15. REALISMO Y ANTIRREALISMO

INTRODUCCIÓN

Una presunción natural que se hace acerca del conocimiento científico es que dice mucho más sobre la naturaleza del mundo de lo que aparece en la superficie. Nos habla de electrones y de moléculas de ADN, de la curvatura de la luz en campos gravitacionales, y hasta de las condiciones dominantes en el mundo mucho antes de que existieran seres humanos para observarlo. La ciencia no sólo tiene como objetivo proporcionarnos el conocimiento de cosas de ese tipo, sino que en general ha tenido éxito. La ciencia describe el mundo observable y también el que está detrás de las apariencias. Éste es un enunciado tosco de realismo respecto de la ciencia.

¿Por qué habría de haber alguien que negara el realismo? Ciertamente, muchos filósofos de la ciencia contemporáneos lo hacen. Una fuente de dudas del realismo es la medida en que afirmaciones acerca del mundo inobservable tienen que ser hipotéticas, por cuanto trascienden lo que puede ser firmemente establecido sobre la base de la observación. Parecería que el realismo en la ciencia es demasiado temerario, puesto que afirma más de lo que puede defenderse razonablemente. La reflexión histórica puede reforzar estas dudas. Muchas teorías del pasado que hicieron afirmaciones acerca de entidades inobservables resultaron ser en efecto temerarias en este aspecto, puesto que han sido desechadas. Ejemplo de esto son la teoría corpuscular de la luz, de Newton y la teoría calórica antigua; también la teoría electromagnética de Maxwell, en cuanto que suponía que los campos eléctrico y magnético eran estados de un éter material. El antirrealista puede hacer notar que las partes teóricas han sido desechadas y que sólo se mantienen las partes basadas en la observación. Las observaciones de Newton en relación con la aberración cromática y la interferencia, la ley de Coulomb sobre la atracción y repulsión de cuerpos cargados y las leyes de Faraday sobre la inducción electromagnética han sido incorporadas a la ciencia moderna. La parte duradera de la ciencia es la que se basa en la observación y en la experimentación. Los teorías son un mero andamiaje del que se puede prescindir cuando deja de ser útil. Ésta es la posición típica antirrealista.

Así pues, la posición realista responde a una actitud irreflexiva, de la mayoría de los científicos y de los no científicos. Los realistas preguntarían: «¿cómo podrían haber tenido tanto éxito teorías científicas que comprenden entidades inobservables como electrones y campos electromagnéticos si no describieran correctamente el reino de lo inobservable, al menos aproximadamente?». El antirrealista, en respuesta, subraya la inconclusión de las pruebas en favor de la parte teórica de la ciencia y señala que, al igual que las teorías del pasado tuvieron éxito a pesar de que no eran descripciones correctas de la realidad, es razonable suponer lo mismo acerca de las contemporáneas. En este capítulo exploramos este debate.

ANTIRREALISMO GLOBAL: LENGUAJE, VERDAD Y REALIDAD

No creo que tenga utilidad una forma que toma frecuentemente el debate realismo-antirrealismo en la literatura contemporánea. En todo caso, es un debate distinto del que yo y muchos otros deseamos hacer. Los lectores a quienes no impresionen los términos generales y abstractos de esta discusión pueden saltarse esta sección sin problemas. Lo que llamaré antirrealismo global suscita la cuestión de cómo un lenguaje de cualquier tipo, incluido el lenguaje científico, puede entrar en contacto con el mundo, o acoplarse con él. Sus defensores observan que no tenemos modo alguno de enfrentarnos con la realidad y leer datos acerca de ella, ni mediante la observación ni de ninguna otra manera. Podemos ver el mundo sólo desde nuestras perspectivas humanamente generadas y describirlo en el lenguaje de nuestras teorías. Estamos por siempre atrapados en nuestro lenguaje y no podemos salirnos de él para describir la realidad «directamente» de un modo independiente de nuestras teorías. El antirrealismo global niega que tengamos algún acceso a la realidad, y no sólo dentro de la ciencia.

Dudo que algún filósofo contemporáneo serio sostenga que podamos enfrentarnos con la realidad y leer directamente datos acerca de ella. Recuerdo al lector que en este libro dejamos atrás una idea así hacia el capítulo 2. En este sentido somos todos antirrealistas, pero esto no es decir mucho, pues es una tesis muy débil. Se hace más fuerte cuando se pretende que esta falta de acceso a la realidad tenga consecuencias y justifique una actitud escéptica frente a la ciencia y frente al conocimiento en general. La idea parece ser que ningún conocimiento puede gozar de una posición privilegiada como representación del mundo porque carecemos del acceso a él que pudiera servir para justificarla. Este paso es arbitrario. Si bien es cierto que no podemos describir el mundo sin utilizar algún tipo de armazón conceptual, podemos sin embargo comprobar la adecuación de estas descripciones mediante la interacción con él. Descubrimos el mundo no sólo observándolo y describiéndolo, sino también mediante la interacción con él. Como se discutió en el capítulo 1, una cosa es la elaboración de afirmaciones formuladas necesariamente mediante el lenguaje, y otra su verdad o falsedad. Se supone a menudo que la noción de verdad tiene un importante papel en los debates sobre el realismo, así que parece pertinente una discusión de esta noción.

