2. LA OBSERVACIÓN COMO INTERVENCIÓN PRÁCTICA
LA OBSERVACIÓN: PASIVA Y PRIVADA O ACTIVA Y PÚBLICA
Un cierto número de filósofos entienden la observación como un asunto pasivo y privado. Es pasivo en cuanto que se supone que al ver, por ejemplo, sencillamente abrimos los ojos y los dirigimos de manera que la información fluya adentro y registramos lo que hay que ver. La propia percepción en la mente o cerebro del observador valida directamente el hecho de que pueda haber, por ejemplo, «un tomate rojo frente a mí». Entendido de esta manera, el establecimiento de los hechos observables es un asunto muy privado, que se logra prestando atención el individuo a lo que se le presenta en el acto de la percepción. Puesto que, de dos observadores, ninguno tiene acceso a la percepción del otro, no hay manera de que puedan dialogar acerca de la validez de los hechos que se supone que han de establecer.
Esta visión de la percepción u observación como pasiva y privada es completamente inadecuada y no da una explicación precisa de la percepción en la vida diaria, cuanto menos en la ciencia. La observación común esta lejos de ser pasiva. Hay un cierto número de cosas que se hacen, muchas de ellas automáticamente, para establecer la validez de una percepción. En el acto de ver escudriñamos los objetos, movemos la cabeza en busca de cambios inesperados en la escena observada, etc. Si no estamos seguros de si una escena vista a través de la ventana es algo que está fuera o es un reflejo de la ventana, movemos la cabeza a fin de verificar qué efecto tiene esto sobre la dirección según la cual la escena es visible. Por lo general, si dudamos por alguna razón de la validez de lo que parece ocurrir según nuestra percepción, podemos actuar de diversas maneras para eliminar el problema. Si, en el ejemplo anterior, tenemos alguna razón que nos haga sospechar que la imagen del tomate es una imagen óptica ingeniosamente urdida y no un tomate real, podemos tocarlo, además de mirarlo, y, en caso necesario, podremos probarlo o diseccionarlo.
Con estas pocas observaciones un tanto elementales sólo he tocado la superficie de la historia detallada que los psicólogos podrían contarnos acerca del cúmulo de cosas que hace el individuo en el acto de percepción. Para nuestra tarea es más importante considerar la importancia que tiene este punto en el papel que desempeña la observación en la ciencia. Un ejemplo que ilustra bien este aspecto viene de los primeros usos del microscopio en la ciencia. Cuando los científicos Robert Hooke y Henry Powers usaron el microscopio para estudiar pequeños insectos tales como moscas y hormigas, a menudo estaban en desacuerdo acerca de los hechos observables, al menos en un principio. Hooke achacaba la causa de algunas de las discrepancias a los tipos distintos de iluminación. Indicó que el ojo de una mosca aparece como una red llena de agujeros bajo un tipo de luz (lo cual, dicho sea de paso, parece haber inducido a Powers a creer que en realidad era así), como una superficie cubierta de conos bajo otra luz y, bajo un tercer tipo de luz, como una superficie cubierta de pirámides. Hooke procedió a hacer algunos ajustes prácticos para solucionar el problema. Trató de eliminar la información espuria, originada en deslumbramientos y reflexiones complejas, iluminando uniformemente los especímenes; lo hizo usando como iluminación la luz de una vela hecha difusa a través de una solución de salmuera. Iluminó asimismo sus especímenes desde diversas direcciones con el fin de determinar qué características permanecían invariantes con los cambios. Tuvo que intoxicar algunos de los insectos con coñac para que permanecieran inmóviles e indemnes.
El libro de Hooke, Micrographia (1665), contiene muchas descripciones y dibujos detallados como resultados de sus esfuerzos y sus observaciones. Su producción era, y es, pública, no privada. Puede ser verificada, criticada y aumentada por otros. Si el ojo de una mosca parece estar cubierto de agujeros bajo cierto tipo de iluminación, es algo que no puede evaluar útilmente el observador que preste mucha atención a sus percepciones. Hooke mostró qué podía hacerse para verificar la autenticidad de la apariencia en tales casos, y los procedimientos que recomendó podían llevarse a cabo por cualquiera con la suficiente inclinación y destreza. Los hechos observables resultantes acerca de la estructura del ojo de una mosca suceden dentro de un proceso que es a la vez activo y público.
El hecho de que se pueda actuar con el fin de explorar lo apropiado de las afirmaciones presentadas como hechos observables tiene por consecuencia que los aspectos subjetivos de la percepción no son necesariamente un problema intratable para la ciencia. En el capítulo anterior discutimos cómo percepciones de la misma escena pueden variar de un observador a otro, dependiendo de su preparación, su cultura y sus expectativas. Los problemas que resultan de este hecho indudable pueden ser en gran medida contrarrestados ejecutando las acciones apropiadas. No debiera ser una novedad para nadie el que los juicios perceptuales de los individuos pueden no ser fiables por diversas razones. Es un reto para la ciencia preparar la situación observable de manera que sea minimizada, si no eliminada, la dependencia en dichos juicios. Uno o dos ejemplos servirán de ilustración en este punto.
