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Mensajes entre Caroline y Simon:
Te han traído un paquete. He firmado el recibo y está en mi casa.
Gracias. Lo recogeré cuando vuelva. ¿Cómo estás?
Bien, trabajando. ¿Qué tal los irlandeses?
Afortunados. ¿Qué tal ese gato tarumba tuyo?
Afortunado. Le pillé tratando de escalar las paredes. Sigue buscando a Purina. La echa de menos.
No creo que el destino les depare una historia de amor.
Supongo que no… Aunque él tardará en superarlo. Puede que tenga que aumentarle la ración de pienso.
No te pases con la medicación. A nadie le gusta un minino, ni tampoco un conejo, incapaz de mantener una conversación.
Empiezas a darme un poco de miedo.
Jajajá. No te asustes. Espera a que te dé motivos para hacerlo.
¡Si te pillo vestido con una gabardina saldré corriendo! Por cierto, ¿cuándo vuelves?
¿Me echas un poco de menos?
No, es que quería volver a colgar unas fotos en la pared, sobre el cabecero de mi cama, y no sé de cuánto tiempo dispongo.
Volveré dentro de dos semanas. Si puedes esperar hasta entonces, te ayudaré. Es lo mínimo que puedo hacer.
Lo mínimo, desde luego, y esperaré. Tú pon la herramienta, que yo pondré los cócteles.
Sientes curiosidad por mi herramienta, ¿verdad?
Ahora mismo estoy cruzando el rellano para darle una patada a tu puerta.
Mensajes entre Mimi y Caroline:
¿Sabes una cosa, chica? El mes que viene está disponible la casa de los abuelos de Sophia. ¡Nos vamos a Tahoe!
¡Qué bien! Será genial. Me muero de ganas de hacer una escapada con mis chicas.
Estábamos pensando en invitar a los chicos… ¿Te parece bien?
Me parece estupendo. Los cuatro lo pasaréis de fábula.
Idiota, lógicamente sigues estando invitada.
¡Oh, gracias! Me encantaría pasar un fin de semana romántico con dos parejas. ¡FANTÁSTICO!
No seas capulla. Tú te vienes de todos modos. No te sentirás desplazada. ¡Será tan divertido! ¿Sabías que Ryan toca la guitarra? ¡Va a traerla, y podemos cantar a coro!
¿Qué es eso? ¿Un campamento de verano? ¡No, gracias!
Mensajes entre Mimi y Neil:
Hola, hombretón. ¿Qué piensas hacer a mediados del mes que viene?
Hola, pequeña. Aún no tengo planes. ¿Qué pasa?
Los abuelos de Sophia nos van a dejar la casa de Tahoe. ¿Vienes? Pregúntale a Ryan…
¡Pues claro! Me apunto. Le preguntaré al cerebrito si viene.
Intento convencer a Caroline de que venga también.
¡Genial! Cuantos más seamos, más reiremos. ¿Sigue en pie lo de salir esta noche con Sophia y Ryan a tomar algo?
Sí, nos vemos luego.
Hasta entonces, nena.
Mensajes entre Simon y Neil:
Deja de preguntarme de una puta vez por los duendecillos irlandeses.
Me parto de risa con esas criaturas! Oye, ¿cuándo vuelves? El mes que viene nos vamos a Tahoe a pasar un fin de semana.
Vuelvo la semana que viene. ¿Quién va?
Sophia y Mimi, Ryan y yo. Quizá Caroline. Esa chica es muy maja.
Sí, es muy maja cuando no me está aguando la fiesta. Conque a Tahoe, ¿eh?
Pues sí, los abuelos de Sophia tienen una casa allí.
Qué bien.
Mensajes entre Simon y Caroline:
¿Vas a Tahoe?
¿Cómo demonios te has enterado ya de eso?
Corre la voz… Neil está muy ilusionado.
Oh, seguro que sí. Sophia en un jacuzzi… No es muy difícil de entender.
Espera un momento, creía que salía con Mimi.
Y así es, pero sin duda está pensando en Sophia dentro de un jacuzzi, créeme.
¿Qué demonios ocurre?
Están pasando cosas extrañas en San Francisco. Cada uno sale con la persona equivocada.
¿Qué?
Es escandaloso. Mimi no puede dejar de hablar de Ryan, que siempre la está mirando con ojos de cordero degollado. Y Sophia está tan ocupada suspirando por las manos de gigante de Neil que no ve que él no le quita la vista de encima. Muy gracioso.
¿Por qué no cambian?
Mira quién fue a hablar, el tipo del harén… No siempre es tan fácil.
Espera a que vuelva. Ya me ocuparé yo.
Vale, señor Arreglalotodo. ¿Antes o después de colgar mis fotos?
No te preocupes, Picardías Rosa. Estoy deseando meterme en tu dormitorio.
Suspiro.
¿De verdad acabas de escribir la palabra «suspiro»?
Suspiro…
¿Vas a Tahoe?
No si puedo evitarlo. Aunque casi valdría la pena para ver la que se liará cuando por fin se den cuenta.
Desde luego.
Mensajes entre Sophia y Caroline:
¿Qué es eso que me han dicho de que no vienes a Tahoe?
¡Uf! ¿Y qué más da?
Tranquila, fiera. ¿Qué tripa se te ha roto?
