14. ¿POR QUÉ EL MUNDO HABRÍA DE OBEDECER LEYES?
INTRODUCCIÓN
En los capítulos anteriores nos hemos ocupado de cuestiones epistemológicas, esto es, aquellas que se refieren a cómo el conocimiento científico se justifica apelando a pruebas y a la naturaleza de dichas pruebas. En este capítulo y en el siguiente dirigiremos la atención a cuestiones ontológicas, cuestiones acerca de las clases de cosas que hay en el mundo. ¿Qué tipos de entidades supone, o muestra, la ciencia moderna que existen en el mundo? Una parte de la respuesta a esta pregunta se ha dado por supuesta en este libro hasta ahora. Se ha supuesto que existen cosas tales como leyes que rigen el acontecer del mundo y cuyo descubrimiento es el asunto de la ciencia. Este capítulo se ocupa del tipo de entidades que son estas leyes.
Es un lugar común la idea de que el mundo está regido por leyes y que la tarea de la ciencia es descubrirlas. Sin embargo, lo que involucra esta pregunta está lejos de ser cosa sin problemas. Robert Boyle destacó un problema fundamental en el siglo XVII. La noción de ley se origina en la esfera social en la que tiene un sentido directo. Las leyes de la sociedad son o no obedecidas por los individuos, que las comprenden tanto como las consecuencias que trae el violarías. Comprendidas las leyes de este modo natural, ¿cómo se puede decir que los sistemas materiales de la naturaleza obedecen leyes? Pues mal se podrá decir que les es posible entender las leyes que han de obedecer y, en todo caso, se supone que una ley fundamental aplicable en ciencia no tiene excepciones, de modo que no hay correlación con el individuo que viola una ley social y asume las consecuencias. ¿Qué es lo que hace que la naturaleza se adapte a leyes? Parecería que ésta es una pregunta razonable y directa, y sin embargo no se la contesta fácilmente. Supongo que la respuesta de Boyle, esto es, que Dios hace que la materia se comporte según las leyes que Él ha ordenado, deja mucho que desear desde un punto de vista moderno. Veamos si podemos hacer algo mejor.
LAS LEYES COMO REGULARIDADES
Una respuesta común a la pregunta «¿Qué hace que la materia se conduzca según leyes?» es negar su legitimidad. Esta línea de pensamiento fue expresada vigorosamente por el filósofo David Hume y ha sido muy influyente desde entonces. Desde el punto de vista de Hume, es un error suponer que el acontecer según leyes está causado por algo. En rigor, la idea toda de causalidad en la naturaleza es puesta en duda. El razonamiento es como sigue. Cuando, por ejemplo, chocan dos bolas de billar, podemos observar sus movimientos inmediatamente antes e inmediatamente después de la colisión, y podremos ser capaces de descubrir una manera regulada en que sus velocidades antes del impacto se relacionan con sus velocidades después, pero lo que no podremos ver es nada que se añada a esto y que pueda ser identificado como el efecto causal de una bola sobre otra. Desde este punto de vista, causación no es otra cosa que conexión regular, y las leyes toman la forma «Sucesos del tipo A van invariablemente acompañados o seguidos de sucesos del tipo B». Por ejemplo, la ley de caída de Galileo tomaría la forma «Siempre que se suelta un objeto pesado cerca de la superficie de la Tierra, éste cae al suelo con una aceleración uniforme». Ésta es la llamada visión de las leyes como regularidad. Nada hace que la materia se conduzca de acuerdo a leyes, puesto que las leyes no son otra cosa que regularidades de facto entre sucesos.