La ilusión lunar es un fenómeno común. Alta en el cielo, la Luna parece mucho más pequeña que cuando está baja en el horizonte. Esto es una ilusión. La Luna no cambia de tamaño, ni tampoco se modifica su distancia a la Tierra durante las pocas horas que toma la variación de su posición relativa. No obstante, no tenemos por qué confiar en un juicio subjetivo acerca del tamaño de la Luna. Podemos, por ejemplo, montar un tubo visual, al que se le han añadido unos hilos cruzados, de tal modo que se pueda leer su orientación en una escala. Será posible determinar el ángulo subtendido por la Luna desde el lugar del punto de vista alineando los hilos primero con un lado de la Luna y después con el otro y anotando la diferencia de las lecturas correspondientes en la escala. Esto puede hacerse cuando la Luna está alta en el cielo y repetirse cuando está baja en el horizonte. El tamaño aparente permanece invariable, y esto se refleja en que no hay una variación significativa en las lecturas de la escala en ambos casos.
GALILEO Y LAS LUNAS DE JÚPITER
La importancia de la discusión del capítulo anterior se ilustra en esta sección con un ejemplo histórico. Galileo construyó un potente telescopio a fines de 1609 y lo utilizó para mirar los cielos. Muchas de las nuevas observaciones que hizo durante los tres meses siguientes fueron objeto de controversias muy importantes para el debate de los astrónomos acerca de la validez de la teoría copernicana, de la cual era Galileo un entusiasta campeón. Galileo afirmó, por ejemplo, haber visto cuatro lunas girando en órbita alrededor de Júpiter, pero encontraba difícil convencer a otros de la validez de sus observaciones. El asunto no carecía de importancia. La teoría copernicana conllevaba la polémica afirmación de que la Tierra se mueve, girando sobre su eje una vez por día y en órbita alrededor del Sol una vez al año. La opinión recibida, que Copérnico había desafiado en la primera mitad del siglo anterior, decía que la Tierra es estacionaria, con el Sol y los planetas girando alrededor de ella. Uno de los argumentos, en absoluto trivial, en contra del movimiento de la Tierra era que si se moviera en órbita alrededor del Sol, la Luna se quedaría detrás. El argumento se desmorona tan pronto como se admite que Júpiter tiene lunas, pues hasta los oponentes de Copérnico estaban de acuerdo en que Júpiter se mueve. Por lo tanto, si tiene lunas, las arrastra consigo, mostrando así justamente el mismo fenómeno que los oponentes de Copérnico suponían imposible en el caso de la Tierra.
Así pues, las observaciones que hizo Galileo con el telescopio de las lunas rodeando Júpiter tenían su envergadura. Galileo pudo convencer a sus rivales en un periodo de dos años, a pesar del escepticismo inicial y de la aparente incapacidad de un número de sus contemporáneos de distinguir las lunas con el telescopio. Veamos cómo pudo hacerlo, cómo fue capaz de «objetivar» sus observaciones de las lunas de Júpiter.
Galileo añadió a su telescopio una escala marcada con líneas horizontales y verticales a distancias iguales. Montó la escala por medio de un anillo, de tal manera que quedara enfrentada al observador y se pudiera deslizar en ambos sentidos a lo largo del telescopio. Alguien que mirara por el telescopio con un ojo podía ver la escala con el otro; la lectura se facilitaba iluminándola con una pequeña lámpara. Con el telescopio dirigido hacia Júpiter, se deslizaba la escala a lo largo de él hasta que la imagen de Júpiter, vista con un ojo a través del telescopio, quedara en el cuadrado central de la escala vista con el otro ojo. Una vez conseguido esto, se podía leer en la escala la posición de una luna vista a través del telescopio; la lectura correspondía a su distancia a Júpiter en un múltiplo del diámetro de éste. El diámetro de Júpiter era una unidad conveniente, puesto que al emplearla como módulo se descontaba automáticamente el hecho de que el diámetro aparente, tal como se ve desde la Tierra, varía según el planeta se aproxima o aleja de ésta.
De esta manera, Galileo pudo registrar los movimientos diarios de las cuatro «estrellitas» que acompañaban a Júpiter y mostrar que los datos eran consistentes con la hipótesis de que las estrellitas eran en realidad lunas girando en órbita alrededor de Júpiter con un periodo constante. La hipótesis quedó demostrada no sólo por las mediciones cuantitativas sino también por la observación más cualitativa de que los satélites desaparecían de vez en cuando de la vista al pasar por detrás o por delante del planeta o se desplazaban detrás de su sombra.
Galileo podía argüir con fuerza acerca de la veracidad de sus observaciones de las lunas de Júpiter, a pesar de que eran invisibles a simple vista. Pudo, y así lo hizo, argumentar contra la sugerencia de que eran una ilusión producida por el telescopio señalando que así no se explicaba que las lunas aparecieran cerca de Júpiter y en ningún otro lugar. Galileo pudo también apelar a la consistencia y repetitividad de sus mediciones y su compatibilidad con la hipótesis de que las lunas giran alrededor de Júpiter con un periodo constante. Los datos cuantitativos de Galileo fueron verificados por observadores independientes, incluidos observadores del Collegio Romano y de la corte romana del Papa, que se oponía a la teoría copernicana. Aún más, Galileo era capaz de predecir las posiciones de las lunas y la ocurrencia de fases y eclipses, lo que fue también confirmado por él mismo y por observadores independientes, según consta en Stillman Drake (1978, pp. 175-6, 236-7).
