8. LAS TEORÍAS COMO ESTRUCTURAS. 1: LOS PARADIGMAS DE KUHN

LAS TEORÍAS COMO ESTRUCTURAS

El bosquejo de la Revolución Copernicana dibujado en los capítulos anteriores sugiere que las concepciones de la ciencia inductivista y falsacionista están demasiado dispersas en pedazos. Al concentrarse en la relación entre las teorías y los enunciados observacionales individuales, parece ser que fallan a la hora de aprehender la complejidad del modo de desarrollo de las teorías importantes. Se ha generalizado, desde los años sesenta de este siglo, la conclusión resultante de que una concepción más adecuada de la ciencia debe originarse en la comprensión del entramado teórico en el que tiene lugar la actividad científica. Los tres capítulos siguientes se ocupan de tres concepciones importantes de la ciencia que han nacido a partir de esta idea. (En el capítulo 13 tendremos razón en cuestionar si ha ido demasiado lejos el punto de vista de la ciencia que se puede denominar «dominado por la teoría»).

Una razón por la que es necesario considerar las teorías como estructuras procede de la historia de la ciencia. El estudio histórico revela que la evolución y el progreso de las ciencias principales muestran una estructura que no capta ni la concepción inductivista ni la falsacionista. La Revolución Copernicana nos ha proporcionado ya un ejemplo. Resalta esta idea si se reflexiona sobre el hecho de que la física permaneció dentro del sistema newtoniano durante unos cuantos siglos después de Newton, hasta que el sistema fue desafiado por la relatividad y la teoría cuántica a principio de este siglo. Sin embargo, el argumento histórico no es la única razón para que algunos hayan visto la necesidad de concentrarse en los entramados teóricos. Hay otro argumento filosófico más general que está íntimamente vinculado a las maneras en que puede decirse que la observación depende de la teoría.

En el capítulo 1 se subrayó que los enunciados observacionales se deben formular en el lenguaje de alguna teoría. En consecuencia, los enunciados, y los conceptos que figuran en ellos, serán tan precisos e informativos como precisa e informativa sea la teoría en cuyo lenguaje se construyen. Por ejemplo, creo que se estará de acuerdo en que el concepto newtoniano de masa tiene un significado más preciso que el concepto de democracia. Sugiero que la razón del significado relativamente preciso del primero se debe al hecho de que el concepto desempeña un papel determinado, bien definido, en una teoría estructurada y precisa: la mecánica newtoniana. Por el contrario, las teorías en las que aparece el concepto de «democracia» son notoriamente vagas y múltiples. Si esta estrecha conexión que acabo de sugerir entre la precisión del significado de un término o enunciado en una teoría es válida, de ello se desprende directamente la necesidad de teorías coherentemente estructuradas.

Que el significado de los conceptos depende de la estructura de la teoría en la que aparecen, y que la precisión de aquéllos depende de la precisión y el grado de coherencia de ésta, es algo que puede resultar más plausible observando las limitaciones de algunas maneras alternativas en las que se puede considerar que un concepto adquiere significado. Una de estas alternativas es la tesis de que los conceptos adquieren su significado mediante una definición. Hay que rechazar las definiciones como procedimiento fundamental para establecer significados. Los conceptos sólo se pueden definir en función de otros conceptos cuyos significados están ya dados. Si los significados de estos últimos conceptos son también establecidos por definición, es evidente que se producirá una regresión infinita, a menos que se conozcan por otros medios los significados de algunos términos. Un diccionario es inútil a menos que ya se sepan los significados de muchas palabras. Newton no pudo definir la masa o la fuerza en términos de conceptos previamente existentes. Tuvo que trascender los límites del viejo sistema conceptual desarrollando uno nuevo. Una segunda alternativa es la sugerencia de que los conceptos adquieren su significado mediante la definición ostensiva. Ya vimos en el capítulo 1, en la discusión sobre el aprendizaje por un niño del significado de «manzana», que esto es difícil de sostener aun en el caso de una noción elemental como la de «manzana», y será todavía menos plausible a la hora de definir algo como «masa» en mecánica, o «campo eléctrico» en electromagnetismo.

La afirmación de que los conceptos derivan su significado, al menos en parte, del papel que desempeñan en una teoría se ve apoyada por las reflexiones históricas siguientes. En contra del mito popular, los experimentos no fueron, ni mucho menos, la clave de las innovaciones de Galileo en mecánica. Muchos de esos «experimentos» a los que se refiere cuando articula su teoría son experimentos mentales. Este hecho resulta paradójico para aquellos que piensan que las nuevas teorías se derivan como resultado del experimento, pero resulta plenamente comprensible cuando se cae en la cuenta de que sólo se puede llevar a cabo una experimentación precisa si se tiene una teoría precisa susceptible de proporcionar predicciones en la forma de enunciados observacionales precisos. Galileo, podría argumentarse, estaba efectuando una contribución importante a la construcción de una nueva mecánica, que iba a resultar capaz de soportar una experimentación detallada en una etapa posterior. No es de extrañar que sus esfuerzos implicaran experimentos mentales, analogías y metáforas ilustrativas, en vez de una experimentación detallada. Puede aducirse que la historia típica de un concepto, ya sea «elemento químico», «átomo», «el inconsciente», o cualquier otro, conlleva el surgimiento inicial del concepto como idea vaga, seguido de su aclaración gradual a medida que la teoría en la que desempeña un papel toma una forma más coherente y precisa. El surgimiento del concepto de campo eléctrico puede interpretarse de manera que sirva de apoyo a este punto de vista. Cuando Faraday, en la primera mitad del siglo XIX, introdujo por primera vez el concepto, éste era muy vago y se articuló con la ayuda de analogías mecánicas y un uso metafórico de términos tales como «tensión», «potencia» y «fuerza». El concepto de campo se fue definiendo cada vez mejor a medida que se especificaban de modo más claro las relaciones entre el campo eléctrico y otras cantidades electromagnéticas. Una vez que Maxwell hubo introducido su corriente de desplazamiento, de nuevo con la ayuda de analogías mecánicas, fue posible dar mayor coherencia a la teoría en la forma de las ecuaciones de Maxwell, que establecían claramente la interrelación existente entre todas las cantidades electromagnéticas. No pasó mucho tiempo hasta que se prescindió del éter, que había sido considerado como el espacio mecánico de los campos, quedando éstos como conceptos claramente definidos e independientes.

He intentado hacer en esta sección una exposición racional de una manera de acercarse a la ciencia por medio de sistemas teóricos en los cuales puedan tener lugar tanto el trabajo científico como la discusión. En éste y los capítulos siguientes veremos la obra de tres importantes filósofos de la ciencia que han perseguido esta idea.