Un conjunto típico, y revelador, de objeciones a la idea de las leyes como regularidad encierra la afirmación de que no distingue entre regularidades accidentales y las que son del tipo de leyes. Popper da el ejemplo de que «ningún moa vive más de cincuenta años». Bien podría ser verdad que ningún moa, una especie extinguida, vivió nunca más de cincuenta años, pero pudiera ser que algunos lo hubieran hecho de haber sido más favorables las condiciones ambientales, y ésta es la razón por la que nos inclinamos a no aceptar la generalización como una ley de la naturaleza. Pero llena los requisitos de una ley sobre la base de que es una regularidad excepcional. Pudiera ser cierto que los obreros de Londres dejan las herramientas siempre que suenan las sirenas de las fábricas en Manchester al final de un día de trabajo, pero, aunque esta generalización no conozca excepciones, difícilmente llenará los requisitos de una ley de la naturaleza. Abundan los ejemplos de este tipo, lo que sugiere que hay algo más que una simple regularidad en una ley de la naturaleza. Otra dificultad con el concepto de regularidad es que no logra identificar la dirección de la dependencia causal. Existe una conexión de regularidad entre el hábito de fumar y el cáncer de pulmón, pero esto es porque el fumar causa cáncer de pulmón, y no al revés, y ésta es la razón por la cual podemos tener esperanza en que disminuyan los casos de cáncer si se elimina el hábito de fumar, pero no en combatir el hábito al descubrir una cura del cáncer. Que los sucesos exhiban una cierta regularidad no es condición suficiente para que ésta constituya una ley, pues hay más en el comportamiento de una ley que la mera regularidad.
Aparte de las dificultades que encuentra la idea de la regularidad como condición suficiente para una ley, algunas consideraciones simples acerca de las leyes, tal y como figuran en ciencia, sugieren que la regularidad no es tampoco una condición necesaria. Si se toma seriamente la opinión de que las leyes describen conexiones regulares, sin excepciones, entre sucesos, entonces no cumpliría los requisitos ninguna de las afirmaciones que comúnmente se aceptan como leyes científicas. La ley de la caída de los cuerpos de Galileo mencionada antes es un caso pertinente. Las hojas caen raramente al suelo en otoño con una aceleración uniforme, lo que haría falsa a la ley según una visión no matizada de la regularidad. De forma similar, el principio de Arquímedes, que afirma en parte que los objetos más densos que el agua se hunden, es refutado por las agujas que flotan. Si se pretende que las leyes sean regularidades sin ninguna excepción, será entonces muy difícil encontrar serias aspirantes a leyes por falta de las regularidades apropiadas y, lo que es aún más interesante, la mayoría de las generalizaciones, si no todas, tomadas por leyes en la ciencia no cumplirán los requisitos necesarios.
Existe una respuesta inmediata a estas observaciones desde el punto de vista de la práctica científica, e incluso del sentido común. Después de todo, se entiende muy bien por qué en otoño las hojas no caen al suelo de forma regular. Reciben la influencia de las corrientes y la resistencia del aire que actúan como una perturbación, como la tensión superficial que impide que las agujas se hundan. Debido a que los procesos físicos se ven estorbados por influencias perturbadoras, las leyes que los caracterizan necesitan ser probadas en circunstancias experimentales preparadas de tal modo que los impedimentos resulten eliminados o controlados. Las regularidades importantes para la ciencia y que son señal de un comportamiento del estilo de una ley son por lo común el resultado, ganado con esfuerzo, de una experimentación detallada. Piénsese, por ejemplo, en los extremos a que tuvo que llegar Henry Cavendish para conseguir que las esferas se atrajeran según la ley del inverso del cuadrado y en cómo llegó J.J. Thomson a tener éxito, donde Hertz había fracasado, en mostrar la deflexión regular de electrones en movimiento en un campo eléctrico.