Es que no entiendo por qué es esencial que os acompañe en un fin de semana romántico. Ya iré la próxima vez. Salir con vosotros aquí es una cosa. ¿Apuntarme a Tahoe? Creo que no.
No será así, te lo prometo.
Ya tengo que oír a Simon aporreando las paredes cuando está en casa. No necesito oír cómo Ryan te echa un polvo en el cuarto contiguo o cómo se cepillan a Mimi.
¿Crees que se la está cepillando?
¿Qué?
Me refiero a Neil. ¿Crees que se la está cepillando?
¿Que si se la está qué?
Oh, ya sabes lo que quiero decir…
¿De verdad me estás preguntando si nuestra querida amiga Mimi se acuesta con su nuevo amiguito?
¡Sí! ¡Te lo pregunto!
Pues resulta que no. Aún no duermen juntos. Espera, ¿por qué lo preguntas? Te has acostado con Ryan, ¿verdad? ¿¿¿¿Verdad????
Tengo que irme.
Mensajes entre Sophia y Ryan:
¿Es raro que salgamos siempre con Mimi y Neil?
¿Cómo?
¿Es raro?
No lo sé. ¿Lo es?
Pues sí. Esta noche pásate por mi casa tú solito, que veremos una peli.
Sí, señora.
Y, por cierto, pídele a tu colega Simon que venga a Tahoe.
¿Hay algún motivo en concreto?
Sí.
¿Me lo cuentas?
No. Trae palomitas.
Mensajes entre Ryan y Simon:
¿Ya te has hartado de verde?
Estoy a punto de volver a casa. Mi vuelo aterriza mañana por la noche. O esta noche. Mierda, no lo sé.
Sophia me ha pedido que te pregunte oficialmente si quieres venir a Tahoe. ¿Te apuntas?
Conque a Tahoe, ¿eh?
Sí. Me parece que Caroline va.
Pensaba que no iba.
¿Has estado hablando con la aguafiestas?
Un poco. Es muy maja. Parece que la tregua sigue en pie.
Mmm. Bueno, ¿vienes a Tahoe?
Déjame pensarlo. ¿Vamos a hacer windsurf este fin de semana?
Sí.
Mensajes entre Simon y Caroline:
Me han invitado a lo de Tahoe. ¿Vas a ir tú?
¿Que te han invitado? Uf…
¿Debo interpretar que la idea sigue sin convencerte?
No lo sé. Me encanta ir allí, y la casa es fantástica. ¿Vas a ir tú?
¿Vas a ir tú?
Yo he preguntado primero.
¿Y qué?
No seas crío. Sí, supongo que acabaré yendo.
¡Genial! Me encanta aquello.
Ah, ¿ahora vas?
Puede. Parece divertido.
Mmm, ya veremos. Mañana estarás en casa, ¿no?
Sí, llegaré tarde y dormiré por lo menos un día entero.
Avísame cuando te levantes. Tengo ese paquete para ti.
Así lo haré.
Y esta noche pienso preparar pan de calabacín. Te guardaré un poco. No debes de tener comida en casa, ¿verdad?
¿Sabes hacer pan de calabacín?
Sí.
Suspiro…
Me desperté de pronto y oí música procedente del apartamento contiguo. Duke Ellington. Miré el reloj. Eran las dos de la mañana. Clive sacó la cabeza de debajo de las sábanas y siseó.
—Oh, calla. No te pongas celoso —siseé yo a mi vez.
Él me fulminó con la mirada, se volvió mostrándome el trasero y se metió de cabeza bajo las sábanas, meneando el cuerpo.
Yo, por mi parte, me acurruqué mejor, escuchando la música con una sonrisa en los labios.
Simon había vuelto.
A la mañana siguiente me desperté muy contenta de que fuese sábado. Estaba al día en todas mis tareas: ni colada, ni recados pendientes. Un día para disfrutar y relajarme. Fantástico.
Decidí empezar con un buen baño, y luego ya vería qué hacer el resto de la jornada. Estaba pensando en escaparme al parque del Golden Gate esa tarde. El otoño en San Francisco es precioso cuando el tiempo aguanta. Quizá cogiese un libro y me pasase allí toda la tarde.
Empecé a llenar la bañera y Clive vino a hacerme compañía, yendo y viniendo entre mis piernas. Dejé caer mi pijama al suelo y él se puso a explorar la parte superior de la bañera. Le encantaba hacer equilibrios en el borde mientras yo me bañaba. Nunca se había caído dentro, aunque a veces metía la cola. Qué gato más tonto. Cualquier día metería algo más que la cola.
Probé el agua. Empezaba a ascender por el costado de la gigantesca bañera cuando decidí que necesitaba un poco de café antes de instalarme. Caminé hasta la cocina, desnuda como Dios me trajo al mundo, para prepararme una taza. Bostecé al medir los granos para el molinillo.
Eché unas cuantas cucharadas dentro del filtro y fui a buscar agua. Tan pronto como abrí el grifo, comenzaron los chillidos.
Primero oí a Clive maullar como nunca. Luego oí una salpicadura. Empecé a sonreír, creyendo que por fin se había caído dentro de la bañera, cuando el agua del fregadero me saltó directamente a la cara.
Parpadeé frenética y confusa. Entonces me di cuenta de que el agua salía a chorro de la parte superior del grifo, rociando toda la cocina.
