14

 

 

En el interior de un Land Rover negro, durante el viaje de regreso a San Francisco…

 

CAROLINE: «Vale, puedo hacerlo… Solo faltan unas horas para llegar a la ciudad. Puedo ser la más madura de los dos. Puedo fingir que anoche no se negó a verme las peras, aunque, qué diablos, ¿qué clase de hombre les dice que no a unas peras? Son unas peras bonitas. Estaban levantadas y apretadas, ¡y estaban mojadas, coño! ¿Por qué no quiso mis peras? Calma, Caroline, sonríe y finge que todo va bien. Espera, te está mirando. ¡Sonríe! Vale, me ha devuelto la sonrisa… Estúpido rechazador de peras… ¿Por qué lo hizo? ¡Estaba empalmado!»

 

SIMON: «Me está sonriendo… Puedo devolverle la sonrisa, ¿no? Al fin y al cabo vamos a fingir que no ha pasado nada, ¿no? Vale, hecho. Espero que a ella le haya parecido más natural que a mí. Madre mía, quién iba a imaginarse que un jersey gigantesco le quedaría tan bien a una chica… Pero todo le queda bien a Caroline, sobre todo ese biquini verde. ¿De verdad la rechacé anoche? ¡Ostras, habría sido tan fácil coger y…! Pero es que no pude. ¿¿¿Por qué no pude??? Dios mío, Simon. Bueno, estábamos borrachos… Corrección, ella estaba borracha. ¿Lo habría lamentado después? Puede. No podía arriesgarme. Puede que hubiese sido un desastre… ¿O fue por las chicas? Tampoco debería hacerles eso a las chicas. Aunque es cierto que las cosas no van tan bien con las chicas últimamente, ¿a que no? Eh… no he pensado en ellas ni una sola vez este fin de semana… porque no he podido dejar de pensar en Caroline. Me está mirando otra vez… ¿De qué puñetas vamos a hablar durante todo el viaje de regreso a la ciudad? Ryan ni siquiera presta atención. Menudo cabrón. Le he pedido que me echase una mano… y va el tío y se pone a meterle mano a Mimi. Casi me arrepiento de que Caroline y yo nos hayamos esforzado para emparejarles. Mmm… Caroline y yo… Caroline y yo dentro de un jacuzzi, un jacuzzi en el que los biquinis estén prohibidos… Dios, espera un momento… Sí, se me está poniendo dura…»

 

CAROLINE: «¿Por qué se retuerce de ese modo? Santo Dios, ¿tiene ganas de hacer pis? Me parece que yo sí. Quizá sea este un buen momento para sugerir una parada para ir al baño… Entonces puedo coger a Mimi y asegurarme de que sabe que no vienen con nosotros para poderse morrear durante todo el viaje, sino para mediar entre el Miedoso de las Peras aquí presente y yo. Vale, pídele que pare en la próxima gasolinera. Uau, supongo que tiene muchas ganas de hacer pis. Ojalá tengan bolsas de aperitivos en esa gasolinera».

 

SIMON: «Menos mal que ha querido parar. Ahora puedo arreglarme el paquete sin parecer un pervertido… Oh, ¿a quién pretendo engañar? Soy un pervertido. Voy en un coche con una mujer que se me subió encima anoche, y el simple hecho de pensarlo me la pone dura. Pervertido, pervertido, pervertido. Ojalá tengan bolsas de aperitivos en esa gasolinera».

 

MIMI: «¡Ooh! ¡Vamos a parar! ¡Ojalá tengan chicles en esa gasolinera!»

 

RYAN: «Oh, tío, ¿ya paramos? No llegaremos a la ciudad antes de la noche. Mimi quiere enseñarme su casa, y espero que eso signifique que va a pasearse desnuda por ella y me dejará mirar… Ojalá tengan condones en esa gasolinera».

 

CAROLINE: «Vale, podrías haberlo hecho un poco mejor. Tampoco ha sido para tanto que Mimi sugiriese que Simon y tú compartieseis la bolsa grande de aperitivos. ¿Estoy un poco sensible hoy? Sí, supongo que lo estoy… Pero sé con certeza que Simon me ha mirado el culo mientras me alejaba del coche. ¿Por qué demonios me mira el culo ahora? Anoche ni siquiera quiso atisbar debajo de mi biquini. ¿Tan complicado es? ¿Por qué demonios me mira? Está estirando la mano. Quédate quieta, Caroline, quédate quieta… Oh, tenía semillas de sésamo en la barbilla. Bueno, si no estuvieses mirándome la boca, Don Mensajes Contradictorios, ni siquiera te habrías fijado. Ahora nunca conseguirás esta semilla de sésamo, colega. ¡Madre mía! ¿Por qué tiene que desprender este jersey un aroma tan bueno? Espero que no se haya dado cuenta de que no paro de oler este jersey».

 

SIMON: «Caroline no para de sorber por la nariz. Espero que no se esté resfriando. Este fin de semana hemos pasado tanto tiempo en el exterior… No me gustaría nada que se pusiera enferma. Acaba de sorber otra vez. ¿Debería ofrecerle un pañuelo de papel?»

 

MIMI: «Te pillé, Caroline. Estaba convencida de que te dedicabas a oler ese jersey».

 

RYAN: «Me pregunto si Mimi tendrá más chicle de ese. Espero que no se haya fijado en que he comprado esos condones. O sea, no quiero ser impertinente. Pero, desde luego, quiero volver a estar debajo de ella pronto, muy pronto. Quién iba a imaginarse que alguien tan menudo podía hacer tanto ruido… y ahora estoy empalmado».

 

MIMI: «Ryan Hall… Mimi Reyes Hall… Mimi Hall… Mimi Reyes-Hall…»

 

CAROLINE: «Vale, Caroline, es hora de tener esa conversación difícil… contigo misma. ¿Por qué te echaste en los brazos de Simon anoche? ¿Fue el vino? ¿Fue la música? ¿El embrujo? ¿Fue la combinación de todas esas cosas? Vale, vale, no más gilipolleces. Lo hice porque… porque… Mierda, necesito más aperitivos».