La teoría de la verdad que más satisface a las necesidades de los realistas es la llamada teoría de la verdad como correspondencia. La idea general parece bastante sencilla y puede ser ilustrada con ejemplos sacados del discurso ordinario de tal forma que parezca casi trivial. De acuerdo con la teoría de la verdad como correspondencia, una proposición es verdadera si, y sólo si, se corresponde con los hechos. La proposición «el gato está encima del felpudo» es verdadera si el gato está encima del felpudo, y falsa si no lo está. Una proposición es verdadera si las cosas son como dice la proposición que son, y falsa si no lo son.

Un problema de la idea de verdad es la facilidad con que su uso puede llevar a paradojas. La llamada paradoja del mentiroso puede servirnos de ejemplo. Si afirmo: «Nunca digo la verdad», entonces si lo que digo es verdad, lo que digo es falso. Otro ejemplo bien conocido es el siguiente: «La proposición escrita en la otra cara de esta tarjeta es verdadera», mientras que en la otra cara pone: «La proposición escrita en la otra cara de esta tarjeta es falsa». No es difícil llegar a la conclusión paradójica de que cualquiera de las dos proposiciones es a la vez verdadera y falsa.

El lógico Alfred Tarski demostró cómo se pueden evitar las paradojas en un sistema de lenguaje determinado. El paso crucial es su aseveración de que, cuando se habla de la verdad o falsedad de las proposiciones en un lenguaje, hay que distinguir cuidadosamente las proposiciones en el sistema de lenguaje del que se habla, el «lenguaje objeto», de las proposiciones en el sistema de lenguaje en el que se habla del lenguaje objeto, el «metalenguaje». Con respecto a la paradoja de la tarjeta, si adoptamos la recomendación de Tarski, debemos decidir si las proposiciones de la tarjeta pertenecen al lenguaje del que se habla o al lenguaje en el que se habla. No surge ninguna paradoja si se sigue la regla de que cada una de las proposiciones debe pertenecer al lenguaje objeto o al metalenguaje, pero no a los dos, de manera que ninguna de las dos proposiciones pueda referirse a la otra y a la vez ser objeto de referencia por parte de la otra.

Una idea clave de la teoría de Tarski de la verdad como correspondencia es, pues, que si queremos hablar de la verdad de una proposición determinada, necesitamos un lenguaje más general, un metalenguaje, en el que nos podamos referir tanto a las proposiciones del lenguaje objeto como a los hechos a los que intentan corresponder estas proposiciones del lenguaje objeto. Tarski tuvo que mostrar cómo se puede desarrollar sistemáticamente la idea de la verdad como correspondencia para todas las proposiciones del lenguaje objeto de forma que se eviten las paradojas. La razón de que esto fuera una tarea difícil técnicamente es que todo lenguaje interesante tiene un número infinito de proposiciones. Tarski logró su tarea en lenguajes con un número finito de predicados de posición única, es decir, predicados como «es blanco» o «es una mesa». Su técnica daba por supuesto lo que significa que un predicado sea satisfecho por un objeto. Los ejemplos del lenguaje cotidiano parecen triviales. El predicado «es blanco», por ejemplo, es satisfecho por x si, y sólo si, x es blanco. Partiendo de esta idea de satisfacción para todos los predicados de un lenguaje, Tarski demostró que se puede elaborar una idea de verdad para todas las proposiciones del lenguaje. (Para emplear una terminología técnica, dando por sentada la noción de satisfacción primitiva, Tarski definió la verdad de forma recursiva).

El resultado de Tarski tuvo ciertamente una gran importancia técnica para la lógica matemática. Causó un gran impacto en la teoría de modelos y tuvo también ramificaciones en la teoría de la prueba. Pero éstos son temas que van más allá del objetivo de este libro. Tarski demostró también por qué se pueden producir contradicciones cuando se analiza la verdad en los lenguajes naturales e indicó cómo se pueden evitar. Pero yo no creo que hiciera nada más que esto y parece que el propio Tarski creyó lo mismo. Para nuestro propósito, sugiero que no hay nada más en la teoría de la correspondencia de Tarski que lo que está encapsulado en la frase en apariencia trivial «la nieve es blanca» es verdadero si, y sólo si, la nieve es blanca. Es decir, Tarski demostró que la idea de verdad del sentido común puede emplearse de modo que esté libre de las paradojas que parecían amenazarla. Desde este punto de vista, una teoría científica dice verdad acerca del mundo si el mundo es de la manera que dice la teoría que es, y falso si no es así. En la medida en que nuestra discusión sobre el realismo implica una noción de verdad, ésta es la noción de verdad que emplearé.

Quienes defienden el antirrealismo global sostienen que la teoría de la verdad como correspondencia no escapa del lenguaje para describir una relación entre proposiciones y el mundo, como pretende. Si se me pregunta a qué corresponde una proposición como «el gato está encima del felpudo», a menos que me niegue a responder, deberé contestar con una proposición. Replicaré que «el gato está sobre el felpudo» se corresponde con que el gato está sobre el felpudo. Quienes apoyan la objeción que tengo en mente responderán a esto diciendo que, al dar mi respuesta, no he establecido una relación entre una proposición y el mundo, sino entre una proposición y otra. Ésta es una objeción equivocada, como puede mostrarse con una analogía. Si delante de un mapa de Australia me preguntan a qué se refiere el mapa, entonces la respuesta es «a Australia». Si me preguntan a qué se refiere el mapa, no tengo otra alternativa sino la de dar una contestación verbal. El mapa es de una gran masa de tierra llamada Australia. Ni en el caso del gato ni en el del mapa es razonable decir que la respuesta verbal me involucra en la afirmación de que, en el primer caso la proposición «el gato está encima del felpudo», y en el segundo caso el mapa, se refieren a algo verbal. (Me parece que, por ejemplo, el antíirrealismo global de Steve Woolgar (1988) encierra la confusión que he tratado de desenmarañar aquí). Para mí al menos, es perfectamente inteligible y trivialmente correcta la afirmación: «el gato está encima del felpudo» se refiere a un estado de cosas en el mundo y es verdad si el gato está encima del felpudo y falso si no lo está.