Una respuesta obvia que el defensor de la idea de la ley como regularidad puede dar a estas observaciones consiste en expresarla en forma condicional. Se pueden formularlas leyes de la forma: «sucesos del tipo A van seguidos, o acompañados, con regularidad de sucesos del tipo E, siempre que no esté presente ningún factor perturbador». Así, la ley de Galileo se transformaría en «los objetos pesados caen a la tierra con aceleración uniforme, siempre que no encuentren una resistencia variable o no sean desviados por el viento o por otros factores perturbadores». La frase «otros factores perturbadores» señala el problema general de cómo se puede formular un enunciado preciso de las condiciones que ha de satisfacer una ley para que se pueda aplicar. Dejaré de lado esta dificultad, puesto que creo que en esto la idea de regularidad se enfrenta con otra dificultad mucho más fundamental. Si aceptamos la caracterización de las leyes como regularidades enunciadas en forma condicional, tendremos que aceptar también que las leyes se aplican sólo cuando se satisfacen las condiciones. Como la satisfacción de las condiciones adecuadas se obtendrá normalmente sólo mediante montajes experimentales especiales, nos vemos obligados a concluir que las leyes científicas se aplican por lo general sólo dentro de las situaciones experimentales y no fuera de ellas. La ley de caída de los cuerpos de Galileo se aplicaría sólo cuando los objetos pesados se dejan caer en situaciones en las que la resistencia del aire y otras similares han sido eliminadas. De este modo, las hojas de otoño no están sujetas a la ley de caída de Galileo, según esta versión revisada de la idea de regularidad. ¿No choca esto con nuestra intuición?
¿No queremos decir que la hoja de otoño se rige por la ley de caída, pero que también es regida por las leyes de la resistencia del aire y la aerodinámica, de tal modo que la caída es el complicado resultado de varias leyes que actúan juntas? Como la idea de regularidad en su forma condicional restringe la aplicabilidad de las leyes a aquellas situaciones experimentales en las que se cumplen las condiciones adecuadas, es incapaz de decir nada sobre lo que sucede fuera de esas condiciones. Según esto, ¡la ciencia sería incapaz de decir por qué las hojas suelen terminar en el suelo!
Esta dificultad recuerda el problema que surge cuando el nuevo experimentalismo pretende agotar de forma exhaustiva lo que se puede decir del conocimiento científico. Pues, como vimos en el capítulo anterior, si bien pudiera ser cierto que el nuevo experimentalismo puede captar un sentido fuerte en la comprensión del progreso de la ciencia como una acumulación constante de conocimiento experimental, si se queda en esto no permitirá dar cuenta de cómo el conocimiento alcanzado dentro de ciertas situaciones experimentales pueda ser transferido fuera de dichas situaciones y usado en otro lugar. ¿Cómo explicaríamos el uso que hace el ingeniero de la física, el empleo de la datación radioactiva en geología histórica, o la aplicación de la ley de Newton al movimiento de los cometas? Si se supone que las leyes científicas se aplican tanto fuera como dentro de las situaciones experimentales, entonces dichas leyes no pueden identificarse con las regularidades alcanzables en las situaciones experimentales. La idea de las leyes como regularidad no lo permiten.
LAS LEYES COMO REPRESENTACIONES DE POTENCIAS O DISPOSICIONES
Existe una salida simple a los problemas que surgen con la idea de ley que hemos analizado. Implica tomar en serio lo que está implícito en gran parte del sentido común y en la ciencia, y es el hecho de que el mundo material es activo. Las cosas suceden en el mundo espontáneamente, y suceden porque las entidades del mundo poseen la capacidad, o la potencia, o la disposición, o la tendencia a actuar y comportarse de la manera que lo hacen. Las pelotas rebotan porque son elásticas. Las advertencias de los envases que declaran que un contenido es venenoso, inflamable o explosivo nos dicen que puede ser eso o que tiene tendencia a actuar así. Al especificar la masa y la carga de un electrón se indica cómo responderá a campos eléctricos o magnéticos. Un elemento importante de lo que es una cosa, es aquello que es capaz de hacer o de llegar a ser. Necesitamos caracterizar las cosas en términos de su ser potencial, igual que su ser en acto, como observó correctamente Aristóteles. De igual modo que la capacidad de crecer hasta convertirse en una encina es parte importante de lo que es una bellota, así la capacidad de repeler cargas distintas y atraer cargas iguales, e irradiar al ser acelerado, es una parte importante de lo que es ser un electrón. Experimentamos con sistemas para averiguar cómo están dispuestos para actuar.