—¡Mierda! —grité, tratando de cerrarlo. No hubo suerte.
Corrí al cuarto de baño sin dejar de soltar palabrotas y me encontré a Clive escondido detrás del váter, empapado, y el grifo de la bañera rociando descontrolado todo el cuarto de baño.
—¿Qué puñetas…? —grité, tratando de nuevo de cerrar el grifo.
Entonces me entró el pánico. Era como si todo el apartamento se hubiese vuelto loco al mismo tiempo. Salía agua por todas partes, y Clive seguía chillando a voz en cuello.
Estaba desnuda y empapada, y me había entrado la neura.
—¡Mecagoenlahostialamadrequemepariomierdajoderjoder! —grité, y cogí una toalla.
Traté de pensar, traté de calmarme. Debía haber una válvula de cierre en algún sitio. ¡Yo había rediseñado casas, por el amor de Dios! «¡Piensa, Caroline!»
Más o menos entonces oí los porrazos que procedían de algún otro punto del apartamento. Al principio pensé que venían del dormitorio. Naturalmente. Pero no, estaban llamando a la puerta de la calle.
Tras envolverme en la toalla y sin dejar de soltar las palabrotas suficientes para poner colorado a un marinero, eché a andar dando fuertes pisotones. Tuve la suerte de no resbalar en el agua que se iba acumulando y abrí la puerta con gesto furioso.
Era Simon.
—¿Has perdido la puta cabeza? ¿A qué viene tanto grito?
Prácticamente no me fijé en los bóxers estampados de cuadros escoceses, el pelo alborotado de dormir o los abdominales como badenes reductores de velocidad. Prácticamente.
Entré en modalidad de supervivencia, le agarré por el codo mientras se frotaba un ojo y le arrastré al interior del apartamento.
—¿Dónde leches está la válvula de cierre en estos pisos? —chillé.
Él contempló el caos: agua saliendo a chorro de la cocina, agua en el suelo procedente del cuarto de baño, y yo con mi toalla de Snoopy, que había sido la primera que había agarrado.
Incluso en mitad de una crisis Simon dedicó 2,5 segundos a mirar mi cuerpo casi desnudo. Vale, puede que yo dedicase 3,2 a mirar el suyo.
A continuación entramos en acción. Él corrió al cuarto de baño como un hombre con una misión. Clive siseó y salió corriendo para meterse directamente en la cocina. Al percatarse de que aquello estaba igual de mojado, cruzó la habitación con un salto acrobático y aterrizó encima de la nevera. Yo eché a correr hacia el cuarto de baño para ayudar y choqué contra Simon, que iba a toda prisa hacia la cocina. Sin arredrarse, se deslizó por el suelo y abrió las puertas situadas bajo el fregadero. Empezó a arrojar al suelo mis productos de limpieza y supuse que procuraba llegar a la válvula de cierre. Intenté no fijarme en cómo se le ceñían los bóxers al trasero. Lo intenté con todas mis fuerzas. Ahora Simon también estaba cubierto de agua, y justo entonces resbaló y cayó al suelo.
—¡Ay! —dijo desde debajo del fregadero, con las piernas separadas sobre el suelo mojado de mi cocina.
Entonces se dio la vuelta. Estaba empapado y bastante espléndido.
—Ven aquí y ayúdame. No puedo cerrar esto —me pidió por encima del ruido del agua y de los maullidos del gato.
Recordando que solo llevaba puesta una toalla, me arrodillé con mucho tiento junto a él y traté de no mirarle el cuerpo, el cuerpo mojado y esbelto que estaba peligrosamente cerca del mío. Bastó otro chorro de agua perdido y proyectado directamente contra mi ojo para sacarme de mi estupor, y volví a concentrarme.
—¿Qué quieres qué haga? —chillé.
—¿Tienes una llave inglesa?
—¡Sí!
—¿Puedes ir a buscarla?
—¡Claro!
—¿Por qué chillas?
—¡No lo sé! —grité allí sentada, tratando de ver lo que había debajo del fregadero.
—¡Pues ve a buscarla, por lo que más quieras!
—De acuerdo. ¡De acuerdo! —chillé, y salí corriendo hacia el armario del recibidor.
Cuando volví, resbalé un poco en las baldosas mojadas y me deslicé contra su costado.
—¡Aquí tienes! —chillé, y metí con brusquedad la llave inglesa debajo del fregadero.
Le miré trabajar. No se le veía la cara, aunque sí los brazos tensos. Me di cuenta de lo fuerte que era en realidad. Miré asombrada cómo se endurecía su estómago y se notaban seis de sus abdominales. ¡Uy! ¡Ocho! Y luego apareció la V. Hola, V…
Gruñó y gimió, y mientras se esforzaba por cerrar la válvula, todo su cuerpo se vio envuelto en el forcejeo. Contemplé como libraba la batalla de la válvula y salía por fin victorioso. Al mismo tiempo, no perdí de vista aquellos bóxers estampados de cuadros escoceses, que al estar mojados se le ceñían como una segunda piel. Una piel que estaba mojada, y probablemente tibia, y…
—¡Ya está!
—¡Hurra! —exclamé dando palmadas, mientras el agua dejaba de brotar por fin.