 

SIMON: «Qué guapa es. Es decir, hay guapas y guapas… Menudo conejito de campo estoy hecho. Guapa, y una mierda. Es preciosa… conejito… Y huele bien… conejito… ¿Por qué hay chicas que simplemente huelen mejor que las demás? Hay chicas que apestan a flores, o a frutas. ¿Por qué hay chicas que quieren oler como un mango? ¿Por qué va a oler una chica igual que un mango? Si pienso en la palabra “mango” el tiempo suficiente, tal vez me olvide de la palabra “conejito”. Caroline… mango… Caroline… conejito… ¡Dios! Ahora se me ha puesto dura…»

 

CAROLINE: «Parece que otra vez tiene ganas de hacer pis… Está bebiendo demasiado café. Ya se ha tomado seis tazas de ese termo. Qué raro… En casa nunca se toma una segunda taza. ¿Por qué demonios sé cuántas tazas de café se toma? Afróntalo, Caroline, sabes tanto de él porque… porque…»

 

RYAN: «Tío, ¿volvemos a parar? No vamos a llegar nunca. Mi amigo tiene hoy algún problema serio… Supongo que debería preguntarle si quiere tomar una cerveza o algo así cuando volvamos, por si quiere comentar lo que realmente pasó anoche. ¿Debería ofrecerme a ello? Uau, Mimi está fantástica con esos pantalones… Me pregunto si comprará más chicle».

 

MIMI: «¡Deja de olerte el jersey, Caroline! En serio, chica. Si pudiese pillarla a solas… Vale, Simon se va cojeando al servicio. Puedo pillarla a solas junto a la cecina».

 

CAROLINE: «Uf… No puedo creerme que Mimi se haya percatado de que estaba oliendo mi jersey. Me pregunto si Simon se habrá fijado».

 

SIMON: «Parece estar mejor… Ha dejado de sorber por la nariz».

 

MIMI: «Tengo que enviarle un mensaje a Sophia. Tiene que saber que la situación entre Simon y Caroline no mejora. ¿Qué demonios vamos a hacer con estos dos? O sea, en serio… a veces la gente es incapaz de ver lo que tiene delante de las narices. Oohhh… Ryan quiere que le rasque la espalda. Le adoro… Y, madre mía, qué largos tiene los dedos…»

 

RYAN: «Mmm… espalda… ráscame… espalda… ráscame… Mmm…»

 

CAROLINE: «Vale, deja de evitar el tema, Reynolds. Y hablo en serio, porque estoy utilizando mi apellido. Ahora escúchame bien, Reynolds… Jejejé… ¡Si parezco una matona!»

 

SIMON: «Vaya… ¿se está riendo? Dice que se ha acordado de un chiste. Así que quizá le parezca bien cómo están yendo las cosas… ¡Uy! He cogido su bolsa de aperitivos en vez de la mía. ¿Acaba de lanzarme un gruñido?»

 

CAROLINE: «¿Rechazas mis peras y luego intentas robarme mis aperitivos? Me parece que no, colega. Vale, Reynolds, basta de risitas. No puedes pasarte la vida evitando el tema. Estas son las preguntas pendientes. Uno: ¿por qué te echaste en los brazos de Simon anoche? Y no se te permite echarle la culpa al alcohol, a la música, a las vibraciones vacacionales, a Nervios, a Corazón ni a nada más. Dos: ¿por qué te rechazó? Si no quería llegar a ese punto, ¿por qué llevaba semanas tonteando contigo, y no solo como un buen vecino? Tiene un harén, por el amor de Dios. No es un puritano. ¡¡Agh!! Tres: ¿tiene algo que ver haber sido rechazada por Simon con la cita que concertaste con James? Cuatro: ¿cómo demonios volvemos a ser Simon y yo simples amigos cuando los dos conocemos ahora a qué sabe la boca del otro? Y la suya sabe muy, muy, muy bien. Vale, sí. Puedes oler el jersey una vez más, pero no dejes que nadie te vea».

 

SIMON: «Tengo que resolver esta mierda de situación con Caroline. Es tan fantástica, de verdad, tan fantástica… ¿Ha habido jamás alguna mujer que poseyese todas y cada una de las cualidades que siempre he buscado? Salvo Natalie Portman, por supuesto. Pero ¿Caroline? Tengo que dejar de ver tanto la tele. Es decir, ¿qué tío en su sano juicio piensa siquiera en frases como “¿Ha habido jamás alguna mujer que poseyese todas y cada una de las cualidades que siempre he buscado?”. Espera, ¿he estado buscando a esa mujer? No, no lo he hecho. No tengo tiempo ni espacio para eso… y mis chicas no quieren una vida hogareña. Mantienen a distancia a los tíos hogareños. Caroline dice que no es una tía hogareña… Katie ha encontrado la vida hogareña que quería, y me alegro por ella. ¿Cuándo fue la última vez que hablé con Nadia o Lizzie? Quizá ya no me sirvan. No las deseo tal como puede que desease… como podría desear a Caroline. Eres un conejito de campo, Parker… Dios, Caroline… es una tía de puta madre… Espera un momento. ¿Qué demonios? ¿De verdad estás dándole vueltas a la idea de una… trago… relación? ¿Y por qué cojones he pensado la palabra «trago»? Eso ha sido un poco dramático, Parker. Vamos, piensa en esto… Si no recuerdo mal, ¡la invitaste a acompañarte a España! Te niegas a ver la realidad. Tío, ¿acaba de olerse el jersey?»

 

RYAN: «Mmm… a mi chica le gusta la cecina; ¿podría ser más afortunado? Me rasca la espalda y además come cecina. He muerto y he ido a parar al cielo».

 

MIMI: «No puedo creerme que se haya comido toda mi cecina. Qué tragón. Jejé».