Si admitimos cosas tales como disposiciones, tendencias, potencias y capacidades en nuestra representación de los sistemas materiales, las leyes de la naturaleza pueden representar estas disposiciones, tendencias, potencias o capacidades. La ley de la caída de los cuerpos de Galileo describe la disposición que poseen los objetos pesados de caer al suelo con una aceleración uniforme, y la ley de la gravitación de Newton describe el poder de atracción entre los cuerpos con masa. Si interpretamos de esta manera las leyes, no tendremos necesidad de esperar que describan secuencias de sucesos en el mundo, puesto que éstos serán comúnmente el resultado de varias disposiciones, tendencias, potencias o capacidades actuando en conjunto de forma compleja. El hecho de que la tendencia a caer de una hoja de acuerdo con la ley de Galileo se vea estropeada por el efecto de viento no es razón para dudar de que la tendencia continuó actuando sobre la hoja según la ley. Desde este punto de vista, es fácil entender por qué son necesarios los experimentos para espigar información relevante a la identificación de una ley. Las tendencias que corresponden a la ley que se investiga necesitan ser separadas de las otras tendencias, y esta separación requiere la intervención práctica apropiada. Dadas las irregularidades de los lechos marinos y de la atracción del sol y los planetas, además de la Luna, no podemos esperar llegar a una justificación precisa de las mareas partiendo de la teoría de Newton y las condiciones iniciales. Sin embargo, la gravedad es la causa más importante de las mareas y existen los experimentos apropiados para identificar la ley de la gravedad.
Las causas y las leyes están íntimamente ligadas, según el punto de vista que estoy defendiendo. Los sucesos están causados por la acción de entidades particulares que tienen el poder de actuar como causas. La atracción gravitacional de la Luna es la causa principal de las mareas, las partículas cargadas causan la ionización responsable de las trazas en la cámara de niebla, y cargas oscilantes causan las ondas de radio emitidas por un transmisor. Las descripciones de las formas de actuar de las potencias activas involucradas en estos casos constituyen las leyes de la naturaleza. La ley del inverso de los cuadrados de la gravitación describe cuantitativamente el poder de atraer que poseen los cuerpos con masa, y las leyes de la teoría electromagnética clásica describen, entre otras cosas, la capacidad de atraer e irradiar que tienen los cuerpos cargados. Las potencias activas de la naturaleza hacen que las leyes sean verdaderas cuando lo son. Tenemos así una respuesta sencilla a la pregunta de Boyle. Las potencias y capacidades de entidades particulares, operativas cuando interactúan entre sí, obligan a esas entidades a comportarse de acuerdo con leyes. El comportamiento del tipo de una ley es producto de una causación eficiente. Boyle se encontró con problemas con las leyes, y necesitó invocar a Dios, justamente porque rehusó adscribir propiedades disposicionales a la materia.