INTRODUCCIÓN A THOMAS KUHN

Las concepciones inductivista y falsacionista de la ciencia fueron desafiadas de manera importante por Thomas Kuhn (1970a) en su libro The structure of scientific revolutions, publicado por primera vez en 1962 y reeditado ocho años más tarde con un apéndice esclarecedor. Desde entonces, sus ideas no han cesado de resonar en la filosofía de la ciencia. Kuhn comenzó su carrera académica como físico y luego centró su atención en la historia de la ciencia. Al hacerlo, descubrió que sus ideas preconcebidas acerca de la naturaleza de la ciencia quedaban hechas añicos. Se dio cuenta de que las concepciones tradicionales de la ciencia, ya fueran inductivistas o falsacionistas, no resistían una comparación con las pruebas históricas. Posteriormente, la teoría de la ciencia de Kuhn se desarrolló como un intento de proporcionar una teoría de la ciencia que estuviera más de acuerdo con la situación histórica tal y como él la veía. Un rasgo característico de su teoría es la importancia atribuida al carácter revolucionario del progreso científico, en el que una revolución supone el abandono de una estructura teórica y su reemplazo por otra incompatible con la anterior. Otro aspecto a destacar es el importante papel que desempeñan en la teoría de Kuhn las características sociológicas de las comunidades científicas.

Se puede resumir la imagen que tiene Kuhn de cómo progresa una ciencia mediante el siguiente esquema abierto:

preciencia - ciencia normal - crisis - revolución - nueva ciencia normal - nueva crisis

La desorganizada y diversa actividad que precede a la formación de una ciencia se estructura y dirige finalmente cuando una comunidad científica se adhiere a un solo paradigma. Un paradigma está constituido por los supuestos teóricos generales, las leyes y las técnicas para su aplicación, que adoptan los miembros de una determinada comunidad científica. Los que trabajan dentro de un paradigma, ya sea la mecánica newtoniana, la óptica ondulatoria, la química analítica o cualquier otro, practican lo que Kuhn denomina ciencia normal. La ciencia normal articulará y desarrollará el paradigma en su intento por explicar y acomodar el comportamiento de algunos aspectos importantes del mundo real, tal y como se revelan a través de los resultados de la experimentación. Al hacerlo se encontrarán inevitablemente con dificultades y tropezarán con falsaciones aparentes. Si las dificultades de este tipo se escapan de las manos, se desarrolla un estado de crisis. La crisis se resuelve cuando surge un paradigma completamente nuevo que se gana la adhesión de un número de científicos cada vez mayor, hasta que finalmente se abandona el paradigma original, acosado por los problemas. El cambio discontinuo constituye una revolución científica. El paradigma nuevo, lleno de promesas y no abrumado por dificultades en apariencia insuperables, guía entonces la actividad científica normal basta que choca con problemas serios y aparece una nueva crisis seguida de una nueva revolución.

Con este resumen como anticipo, procedamos a examinar con más detalle los diversos componentes del esquema de Kuhn.

LOS PARADIGMAS Y LA CIENCIA NORMAL

Una ciencia madura está regida por un solo paradigma [Desde que apareció The structure of scientific revolutions, Kuhn ha admitido que usó originalmente «paradigma» de diversas maneras. En el Apéndice a la segunda edición, distingue dos sentidos de la palabra, un sentido general, que él llama «matriz disciplinar», y un sentido estricto del término, que ha reemplazado por «ejemplar». Sigo usando la palabra «paradigma» en el sentido general, para referirme a lo que Kuhn llama matriz disciplinar]. El paradigma establece las normas necesarias para legitimar el trabajo dentro de la ciencia que rige. Coordina y dirige la actividad de «resolver problemas» que efectúan los científicos normales que trabajan dentro de él. La característica que distingue la ciencia de la no ciencia es, según Kuhn, la existencia de un paradigma capaz de apoyar una tradición de ciencia normal. La mecánica newtoniana, la óptica ondulatoria y el electromagnetismo constituyeron, y quizás constituyen aún, paradigmas y se califican de ciencias. Gran parte de la sociología moderna carece de un paradigma y en consecuencia no se califica de ciencia.

Como se explicará más adelante, en la naturaleza de un paradigma está el escapar a una definición precisa. No obstante, es posible describir algunos componentes típicos que constituyen un paradigma. Entre esos componentes se encontrarán las leyes explícitamente establecidas y los supuestos teóricos. Así, las leyes del movimiento de Newton forman parte del paradigma newtoniano y las ecuaciones de Maxwell forman parte del paradigma que constituye la teoría electromagnética clásica. Los paradigmas también incluirán las maneras normales de aplicar las leyes fundamentales a los diversos tipos de situaciones. Por ejemplo, el paradigma newtoniano incluirá los métodos para aplicar las leyes de Newton al movimiento planetario, a los péndulos, a los choques de las bolas de billar, etc. También se incluirán en el paradigma el instrumental y las técnicas instrumentales necesarios para hacer que las leyes del paradigma se refieran al mundo real. La aplicación en astronomía del paradigma newtoniano conlleva el uso de diversos tipos acreditados de telescopios, junto con técnicas para su utilización y diversas técnicas para corregir los datos recopilados con su ayuda. Un componente adicional de los paradigmas lo constituyen algunos principios metafísicos muy generales, que guían el trabajo dentro del paradigma. Durante todo el siglo XIX, el paradigma newtoniano estuvo regido por un principio como éste: «Todo el mundo físico se ha de explicar como un sistema mecánico que actúa bajo el influjo de diversas fuerzas de acuerdo con los dictados de las leyes del movimiento de Newton», y el programa cartesiano del siglo XVII suponía el principio: «No hay vacío y el universo físico es un gran mecanismo de relojería en el que todas las fuerzas toman la forma de impulsos». Por último, todos los paradigmas contendrán algunas prescripciones metodológicas muy generales, tales como: «Hay que intentar seriamente compaginar el paradigma con la naturaleza» o «Hay que tratar los intentos fallidos de compaginar el paradigma con la naturaleza como problemas serios».

La ciencia normal conlleva intentos detallados de articular un paradigma con el propósito de compaginarlo mejor con la naturaleza. Un paradigma siempre será lo suficientemente impreciso y abierto como para permitir que se hagan este tipo de cosas. Kuhn describe la ciencia normal como la actividad de resolver problemas gobernada por las reglas de un paradigma. Los problemas serán tanto de naturaleza teórica como experimental. Por ejemplo, dentro del paradigma newtoniano, los problemas teóricos típicos conllevan la invención de técnicas matemáticas que se ocupen del movimiento de un planeta sujeto a más de una fuerza de atracción y desarrollen supuestos adecuados para aplicar las leyes de Newton al movimiento de los fluidos. Los problemas experimentales incluían el perfeccionamiento de la precisión de las observaciones al telescopio y el desarrollo de las técnicas experimentales capaces de proporcionar mediciones fiables de la constante gravitacional. La ciencia normal debe presuponer que un paradigma proporciona los medios adecuados para resolver los problemas que en él se plantean. Se considera que un fracaso en la resolución de un problema es un fracaso del científico, más que una insuficiencia del paradigma. Los problemas que se resisten a ser solucionados son considerados como anomalías, más que falsaciones de un paradigma. Kuhn reconoce que todos los paradigmas contendrán algunas anomalías (por ejemplo, la teoría copernicana y el tamaño aparente de Venus, o el paradigma newtoniano y la órbita de Mercurio) y rechaza todas las corrientes del falsacionismo.