 

CAROLINE: «La pregunta uno es demasiado difícil. No puedo empezar por esa. Las contestaré por orden inverso. Cuatro: no sé si podemos ser amigos, pero quiero que lo seamos realmente, y no de forma artificial. Simon me cae superbién, y aunque lo que pasó anoche me tocó mucho los huevos creo que podemos resolverlo… Y me gustaría estar cerca de él. Tres: ¡POR SUPUESTO QUE ACCEDÍ A SALIR CON JAMES DEBIDO A LO QUE PASÓ CON SIMON! Es curioso que esa frase aparezca en mayúsculas incluso en mi cabeza. Dos: si supiera por qué me rechazó, sería un genio de cojones. ¿Mal aliento? No. ¿Porque estaba borracha? Puede ser… Pero si fue porque estaba borracha eligió el peor momento de la historia universal para comportarse como un caballero. No paraba de decir «no puedo» y que era un «error». Bueno, tal vez fuese un error. Pero podría haber valido la pena… ¿Y si solo pretendía mostrarse fiel a su harén? Aunque parece raro, sería bonito. Sé que ellas le importan mucho. ¡Jolines, se porta genial con ellas! Pero sé que «no puedo» no era exacto. «No puedo» implica alguna clase de disfunción eréctil. Y noté aquella herramienta en el muslo. Suspiro. Este jersey me está produciendo alteraciones en la mente. Esnif…»

 

SIMON: «Acaba de olerlo otra vez. ¿Por qué no para de hacer eso? Cuando me lo puse no me di cuenta de que oliese a nada que no fuese lana. Las chicas son extrañas… extrañas y maravillosas… Conejo… El conejo de Caroline… Yyy se me ha puesto dura. ¿Por qué demonios finjo siquiera que no estoy totalmente colado por esta chica? Y no tiene nada que ver con su conejo… y ahora se me ha puesto más dura todavía».

 

CAROLINE: «Deja de intentar evitar contestar esa pregunta. ¡Afróntala de cara! ¿¿¿Por qué te echaste en los brazos de Simon, olvidando la amistad, el harén, el dique seco en que se hallaba O y todas las excelentes razones que tenías para mantenerte lejos de él y de su embrujo de Seductor??? Vamos, Caroline. Da la cara y dilo. ¿Qué dijo él cuando le preguntaste por qué te besó la noche que os encontrasteis? “Porque no tuve más remedio.” Dios, incluso en mi cabeza suena increíble diciendo eso… Ahí tienes tu respuesta, Caroline: porque no tuviste más remedio. Y ahora tienes que resolver esta mierda de situación.

Le besé, y él me besó porque no tuvo más remedio. Nuestras decisiones fueron solo nuestras y de nadie más… ¿Y el hecho de que él pusiera fin a aquello y dijese que no podía? ¿Incluso después de todas las ridículas semanas de tonteo? ¿Después de invitarme a acompañarle a España? ¡España de las narices! Y quiero ir a esa España de las nari… Espera, ¿de verdad quiero ir a España con él? ¡Ajjj! Paso de viajar a España. En cualquier caso, más le vale tener una razón buenísima para actuar como lo hizo, porque soy muy buen partido, con O o sin él, soy muy buen partido. Sí que lo eres, Reynolds. De todas formas, es curioso cómo oscilas entre la primera, la segunda y la tercera persona durante tus monólogos interiores… ¡Gracias al cielo, el puente de la Bahía! Basta de introspección…»

 

SIMON: «Mierda, el puente de la Bahía. Ya estamos llegando a casa, y no tengo la menor idea de cómo van a ir las cosas con Caroline. Apenas hemos dicho una palabra en todo el camino, aunque me alegro de estar llegando a casa. Huelo a cecina, y tengo una necesidad increíble de hacerme una paja…»

 

MIMI: «¡Hurra! ¡El puente de la Bahía! ¡Me pregunto si Ryan tendría inconveniente en pasar la noche en mi casa!»

 

RYAN: «Por fin, el puente de la Bahía. Ya estamos llegando a casa. Me pregunto si Mimi sabe que pienso pasar la noche en su casa… y que tengo previsto que mañana llame al trabajo para decir que está enferma. Chavalita, la de cosas que pienso hacerte… Pero nunca más voy a comer tanta cecina. Este ha sido el viaje más silencioso de la historia».

 

 

Continuamos hacia nuestros respectivos apartamentos tras dejar a la nueva pareja en casa de Mimi; no es que se diesen mucha cuenta de ello, pues se hallaban en su propio mundo de chicle. Aunque nos habíamos pasado casi todo el tiempo absortos en nuestros pensamientos, la tensión había aumentado durante el viaje y resultaba todavía más perceptible ahora que estábamos solos en el coche. A Simon y a mí nunca nos había faltado tema de conversación, pero ahora que teníamos tanto de que hablar guardábamos silencio. No quería que la situación se volviese extraña y era consciente de que debía ser yo quien le hiciese saber que no estaba enfadada. Él ya había hecho su aportación a una conversación madura, y una vez más mi costumbre de entrar como un elefante en una cacharrería parecía haberse ocupado de eso.

Cruzó por mi mente una visión de mí misma anunciando en la terraza, a pleno volumen, que le había tirado los tejos a Simon, y aunque, desde luego, me ardieron las mejillas de vergüenza, también me reí para mis adentros al pensar en lo raro que debía ser mi aspecto, braceando y con la boca tensa como si pudiese escupir clavos. Y luego ordenándole a un asustado Simon que me siguiese hasta la playa. Debió de preguntarse si iba a darle una paliza y arrojar su cuerpo al lago.

Mirando sus manos sobre el volante, las mismas que con tanta intensidad se apoyaron en mi cuerpo la noche anterior, me maravilló que hubiese sido capaz de detenerse, pues sabía con certeza que estaba dispuesto. O al menos su cuerpo lo estaba, si no su mente.

No obstante, a mí me parecía que su mente sí estaba dispuesta, como mínimo hasta que lo pensó demasiado. Le eché un vistazo más y me di cuenta de que entrábamos en nuestra calle. Tras parar el coche junto a la acera, me miró mordiéndose el mismo labio inferior que menos de veinticuatro horas atrás yo había tenido la buena fortuna de morder.

Salió disparado del coche y dio la vuelta corriendo hasta mi lado antes de que me desabrochase siquiera el cinturón de seguridad.

—Esto… Voy a… sacar las bolsas —balbuceó, y le observé con atención.

Se pasó la mano izquierda por el pelo mientras su mano derecha tamborileaba contra el costado del coche. ¿Estaba nervioso?

—Pues eso —balbuceó de nuevo, desapareciendo atrás.

Sí, estaba nervioso, tanto como yo. Sacó mi bolsa del coche y subimos con dificultad los tres tramos de escaleras hasta nuestros respectivos apartamentos. Seguíamos sin hablar, así que el único sonido fue el que hicieron nuestras llaves al tintinear en las cerraduras. No pude dejarlo así. Tuve que hacerle frente. Inspiré hondo y me volví.