Tras soltar un último gemido que me resultó extrañamente familiar, se relajó. Contemplé como salía de debajo del fregadero.
Se tumbó a mi lado en el suelo, calado y con sus bóxers.
Me quedé sentada a su lado, calada y con una toalla.
Clive permaneció sentado encima del frigorífico, calado hasta los huesos y muy enojado.
Clive continuó maullando y bufando, y Simon y yo continuamos mirándonos a los ojos y respirando entrecortadamente, Simon debido a su batalla, y yo… debido también a su batalla. Al final, Clive saltó desde la nevera hasta la encimera y patinó en el charco. Chocó contra mi radio, rebotó y se cayó al suelo. La música de Marvin Gaye a todo volumen inundó la cocina mojada mientras Clive se sacudía y corría hacia la salita.
—Let’s get it on… —cantaba Marvin muy en serio, «vamos a hacerlo», y Simon y yo nos miramos sonrojados.
—¿Me tomas el pelo? —dije.
—¿Esto es real? —dijo Simon, y nos reímos del caos, de la ridícula situación, de los sucesos disparatados que acababan de producirse y del hecho de estar en ese momento tumbados en mi cocina, medio desnudos y empapados de agua, escuchando una canción que nos animaba a «hacerlo» y partiéndonos el culo.
Me incorporé por fin, secándome las lágrimas de los ojos. Él se sentó junto a mí, aún sujetándose el estómago.
—Esto es como un episodio malo de Apartamento para tres —dijo Simon, riéndose entre dientes.
—¡Qué fuerte! Espero que alguien haya llamado al casero —comenté, riéndome tontamente y arrebujándome en la toalla.
—¿Limpiamos esto? —preguntó, poniéndose de pie.
Me percaté de que sus bóxers, y todo lo que pudiesen contener, estaban ahora a la altura de mis ojos. «Cálmate, Caroline.»
—Sí, supongo que habrá que hacerlo —dije, riéndome de nuevo.
Me tendió la mano para ayudarme a levantarme. No pude hacer fuerza alguna con los pies, así que me quedé colgada de sus manos mientras resbalaba en el suelo.
—Esto no va a funcionar así —murmuró, y me cogió en brazos.
Me llevó hasta la salita y me dejó en el suelo.
—Ten cuidado. Snoopy se inclina un poco —comentó, indicando con un gesto la parte que me cubría las domingas.
—Eso te encantaría, ¿verdad? —le pregunté en tono impertinente, ajustándome la toalla.
—Voy a cambiarme y te traeré unas toallas secas. Intenta no meterte en líos.
Me guiñó el ojo y se fue a su casa. Volví a reírme y me dirigí al dormitorio, donde Clive era solo un bulto bajo las sábanas.
Me miré en el espejo colgado sobre mi cómoda mientras buscaba en un cajón algo que ponerme. Estaba resplandeciente. ¡Ja! Debía ser por toda aquella agua fría.
Una hora más tarde las cosas volvían a estar bajo control. Habíamos recogido el agua, avisado a los vecinos de abajo por si tenían goteras y llamado por teléfono al tipo de mantenimiento.
Empezamos a avanzar hacia la puerta de la calle, absorbiendo los últimos restos de agua con las toallas que Simon había tenido la generosidad de traer.
—¡Qué desastre! —exclamé, levantándome del suelo y derrumbándome en el sofá.
—Podría haber sido peor. Podrías haber tenido que afrontar esto después de dormir solo tres horas y de haber sido despertada por una mujer que gritaba a voz en cuello —dijo él, sentándose en el brazo del sofá.
Levanté una ceja y él se retractó:
—Vale, es un mal ejemplo, ya que estás familiarizada con esa situación hipotética. ¿Qué vas a hacer ahora?
—No sé. Tengo que quedarme aquí y esperar al de mantenimiento para que arregle la avería. Mientras tanto, estoy sin agua, lo que significa que no tengo café, ni ducha, ni nada. ¡Vaya mierda! —murmuré, cruzando los brazos sobre el pecho.
—Bueno, si necesitas algo, creo que estaré al otro lado del rellano, tomando café y pensando en mi ducha —dijo él, echando a andar hacia la puerta.
—Me vas a preparar un café ahora mismo, tonto.
—¿También aceptas la ducha?
—No te ducharás conmigo, ¿sabes?
—Supongo que puedes ducharte de todos modos. Vamos, pequeña aguafiestas —resopló, levantándome del sofá y llevándome por el pasillo.
Clive me dedicó una última protesta desde el dormitorio y le hice callar.
—¡Uy, espera! Deja que coja el desayuno —dije, cogiendo de la mesa un paquete envuelto en papel de aluminio.
—¿Qué es eso? —preguntó él.
—Tu pan de calabacín.
Juro que casi se mordió el labio inferior. El pan de calabacín debía gustarle mucho.
Media hora más tarde me encontraba sentada ante la mesa de la cocina de Simon, con las piernas debajo del cuerpo, tomando un café preparado con cafetera de émbolo y secándome el pelo con una toalla. Simon parecía muy relajado y contento tras devorar un pan de calabacín entero. Apenas conseguí comerme media rebanada antes de que me lo arrebatase y desapareciese en su boca.
Se apartó de la mesa y gruñó, dándose palmaditas en la barriga llena.
