16. EPÍLOGO
Esta sección final contiene una reflexión sobre lo que se ha logrado en los capítulos anteriores. Suscitaré tres preguntas o problemas de los que me he ocupado al escribir este libro y que siguen preocupándome.
1. ¿He respondido a la pregunta que sirve de título a este libro? ¿Qué es esa cosa llamada ciencia?
2. ¿Qué relación hay entre los ejemplos históricos presentados en el libro y las tesis filosóficas defendidas? ¿Constituyen los ejemplos pruebas a mi favor, o son simplemente ilustraciones?
3. ¿Cómo se relacionan las afirmaciones generales acerca de la ciencia, hechas por los bayesianos y los experimentalistas y examinadas en los capítulos 12 y 13, con los argumentos en contra del método expuestos en el capítulo 11? ¿No es cierto que, si no existe una explicación general de la ciencia, sobra toda discusión?
Mi respuesta es como sigue: Me reafirmo en que no existe una descripción general de la ciencia y del método científico que se aplique a todas las ciencias en todas las etapas históricas de su desarrollo. La filosofía no cuenta, a decir verdad, con los recursos necesarios para hacer tal descripción. En un cierto sentido, la pregunta que sirve de título al libro está equivocada. Sin embargo, hacer una caracterización de las diversas ciencias en distintos estadios es una tarea significativa e importante. He tratado en este libro de realizar dicha tarea para las ciencias físicas, desde la época de la revolución científica en el siglo XVII hasta el presente (si bien me he abstenido de abordar la cuestión de la medida en que las innovaciones modernas, como la mecánica cuántica y la teoría del campo cuántico encierran características cualitativamente nuevas). Esta tarea implica describir la naturaleza de las ciencias físicas mediante ejemplos históricos apropiados. Los ejemplos históricos son, por tanto, una parte importante de la argumentación y no meras ilustraciones.
Si bien la descripción que se ha presentado de las ciencias físicas no llega a ofrecer una definición universal de ciencia, está lejos de ser inútil a la hora de los debates acerca de lo que puede considerarse, o no, ciencia, por ejemplo, en discusiones sobre el rango de «ciencia de la creación». Supongo que el objetivo de quienes defienden la ciencia de la creación con ese nombre es el de sugerir que tiene un carácter similar al de las ciencias reconocidas, como la física. La postura defendida en este libro permite valorar esta pretensión. Una vez desplegado qué tipo de enunciados de conocimiento se buscan en física, qué clase de métodos hay disponibles para verificarlos y qué éxitos se han conseguido, tenemos lo que necesitamos como base de comparación con la ciencia de la creación. Si se muestran las semejanzas y diferencias que existen entre las disciplinas, tendremos todo lo necesario para realizar una valoración juiciosa y estaremos en posición de apreciar lo que se puede entender legítimamente de la denominación de ciencia en la ciencia de la creación. No es precisa una explicación universal de la ciencia.
En el párrafo penúltimo señalé que mi representación de las ciencias físicas ha de ser defendida con referencia a «ejemplos históricos del tipo apropiado». Es precisa alguna elaboración en esto. Los ejemplos del tipo apropiado tienen relación con la forma como las ciencias físicas funcionan en cuanto conocimiento. Se refieren al tipo de afirmaciones que se hacen acerca del mundo en las ciencias físicas y a las maneras como dichas afirmaciones conciernen al mundo y se prueban en él. Conciernen a lo que los filósofos llaman epistemología de la ciencia. La filosofía de la ciencia se hace mediante ejemplos históricos que muestran y esclarecen la función epistemológica de la ciencia. El tipo de historia de la ciencia involucrada es selectivo, y no es, ciertamente, el único posible o importante. La producción de conocimiento científico tiene lugar siempre dentro de un contexto social en el que esta finalidad se interrelaciona con otras prácticas que persiguen objetivos distintos, tales como los propósitos personales o profesionales de los científicos, las finalidades económicas de las instituciones que proporcionan fondos, los intereses ideológicos de diferentes grupos religiosos o políticos, etc. Una historia que explore estas conexiones es a la vez legítima e importante, pero yo creo que está fuera de lugar en cuanto al proyecto de este libro. Existen una serie de «estudios sociales de la ciencia», hoy día en boga, que aseguran que un estudio epistemológico del tipo del que he ofrecido en este libro no puede lograrse sin prestar la atención debida a todos los sentidos en que la ciencia es social. En este libro no he encarado de frente el reto planteado por estas escuelas de pensamiento. Me he contentado con mostrar que lo que dicen que no se puede hacer puede en verdad hacerse, simplemente haciéndolo. Mi intento por saldar cuentas con los estudios contemporáneos sociales de la ciencia aparece en Science and its fabrication (1990), libro en el que espero haber dejado claro que concedo una gran importancia al estudio de los aspectos sociales y políticos de la ciencia. La cuestión es aquí la relevancia epistemológica de dichos estudios.