—Simon, yo…

—Oye, Caroline…

Ambos nos reímos.

—Di.

—No, di tú —me pidió él.

—¿Qué ibas a decir?

—¿Qué ibas a decir tú?

—Suéltalo ya, fanfarrón. Tengo que rescatar a un gato de las garras de dos reinonas —le indiqué al oír que Clive me llamaba desde el piso de abajo.

Simon soltó un bufido y se apoyó contra su puerta.

—Supongo que solo quería decir que este fin de semana me lo he pasado muy bien.

—Hasta anoche, ¿no? —repliqué, apoyándome contra mi propia puerta.

Vi que daba un respingo al oírme abordar el tema tabú del jacuzzi.

—Caroline —susurró, cerrando los ojos y echando la cabeza hacia atrás.

Hizo una mueca de dolor, de dolor físico. Me compadecí. No debería haberlo hecho, pero lo hice.

—Oye, ¿no podemos olvidar que sucedió? —dije—. Bueno, ya sé que no, pero por lo menos podríamos fingir olvidarlo. Sé que, aunque la gente suele decir en estos casos que la relación no se volverá extraña, siempre acaba sucediendo. ¿Cómo podemos asegurarnos de que eso no pasará?

Abrió los ojos y me miró con intensidad.

—Supongo que simplemente podemos no permitirlo. Asegurarnos de que no pase. ¿Vale?

—Vale —dije, asintiendo con la cabeza.

Me vi recompensada con la primera sonrisa auténtica que había visto en su cara desde que desenvolví mi jersey en Tahoe. Cogió su bolsa.

—Esta noche ponme alguna música buena, ¿vale? —le pedí mientras entraba en mi casa.

—Dalo por hecho —contestó, y cerramos nuestras respectivas puertas.

Pero esa noche no me puso big band.

Esa semana no volvimos a hablar.

 

 

—¿Qué mosca te ha picado?

Alcé la mirada de mi mesa y vi a Jillian, tan serena como siempre con su moño informal y elegante al mismo tiempo, unos pantalones pitillo negros, una blusa blanca de seda y un jersey de cachemir color frambuesa sobre los hombros. ¿Cómo supe que era cachemir desde el otro lado de la habitación? Porque se trataba de Jillian.

Seleccioné uno de los cinco lápices clavados en ese momento en mi recogido y volví a centrarme en mi revuelta mesa. Era miércoles, y esa semana pasaba volando y al mismo tiempo transcurría de manera interminable. No tenía noticias de Simon. No tenía mensajes de Simon. No tenía canciones de Simon.

Pero yo tampoco había intentado comunicarme con él.

Estaba ocupadísima afinando los últimos detalles en casa de los Nicholson, encargando adornos caros para el piso de James y haciendo bocetos para un proyecto de diseño comercial que tenía previsto para el mes siguiente. Parecía una especie de caos, pero a veces era el único medio de que disponía para avanzar en mi trabajo. Había días en que necesitaba pulcritud y orden, y otros en los que necesitaba que el desorden de mi mesa reflejase el desorden de mi cabeza. Ese era uno de esos días.

—¿Qué tal, Jillian? —ladré, derribando mi portalápices al coger mi café.

—¿Cuánto café ha tomado hoy, señorita Caroline? —dijo entre risas, ocupando la butaca de enfrente y pasándome los lápices de colores que se habían derramado por el suelo.

—Vete a saber. ¿Cuántas tazas hay en una cafetera y media? —contesté mientras apilaba algunos papeles para hacerle espacio a su taza de té.

Aquella mujer iba por ahí bebiendo té en una taza de porcelana fina, pero le quedaba bien.

—Imagino que hoy no vas a ver a ningún cliente —dijo, inclinándose sobre la mesa y retirando mi taza de café como quien no quiere la cosa.

Le solté un bufido y tuvo la sensatez de devolver la taza a su sitio.

—No, nada de clientes —contesté, metiendo los nuevos bocetos en unas carpetas con colores combinados que guardé en los cajones apropiados.

—Bueno, tía, ¿qué pasa?

—¿A qué te refieres? Estoy trabajando. Para eso me pagas, ¿no? —le espeté, yendo a coger un muestrario de telas y derribando mi florero.

Para esa semana había elegido tulipanes de un morado intenso, casi negro, y ahora estaban todos en el suelo. Suspiré con fuerza y me obligué a tomarme las cosas con más calma. Me temblaban las manos debido a la gran cantidad de cafeína que circulaba por mis venas, y al contemplar la situación en mi despacho noté que dos gruesas lágrimas se formaban en mis ojos.

—Jolines —murmuré, cubriéndome la cara con las manos.

Durante unos instantes me dediqué a escuchar el tictac del reloj antiguo que colgaba de la pared y a esperar a que Jillian dijese algo. Al ver que no lo hacía, la espié a través de mis manos. Estaba de pie junto a la puerta, y había cogido mi chaqueta y mi bolso.

—¿Me estás echando? —susurré mientras las lágrimas rodaban por mis mejillas.

Jillian me indicó por señas que fuese hacia la puerta. Me levanté a regañadientes. Me puso mi jersey sobre los hombros y el bolso en la mano.

—Vamos, cielo. Me invitas a comer —dijo, guiñándome un ojo.

Acto seguido me arrastró por el pasillo.

 

 

Veinte minutos más tarde me tenía apoltronada en un ornamentado asiento rojo parcialmente oculto detrás de dos cortinas doradas. Me había llevado a su restaurante favorito de Chinatown, me había pedido una manzanilla y aguardaba en silencio a que le explicase mi semiataque de nervios. En realidad, el silencio no era absoluto: habíamos pedido una crepitante sopa de arroz.

—Bueno, el fin de semana en Tahoe debió de ser sonado, ¿eh? —preguntó por fin.

Me eché a reír.

—Y que lo digas.

—¿Qué pasó?

—Pues que Sophia y Neil se emparejaron por fin y…

—Espera un momento, ¿Sophia y Neil? Pensaba que Sophia estaba con Ryan.

—Sí, lo estaba, pero en realidad su destino era acabar con Neil, así que todo salió bien al final.

—Pobres Mimi y Ryan. Debió de hacérseles muy raro.

—¡Ja! Oh, sí, pobres Mimi y Ryan. Se enrollaron en el vestuario de la piscina, por el amor de Dios —repliqué con un bufido.