Un realista afirmará, típicamente, que la ciencia trata de tener teorías que sean verdaderas, tanto del mundo observable como del inobservable, en las que la verdad se interprete según la noción del sentido común de correspondencia con los hechos. Una teoría es verdadera si el mundo es como la teoría dice que es y falsa si no lo es. La verdad de las proposiciones puede establecerse con facilidad en el caso de gatos encima del felpudo. No es éste el caso, ni mucho menos, cuando se trata de teorías científicas. Lo repito: el tipo de realismo que pretendo explorar no implica la afirmación de que podemos enfrentarnos cara a cara con la realidad y leer cuáles hechos son verdaderos y cuáles falsos.

El debate tradicional respecto de la ciencia entre realistas y antírrealistas se refiere al tema de si las teorías científicas deberían pretender alcanzar la verdad en sentido irrestricto, o si sólo tratan de afirmar algo acerca del mundo observable. Desde los dos lados se ve que la ciencia busca la verdad en algún sentido (en el sentido que yo interpretaré como de correspondencia del tipo discutido antes). Por tanto, ninguno de los dos lados del debate apoya el antirrealismo global. Dejemos, pues, atrás el antirrealismo global y ocupémonos de asuntos serios.

ANTIRREALISMO

El antirrealista sostiene que el contenido de una teoría científica comprende solamente el conjunto de afirmaciones que pueden ser verificadas mediante la observación o la experimentación. A muchos antirrealistas se les puede llamar instrumentalistas, y así se les llama a menudo. Para ellos, las teorías no son sino instrumentos útiles que ayudan a correlacionar y predecir los resultados de la observación y de los experimentos. Verdadera o falsa no son términos que convengan a las teorías si se las interpreta apropiadamente. Henri Poincaré (1952, p. 211) ejemplificó esta posición al comparar las teorías a catálogos de bibliotecas. Los catálogos son apreciados por su utilidad, pero sería erróneo pensar de ellos en términos de verdadero o falso. Lo mismo sucede con las teorías para el instrumentalista, que exigirá que las teorías sean generales (cubran bajo su paraguas un amplio conjunto de tipos de observación) y simples, además de cumplir con el requisito principal de ser compatibles con la observación y la experimentación. Bas van Fraassen (1980) es un antirrealista contemporáneo que no es instrumentalista, en cuanto que piensa que las teorías son realmente verdaderas o falsas. Sin embargo, considera sin interés para la ciencia su verdad o falsedad. Para él, el mérito de una teoría debe juzgarse en términos de su generalidad y su simplicidad y la medida en que está soportada por la observación y conduce a nuevos tipos de observación. Van Fraassen llama «empirismo constructivo» a su posición. Un defensor del nuevo experimentalismo, que vea el desarrollo de la ciencia en términos de crecimiento controlable de los efectos científicos, y nada más, podría ser calificado de antirrealista en el sentido de mi análisis.

Una motivación subyacente al antirrealismo parece ser el deseo de restringir la ciencia a las afirmaciones que puedan ser justificadas por medios científicos, para evitar así la especulación arbitraria. Los antirrealistas pueden recurrir a la historia para justificar su afirmación de que la parte teórica de la ciencia no está establecida con seguridad. Algunas teorías del pasado no sólo han sido desechadas como falsas, sino que ya no se cree que existan algunas de las entidades postuladas por ellas. La teoría corpuscular de la luz de Newton sirvió a la ciencia durante más de cien años. Hoy se la considera falsa y no existen los corpúsculos que la óptica de Newton requería. El éter, que fue central en la óptica ondulatoria del siglo XIX y en la teoría electromagnética, ha sido igualmente descartado, y una idea clave en la teoría de Maxwell, la de que la carga eléctrica no es sino una discontinuidad en una deformación del éter, es considerada errónea hoy. Sin embargo, el antirrealista insistirá en que, a pesar de que estas teorías se han demostrado falsas, no se puede negar que desempeñaron un papel positivo como ayuda para ordenar, e incluso descubrir, fenómenos observables. Después de todo, fueron las especulaciones de Maxwell sobre el magnetismo representando estados del éter lo que le condujo a la teoría electromagnética de la luz y llevaría en su momento al descubrimiento de las ondas de radio. En vista de esto, parece plausible evaluar las teorías únicamente en términos de su capacidad de ordenar y predecir fenómenos observables. Las propias teorías pueden ser desechadas tan pronto como han dejado de ser útiles mientras que pueden mantenerse los descubrimientos experimentales que han propiciado. Igual que fueron descartadas las teorías pasadas y las entidades inobservables que utilizaron, así se puede esperar que ocurrirá con las actuales. Son simplemente el andamiaje que sirve para erigir la estructura de conocimiento observacional y experimental y pueden desecharse cuando han cumplido con su trabajo.

