VI — DE GALA
El taxista se detuvo frente a la mansión de los Fasala y se quedó mirando a Francisco durante un largo rato.
— ¿Le puedo ayudar? —le preguntó Francisco extrañado—.
No hubo respuesta. El taxista se limitó a señalar el taxímetro y a alargar la mano para recibir el pago de la carrera.
— Aquí tiene, y guárdese el cambio.
El conductor sonrió y se despidió.
— Eso sí que lo has entendido a la perfección ¿no? —dijo Francisco mientras el taxi se alejaba— ¿será posible lo que mueve el interés?
Se arregló el pelo y se dirigió a la entrada. La cola de los invitados se alargaba bastante y varios periodistas sacaban fotos hasta donde se lo permitían los dos porteros que revisaban las invitaciones. De apariencia gorilesca, con gruesos labios, ojos redondos y brazos que imponían respeto, los dos hombres no dudaron ni un instante en detener a Francisco cuando se disponía a entrar.
— Private party —dijo uno—.
— Lo sé —asintió Francisco— traigo la invitación.
Sacó el maravilloso papel de papiro, envuelto en seda, y se lo enseñó. Manteniendo la compostura, aunque bastante incrédulo, el portero le miró de arriba abajo y le permitió entrar. Su inquisitiva mirada no se despegó de las espaldas del joven e inusual invitado, como si una garrapata se hubiera pegado a la piel del desconocido, hasta que desapareció al entrar en la casa.
Pasado un recibidor de columnas persas y estatuas mesopotámicas, una gran puerta con forma de luna menguante conducía al jardín donde se celebraba la fiesta. Los camareros, vestidos con frac negro y pajarita blanca, portaban bandejas con todo tipo de canapés y bebidas. Langosta al champan, foie con mermelada de dátiles caramelizados, quesos de Egipto y Turquía, tortas de sésamo y cualquier manjar imaginable.
Curiosamente, Francisco alargaba la mano para hacerse con alguno de esos bocados, pero enseguida los camareros se alejaban de él. ¿Qué mosca les habrá picado? —susurró—.
— ¿No te mencioné que debías venir bien vestido?
Francisco se dio la vuelta y vio a Ahmed con los brazos abiertos.
— Así es.
— ¿Y por qué no lo hiciste?
— ¿Cómo dices, acaso no reconoces la moda cuando la ves?
— Unos vaqueros con lentejuelas brillantes, una camisa de cuello largo y unas botas vaqueras, no tiene nada que ver ni con la moda, ni con la elegancia. Hasta un niño de doce años podría afirmarlo.
— Tú tienes doce años.
— Es lo que te acabo de decir —aseveró Ahmed—.
El padre de Ahmed, el conocido empresario Mohamed Al Fasala, se acercó para hablar con su hijo.
— ¿Quién es tu amigo?
— Es el detective privado Francisco Valiente, de España —contestó Ahmed—.
— ¿Un detective de España, pero quién te ha dicho que contrataras a un detective?
— Tú, padre.
— ¿Yo?
— Sí, padre. Dijiste a mis hermanos que cada uno debía ayudar en la búsqueda del asesino.
— Eso es cierto, pero tú no debías…
El empresario se tapó la boca con la mano y sonrió.
— Ya entiendo, te enteraste de mis instrucciones y tú también quisiste ayudar.
— Por supuesto padre, haría lo que fuera para que te sintieras orgulloso de mí.
Mohamed acarició la cabeza de su hijo pequeño y miró a Francisco —espero que el juguete de mi hijo no sea demasiado caro, pensó—.
— Un placer conocerte —aseguró dirigiéndose a Francisco—.
— El placer es todo mío, señoría —dijo Francisco con una reverencia—.
— ¿Señoría? —preguntó Mohamed riéndose— ¿en serio eres un detective privado?
— Y de los buenos —intercedió Ahmed— hice bien mis deberes antes de contratarle.
El empresario, calculando el valor del gesto más que del coste monetario, besó a su hijo en la mejilla.
— Estoy muy orgulloso de ti. Y espero que tengáis suerte capturando al asesino.
— No es cuestión de suerte, señoría, sino de un paulatino descarte —comentó Francisco—.
— Por supuesto, en tal caso, buena cacería.
— Muchas gracias su majestuosidad —terminó Francisco e inclinó la cabeza—.
El poderoso hombre de negocios continuó saludando a sus invitados hasta que se sentó a hablar con sus otros cuatro hijos.
— Esos de allí son mis hermanos mayores. Les acompañan los detectives que han contratado.
— ¡Qué bien! —dijo Francisco con ironía—.