Un científico normal no debe criticar el paradigma en el que trabaja. Sólo de esa manera es capaz de concentrar sus esfuerzos en la detallada articulación del paradigma y efectuar el trabajo interpretativo necesario para explorar la naturaleza en profundidad. Lo que distingue a la ciencia normal, madura, de la actividad relativamente desorganizada de la preciencia inmadura es la falta de desacuerdo en lo fundamental. Según Kuhn, la preciencia se caracteriza por el total desacuerdo y el constante debate de lo fundamental, de manera que es imposible abordar el trabajo detallado, profundo. Habrá casi tantas teorías como trabajadores haya en el campo y cada teórico se verá obligado a comenzar de nuevo y a justificar su propio enfoque. Kuhn ofrece como ejemplo la óptica antes de Newton. No se llegó a un acuerdo general ni surgió una teoría detallada, generalmente aceptada, antes de que Newton propusiera y defendiera su teoría corpuscular. Los teóricos rivales del periodo precientífico no sólo discrepaban en sus supuestos teóricos, sino también en los tipos de fenómenos observacionales importantes para sus teorías. En la medida en que Kuhn reconoce el papel desempeñado por un paradigma como guía de la investigación y la interpretación de los fenómenos observables, da cabida al sentido con el que se puede decir que la observación y el experimento dependen de la teoría.

Kuhn insiste en que en un paradigma hay más de lo que se puede exponer explícitamente en forma de reglas y directrices explícitas. Invoca el análisis efectuado por Wittgenstein de la noción de «juego» para ilustrar en parte lo que quiere decir. Wittgenstein mantenía que no es posible detallar las condiciones necesarias y suficientes para que una actividad sea un juego. Cuando se intenta, se encuentra invariablemente una actividad que la definición incluye pero que no se desearía considerar como un juego, o una actividad que la definición excluye pero que se desearía considerar como un juego. Kuhn afirma que existe la misma situación con relación a los paradigmas. Si se trata de dar una descripción científica y precisa de algún paradigma en la historia de la ciencia o en la ciencia actual, siempre resulta que algún trabajo realizado dentro del paradigma va en contra de la descripción. Sin embargo, Kuhn insiste en que esta situación no hace insostenible el concepto de paradigma, del mismo modo que la situación similar respecto al «juego» no excluye el uso legítimo de ese concepto. Aunque no exista una descripción explícita y completa, los científicos traban conocimiento con un paradigma a través de su formación científica. Un aspirante a científico se pone al corriente de los métodos, las técnicas y las normas del paradigma resolviendo problemas normales, efectuando experimentos normales y, finalmente, haciendo alguna investigación bajo la supervisión de alguien que ya es un experto dentro del paradigma. El aspirante a científico no será capaz de hacer una relación explícita de los métodos y las técnicas que ha aprendido, del mismo modo que un maestro carpintero no es capaz de describir plenamente lo que hay detrás de sus técnicas. Gran parte del conocimiento del científico normal será tácito, en el sentido desarrollado por Michael Polanyi (1973).

Debido al modo en que es adiestrado, y necesita ser adiestrado si ha de trabajar de manera eficaz, un científico normal típico será inconsciente de la naturaleza precisa del paradigma en el que trabaja e incapaz de articularla. Sin embargo, de esto no se desprende que un científico no sea capaz de intentar explicitar las presuposiciones implícitas en su paradigma, si surge la necesidad. Semejante necesidad surgirá cuando un paradigma se vea amenazado por un rival. En esas circunstancias será necesario intentar detallar las leyes generales, los principios metodológicos y metafísicos, etc., implícitos en un paradigma para defenderlos de las alternativas que conlleva el nuevo paradigma que lo amenaza. La sección siguiente resume la explicación que da Kuhn de cómo puede un paradigma tropezar con problemas y ser reemplazado por un paradigma rival.

CRISIS Y REVOLUCIÓN

Los científicos normales trabajan confiadamente dentro de un área bien definida, regida por un paradigma. El paradigma les presenta un conjunto de problemas definidos, junto con unos métodos que ellos confían en que serán adecuados para su solución. Si culpan al paradigma de no haber conseguido resolver algún problema, estarán expuestos a las mismas acusaciones que el carpintero que culpa a sus instrumentos. No obstante, habrá fallos que pueden a la larga llegar a tal grado de gravedad que constituya una crisis seria para el paradigma y lleve al rechazo de éste y a su reemplazo por una alternativa incompatible.

La mera existencia dentro de un paradigma de problemas sin resolver no constituye una crisis. Kuhn reconoce que los paradigmas siempre encontrarán dificultades. Siempre habrá anomalías. Solamente en condiciones especiales, las anomalías se pueden desarrollar de tal manera que socaven la confianza en el paradigma. Se considerará que una anomalía es particularmente grave si se juzga que afecta a los propios fundamentos de un paradigma y, no obstante, resiste con vigor a los intentos de eliminarla por parte de los miembros de la comunidad científica normal. Kuhn cita como ejemplo los problemas asociados al éter y el movimiento de la tierra relativo a él en la teoría electromagnética de Maxwell, a finales del siglo XIX. Los problemas que los cometas planteaban al cosmos aristotélico ordenado y lleno de las esferas cristalinas conectadas entre si constituirían un ejemplo menos técnico. También se considera que las anomalías son serias si son importantes con relación a alguna necesidad social apremiante. Los problemas que abrumaban a la astronomía tolemaica eran apremiantes a la luz de la necesidad de la reforma del calendario en la época de Copérnico. También tendrá que ver con la seriedad de una anomalía la cantidad de tiempo que resista a los intentos de eliminarla. El número de anomalías serias es otro factor que influye en el comienzo de una crisis.