ALGUNAS OBJECIONES TÍPICAS Y LA RESPUESTA ANTIRREALISTA

El antirrealista presupone que existe una distinción entre el conocimiento a nivel observacional, establecido con seguridad, y el conocimiento teórico, que no puede establecerse con seguridad y se considera a lo sumo como una ayuda heurística. El análisis que se hizo en los primeros capítulos de este libro acerca de la dependencia de la teoría y la falibilidad de la observación y el experimento presenta problemas desde este punto de vista, al menos en la superficie. Si los enunciados observacionales y los resultados experimentales son aceptables en la medida de que puedan resistir pruebas, pero están sujetos a ser reemplazados en el futuro a la luz de nuevas pruebas más sutiles, entonces se abre el camino para que el realista trate las teorías de exactamente la misma manera, y niegue que haya una distinción fundamental o nítida entre el conocimiento observacional y el teórico, distinción sobre la que el antirrealista basa su posición.

Nos ocuparemos de este tema al nivel de la experimentación y no al de la mera observación. Aquí, el antirrealista no necesita negar que la teoría desempeña un papel en el descubrimiento de nuevos efectos experimentales. Puede subrayar, no obstante, como hice yo en el capítulo sobre el nuevo experimentalismo, que los nuevos efectos experimentales pueden ser valorados y manipulados de una forma independiente de la teoría y que este conocimiento experimental no se pierde cuando se da un cambio radical de teoría. Di como ejemplos el descubrimiento de Faraday del motor eléctrico y la producción por Hertz de ondas de radio. Casos como éstos pueden presentarse de manera que sirvan de crédito a la posición antirrealista. Es discutible, sin embargo, que de este modo puedan interpretarse como independientes de la teoría todos los resultados experimentales, tal y como figuran en la ciencia. Intentaré que el problema cristalice invocando de nuevo mi relato acerca del uso del microscopio electrónico para investigar dislocaciones en cristales. Algunos aspectos de los primeros trabajos podrían ayudar al antirrealista. La validez de las observaciones de dislocaciones fue establecida mediante varias manipulaciones y verificaciones que no confiaban en el recurso a una teoría detallada del microscopio electrónico y de la interacción de los rayos de electrones con los cristales. Sin embargo, a medida que el trabajo se iba haciendo más sofisticado, las interpretaciones de las imágenes observables podían lograrse y fundamentarse por un acuerdo entre los detalles finos y las predicciones de la teoría. No hay duda de que el conocimiento de las dislocaciones ha sido de una importancia práctica inmensa para comprender la resistencia de los materiales y otras muchas propiedades de los sólidos. La tarea de un antirrealista consistiría en mostrar cómo la parte experimentalmente útil de ese conocimiento es formulada y justificada de un modo independiente de la teoría. No intentaré resolver aquí este asunto, pero sí creo que el conocimiento sobre dislocaciones en cristales constituiría un caso muy interesante e informativo.

Otra objeción típica que se le hace al antirrealismo se refiere al éxito de las teorías en sus predicciones. La objeción pregunta cómo podrían las teorías tener éxito en sus predicciones si no fueran verdaderas, al menos aproximadamente. Este argumento parece tener fuerza particular en aquellos casos en los que una teoría conduce al descubrimiento de un nuevo tipo de fenómenos. ¿Cómo podría ser considerada la teoría general de la relatividad como un simple aparato de cálculo habiendo predicho con éxito la curvatura de los rayos de luz por el Sol? ¿Cómo podría sostenerse seriamente que las estructuras atribuidas a las moléculas orgánicas son meros instrumentos, cuando ahora pueden ser observadas «directamente» con microscopios electrónicos?

Los antirrealistas responderían como sigue. Ciertamente estarían de acuerdo en que las teorías pueden conducir al descubrimiento de nuevos fenómenos, pues éste es, en realidad, uno de los desiderata que esperan ellos mismos de una buena teoría. (Recuérdese que no forma parte de la posición antirrealista el que no baya lugar para la teoría en la ciencia. Es el estatus de la teoría lo que está en cuestión). Sin embargo, el hecho de que una teoría sea productiva no es índice de que sea verdadera, como lo prueba el que teorías del pasado hayan sido exitosas en este respecto sin que se puedan considerar verdaderas desde un punto de vista moderno. La teoría de Fresnel de la luz como ondas en un éter elástico predijo el punto brillante descubierto por Arago y las especulaciones de Maxwell sobre el desplazamiento del éter condujeron a la predicción de las ondas de radio. El realista considera falsa la teoría de Newton a la luz de la teoría de Einstein y de la mecánica cuántica. Y, sin embargo, la teoría de Newton tuvo más de dos siglos de predicciones con éxito antes de ser refutada. ¿No obliga, pues, la historia al realista a admitir que el éxito en las predicciones no es necesariamente índice de verdad?