La mayoría de los filósofos se resisten a aceptar una ontología que incluya disposiciones o potencias por cuanto les parece primitiva. No comprendo su renuencia. Quizás las razones son en parte históricas. Las potencias tienen mala fama desde el uso místico y oscuro que se les dio en la tradición mágica del Renacimiento; se dice también que fueron explotadas por los aristotélicos de manera demasiado libre so capa de formas. El rechazo que hizo Boyle de las propiedades activas en su filosofía mecanicista pudo ser una reacción, quizás una sobrerreacción, a los excesos de aquellas tradiciones, y pudo ser también motivado por preocupaciones teológicas. Sin embargo, no tiene por qué haber nada de misterioso o sospechoso epistemológicamente en recurrir a potencias, tendencias y cosas similares. Las afirmaciones que se refieran a ellas pueden estar sujetas a rigurosas pruebas empíricas tanto como cualquier otra afirmación. Más aún, por muy adversos que sean muchos filósofos a las propiedades disposicionales, los científicos recurren sistemáticamente a ellas y su trabajo se vería impedido sin ellas. Es importante señalar a este respecto que Boyle en su ciencia experimental, en contraposición con su filosofía mecanicista, empleó libremente propiedades disposicionales tales como la acidez y el resorte del aire. La elasticidad en sus varias formas fue algo embarazoso para los filósofos mecanicistas del siglo XVII. Hobbes se quejó de que la atribución por parte de Boyle de elasticidad al aire era equivalente a admitir que el aire se movía por sí mismo. Boyle y otros científicos del siglo XVII continuaron usando el concepto de elasticidad y nunca pudieron explicarlo sin referirse a propiedades disposicionales, ni nadie lo ha conseguido desde entonces. No entiendo qué base tienen los filósofos para cuestionar, o sentir la necesidad de argüir en pro de su desaparición, este uso común, en verdad ubicuo, que los científicos hacen de las propiedades disposicionales.
La visión de que las leyes caracterizan las disposiciones, potencias, capacidades o tendencias de las cosas tiene el mérito de que reconoce de partida algo que está implícito en toda práctica científica, esto es, que la naturaleza es activa. Esclarece lo que hace que los sistemas se comporten según leyes, y relaciona las leyes con la causalidad de una manera natural. Ofrece también una solución inmediata al problema, encontrado en el capítulo anterior, relativo al traslado del conocimiento adquirido en disposiciones experimentales más allá de ellas mismas. Una vez que se ha aceptado la suposición de que las entidades del mundo son lo que son en virtud de las potencias y capacidades que poseen —y sostengo que esta suposición está implícita en la práctica científica así como en la vida cotidiana—, entonces, se puede suponer que las leyes que describen dichas potencias y capacidades, identificadas en las disposiciones experimentales, se aplican también fuera de éstas. Sin embargo, no puedo dejar así las cosas en buena conciencia, puesto que existen leyes importantes en ciencia que se ajustan difícilmente a este esquema.
LA TERMODINÁMICA Y LAS LEYES DE CONSERVACIÓN
Llamaré visión causal de las leyes a la opinión, que he bosquejado y defendido en el párrafo anterior, de que las leyes caracterizan potencias causales. Hay leyes importantes en física que no encajan bien dentro de este esquema. No encajan la primera y segunda leyes de la termodinámica, ni tampoco una serie de leyes de conservación en la física fundamental de partículas. La primera ley de la termodinámica declara que la energía de un sistema aislado es constante. La segunda ley, que afirma que la entropía de un sistema aislado no puede decrecer, tiene consecuencias tales como que el calor fluya de los cuerpos calientes a los fríos y no al revés, y que no exista la posibilidad de extraer energía calórica del mar para hacer trabajo útil al único precio de hacer menguar la temperatura del mar. Una máquina capaz de hacer esto sería una máquina de movimiento perpetuo de la segunda especie, distinta de la máquina que resultara en un aumento de energía y que sería una máquina de movimiento perpetuo de la primera especie. La primera ley de la termodinámica excluye las máquinas de movimiento perpetuo de la primera especie y la segunda ley excluye las máquinas de movimiento perpetuo de la segunda especie. Estas leyes generales tienen consecuencias en el comportamiento de los sistemas físicos y puede utilizarse para predecirlo, independientemente de los detalles de los procesos causales que intervienen. Ésta es la razón por la que no es posible interpretar estas leyes como leyes causales.