—¿Quieres otro pan? He horneado muchos, cerdito —dije, mirándole con la nariz arrugada.
—Me comeré todo lo que quieras darme, Picardías Rosa. No sabes lo mucho que me encanta el pan casero. Hacía años que nadie hacía nada parecido por mí.
Soltó un minúsculo eructo.
—Eso sí que es sexy —comenté.
Fruncí el ceño y me llevé la taza de café a la salita. Abrí la puerta y eché un vistazo rápido al rellano para ver si había aparecido ya el tipo de mantenimiento.
Simon me siguió y se sentó en el sofá, grande y cómodo. Me puse a deambular por la salita, mirando todas sus fotos. En una pared había una serie de instantáneas en blanco y negro, varias imágenes de la misma mujer en una playa. Manos, pies, tripita, hombros, espalda, piernas, dedos de los pies y por fin una de su cara. Era preciosa.
—Esto es muy bonito. ¿Una de las chicas de tu harén? —pregunté, volviéndome hacia él.
Él suspiró y se pasó la mano por el pelo.
—No todas las mujeres han pasado por mi cama, ¿sabes?
—Lo siento. Estaba de broma. ¿Dónde las hiciste? —pregunté, sentándome junto a él.
—En una playa de Bora-Bora. Estaba trabajando en una serie de fotografías de viajes, las playas más bonitas del sur del Pacífico, en un estilo muy retro. Esta chica, nativa del país, estaba en la playa un día, y la luz era perfecta, así que le pregunté si podía hacerle unas fotos. Quedaron geniales.
—Es preciosa —dije, y di un sorbo de café.
—Sí —convino él con una tierna sonrisa.
Bebimos inmersos en un silencio cómodo.
—¿Qué tenías previsto hacer hoy? —me preguntó.
—¿Antes de que se rebelasen mis tuberías?
—Exacto, antes del ataque.
Sonrió por encima del borde de su taza; le brillaban los ojos azules.
—La verdad es que no tenía muchos planes, y menos mal. Iba a salir a correr, quizá sentarme en un parque y leer toda la tarde —dije con un suspiro, sintiéndome abrigada, cómoda y a gusto—. ¿Y tú?
—Tenía previsto dormir el día entero antes de enfrentarme a una montaña de ropa sucia.
—Acuéstate si quieres. Puedo esperar en mi propio apartamento.
Empecé a levantarme. Pobre tío, había llegado tarde y yo le estaba impidiendo dormir.
Sin embargo, él me hizo un gesto disuasorio y señaló el sofá.
—De todos modos, más vale que no lo haga. Si duermo tendré jet lag toda la semana. He de volver a la hora del Pacífico lo antes posible, así que probablemente ha sido una suerte que tus tuberías atacasen.
—Mmm, supongo que sí. Bueno, ¿cómo te ha ido en Irlanda? ¿Lo has pasado bien? —pregunté, instalándome de nuevo en el sofá.
—Cuando viajo siempre me lo paso bien.
—¡Dios, tienes un trabajo fantástico! Me encantaría viajar así, con mi vida en una maleta, viendo mundo… —Al mirar de nuevo las fotos, vi en la pared del fondo un estante delgado que contenía una serie de botellas diminutas—. ¿Qué es eso? —pregunté, dirigiéndome hacia el curioso estante.
Cada botellita llevaba una etiqueta. Al mirarlas noté, más que vi, la presencia de Simon detrás de mí. Su aliento cálido me rozó la oreja:
—Cada vez que visito una playa nueva recojo un poco de arena para recordar dónde estuve y cuándo —contestó en voz baja y nostálgica.
Miré con más atención las botellas, y algunos de los nombres que vi me dejaron asombrada: «Harbour Island, Bahamas», «Prince William Sound, Alaska», «Punaluu, Hawái», «Vik, Islandia», «Sanur, Fiyi», «Patara, Turquía», «Galicia, España».
—¿Y has estado en todos estos sitios?
—Ajá.
—¿Y por qué traes arena? ¿Por qué no postales o, aún mejor, las fotos que haces? ¿No es eso un recuerdo suficiente? —pregunté, volviéndome a mirarle.
—Hago fotos porque me encanta, y resulta que es mi profesión. Sin embargo, esto es tangible; es táctil; es real. Puedo palparlo; es la arena que pisé realmente, de cada continente. Me devuelve allí al instante —dijo con ojos soñadores.
Viniendo de cualquier otro tipo, en cualquier otra situación, habrían sido frases vacías. Pero ¿viniendo de Simon? El tío tenía que ser profundo. ¡Jolines!
Mis dedos continuaban recorriendo las botellas, que casi eran más de las que yo podía contar. Las puntas de mis dedos se demoraron en las pocas procedentes de España, y él se dio cuenta.
—España, ¿eh? —preguntó.
Me volví a mirarle.
—Sí, España. Siempre he querido ir. Algún día lo haré.
Suspiré y volví al sofá.
—¿Viajas mucho? —preguntó, sentándose de nuevo junto a mí.
—Intento ir a algún sitio cada año, aunque no sea tan sofisticado como los lugares a los que vas tú ni con tanta frecuencia.
—¿Con las chicas? —inquirió él con una sonrisa.
—A veces, aunque en los últimos años he disfrutado viajando sola. Es agradable poder seguir tu propio ritmo, ir adonde quieres y no tener que celebrar un comité cada vez que quieres salir a cenar, ¿sabes?