Dos episodios históricos importantes han sido utilizados en los intentos por desacreditar el antirrealismo. El primero concierne a la revolución copernicana. Como vimos, Copérnico y sus seguidores tropezaron con problemas al defender su afirmación de que la Tierra se mueve. Una respuesta a estos problemas consistía en adoptar una postura antirrealista con respecto a la teoría, negar que hubiera que tomarla literalmente como descripción de los movimientos verdaderos, y exigir simplemente que fuera compatible con las observaciones astronómicas. Una expresión clara de esta opinión fue formulada por Osiander. En el prefacio a la principal obra de Copérnico, De las revoluciones de los cuerpos celestes, escribió:

... constituye el deber de un astrónomo componer la historia de los movimientos celestes a través de una observación cuidadosa y hábil. Luego, pasando a las causas de estos movimientos o a las hipótesis acerca de ellos, debe concebir e idear, ya que en modo alguno puede llegar a las causas verdaderas, hipótesis que, al ser asumidas, permitan calcular correctamente los movimientos a partir de los principios de la geometría, tanto para el futuro como para el pasado. El autor [Copérnico] ha cumplido estos dos deberes de manera excelente, ya que estas hipótesis no necesitan ser verdaderas ni siquiera probables; es suficiente que proporcionen un cálculo coherente con las observaciones. (Rosen, 1962, p. 125).

Al adoptar esta postura, Osiander y quienes pensaban de manera similar a él se liberaron de la necesidad de encarar las dificultades planteadas por la teoría copernicana, en especial las que tenían su origen en la afirmación de que la tierra se mueve. Sin embargo, los realistas como Copérnico y Galileo se vieron obligados a enfrentarías y a tratar de solucionarías. Esto condujo, en el caso de Galileo, a avances importantes en mecánica. La moraleja que el realista quiere sacar de esto es que el antirrealismo no es productivo, puesto que barre bajo la alfombra las preguntas difíciles que requieren una solución desde el punto de vista realista.

El antirrealista puede responder que este ejemplo es una caricatura de su posición. Entre las exigencias que un antirrealista hace a las teorías está su insistencia en que las teorías sean generales y unificadas, que abarquen un amplio conjunto de fenómenos. Desde esta perspectiva, el antirrealista debe tratar de recoger la astronomía y la mecánica bajo un solo esquema teórico, y estaría igual de motivado que el realista para abordar los problemas mecánicos asociados con la teoría copernicana. Es irónico, en relación con esto, que el prominente antirrealista Pierre Duhem (1969), en su libro To save the phenomena, escogiera la revolución copernicana en apoyo de sus opiniones.

El segundo ejemplo histórico invocado frecuentemente se refiere a la justificación de la teoría atómica a comienzos del siglo XX. En las décadas finales del siglo XIX, Duhem, junto con otros antirrealistas notables, como Ernst Mach y Wilhelm Ostwald, rehusaron aceptar literalmente la teoría atómica. Pensaban que los átomos inobservables, o bien no tienen un lugar en la ciencia, o deberían ser tratados meramente como ficciones útiles. Los realistas toman la justificación de la teoría atómica, a satisfacción de la gran mayoría de los científicos (incluidos Mach y Ostwald, aunque no Duhem) ya en 1910, como una demostración de la falsedad y la esterilidad del antirrealismo. Los antirrealistas cuentan, de nuevo, con una respuesta. Exigen que sólo debiera tratarse como aspirante a verdad o falsedad aquella parte de la ciencia que es susceptible de confirmación por la observación y la experimentación. Sin embargo, deben reconocer que el número de afirmaciones susceptibles de ser confirmadas experimentalmente se extiende a medida que la ciencia progresa y se idean más instrumentos de investigación y técnicas experimentales, de modo que el antirrealista no tiene ningún problema en admitir que la teoría atómica no fue establecida en el siglo XIX, sino en el XX. Esta actitud fue hecha bastante explícita por Ostwald, por ejemplo.

Después de este paseo por el antirrealismo y de haber mostrado que puede ser defendido de algunas de las objeciones que se le hacen, echaremos una mirada ahora a la situación al otro lado de la valla.

REALISMO CIENTÍFICO Y REALISMO CONJETURAL

Comenzaré por dar una versión muy fuerte del realismo, aquélla a la que algunos han dado el nombre de «realismo científico». Según el realismo científico, la ciencia persigue alcanzar enunciados verdaderos acerca de lo que hay en el mundo y cómo se comporta éste, a todos sus niveles y no sólo al nivel de la observación. Más aún, se asevera que la ciencia ha hecho progresos hacia ese fin por cuanto ha llegado a teorías que son, al menos aproximadamente, ciertas, y descubierto al menos algo de lo que hay. Así, por ejemplo, la ciencia ha descubierto que existen cosas tales como los electrones y los agujeros negros y que, aunque algunas teorías anteriores acerca de estas entidades han sido mejoradas, estas teorías eran aproximadamente verdaderas, como se puede demostrar al derivarlas como aproximaciones a las teorías actuales. No podemos saber si las teorías actuales son ciertas, pero son más ciertas que las anteriores, y mantendrán al menos una verdad aproximada cuando sean reemplazadas en el futuro por otras más precisas. El científico realista pone estas afirmaciones a la par con las propias afirmaciones científicas. Se asegura que el realismo científico es la explicación mejor del éxito de la ciencia y que se puede probar con el trasfondo de la historia de la ciencia y de la ciencia contemporánea de la misma forma que se prueban las teorías científicas frente al mundo. La pretensión de que se puede comprobar el realismo en la historia de la ciencia es la razón que le hace merecer el calificativo de «científico» a este realismo. Richard Boyd (1984) ha presentado una exposición clara del realismo científico del tipo que he resumido aquí.

