¡ADIÓS, PRÓJIM@S! YA NO ME TENÉIS
ADMINISTRACIÓN de muerte cotidiana sois para mí vosotros, seres queridos, personalmente míos y yo vuestro, compañeros costantes de esta celda, sea cual sea la ley que conmigo en ella os ha metido. Trato aquí de consolarme un poco de mi condena a muerte, recordando de cuánto voy con ella a liberarme, o liberarse qué sé yo quién, aunque sea a costa de mi desaparición; y así voy contando y anotando para el público en mi rincón de este Diario los muchos, casi incontables, latazos, tabarras, istituciones y productos de la idiocia mayoritaria, que me da un respiro de alegría sólo pensar que van a dejar al fin de incordiarme y agobiarme como toda la vida me lo han venido haciendo, y más cada vez, por su propio progreso y por lo más en carne viva que mis heridas me florecen al no dejarlas, con la vejez, cicatrizarse en falso. Pero, ay, junto con toda la morralla de automóviles, televisores, leyes, informaciones y mentiras públicas, ¿qué queréis?, también vosotros, queridos seres, venís revueltos, y no puede menos de darme un cierto alivio y regocijo el recordar que mi eterna prometida va también a liberarme de vuestros lazos y relaciones, a la vez que me libera de mí mismo.
Cierto que os había cogido cariño, prójim@s: me habíais dado tantas atenciones y muestras de interés por mi bienestar a lo largo de los años y los días, érais tan dign@s de mi estima y hasta de mi pasión a veces, tan llen@s de virtudes, gracios@s unas veces, sincer@s otras, tan dispuestos a echarme una mano o darme un calorcillo en las desolaciones del viento del desierto... Pero es que teníais un vicio que lo estropeaba todo: que es que me conocíais, y, cuanto más os aproximábais, más a fondo, más implacablemente me conocíais. Y eso era, por debajo de los cuidados familiares y solidarios, administrar mi muerte.
¿Me diréis acaso, prójim@s, que yo hacía lo mismo con vosotros? Puede ser; y, si así fuera, como aquí no se trata de justicia, ello haría la cosa peor aún y más intolerable. La verdad es que me parece que yo nunca he tenido tanto empeño en conoceros a ningun@ de vosotr@s. A veces, sí, he calificado, insultado y despreciado a algún mascarón de proa, a alguno de esos personajes que se habían hecho representantes notorios del Poder y la Mentira, y aun así, no he dejado de desanimar a los que conmigo andaban de que aprendieran sus nombres y sus caras y se distrajeran con ello mucho del ataque al Poder y la Mentira mismos. Y, desde luego, si venía a tratar de cerca con alguno y se me acumulaban muchos datos, contradictorios, de su persona, cada vez, cuantos más datos, más incapaz me volvía de saber quién era, de conocerlo.
Hay que ir —les decía y me decía— más allá del Evangelio: “No juzguéis”, claro (hace falta ser idiota cospícuo para juzgar), pero, como juicio es conocimiento, y ahí está la raíz del mal, “No conozcáis”; y no olvidéis que, cada vez que uno llama idiota a uno, está contribuyendo a que lo sea. Y yo... tantas cosas que hay que cada vez conozco menos y me desengaño más de la ilusión de conocerlas, ¿cómo iba a vosotros, prójim@s y queridos seres, a haceros eso?
Vosotros, en cambio, seguíais ostinándoos en conocerme, y del conocimiento de mí y mis relaciones con vosotros venía ya toda la patulea de las desgracias, exigencias de amor y de justicia (como si no fuera amor enemigo de justicia), reclamaciones de mi tiempo (como si fuera mío) y de vuestros derechos y el comercio de los vuestros con los míos, en fin, el Dinero y la Ley metidos en el seno del trato más íntimo y amoroso. Así que, ya en ésas...
¿Qué vamos a hacerle? A las cuentas de la muerte, querid@s prójim@s: Yo personalmente, A.G.C., servidor de ustedes, me quedo con vosotros, preso en la tumba que me habéis venido preparando, a que me conozcáis todo lo que queráis, hasta el fin de los astros y los tiempos. Pero yo de verdad... ahí os dejo y respiro libre de vosotros y mí mismo. Y siento de veras, prójim@s querid@s, no seguir dándoos el regalo de mi desconocimiento, de mi amor. Pero, como os habéis empeñado en que yo sea A.G.C. y no otro, en que sea mortal, pues ahí os dejo con el muñeco de mi firma.