—Lo entiendo. Solo estoy sorprendido —dijo, frunciendo un poco el ceño.
—¿Te sorprende que me apetezca viajar sola? Debes estar de broma. ¡Es lo mejor! —exclamé.
—Demonios, no te lo discuto. Solo estoy sorprendido. A la mayoría de las personas no les gusta viajar solas: demasiado abrumador, demasiado aterrador. Y creen que se sentirán solas.
—¿Alguna vez te sientes solo? —pregunté.
—Ya te lo dije, nunca me siento solo —dijo él, negando con la cabeza.
—Sí, sí, ya sé que lo dices, pero he de decir que me resulta un poco difícil de creer —repliqué, enroscándome un mechón de pelo casi seco alrededor del dedo.
—¿Tú te sientes sola? —preguntó.
—¿Cuando viajo? No, soy muy buena compañía —me apresuré a contestar.
—No me gusta nada tener que reconocerlo, pero estoy de acuerdo con eso —dijo, levantando su taza hacia mí.
Sonreí ruborizándome ligeramente, lo cual me dio mucha rabia.
—¡Vaya ¿Nos estamos haciendo amigos? —pregunté.
—Mmm, amigos… —Pareció reflexionar, examinándome a mí y a mis ruborizadas mejillas—. Sí, creo que sí.
—¡Qué interesante! He ascendido de aguafiestas a amiga. No está nada mal —comenté, riéndome tontamente y entrechocando mi taza con la suya.
—Aún está por ver si has abandonado ya la categoría de aguafiestas.
—Pues avísame la próxima vez que vaya a venir Azotes, ¿vale, amigo?
Me eché a reír al ver su expresión confusa.
—¿Azotes?
—Ah, sí, bueno, tú la conoces como Katie —le aclaré entre risas.
Tuvo por fin la decencia de ruborizarse y sonreír tímidamente.
—Bueno, pues resulta que la señorita Katie ya no forma parte de lo que tan amablemente denominas mi harén.
—¡Oh, no! ¡Me cayó bien! ¿Le zurraste demasiado fuerte? —volví a bromear; mis risitas empezaban a descontrolarse.
Se pasó las manos por el pelo con gesto frenético.
—Francamente, he de decirte que esta es la conversación más extraña que he mantenido jamás con una mujer.
—Lo dudo, pero, ahora en serio, ¿qué ha pasado con Katie?
Él sonrió discretamente.
—Conoció a otra persona y parece realmente feliz. Así que pusimos fin a nuestra relación física, por supuesto, pero sigue siendo una buena amiga.
—Es una buena noticia. —Asentí con la cabeza y guardé unos instantes de silencio—. Por cierto, ¿cómo funciona?
—¿Cómo funciona qué?
—Bueno, tienes que reconocer que tus relaciones son poco convencionales, y me quedo corta. ¿Cómo lo haces? ¿Cómo mantienes contento a todo el mundo? —le pinché.
Él se echó a reír.
—No estarás preguntándome seriamente cómo satisfago a esas mujeres, ¿verdad? —preguntó, sonriendo de oreja a oreja.
—¡Pues no! ¡He oído cómo lo haces y no tengo ninguna duda al respecto! Lo que quiero saber es cómo te las arreglas para no herir los sentimientos de nadie.
Reflexionó un momento.
—Supongo que se debe a que fuimos sinceros al principio. Nadie pretendió crear nuestro pequeño mundo; simplemente sucedió. Katie y yo siempre nos habíamos llevado muy bien, sobre todo en ese aspecto, así que iniciamos esa relación.
—Me cae bien Azotes, perdón, Katie. Entonces, ¿fue la primera concubina?
—No las llames concubinas. Tal como lo dices, haces que parezca algo sórdido. Katie y yo fuimos juntos a la universidad, tratamos de salir juntos de verdad y no salió bien. De todas formas, ella es fantástica, es… espera, ¿estás segura de que quieres oír todo esto?
—Oh, soy toda oídos. He estado esperando a desentrañar este misterio desde la primera vez que tiraste aquel cuadro de mi pared y me endiñaste un golpe en la cabeza —dije con una sonrisa, arrellanándome en el sofá y doblando las rodillas debajo del cuerpo.
—¿Tiré un cuadro de tu pared? —preguntó divertido y orgulloso al mismo tiempo. Menudo tío.
—Concéntrate, Simon. Dame información confidencial sobre las damas a tu servicio. Y no escatimes detalles. Esto es mejor que ver la tele.
Él se rio y puso cara de cuentacuentos.
—Bueno, vale, supongo que la cosa empezó con Katie. No nos fue bien como pareja, pero cuando nos encontramos después de la universidad, hace unos cuantos años, un café desembocó en un almuerzo, este en unas copas, y las copas desembocaron en… bueno, la cuestión es que acabamos en la cama. Ni ella ni yo salíamos con nadie, así que empezamos a quedar siempre que yo estaba en la ciudad. Es fantástica. Es… No sé cómo explicarlo. Es… suave.
—¿Suave?
—Sí, es toda bordes redondeados, cálida y dulce. Es… suave. Es la mejor.
—¿Y Purina?
—Nadia. Se llama Nadia.