Un problema clave en esta versión fuerte del realismo se origina en la historia de la ciencia y en la medida en que esta historia revela que la ciencia es falible y revisable. La historia de la óptica proporciona el ejemplo más sólido. La óptica ha sufrido modificaciones fundamentales en los tiempos modernos en su progreso desde la teoría corpuscular de Newton. Para Newton, la luz consistía en rayos de corpúsculos materiales. La teoría de Fresnel, que la substituyó, interpretaba la luz como una onda transversal en un éter elástico omnipresente. La teoría electromagnética de la luz de Maxwell reinterpretó estas ondas de manera que implicaban campos eléctricos y magnéticos fluctuantes, si bien mantuvo la idea de que los campos eran estados del éter. El éter fue eliminado a principios del siglo XX, quedando los campos como entidades por derecho propio. Pronto se hizo necesario complementar el carácter de onda de la luz con su aspecto de partícula introduciendo los fotones. Supongo que tanto realistas como antirrealistas consideran que esta serie de teorías han significado un progreso de comienzo a fin. ¿Pero cómo se puede reconciliar este progreso con la severidad del realista científico? ¿Cómo se puede interpretar que estas teorías se dirigen siempre hacia una representación cada vez más aproximada de lo que hay en el mundo, cuando lo que es evidente es su drástica fluctuación? Primero se caracteriza la luz en términos de partículas, después de ondas en un medio elástico, después como campos fluctuantes en sí mismos y después como fotones.

Ciertamente, otros ejemplos parecen encajar mejor en la imagen realista. La historia del electrón es uno de estos casos. Al ser descubierto por primera vez en forma de rayos catódicos a finales del siglo XIX, se le interpretó como una partícula diminuta de masa pequeña y con carga eléctrica. Bohr tuvo que modificar esta imagen en su versión primera de la teoría cuántica del átomo, según la cual los electrones giraban en órbitas alrededor de un núcleo central positivo, pero sin emitir radiación alguna, como cabría esperar de partículas cargadas en movimiento circular. Hoy son vistos como entidades cuánticas con spin mitad de un entero, que pueden comportarse como ondas bajo circunstancias apropiadas y obedecen la estadística de Dirac-Fermi en vez de la clásica. Es razonable suponer que a lo largo de esta historia se habla de los mismos electrones y se experimenta con los mismos electrones, sólo que hemos mejorado y corregido constantemente el conocimiento que tenemos de ellos, de manera que hay razones para creer que la secuencia de teorías del electrón se aproxima a la verdad. Ian Hacking (1983) ha señalado una manera como este tipo de perspectiva puede fortalecer la posición realista. Alega que los antirrealistas ponen un énfasis excesivo en lo que puede, o no puede, ser observado, y prestan muy poca atención a lo que puede manejarse prácticamente en la ciencia. Argumenta que se puede mostrar que son reales las entidades de la ciencia una vez que han sido manipuladas de modo controlado y empleadas para producir efectos en alguna otra cosa. Si se pueden producir rayos de positrones y dirigirlos contra un blanco para causar efectos de modo controlado, ¿cómo no habrían de ser reales, a pesar de que no puedan ser observados directamente? Si los puedes rociar, así dice Hacking, entonces son reales (p. 23). Si se adopta este criterio para juzgar lo que es real, mi ejemplo referente a las partículas de luz y el éter no es quizá significativo en contra del realismo, puesto que nunca se estableció que esas entidades fueran reales manejándolas prácticamente.

Algunos realistas creen que el realismo científico es demasiado fuerte y tratan de debilitarlo de diversas formas. De este tipo es el realismo defendido por Popper y sus seguidores, que puede denominarse realismo conjetural. El realista conjetural subraya la falibilidad del conocimiento y es muy consciente de que teorías del pasado, junto con sus afirmaciones acerca del tipo de entidades que existen en el mundo, han sido falsadas y reemplazadas por teorías superiores que interpretan el mundo de modo bastante diferente. No se puede saber cuáles de nuestras teorías actuales podrán sufrir un destino similar. Así que el realista conjetural no afirmará que las teorías actuales han demostrado ser aproximadamente verdaderas, ni que han identificado de manera concluyente las clases de cosas que hay en el mundo, El realista conjetural no excluirá la posibilidad de que el electrón pueda tener el mismo destino que el éter. Sin embargo, aún sostiene que el objetivo de la ciencia es descubrir la verdad acerca de lo que existe realmente y las teorías se valoran por la medida en que se puede decir que cumplen este objetivo. El realista conjetural dirá que el propio hecho de que podamos declarar falsas teorías pasadas indica que tenemos una idea clara del ideal que no han alcanzado.

