XIV — MAMÁ

 

— Hola mamá. ¿Puedes conectarte por SKYPE? No mamá… no me pasa nada.

Francisco apartó el móvil de su oreja y asintió molesto.

— Mamá, te digo que estoy bien. Sí mamá, pero por favor conéctate por el ordenador que sale más barato.

Suspiró.

— No mamá, no me falta dinero, sólo es para ahorrar. Sí mamá.

Miró el aparato enfadado.

— ¡Deja el móvil y enciende el ordenador de una vez por todas! Tienes razón mamá, me voy a tranquilizar, pero tú hazme caso.

Un minuto más tarde se oye desde el ordenador:

“Tut tu rut turut tut”

“Tut tu rut turut tut”

La pantalla se ennegreció.

— Tienes que encender la cámara mamá.

— ¿Qué cámara? —se escuchó su madre por los altavoces—.

— La del ordenador.

— Yo no veo ninguna cámara.

— No la ves porque está incorporada a la pantalla. Tú mueve el ratón y dale al botón que aparece tachado con una línea roja.

— ¿El de la cámara?

— Ese mismo —contestó Francisco echándose las manos a la cara—.

— ¡Ayyyyy! Mi niño. Que guapo sales por la tele.

— Esto no es la tele mamá.

— Y tú qué sabrás —afirmó ella levantando la mano enérgicamente—. Ahora dime, ¿cómo llevas el trabajo?

— La verdad es que estoy estancado.

— Eso no suena muy bien. Lo mejor que puedes hacer es darte una vuelta, tomarte algo caliente, acostarte y mañana lo verás todo de otra manera.

— No es una mala idea mamá, aunque es un poco más complicado que eso.

— Tonterías. Las cosas son lo que son, los complicados somos nosotros.

Francisco arqueó las cejas sorprendido y asintió.

— ¿Quieres que te mande unas fotos que he hecho con el móvil?

— Sí, sí. Así veo en qué líos andas metido.

Conectó el móvil con el portátil y empezó a mandarle fotografías.

— El hotel es muy bonito, ¿es que está bajo el mar?

— No mamá, lo que ocurre es que han construido muchas peceras.

— Vaya, como en el Oceanografic de Valencia. Seguro que los que trabajan ahí son muy listos.

— Eso no tiene nada que ver.

— El Oceanografic es parte de la Ciudad de las Ciencias y ahí la gente va a aprender.

— Aquí la gente viene a descansar.

— Anda, anda. ¿Cómo van a construir todo eso sólo para descansar? Seguro que también estudian.

— Seguro que sí mamá —contestó Francisco resoplando—.

— Mira qué ciudad más bonita —dijo al recibir otras fotos—. Me recuerda la ciudad de Benidorm. ¿Sabes que casi la visito? A ver cuándo te ganas la vida y me llevas a verla.

— Te prometo que nada más volver te llevaré a verla.

— ¿En serio?

— Sí mamá.

— Y voy y me lo creo —replicó con enfado—.

— Te juro que no te miento.

— Bueno, bueno… ya veremos.

Le envió más fotos.

— Pero qué majos son tus amigos y qué mono es el niño que te acompaña.

— Es mi jefe.

— ¿El niñito?

— Sí mamá.

— ¡¿Y cómo te va a pagar, con golosinas?!

— No es lo que parece, mamá. Tiene mucho dinero y ya me ha adelantado parte del pago.

— ¡Ahh bueno! —dijo aliviada—. Los demás parecen mariquitas.

— ¿Por qué dices eso?

— Tienen los ojos pintados.

— Aquí muchos lo hacen. De todas formas, no está bien llamarles así.

— Pareces muy sensible con el asunto.

— Es que no está bien llamarles mariquitas.

— ¡Perdóoooon! —exclamó a la defensiva—. Sabes que no pretendía ofender a tus amigos. Te parece mejor que les llame moterosexuales.

— Se dice homosexuales.

— Lo que quieras. Tampoco hay que darle demasiada importancia. Tú eres paterosexual, ellos madejosexuales… ¿qué más da? Lo importante es ser feliz.

— Yo no soy paterosexual, sino emerosexual.

Francisco se echó las manos a la cara.

— Mamá, me estás liando.

— A mí los chicos me parecen muy monos con los ojos pintados.

— Te repito que sólo es la moda de aquí.

— Lo que tú digas cariño, pero a mí me parece que se cuidan demasiado para ser hombres del desierto.

— Mamáaaaaa. No seas cerrada de mollera; hasta podría asegurarte que, en muchos aspectos, aquí están más avanzados que nosotros.

— Pero se pintan los ojos.

— Síiiii mamá.

— Pues no intentes convencerme de lo contrario.

— ¿De qué hablas ahora mamá? Me estás poniendo la cabeza como una tinaja.

La mujer se quedó mirándole, sin decir nada, y cambió de tema:

— ¿Cuándo vas a volver?

— Pronto. No soy capaz de solucionar…

El mutismo invadió a Francisco y se quedó pensativo. Las palabras de su madre pululaban por su cabeza, chocando unas con otras, y creaban frases aparentemente inconexas. Las imágenes de los lugares que había investigado cobraban vida, los rostros de los implicados se agrupaban en un rincón oscuro y  le observaban expectantes. La habitación del hotel, el personal, los restos de la víctima, Ahmed, sus hermanos, los invitados, la fiesta, el motel Media Luna. Toda la información golpeaba su cabeza.

Con la lengua colgando, babeando y con los ojos en blanco; Francisco recobró la compostura y se lanzó a la pantalla del ordenador.

— ¡Gracias mamá! —exclamó besándola—. No lo habría resuelto sin ti.

— ¿De qué hablas, cariño?

— Creo que sé quién es el asesino. Sólo tengo que comprobar un detalle.