Jillian abrió los ojos como platos.

—En el vestuario de la piscina… uau —susurró, y asentí con la cabeza.

Empezamos con la sopa.

—Simon fue a Tahoe, ¿no? —preguntó unos minutos más tarde, evitando mirarme.

Esbocé una sonrisa ante su sigilo imaginario. Jillian tenía muchísimas cualidades, pero la sutileza no se contaba entre ellas.

—Sí, Simon estuvo allí.

—¿Y cómo fue la cosa?

—Fue genial, luego no lo fue, y ahora la relación es extraña —admití.

Aparté la sopa a un lado para beberme la infusión relajante. Jillian había insistido en que no tomase nada que llevase cafeína.

—Entonces, ¿no hubo vestuario de la piscina para vosotros? —preguntó sin dejar de pasear la mirada por el restaurante, como si no me estuviese preguntando nada importante.

—No, Jillian, no hubo vestuario de la piscina. Nos metimos en un jacuzzi, pero no en el vestuario de la piscina —dije en tono enfático, y luego canté de plano, contándole toda la ridícula historia.

Ella escuchó, hizo sonidos de asentimiento y soltó gemidos en los momentos adecuados, y también se indignó en los momentos adecuados. Cuando acabé, estaba llorando otra vez, cosa que me cabreó mucho.

—Ya sé que yo no debería haberlo hecho, pero lo más asqueroso de todo es que, aunque fue él quien cortó aquello, ¡creo que en realidad no quería hacerlo! —refunfuñé irritada, secándome las lágrimas con la servilleta.

—¿Y por qué crees que lo hizo?

—¿Es gay? —sugerí, y ella sonrió. Inspiré hondo y logré controlarme.

Jillian me miró pensativa y finalmente se inclinó hacia mí.

—Date cuenta de que somos dos mujeres inteligentes que no están comportándose de forma demasiado inteligente en este momento —dijo.

—¿Cómo?

—Sabemos que no tiene sentido tratar de averiguar lo que pretende un hombre. Las cosas se aclararán cuando tengan que hacerlo. ¿Y tus lágrimas? Son lágrimas de tensión, lágrimas de frustración… nada más. De todos modos, te diré una cosa…

—¿Qué es?

—Desde que conozco a Simon, nunca he oído que invitase a nadie a viajar con él cuando tiene que hacer un reportaje. Invitarte a España no es nada propio de él.

—Bueno, quién sabe si sigo estando invitada —dije con un suspiro dramático.

—Seguís siendo amigos, ¿no? —preguntó, arqueando una ceja—. ¿Por qué no se lo preguntas? —Al ver que yo no respondía, añadió—: ¡Fúmate esa!

—Creo que es «chúpate esa», Jillian. «Chúpate esa».

—Ah, chúpate esa, fúmate esa, lo que sea. Cómete tu galletita de la suerte, cariño.

Sonrió y empujó la galletita con el codo hacia mí. La partí y retiré el papelito.

—¿Qué dice la tuya? —pregunté.

—«Despide a todas las trabajadoras que lleven más de un lápiz clavado en el pelo» —declaró muy seria.

Nos reímos juntas, y sentí que parte de la tensión abandonaba por fin mi cuerpo.

—¿Qué dice la tuya? —preguntó ella.

Abrí el papelito, leí las palabras y puse los ojos en blanco.

—Estúpida galletita de la suerte —dije con un suspiro.

Le di el papelito, lo leyó y volvió a abrir los ojos como platos.

—¡Tía, te lo tienes merecido! Venga, volvamos al trabajo.

Soltó una carcajada, me cogió de la mano y me sacó del restaurante. Me devolvió el papelito y me dispuse a tirarlo a la basura, pero acabé guardándolo en el bolso:

 

 

SÉ CONSCIENTE DE LOS MUROS QUE LEVANTAS

Y DE LO QUE PODRÍA HABER AL OTRO LADO.

 

«Confucio, eres buenísimo.»

 

 

Mensaje de James a Caroline:

 

Hola.

 

Hola.

 

¿Sigue en pie lo del viernes por la noche?

 

Sí, cuenta conmigo. ¿Adónde iremos a cenar?

 

Hay un restaurante vietnamita nuevo que hace tiempo que quiero probar.

 

¿Se te ha olvidado que precisamente la comida vietnamita no me chifla?

 

Venga, ya sabes que es mi favorita. ¡Puedes tomar sopa!

 

Muy bien, pues comida vietnamita. Ya encontraré algo que me guste. Por cierto, el lunes deberían llevarte los últimos muebles. Estaré allí para recibirlos y colocarlos.

 

¿Cuánto falta para que termine el proyecto?

 

Salvo unas cuantas piezas del dormitorio, todo debería estar listo para el próximo fin de semana. Antes del plazo…

 

Muy bien. ¿También estarás allí para acabar en el dormitorio?

 

Para, Jaime.

 

Detesto que me llames Jaime.

 

Ya lo sé, Jaime. Nos vemos el viernes por la noche.

 

 

El día me había dejado agotada. No me quedaban energías. Tenía previsto ir a yoga, de verdad, pero cuando se acercó el anochecer lo único que quería, era irme a casa. Quería estar con Clive, y ya no podía seguir fingiendo que no quería estar también con Simon. ¿Y si estaba en casa? Mientras subía las escaleras, oí la tele de Simon a través de la puerta. Ya estaba girando la llave en mi cerradura cuando pensé en mi galletita de la suerte. Podía llamar a su puerta, ¿no? Podía saludarle, ¿no? Mientras le daba vueltas a la idea, oí sonar su teléfono, seguido de su voz a través de la puerta.

—¿Nadia? Hola, ¿cómo estás? —dijo, y eso tomó la decisión por mí.

Él tenía su harén, y yo no podía en modo alguno participar en él. Si quería a Simon, lo quería entero. Me había prometido a mí misma dejar de hacer el tonto. Mientras notaba las lágrimas en los ojos por enésima vez ese día, entré y encontré a Clive esperándome. Sonreí a través de las lágrimas. Lo cogí y lo abracé para que me contase en su lenguaje gatuno cómo le había ido el día. Le hice de intérprete, y al parecer la jornada de Clive había consistido en un aperitivo ligero, una siesta, media hora de acicalamiento, otro aperitivo, otra siesta, y luego había observado el vecindario durante el resto de la tarde. Sobras de comida preparada con Ina y Jeffrey en el sofá, una ducha rápida y me fui a la cama. Sencillamente, no podía dejar que ese día durase ni un minuto más.