Según Kuhn, analizar las características de un periodo de crisis en la ciencia exige tanto la competencia de un psicólogo como la de un historiador. Cuando se llega a considerar que las anomalías plantean al paradigma serios problemas, comienza un periodo de «inseguridad profesional marcada». Los intentos por resolver el problema se hacen cada vez más radicales y progresivamente se van debilitando las reglas establecidas por el paradigma para solucionar problemas. Los científicos normales comienzan a entablar discusiones metafísicas y filosóficas y tratan de defender sus innovaciones, de estatus dudoso desde el punto de vista del paradigma, con argumentos filosóficos. Los científicos empiezan incluso a expresar abiertamente su descontento e intranquilidad con respecto al paradigma reinante. Kuhn (1970a, p. 84) cita la respuesta de Wolfgang Pauli a lo que éste consideró como una crisis creciente de la física hacia 1924. Un Pauli exasperado confesó a un amigo: «En este momento, la física se encuentra en un estado de terrible confusión. De cualquier modo, me resulta demasiado difícil y me gustaría haber sido actor de cine o algo por el estilo, y no haber oído hablar nunca de física». Una vez que un paradigma ha sido debilitado y socavado basta el punto de que sus defensores pierden su confianza en él, ha llegado el momento de la revolución.

La gravedad de una crisis aumenta cuando hace su aparición un paradigma rival. Según Kuhn (1970a, p. 91), «el nuevo paradigma, o un indicio suficiente para permitir una articulación posterior; surge de repente, a veces en medio de la noche, en el pensamiento de un hombre profundamente inmerso en la crisis». El paradigma nuevo será muy diferente del viejo e incompatible con él. Las diferencias radicales serán de diversos tipos.

Cada paradigma considerará que el mundo está constituido por distintos tipos de cosas. El paradigma aristotélico consideraba que el mundo estaba dividido en dos reinos distintos, la región supralunar, incorruptible e inalterable, y la región terrestre, corruptible y sometida al cambio. Los paradigmas posteriores consideraron que todo el universo estaba constituido por los mismos tipos de substancias materiales. La química anterior a Lavoisier implicaba la afirmación de que el mundo contenía una substancia denominada flogisto, que se desprende de las materias cuando arden. El nuevo paradigma de Lavoisier implicaba que no había nada semejante al flogisto, pero que sí existe un gas, el oxígeno, que desempeña un papel completamente distinto en la combustión. La teoría electromagnética de Maxwell comprendía un éter que ocupaba todo el espacio, mientras que la reformulación radical que de ella hizo Einstein eliminaba el éter.

Los paradigmas rivales considerarán que son lícitos o significativos tipos diversos de cuestiones. Las cuestiones relativas al peso del flogisto eran importantes para los teóricos del flogisto e inútiles para Lavoiser. Las cuestiones relativas a la masa de los planetas eran fundamentales para los newtonianos y heréticas para los aristotélicos. El problema de la velocidad de la Tierra con respecto al éter, que tenía un profundo significado para los físicos anteriores a Einstein, fue disipado por éste. Del mismo modo que plantean distintos tipos de cuestiones, los paradigmas conllevan normas diferentes e incompatibles. Los newtonianos admitían una inexplicada acción a distancia, mientras que los cartesianos la rechazaban por metafísica e incluso ocultista. Para Aristóteles, el movimiento sin causa era un absurdo, pero para Newton era un axioma. La transmutación de los elementos ocupa un lugar importante en la moderna física nuclear (al igual que en la alquimia medieval y en la filosofía mecanicista del siglo XVII), pero va completamente en contra de los objetivos del programa atomista de Dalton. Cierto tipo de acontecimientos descriptibles dentro de la microfísica moderna suponen una indeterminación que no tenía cabida en el programa newtoniano.

El paradigma en el que esté trabajando guiará el modo en el que el científico vea un determinado aspecto del mundo. Kuhn sostiene que, en cierto sentido, los defensores de paradigmas rivales «viven en mundos distintos». Cita como prueba el hecho de que los astrónomos occidentales observaron, registraron y analizaron por primera vez cambios en el cielo después de que se propusiera la teoría copernicana. Con anterioridad, el paradigma aristotélico había dictaminado que no podía haber cambios en la región supralunar y, en consecuencia, no se observaba ningún cambio. Los cambios que se observaron se explicaron como perturbaciones en la atmósfera superior.

Kuhn vincula el cambio de la adhesión por parte de los científicos de un paradigma a otro alternativo e incompatible con un «cambio de gestalt» o una «conversión religiosa». No existe ningún argumento puramente lógico que demuestre la superioridad de un paradigma sobre otro y que, por tanto, impulse a cambiar de paradigma a un científico racional. Una razón de que no sea posible esta demostración estriba en el hecho de que en el juicio de un científico sobre los méritos de una teoría científica intervienen muchos factores. La decisión del científico dependerá de la prioridad que dé a dichos factores. Los factores incluirán cosas tales como la simplicidad, la conexión con alguna necesidad social urgente, la capacidad de resolver algún determinado tipo de problema, etc. Así, por ejemplo, un científico podrá sentirse atraído por la teoría copernicana debido a la simplicidad de algunas de sus características matemáticas. Otro podrá sentirse atraído porque ve en ella la posibilidad de la reforma del calendario. A un tercero le podrá haber hecho desistir de la teoría copernicana su interés por la mecánica terrestre y su conciencia de los problemas que la teoría copernicana le planteaba. Un cuarto podrá rechazar la teoría copernicana por razones religiosas.

Una segunda razón de que no exista una demostración lógicamente convincente de la superioridad de un paradigma sobre otro surge del hecho de que los partidarios de los paradigmas rivales suscribirán distintos conjuntos de normas, principios metafísicos, etc., Juzgado por sus propias normas, el paradigma A podrá ser considerado superior al paradigma B, mientras que si se utilizasen como premisas las normas del paradigma B, el juicio podrá ser el contrario. La conclusión de una argumentación es convincente solamente si se aceptan sus premisas. Los partidarios de paradigmas rivales no aceptarán las premisas de los contrarios y por lo tanto no se dejarán convencer necesariamente por los argumentos de los demás. Por este tipo de razón, Kuhn (1970a, pp. 93 - 4) compara a las revoluciones científicas con las revoluciones políticas. Así como «las revoluciones políticas pretenden cambiar las instituciones políticas por unos medios que las propias instituciones prohíben» y en consecuencia «falla el recurso político» así también la elección «entre paradigmas rivales resulta ser una elección entre modos incompatibles de vida comunitaria» y ningún argumento puede ser «lógica ni siquiera probabilísticamente convincente». Sin embargo, esto no quiere decir que los diversos argumentos no se encuentren entre los importantes factores que influyen en las decisiones de los científicos. En opinión de Kuhn, qué tipo de factores resultan eficaces para hacer que los científicos cambien de paradigma es algo que debe descubrir la investigación psicológica y sociológica.