Un ejemplo aclarará este punto. El punto de fusión del hielo baja cuando es sometido a presión más elevada que la normal atmosférica. Ésta es la razón por la cual un hilo del que suspende un peso corta un bloque de hielo. Una explicación de esto a nivel molecular está lejos de ser sencilla y, probablemente, no existe una descripción precisa y detallada. Puesto que la presión hace que las moléculas se aproximen entre si, se esperaría que las fuerzas de atracción entre ellas aumentarían bajo tales circunstancias, lo que conduciría a un aumento en la energía térmica necesaria para separarlas y, por tanto, a una subida de su punto de fusión. Esto es precisamente lo que sucede en un sólido típico cercano al punto de fusión. Pero el hielo no es un sólido típico. Las moléculas de agua están más sueltas en el hielo que en el estado líquido, y es por esto que el hielo es menos denso que el agua. (Lo que no está mal, pues de otro modo los lagos y ríos se helarían empezando por el fondo, y se helarían por completo en periodos de frío prolongado, eliminando así a los peces y a todo lo que evolucionó a partir de los peces como forma viable de vida). Si se fuerza a las moléculas de hielo a que se aproximen entre sí más de lo normal, disminuye la fuerza entre ellas, de modo que se requiere menos energía térmica para separarlas y desciende el punto de fusión. La forma precisa de cómo dependen estas fuerzas de las posiciones moleculares es complicada, y depende a su vez de finos detalles de la mecánica cuántica que comprenden fuerzas de intercambio así como fuerzas de Coulomb y no es conocida con precisión.
Dadas las complicaciones expuestas, puede parecer sorprendente que James Thomson pudiera predecir en 1849 la depresión del punto de congelación del agua debida a la presión, anticipándose al descubrimiento empírico del fenómeno. Todo lo que necesitó para su deducción fueron las leyes de la termodinámica, más el hecho conocido empíricamente de que el agua es más densa que el hielo. Thomson ingenió, en el pensamiento, un proceso cíclico que comprendía extraer calor del agua a O° C y convertirlo en hielo a O° C. Parecía que esta máquina proporcionaba un medio de extraer calor del agua y convertirlo todo en el trabajo hecho por la expansión implicada, lo cual equivalía a una máquina de movimiento perpetuo de la segunda especie, excluida por la segunda ley de la termodinámica. Thomson se apercibió de que esta conclusión inaceptable quedaba bloqueada si se suponía que el punto de congelación descendía por un aumento de la presión.
El rasgo que quiero destacar en este caso es que la predicción de Thomson fue hecha en la ignorancia de los detalles del proceso causal a nivel molecular. Un rasgo característico, a la vez que una gran solidez, de la termodinámica es que se aplica a nivel macroscópico cualesquiera que sean los detalles del proceso causal subyacente. Es precisamente esta particularidad de las leyes de la termodinámica lo que evita que sean interpretadas como leyes causales.
No se detienen aquí las dificultades del punto de vista causal. El comportamiento de un sistema mecánico puede ser comprendido y predicho especificando las fuerzas que actúan sobre cada componente del sistema y usando las leyes de Newton para rastrear el desarrollo del sistema. Según esta manera de ver, las leyes de Newton pueden fácilmente ser interpretadas como leyes causales que describen la capacidad que tienen los objetos de ejercer fuerzas especificadas y de responder ante ellas. Sin embargo, ésta no es la única manera de tratar los sistemas mecánicos. Las leyes de la mecánica pueden escribirse de forma que tomen la energía, en lugar de las fuerzas, como punto de partida. En las formulaciones de la mecánica de Hamilton y Lagrange, que adoptan este método, lo que se requiere son expresiones de las energías potencial y cinética de un sistema en función de unas coordenadas cualesquiera necesarias para determinarlas. La evolución de un sistema puede quedar completamente especificada introduciendo estas expresiones en las ecuaciones de movimiento de Hamilton o Lagrange. Esto puede hacerse sin un conocimiento detallado de los procesos causales que intervienen.