—Tengo un gato que dice otra cosa.
—A Nadia la conocí en Praga, un invierno. Yo estaba haciendo allí un reportaje. No suelo hacer fotografía de moda, pero me pidieron que hiciese para Vogue un reportaje rompedor y muy conceptual. Ella tenía una casa fuera de la ciudad. Nos pasamos un fin de semana en la cama, y cuando se trasladó a Estados Unidos me buscó. Se está sacando un máster en relaciones internacionales. Me parece absurdo que a los veinticinco años se encuentre al final de su carrera profesional como modelo. Así que se está esforzando para dedicarse a otra cosa. Es muy lista. Ha viajado por todo el mundo, ¡y habla cinco idiomas! Fue a la Sorbona. ¿Sabías eso?
—¿Cómo iba a saberlo?
—Es fácil hacer juicios precipitados cuando no conoces a alguien, ¿verdad? —preguntó, observándome.
—Touchée —reconocí, dándole con el pie para animarle a seguir.
—Y luego está Lizzie. ¡Vaya, esa mujer está chiflada! La conocí en un pub de Londres, borracha como una cuba. Se me acercó, me agarró por el cuello de la camisa, me besó hasta dejarme atontado y me arrastró hasta su casa. Esa chica sabe exactamente lo que quiere y no tiene miedo de pedirlo.
Yo recordaba con gran detalle algunos de sus momentos más ruidosos. Realmente, se mostraba bastante específica acerca de lo que quería, siempre que pudieses entenderla a pesar de las risitas.
—Es abogada, y uno de sus principales clientes vive aquí, en San Francisco. La oficina central de su bufete está en Londres, pero cuando los dos estamos en la misma ciudad quedamos. Y eso es todo. No hay más.
—¿Eso es todo? Son tres mujeres. ¿Cómo es que no se ponen celosas? ¿Cómo es que les parece bien? ¿No deseas más? ¿No desean más ellas?
—De momento, no. Todo el mundo consigue exactamente lo que quiere, así que todo va bien. Y sí, todas saben de la existencia de las otras, y como nadie está enamorado, nadie tiene verdaderas expectativas más allá de la amistad, con las mejores ventajas posibles. O sea, no me malinterpretes. Las adoro a las tres y las quiero, cada una a su estilo. Soy un tipo afortunado. Ellas son increíbles, pero estoy demasiado ocupado para salir en serio con nadie, y la mayoría de las mujeres no quieren cargar con un novio que pasa más tiempo dando vueltas por el mundo que en su propia casa.
—Sí, pero no todas deseamos las mismas cosas. No todas queremos una vida hogareña.
—Todas las mujeres con las que he salido dijeron que no la querían, pero luego resultó que sí. Y eso es genial, lo entiendo, pero con mi agenda de locura se me hace muy difícil estar con alguien que pretende de mí algo que no puedo darle.
—Entonces, ¿nunca has estado enamorado?
—Yo no he dicho eso, ¿a que no?
—Así pues, ¿has tenido en algún momento una relación con una sola mujer?
—Por supuesto, pero, como te he dicho, desde que llevo esta vida de constantes viajes a las mujeres se les hace difícil mantener la ilusión. Al menos eso es lo que me dijo mi ex cuando empezó a salir con un contable. Ya sabes, se viste con un traje, lleva un maletín, está en casa cada tarde a las seis… es lo que parecen querer las mujeres.
Suspiró, dejó su taza de café y se relajó aún más en el sofá. Sus palabras decían que llevaba bien todo aquello, pero su expresión nostálgica revelaba otra cosa.
—No es lo que quieren todas las mujeres —repliqué.
—De acuerdo, es lo que querían todas las mujeres con las que he salido. Al menos hasta ahora. Por eso me va genial lo que tengo. Esas mujeres con las que paso el tiempo cuando estoy en casa son fantásticas. Ellas están contentas y yo también. ¿Por qué voy a meterme en camisa de once varas?
—Bueno, ya solo te quedan dos, y creo que opinarías de forma distinta si apareciese la mujer adecuada para ti. Ella no querría cambiar ningún aspecto de tu vida. No te metería en camisa de once varas, se integraría en tu vida y avanzaría contigo.
—Eres una romántica, ¿no es así? —me preguntó, inclinándose hacia mí y dándome un golpecito en el hombro.
—Soy una romántica práctica. La verdad es que veo cierto atractivo en un tipo que viaja mucho, porque… si he de ser sincera, me gusta mi espacio. Además, ocupo toda la cama, así que me resulta difícil dormir con alguien.
Sacudí la cabeza con pesar, recordando la rapidez con que solía quitarme de encima a mis ligues de una noche. En algunos aspectos, mi pasado no se diferenciaba demasiado del de Simon. Simplemente, él tenía sus aventuras sexuales mucho mejor organizadas.
—Así que una romántica práctica. Interesante. Bueno, ¿y tú? ¿Sales con alguien? —preguntó.
—No, y estoy bien así.
—¿De verdad?
—¿Tan difícil es creer que una mujer atractiva y sexy con una gran carrera profesional no necesite a un hombre para ser feliz?
—En primer lugar, te felicito por decir de ti misma que eres atractiva y sexy, porque es verdad. Es agradable ver a una mujer que se hace a sí misma un cumplido en lugar de intentar atraerlo. Y en segundo lugar, no estoy hablando de casarse, sino de salir con alguien. Ya sabes, tener citas informales.
