¡ADIÓS, ESTADOS! ASÍ OS CONFUNDAN
SI me trae tan a mal traer mi muerte, no es por lo que pueda pasarme (¿qué sé yo de eso?), sino que, futura como es, me está ahora mismito molestando (como esas obras del Capital en marcha, que ponen patas arriba las ciudades con el cartel de “Estamos trabajando por su futuro” y en verdad haciéndonos la puñeta de presente) y estorbándome en la tarea política esencial a que debía estarme dedicando, que es la de desprenderme de mí mismo: porque ¿cómo va a olvidarse de su caso y hacer (¿quién sabe?) algo bueno uno que está condenado a muerte? Y en esa labor funesta de cargarlo a uno con la conciencia de su propio personaje trabajan ciertamente cada día sus prójimos más prójimos, pero a la par con ellos estos estúpidos artefactos de Estados Nacionales, con todas sus istituciones y oficinas destinadas a contarme como uno de sus sujetos, recordarme mi colocación y pertenencia en este mundo y pegarme sobre el corazón mi eterno Documento Nacional de Identidad. Así que ya casi me forzáis, Estados de Dios, a llamar a mi muerte a que venga al menos a librarme de vuestras redes y prisiones, que me condenan a la vez que me costituyen.
Era la tierra, había gente: parecía que podía ser la tierra un sitio tan bueno como cualquier otro para dejarse vivir, o morir, que da lo mismo; que podía uno entre la gente, mucha o poca, sin saberse cuántos, dejarse desperezar, entrecruzar abrazos o miradas sin significado cierto, razonar sin prisa en lengua común de lo que ni unos ni otros acabábamos de entender. Ah, pero ¿cómo iba el Señor a consentir tanta indefinición, cómo iba, con ese descuido, a marchar ni crecer Su Economía? Era preciso dividir la tierra, encasillar la gente, que cada cual supiera sin dudas adonde pertenecía, dónde tenía su destino.
Y así vosotros, llamándoos primero patrias en el nombre del Padre y sacrificando a racimos hombres a medio hacer para trazar con sangre vuestras fronteras y afirmar vuestra integridad, después naciones, para que la nacencia y raza sirviera a realizar la mentira de vuestras entidades, y al fin estados, cuando creíais ya mas perfecta la faena de definición y más dura la realidad del ideal y nombre de cada uno, vosotros me estábais ya desde la escuela envenenando el aire, pervirtiéndome los ojos y pensamiento con aquellas líneas y colores de los mapas de Geografía Política, donde estábais vosotros, separados netamente por las rayas de frontera, uniforme cada uno en su totalidad con el color que el Cartógrafo le asignara, de tal manera que, tras el mapa de Geografía Física, con sus montes y sus ríos, apareciérais en el otro con la misma realidad y certidumbre, con igual naturalidad, vosotros, Estados, asesinos de tierras y de pueblos. Y, de entonces para acá, no habéis cesado de machacarme año tras año con la evidencia de la Fe que imponíais, cada vez mas imperiosa, en las almas del Globo entero. Ya no matábais en los frentes de batalla (eso se queda para regiones de estatículos aún en formación), pero el ser ‘español’, ‘catalán’, ‘europeo’ o ‘angoleño’ o ‘taiwanés’ o ‘salvadoreño’ (el caso es pertenecer a un dominio ideal y definitorio), eso sigue sosteniendo vuestro régimen (¡con qué gozo oís a vuestras Masas en el estadio clamando al cielo “Hemos metido un gol”!: ya vosotros sabéis lo que es “nosotros”), y ¿qué método más propio de Administración de Muerte en la suprema etapa de vuestro desarrollo, cuando la Democracia asienta su Fe en la costitución estadística de cada Individuo de sus Masas, y ya os atrevéis descaradamente a revelaros idénticos con el Capital, para mejor administración de Todo? De Todo ja!, que os lo creéis vosotros.
Os odio, Estados de todos los colores: os odio por el destrozo y emponzoñamiento de la bendita tierra en nombre de vuestros Altos Intereses; os odio más aún por la reducción de la gente a mera masa de individuos, imbuidos de la podrida Fe infantil, de la idiocia que vosotros necesitáis; y todavía os odio más por querer usar la lengua del pueblo, de nadie, gratuita, para convertirla en idiomas estatales uniformados al servicio de vuestros Intereses y Capital.
¡Ah, que mi desaparición, aunque sea con mi muerte, si no hay otro procedimiento, me lave de la sucia idea y nombre de vosotros! Que el pueblo siempre vivo por lo bajo, que la lengua siempreviva, la tierra, el aire, el agua, os confundan y embrollen todas vuestras estadísticas y fronteras.