¡ADIÓS, MADRE TIERRA, ADÚLTERA!

Y ¿también a tí tendré que dejarte, madre tierra, por culpa de esta idiotez de tener un futuro, de que tengan un fin las cosas? Ay, sí, así tendrá que ser, por más mentira que ello sea, y así habré de despedirme de tí también, aunque sea, con tanto como te quería, con el debido desgarramiento. Pero mira, madre: también me alivia de esa pena el dejar al menos de ver lo que habían hecho contigo y lo que querían seguir haciendo.

Te vendieron, madre tierra: desde el arranque de la Historia (y de ahí arrancaba esta Historia de maldición) te vendían Ellos, no la buena gente, no los pobres de tus hijos comepanes, sino los Hombres, los hijos de la Muerte, los servidores del Señor: te dividían, te trazaban términos y lindes, te hacían heredad y herencia de cada uno para los suyos. Y a partir de ahí no han hecho más que seguir vendiéndote, descuartizándote, esplotándote, haciéndote suya de los unos o de los otros, bajo cualquier bandera o apellido, convirtiéndote en dinero, el ser sublime, impalpable, ideal, aniquilador, que era justamente lo contrario de tí, madre, lo contrario.

Tú, que eras la riqueza sin cuento, que bebías de las raíces de lo desconocido sin fin y sin principio y, a favor de que por azar, por la honda sabiduría del azar, de milenio en milenio se te arremolinaran aires o vahos, juegos de fríos y calores, nubes informes y ciénagas y lluvias, habías venido inventando desde no sé cuándo variaciones como infinitas de yerbas y de árboles, de bichos coleteando al hondo de las aguas, revoloteando al aire de tus cumbres, arrastrándose por tu dulce áspera piel, y hasta de esta triste raza de micos parladores: los cuales, en el progreso de los tiempos, en el colmo de la idiotez que los volvía ciegos, llegaban a mirar, girando sobre si mismos, a toda esa riqueza, y la llamaban evolución y se creían, los creídos de ellos, que no es que floreciera del hondo de lo sin fin desconocido, sino que es que iba hacia un fin predeterminado, hacia un futuro: todo del revés, como era propio de su condición y de la Fe que el reino de la muerte necesitaba.

Ya te tenían comprada, dominada y comprendida, los hijos de la muerte —o se lo creían; ya te habían comprendido tanto que hasta te convirtieron en un todo cerrado y bien medido, como si fueras una de sus fincas: en ‘La Tierra’; y, ya para mejor, ‘El Globo’; y más aún, te hacían ser un planeta entre los planetas y te lanzaban a girar por ahí por el Espacio, según las leyes que tenían que conocer y elaborar porque el miedo de la muerte así se lo mandaba. Eppur si muove —clamaba uno de ellos, ispirado por el descubrimiento de la falsía de las ideas anteriores, y pensaba, enamorado de la verdad como era el hombre, que por ese camino iba hacia la Verdad. No sabía lo que iban después a tener que seguirse desarrollando sus teorías, casi hacia el infinito, en el afán de entender el movimiento y comprenderte más definitivamente a tí y tu presencia, y cómo se les iba a desleír entre los dedos una y otra vez tu masa.

Tienen que saberte y así matarte, madre, deshacerte en dinero toda: están presos de la Fe y la equivocación del Tiempo, y avanzan hacia el Futuro, que es la muerte, en vez de (lo que por lo bajo siguen de veras deseando) darse la vuelta y huir del Futuro a refugiarse en tu seno, a perderse en el sinfín de tu riqueza.

Así, madre, me desgarraba el ver lo que contigo han hecho los hijos de mal marido que criaste, cómo te venden por dinero que no era nada, más que fe, ver toda esta realidad de la mentira; y casi no me dejaban más vía, para no verlo, que desaparecer. Y así te diré adiós. Pero sábete que sigo confiando en que nunca del todo podrán contigo: eres demasiado grande, demasiado dura, demasiado blanda para ellos. Eppur sta ferma: por debajo del dinero y la realidad, tú sigues, sin fin ni destino alguno, con tus inventos de palpable maravilla, con tus amores ultrajados, pero que no te importa un rábano de sus ultrajes.

Y, en fin, en cuanto a mí, por lo pronto, pues eso: recibe en tu seno mis míseros despojos, entiérralos piadosamente; y que ellos sean un buen abono y puedan contribuir a renovar tu masa inacabable, tu fuerza y tu inventiva, tu razón, madre.