Me dormí con Clive acurrucado entre mis piernas, de nuevo sin música procedente del otro lado de la pared.

 

 

El viernes por la noche me hallaba de pie delante del espejo, probándome diferentes zapatos para mi dudosa cita con James. Había estado a punto de telefonearle dos veces para echarme atrás, pero al final seguí adelante y me vestí. A veces una chica necesita simplemente arreglarse, y esa noche iba vestida para matar: blusa negra fina y ajustada, falda lápiz roja ceñida, tacones de vértigo…

Llevaba toda la semana albergando sentimientos encontrados acerca de ese acontecimiento, fuese lo que fuese. Pero quería ir. ¿Estaba utilizando un poco a James? Tal vez. Sin embargo, me lo pasaba bien con él, y quizá no fuese lo peor del mundo que volviésemos a empezar.

—Caroline Reynolds, eres una rompecorazones —me susurré a mí misma ante el espejo.

Me partí de risa yo sola. Clive sintió vergüenza por ambos y ocultó el hocico detrás de su garra. Seguía riendo cuando oí que llamaban a la puerta. Fui taconeando por el pasillo hacia la puerta, con Clive pisándome los talones.

Inspiré hondo y abrí.

—Hola, James.

—Caroline, estás imponente —murmuró.

Entró y me dio un abrazo. Entonces lo supe sin lugar a dudas. Aquello era una cita.

Olía a especias. No sé por qué se dice siempre que los chicos huelen a especias, pero en algunos casos es verdad. Y es agradable que desprendan un cálido aroma de especias. Pero no de popurrí…

Le devolví el abrazo, disfrutando del modo en que mi cuerpo seguía encajando con el suyo. Siempre se nos dieron bien los abrazos.

—¿Estás lista?

—Sí, espera a que coja el bolso.

Me arrodillé para darle a Clive un breve beso. Meneó la cola enfadado en dirección a James y no me dejó besarle.

—¿Qué problema tienes? —le pregunté a Clive, que se volvió y me mostró el trasero—. ¿Sabe, señor Clive? Esto está empezando a convertirse en una costumbre muy fea —le avisé, cogiendo mi bolso de encima de la mesa.

Tras sacarle la lengua a Clive, cogí a James del brazo y cerré la puerta a nuestras espaldas.

—Vale, entonces, ¿vamos a cenar? —pregunté, ya en el rellano.

—Sí, a cenar —respondió, muy cerca de mí.

Nos miramos fijamente. En realidad solo fueron unos segundos, pero pareció mucho más. Dio otro paso hacia mí y me quedé sin aliento. Por supuesto, Simon decidió abrir su puerta en ese preciso momento.

—¡Hola, Caroline! Precisamente estaba… Ah, hola. James, ¿verdad?

Su sonrisa se desdibujó ligeramente al ver cuál era mi pareja para la cena. Pareja, pareja, pareja.

—Sheldon, ¿verdad? —dijo James, tendiéndole la mano.

—Simon. —Levantó las manos, ocupadas con bolsas de basura, y declinó el ofrecimiento—. Después de vosotros —añadió, indicando las escaleras con un gesto de la cabeza.

Los tres empezamos a bajar juntos.

—Bueno, ¿adónde vais esta noche, chicos? —preguntó Simon mientras caminábamos delante de él.

Notaba sus ojos en mi nuca, y al llegar al rellano volví la vista atrás. Simon tenía una sonrisa falsa en la cara, y su voz era más fría que nunca.

—Caroline y yo salimos a cenar —contestó James.

—Vamos a un restaurante vietnamita estupendo —añadí, fingiendo ilusión y devolviéndole la sonrisa por encima del hombro.

—A ti no te gusta la comida vietnamita —dijo él con el ceño fruncido.

Eso me hizo sonreír.

—Voy a probar la sopa —contesté.

James y Simon se miraron a los ojos mientras el primero me sostenía la puerta para dejarme pasar. La soltó cuando pasaba Simon con las manos llenas de bolsas de basura, pero la sujeté justo a tiempo.

—Que tengas una buena noche —dije mientras James me acompañaba hacia su coche con la mano en la parte baja de mi espalda.

—Buenas noches —contestó Simon con los labios apretados. Se notaba que estaba irritado.

Bien.

James me metió a empujones en el coche y nos marchamos.

 

 

La cena fue muy bien. Pedí arroz frito del apartado de fusión del menú, y cuando llegó el plato, por un momento solo pude pensar en comer fideos con Simon en un barco-vivienda situado en mitad de la bahía de Ha Long.

Sin embargo, tal como he dicho, la cena fue muy bien; la conversación, muy bien; el hombre con el que estaba, muy bien. Era un hombre muy atractivo con un gran porvenir, sus propias aventuras por vivir, montañas que conquistar. Y esa noche, yo era la montaña. Casi me apetecía dejarle escalar.

Me acompañó escaleras arriba, hasta mi puerta, aunque yo habría podido impedir que subiese todos los pisos. Mientras buscaba las llaves en mi bolso, oí sonar el teléfono de Simon, que contestó.

—¿Nadia? Sí, si tú estás lista, yo también —dijo entre risas.

Se me encogió el corazón. Muy bien. Me volví para despedirme de James y su enorme atractivo, que estaba allí mismo, ante mis ojos. Mi O llevaba mucho tiempo desaparecido, y James y él habían sido en otro tiempo grandes amigos. ¿Podría él? ¿Lo haría? Pensaba averiguarlo. Le invité a entrar.

Mientras sacaba una botella de vino del frigorífico vi que recorría la habitación con la mirada, haciendo inventario de todo: el equipo de sonido Bose, el sillón Eames situado junto al escritorio. Incluso se fijó en la calidad de la cristalería cuando le puse la copa en la mano. Me dio las gracias y sus ojos se clavaron, ardientes, en los míos cuando nuestros dedos se rozaron.

La naturaleza tomó el poder. Las manos recordaron, la piel reconoció, los labios coquetearon y volvieron a entablar relación. Fue nuevo y viejo al mismo tiempo, y mentiría si dijese que no resultó agradable. Su camisa cayó. Mi falda se bajó, me quité los tacones de una patada y nuestros brazos se abrigaron y arroparon. Al final, y de forma inevitable, nos dirigimos hacia el dormitorio.