Permítaseme que vuelva ahora al estado del bayesianismo y nuevo experimentalismo en vista de mi negativa al método universal. El bayesianismo se presenta como un intento de explicar el razonamiento científico en general, como claramente indica el título del texto de Howson y Urbach de 1989. Sin embargo, esta impresión no soporta el análisis. Incluso si aceptamos el aparato bayesiano sin contestación, lo que este aparato proporciona es una manera general de ajustar la probabilidad que se asigna a las creencias a la vista de nuevas pruebas. No identifica el razonamiento científico ni lo distingue de otras áreas del conocimiento. En verdad, la aplicación más útil del bayesianismo está en el juego, más que en la ciencia. Por consiguiente, si el bayesianismo ha de decirnos algo distintivo sobre la ciencia en particular, necesitará ser incrementado con alguna descripción de los tipos de creencia y de las pruebas que les atañen y que tienen su lugar en las ciencias. Sugiero que esto sólo puede hacerse dirigiendo una mirada cuidadosa a las ciencias mismas. Aún más, sugiero que cuando se haga surgirán diferencias en las diversas ciencias, e incluso cambios cualitativos dentro de los métodos de una sola ciencia. Es decir, aunque el esquema bayesiano fuera el correcto, no supondría ninguna amenaza a la negativa al método universal y tendría necesidad de la clase de historia epistemológica de la ciencia que yo defiendo.
Es cierto que los nuevos experimentalistas han revelado algunos rasgos importantes de los experimentos y sus logros dentro de las ciencias físicas y biológicas. Sin embargo, la explicación que esto ofrece de la ciencia no puede tomarse como la explicación universal de la ciencia. Por vía de ejemplo, los experimentalistas han demostrado las capacidades y logros debidos a la experimentación en las ciencias naturales durante los últimos trescientos años y Deborah Mayo ha proporcionado un marco formal para muchos razonamientos experimentales recurriendo a la teoría de errores y a la estadística. Esto no equivale a una explicación universal de la ciencia por dos razones. En primer lugar, el énfasis que pone el nuevo experimentalismo en la manipulación experimental hace que esta explicación sea en gran parte irrelevante para una comprensión de las disciplinas, particularmente en las ciencias sociales e históricas, donde la manipulación experimental es imposible o inapropiada. Es concebible que esta conclusión podría haberse evitado si se identificara ciencia con ciencia experimental, pero esto no serviría para apaciguar a los que desean denominarse a si mismos científicos de la política, o científicos del cristianismo, por ejemplo. En segundo lugar, como se discutió en el capítulo 13, la nueva descripción experimentalista es incompleta, por cuanto que no incluye una explicación adecuada de los diversos papeles cruciales que representa en ciencia la teoría. El problema es muy evidente, creo yo, en el texto de Peter Galison de 1997, en el que da una explicación rica en lo descriptivo del progreso en la física de las micropartículas en el siglo XX, centrándose en los detectores y contadores de partículas, sus capacidades y su evolución. Lo que no queda claro en su libro es la relación entre la detección experimental de partículas y la teoría de alto nivel, con su simetría y sus principios de conservación, mediante los cuales se comprenden y clasifican las partículas. En el momento de escribir este epílogo, creo que es una tarea destacada y urgente en la filosofía de las ciencias naturales incrementar las visiones de los nuevos experimentalistas con una explicación correspondiente, puesta al día, del papel o papeles de la teoría en las ciencias experimentales, justificada con el estudio de casos ejemplares.