La veracidad de lo visto con el telescopio fue pronto aceptada por los observadores competentes contemporáneos de Galileo, incluso por aquellos que se le habían opuesto en un principio. Si bien es cierto que algunos observadores no consiguieron nunca distinguir las lunas, yo sugiero que esto no tiene más importancia que la incapacidad de James Thurber (1933, pp. 101-103) para distinguir al microscopio la estructura de células de plantas. La solidez de la postura de Galileo en cuanto a la veracidad de sus observaciones de las lunas de Júpiter con el telescopio se deriva del cúmulo de pruebas practicas y objetivas que pudieron resistir sus afirmaciones. Aunque sus razones pudieran no haber llegado a ser absolutamente concluyentes, eran incomparablemente más sólidas que las de la alternativa, esto es, que lo visto eran ilusiones o artefactos producidos por el telescopio.
LOS HECHOS OBSERVABLES SON OBJETIVOS PERO FALIBLES
Las líneas siguientes podrían servir de guía a un intento de rescatar una versión fuerte de lo que constituye un hecho observable, a partir de las críticas que hemos dirigido a esta noción. Un enunciado observacional constituye un hecho digno de formar parte de la base de la ciencia si puede ser probado directamente por los sentidos y resistir las pruebas. El término «directamente» pretende captar la idea de que los enunciados observacionales que aspiren a serlo deberían ser de tal modo que su validez pueda ser probada de manera rutinaria, y por procedimientos objetivos que no requieran juicios refinados y subjetivos por parte del observador. El énfasis puesto en las pruebas destaca el carácter activo y público reivindicado por los enunciados observacionales. Quizás de esta manera podamos captar una noción de hecho establecido sin problemas por la observación. Después de todo, sólo un filósofo empedernido querrá gastar su tiempo dudando de que cosas como la lectura de un contador puedan ser hechas con certeza, dentro de un cierto margen de error, mediante el uso cuidadoso del sentido de la vista.
Hay que pagar un pequeño precio por la noción de hecho observable presentada en el párrafo anterior, y es que los hechos observables son falibles en cierto grado y están sujetos a revisión. Aunque un enunciado pueda ser calificado de hecho observable porque ha superado todas las pruebas a las que se le haya sometido hasta un cierto momento, esto no quiere decir que necesariamente superará los nuevos tipos de prueba posibles a la luz de los adelantos en el conocimiento y en la tecnología. Nos hemos encontrado ya con dos ejemplos importantes de enunciados observacionales que fueron aceptados con buen fundamento pero que en algún momento hubieron de ser rechazados debido a tales adelantos, y son «la Tierra es estacionaria» y «los tamaños aparentes de Marte y Venus no cambian apreciablemente en el transcurso del año».
Según el punto de vista presentado aquí, las observaciones capaces de constituir la base del conocimiento científico son a la vez objetivas y falibles. Son objetivas en cuanto que pueden ser probadas públicamente por procedimientos directos, y falibles porque pueden ser desechadas por tipos nuevos de pruebas debidos a los adelantos en la ciencia y en la tecnología. Se puede ilustrar este punto con otro ejemplo de la obra de Galileo. En su Dialogue Concerning the Two Chief Systems (1967, pp. 361-3), Galileo describe un método objetivo para medir el diámetro de una estrella. Colgaba una cuerda en la dirección entre él mismo y la estrella a una distancia tal que la cuerda bloqueara la visión de la estrella. Galileo supuso que el ángulo subtendido por la cuerda en el ojo era el mismo que el del ojo con la estrella. Sabernos ahora que los resultados de Galileo eran espurios. El tamaño aparente de una estrella, tal y como es percibido por nosotros, se debe enteramente a efectos atmosféricos y otros tipos de «ruido», y no tiene una relación determinada con su tamaño físico. Las mediciones hechas por Galileo de tamaños de estrellas descansaban en supuestos implícitos hoy rechazados, pero este rechazo no tiene nada que ver con los aspectos subjetivos de la percepción. Las observaciones de Galileo eran objetivas en el sentido de que implicaban procedimientos rutinarios que, si fueran repetidos hoy, darían más o menos los mismos resultados que obtuvo Galileo. En el capítulo siguiente tendremos ocasión de desarrollar algo más la cuestión de que la ausencia de una base observacional infalible de la ciencia no se deriva sólo de los aspectos subjetivos de la percepción.
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
Para una discusión clásica de la base empírica de la ciencia como enunciados que resisten pruebas, véase Popper (1972, capítulo 5). Los aspectos activos de la observación son resaltados en la segunda parte de Hacking (1983), en Popper (1979, pp. 341-61) yen Chalmers (1990, capítulo 4). Es también pertinente Shapere (1982).