James Clerk Maxwell (1965, vol. 2, pp. 783-4), que intentó expresar su teoría electromagnética en la forma de Lagrange, ilustró este punto de manera característicamente vivida. Imaginemos un campanario en el que una complicada maquinaria es movida por cuerdas que cuelgan hasta la habitación del campanero debajo. Supongamos que el número de cuerdas es igual al número de grados de libertad del sistema. Se pueden determinar por medio de experimentos hechos con las cuerdas las energías potencial y cinética del sistema en función de la posición y la velocidad de las cuerdas. Una vez que tengamos estas funciones, podremos escribir las ecuaciones de Lagrange del sistema. Es posible, conocidas la posición y la velocidad de las cuerdas en un instante dado, deducir las posiciones y velocidades en cualquier otro instante. Podemos hacer esto sin necesidad de conocer los detalles de la historia causal de lo que está sucediendo en el campanario. Las ecuaciones de Lagrange no enuncian leyes causales.
Podría objetarse que estas observaciones acerca de la formulación de la mecánica de Lagrange no constituye un serio contraejemplo a la visión causal de las leyes. Podría señalarse, por ejemplo, que si bien el tratamiento lagrangiano del mecanismo del campanario puede funcionar muy bien sin conocer su historia causal detallada, se puede formular esta historia en términos newtonianos y, por tanto, causales, una vez que se ha conseguido el acceso empírico apropiado. Después de todo, podría observarse, las ecuaciones de Lagrange pueden ser derivadas de las de Newton.
Esta última afirmación no es ya verdad (si es que alguna vez lo fue). En la física moderna se interpretan las ecuaciones de Lagrange de forma más general que la versión de dichas ecuaciones que puede derivarse de las leyes de Newton. Las energías implicadas son interpretadas de un modo general que incluye todos los tipos de energía, no sólo la energía resultante del movimiento de los cuerpos sólidos sometidos a la acción de fuerzas. Por ejemplo, la formulación de Lagrange puede incorporar la energía electromagnética, que incluye energías de potencial dependientes de la velocidad y necesita el empleo de cosas tales como momento electromagnético de un campo, diferente del que es igual a masa por velocidad. Llevadas hasta el límite en la física moderna, las formulaciones de Lagrange (o las correspondientes de Hamilton) no pueden ser reemplazadas por las descripciones causales que subyacen. Por ejemplo, los diversos principios de conservación, tales como el de la conservación de carga y paridad, conectado íntimamente con simetrías en la función lagrangiana de las energías, no se explican por referencia a algún proceso causal subyacente.
El resultado de todo esto se puede resumir como sigue. Un conjunto amplío de leyes de la física pueden ser comprendidas como leyes causales. Cuando esto es posible, existe una respuesta inmediata a la pregunta de Boyle sobre qué es lo que hace que los sistemas se comporten según leyes. La operación de las potencias y capacidades causales caracterizadas por leyes hace que los sistemas las obedezcan. Sin embargo, hemos visto que existen leyes fundamentales en física que no pueden ser interpretadas como causales. En estos casos no hay una respuesta fácil a la pregunta de Boyle. ¿Qué es lo que hace que los sistemas se comporten de acuerdo con la ley de conservación de la energía? No lo sé. Lo hacen, simplemente. No me siento cómodo con esta situación, pero no sé cómo pueda evitarse.
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
Para una visión de las leyes diferente de la que ha sido caracterizada aquí, y para una crítica detallada de la visión de la regularidad, véase Armstrong (1983). Bhaskar (1978) muestra la manera como el experimento indica la visión causal de las leyes. Cartwright (1983) expresa dudas sobre la idea de que puedan existir leyes fundamentales verdaderas respecto del mundo, pero modifica sus puntos de vista para defender algo parecido a la visión causal en su texto de 1989. El choque entre la manera como muchos filósofos caracterizan las leyes y la noción de ley empleada por los científicos es descrita con ejemplos interesantes en Christie (1994). El material de este capítulo se deriva en gran parte de Chalmers (1999), donde está tratado con algo más de detalle. Otra discusión reciente sobre la naturaleza de las leyes se puede ver en Van Fraassen (1989).