Así pues, hay ciertas razones interrelacionadas para que no haya un argumento lógicamente convincente que dicte el abandono de un paradigma por parte de un científico cuando un paradigma compite con otro. No hay un criterio único por el que un científico pueda juzgar el mérito o porvenir de un paradigma y, además, los defensores de los programas rivales suscribirán distintos conjuntos de normas e incluso verán el mundo de distinta manera y lo describirán en distinto lenguaje. El propósito de los argumentos y discusiones entre defensores de paradigmas rivales debe ser persuadir y no coaccionar. Creo que lo que he resumido en este párrafo es lo que hay detrás de la afirmación kuhniana de que los paradigmas rivales son «inconmensurables».

Una revolución científica corresponde al abandono de un paradigma y a la adopción de otro nuevo, no por parte de un científico aislado sino por parte de la comunidad científica en su totalidad. A medida que se convierten más científicos, por diversas razones, al paradigma, hay un «creciente cambio en la distribución de las adhesiones profesionales». Para que la revolución tenga éxito, este cambio ha de extenderse hasta incluir a la mayoría de los miembros de la comunidad científica, quedando sólo unos cuantos disidentes, los cuales serán excluidos de la nueva comunidad científica y tal vez se refugiarán en un departamento de filosofía. De cualquier modo, finalmente se extinguirán.

LA FUNCIÓN DE LA CIENCIA NORMAL Y LAS REVOLUCIONES

Algunos aspectos de los escritos de Kuhn podrían dar la impresión de que su concepción de la naturaleza de la ciencia es puramente descriptiva, esto es, que lo único que pretende es describir las teorías científicas o paradigmas y la actividad de los científicos. Si éste fuera el caso entonces la concepción científica de Kuhn tendría poco valor como teoría de la ciencia. A menos que la concepción descriptiva de la ciencia esté configurada por alguna teoría, no se ofrece ninguna guía con respecto a los tipos de actividades y productos de actividades que se han de describir. Concretamente, seria necesario que las actividades y producciones de los científicos de a pie se documentaran con tanto detalle como los logros de un Einstein o un Galileo.

Sin embargo, constituye un error considerar que la idea que tiene Kuhn de la ciencia proviene únicamente de una descripción del trabajo de los científicos. Kuhn insiste en que su concepción constituye una teoría de la ciencia porque incluye una explicación de la función de sus diversos componentes. Según Kuhn, la ciencia normal y las revoluciones desempeñan funciones necesarias, de modo que la ciencia debe conllevar estas características o algunas otras que sirvan para efectuar las mismas funciones. Veamos cuáles son esas funciones, según Kuhn.

Los períodos de ciencia normal proporcionan la oportunidad de que los científicos desarrollen los detalles esotéricos de una teoría. Trabajando dentro de un paradigma cuyos fundamentos se dan por sentados, son capaces de efectuar el duro trabajo teórico y experimental necesario para que el paradigma se compagine con la naturaleza en un grado cada vez mayor. Gracias a su confianza en la adecuación de un paradigma, los científicos pueden dedicar sus energías a intentar resolver los detallados problemas que se les presentan dentro del paradigma en vez de enzarzarse en disputas sobre la licitud de sus supuestos y métodos fundamentales. Es necesario que la ciencia normal sea en gran medida acrítica. Si todos los científicos criticaran todo el tiempo todas las partes del marco conceptual en el que trabajan, no se llevaría a cabo ningún trabajo científico.

Si todos los científicos fueran y siguieran siendo científicos normales, una determinada ciencia se vería atrapada en un solo paradigma y nunca progresaría más allá de él. Desde un punto de vista kuhniano, esto sería un grave defecto. Un paradigma entraña un determinado marco conceptual a través del cual se ve el mundo y en el cual se le describe, y un determinado conjunto de técnicas experimentales y teóricas para hacer que el paradigma se compagine con la naturaleza. Pero no hay ninguna razón a priori para esperar que un paradigma sea perfecto o que sea el mejor de los que ya existen No hay procedimientos inductivos que permitan llegar a paradigmas perfectamente adecuados. En consecuencia, la ciencia debe tener dentro de sí la manera de pasar de un paradigma a otro mejor. Ésta es la función que cumplen las revoluciones. Todos los paradigmas serán inadecuados en alguna medida por lo que se refiere a su compaginación con la naturaleza. Cuando la falta de compaginación es seria, esto es, cuando se desarrolla una crisis, el paso revolucionario de reemplazar todo el paradigma por otro resulta esencial para el progreso efectivo de la ciencia.

La alternativa de Kuhn al progreso acumulativo, que es la característica de las concepciones inductivistas de la ciencia, es el progreso a través de las revoluciones. Según los inductivistas, el conocimiento científico aumenta continuamente a medida que se hacen observaciones más numerosas y más variadas, permitiendo que se formen nuevos conceptos, que se refinen los viejos y que se descubra entre ellos nuevas y justas relaciones. Desde el particular punto de vista de Kuhn, eso es un error, porque ignora el papel que desempeñan los paradigmas guiando la observación y la experimentación. Es precisamente porque los paradigmas tienen esa influencia omnipresente sobre la ciencia que en ellos se practica por lo que su reemplazo por otro debe ser revolucionario.

En la explicación de Kuhn se tiene en cuenta otra función que es digna de mención. Los paradigmas de Kuhn no son tan precisos como para poder ser reemplazados por un conjunto explícito de reglas, como se dijo anteriormente. Los diferentes científicos o grupos de científicos bien pueden interpretar y aplicar el paradigma de un modo algo diferente. Enfrentados a la misma situación, no todos los científicos tomarán la misma decisión ni adoptarán la misma estrategia. Eso tiene la ventaja de que se multiplicará el número de estrategias intentadas. Así, los riesgos se distribuyen por toda la comunidad científica y las probabilidades de tener éxito a largo plazo aumentan. «¿De qué otro modo», se pregunta Kuhn (1970c, p. 241), «podría el grupo en su totalidad cubrir sus apuestas?».

MÉRITOS DE LA CONCEPCIÓN DE KUHN DE LA CIENCIA

Sin duda hay algo descriptivamente correcto en la idea de Kuhn de que el trabajo científico implica resolver problemas dentro de un sistema que no se cuestiona en lo fundamental. No es probable que haga progresos importantes una disciplina en la que los fundamentos sean cuestionados continuamente, como la caracterizada por el método de Popper de «conjeturas y refutaciones», porque los principios no permanecerán indiscutibles el tiempo suficiente para que se haga el trabajo interpretativo. Está muy bien pintar una imagen heroica de Einstein en la que aparece haciendo los más importantes avances mientras que demuestra la originalidad y el coraje de desafiar algunos de los principios fundamentales de la física, pero no debiéramos perder de vista el hecho de que fueron necesarios doscientos años de esfuerzos minuciosos dentro del paradigma newtoniano y cien años de trabajo dentro de las teorías de la electricidad y el magnetismo para que se revelaran los problemas que Einstein había de reconocer y resolver con su teoría de la relatividad. Es la filosofía, y no la ciencia, la actividad que más se presta a ser caracterizada adecuadamente en términos de una crítica constante de sus fundamentos.