—¿Me estás preguntando si me follo a alguien ahora mismo? —le solté, y a él se le atragantó el café.
—Sin duda, la conversación más extraña que he mantenido jamás con una mujer —murmuró.
—Una mujer atractiva y sexy —le recordé.
—Eso segurísimo. Bueno, ¿y tú? ¿Te has enamorado alguna vez?
—Esto parece una miniserie de televisión, con tanto café y tanto hablar de amor —dije. Puede que intentase ganar tiempo.
—Vamos, celebremos este momento de nuestras vidas —dijo Simon con un bufido, haciendo un gesto hacia mí con su taza de café.
—¿Que si he estado enamorada alguna vez? Sí, así es.
—¿Y?
—Y nada. No acabó muy bien, pero ¿qué final es bueno? Él cambió; yo también, así que le dejé. Eso es todo.
—¿Cómo le dejaste?
—No fue nada dramático. Sencillamente, él no era quien yo pensaba que sería —expliqué, dejando mi taza y jugando con mi pelo.
—¿Y qué pasó?
—Oh, ya sabes cómo son esas cosas. Empezamos a salir cuando yo estudiaba el último curso en Berkeley y él estaba acabando derecho. La relación comenzó muy bien, pero luego todo cambió, así que me marché. Él me enseñó a escalar, así que le estoy agradecida por eso.
—Un abogado, ¿eh?
—Sí, y quería tener una típica mujercita de abogado. Debería haberme dado cuenta cuando se refería a mis planes profesionales de futuro como un «pequeño negocio de decoración». En realidad solo quería a alguien que pudiese lucir y recogiese sus camisas de la tintorería a tiempo. Eso no era lo mío.
—Aún no te conozco demasiado, pero la verdad es que no te veo en una zona residencial de la periferia.
—Uf, yo tampoco. Las zonas residenciales de la periferia no tienen nada de malo, pero no están hechas para mí.
—No puedes trasladarte a la periferia. ¿Quién me prepararía pan?
—¡Uff! Lo único que quieres es verme con delantal.
—No tienes ni idea de hasta qué punto —dijo, guiñándome el ojo.
—Es difícil obtener todo lo que necesitas de una sola persona. ¿Sabes a qué me refiero? Espera, claro que lo sabes. ¿En qué estaría yo pensando? —dije entre risas.
Ambos dimos un bote al oír que llamaban a mi puerta, al otro lado del rellano. Al fin había llegado el tipo de mantenimiento.
—Gracias por el café, la ducha y el rescate —dije, estirándome mientras caminaba hacia la puerta y la abría.
Saludé con un gesto de la cabeza al tipo que aguardaba en el rellano y levanté un dedo para hacerle saber que iba enseguida.
—No hay problema. No ha sido la forma más agradable de despertarse, pero supongo que me lo merecía.
—Desde luego, pero gracias de todos modos.
—De nada, y gracias a ti por el pan. Estaba buenísimo. Y si por casualidad llega hasta aquí un poco más, eso estaría muy bien.
—Veré lo que puedo hacer. Por cierto, ¿dónde está mi jersey?
—¿Tienes idea de lo caros que son esos jerséis?
—¡Uff! ¡Quiero mi jersey! —grité, dándole una palmada en el pecho.
—Bueno, resulta que sí te he traído algo, un regalo para agradecerte las patadas a mi puerta.
—Lo sabía. Pásate luego y me lo das. —Crucé el rellano para dejar entrar al encargado de mantenimiento. Le dirigí hacia la cocina y me volví de nuevo hacia Simon—. Amigos, ¿eh?
—Eso parece.
—Podré soportarlo —dije con una sonrisa, y cerré la puerta.
Mientras el tipo de mantenimiento se ponía a arreglar el problema, me acerqué a mi dormitorio para ver cómo estaba Clive. Justo cuando entraba, sonó mi teléfono móvil. ¿Ya tenía un mensaje de Simon? Sonreí y me dejé caer en la cama, acurrucando contra mí a un minino aún espantado. Clive empezó a ronronear al instante.
No has contestado mi pregunta…
Noté que mi piel se calentaba al comprender a qué se refería. De repente, sentí calor y cierto hormigueo, como cuando se te duerme el pie, pero en todo el cuerpo. Y de una forma agradable. Jolines, a Simon se le daba muy bien escribir mensajes.
¿Sobre si me follo a alguien?
Dios, mira que eres zafia. Pero sí, los amigos pueden preguntar eso, ¿no?
Sí que pueden.
¿Y bien?
Eres bastante coñazo. Lo sabes, ¿no?
Dímelo. No te me pongas tímida ahora.
Pues resulta que no. No me follo a nadie.
Oí un golpe sordo procedente del apartamento contiguo, y luego unos porrazos ligeros pero constantes en la pared.
¿Qué puñetas estás haciendo? ¿Eso que suena es tu cabeza?
Me estás matando, Picardías Rosa.
Justo después de leer el último mensaje se reanudaron los porrazos. Solté una carcajada mientras él se golpeaba la cabeza contra la pared. Coloqué la mano en la pared, encima de mi cama, donde se concentraban los golpes, y me reí entre dientes. «Qué mañana más rara…»