Si bien el realista conjetural insistirá en que su postura es la más fructífera en ciencia, no llegará a describir su posición como científica. Los realistas científicos aseguran que su postura puede ser contrastada con la historia de la ciencia y puede explicar los éxitos de la ciencia. Esto es demasiado ambicioso para el realista conjetural. Antes de que una teoría pueda ser aceptada por la ciencia como explicación de una serie de fenómenos, es razonable que se exija que haya alguna prueba independiente para la teoría, es decir, independiente de los fenómenos a explicar. Como ha señalado John Worrall (1989b, p. 102), no es cuestión de si el realismo científico responde a esta exigencia, puesto que no se trata de que existan pruebas independientes de la historia de la ciencia que el científico realista tenga que explicar. La cuestión general es que es difícil ver cómo el realismo científico pueda ser confirmado por la evidencia histórica si se toman en serio las severas exigencias que hace la propia ciencia en cuanto a lo que cuenta como confirmación significativa. El realista conjetural ve su postura más como filosófica que como científica, a ser defendida en términos de los problemas filosóficos que puede resolver.

Un problema importante del realismo conjetural es la debilidad de sus afirmaciones. No afirma que se pueda conocer que las teorías actuales sean verdaderas o aproximadamente verdaderas, ni que la ciencia haya descubierto de forma concluyente algunas de las cosas que existen en el mundo. Dice simplemente que la ciencia se esfuerza por conseguir tales objetivos y que hay maneras de saber cuándo fracasa. El realista conjetural debe admitir que, aun cuando la ciencia lograra teorías verdaderas y representaciones ciertas de lo que hay en el mundo, no habría modo de saberlo. Se podría muy bien preguntar qué diferencia hay entre este punto de vista y el de los más sofisticados antirrealistas a la hora de comprender y valorar la ciencia actual o del pasado.

IDEALIZACIÓN

Una típica objeción al realismo, aducida, por ejemplo, por Duhem (1962, p. 175) es que la teoría no puede ser tomada por una descripción literal de la realidad porque las descripciones teóricas están idealizadas, mientras que el mundo no. Recordemos que la ciencia que aprendimos en la escuela comprendía cosas tales como planos sin rozamiento, masas concentradas en puntos, cuerdas inextensibles, cuando todos sabemos que no hay nada en el mundo que se corresponda con estas descripciones. No debiera tampoco pensarse que éstas son idealizaciones introducidas sólo en los textos elementales, y que descripciones más complicadas que representen el estado real de las cosas serán añadidas más tarde. La ciencia newtoniana hace inevitablemente aproximaciones en astronomía, por ejemplo, al tratar los planetas como masas concentradas en un punto o esferas homogéneas, y otras similares. Cuando se usa la mecánica cuántica para derivar propiedades del átomo de hidrógeno, como su espectro característico, el átomo es tratado como un electrón con carga negativa que se mueve cercano a un protón cargado positivamente y aislado de su entorno. Ningún átomo real de hidrógeno está nunca aislado de su entorno. Los ciclos de Carnot y los gases ideales son otras idealizaciones que tienen un papel crucial en la ciencia, sin que existan contrapartidas a ellos en el mundo real. Finalmente, desde una perspectiva realista, los parámetros que se adoptan para caracterizar sistemas en el mundo, tales como la posición y la velocidad de un planeta o la carga de un electrón, son tratados como indefinidamente precisos al ser manejados en ecuaciones matemáticas exactas, cuando las mediciones experimentales van siempre acompañadas de un cierto margen de error, de modo que una cantidad medida se denota como x ± dx donde dx representa el margen de error. La idea general es, pues, que en varios aspectos las descripciones teóricas son idealizaciones que no se corresponden con las situaciones del mundo real.

Mi opinión es que las idealizaciones en ciencia no plantean al realismo las dificultades que a menudo se piensa. En cuanto a la indudable inexactitud de toda medición experimental, no se sigue de ella que las cantidades medidas no tengan valores precisos. Yo argüiría, por ejemplo, que tenemos fuertes pruebas en física de que la carga es absolutamente idéntica en todos los electrones, a pesar de la imprecisión de las medidas de dicha carga. Muchas propiedades microscópicas, tales como la conductividad de los metales y los espectros de los gases, dependen de que los electrones, debido a que son idénticos en el sentido fuerte, obedecen la estadística de Fermi-Dirac y no la de Boltzmann. Este ejemplo no impresionará posiblemente al antirrealista, que ve el electrón como una ficción teórica, pero, al igual que a Hacking, me parece a mí que la manipulación experimental de electrones algo muy común ahora, hace extremadamente implausible la actitud antirrealista.

La idealización aparece de manera instructiva a la luz de la discusión sobre la naturaleza de las leyes del capítulo anterior. Allí se sugería que una clase común de leyes describen los poderes, tendencias, etc. de las cosas particulares para poder actuar o comportarse de una cierta manera. Se subrayó que no debería esperarse que la secuencia observable de acontecimientos reflejaran la acción ordenada de dichos poderes y tendencias, puesto que los sistemas en que operan serán, por lo general, complejos e incluirán la operación simultánea de otros poderes y tendencias. Así, por ejemplo, por muy preciso que intentemos hacer un experimento para medir la deflexión de los rayos catódicos en un tubo de descarga, no podremos nunca eliminar completamente el electo de la atracción gravitacional sobre el electrón debida a las masas cercanas, el electo del campo magnético de la tierra, etc. Si se acepta que el concepto causal de las leyes puede tener sentido en ciencia cuando falla la idea de regularidad, entonces tendremos que pensar que las leyes describen poderes causales que actúan detrás de las apariencias y se combinan con otras potencias para producir los acontecimientos o secuencias de acontecimientos resultantes y que se pueden observar. Es decir, el concepto causal de ley es realista. El antirrealista parece estar obligado a captar el funcionamiento de las leyes en ciencia con alguna versión de la idea de regularidad. Ya analizamos en el capítulo anterior las dificultades a las que se enfrentan.