Si comparamos los intentos de Kuhn y de Popper por captar el sentido en el que la astrología se distingue de la ciencia, la concepción de Kuhn resulta más convincente, como ha razonado de manera concluyente Deborah Mayo (1996, capítulo 2). Desde una perspectiva popperiana, se puede diagnosticar que la astrología no es una ciencia, bien porque es infalsable, bien porque es falsable y se puede demostrar que es falsa. Lo primero no funciona, porque como señala Kuhn (1970b), incluso durante el Renacimiento, cuando se practicaba la astrología seriamente, los astrólogos hacían predicciones falsables, y de hecho fueron frecuentemente falsadas. Pero este último hecho no es suficiente para negar a la astrología la cualificación de ciencia, a menos que se haga lo mismo y por las mismas razones con la física, la química y la biología, pues, como hemos visto, todas las ciencias tienen sus dificultades en forma de observaciones o resultados experimentales problemáticos. La respuesta de Kuhn consiste en la sugerencia de que la diferencia entre la astrología y la astronomía radica en que los astrónomos están en posición de aprender de los fallos de sus predicciones y los astrólogos no. Los astrónomos pueden refinar sus instrumentos, probar en busca de perturbaciones posibles, postular la existencia de planetas no detectados, o la falta de esfericidad de la Luna, y así sucesivamente, y llevar a cabo entonces el trabajo detallado para ver si tales cambios eliminan el problema debido a una predicción no cumplida. Los astrólogos, por el contrario, no tienen el recurso de aprender de los fallos de la misma manera. Pero los «recursos» que los astrónomos tienen, y los astrólogos no, pueden ser interpretados como el paradigma compartido que mantiene la tradición de una ciencia normal. La «ciencia normal» de Kuhn sirve, por tanto para identificar un elemento crucial de la ciencia.

La parte complementaria de la concepción de Kuhn, las «revoluciones científicas», parece tener también un mérito considerable. Kuhn utilizó la noción de revolución con el fin de subrayar la naturaleza no acumulativa del avance de la ciencia. El progreso a largo plazo de la ciencia no sólo comprende la acumulación de hechos y leyes confirmados, sino que a veces implica también el abandono de un paradigma y su reemplazo por otro nuevo incompatible. Ciertamente, Kuhn no fue el primero en señalar este aspecto. Como hemos visto, el propio Popper subrayó que el progreso científico implica el abandono crítico de teorías y su reemplazo por otras alternativas. Pero, mientras que el reemplazo de una teoría por otras es para Popper simplemente la sustitución de un conjunto de afirmaciones por otro distinto, desde el punto de vista de Kuhn hay mucho más en una revolución científica. Una revolución no implica una mera modificación de las leyes generales, sino también un cambio en la manera como es percibido el mundo y un cambio en las normas en que se apoya una valoración de una teoría. Como ya vimos, la teoría aristotélica suponía un universo finito que formaba un sistema en el que cada cosa tenía su lugar y su función; un detalle importante era la distinción entre lo celestial y lo terrestre. Dentro de este esquema, un modo lícito de explicación consistía en la referencia a la función de las diversas cosas (por ejemplo, las piedras caen al suelo para alcanzar su lugar natural y restaurar el orden ideal del universo). Después de la revolución científica del siglo XVII, el universo es infinito, con cosas que interactúan mediante fuerzas regidas por leyes. Todas las explicaciones se hacen apelando a esas fuerzas y leyes. En la medida en que la evidencia empírica representó un papel en las teorías aristotélica y newtoniana, en la primera se consideraba fundamental la evidencia obtenida por medio de los sentidos sin ayuda y actuando en condiciones óptimas, mientras que en la segunda, lo fundamental era la evidencia adquirida a través de instrumentos y de la experimentación y era a menudo preferida a la proporcionada directamente por los sentidos.

Kuhn está sin duda en lo correcto, en cuanto hecho descriptivo, al reparar en que se dan las revoluciones científicas que involucran un cambio; no sólo en el cúmulo de afirmaciones que se hacen, sino en el tipo de entidades que se supone que constituyen el mundo y en las clases de pruebas y modos de explicación que se consideran apropiados. Más aún, tan pronto como se ha admitido esto, toda estimación adecuada del progreso científico debe incluir una explicación de cómo se pueden considerar progresivos los cambios hechos en el curso de la revolución. En realidad, sobre la base de la caracterización de la ciencia hecha por Kuhn, se puede presentar el problema de manera particularmente aguda. Kuhn insistió en que lo que cuenta como problema puede cambiar de un paradigma a otro, y que también las normas a las que se recurre para juzgar la adecuación de las soluciones propuestas varían de un paradigma a otro. Pero si es así que las normas varían de un paradigma a otro, ¿a qué normas se puede apelar para juzgar que un paradigma es mejor que otros y si representa un progreso frente al paradigma que reemplaza? ¿En qué sentido se puede decir que la ciencia progresa mediante revoluciones?

AMBIVALENCIA DE KUHN ACERCA DEL PROGRESO POR MEDIO DE REVOLUCIONES

Kuhn es notoriamente ambiguo respecto de la pregunta básica que hemos hecho y que su propia obra hace destacar. Después de la publicación de The structure of scientific revolutions, Kuhn fue acusado de haber presentado un punto de vista «relativista» del progreso científico. Supongo que esto quiere decir que Kuhn propuso una concepción de progreso, según la cual la pregunta de si un paradigma es o no mejor que otro al que desafía no tiene una respuesta definitiva y neutra, Sino que depende de los valores del individuo, grupo o cultura que hace el juicio. Kuhn no se sintió, evidentemente, a gusto con la acusación e intentó distanciarse del relativismo en el Apéndice que añadió a la segunda edición de su libro. Escribió (1970a, p. 206), «las teorías científicas posteriores son mejores que las anteriores para resolver enigmas en los entornos, a menudo muy diferentes, en los que se aplican. Ésta no es la postura de un relativista, y muestra en qué sentido creo firmemente en el progreso humano». Este criterio es problemático en cuanto que el propio Kuhn subraya que lo que cuenta como enigma y su solución depende del paradigma, y también en cuanto que Kuhn, en otro lugar (1970a, p. 154), ofrece criterios diferentes, tales como «simplicidad, envergadura y compatibilidad con otras especialidades». Pero todavía más problemático es el choque entre la afirmación no relativista de progreso y los numerosos pasajes del libro de Kuhn que se leen como una defensa no explícita de la posición relativista, e incluso como una negación de que exista algún criterio racional de progreso científico.