La reflexión histórica siguiente ilustra la dificultad que existe en extraer del trabajo de los nuevos experimentalistas una caracterización o prescripción para la ciencia, y también el tipo de estudio que tengo en mente para esclarecer la relación entre teoría y experimento. La idea de tratar de comprender el mundo manipulándolo experimentalmente no era en absoluto nueva en la época de la revolución científica. La alquimia, entendida en un sentido amplio como precursora de la química moderna, en cuanto que comprendía la transformación resuelta de la materia, y no en el sentido limitado de la transmutación de los metales en oro, se remonta a la Antigüedad y floreció en el periodo medieval. La práctica no resultó particularmente exitosa, pero esta falta de éxito no puede sencillamente atribuirse a una falta de dirección por la teoría. Una serie de teorías atomísticas, y otras teorías sobre la materia, informaban el trabajo de los alquimistas. Si se deja de lado la teoría y se mira sólo la práctica experimental, se puede discernir un progreso importante en las tradiciones artesanas de los metalúrgicos y farmacéuticos de los siglos XVI y XVII. Sin embargo, el conocimiento involucrado se puede considerar como cualitativamente diferente del de la química que había de surgir a fines del siglo XVII y en el XVIII. Esta última sí implicaba teoría, pero de un nivel muy bajo y muy lejana del atomismo. Lo que era necesario, algo que se añadió a principios de siglo XVIII, era una noción de combinación y re-combinación química de sustancias, incluida la idea de que las sustancias, ya combinadas, continúan existiendo en el compuesto resultante y se pueden recuperar de nuevo mediante las manipulaciones apropiadas. La clasificación de las sustancias en ácidos y álcalis, y las sales producto de la neutralización de una por otra, ofrecía un camino para organizar la investigación de manera que fuera posible el progreso sin la necesidad de una teoría atomística u otra teoría sobre la materia. Hasta bien entrado el siglo XIX no se alcanzó la madurez necesaria para enlazar tales especulaciones con el experimento. De modo que la cuestión del papel del experimento en la ciencia y su relación con la teoría es compleja y se relaciona con la historia, aun en el caso que se restrinja la discusión a la química.
Concluiré con algunas observaciones acerca de la relación existente entre las visiones de la ciencia exploradas en este libro y el trabajo de los científicos. Puesto que he negado que exista una explicación universal de la ciencia utilizable por los filósofos y capaz de ofrecer normas para juzgarla, y puesto que he defendido la idea de que una explicación adecuada de las diversas ciencias sólo puede obtenerse mediante la mirada atenta a las propias ciencias, se podría concluir que sobran las opiniones de los filósofos de la ciencia y que sólo tienen consecuencia las que tienen los propios científicos. Podría pensarse que si he defendido con éxito mi punto de vista debería dejar mi trabajo. Esta conclusión (afortunadamente para mí) no está garantizada.
Si bien es cierto que los propios científicos son en cuanto practicantes los más capaces de conducir la ciencia y no necesitan el consejo de los filósofos, los científicos no son particularmente expertos en distanciarse de su trabajo y describir y caracterizar la naturaleza de dicho trabajo. Los científicos son especialmente buenos a la hora de hacer progreso científico, pero no en articular en qué consiste ese progreso. Ésta es la razón por la cual los científicos no están particularmente bien equipados para enfrascarse en debates acerca de la naturaleza y el estatus de la ciencia y no hacen, por lo común, un buen trabajo acerca de la naturaleza y el estatus de la ciencia en controversias tales como, por ejemplo, las relativas a la evaluación de la ciencia de la creación. Este libro no pretende ser una contribución a la ciencia, ni siquiera a la ciencia física, en la cual me he centrado. Más bien, mediante ejemplos históricos en gran medida, he tratado de esclarecer qué clase de cosas son o han sido las ciencias físicas.
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
Para un estudio de la alquimia en el periodo medieval, y las varias teorías atomísticas involucradas, véase Newman (1994). En Newman y Principe (1998) se puede encontrar una interpretación de la alquimia como química, en lugar de otra más restringida, y una descripción de la invención de la interpretación más restringida de la «alquimia» a finales del siglo XVII. Para una descripción de la introducción de una explicación de la combinación química capaz de servir de base a la nueva ciencia de la química en el siglo XVIII, véase Klein (1991) y Klein (1996).