REALISMO NO REPRESENTATIVO O REALISMO ESTRUCTURAL

Si consideramos las versiones más sofisticadas de realismo y antirrealismo, las dos parecen tener un punto importante en su favor. El realista puede señalar el éxito en sus predicciones de las teorías científicas y preguntar cómo se explicaría este éxito si las teorías fueran meros instrumentos de cálculo. El antirrealista puede replicar indicando que las teorías científicas pasadas tuvieron éxito en sus predicciones, aun cuando el realista se ve obligado a considerarlas falsas. Este trasiego dramático de teorías es el punto clave en favor del antirrealista. ¿Existe una postura que se las arregle para captar lo mejor de ambos mundos? He tratado de hacer esto en el pasado con una postura que llamé realismo no representativo. Esta posición tiene similaridades con la desarrollada por John Worrall (1989b), a la que denomina realismo estructural. Mi expresión no ha encontrado eco. Puede ser que Worrall tenga mejor suerte.

La historia de la óptica nos proporciona el ejemplo más problemático desde el punto de vista realista, porque en él vemos cómo teorías indudablemente exitosas son derribadas con el consiguiente cambio en la comprensión de qué cosa es la luz. Nos concentraremos en este caso para ver en qué medida pueda salvarse la concepción realista. Los realistas popperianos, en su celo por combatir las interpretaciones positivista o inductivista de la ciencia, señalan la falsación de teorías anteriormente bien confirmadas con el fin de reforzar su opinión de que el conocimiento científico sigue siendo falible, a pesar de las muchas pruebas positivas que pudiera haber en su favor. Con este espíritu, insistirán en que, por ejemplo, la teoría ondulatoria de la luz de Fresnel ha demostrado ser falsa. (No hay éter elástico y la teoría ondulatoria no es capaz de manejar problemas como el efecto fotoeléctrico, en el que la luz exhibe su naturaleza del tipo de partícula). Pero, ¿ayuda, o es justo, descartar la teoría de Fresnel por falsa? Después de todo, la luz se comporta como una onda en una amplia serie de circunstancias. Había algo más en la teoría de Fresnel que el simple éxito de sus predicciones. Captaba acertadamente un aspecto correcto de la luz en una serie amplia de circunstancias, la estructura del tipo de onda que exhibía. La teoría de Fresnel, que llevó a predicciones dramáticamente exitosas, como el famoso punto blanco, tenía éxito en razón de que captaba esta estructura. Worrall subraya este punto centrándose en la estructura matemática de la teoría de Fresnel y señala que se conservan en la teoría actual muchas de las ecuaciones que dan detalles de la reflexión y refracción en superficies transparentes. Esto es, desde el punto de vista de la comprensión contemporánea de la materia, las ecuaciones de Fresnel proporcionan descripciones verdaderas, no falsas, de una amplía serie de fenómenos ópticos, no obstante el hecho de que han sido desechadas algunas de las interpretaciones que hace Fresnel de la realidad subyacente a sus ecuaciones.

Así pues, la ciencia es realista en el sentido de que intenta representar la estructura de la realidad, y ha hecho un progreso constante en cuanto que ha tenido éxito al hacerlo con un grado de precisión cada vez más alto. Las teorías científicas del pasado fueron exitosas en sus predicciones en la medida en que, al menos aproximadamente, captaban la estructura de la realidad (de modo que este éxito no es un milagro inexplicado), lo que evita un problema importante con el antirrealismo. Por otra parte, mientras que la ciencia progresa firmemente al refinar constantemente las estructuras atribuidas a la realidad, son a menudo reemplazadas las representaciones que acompañan dichas estructuras (el éter elástico, el espacio como receptáculo de objeto e independiente de ellos). Hay cambios en las representaciones, pero un refinamiento constante de la estructura matemática, de modo que los términos «realismo no representativo» y «realismo estructural» tienen ambos una justificación.

Una característica importante del progreso de la física es la manera como una teoría explica el éxito de que gozó la que reemplaza, yendo más allá de la simple reproducción de sus predicciones. La teoría de la luz de Fresnel fue exitosa porque la luz tiene en verdad propiedades de onda de luz, y este hecho se ve reforzado, no refutado, por la teoría contemporánea. De forma similar, desde el punto de vista de la teoría de la relatividad, se puede apreciar por qué, en una amplia serie de circunstancias, con masas no demasiado grandes moviéndose a velocidades no demasiado próximas a la de la luz, no nos llevará a un error grande tratar el espacio como un receptáculo independiente del tiempo y de los objetos que encierra. Cualquier concepto de progreso en ciencia debe ser capaz de incorporar tales características generales. Una importancia mucho menor tiene cómo se llame la posición que lleve esto a cabo.

LECTURAS COMPLEMENTARIAS

Esta discusión se ha basado en una gran medida en los textos de 1982 y 1989b de John Worrall. Leplin (1984) es una colección de artículos sobre el realismo científico. La defensa de Popper del realismo contra el instrumentalismo está en su texto de 1969 (capítulo 3) y en su texto de 1983. Son defensas clásicas del antirrealismo los textos de 1962 y 1969 de Duhem y Poincaré (1952); una versión moderna es van Fraassen (1980).