— Cuando se vaya mi padre nos acercaremos y te los presentaré.
— No es necesario, yo creo…
— Ya se marcha, vamos.
Le agarró de la mano y le arrastró hasta la mesa.
— Te presento a mis hermanos. Omar, Nahir, Kaled y Ben.
— Encantado —dijo Francisco mirándoles fijamente—.
— Y con ellos están los detectives que han contratado. Charles Goodspeed, ex oficial de la Scotland Yard.
— Un verdadero placer —comentó este—.
— Brandon Keitus, ex agente de la C.I.A.
El americano saludó con dos dedos.
— La inspectora Hao Jen, de la policía de Hong Kong.
— ¿Ella no es una ex? —bromeó Francisco—.
— Es una forma muy interesante de pasar las vacaciones —comentó ella—.
— Y lucrativa —añadió Francisco—.
— Por último, el detective Khalil, gran profesional y viejo amigo de la familia.
— Nunca había conocido a un detective privado tan joven —aseguró Khalil— ¿qué eres, un genio o un fraude?
Francisco estiró el labio hacia la derecha y le miró con cara de malas pulgas.
— Jajaja. Puede que sea ambas cosas —contestó—.
Menuda gilipollez acabo de decir —pensó—.
— ¿No os importará que inmortalice este momento?
Ninguno pareció comprender la intención de Francisco, aunque tampoco les importó demasiado. Sacó su Smartphone y echó un par de fotos. Sonreír un poquito que no os han robado las bragas —dijo—. Todos se quedaron patidifusos y esbozaron algo parecido a unas sonrisas.
— Perfecto. Muchas gracias.
Se dirigió hacia la salida, acompañado por Ahmed, y le estrechó la mano.
— ¿Ya te marchas? —preguntó el pequeño—.
— Es tarde para mí —dijo como excusa— prefiero irme a descansar.
— Me parece una buena idea. Mañana iré al hotel a primera hora. Así podré acompañarte en la investigación.
— Hasta mañana pues —se despidió Francisco—.
*
Media hora más tarde… En la habitación del hotel…
— No mamá… no se te oye bien. Haz el favor y enciende el ordenador para conectarnos por SKYPE. No mamá… las llamadas desde el hotel no son gratis. No mamá… no las pago yo, pero eso no significa que debamos abusar, además, no se te oye bien y tengo ganas de verte. No mamá… no es como la televisión. Sólo te veré yo. Sí mamá... tú también me verás. ¡Haz el favor y enciende el ordenador!
Francisco colgó el teléfono y cliqueó sobre “video—llamada”.
“Tut tu rut turut tut”
— ¿Estoy saliendo por la tele? —preguntó la madre—.
— Te repito que no es la tele, mamá.
— Bueno, lo que sea. Ahora dime ¿qué tal en el nuevo trabajo?
— No sé qué decir.
— ¿El jefe es muy cabrón?
— No mamá. En realidad es un jefe excelente.
— Entonces son los compañeros. Se meten contigo porque eres nuevo.
Francisco permaneció unos segundos pensativo.
— Ves —continuó ella— sabía yo que se trataba de los compañeros.
— Tampoco es eso mamá. Es cierto que hay algunos que no me toman en serio, pero tampoco es que les falten razones.
— ¡Escúchame! Tú ni caso. Haz tus detectivismos lo mejor que sepas y ya verás cómo triunfas en la vida. Y si el jefe es bueno tú céntrate en mantenerle contento. Que por algo es quien paga.
— Eso es verdad —dijo Francisco moviendo la cabeza—.
— Lo que no comprendo es por qué no puedes venir a casa para cenar.
— Porque estoy en Dubái mamá.
— ¿Y qué más da?
— Mamá —dijo con tono serio— son más de nueve horas de avión.
— ¿Avión? Tú no me has dicho nada de que ibas a coger un avión.
— Pues he tenido que coger un avión.
— Virgen del amor hermoso.
— Mamá… no pasa naaaaaaada.
— ¿Comes bien?
— Pero si he llegado hoy.
— No te he preguntado eso.
— Sí, mamá. Como bien.
— No te olvides de abrigarte para no resfriarte.
— Aquí hace más de cuarenta grados.
— Entonces bebe mucha agua y camina por la sombra.
— De acuerdo mamá. Ahora voy a echarme que mañana me espera un día duro.
— Un beso.
— Adiós mamá.
Cuando colgó se sintió melancólico. Cerró la tapa del portátil, lo acarició y resopló.
— Lo peor de todo es que aquí no tendrán Cola Cao.