Reboté ligeramente sobre la cama, contemplando con mirada desenfocada cómo se arrodillaba ante mí.

—Te he echado de menos.

—Lo sé.

Le atraje hacia mí. Todo iba muy bien, todo era tal como debía ser. Le envolví la cintura con las piernas y la fría hebilla de su cinturón se me clavó en el muslo. Me miró a los ojos y sonrió.

—Cuánto me alegro de haber necesitado a una decoradora.

Y así, de pronto, «muy bien» no fue suficiente.

—No, James —dije con un suspiro, empujándole los hombros.

—¿Qué, nena?

Detestaba que me llamase «nena».

—No, no, no. Levántate.

Volví a suspirar, y él continuó besándome el cuello. Las lágrimas brotaron de mis ojos al darme cuenta de que lo que solía hacerme sentir algo ya no lo hacía en absoluto.

—Estás de broma, ¿verdad? —gimió en mi oreja, y le empujé de nuevo.

—Te he dicho que te levantes, James —ordené, esta vez un poco más alto.

Captó el mensaje, aunque eso no significa que le gustase oírlo. Se puso de pie y me alisé la falda, que afortunadamente estaba abrochada casi del todo.

—Tienes que irte —logré decir mientras las lágrimas empezaban a rodar por mis mejillas.

—Caroline, ¿qué demonios…?

—Vete, ¿vale? ¡Vete! —vociferé.

No era justo para él, pero tenía que ser justa conmigo misma. No podía volver atrás, ya no.

Me tapé el rostro con las manos. Le oí suspirar, alejarse dando fuertes pisotones y cerrar la puerta de un portazo. No podía reprochárselo. Debía de tener los huevos morados. Me sentía triste, enfadada y un poquito achispada, y odiaba a mi O. Mis ojos se posaron en uno de mis zapatos Ven a Follarme. Lo cogí y lo lancé con todas mis fuerzas hacia la salita.

—¡Uuuf! —oí exclamar a una voz profunda, y no era la de James Brown. Era el hombre al que sí quería en mi cama, el hombre con el que más enfadada estaba en ese momento. Sosteniendo el zapato como una especie de Príncipe Azul noctámbulo ante mi desastrada Cenicienta sin O, Simon apareció en mi puerta, descalzo y con un pantalón de pijama. La visión de sus perfectos abdominales como badenes reductores de velocidad me hizo pasar de cabreada a E.N.F.A.D.A.D.A.

—¿Qué demonios estás haciendo aquí? —pregunté, enjugándome las lágrimas con irritación. Iba a verme llorar.

—Esto… Os he oído a James y a ti… Bueno, te he oído a ti, y luego te he oído chillar, y quería asegurarme de que estabas bien —balbuceó.

—No estás aquí para rescatarme, ¿verdad? —le espeté, utilizando el gesto de las comillas para recalcar la palabra «rescatarme».

Retrocedió al verme salir de la cama; parecía temer mi inminente explosión. Hasta yo sabía que aquello iba a ponerse feo.

—¿Qué puñetas os hace creer a los hombres que tenéis que rescatarnos a las mujeres? ¿Es que no somos capaces de rescatarnos solas? ¿Por qué coño voy a necesitar que me rescaten? No necesito que me rescate ningún hombre, ni necesito oír porrazos en las paredes. ¡Te follas a Purina, escuchas en mi pared como un maldito psicópata y ahora vienes a rescatarme! ¿Lo pilla, señor mío?

Señalaba y agitaba los brazos como si alguien fuese a quitármelos. Simon tenía todo el derecho a parecer asustado.

—Pero bueno, ¿qué demonios os pasa a los hombres? ¡Tengo a uno que quiere volver conmigo y a otro que no quiere saber nada de mí! Y el que quiere ser mi novio ni siquiera se acuerda de que soy diseñadora de interiores. ¡Diseñadora! ¡No una puta decoradora!

Iba lanzada. Para entonces solo estaba despotricando, lisa y llanamente. Daba vueltas con gesto airado alrededor de Simon, caminando y gritando mientras él trataba de seguirme para acabar quedándose quieto y observándome con los ojos muy abiertos.

—No se debe obligar a nadie a tomar comida vietnamita si no le gusta, ¿no es así? Yo no tengo por qué tomarla, ¿verdad, Simon?

—Claro que no, Caroline… —empezó.

—No, por supuesto que no tengo por qué hacerlo, ¡así que he tomado arroz frito! ¡Arroz frito, Simon! Nunca más pienso tomar comida vietnamita, ¡ni por James, ni por ti, ni por nadie! ¿Lo pillas?

—Bueno, Caroline, creo que…

—Y, para tu información —continué—, ¡esta noche no necesitaba rescate! Me he encargado yo misma. Se ha ido. Y sé que crees que James es una especie de psicópata, pero no lo es —dije, empezando a perder impulso. Mi labio inferior volvió a temblar; intenté evitarlo, pero al final lo dejé pasar—. No es mal tío. Simplemente… simplemente… simplemente no es el adecuado para mí —acabé con un suspiro, dejándome caer al suelo delante de la cama y sujetándome la cabeza con las manos.

Lloré unos momentos mientras Simon permanecía paralizado, de pie junto a mí. Finalmente alcé la vista hacia él.

—¿Hola? ¡Aquí abajo hay una chica llorando! —barboté.

Contuvo una sonrisa y se sentó ante mí. Me atrajo hacia sí y me estrechó entre sus brazos. Y se lo permití. Me instaló sobre sus rodillas y me abrazó, y yo me puse a sollozar contra su pecho. Era cálido y tierno, y aunque yo sabía muy bien que no me convenía, me apoyé en el hueco de su hombro y me dejé consolar. Me pasó las manos por la espalda, y las puntas de sus dedos formaron círculos minúsculos en mis omóplatos. Aspiré su olor. Hacía tanto tiempo que no me abrazaba un hombre que, entre los círculos minúsculos y el aroma del suavizante de su ropa, empecé a perder la cabeza.

Mis sollozos empezaron por fin a calmarse mientras él me abrazaba, sentado en el suelo con las piernas cruzadas.