Kuhn asemeja las revoluciones científicas a cambios de gestalt, conversiones religiosas y revoluciones políticas; utiliza estas comparaciones para acentuar la medida en que el cambio en la adhesión por parte de un científico de un paradigma a otro no sucede por un argumento racional que apele a criterios generalmente aceptados. La manera como cambia el diagrama de la p. 66, de una escalera vista desde arriba a una vista desde abajo, es un ejemplo modesto de cambio de gestalt, pero sirve para subrayar la medida en que un cambio de este tipo es la verdadera antítesis de una elección razonada, y las conversiones religiosas se consideran comúnmente como un tipo análogo de cambio. En cuanto a lo que se refiere a la analogía con las revoluciones políticas, Kuhn (1970a, pp. 93-4) insiste en que estas revoluciones «tratan de cambiar las instituciones políticas de maneras que las propias instituciones prohíben», de modo que «falla el recurso político». Análogamente, la elección «entre paradigmas en competición resulta ser una elección entre modos incompatibles de vida en comunidad, de tal manera que ningún argumento se puede imponer lógica e incluso probabilísticamente». La insistencia de Kuhn (1970a, p. 238) en que la manera como podremos descubrir la naturaleza de la ciencia es «intrínsecamente sociológica», y en que se logrará «examinando la naturaleza del grupo científico, descubriendo lo que valora, lo que tolera y lo que desprecia», también conduce al relativismo, si resulta que grupos distintos valoran, toleran y desprecian cosas diferentes. Así es, en realidad, como los proponentes de la sociología de la ciencia actualmente en boga interpretan generalmente a Kuhn, llevando sus puntos de vista hasta un relativismo explícito.

En mi opinión, la concepción del progreso científico que tiene Kuhn, tal y como aparece en la segunda edición de su libro, incluido el Apéndice, contiene dos corrientes incompatibles, una relativista y otra que no lo es. Esto abre dos posibilidades. La primera consiste en seguir el camino tomado por los sociólogos mencionados en el párrafo anterior, y adherirse a la corriente relativista del pensamiento de Kuhn y desarrollarla, lo cual, entre otras cosas, comprende llevar a cabo la investigación sociológica a la que aludía Kuhn pero que él mismo nunca hizo. La segunda alternativa consiste en dejar de lado el relativismo y reescribir Kuhn a fin de hacerlo compatible con un cierto sentido de progreso de la ciencia que permita dar este paso. Esta alternativa necesitará una respuesta a la pregunta por el sentido según el cual se puede decir que un paradigma representa un progreso respecto del que reemplaza. Espero que quede claro al final de este libro qué opción considero que es la más fructífera.

EL CONOCIMIENTO OBJETIVO

«La transición entre paradigmas contendientes… debe ocurrir de una vez (aunque no necesariamente en un instante) o no ocurrir». No soy el único que ha encontrado misteriosa esta frase de Kuhn (1970a, p. 150). ¿Cómo puede cambiar un paradigma de una vez, pero no necesariamente en un instante? No creo que sea difícil descubrir el origen de la confusión que se encierra en la problemática frase. Por una parte, Kuhn es consciente de que una revolución científica se extiende sobre un periodo de tiempo considerable y comprende mucho trabajo teórico y experimental. El propio estudio clásico de Kuhn sobre la Revolución Copernicana (1959) documenta los siglos de trabajo que involucra. Por otra parte, las comparaciones que hace Kuhn entre los cambios de paradigma y los cambios de gestalt o las conversiones religiosas dan inmediatamente sentido a la idea de que el cambio sucede «de una vez». Sugiero que Kuhn está, de hecho, confundiendo aquí dos tipos de conocimiento, y es importante y provechoso esclarecer la distinción.

Cuando digo «conozco la fecha en que escribí este párrafo particular y tú no», me estoy refiriendo a un conocimiento que me es familiar y que reside en mi mente o cerebro, pero que no te es familiar y que está ausente de tu mente o cerebro. Conozco la primera ley del movimiento de Newton, pero no sé cómo clasificar biológicamente un cangrejo de río. Ésta también es una cuestión sobre lo que reside en mi mente o cerebro. Las afirmaciones de que Maxwell desconocía que su teoría electromagnética predecía las ondas de radio y de que Einstein conocía los resultados del experimento de Michelson-Morley encierran el mismo uso de «conocer» en el sentido de «ser consciente de». El conocimiento es un estado de la mente. En estrecha conexión con este uso, en el sentido de que tiene también que ver con los estados mentales de los individuos, está el tema de si un individuo acepta y cree, o no acepta y no cree, una afirmación o conjuntos de afirmaciones y hasta qué punto es así. Yo creo que Galileo explicó de manera convincente la validez del uso de su telescopio, pero no Feyerabend. Ludwig Boltzmann aceptó la teoría cinética de los gases y su compatriota Ernst Mach no. Todas estas maneras de hablar sobre el conocimiento y afirmaciones correspondientes a él lo son acerca de estados mentales o actitudes de individuos. Es una manera perfectamente lícita de hablar. A falta de otro término mejor, llamaré a esto a lo que me he referido conocimiento en sentido subjetivo, para distinguirlo de un uso diferente al que llamaré conocimiento en sentido objetivo.

La frase «mi gato vive en una casa que no habitan animales» tiene la propiedad de ser contradictoria, mientras que las frases «tengo un gato» y «hoy murió un conejillo de Indias» tienen la propiedad de ser consecuencia del enunciado «hoy mi gato mató el conejillo de Indias de alguien». En estos ejemplos es obvio el hecho de que las frases tienen el sentido que les atribuyo, en cierto sentido común, pero no tiene por qué ser así. Por ejemplo, un abogado en un juicio por asesinato podría descubrir, después de un análisis muy laborioso, el hecho de que un informe de un testigo tiene consecuencias que contradicen las de un segundo testigo. Si es realmente así, entonces el caso es si los testigos en cuestión eran o no conscientes de ello, o si lo creían o no. Más aún, si el abogado no hubiera desvelado la inconsistencia, podría haber quedado sin descubrir, de modo que nadie habría llegado a ser consciente de ella. Sin embargo, permanecería el hecho de que los testimonios eran inconsistentes. Las proposiciones pueden tener propiedades distintas de aquéllas de las que los individuos pudieran ser conscientes. Tienen propiedades objetivas.

Ya nos encontramos, en el capítulo 1, una instancia de distinción entre conocimiento subjetivo y conocimiento objetivo. Tracé la distinción entre las experiencias perceptuales de los individuos y lo que ellos pudieran tener por consecuencia de ellas, por una parte, y los enunciados observacionales que pudieran dar en su apoyo, por otra. Señalé que estos últimos son comprobables públicamente y debatibles de una manera que los primeros no son.

