba ya casi veinticuatro horas sin comer.

—¿Desayuno irlandés o continental?

—Pues no estoy seguro. ¿Cuál es el desayuno irlandés? —preguntó arqueando las cejas.

—Huevos, beicon, pudding, salchichas, alubias con tomate, tostadas con mantequilla, té o café y zumo de naranja, señor.

—¿Y el continental?

—Cereales.

—Creo que tomaré uno irlandés, gracias —despachó sonriendo.

Desde la ventana del Dublín Citi Hotel, Josep miraba cómo llovía en la Dame Street. Se preguntaba qué quiso decir el viejo cuando afirmó que el Ciervo estaba en aquella calle, quizá estaba loco. Se veía acomodándose en aquel mismo hotel durante todo el fin de semana y esperando al lunes para acudir a las oficinas de Dragoon New Archaeology y que ellos mismos le pusieran en contacto con Walker. Pero no le agradaba demasiado la idea de gastarse doscientos euros en dormir y comer en un hotel y mirar aburrido por la ventana. De pronto se fijó en una chica que iba por la otra acera. Caminaba por el agua como si nada. Estaba empapándose y ni siquiera aceleraba el paso. Unas largas piernas blancas crecían de una minifalda y desafiaban a la física sobre unos tacones que Josep no estaba acostumbrado a ver. La siguió con la vista hasta que de pronto la muchacha resbaló y casi perdió el equilibrio. Tan pronto como ella desapareció, otro transeúnte resbaló en el mismo lugar, y poco después otro más hizo lo mismo. Josep se fijó entonces en que en aquel tramo de la acera en el que la gente resbalaba por la lluvia el pavimento era diferente, como si brillase. Mientras acababa su desayuno, no dejaba de fijarse en ello. Pagó y cruzó la calle corriendo con su mochila a cuestas. Un autobús urbano de dos pisos casi se lo lleva por delante. Continuaba lloviendo pero una vez en la acera relajó el paso como si ello no fuera con él. Se acercaba lentamente hacia aquel punto del firme donde todos resbalaban debido a la fuerte lluvia y, a cada paso, más extrañeza sentía. Ya casi encima se comenzaba a vislumbrar un dibujo. Al poner sus pies justo en el borde de lo que ya sin duda era un mosaico, se veía de manera clara un letrero sobre una imagen.

—No me jodas —dijo en voz alta.

El mosaico mostraba la imagen de una cabeza de ciervo sobre la que se podía leer: The Stag’s Head, La Cabeza del Ciervo. Era un artístico cartel publicitario incrustado en las baldosas de la acera. Y éste apuntaba hacia la boca de un callejón, más bien parecido a un túnel, que no medía más de doce metros. Josep se sonreía mientras sus pasos dejaban atrás la Dame Street. Aquel tramo de calle completamente cubierto que le resguardaba de la lluvia, con cierto simbolismo, se había convertido en una puerta entre la desesperada búsqueda de la noche anterior y el camino hacia lo que le deparara el incierto futuro en aquel precioso lugar del mundo. Cuando salió del callejón ya no había duda, estaba en el punto acordado. Una hermosa cabeza de ciervo con los cuernos de oro lucía altiva en una fachada. El Ciervo no era un tipo, era un bar, The Stag’s Head. Se quedó un rato allí plantado observando el lugar. Un muro de ladrillo rojo, cuyas ventanas de vidrio hacían bonitas formas. Aunque era temprano había mucho barullo dentro y se presumía bastante lleno. Abrió la puerta y el ruido se apoderó de la calle, así como el olor a tabaco y a comida grasienta. Respiró hondo y avanzó entre la gente, que ni siquiera reparaba en él. Estaban todos muy ocupados hablando a voces, dando gritos y cargando con pintas de cerveza. Josep se acercó a la barra. El barman era un tipo cincuentón con un par de trenzas que le llegaban a la cintura y un bigote que, sin remedio, hacían acordarse del cómic galo a cualquiera.

—Hola, estoy buscando al profesor Walker —dijo a voces.

El barman guardó silencio un par de segundos.

—¿Quién le busca? —preguntó.

Josep no se había percatado pero a su lado un hombre sujeto a una cerveza estaba prestando atención a lo que decía.

—Verá, debía reunirme con él anoche pero no he conseguido dar con este sitio…

El hombre de su lado le interrumpió.

—Ponle una cerveza a este chico, Paddy.

—¿Qué bebes muchacho?

Josep no dudó.

—Una Guinness.

Mientras el barman se dedicaba a servir la pinta de cerveza Josep preguntó: —¿Es usted Walker?

—Soy lo que queda de él, deberías haberme visto hace veinte años —respondió ofreciendo estrechar su mano—. Bienvenido a Irlanda, chico. Llevo casi un día esperando a que entres por esa puerta.

—Lo siento, yo…

—Guárdate las excusas para quien las necesite —dijo al tiempo que levantaba su cerveza y hacía chocar los vasos—. Slainte!

Slainte —repitió Josep.

Una ronda y después otra y así sucesivamente, de un pub a otro durante más de diez horas. Antes de dormirse sentado en un taburete, Josep pudo contar que se había bebido dieciséis pintas de Guinness y había conocido a algunos de los compañeros de trabajo y otros tantos que lo serían en futuras excavaciones, aunque él aún lo desconocía.

La lluvia es una canción sin letra
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