—¿Por qué no me has puesto música en toda la semana? —pregunté, gimoteando.

—Tenía la aguja rota. Tengo que arreglarla.

—Oh, pensé que quizá… bueno, la eché de menos, eso es todo —dije con timidez.

Me echó el pelo hacia atrás y me cogió la barbilla para obligarme a mirarle.

—Yo te he echado de menos a ti —dijo, sonriendo con ternura.

—Y yo a ti —susurré, y sus zafiros empezaron a girar. Oh, no. El embrujo no—. ¿Cómo estaba Purina? ¿Bien? Apuesto a que también te ha echado de menos —murmuré, y vi que su expresión cambiaba.

—¿Por qué no paras de sacar a Nadia a colación?

—Te he oído hablar con ella por teléfono. Parecía que estabais haciendo planes.

—Sí, he quedado con ella para salir a tomar algo.

—¡Venga ya, tío! ¿De verdad esperas que me trague que no ha estado en tu casa? —pregunté, cayendo en la cuenta de que seguía sentada sobre sus rodillas.

—Pregúntale a tu gato. ¿Se ha vuelto loco esta noche? —inquirió Simon señalando a Clive, que había regresado y nos observaba desde el respaldo del sofá.

—No, la verdad es que no.

—Eso es porque no ha venido a mi casa. Hemos quedado para salir a tomar algo y despedirnos —dijo Simon, mirándome con atención.

Mi corazón empezó a latir tan fuerte que era imposible que él no lo oyese. ¿Por qué tenía que estar Corazón tan implicado en aquello?

—¿Despediros?

—Sí, se vuelve a Moscú para acabar allí sus estudios.

Corazón se calmó un poco.

—Oh, así que os despedisteis porque ella se marchaba, y no por otro motivo. Qué tonta soy.

Traté de levantarme de sus rodillas y él me estrechó contra sí. Forcejeé.

—Se marcha, sí, pero no nos hemos despedido por eso. Yo…

Continué debatiéndome.

—¡Uau, ya solo tienes a Risitas! Y solo quedó una. Supongo que técnicamente una no forma un harén, así que ¿asumirá la carga de las demás o tendrás que concertar entrevistas para conseguir a más mujeres? ¿Cómo funciona la cosa? —le espeté.

—Lo cierto es que muy pronto tendré que hablar con Lizzie también. Creo que de ahora en adelante solo seremos amigos —dijo, observándome atentamente—. Lo que antes funcionaba ha dejado de hacerlo.

Alto. «¿Qué?»

—¿Ha dejado de funcionar? —susurré, sin atreverme a creerlo.

—Ajá —contestó, apoyándome la nariz en la piel situada debajo de mi oreja e inspirando hondo.

¿Se daría cuenta si le lamiese el hombro? ¿Solo un poquito?

—¿Caroline?

—¿Sí, Simon?

—Siento no haberte puesto música esta semana. Siento que… bueno, digamos simplemente que siento muchas de las cosas que he hecho.

—Vale —susurré.

—¿Puedo pedirte una cosa?

—No, no tengo pan de calabacín —murmuré, y su risa resonó por toda la habitación. Yo también me eché a reír, a regañadientes. Echaba de menos reírme con Simon.

—Ven a España conmigo —murmuró.

—Espera, ¿qué? —volví a preguntar con voz temblorosa. «¿Qué, qué, qué?»—. ¿Hablas en serio?

—Hablo muy en serio.

Tuve que recordarme a mí misma que debía respirar. Ya me sentía embriagada por su embrujo y por el suavizante de su ropa, y ahora sacudí la cabeza para despejarme. ¿Quería ir a España conmigo?

Me alegré de que pareciese concentrado en el espacio situado detrás de mi oreja, porque dudaba que estuviese tan interesado si me veía bizquear. Necesitaba un momento. Me aparté y me levanté por fin.

—Voy a lavarme la cara. Ni se te ocurra marcharte —le indiqué.

—Dulce Caroline, no pienso marcharme a ningún sitio —dijo, recuperando su sonrisa sexy.

Me obligué a alejarme. Cada paso que daba, cada golpe de mis talones contra la madera, era como un canto en mi cabeza: «España. España. España». Una vez en el cuarto de baño, me eché agua en la cara, y la mayor parte me entró en la boca porque era incapaz de dejar de sonreír. Nuevo recuento del harén: ¿dos menos, solo queda una? Había momentos para ser prudente y otros en los que hacía falta tener un par de huevos y arriesgarse. Necesitaba agallas. Pensé en lo que Jillian había dicho ese mismo día y seguí mi impulso. Me armé de valor, eché mano de mis huevos figurados y salí del cuarto de baño.

—Vale, es tarde, Simon. Hora de irte.

Le cogí de la mano, le ayudé a levantarse del suelo y le acompañé hacia la puerta de la calle.

—Mmm, ¿de verdad quieres que me vaya? ¿No quieres, no sé… hablar un poco más? —preguntó—. Quería decirte que…

Continué tirando de él.

—No. Se acabó la charla por esta noche. Estoy cansada. —Abrí mi puerta y le acompañé al rellano. Empezó a decir algo y levanté dos dedos—. He de decirte dos cosas, ¿vale? Dos cosas.

Asintió con la cabeza.

—Primero, heriste mis sentimientos en Tahoe —empecé, y trató de interrumpirme—. Cierra el pico, Simon. No quiero un refrito. Pero que sepas que me hiciste daño. No vuelvas a hacerlo —acabé.

No pude contener la sonrisa al ver su reacción. Clavó los ojos en el suelo; su cuerpo entero expresaba arrepentimiento.

—Caroline, siento mucho todo eso. Tienes que saber que solo quería…

—Disculpa aceptada.

Sonreí de nuevo y empecé a cerrar mi puerta. Simon levantó la cabeza de inmediato.

—Espera, espera. ¿Cuál era la segunda cosa? —inquirió, apoyándose en el marco de la puerta.

Me acerqué a pocos centímetros de él. Noté el calor de su piel a través de la minúscula distancia que se extendía entre nosotros y cerré los ojos para defenderme de la avalancha de emociones que me asaltaba. Inspiré hondo, y al abrir los ojos me encontré con aquellos zafiros sexis que me contemplaban.

—Iré contigo a España —dije.

Y con un guiño le cerré la puerta en las asombradas narices.