El laberinto de proposiciones implicados en un conjunto de conocimientos tendrá, de manera similar, propiedades de las que no tienen por qué ser conscientes los individuos que trabajan en él. La estructura teórica que es la física moderna es tan compleja que no puede ser identificada con las creencias de un físico determinado o de un grupo de físicos. Muchos científicos contribuyen de forma separada y con sus habilidades individuales al crecimiento y la articulación de la física, del mismo modo que muchos trabajadores combinan sus esfuerzos en la construcción de una catedral. Y con la misma felicidad con que un alegre escalador de torres puede estar benditamente inconsciente de las implicaciones de un ominoso descubrimiento hecho por trabajadores de una excavación vecina a la cimentación de la torre, así también, un teorizador eminente podría no ser consciente de la importancia de algún hallazgo experimental para la teoría en la que trabaja. En ambos casos existe una relación subjetiva entre partes de la estructura, independientemente de que los individuos sean o no conscientes de esa relación.

Es fácil encontrar ejemplos de la ciencia que ilustran este punto. Sucede frecuentemente que un trabajo subsiguiente descubre consecuencias inesperadas de una teoría, tales como una predicción experimental o un choque con otra teoría. Así, Poisson pudo descubrir y demostrar que la teoría de la luz de Fresnel tenía como consecuencia que un punto brillante debería ser visible en el centro del lado en sombra de un disco opaco convenientemente iluminado, consecuencia de la que Fresnel no había sido consciente. Se descubrieron varios conflictos entre la teoría de Fresnel y la teoría corpuscular de la luz de Newton, a la que desafiaba. Por ejemplo, la primera predecía que la luz viajaría más rápido en el aire que en el agua, mientras que la última predecía lo opuesto.

He ilustrado el sentido en el que se puede interpretar el conocimiento como objetivo al hablar de las propiedades objetivas de los enunciados, en especial los que contienen afirmaciones teóricas y observacionales. Pero no son éstos los únicos que son objetivos. Montajes y procedimientos experimentales, reglas metodológicas y sistemas matemáticos son también objetivos, en el sentido de que son diferentes de la clase de cosas que residen en las mentes individuales. Pueden ser identificados y utilizados, modificados y criticados por individuos. Un científico particular se encontrará frente a una situación objetiva —un conjunto de teorías, resultados experimentales, instrumentos y técnicas, maneras de argumentar y cosas similares— y son éstas las cosas que el científico utilizará en su intento por modificar y mejorar la situación.

No pretendo que el uso que hago del término «objetivo» sea valorativo. Teorías inconsistentes o que explican poco podrían ser objetivas según este uso. De hecho, tales teorías poseerán objetivamente las propiedades de ser inconsistentes o explicar poco. Si bien mi uso del término «objetivo» se deriva del de Karl Popper y lo sigue estrechamente (ver en especial su texto de 1979, capítulos 3 y 4), no deseo seguirle en cuanto a verme involucrado en la espinosa cuestión del sentido preciso en que existen estas propiedades objetivas. Los enunciados no tienen propiedades en el sentido en que las tienen los objetos físicos, y es un asunto filosóficamente delicado el determinar el modo de existencia de tales objetos lingüísticos, igual que otras construcciones sociales tales como las reglas metodológicas y los sistemas matemáticos. Me conformo con explicar mi posición al nivel del sentido común, usando los tipos de ejemplo que he usado. Es suficiente para mi propósito.

Una gran parte del discurso de Kuhn sobre los paradigmas encaja el lado objetivo de la dicotomía que he introducido. Así lo indican sus palabras sobre la tradición de resolver problemas dentro de un paradigma y las anomalías que éste confronta, y también la manera como los paradigmas difieren en cuanto que comprenden diferentes normas y distintos supuestos metafísicos. Una vez aceptada esta manera de hablar, tiene bastante sentido, en términos de Kuhn, formular nuestra pregunta básica referente al sentido en el que se puede decir de un paradigma en particular que es un avance respecto de su rival. Es ésta una pregunta acerca de la relación objetiva entre paradigmas.

Sin embargo, en el libro de Kuhn se da otro modo de hablar, que se sitúa en el lado subjetivo de mi dicotomía y que está en su discurso sobre cambios de gestalt y cosas similares. Al hablar del cambio de un paradigma a otro en términos de cambio de gestalt, como hace Kuhn, da la impresión de que no pueden ser comparados los puntos de vista a cada lado del cambio. El cambio de un paradigma a otro se identifica con el cambio que tiene lugar dentro de la mente o el cerebro del científico cuando cambia su adhesión de uno a otro. Es esta identificación lo que conduce a la confusión que encierra la frase de Kuhn citada al comienzo de esta sección. Si nuestro interés es, como parece ser el de Kuhn, la naturaleza de la ciencia y el sentido en el que se puede decir que ésta progresa, mi sugerencia es que se elimine de la concepción de Kuhn toda esa charla de cambios de gestalt y conversiones religiosas y nos limitemos a una caracterización objetiva de los paradigmas y a la relación entre ellos. Kuhn hace precisamente esto la mayor parte del tiempo, y sus estudios históricos son una mina de material importante de ayuda para una elucidación de la naturaleza de la ciencia.

La manera en que se podría decir que un paradigma existente en la historia es mejor que el rival al que reemplaza es una cuestión distinta de los modos en los que, o las razones por las que, los científicos individuales cambian su adhesión de un paradigma a otro, o se ponen a trabajar en uno u otro. Una cosa es el hecho de que los científicos individuales hacen juicios y toman decisiones en su trabajo científico por una variedad de razones, a menudo bajo la influencia de factores subjetivos; otra distinta es que la relación entre un paradigma y otro se perciba con la máxima claridad aprovechando una visión posterior. Si se ha de identificar un sentido distinto según el cual la ciencia progresa, el segundo tipo de consideración es el que proporcionará la respuesta. Ésta es la razón por la que me siento insatisfecho con el intento de Kuhn, en su texto de 1977 (capítulo 13), de combatir la acusación de relativismo centrándose en «juicio de valor y elección de teoría».

LECTURAS COMPLEMFNTARIAS

La obra clave de Kuhn es, por supuesto, The Structure of Scientific Revolutions (1970a). En «Logic of Discovery or Psychology of Research» (1970b), Kuhn trata la relación entre sus puntos de vista y los de Popper; responde a algunos de sus críticos en «Reflections on My Critics» (1970c). El texto de Kuhn de 1977 es una valiosa colección de ensayos suyos. Hoyningen-Huens (1993) es una discusión minuciosa de la filosofía de la ciencia de Kuhn y contiene una biografía detallada de su obra. Lakatos y Musgrave (1970) contiene correspondencia entre Kuhn y sus críticos. Acerca de la apropiación de las ideas de Kuhn por parte de los sociólogos véase por ejemplo Bloor (1971) y Barnes (1982). Para un recuento de la construcción de significado en ciencia que ejemplifica la posición esbozada en la primera sección de este capítulo ver Nersessian (1984).